Introducción
A modo de introducción, para
enmarcar toda la controversia, hemos de mencionar los hechos científicos
reconocidos, que inciden en el muy reciente descubrimiento y exploración de las
tierras antárticas. Así, a pesar de que en la era de las grandes exploraciones algunos
navegantes occidentales habían estado cerca de las frías regiones próximas al
círculo polar antártico, nadie había ido mucho más allá de los territorios
continentales conocidos del hemisferio sur (Sudamérica, Sudáfrica, Australia,
Nueva Zelanda, etc.). De hecho, si uno revisa los mapas de principios del siglo
XIX verá que en el círculo polar antártico no hay nada, porque nadie había
estado allí y se suponía que no había más que hielo y agua. No fue hasta 1820
en que una expedición rusa descubrió oficialmente la presencia de un
continente más allá del paralelo 60 Sur.
No obstante, la investigación “a pie” del continente se demoró mucho, y apenas empezó hacia finales del siglo XIX. A este respecto, cabe recordar que el polo sur geográfico no fue alcanzado –por el noruego Amundsen y el británico Scott– hasta una fecha tan reciente como 1911. Tras dos siglos de investigación hoy sabemos que la Antártida es un continente cubierto de hielo –con una capa media de casi 2 kilómetros de grosor– en su práctica totalidad[1], de unos 14 millones de Km2 (bastante más grande que Australia), con un perímetro de costa de casi 18.000 Km. y con un clima extremadamente frío que mantiene una escasa vida vegetal y animal. Los estudios de tipo geográfico, geológico y biológico tomaron fuerza a mediados del siglo pasado y todavía perduran en forma de varias misiones científicas estables de diversos países.
No obstante, la investigación “a pie” del continente se demoró mucho, y apenas empezó hacia finales del siglo XIX. A este respecto, cabe recordar que el polo sur geográfico no fue alcanzado –por el noruego Amundsen y el británico Scott– hasta una fecha tan reciente como 1911. Tras dos siglos de investigación hoy sabemos que la Antártida es un continente cubierto de hielo –con una capa media de casi 2 kilómetros de grosor– en su práctica totalidad[1], de unos 14 millones de Km2 (bastante más grande que Australia), con un perímetro de costa de casi 18.000 Km. y con un clima extremadamente frío que mantiene una escasa vida vegetal y animal. Los estudios de tipo geográfico, geológico y biológico tomaron fuerza a mediados del siglo pasado y todavía perduran en forma de varias misiones científicas estables de diversos países.
Paisaje helado de la región este de la Antártida (Bahía Moubray y Monte Herschel) |
Sin embargo, es pertinente citar
ahora que desde tiempos de la Grecia clásica, existía el concepto de una cierta
Terra Australis. Esta idea –según defiende el paradigma científico
imperante– se sustentaba en una propuesta dudosamente científica, que se podía
remontar a Aristóteles y Eratóstenes, sobre la existencia de una gran porción
de tierra en el Polo Sur del planeta para compensar o equilibrar el conjunto de
masas terrestres, o sea, para conformar una especie de “simetría geográfica
global”. A partir de esta mera suposición, el famoso geógrafo Claudio Ptolomeo
(s. II d. C.) había incluido en sus mapas una gran masa continental de forma
indeterminada –dibujada a gusto del cartógrafo– para representar esa Tierra
Austral. Esta costumbre pervivió en el Mundo Antiguo y en algunos mapas
posteriores de la Edad Media y la Edad Moderna[2],
pero sin ningún atisbo de fiabilidad científica, pues se daba por hecho que
ninguna civilización antigua había sido capaz de llegar a tales latitudes y
comprobar “si había algo allí”. Por lo tanto, cualquier aparición sobre un mapa
de la Tierra Austral, incluso en fechas tan tardías como el siglo XVIII, no
tendría ninguna validez geográfica; sería una pura invención gráfica de los
cartógrafos para representar algo que ellos sólo podían suponer que existía.
El mapa de Piri Reis
Y aquí es donde empieza la
controversia propuesta por la historia alternativa para desafiar al dogma
académico. Así, es obligado mencionar las investigaciones de los años 50 y 60 a
cargo de un selecto grupo de expertos en cartografía que se fijó en las
peculiaridades del famoso mapa del almirante turco Piri Reis hallado en el
palacio de Topkapi en 1929. Dicho mapa, dibujado sobre piel de gacela en 1513,
era en realidad una compilación de otros muchos mapas que Piri juntó y redujo a
una misma escala y proyección. Por desgracia, el mapa está incompleto pues
parece que se prolongaba por el norte y por el este, pero esas partes se
perdieron. Sea como fuere, para estos cartógrafos el mapa era excepcional por
varias razones, entre las cuales cabe destacar:
- Que entre las más de 20 fuentes[3] citadas por Piri Reis se encontraban hasta ocho mapamundis de la época de Alejandro Magno (siglo IV a. C.), siendo una importante porción del mapa (la occidental) referida a las tierras del Nuevo Mundo.
- Que la distancia fijada entre Europa y América fuese tan precisa para su época, y que los errores de posición fuesen pequeños, lo que en términos de latitud era bastante explicable, pero no así en la longitud, que sólo se pudo determinar con precisión a partir del siglo XVIII.
- Que ciertas descripciones de la geografía americana resultaban notablemente avanzadas para aquellas fechas, puesto que el continente se había descubierto hacía apenas 20 años. No obstante, resultaba chocante la presencia de bastantes errores de bulto en algunas partes del continente, en particular en la zona del Caribe, que había sido la primera región explorada por Colón.
- Que el sistema de proyección, incluidas las coordenadas geográficas, no parecía ser el habitual de su época, sino que más bien tenía el aspecto de una moderna proyección aérea a partir de un punto situado al norte de Egipto, alrededor del paralelo 30º N.
- Que en la parte más al Sur de América, un territorio inexplorado por entonces, se veían representados unos inciertos contornos costeros que acababan torciendo hacia el este, y que eran de difícil correspondencia con la costa sudamericana. Esto es, a partir de cierto punto (Cabo Frío, Brasil) hacia el sur, el mapa perdía toda fidelidad con la costa real, hasta eliminar prácticamente todo el territorio hasta el extremo sur de Argentina[4]. Lo que parecía evidente es que ningún explorador de esa época había ido más allá del punto mencionado.
Mapa de Piri Reis |
Y aquí es cuando llegaron las sorpresas al comprobar que el mapa de Piri Reis mostraba de forma aproximada no el contorno costero actual de la Antártida sino la topografía subglacial de una parte de la Antártida, en particular de la región llamada Tierra de la Reina Maud. Todo esto era una gran herejía científica básicamente por dos motivos: 1) porque en época de Piri Reis nadie sabía de la existencia de la Antártida; y 2) porque nadie habría podido cartografiar unas costas antárticas libres de hielo, teniendo en cuenta la datación de 4000 a. C.
Con todo, podríamos decir que la
tesis sobre el mapa parcial de la Antártida de Piri Reis se aguanta con pinzas
y contiene muchas incógnitas que pueden inducir a error o tergiversación. De
todas formas, es bueno recordar que Piri Reis refirió sus fuentes en el mismo
mapa, y si los navegantes y cartógrafos de su época (Colón incluido) no eran
los responsables de ciertas porciones del mapa, por fuerza debían ser fuentes
más antiguas, lo que deja el problema en el limbo al tratarse de América. Sin
embargo, Hapgood halló muchos otros documentos –datados en el Renacimiento– que
ya daban más que pensar y que reafirmaban la teoría de que hace miles de años
una civilización desconocida tenía un amplio conocimiento de los mares y las
tierras del planeta y que incluso pudo cartografiar la Antártida. Así pues, trataremos
aquí de cinco de esos mapas, cuatro del siglo XVI y otro del XVIII.
Los otros mapas anómalos
Mapamundi de Franco Rosselli |
Luego tenemos el mapamundi de
otro cartógrafo turco, Hadji Ahmed, datado en 1559, que resulta admirable por
lo avanzado de la representación de América, en particular de las costas del
Pacífico, que no habían sido exploradas aún con detalle en aquella época.
Además, la forma de Norteamérica es casi perfecta y muestra una precisión más
propia del siglo XVIII que del XVI. En dicho mapa se muestra una Tierra Austral
de grandes proporciones donde hoy está la Antártida, si bien completamente
fuera de escala y con unas formas poco realistas. Aparte de esto, el mapa llama
la atención por representar unidos el continente euroasiático y el americano
por una franja de tierra donde hoy está el estrecho de Bering. De nuevo
encontramos aquí una geografía propia de hace muchos miles de años, cuando
dicho estrecho era practicable, al estar cubierto por hielos.
El siguiente mapa de ese siglo
corresponde al geógrafo y cartógrafo de origen flamenco Mercator (Gerhard
Kremer), y forma parte de sus Atlas de 1538 y 1569 (edición mejorada),
fruto de una ardua recopilación de muchos trabajos de su época y del Mundo
Antiguo. Cabe recordar que Mercator no fue un cualquiera; es considerado el
padre de la cartografía moderna, por su riguroso y exhaustivo trabajo y por la
creación de un sistema de proyección (cilíndrica tangente al Ecuador) que es la
base de la cartografía moderna. Pues bien, en su Atlas Mercator empleaba unas
longitudes bastantes precisas para su época y mostraba otra Tierra Austral –de
nuevo desproporcionada– pero en este caso separada del extremo sur de América,
bastante más perfilada y con algunas regiones que se podían identificar
aproximadamente con puntos concretos de la geografía antártica, incluyendo ríos
y montañas.
Atlas de Mercator |
En efecto, según Hapgood,
aceptando y adaptando las discrepancias observables en longitud y latitud, se
reconocían sobre el mapa de Mercator varios cabos, islas, bahías, glaciares,
mares y penínsulas. En su opinión, Mercator había dispuesto de un mapa completo
de la Antártida, extraído de fuentes antiguas, aunque ciertamente había
cometido graves errores en su representación sobre el mapamundi. ¿Y todo esto
era fruto de la imaginación?
Así llegamos al mapamundi más
significativo del siglo XVI en la cuestión de la Tierra Austral: se trata del
mapa del francés Oronce Finé (en versión latina, Oronteus Finaeus), anterior al
recién citado, pues está datado en 1531. De hecho, Mercator se había inspirado
en gran medida en este mapa para confeccionar su particular Antártida. Lo cierto
es que el mapa de Finé es asombroso, pues apenas 20 años después de la confusa
y parcial representación que vemos en el trabajo de Piri Reis, nos muestra una
Tierra Austral perfectamente formada y detallada. Este mapa sitúa en el Polo
Sur una masa continental de gran tamaño, ilustrada con montañas y ríos y con el
nombre de Terra Australis y –según texto en latín– “recientemente
descubierta pero aún no plenamente conocida”. Lógicamente debemos pensar que
esta frase era una mera licencia poética, pues nadie la había “descubierto” en
el siglo XVI ni mucho menos la había explorado.
Mapamundi de Oronteus Finaeus |
No obstante, al igual que sucedía
en los otros mapas ya citados, Oronce Finé se había equivocado bastante en la
proyección y escala al mezclar –a juicio de Hapgood– diversas fuentes
originales, y había presentado una Antártida mucho más grande que la real, al
confundir posiblemente los paralelos más cercanos al Polo Sur. En suma, pese al
error general en la proporción, Hapgood apreciaba que los aparentes fallos en
la descripción del continente se corregían bastante al adaptar el trazado de
Finé a una proyección moderna y al recurrir al entonces novedoso mapa de la
Antártida subglacial, obtenido por las prospecciones científicas in situ, en
particular las del Año Geofísico Internacional (1958). Nuevamente volvemos al
punto clave: Si Finé simplemente quería representar una Tierra Austral
ficticia, ¿por qué tantas semejanzas con la Antártida real (o mejor dicho, la
que podía verse hace miles de años)?
La Antártida en el mapa de P. Buache |
En este caso, Hapgood reconoce que este mapa también
contenía errores, como la deficiente orientación de la Antártida con relación a
las otras masas continentales, pero admite que las formas representadas se
corresponden aproximadamente con la topografía subglacial del continente.
Obviamente, podríamos especular una vez más con que Buache recurrió a fuentes
antiguas y desconocidas que no han llegado hasta nosotros. Sea como fuere, no
parece que ningún navegante de su época pudiera haberle facilitado tales datos
para componer su Tierra Austral.
La respuesta de la ortodoxia
Hasta aquí hemos expuesto grosso
modo lo que serían los argumentos de la arqueología alternativa –basados
principalmente en el trabajo de Hapgood– sobre estos mapas, y reconozco que
hace unos 10 años, cuando me familiaricé con estas teorías heterodoxas, me
parecieron bastante convincentes y provocadores. Sin embargo, no sería riguroso
ni justo quedarnos con esta visión sin tener un contrapeso crítico, pues el
paradigma ejerce el derecho y el deber de defenderse y de oponerse a las supuestas
anomalías. Así pues, como ya hice en mi libro La historia imperfecta,
creo que es conveniente comparar y contrastar las propuestas y los datos de unos y
otros, para fijar los puntos esenciales de la polémica y ofrecer a los lectores
algunos elementos de juicio para poder extraer las oportunas conclusiones.
Así, en cuanto al tema específico
de la Antártida y los mapas propuestos por Hapgood y sus seguidores (Hancock,
Flem-Ath, etc.), los oficialistas suelen recurrir generalmente a unos mismos
razonamientos técnicos –históricos, arqueológicos, cartográficos y geológicos–
y hacen también hincapié en la falta de profesionalidad y rigor de los
“alternativos”, así como en su relación con diversas teorías extravagantes
(la Atlántida, los antiguos astronautas, etc.), que siempre es una buena manera
de desacreditar a todo científico o autor heterodoxo.
Barco del Antiguo Egipto |
En definitiva, la ciencia del Mundo Antiguo, sin ser
despreciable, no tenía aún los rudimentos precisos para producir mapas de buena
calidad. Asimismo, tampoco sería posible cartografiar el planeta entero dadas
las limitaciones (“aislamiento”) de cada civilización, y por eso los mapamundis
primitivos tendían a ser un compendio de observaciones parciales más bien
pobres y de ejercicios de imaginación. Y por supuesto, para los académicos es
impensable hablar de una civilización desconocida antediluviana y menos aún con
capacidad de navegar por todos los océanos...
Mapa actual de la Antártida (cubierta de hielos) |
En el caso concreto del mapa de
Piri Reis, los escépticos y defensores del paradigma han alegado que –en
efecto– dicho mapa es admirable y muy bueno para su época, pero que contiene
errores, incoherencias e imprecisiones importantes propias de la cartografía
del siglo XVI. En cuanto a la misteriosa región que se extiende de forma
irregular al sur de Brasil y que se atribuye en parte a la Antártida, se aduce
que los “herejes” han forzado el parecido entre los perfiles costeros y que en
modo alguno se puede considerar una descripción parcial de la Antártida y menos
aún libre de hielos. Posiblemente se trataría de territorios de Brasil y
Argentina mal representados, pues resulta evidente que en 1513 la exploración
costera de Sudamérica estaba en pañales, y los trazos de Piri Reis serían más
bien el resultado de casar una cartografía todavía muy pobre de la zona con
meras conjeturas, más el posible añadido de la mítica Terra Australis.
Por lo demás, los escépticos han descartado que el mapa contenga rasgos muy
avanzados como la aplicación de una proyección
aérea con centro en Egipto.
En cambio, en los mapas de Finé y
Buache, la Tierra Austral sí está perfectamente delimitada y situada sobre el Polo Sur, e incluso algún crítico reconoce que puede tener una muy vaga
semejanza con la actual Antártida. No obstante, se vuelve a incidir en que son
dibujos imaginarios, cuya fiabilidad es nula. Los críticos a Hapgood señalan
que para hacer casar tales representaciones con la Antártida real se tuvieron
que hacer tramposos juegos de manos con las orientaciones, proporciones y
situaciones de la masa continental cartografiada. Aparte, se insiste en que –a
pesar de los modernos estudios del subsuelo subglacial antártico– no hay forma
de conocer con seguridad cómo era el perfil del continente hace miles de años,
ya que los expertos afirman que el actual perfil subglacial no tiene porqué
corresponderse con el perfil del continente cuando estaba libre de hielos[9],
y por lo tanto Hapgood estaba trabajando con meras especulaciones.
El geólogo y militante escéptico
Paul Heinrich realizó hace unos años un análisis de todos estos mapas y
–tomando como referencia los trabajos del reputado geofísico David Drewry sobre
la Antártida subglacial– llegó a la conclusión que Hapgood y sus acólitos
habían tergiversado los datos geológicos y geográficos para mostrar algunas
similitudes significativas, pero en su opinión los antiguos mapas de Finé y
Buache no representan la Antártida ni en su configuración actual ni cuando
estaba libre de hielos (parcial o totalmente). De todos modos, Heinrich recurre
al trabajo de un científico llamado Paul Lunde para explicar –sólo como mera
hipótesis– la presencia de ese extraño continente en el Polo Sur: sería una
vaga representación de Australia realizada por un navegante portugués[10]
a inicios del siglo XVI.
Representaciones de la Antártida: 1. Mercator / 2. Finé / 3. Buache / 4. Mapa subglacial actual |
Otro escéptico frente a la
pseudociencia y la “mala arqueología” en general es el arqueólogo británico
Keith Fitzpatrick-Matthews, que alega que Hapgood –al abordar el mapa de Finé–
se vio forzado a desplazar el Polo Sur, a rotar la representación unos 20º y a
redimensionar el territorio dibujado, que aparecía un 230% más grande que su
tamaño real, aparte de ignorar las claras discrepancias en varias regiones
antárticas. Y sobre el mapa de Buache[11],
Fitzpatrick-Matthews señala que el geógrafo francés no se basó en “mapas
antiguos” sino en los viajes por los mares del Sur del holandés Abel Tasman
(del siglo XVII) y de su compatriota Jean-Baptiste Charles Bouvet de Lozier
(del s. XVIII), si bien su trabajo contenía claros elementos especulativos que
iban más allá de las observaciones geográficas reales, tal y como se reconoce
en el propio texto que acompaña a su famoso mapa de las tierras antárticas de
1739.
Ciertamente, Buache mencionó en su carta la presencia de
grandes icebergs avistados por Bouvet en latitudes antárticas y a partir de
aquí –según el científico británico– construyó su Tierra Austral helada en base
a meras conjeturas, incluyendo un mar glacial entre las dos masas de tierra
antártica, que sería el supuesto origen de los icebergs observados.
Fitzpatrick-Matthews insiste pues en que Buache era en realidad un geógrafo
teórico, que cometió errores por la falta de datos fidedignos (por ejemplo, en
la representación de Nueva Zelanda) y que dibujó su particular Tierra Austral
como una simple hipótesis de trabajo.
Consideraciones finales
Una vez vistas ambas posiciones,
pasaremos a enunciar una serie de consideraciones sobre los argumentos
expuestos, teniendo en cuenta que nadie puede aspirar a poseer una verdad
total en este asunto, porque es mucha información la que falta,
mientras que otra es opinable u objeto de polémica.
En primer lugar, no podemos ignorar el peso de la
casuística anómala. Leyendo la obra de Charles Hapgood, que abarca más
mapas y más regiones del planeta, se aprecia que existieron desde épocas
antiguas algunos mapas que aparentemente estaban más avanzados a su época o
mostraban cosas “que no deberían estar ahí”, como por ejemplo islas o tierras
de una época glacial. Incluso se ven marcadas diferencias de calidad en la
representación de latitudes y longitudes u otras características. Por ejemplo,
el famoso portulano de Dulcert (1339) del Mediterráneo es todo un prodigio para
los pobres antecedentes de su época, con unas longitudes casi perfectas en
4.800 kilómetros de territorio (de este a oeste), y por ello fue copiado y
recopiado como modelo. Podríamos decir que la excepción no hace la regla, pero
son bastantes las excepciones a tener en cuenta, y no siempre podemos recurrir
a la excusa de que los cartógrafos se equivocaron o imaginaron cosas.
Ahora bien, resulta problemático
referirse a unos supuestos mapas muy antiguos como origen de tales anomalías. Ya vimos que Piri Reis mencionaba
como fuentes algunos mapas del tiempo de Alejandro Magno, pero dichos mapas
desaparecieron en la noche de los tiempos. De hecho, podemos suponer que la
gran mayoría de mapas originales de la Antigüedad no ha llegado hasta nosotros
y no habrá forma de recuperarlos; tal vez muchos de ellos se perdieron en los
incendios de famosas bibliotecas, como la de Alejandría o la de Cartago. Que
los cartógrafos medievales o de la Edad Moderna recurrieran a mapas muy
antiguos –y muy avanzados– no conocidos para completar sus propios mapas es una
mera especulación sin base documental, y más aun si dichos mapas deben
atribuirse a una civilización desaparecida.
Bajorrelieve de un barco fenicio |
En tercer lugar, dando por buena la propuesta anterior,
podríamos llegar a admitir que las civilizaciones antiguas fueron capaces de
cruzar los océanos y trazar algunos mapas de ámbito global, pero alcanzar las
latitudes antárticas son palabras mayores, por las distancias a recorrer, por
los problemas de navegación, y por las duras condiciones climáticas. No es
imposible, pero sí muy forzado, y además una cosa sería un breve contacto
esporádico o fortuito y otra una exploración en toda regla que permitiera
realizar un mapa completo de la Antártida. Por supuesto, el asunto se complica
más si ponemos por medio a una civilización perdida (por lo menos anterior a
una fecha tan lejana como 4.000 a. C., si Hapgood tuviera razón en cuanto a la
topografía subglacial antártica). ¿De dónde salió esa gente? ¿De qué naves e
instrumentos disponían? ¿Pudieron navegar por todo el planeta y cartografiarlo
con más precisión que las civilizaciones posteriores, cuando se supone que la
Humanidad estaba aún en un estadio primitivo, en plena prehistoria?
Portulano medieval (Mediterráneo y Europa) |
Concluyendo, la visión heterodoxa de Hapgood contiene sin
duda muchas conjeturas y apreciaciones discutibles, pero se debe reconocer que
las explicaciones ortodoxas se mueven en el mismo terreno especulativo. En todo
caso, la propuesta de Hapgood suscita muchas preguntas incómodas o al menos no
fáciles de responder. Así, podría ser que muchos mapas de hace siglos fueran
fruto de una exhaustiva exploración y descripción geográfica, pero los estudios
alternativos nos revelan que posiblemente hay “algo más”, tal vez la sombra de
una ciencia muy avanzada observable en determinados rasgos. No obstante, ello
nos empuja a un callejón sin salida, porque –como reconocía Hapgood– los
navegantes medievales no eran capaces de realizar mapas precisos y los mapas
del Mundo Clásico (de la época de Claudio Ptolomeo), pese a su inequívoca
voluntad científica, tenían enormes lagunas[13].
En este sentido, la representación de la Antártida –aunque sea de forma
grosera– es toda una incógnita y entiendo que el paradigma se resista a ceder
un palmo en este tema, pues si en vez de una imaginaria Terra Australis,
los antiguos tenían conocimiento de un gran continente real en el Polo
Sur (y ya no digamos si fue descrito cuando estaba libre de hielos), entonces
muchas cosas deberían replantearse en cuanto al origen de la civilización.
© Xavier Bartlett 2018
Nota:
Intencionadamente, para no extenderme y desviarme del tema central, he dejado
aparte la teoría defendida principalmente por Rand Flem-Ath sobre la
identificación entre la mítica Atlántida y la Antártida. De hecho, Hapgood ya
había sugerido que la Antártida pudo haber estado originalmente en latitudes
más templadas, en medio del Atlántico, y que por efecto de un súbito
desplazamiento de la corteza terrestre habría ido a parar al Polo Sur, quedando
en su actual estado cubierta de hielos. Es una hipótesis interesante, y no
exenta de polémica, pero merece otro artículo específico.
Fuente imágenes: Wikimedia Commons / Fingerprints of the Gods
[1] Durante el
verano queda una zona liberada de hielos de unos 280.000 km2.
[2] El fin de la
creencia en la Terra Australis se situaría a mediados del siglo XVIII,
cuando las exploraciones del capitán Cook por los mares del Sur descartaron la
presencia de ningún continente en las latitudes donde se suponía que debía
estar.
[3] La mayoría
de ellas eran antiguos mapas disponibles en la Biblioteca imperial de
Constantinopla, posiblemente copias de otros documentos más antiguos aún, y que
no han llegado hasta nosotros. En cambio, otras fuentes eran bastante modernas,
fruto de las exploraciones de españoles y portugueses, en África y América
principalmente.
[4] Charles Hapgood
estimó que en el mapa de Piri Reis se habían esfumado unos 1.440 kilómetros de costa “real”, y que en
su lugar se habían colocado trozos de otros mapas parciales, a modo de
compilación forzosa.
[5] Autor del
imprescindible libro Maps of the ancient sea kings (“Los mapas de los
antiguos reyes del mar”), de 1966.
[6] Se trataba
básicamente de las investigaciones a cargo de un equipo anglo-sueco-noruego,
que realizó un perfil sísmico de la Antártida.
[7] Los análisis
geológicos y radiométricos llevados a cabo en esa zona determinaron que los
ríos preexistentes depositaron sedimentos en el mar de Ross por lo menos hasta
hace unos 6.000 años.
[8] A este
respecto, todos los expertos coinciden en que fue imposible calcular con
precisión las longitudes hasta el siglo XVIII, gracias al invento del
cronómetro.
[9] Este hecho
se basa en el efecto del llamado “rebote isostático”. Si desapareciera de golpe
el hielo, el nivel de los mares ascendería súbitamente cubriendo la actual
línea costera, pero el citado rebote isostático haría que el continente
“rebotara” y parte de las tierras emergiesen hasta una gran altura.
[10] Con toda
seguridad, se refiere al mapa de Jorge Reinel, también citado por Hapgood.
[11] Según
Fitzpatrick-Matthews, en realidad deberíamos hablar de dos mapas o versiones de
Buache, pues existe otra edición en la que la Tierra Austral aparece como una
sola masa continental, no separada en dos grandes islas por un mar central.
[12] Expedición
a cargo del faraón egipcio Necao II y que fue mencionada por Heródoto. Ahora
bien, no hay confirmación histórica o arqueológica de que completaran todo el
recorrido. Se supone que los primeros en realizar tal hazaña fueron los
navegantes portugueses a finales del siglo XV.
[13] Basta
comparar el portulano de Dulcert con el mapa del Mediterráneo de Ptolomeo para
ver que el segundo está a años-luz del primero, y de ningún modo pudo ser la
fuente o inspiración de éste.
4 comentarios:
Espectacular entrada. He adquirido recientemente un libro muy interesante "El atlas fantasma" una recopilación de cartografias de siglos pasados, míticas, erróneas, ficticias...imposibles para su época. Creo que te interesaría bastante, si no lo conoces ya. Enhorabuena por tu blog, que sigo desde hace tiempo.
Un saludo
Gracias Vlad por el comentario y por seguir mi blog
No conozco el libro que mencionas, pero debe estar en la línea del de Hapgood, que es todo un clásico que ha sido citado por muchos autores posteriores.
Saludos,
X.
Hola buenas interesante articulo, veo que subyace de manera indirecta el tema de la hipotetica ubicación de la Atlantida de haber existido, en la Antartida.yo lo veo como una hipotesis más como las muchas que hay circulando en el mundo alternativo, por cierto el otro día vi el documental del National Geographic, Atlantis Rising en castellano, donde salia Georgeos Díaz Montexano de asesor, me parecio bastante interesante y rebelador. Y para terminar Robert
Schoch hizo una interpretanción diferente del mapa de Piri Reis.
Un saludo
Apreciado José Luis
Muchas gracias por el comentario. Quizá en su momento escriba un artículo sobre la identificación de la Antártida con la Atlántida (como propuesieron Flem-Ath o Hancock); es un tema aparte que merece un tratamiento especial, y que presenta todavía más incógnitas y dudas que el tema de los mapas.
Sobre Diaz-Montexano, conozco un poco su trabajo y él mismo hizo extensos comentarios sobre mi artículo de la Atlántida en la Península Ibérica. Su postura es más bien "purista", muy apegada a la literalidad de Platón y en eso se distancia tanto de los académicos como de muchos alternativos. Para mí, su tesis tiene lagunas y elementos muy interpretables, pero respeto su dedicación y rigor.
Saludos,
X.
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