jueves, 5 de octubre de 2017

El bipedalismo y el origen de humanos y simios


Introducción


“No es el hombre el que desciende del simio, sino que es el simio el que desciende del hombre”. Esta frase la escuché hace ya algunos años y me causó una cierta hilaridad, sobre todo como contraposición jocosa al bien establecido evolucionismo darwinista. Sin embargo, con el tiempo y las nuevas investigaciones, esta especie de broma ha empezado a cobrar cierto sentido desde el punto de vista científico, aunque todavía se mantiene dentro de la heterodoxia más radical.

Antes de proseguir, empero, hay que aclarar que no debemos tomar esta afirmación literalmente, sino que hay que enfocarla como un cuestionamiento de la evolución humana desde nuevos planteamientos teóricos y desde las pruebas físicas disponibles, con un punto central de debate: el bipedalismo de los homínidos. Precisamente, dicho debate nos lleva a una doble hipótesis: o bien que el ser humano anatómicamente moderno es muchísimo más antiguo de lo que nos han explicado hasta ahora o bien que los ancestros comunes tanto de humanos como de simios modernos no eran como nos los han pintado[1]. O quizá ambas cosas sean ciertas...

En todo caso, los nuevos hallazgos aportan complejos escenarios y más dolores de cabeza a los evolucionistas, que una vez más se esfuerzan por encajar las pruebas sobre el terreno en su intocable marco teórico (iba a poner “su religión”), lo que a menudo les deja desconcertados o les obliga a realizar complicados malabarismos para mantener  las verdades y los dogmas que el paradigma darwinista lleva imponiendo desde hace más de un siglo. Pero empecemos por el principio.

¿Una propuesta disparatada?


H. P. Blavatsky
Si retrocedemos al siglo XIX, la famosa ocultista Madame Blavatsky ya planteó un panorama totalmente distinto para el origen del hombre, que se desmarcaba tanto de las escrituras bíblicas como de la entonces reciente teoría de la evolución de Darwin[2], que se estaba consolidando entre la comunidad científica. Blavatsky, basándose en textos esotérico-mitológicos, hablaba de una humanidad que se remontaría a muchos millones de años y que habría involucionado a través de una serie de eras, desde unas razas prácticamente etéricas hasta el moderno hombre, “pequeño”, material y mortal. Pero la visión de Blavatsky incluía además un origen bien heterodoxo para los primates, los cuales habrían surgido de la hibridación de los humanos arcaicos con otras criaturas inferiores, con lo cual se daría un respaldo a la propuesta de que los primates no eran los ancestros del hombre sino que más bien constituirían una degeneración de éstos[3].

Así, según la teosofía, los primeros primates se parecían bastante a los humanos, aunque con el paso de los milenios se fueron haciendo más y más distintos. Ahora bien, los atlantes (una raza anterior a la nuestra), al ver la gran degeneración que ellos mismos habían creado, se habrían dedicado a exterminar a los simios más parecidos a los humanos, dejando sólo a los menos avanzados, que serían en definitiva los ancestros de los actuales simios. Asimismo, la mitología hindú recoge un escenario muy similar, pues en el poema épico Ramayana se muestra a los simios como muy próximos a los humanos, y se les atribuía incluso la capacidad de hablar y de tener leyes y gobiernos.

La polémica obra de B. Kurtén
Pero si dejamos ahora el confuso terreno del ocultismo y saltamos a finales del siglo XX, algunos científicos –nada sospechosos de ser esotéricos– empezaron a descubrir numerosas pegas en los axiomas evolucionistas con respecto al origen del hombre y su supuesta procedencia de un cierto primate, antecesor común de humanos, chimpancés, gorilas, etc. Así, ya en 1971 el antropólogo finlandés Bjorn Kurtén en su obra Not from the apes (“No de los simios”) afirmaba que el origen de las grandes diferencias entre simios y humanos debía remontarse a una antigüedad enorme, por lo menos hasta unos 35 millones de años y que de hecho sería la rama de los simios modernos la que habría derivado de un tronco humano. Según su visión, a partir del estudio de los fósiles, el ser humano no podía descender de ninguna criatura simiesca, sino que más bien los actuales simios descendían de una línea humana muy arcaica. Para Kurtén, un pequeño simio de rasgos humanos llamado Propliopithecus (del Oligoceno) habría sido el antecesor del Ramapithecus y homínidos posteriores, como los australopitecinos. Por otra parte, el Dryopithecus, una criatura más simiesca, habría dado origen a la línea ancestral de los primates actuales

Años más tarde, en 1981, los investigadores John Gribbin y Jeremy Cherfas retomaron esta hipótesis y sugirieron un escenario distinto de la evolución humana, planteando la posibilidad de que los simios descendieran de los humanos y no al revés, si bien su propuesta no era tan radical como se podría esperar. Así, admitían que el ser humano podía descender de una línea de australopitecinos, pero que éstos no se habían extinguido en la línea evolutiva sino que habrían dado lugar a los actuales chimpancés y gorilas, cuyos antepasados nunca han sido hallados por los paleontólogos (¡mira por dónde!). Según Gribbin y Cherfas, las mutaciones podrían ir en un sentido u otro y revertir anteriores avances. De este modo, los australopitecos, en tanto que homínidos erguidos[4], fueron los antecesores del género Homo, pero luego algunos de ellos habrían revertido este paso y habrían vuelto a la vida arborícola.

La cuestión del bipedalismo


El estereotipo de la evolución del bipedalismo
Sea como fuere, prácticamente todos los especialistas en paleontología consideran el bipedalismo como una señal inequívoca del avance fisiológico hacia el ser humano (de ahí el famoso Homo erectus: “hombre erguido”). Así pues, se da por hecho que esta característica es propia de los humanos y que marcó importantes desarrollos tanto físicos como intelectuales en el transcurso de la evolución. No obstante, esta cuestión todavía no está cerrada y se mantiene sujeta a múltiples interpretaciones, que giran en torno a la controversia sobre cómo, cuándo y por qué se produjo el salto al bipedalismo, si bien la teoría East side story del francés Yves Coppens es la más aceptada y todavía mantiene su prestigio y validez entre muchos paleontólogos. En todo caso, para la gran mayoría del estamento académico, los australopitecinos ya caminaban erguidos, y este sería un rasgo propiamente humano que comportaría la posterior aparición del género Homo. Sin embargo, no todos los expertos comparten la idea de que los australopitecos estén en la línea directa evolutiva de los humanos e incluso ponen en duda que los australopitecinos caminaran habitualmente erguidos. Asimismo, algunos especialistas cuestionan el hecho de que el bipedalismo sea un rasgo relativamente moderno (en términos evolutivos), y proponen visiones heterodoxas que afectan tanto a la evolución de los humanos como a la del resto de los primates.

Y aquí es cuando aparecen varias teorías bien alejadas de la ortodoxia darwinista. Por ejemplo, el zoólogo franco-alemán François de Sarre opinaba a finales del pasado siglo  que en modo alguno la transición al bipedalismo fue un rasgo “reciente” que tuvo lugar en unas criaturas simiescas hace unos pocos millones de años. De Sarre cree que el escenario evolutivo humano ha sido fabricado a partir de observaciones erróneas y de muchos prejuicios. Desde su punto de vista, la estructura anatómica humana no indica una maduración desde simios “fetales”, sino todo lo contrario: los simios muestran un evidente avance anatómico allá donde la evolución de los humanos se detuvo.

Para sustentar este concepto, de Sarre se fija sobre todo en la embriología y la anatomía comparativa, dada la gran precariedad del registro paleontológico. Así, los embriones humanos comparten con los de otros mamíferos una posición bastante centrada del foramen mágnum[5] (en unos 90º grados con relación al plano de la cara). Ahora bien, en el resto de animales –según avanza el desarrollo del embrión– el foramen se va retrasando y el ángulo se va abriendo hasta 140º en los primates y hasta 180º en el caso de los animales totalmente cuadrúpedos. En cambio, en los humanos el ángulo se queda en unos 120º, que es lo que permite nuestra locomoción bípeda. Y si se analizan los pies de los humanos, que muestran diferencias bien apreciables respecto a los del resto de los primates, se puede deducir que nunca pertenecieron a un cuadrúpedo o a una criatura arborícola. Y una vez más, en los embriones de primates se aprecia que los pies tienen una estructura muy similar a los humanos, pero según progresa su desarrollo van tomando la típica forma prensil que les permite moverse con facilidad en los árboles. En cuanto a las manos de los primates, son semejantes a las humanas, pero ellos las utilizan para caminar sobre los nudillos.

Bigfoot: ¿criatura deshumanizada?
En suma, de Sarre asegura que los australopitecinos no fueron los ancestros de los humanos, sino más bien los precursores de los actuales simios, si bien los antepasados de los propios australopitecinos habrían sido bípedos, que fueron perdiendo esta característica, evolucionando hacia criaturas cuadrúpedas. Este proceso sería una especie de deshumanización, que habría dejado al margen a unas pocas criaturas en un estado intermedio, dando lugar a poblaciones de los llamados “hombres salvajes”, como el bigfoot, el yeti, el almas, etc. (todos ellos bípedos), que son negados por la ciencia actual, que los califica de simples invenciones, fraudes o confusiones[6].

En una línea semejante, la paleontóloga del CNRS Yvette Deloison ya expuso hace unos años que la primitiva estructura de la mano humana es la prueba inequívoca de la existencia –hace unos 15 millones de años– de un ancestro común de humanos, australopitecos y grandes simios actuales, que de ningún modo pudo ser una criatura arborícola o cuadrúpeda. Deloison sostiene que el pie humano está claramente adaptado al bipedalismo, y si damos por hecho que la evolución “no retrocede”, ese antepasado común bípedo no tenía manos o pies especializados. Dicho de otro modo, de un ser arborícola no puede derivarse un ser bípedo. En todo caso, fue más tarde cuando una rama de esas criaturas se adaptó plenamente a la vida arborícola y desarrolló esos característicos pies prensiles. Por lo tanto, en algún momento se produjo una bifurcación definitiva entre la criatura completamente bípeda (la raíz del género Homo) y el animal cuadrúpedo-arborícola.

Este mismo concepto ha sido retomado recientemente por Aaron Filler, biólogo evolucionista de la Universidad de Harvard y autor del libro The upright ape (“el simio erguido”), cuya investigación apunta a que los antepasados de los humanos arcaicos, así como los de los grandes simios, caminaron erguidos y no sobre nudillos, como los actuales simios. Para llegar a esta conclusión, Filler ha estudiado las columnas vertebrales de unos 250 mamíferos, algunos de ellos ya extinguidos y con antigüedades que se remontarían hasta los 220 millones de años. Filler alude a una serie de cambios fisiológicos –relacionados con la espina dorsal y un tejido llamado septum horizontal[7]– que surgieron posiblemente por un defecto genético de nacimiento, los cuales habrían creado a un primer ser “hominiforme”. Y dadas estas anomalías anatómicas, este mamífero sólo habría podido sentirse cómodo caminando erguido.

Stephen J. Gould
Para Filler, este paso sucedió hace mucho tiempo y de forma abrupta (algo que nos recordaría al equilibrio puntuado de Jay Gould) con unos pocos y rápidos cambios genéticos. De esta manera, se deberían revisar los orígenes del bipedalismo, que ahora se sitúan como muy pronto hace unos 6 millones de años, y se deberían retrasar por lo menos hasta los 21 millones de años, época en la que vivió el supuesto primer primate bípedo, el Morotopithecus bishopi, hallado en Uganda (África). En otras palabras, Filler pone a este desconocido primate bípedo como el verdadero primer ancestro humano (y de los grandes simios).

Aparte, Aaron Filler cita que se han hallado vértebras fósiles de otros tres posibles primates bípedos, lo que confirmaría ese inicio de locomoción bípeda que luego “degeneraría” hacia la vida arborícola y el desplazamiento a cuatro patas, apoyándose en los nudillos. En este sentido, Filler se refiere a los actuales siamangs, un simio arborícola de la familia de los gibones, cuyas crías son capaces de caminar erguidas de forma innata sobre las ramas de los árboles, sin usar para nada la locomoción con nudillos. Así, Filler complica un poco las cosas al sugerir que el bipedalismo no se desarrolló sobre el suelo sino sobre las ramas de los árboles, que debían ser muy numerosos hace 20 millones de años. A su vez, los ancestros de chimpancés y gorilas tal vez evolucionaron hacia la locomoción con nudillos porque este era un modo más rápido de desplazarse.

Huellas incómodas


Para añadir más leña al fuego en esta controversia, está la cuestión de las huellas de pisadas humanas realizadas hace cientos de miles o millones de años. Su importancia no es poca, pues por ejemplo gracias al descubrimiento de un conjunto de unas huellas en Happisburgh (Norfolk, Inglaterra), que se remontan al menos a 950.000 años, se ha podido demostrar que el ser humano ya estaba en las Islas Británicas hace casi un millón de años, lo que hasta hace poco era prácticamente un anatema. Pero en el asunto de locomoción bípeda las pisadas cobran un extraordinario interés, pues pueden ser el testimonio de que el ser humano, aún en sus versiones más arcaicas, es mucho más antiguo de lo que se ha venido defendiendo hasta hace escasos años. Sin embargo, hay que puntualizar que, a falta de más restos (huesos, herramientas, etc.), siempre puede quedar la duda de si tales criaturas bípedas eran humanas o pre-humanas, como ahora se califica a los australopitecinos y otros primates que figuran como ancestros del género Homo.

Huella humana de Laetoli
El caso más llamativo –que ya he citado varias veces en este blog– es el de las pisadas de Laetoli (Tanzania), descubiertas por Mary Leakey hace unos 40 años. No voy a extenderme pues en comentarios, pero sí recordaré los argumentos principales: las huellas, atribuidas a varios individuos de corta estatura, eran indistinguibles de las pisadas de los humanos modernos, y según la datación geológica de los estratos de lava en que se localizaron (si la podemos dar por fiable), se situarían en los 3,7 millones de años. Lo que ocurre es que tales pisadas se atribuyeron a unos australopitecos, pues en aquella remota época no había –supuestamente– más homínidos capaces de realizar tales huellas. Sin embargo, a partir de los huesos de un australopiteco hallado en Sterkfontein (Sudáfrica) a finales del siglo XX por Ron Clark y datado en los mismos 3,7 millones de años, se pudo apreciar que mostraba un pie más bien simiesco, incapaz de realizar tal huella sobre el suelo.

Y en efecto, la paleontología nos quiere hacer creer que los australopitecos tenían un pie muy similar al humano moderno y que caminaban erguidos, pero las pruebas son muy escasas y confusas, y algunos expertos han afirmado que –a partir de meros prejuicios– se han realizado reconstrucciones anatómicas incorrectas y deducciones demasiado atrevidas. Sin ir más lejos, el ejemplar de Australopithecus afarensis (la famosa “Lucy”) fue hallado incompleto, sin sus pies, y sin embargo en las reconstrucciones museísticas se le representa con unos pies sospechosamente humanos, e incluso en la configuración del rostro se han realzado los rasgos humanos (por ejemplo, los ojos) para rebajar el aspecto simiesco.

Sea como fuere, en Laetoli nos encontramos con una criatura humana o humanoide de gran antigüedad que ya caminaba erguida sobre sus extremidades inferiores, siendo ese su medio locomoción habitual. Después ya tendríamos que referirnos a unas pisadas atribuidas a un Homo ergaster (el erectus africano) descubiertas hace diez años en Ileret (Kenya), con una antigüedad de 1,5 millones de años. Dichas huellas serían prácticamente iguales a las que realizamos nosotros, el Homo sapiens. (Por supuesto, tal atribución se basa solamente en las convenciones cronólogicas de la paleontología, como en el caso de Laetoli.)

No obstante, un reciente hallazgo paleontológico podría hacer retroceder el bipedalismo hasta una época todavía más lejana. Me refiero a las 29 huellas que se han descubierto en Trachilos (Creta), que se han atribuido a criaturas humanoides y que se remontan a nada menos que ¡casi 6 millones de años![8], en el periodo geológico denominado Mioceno. En este caso ha ocurrido algo muy similar a lo que se pudo ver en Laetoli: las pisadas tienen un tamaño y aspecto anatómico humano moderno y no pueden ser atribuidas de ninguna manera a un simio. 

Dientes del Graecopithecus
De rebote, este descubrimiento, unido al de otro espécimen, localizado en los Balcanes y bautizado como Graecopithecus freybergi, ha permitido lanzar nuevas especulaciones y teorías sobre la cuna de la Humanidad, con la intención de destronar la clásica teoría “out-of-Africa”, que aún es defendida por la mayoría del  estamento académico. Cabe señalar que precisamente los pocos restos que se han hallado de este nuevo homínido se han datado en unos 7 millones de años, no muy lejos de la cronología de Creta, lo que le hace firme candidato a autor de las huellas cretenses. Además, el estudio de una pieza dental de El Graeco (como se le ha apodado) revela que posiblemente estaba más próximo a los humanos que a los simios. Naturalmente, este hallazgo y las altisonantes declaraciones posteriores han puesto en guardia a los científicos escépticos, que se muestran muy reacios a plantear la existencia de humanos en épocas tan remotas, sobre todo porque ellos necesitan sostener su idea de la transición evolutiva más o menos gradual de un simio cuadrúpedo a un humano (o pre-humano) plenamente bípedo. 

Así pues, algunos rechazan la idea de que El Graeco fuera una criatura humana y prefieren referirse a un simio desconocido hasta la fecha que caminaba erguido, e incluso unos pocos rechazan que se trate realmente de huellas de pisadas. Sea como fuere, los científicos que descubrieron las huellas no encontraron muchas facilidades para publicar sus resultados, sino más bien todo lo contrario, lo cual no me sorprende en absoluto. Y por cierto, muy recientemente se ha confirmado la sustracción in situ de algunas de estas pisadas...

Conclusiones


Cráneo de australopiteco
Por supuesto que el hombre no desciende del mono, y los propios evolucionistas han usado este argumento hasta la saciedad para acallar las mofas de los creacionistas y otros críticos contumaces. Lo correcto, según la teoría darwinista, es afirmar que los monos y los humanos tenemos un antepasado común que vivió hace millones de años. No obstante, aun dando por buena esta afirmación, está claro –como hemos visto a través de las opiniones de los expertos– que dicho antepasado nunca ha sido identificado con certeza, puesto que han ido apareciendo diversos restos de homínidos cuya forma de locomoción es objeto de polémica.

En este contexto, hasta las personas de trayectoria académica irreprochable y más próximas a la ortodoxia, como Yvette Deloison, ya ven la imposibilidad de que un cuadrúpedo “evolucionase” hacia un ser perfectamente bípedo como es el hombre. Además, los hallazgos paleontológicos nos empujan cada vez más a reconocer la existencia de criaturas bípedas en épocas extremadamente antiguas, lo que incomoda a los defensores de una evolución gradual del primate que caminaba sobre nudillos al humano que camina erguido. Claro que los evolucionistas suelen recurrir a sus mágicas mutaciones aleatorias como prueba y aquí cierran la discusión...

En fin, lo que parecía una locura quizá ya no lo sea tanto. Nuestros queridos chimpancés y gorilas actuales podrían ser una derivación (no me atrevo a escribir “involución”) de unos homínidos bípedos que vivieron hace muchos millones de años. Pero, ¿cómo eran tales homínidos? ¿Podemos creer en la fantástica historia de Blavatsky y la degeneración de una raza humana hasta convertirse en primates inferiores? Tal vez los tiros vayan por otro lado, pero da la impresión de que, a pesar de ir acumulando pruebas paleontológicas, los prejuicios y los sesgos –en uno u otro sentido– nos impiden ver el bosque.  

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Por supuesto, dando por buena la teoría de la evolución humana dentro del marco general de la evolución de las especies, según el darwinismo ortodoxo, lo que ya es un acto de fe. En este sentido, gran parte de los argumentos expuestos en este artículo presuponen que hubo algún tipo de evolución.
[2] Blavatsky consideraba que la propuesta de que descendemos de primates era “la teoría más extravagante de todas las épocas”
[3] En concreto, Blavatsky afirmaba que los simios inferiores procedían de la hibridación de un grupo de humanos de la tercera raza, inconscientes y de aspecto simiesco. Por otro lado, los simios antropoides procederían de la unión de humanos poco avanzados de la cuarta raza y los descendientes de la anterior hibridación. Por tanto, los primates tendrían en mayor o menor medida sangre humana, pero no al revés.
[4] Cabe señalar que bastantes expertos ponen en duda que los australopitecos mantuvieran una postura erguida, dando a entender que caminarían principalmente a cuatro patas (sobre los nudillos de la mano) y que todavía tendrían una importante actividad arborícola.
[5] Punto de unión entre el cráneo y la espina dorsal.
[6] Precisamente, de Sarre fue amigo del creador de la criptozoología, el francés Bernard Heuvelmans (fallecido en 2001), que creía firmemente en la existencia de tales seres antropoides.
[7] Es un tejido que separa el cuerpo en dos mitades, la ventral y la dorsal.
[8] La datación se hizo combinando el estudio geológico de las rocas sedimentarias y el análisis de los fósiles de unos microorganismos microscópicos llamados foraminíferos.

5 comentarios:

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Zangolotino

Como ves, es mucho lo que aún nos queda por saber sobre nuestras propias raíces.

Saludos,
X.

Piedra dijo...

Muy interesante el poder conocer posturas diferentes a la ortodoxa pero razonadas y basadas en pruebas o estudios.
Personalmente (y no basado en pruebas ni estudios XD ) creo que hay que sumar un problema extra porque habría que tratar al ser humano como algo diferente al resto de "animales" y que cualquier teoría que no lo haga, terminará simplemente como las actuales.


Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Piedra

Bueno, has tocado un punto muy interesante y que ha sido debatido durante siglos: ¿somos un animal más? ¿o estamos por encima de todos los demás al ser "especiales"? La primera postura es la que defiende el materialismo y el evolucionismo mientras que la segunda ha sido propia de determinadas religiones o creencias.

Yo creo que todos los animales y seres en general son vehículos para la conciencia, y nosotros tenemos un vehículo relativamente bueno, pero como suele pasar en el mundo real, los que fardan de deportivo son unos "fantasmas". Ya nos vendría bien un poco de humildad y reconocer que un pequeño utilitario también te puede dar una gran experiencia. Eso va por mis mascotas...

Saludos,
X.

Ismael dijo...

La superpoblacion humana nos indica que algún parametro biologico esta estropeado..Ya que conocer nuestros orígenes es arto complicado... podríamos verlo al contrario: deducir las causas que nos han traído aquí desde sus consecuencias....obviamente...nuestro comportamiento como especie....existe algún estudio sobre esto? Muchas gracias Xavier.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Ismael

Interesante tu reflexión, para la cual no tengo respuesta. Los orígenes del hombre siguen en la sombra pese a todo, si bien yo creo en el diseño inteligente, aunque no descarto cierta variación o evolución pero no movida por la "selección natural" sino por la conciencia.

En cuanto a la superpoblación, no quiero caer en la trampa eugenésica: hay espacio y recursos para todos. Pero por uno u otro motivo a veces se reduce drásticamente la población: hambrunas, epidemias, guerras... Ahora bien, está claro que aun siendo "animales" no tenemos una conducta "propiamente animal". No se han embrutecido los animales, nos hemos embrutecido nosotros. O algo nos ha hecho embrutecer...

Saludos,
X.