jueves, 5 de diciembre de 2013

Nibiru y el catastrofismo cósmico


Si bien Immanuel Velikovsky es sin duda el principal referente alternativo en cuanto al catastrofismo cósmico, con toda polémica que aún persiste en nuestros días, el no menos controvertido autor Zecharia Sitchin, el hombre que interpretaba la civilización sumeria en clave extraterrestre, también abordó el tema del origen del Sistema Solar a partir de los relatos mitológicos. Así pues, Sitchin retomó la estela de Velikovsky un cuarto de siglo más tarde y presentó en su obra El 12º planeta su particular versión del catastrofismo en el Sistema Solar, dedicando dos capítulos a desvelar la enigmática presencia de un planeta desconocido, Nibiru, como actor protagonista del drama cósmico.

Sitchin se aferraba a la idea de que los sumerios –y luego los caldeos– tenían grandes conocimientos astronómicos y que habían reconocido hasta doce planetas (incluyendo el Sol y la Luna). Basándose en el Antiguo Testamento y en otras antiguas fuentes, Sitchin observó una repetida simbología del doce en varias culturas, tanto en el terreno astrológico-astronómico como en el mitológico: doce constelaciones del Zodíaco, doce dioses principales hittitas, doce titanes griegos, doce tribus de Israel, etc. A este respecto, Sitchin creía que los sumerios no sólo conocían cinco planetas –como se admite habitualmente–, sino que hablaban de un conjunto de doce astros llamado mulmul (que la ciencia había atribuido previamente a las Pléyades, un grupo de estrellas de la constelación de Tauro), y que serían en realidad los componentes del sistema solar. Naturalmente, aun sumando la Luna y el Sol a este grupo, tenemos un planeta de más, que no encaja en nuestro conocimiento del Sistema Solar.

Este sería el 12º planeta, Nibiru, situado más allá de Plutón, que la ciencia actual no ha reconocido. Sin embargo, los sumerios –pese a no disponer de instrumentos de observación como los nuestros– estaban al tanto de todo, porque según ellos mismos, sus dioses (los Anunnaki) les habían transmitido el conocimiento de todo lo concerniente al Sistema Solar.
Sitchin recurrió a ciertas representaciones de astros en un antiguo sello acadio del tercer milenio a. C. para reafirmar su propuesta. No obstante, también afirmaba que debió existir otro planeta entre Marte y Júpiter, en el espacio que actualmente ocupa el cinturón de asteroides. Ello supondría añadir un nuevo planeta a nuestra lista, lo que daría un total de trece. Pero entonces, ¿cómo se explica la afirmación de los doce planetas? Esta es la pieza clave de la teoría catastrofista del autor, que se aparta de lo propuesto por Velikovsky, para crear su propia versión del origen del Sistema Solar. Sitchin se apoyó una vez más en la mitología para dar una explicación distinta sobre el origen de los planetas. Concretamente, tomó la epopeya de la creación sumeria, el Enuma Elish, para narrar toda una serie de catástrofes cósmicas disfrazadas de meros acontecimientos de carácter divino. Tomando los textos míticos en los que los dioses representarían a los astros, Sitchin dibujó el siguiente escenario cósmico primigenio:

En el inicio de los tiempos sólo había dos grandes cuerpos celestes y uno más pequeño. Por un lado, Apsu (el Sol), que existía desde el principio, junto con su pequeño emisario Mammu (Mercurio) y por otro, un gran planeta llamado Tiamat. Las aguas de Apsu y Tiamat se fusionaron posteriormente para dar vida a otros dos planetas intermedios, que serían Lahmu y Lahamu (Marte y Venus, los planetas masculino y femenino). Más tarde, se formaron los dioses «de mayor tamaño» Kishar y Anshar (Júpiter y Saturno). Finalmente, el escenario cósmico se completó con el nacimiento de dos nuevos planetas, Anu y Ea (o Nudimmud), que serían Urano y Neptuno, más otro pequeño emisario, hijo de Anshar, que era Gaga (Plutón). El lector ya habrá notado que aún no tenemos noticias de la Tierra ni de la Luna. Esta es la segunda parte del drama.

Al parecer ser, la diosa Tiamat estaba molesta con los avances, retiradas y cabriolas de sus hermanos, los nuevos planetas (lo que Sitchin interpreta como órbitas erráticas que se interferían en el camino de Tiamat). Para poner paz, Ea neutralizó el papel generador de materia primordial que tenía Apsu, con lo cual el sistema adquirió una cierta estabilidad. Sin embargo, el propio Ea engendró un nuevo planeta de gran tamaño, exterior al sistema. Este nuevo planeta sería llamado Nibiru por los sumerios y Marduk por los babilonios. No obstante, por otro lado, Tiamat había creado al satélite Kingu –su hijo primogénito– sin la aquiesciencia del resto de dioses.

Y llegamos al acto final. Cito literalmente a Sitchin en su referencia a los mitos mesopotámicos:
«El dios [Ea] que dirigió la revuelta contra el Padre Primigenio [Apsu] tuvo una nueva idea: invitar a su joven hijo [Marduk] a unirse a la Asamblea de los Dioses y darle la supremacía, para que fuera a combatir así, sin ayuda, al “monstruo” en que se había convertido su madre [Tiamat]. Aceptada la supremacía, el joven dios Marduk, según la versión babilonia, se enfrentó al monstruo y, tras un feroz combate, la venció y la partió en dos. Con una parte de ella hizo el Cielo, y con la otra la Tierra.»
Este episodio, traducido al ámbito astronómico, ocurrió según Sitchin de esta forma: Marduk, en su movimiento retrógrado (al revés que el resto de planetas), penetró en el sistema solar causando toda una serie de transtornos, incluyendo la creación de nuevos satélites y alteraciones en las órbitas. Así pues, Marduk se fue acercando a la órbita de Tiamat y –en un primer paso muy cercano– le arrancó hasta once satélites. Finalmente tuvo lugar una batalla cósmica, un tremendo choque entre Tiamat, Kingu y Marduk, si bien Sitchin puntualiza que Tiamat y Marduk no llegaron a colisionar entre sí. Los que hicieron impacto sobre Tiamat fueron los satélites de Marduk. Éste aprovechó la herida producida para lanzar una flecha (una gran descarga eléctrica), de tal forma que partió a Tiamat en dos, creando por un lado un nuevo cuerpo celeste (Ki, la Tierra) y por otro un conjunto de pequeños restos esparcidos por el espacio, que daría lugar al cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter, así como a algunos astros errantes, los cometas. Por lo que respecta a Kingu, se acabaría convirtiendo en el satélite del nuevo planeta, es decir, la Luna. A su vez, Marduk, o Nibiru, quedó en una órbita muy excéntrica alrededor del Sol, estableciéndose un periodo de cruce con el resto del sistema de 3.600 años.

El resultado final ya se deja ver fácilmente. El Sol, la Luna y los nueve planetas que conocemos continúan en sus posiciones mientras que Nibiru, el 12º planeta o el planeta «X», se mantiene expectante fuera del sistema, si bien pasa a vigilarlo regularmente –en calidad de «jefe supremo»– cada 3.600 años.

Bonita historia, sin duda. Zecharia Sitchin estaba convencido de que los mitos y la astronomía de las culturas mesopotámicas describieron la historia real del sistema solar y que todas las incógnitas que todavía se plantea la moderna ciencia tienen su explicación si interpretamos correctamente esos relatos mitológicos. 

Pero... ¿qué ha dicho la ciencia de todo esto? En primer lugar, los astrónomos no han reconocido la existencia de ningún planeta exterior, si bien ha habido noticias sobre la observación de supuestas anomalías o perturbaciones que sugerirían la presencia del tal planeta. Lo más aproximado a un posible Nibiru son unos cálculos realizados por unos investigadores japoneses de la Universidad de Kobe en 2001 que auguraban el descubrimiento de un nuevo planeta en los próximos años. Por otro lado, los científicos opinan que, de existir, Nibiru sería un planeta de tipo gaseoso, extremadamente oscuro y frío, y sin posibilidad de que tuviera formas de vida semejantes a las de la Tierra. Pero a día de hoy, a no ser que recurramos a las consabidas teorías conspirativas, especulando sobre lo que la NASA oculta o deja de ocultar, no hay ninguna confirmación de que Nibiru exista.

Sobre las afirmaciones de Sitchin con respecto al origen del sistema solar, los científicos presentan, entre otros, los siguientes hechos:
  • Las teorías actuales afirman que la Luna se creó a partir de materia de la Tierra, posiblemente desgajada a causa del impacto sobre la Tierra de un astro del tamaño de Marte.
  • Actualmente se cree que el cinturón de asteroides no formó parte de ningún astro. Se trata de un conjunto de materiales que no llegaron a consolidarse como planeta, debido a los efectos gravitacionales de Júpiter; y aun juntando todos ellos, apenas tendríamos el tamaño de un pequeño planeta.
  • Aseverar que el paso próximo de Nibiru fue capaz de arrancar materiales (satélites) de Tiamat por acción de las fuerzas gravitatorias se considera un atentado a la Física.
  • Un encuentro tan próximo entre dos grandes cuerpos celestes debería haber variado la órbita de ambos, dado que su movimiento se habría visto frenado de forma significativa. Un segundo escenario de colisión sería altamente improbable.
  • También es muy improbable que el impacto de Nibiru sobre Tiamat hubiese provocado la formación de un planeta en una órbita regular (en la posición donde está la Tierra) sin ninguna aceleración adicional.
  • Asimismo, no se explica bien cómo es que Nibiru no haya perturbado la órbita de los planetas más exteriores en su paso regular por el sistema cada 3.600 años.
Pero hay más. Algunos críticos dudan también de la interpretación que hace Sitchin de su sello acadio. Para el astrónomo Tom Van Flandern no es más que una representación artística de una estrella rodeada de otros astros, ya que resulta complicado establecer relaciones seguras entre la proporción y posición de los astros y dar por supuesto que reproducen el sistema solar. Asimismo, se ha puesto en duda la identificación que hizo Sitchin de los dioses-planetas. Tomando fuentes sumerias, acadias y babilonias, otros especialistas en las civilizaciones de Mesopotamia han asignado distintos nombres a los planetas.

Así pues, como mínimo, la opinión de Sitchin quedará en el terreno de lo (muy) discutible.  Sea como fuere, el tema del catastrofismo ligado a Nibiru tuvo un reciente renacimiento con las polémicas ligadas al año fatídico 2012, pues Sitchin estimó que el último cruce de este planeta fue hacia el 1600 a. C. –lo que habría causado diversos cataclismos– y se le esperaba en consecuencia hacia inicios del tercer milenio, o sea más o menos en estos tiempos. ¿Todavía sin noticias de Nibiru? ¿No debería haber llegado ya?

(c) Xavier Bartlett 2013

2 comentarios:

Alejandro Longopas dijo...

Según las referencias que me han llegado sobre el último libro de Zecharia Sitchin "El Final de los Tiempos", él calculaba la llegada de Nibiru para el año 2020. Sobre las pretendidas refutaciones a sus teorías, pienso (como simple escucha y lector pensante) que frases tales como "atentado a la física" o "altamente improbable" en la voz oficial de una comunidad científica incapaz de predecir inundaciones o terremotos dentro de su propio planeta suenan, al menos, temerarias, soberbias y poco creativas. Algunos dirán que los científicos calculan y los políticos actúan, pero yo opino que muchos científicos, devenidos en emisarios políticos, colaboran para sostener el ilusorio stau quo que le susurra a la gente a través de los medios: "¡No te preocupes, tenemos todo bajo control! ¡Sigue en tu rutina! ¡Te avisaremos con tiempo si surge una amenaza!" Como yo digo: escucharé el pronóstico meteorológico, pero no dejaré por eso de observar el cielo...

Xavier Bartlett dijo...

Amigo Alejandro:

Todo el tema de Nibiru está viciado por la falta de claridad en los planteamientos de sitchin, que no era astrónomo, sino que se limitaba a interpretar la antigua mitología al estilo Velikovsky y trataba de cuadrar los datos científicos con su teoría. He oído muchos rumores sobre la existencia de ese exoplaneta fuera del sistema solar, pero su llegada se esperaba para 2012 según apuntaba Sitchin (y una legión de seguidores). Si luego cambió de parecer, y por qué, no puedo opinar al respecto. También podemos especular con que si la NASA son unos inútiles o peor aún, si ocultan o manipulan información. Al final no sabes de quién fiarte y como no somos expertos en astrofísica, vamos bastante perdidos, esa es la realidad. En mi artículo me limité a exponer los dos puntos de vista, pero no pretendí sentar verdad ninguna, aunque insisto en que las tesis de Sitchin me parecen muy forzadas o especulativas.

Saludos,
X.