domingo, 22 de mayo de 2016

La arqueología como espectáculo


Como es ya sobradamente sabido, la arqueología académica suele acusar a los investigadores alternativos de pervertir la arqueología y la historia con todo tipo de propuestas “atrevidas” y contenidos pseudocientíficos, con el inconfesado objetivo de crear expectación y hacer negocio mediante la venta de libros o la realización de documentales. En definitiva, los estamentos oficiales consideran que esa arqueología alternativa no se atiene a criterios de rigor y objetividad y que lo único que pretende es proporcionar un mero espectáculo o entretenimiento de cultura popular.

Sin embargo, si observamos imparcialmente cómo “se vende” muchas veces la arqueología científica a la sociedad, veremos que el factor espectáculo está bien presente en la difusión de numerosos hallazgos o investigaciones, y muy especialmente cuando se trata de grandes civilizaciones antiguas. Así, no es raro encontrar muchos productos culturales de elaborada factura que exponen un contenido más o menos realzado, pues de otro modo la arqueología real podría resultar quizás demasiado aburrida e ininteligible para el ciudadano medio. Del mismo modo, muchos medios de comunicación que transmiten información sobre arqueología han de recurrir a un planteamiento de grandes titulares y noticias impactantes, añadiendo toda clase de ingredientes estimulantes para despertar el interés del público. Y aun así, no nos engañemos, en la mayoría de casos son informaciones muy secundarias que no ocupan espacios preferentes ni tienen gran extensión.

Trabajo de campo no muy espectacular
Y, en efecto, hay que reconocer que la práctica arqueológica en general no es, ni de lejos, como en las películas del famoso Indiana Jones. Un servidor de ustedes participó en su día en varias excavaciones arqueológicas –básicamente de poblados ibéricos[1] y villas romanas– y ya les puedo adelantar que no había ostentosas estructuras, ni tesoros, ni piezas excepcionales, ni procelosas trampas, ni tumbas secretas ni otros tópicos al uso. La práctica arqueológica sobre el terreno suele ser una tarea polvorienta, dura y metódica, realizada principalmente a base de pico y pala, sacando tierra y cribándola para localizar pequeños objetos. Y luego está el apasionante trabajo de registro de los restos, dibujo de estructuras y artefactos, limpieza, marcado y restauración de objetos, etc. Y en cuanto a los hallazgos, lo que vi más habitualmente fue un montón de fragmentos de cerámica, huesos, unos pocos utensilios metálicos y muy excepcionalmente alguna moneda o artefacto destacable. Reconozco, en fin, que tales yacimientos estaban a menudo bastante deteriorados y tampoco presentaban muestras de una gran riqueza o esplendor, pero incluso en otros lugares más “llamativos” como yacimientos egipcios, mayas, mesopotámicos o chinos, la mayoría del trabajo arqueológico no constituye ningún espectáculo, porque no suelen aparecer cosas muy impactantes o novedosas, sino restos comunes que complementan un saber ya establecido y acumulado después de 200 años de ciencia arqueológica.

Lo que sí es cierto es que en los inicios de la arqueología se creó un aura de romanticismo y fascinación ante el descubrimiento de unos restos más o menos imponentes de unas culturas y civilizaciones que eran prácticamente desconocidas para las sociedades occidentales y que empezaban a ser recuperadas del olvido milenario a golpe de pico y –a veces– de explosivos. A este respecto, permítanme la inmodestia de que me cite a mí mismo:

“A lo largo del siglo XIX fue apareciendo una raza de arqueólogos, medio eruditos medio aventureros, que buscaron estos mundos del pasado con una innegable inclinación por la ruinas monumentales. En sus expediciones existía un fuerte componente romántico que empujaba a los arqueólogos entre el fetichismo por el objeto y el rescate de una historia perdida. [...] Es la época de Mariette, de Schliemann, de Petrie, de Evans y tantos otros. Son en parte herederos de Lord Elgin, el expoliador de la Acrópolis de Atenas en 1812, y en parte herederos de la tradición científica que inició la Description de l’Egypte. [...] Ciertamente, y a pesar de las corrientes racionalistas y positivistas del siglo, la arqueología continuó siendo considerada la ciencia romántica por excelencia hasta bien entrado el siglo XX.”[2]


Howard Carter examinando el sarcófago del faraón
De este modo, se consolidó el clásico estereotipo de la actividad arqueológica, repleta de palacios, tesoros, poderosos reyes, extrañas inscripciones, tumbas selladas, momias, maldiciones, etc. que llenó la imaginación del público y que tuvo su culminación con el hallazgo de la tumba de Tutankhamon en 1922 a cargo de Howard Carter. La espectacularidad de esta tumba real –la única prácticamente intacta excavada hasta la fecha– provocó ríos de tinta en la prensa mundial, que se vieron aumentados ante la sucesiva muerte de muchos protagonistas de la investigación, lo que hizo aflorar historias de antiguas maldiciones faraónicas, hecho que lógicamente atrajo todavía más la atención de los lectores[3]. Obviamente, la arqueología siguió su curso y se fueron acumulando nuevos conocimientos y resultados, pero para la mayoría de las personas lo que quedó grabado en el subconsciente fue la imagen de una arqueología fantástica y espectacular, que fue reforzada apenas hace unas pocas décadas por la saga cinematográfica de Indiana Jones, que volvió a incidir en los mismos y viejos tópicos de aventura y misterio.

Y así llegamos a finales del siglo XX y principios de este XXI, una época sin descubrimientos realmente impactantes, aparte de algunos hallazgos paleontológicos sobre la evolución humana que tienden a ser muy sobredimensionados. Así pues, cualquier detalle sobresaliente en la investigación arqueológica que pueda atraer la atención del público es aprovechado para presentar un atractivo producto cultural o una noticia llamativa que combine la divulgación científica con cierto grado de entretenimiento. Lo que ya sería objeto de discusión es dilucidar si esa difusión pública no sucumbe a veces al mero espectáculo y al sensacionalismo en perjuicio del rigor científico, de una forma no muy diferente de lo que supuestamente hace la llamada arqueología alternativa. Recordemos, por ejemplo, cuando el otrora mandamás de la arqueología egipcia, Zahi Hawass, patrocinó la exclusiva de un espacio televisivo de una cadena temática para descubrir –en riguroso directo mundial– qué había detrás de las puertas halladas por Rudolf Gantembrink en los conductos de la Gran Pirámide, en los años 90 del pasado siglo[4]. ¿Qué parte había en todo ello de ciencia y qué parte de simple venta de misterio e intriga?

Z. Hawass charlando con tres famosos autores alternativos: West, Bauval y Hancock

Sin duda, estas son las noticias que movilizan masivamente a la prensa generalista y que crean una gran expectación, la cual a menudo tiene su origen en el propio ego del descubridor, pues es lógico que los arqueólogos no quieran quedarse atrás con respecto de los colegas de otras disciplinas que anuncian espectaculares adelantos en medicina, biología, física, etc. En consecuencia, se crea una dinámica de “investigación orientada a grandes resultados”, que es la que en definitiva proporciona fama, reconocimiento, recursos, subvenciones, etc., pero que también bordea peligrosamente el riesgo de la precipitación y el error. Y en este contexto, y aun aceptando que los medios no desean tergiversar o exagerar el contenido conscientemente, siempre está presente la necesidad de vender grandes (y vistosas) novedades que susciten el interés del público. De este modo, en más de una ocasión se lanzan noticias espectaculares que se sitúan en las fronteras del paradigma imperante[5], con el ánimo de romper moldes y revolucionar un poco el panorama científico.

Ahora bien, dado que los medios no suelen tener elementos de criterio para sopesar adecuadamente la validez de lo que están transmitiendo, es factible que caigan en la trampa del espectáculo y de los grandes titulares, debido a la propia dinámica de inmediatez en la que viven, y más aún teniendo en cuenta que la mesura y la contención venden más bien poco. Lo que acaba ocurriendo en bastantes ocasiones es que, pasado un cierto tiempo, las expectativas creadas se reducen considerablemente o incluso se llega a desmontar completamente la propuesta inicial, y en tales circunstancias la honestidad científica queda retratada, si bien esto ya no suele ser objeto de noticia en los medios. Dicho de otro modo, el impacto mediático queda claramente por encima del rigor teórico y metodológico o el debate científico en curso. Por poner tres ejemplos de esto ocurridos en los últimos tiempos, podríamos citar el descubrimiento de la tumba de Alejandro Magno, la localización de la mítica Atlántida y la identificación de un nuevo homínido con características plenamente humanas.

El primer caso, de apenas hace unos pocos años, se centra en el descubrimiento de una majestuosa tumba en Amfípolis, al norte de Grecia, que enseguida fue candidata a ser la tumba de Alejandro (cuyo emplazamiento exacto es objeto de polémica desde hace siglos). Acto seguido, los medios promocionaron este enclave y le concedieron la máxima atención, aun cuando no había confirmación de que realmente fuera la tumba del gran gobernante macedonio. Más recientemente se ha comprobado que, en efecto, no se trata de la tumba de Alejandro, sino muy probablemente de Hefestión, uno de sus generales e íntimo amigo[6]. Pero entretanto, la expectación y difusión han sido máximas, con el beneplácito de las autoridades griegas, e incluso se ha llegado a crear para el yacimiento una web oficial y una página de Facebook. Por cierto, en los años 90, la arqueóloga griega Liana Souvaltzi, anunció a bombo y platillo que había localizado al fin la tumba de Alejandro en el oasis de Siwa (Egipto) pero luego resultó ser un monumento de época romana...

Paisaje del Parque de Doñana (Andalucía)
El segundo caso es un documental realizado por la popular y prestigiosa National Geographic Society, en el que el arqueólogo judeo-norteamericano Richard Freund (especialista en historia judía pero no clásica) argumentaba que había encontrado claros indicios de que la Atlántida estaba situada al suroeste de la Península Ibérica, más concretamente en el Parque de Doñana. Lo que ocurre es que el documental, presentado en 2011 bajo el sugestivo título de Finding Atlantis (“Hallando la Atlántida”), estaba plagado de especulaciones, medias verdades y algunos errores históricos y metodológicos. No obstante, el contendido venía acompañado de vistosas recreaciones y mediciones sobre el terreno, todo ello con la intención de dar una pátina científica a un mero entretenimiento televisivo sustentado en la fascinación por el mito atlántico. Por otra parte, como detalle de malas prácticas, cabe reseñar que Freund había tomado casi todo el material del documental de las investigaciones previas del autor Georgeos Díaz-Montexano, el cual ni siquiera fue citado en los créditos.

El último caso es el reciente hallazgo de unos huesos de homínidos en Sudáfrica a cargo del equipo del profesor Lee Berger, que se apresuró a proclamar a los cuatro vientos que había encontrado un nuevo homínido, extremadamente antiguo (2,5-2,8 millones de años) y que parecía tener un comportamiento funerario. Este es el famoso Homo naledi, al cual dediqué ya un artículo. Lo que sucedió después del revuelo y del espectáculo mediático es que surgieron muchos expertos que dijeron que no había prueba de que se tratara de un nuevo homínido, sino que podía ser un Homo erectus o una variante de éste, y lo que es más significativo, que no había forma de datar los esqueletos hallados, lo cual hacía que la antiquísima datación aportada por Berger –elaborada a partir de meras comparaciones anatómicas– fuera poco menos que humo. De hecho, este punto no es poco importante, pues las revistas científicas normalmente descartan la publicación de un artículo de paleontología que no contenga una datación de los restos basada en sólidas pruebas.

Sin embargo, estas no serían más que meras anécdotas en comparación con otros episodios más lamentables, en los que –en aras de vender una buena historia– se traspasan ciertos límites de la práctica profesional y de las responsabilidades culturales y políticas. En este sentido, me gustaría exponer como colofón otro caso acaecido en Egipto, en el cual se pueden apreciar ciertas formas de proceder que dejan bastante que desear desde el punto de vista científico, político e incluso periodístico[7]. Así, volviendo al entorno icónico de Tutankhamon, recientemente se ha desatado una polémica en el mundo académico que parecería más propia de guionistas de ficciones de enredo.

Busto de la reina Nefertiti
La historia arrancó a mediados del pasado año 2015 cuando el arqueólogo británico Nicholas Reeves proclamó, después de haber efectuado ciertas prospecciones en la tumba de Tutankhamon, que estaba convencido de que debían existir cámaras ocultas tras las paredes ya conocidas y estudiadas hasta la saciedad desde hace casi un siglo, y que muy posiblemente la estancia mayor podría ser nada menos que la tumba de la famosísima reina Nefertiti, madrastra de Tutankhamon e inmortalizada en un no menos famoso busto expuesto en el Museo de Berlín. Además, había otro aliciente: los egiptólogos mantenían la especulación de que la misma Nefertiti habría sido antecesora en el trono del joven Tutankhamon, pues las antiguas fuentes egipcias mencionaban a un oscuro personaje llamado Neferneferuatón, que habría sido –junto a Smenkhare– el sucesor efímero de Akhenatón, pero que nunca había sido propiamente identificado[8].

Sea como fuere, al Dr. Mamdouh Eldamaty, ministro de Antigüedades egipcio, le faltó tiempo para amplificar la noticia en una rueda de prensa realizada el mes de noviembre. Allí anunció que “había un 90% de posibilidades de que realmente hubiera tal cámara escondida”, si bien no quería especular aún sobre la validez de la teoría de Reeves, no al menos hasta que hubiera una certeza del 100% y se procediera a investigar la zona en cuestión, teniendo además en cuenta que podría tratarse de otros personajes reales femeninos como Kiya o Ankhsenamon[9]. Con todo, Eldamaty, ante los medios de comunicación, no pudo eludir la épica del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, haciendo inevitables comparaciones sobre la tremenda importancia de lo que podría haber en esos espacios aún desconocidos, augurando el “descubrimiento del siglo”. Y finalmente, para avanzar en la investigación, ese mismo mes de noviembre el japonés Hirokatsu Watanabe, reconocido especialista en prospección por radar, concluyó que sus escáneres confirmaban la presencia de unas claras anomalías, lo que podría traducirse en una cámara tras las paredes pintadas de jeroglíficos.

Pero, a pesar de que se habían despertado ya unas altísimas expectativas, no todo el mundo estaba tan seguro de que excavar allí fuese lo más adecuado para la conservación de los restos... suponiendo que los hubiera. Así, se dio una cierta controversia entre la Dra. Salima Ikram (de la Universidad Americana de el Cairo) y el arqueólogo Michael Jones (del Centro de Investigación Americano en Egipto). La primera demostraba un gran entusiasmo por los posibles hallazgos y declaraba en palabras textuales: “¡Todos los egiptólogos actualmente vivos nos perdimos lo de Tutankhamon, así pues nosotros queremos nuestro propio Tutankhamon! Queremos estar ahí, experimentarlo, estamos tremendamente emocionados y esperando que [la tumba] contenga tanto como sea posible.” Por otro lado, Ikram alegaba que era preciso excavar la cámara lo antes posible en previsión de pudieran producirse expolios, lo que supondría la pérdida de unos valiosos objetos que irían a parar al mercado ilegal de antigüedades. Jones, en cambio, no tenía tan claro cómo se debía proceder en este caso y apostaba por la prudencia, dado el riesgo de deteriorar materiales orgánicos y metálicos.

Vista tridimensional de la tumba de Tutankhamon
No obstante, a inicios de este año, el espectáculo sobre la volátil tumba de Nefertiti dio un giro inesperado cuando algunos expertos denunciaron que todo el asunto no era más que un bluff sin fundamento científico y que las autoridades egipcias estaban haciendo lo imposible para tapar o negar la verdadera realidad científica de este asunto (o sea, para evitar el ridículo). La causa de este coup de théâtre fue la intervención de la National Geographic Society, que se presentó allí para realizar unas pruebas con radar de alta penetración en el terreno (GPR) de la más avanzada tecnología, posiblemente con la intención de explotar un magnífico material para un documental. Pero, una vez efectuados los nuevos escáneres, y para disgusto de muchos, los resultados fueron completamente negativos. Así, el ingeniero Eric Berkenpas tomó in situ los datos, que luego fueron analizados en EE UU por el geofísico Dean Goodman, el cual no comentó los resultados –por un acuerdo de confidencialidad con la NGS– pero sí confirmó que no se habían localizado estancias (espacios huecos) tras las paredes[10]. Además, para concluir el sainete, también surgieron opiniones críticas acerca de la intervención técnica de Watanabe, que –pese a ser un veterano investigador– mantiene una conducta científica bastante atípica, pues nunca comparte con nadie los datos básicos de sus mediciones. Por otro lado, el propio Watanabe reconoce que él ha personalizado sus equipos de tal modo que sólo él puede interpretar los resultados... algo que contradice directamente los criterios más elementales de la experimentación científica.

Y a todo esto, Eldamaty fue apartado de su cargo en marzo... con rumores de agrias disputas políticas sobre la postura del ministerio de Antigüedades en todo el embrollo. En cualquier caso, el ministerio no dio más explicaciones ni tampoco las dio N. Reeves, el investigador que había lanzado las campanas al vuelo. (Aun así, se especula con la posibilidad de que en próximas fechas el ministerio encargue la realización de nuevos escáneres para “cerrar” la controversia.)

En suma, en cuestión de pocos meses se han dado noticias altisonantes, ruedas de prensa, expectativas enormes, ansias por excavar a toda costa, ganas de colgarse una medalla científica o política... y al final, claras intenciones de echar tierra sobre el asunto. En otras palabras, un perfecto ejemplo de globo desinflado que venía de la mano del “fenómeno Tutankhamon”, que aún hoy en día sigue causando admiración.

Tsoukalos, el paladín de los aliens
Y visto lo visto, uno se podría preguntar si todos estos espectáculos montados alrededor de la arqueología convencional, con la participación –voluntaria o involuntaria– de científicos, políticos y periodistas, no son una manera de contrarrestar la creciente moda de la arqueología alternativa, tan omnipresente en Internet pero también en la televisión con documentales del tipo “Ancient Aliens” y similares en los que aparecen los máximos exponentes de la investigación alternativa pero también ocasionalmente algún arqueólogo de carrera... aunque sólo sea para refutar a los herejes.

De todos modos, según he comprobado, todavía existe un importante porcentaje de profesionales académicos a los que no les gusta este tipo de espectáculos porque creen que perjudica la imagen de la arqueología científica que se hace sobre el terreno y se enseña en la aulas. Por ese motivo más bien reniegan de las actitudes de ciertos divos de la arqueología, al estilo del defenestrado Hawass, porque a la larga acaban por crear perplejidad o desconfianza entre el público aficionado a la arqueología. Y dicho sea de paso, una notable figura alternativa de corte más bien austero y riguroso como Robert Bauval también ha renunciado a participar en según qué documentales al darse cuenta de que lo que se trataba era de montar un circo y atraer a la audiencia con propuestas delirantes sin pies ni cabeza... pero muy sugerentes.

© Xavier Bartlett 2016






[1] Pertenecientes a la Edad del Hierro en la Península ibérica, especialmente en el litoral mediterráneo y la actual Andalucía, con una cronología aproximada de entre los siglos VII a. C. y II a. C.

[2] BARTLETT, X. “L’arqueologia romàntica: ciència i fascinació”. Universitas n.º 2-3. Barcelona, 1988. (traducido del catalán)

[3] Véase mi artículo al respecto en este mismo blog.

[4] Por cierto, la exploración de las puertas con minirobots y microcámaras se transformó en un sonoro chasco, pues tras los primeros bloques había otros bloques que taponaban el conducto de idéntica forma.

[5] Téngase en cuenta, no obstante, que aquello que va más allá o contradice los postulados del paradigma no es objeto de espectáculo ni de simple noticia. Sencillamente es ignorado, ocultado o minimizado.

[6] De todos modos, los huesos hallados en la cámara sepulcral no han arrojado ninguna certeza, pues se encontraron restos óseos de una mujer madura, de dos hombres, de un bebé e incluso de animales.

[7] El lector puede hallar la información original (en inglés) en: http://www.newhistorian.com/latest-scan-tuts-tomb-totally-contradicts-previous-one/6483/

[8] Según otras fuentes consultadas, tanto Smenkhare como Neferneferuatón habrían sido en realidad corregentes del faraón al final del reinado de Akhenatón, sin que esté claro el orden en que se habría producido esa corregencia.

[9] Madre y hermanastra, respectivamente, del joven faraón.


[10] Lawrence Conyers, profesor de Antropología de la Universidad de Denver y reputado especialista en el uso de esta moderna técnica de radar, sustentó la validez, correcta metodología y exhaustividad de las pruebas realizadas y corroboró que no había ninguna indicación de un espacio vacío tras las paredes.

jueves, 12 de mayo de 2016

El despropósito de los “vehículos modernos” de Abydos


En mi libro “La historia imperfecta” ya dediqué un extenso capítulo al polémico tema de los llamados ooparts[1], que ha sido unos de los principales arietes empleados por los investigadores alternativos para arremeter contra el actual paradigma en historia y arqueología. Y lo cierto, según apuntaba en mis reflexiones, es que, con el tiempo, el tema –en vez de esclarecerse– parece haber sucumbido al más puro maniqueísmo, con dos extremos muy marcados: por un lado, la negación y el rechazo completo por parte del estamento académico y, por otro, la aceptación prácticamente incondicional de los autores y seguidores de la arqueología alternativa. Pero la realidad no es ni blanca ni negra, pues en muchos casos no es posible emitir un veredicto claro y definitivo sobre la naturaleza del objeto, ello por no hablar de los errores, confusiones o los simples fraudes.

Sea como fuere, tras el somero estudio de algunos de los ooparts más famosos (por lo menos en los libros del género y en Internet) llegué a la conclusión de que hay un cierto porcentaje de artefactos que podría tener una explicación razonable dentro del paradigma, otro significativo porcentaje que ofrece múltiples dudas y finalmente un grupo que parece eludir cualquier explicación lógica y que constituye genuinamente la categoría de ooparts auténticos: objetos que aparentemente están fuera de su contexto espacio-temporal, cultural, tecnológico... a falta de nuevas pruebas que puedan arrojar luz sobre su origen.

El controvertido fragmento con "vehículos modernos"
No obstante, por desgracia, y en aras del puro espectáculo o sensacionalismo, algunos autores han ido sacando a la palestra algunas “rarezas” del pasado y las han vendido al gran público como fantásticos ooparts. El resultado es que tales casos han corrido como la pólvora por el ciberespacio, donde suele haber poca crítica, contraste y ponderación, y sí mucho impacto, “humo” y difusión masiva. Entre estas rarezas que han hecho correr ríos de tinta y bytes destacaría sin duda los asombrosos vehículos o artefactos modernos que pueden verse en un friso de la primera sala hipóstila del templo de Seti I en Abydos (Egipto). Me estoy refiriendo, claro está, a la archiconocida imagen de unos objetos bautizados como “el helicóptero, el tanque y el submarino” (o avión, según otros)[2]. Y aunque el templo ya había sido descubierto y excavado a mediados del siglo XIX, nadie apreció nada raro hasta que en 1992 los autores europeos Peter Krassa y Reinhard Habeck[3] llamaron la atención sobre esas extrañas figuras, otorgándoles una  audaz interpretación totalmente ajena al contexto convencional del Antiguo Egipto.

Vamos pues a analizar este rimbombante y misterioso oopart, sobre el cual se han planteado varias hipótesis, a cuál más osada: ¿Disponían de tales vehículos los antiguos egipcios? ¿O simplemente estaban profetizando en piedra los adelantos tecnológicos del futuro? ¿O más bien estamos ante una muestra de tecnología extraterrestre dejada aquí por los dioses (léase astronautas de otros mundos)?

Vayamos por partes. Reconozco que la primera vez que contemplé tal imagen me quedé sorprendido por las aparentes formas “modernas” de los tres objetos, muy especialmente el “helicóptero”, que tenía una silueta muy similar a los helicópteros de combate[4]. Pero para ser sinceros, el llamado “tanque” es una aproximación mucho más libre a algo que recuerda vagamente a un carro de combate, con un cuerpo macizo y una breve plataforma superior o torre con cañón incluido. Por último, el tercer artefacto ya requiere de una gran dosis de imaginación para interpretarlo coherentemente. Se presenta como una forma más o menos ovoide con un timón o aleta posterior y con un claro perfil aerodinámico (o hidrodinámico), lo que ha sugerido que podría tratarse de un submarino o de una nave voladora, e incluso –rizando el rizo– podría relacionarse con algún tipo de ovni, según las clásicas tipologías de estos objetos[5].

Por lo tanto, el primer problema ya lo tenemos en la propia interpretación subjetiva que presentan estos objetos, ya que nuestros ojos contemporáneos nos hacen ver determinados artefactos modernos en unas formas difusas, lo que constituye un obvio prejuicio cognitivo. Si fuésemos realmente justos (y aún bastante generosos), sólo el perfil del helicóptero, con su cabina, rotor, palas, fuselaje y cola tendría un parecido razonable con un vehículo del mundo actual, mientras que los otros dos objetos son figuras más abiertas a otras lecturas de carácter más o menos técnico.

Templo de Seti I en Abydos
En cualquier caso, echando mano de una razonable dosis de escepticismo, me resistí a creer que los antiguos egipcios (estamos hablando de un templo del Imperio Nuevo, de la época de Seti I concretamente) se dedicaran a representar tales objetos en un templo, teniendo en cuenta que en ningún otra inscripción egipcia se había encontrado nada parecido. Uno está dispuesto a creer en un Egipto alternativo y oculto pero no a que le tomen el pelo con cosas que no cuadran por ningún sitio. Así, llegué rápidamente a la explicación dada por el arqueólogo y egiptólogo español Nacho Ares (nada sospechoso de estar cerrado a visiones heterodoxas), según la cual las extrañas formas observadas por Krassa y Habeck respondían al deterioro de unos jeroglíficos que tenían más de 3.000 años de antigüedad. Concretamente, Ares se refería a la superposición de dos textos de épocas distintas, que habían resultado mezclados al deteriorarse la capa superior, dando lugar a una peculiar distorsión de unos signos jeroglíficos bien conocidos por los egiptólogos.

Hasta ahí todo bien, y me resultó una explicación creíble y posible, sin necesidad incluso de aplicar la famosa “navaja de Occam”. Sin embargo, siempre me había quedado la duda del fundamento de esa argumentación técnica. Porque no sería la primera vez ni la segunda que el mundo académico recurre a una fácil y rápida exposición científica que desprestigia sin más la visión alternativa sin aportar datos concluyentes. De esto puedo dar fe tras haber estudiado  ciertos ooparts, que han sido despachados de mala manera por la ciencia ortodoxa con argumentos espurios, superficiales o que no vienen a cuento.

Afortunadamente, a efectos de cerrar cualquier atisbo de duda, he podido dar con una sólida explicación en clave egiptológica ofrecida por el atlantólogo hispano-cubano Georgeos Díaz-Montexano en un artículo titulado Los modernos artefactos de guerra del templo de Abydos: ¿profecías del futuro o un error de interpretación?, disponible en su sitio web (www.GeorgeosDiazMontexano.com). Este documento, ya publicado en 1995, deja bien a las claras que el resultado final que cualquier turista puede apreciar en el interior del templo no es más que un capricho del destino, al quedar expuestas partes de dos inscripciones distintas en un mismo espacio. Pero centrémonos ya en las razones expuestas por Díaz-Montexano.

En primer lugar, hay que resaltar que el templo de Abydos fue obra del faraón Seti I (el que primero mandó grabar o pintar las inscripciones), pero que luego su propio hijo Rameses (o Ramsés) II se “apropió” de esta construcción e hizo escribir su nombre sobre otras inscripciones previas, y esto es lo que ocurre específicamente en este caso.

Díaz-Montexano observó con agudeza que las figuras en cuestión no habían sido objeto de una manipulación o fraude moderno[6], sino que estaban así desde los tiempos faraónicos, y al contemplar la totalidad del friso –¡no sólo aquel fragmento!–  pudo apreciar que en efecto se daba allí la conjunción de dos inscripciones perfectamente legibles. Así, en un examen detallado pudo reconocer que se había superpuesto una inscripción de Rameses II sobre otra de su padre Seti (porque normalmente lo más nuevo debe estar por encima de lo más viejo). Esta práctica fue una costumbre habitual en Egipto, y tenía como fin borrar u oscurecer el nombre de los gobernantes anteriores, ya fuera para apoderarse de sus logros o para eliminar completamente su memoria por motivos políticos o de otra índole[7].

Estatua colosal de Rameses II
Así pues, el gran faraón Rameses, célebre por sus hazañas bélicas y por su esplendor monumental, no tuvo demasiados escrúpulos en usurpar la autoría del templo a su padre (o compartirlo, en el mejor de los casos) y colocar toda su titulación oficial por encima de la inscripción paterna. La propia egiptología ya sabía de este proceder; en palabras del egregio egiptólogo Sir Wallis Bugde: “...Rameses se dedicó a reparar los templos de Egipto y se preocupó de que su nombre figurara en una posición prominente en cada edificio que tocaba, Usurpó los monumentos de manera vergonzosa, y como resultado de sus restauraciones, han desaparecido, en muchos casos, completamente los nombres de sus fundadores...”

De este modo, con sus conocimientos de la lengua jeroglífica, Díaz-Montexano pudo dar con la clave del enredo, o sea, lo que no se suele explicar porque puede parecer demasiado técnico o culto para el público no versado en egiptología. Pero precisamente considero que –a pesar de esa dificultad (yo mismo desconozco el lenguaje y la escritura jeroglífica, aparte de unas nociones muy elementales)– es de justicia explicar las cosas tal como son para arrojar luz en un sentido u otro. Creo que esta es la posición científica correcta, ya que sin investigación, ni razonamientos ni pruebas, nos movemos en la penumbra y la incertidumbre, y esto debe aplicarse a todas las partes por igual en la controversia de los ooparts.

Cito pues la exposición del autor hispano-cubano sobre la porción de texto en que se produce la superposición:

“La misma comienza con el último subtítulo o subnombre que suele suceder al tercer nombre del rey HORNEBU, “Horus dorado “, y termina con el inicio del cuarto nombre de rey NESUT BITY, “Rey del Alto y Bajo Egipto”, compuesto por un tallo de “caña” y una “abeja “, ambos sobre un “montículo de tierra” o “tarta”. Ambos textos (el de Seti I y el de Ramsés II) fueron escritos de derecha a izquierda. El texto original puede reconstruirse como MAK IEPET - WAFU JASUT, “Protector del Templo (¿Abydos?) y Opresor de las Naciones” (nueve naciones), y el texto superpuesto se corresponde con el subtítulo DER PESEDYET PEDYUT, “Opresor de los Nueve Arcos (nombre tradicional dado a los países vecinos de Egipto) o de las Naciones del Mundo”.

De esta manera, el “tanque de guerra” es producto del jeroglífico fonético de la mano d de la palabra der (“opresor”) que ha quedado superpuesto sobre el jeroglífico que reproduce los sonidos iem o m y que se asemeja a un “cincel” o “cepillo” de carpintero visto de perfil. Éste reproduce el primer sonido del vocablo mâk (protector).

El supuesto “avión” no es más que el resultado de la superposición del jeroglífico de la boca r de la misma palabra der sobre los jeroglíficos fonéticos del brazo con la palma de la mano extendida hacia arriba â y la vasija k de la palabra mâk.

Y el “helicóptero”, sin duda un sorprendente efecto producido por la superposición del jeroglífico del arco (Pedyet) sobre los jeroglíficos del brazo con una vara en la mano (determinativo o taxograma de “fuerza” o “esfuerzo”), parte del brazo con la palma extendida â y la parte correspondiente a la cabeza y el lomo del “polluelo” w, que juntos conforman el nexograma wa, iniciales de la palabra wafu, que al igual que der, significa “sojuzgar”, “dominar”.[8]
Para ilustrar y apreciar mejor esta secuencia mezclada, adjunto a continuación dos gráficos procedentes del citado artículo en los cuales se evidencia que se trata de dos textos distintos que se montaron posteriormente al deteriorarse la capa superior. En el primero de ellos (fig. 1) podemos ver a la derecha el texto original de Seti, con su titulación correspondiente: Protector del Templo y Sojuzgador de las Nueve Nacionesentretanto, a la izquierda, se representa la titulación de Rameses: Opresor de los Nueve Arcos (o Naciones). 

figura 1
En la segunda imagen (fig. 2), tenemos una representación del resultado de la fusión accidental de ambas inscripciones. A la izquierda se muestra cómo se pueden ver en la actualidad e in situ los signos jeroglíficos en aquella parte del friso y a la derecha cómo se verían íntegramente sin ningún tipo de mutilación o deterioro. 

figura 2
Dicho todo esto, entiendo que esta estéril polémica debería estar ya superada y que algunos furibundos alternativos deberían bajarse del burro y reconocer el peso de los argumentos y las pruebas. Por tanto, no tiene ningún sentido seguir incidiendo en este auténtico despropósito, que –al mostrar tan crudamente su ignorancia, salida de tono y falta de criterio– mancha la buena imagen de muchos otros esfuerzos heterodoxos que tratan de dignificar la investigación en el campo de la arqueología alternativa.

El Osireion de Abydos
Quien esto escribe considera que ya es hora de situar la cuestión de los ooparts en un ámbito serio y riguroso, pero sin prejuicios ni fronteras. Lo cierto es que existen otros ooparts muy singulares en Egipto e incluso contemplo la posibilidad de que la propia escritura jeroglífica tal vez no haya sido correctamente interpretada. Pero nada de esto tiene que ver con supuestos helicópteros ni tanques. Y, por cierto, vale la pena mencionar que, puestos a ver ooparts, allá mismo, al lado del templo de Seti I, se erige el llamado Osireion, una obra atribuida a Seti por pura proximidad, pero que no contiene ningún jeroglífico, está construida en un estilo completamente distinto (con grandes bloques megalíticos de granito) y está varios metros por debajo del nivel del templo de Seti, lo que indica una mayor antigüedad.

A este respecto, es muy significativa la opinión del investigador alternativo Robert Bauval (de una entrevista concedida a la revista Dogmacero, en 2013):

“No hay duda de que es un monumento muy diferente a los que solemos encontrar en el Antiguo Egipto. [...] Por ejemplo, el templo de Seti I, justo al lado del Osireion, está repleto de relieves y jeroglíficos, mientras que el Osireion no tiene ni una sola inscripción, y además está construido con bloques gigantescos de granito, muy similares a los utilizados en Guiza, en especial en el Templo del Valle de Khafre. Se ha sugerido en los últimos tiempos que el Osireion podría pertenecer también a la IV dinastía, pero en mi opinión todos estos monumentos serían de una fase anterior a esta dinastía. Sabemos que en la IV Dinastía el uso de los jeroglíficos estaba extendido, como podemos ver en otros monumentos de Guiza (por ejemplo, en mastabas). ¿Por qué entonces estas construcciones carecen de jeroglíficos? [...] Además, existe un elemento curioso acerca del Templo del Osireion: el templo de Seti I, que está justo al lado, está mucho más elevado, al nivel del suelo actual. Esto se debe a la acumulación de sedimentos del río Nilo, que produjo una progresiva elevación del terreno. En cambio, el nivel del suelo original del Osireion se presenta varios metros por debajo, como también observamos en yacimientos como Nabta Playa. Por lo tanto estamos hablando de una fase muy anterior en la historia, de milenios o por lo menos siglos. Todas estas cuestiones deben ser abordadas sin el sesgo que los egiptólogos han vertido sobre estas construcciones, fijando una cronología basada en los monumentos cercanos, aun cuando no tienen nada que ver el uno con el otro. Cualquier ingeniero o arquitecto que vaya a este lugar, sin influencia alguna de la Egiptología, y vea estos dos monumentos, concluirá que corresponden a dos tipos de construcción, de ideología y de época muy diferentes.”
En fin, mucho me temo que tanto egiptólogos académicos como algunos fantasiosos autores alternativos están errando completamente el tiro a la diana. Más bien da la impresión de que los secretos o misterios aún no revelados del pasado más remoto tienen muy poco que ver con las versiones estereotipadas de la Antigüedad o con la visión distorsionada de nuestro mundo moderno, y así nuestros ojos nos seguirán engañando hasta que no aprendamos a percibir o imaginar otras realidades.

© Xavier Bartlett 2016 

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y artículo de G. Díaz-Montexano


[1] Contracción de la expresión anglosajona “out of place artefacts”, o sea artefactos fuera de lugar (o de tiempo, para ser más precisos).

[2] Para añadir más confusión al asunto, en un libro sobre misterios del pasado (titulado “Enigmas de la humanidad”) se afirma que existe un cuarto objeto moderno, un “buque cañonero” (sic), pero pese a mis ímprobos esfuerzos no he podido identificar tal buque en el controvertido fragmento.

[3] Ambos investigadores son muy conocidos por haber popularizado como ooparts las famosas “bombillas de Dendera” (también en Egipto) o por haber estudiado las misteriosas pirámides chinas, sugiriendo que podrían ser de origen extraterrestre.

[4] Algunos expertos incluso se aventuraban a relacionar esta figura con los helicópteros de tipo Apache empleados por los norteamericanos.

[5] Para más detalle de las figuras, véase el breve vídeo de Nacho Ares realizado en templo de Abydos, disponible en: http://www.nachoares.com/dentro_piramide/el-templo-de-abydos/

[6] Al principio, muchos escépticos simplemente afirmaron que las imágenes presentadas habían sido retocadas o falsificadas, hasta que la final se tuvo que reconocer que no había existido ningún fraude físico, sino una interpretación fuera de lugar.

[7] Esta práctica se llama palimpsesto y también fue utilizada en otras civilizaciones antiguas. Incluso en nuestra época contemporánea se sigue borrando, rescribiendo o modificando inscripciones y monumentos por razones ideológicas.  


[8] Díaz-Montexano, G. Los modernos artefactos de guerra del templo de Abydos: ¿profecías del futuro o un error de interpretación. (páginas 2-3). 
Del sitio web: www.GeorgeosDiazMontexano.com.

domingo, 1 de mayo de 2016

Graham Hancock y el antiguo cataclismo global


Graham Hancock (crédito: Santha Faiia)
Desde sus inicios como investigador de la llamada historia alternativa, el escocés Graham Hancock ha insistido repetidamente en un tema principal: la existencia de una gran civilización desaparecida mucho antes de la llegada de los “tiempos históricos”. Para Hancock nunca ha cabido duda de que tal civilización habría dejado un rastro o legado que fue retomado al menos parcialmente por las primeras civilizaciones conocidas. Esta visión ya era compartida por otros autores, pero el mérito de Hancock no sólo ha sido mostrarnos esas “huellas de los dioses” (Fingerprints of the Gods, el título de su primer best-seller en 1995, obra de culto del género) sino que también ha buscado con ahínco el evento o causa que –de forma dramática y relativamente súbita– puso fin a ese mundo de alta sabiduría y mayor espiritualidad, lo que en muchas tradiciones se ha conocido como la “Edad de Oro”. En  Fingerprints ya lanzó la hipótesis de un evento cósmico catastrófico, pero ha sido en su más reciente obra, Magicians of the Gods (2015), en la que Hancock ha podido aportar un sólido cuerpo de pruebas que explican el desastre a partir del impacto de un cometa contra nuestro planeta a finales de la última Edad del Hielo.
 
Así pues, Graham Hancock nos habla ahora de un gran cataclismo global que vino de las estrellas y que destruyó toda una civilización, forzándola a renacer de sus cenizas a través de sus pocos supervivientes (los “magos de los dioses”), a lo largo de varios milenios. Dado el interés de esta propuesta en el marco de la arqueología alternativa, he traducido la siguiente entrevista concedida por Hancock a David Thrussell, de la revista New Dawn, en la cual explica sus razones y expone su pensamiento, apuntando a lo que sucedió hace 12.000 años bien podría suceder en nuestra moderna era, acabando con la civilización actual, lo que de algún modo podríamos relacionar con las visiones catastrofistas del cosmos y la naturaleza[1].

 

Entrevista a Graham Hancock 


David Thrussell: Desde la distancia parece, Graham, que usted ha tenido lo que podría describirse como una vida ideal, viajando por lugares exóticos e interesantes, y explorando las fronteras de la historia y el conocimiento. ¿Hay contratiempos, desilusiones o frustraciones en su trabajo?

Graham Hancock: Me siento feliz de haber tenido en esta vida la oportunidad de explorar y pasar cierto tiempo en tantos increíbles, misteriosos y profundamente conmovedores enclaves antiguos, en todo el mundo. Ha sido un gran privilegio tener la oportunidad de hacer esto, y no tengo ninguna queja. Estoy agradecido por mi vida. Tengo mucha libertad y de hecho he trabajado fuera de casa desde los 29 años, que es cuando decidí que no podía trabajar ya en una gran organización, y me independicé. Durante mucho tiempo estuve completamente sin blanca. Finalmente empecé a ganarme la vida. Pero no tengo ninguna queja. Creo que he sido muy afortunado y estoy agradecido por la vida que he tenido la oportunidad de llevar.

DT: ¿Cuánto tiempo ha estado trabajando en su nuevo libro [Magicians of the Gods]?

GH: Bueno, en cierto sentido, 25 años. Como proyecto específico, tres años y medio; pero este libro se basa en mis intereses e investigaciones en este campo, que se remontan a finales de la década de los 80.

DT: Ahora, si tuviese que adelantarnos una sola prueba, la más convincente, que apoye su teoría, ¿cuál sería y por qué?

GH: Bueno, es más complicado que eso. Este no es un problema que pueda resolverse con una bala mágica; es un problema que requiere la coordinación de pruebas de muchas fuentes diferentes. Le ofrecería tres pruebas que en cierto sentido están entrelazadas, y una de ellas, realmente importante, es algo que tenemos ahora, pero que no tenía cuando escribí Las huellas de los dioses en 1995. Es efectivamente una pistola humeante[2], a nivel mundial: la prueba científica de un cataclismo global hace entre 13.000 y 12.000 años. Esa fue esencialmente la hipótesis que presenté en Las huellas de los dioses: que se había producido un cataclismo global hace entre 13.000 y 12.000 años, el cual había aniquilado una civilización avanzada, y luego especulaba sobre las muchas posibles causas de ese cataclismo, principalmente el cambio de los polos y el desplazamiento de la corteza terrestre.

Lo que ha sucedido desde 1995, y en particular desde 2007, es que un grupo de científicos han presentado ante la comunidad científica –muy poco de esto todavía se ha filtrado a la opinión pública– la evidencia absolutamente convincente de que la Tierra sufrió una serie de impactos a partir de fragmentos de un cometa gigante, y estos impactos ocurrieron hace 12.800 años, cuando varios fragmentos golpearon la capa de hielo de América del Norte, causando inundaciones globales y un radical cambio climático. Esto sucedió de nuevo hace 11.600 años, cuando más fragmentos del mismo cometa salieron de su órbita e impactaron en un océano –casi con toda seguridad el Pacífico– levantando una enorme columna de vapor de agua en la atmósfera superior y causando un calentamiento global muy repentino. Así pues, el intervalo entre esos dos períodos, los 1.200 años entre hace 12.800 años y 11.600 años, es un episodio de cataclismo global casi sin precedentes, junto con la extinción masiva de especies animales, los grandes mamíferos: el mamut, el rinoceronte lanudo, etc. Y este es el evento que yo creo que nos hizo perder toda una civilización de la prehistoria que previamente no constaba en los registros arqueológicos.

Vista de un recinto de Göbekli Tepe
Ahora, vamos a coordinar esto con los últimos descubrimientos de la arqueología. Recuerde que una de las dos fechas de ese cataclismo fue hace 11.600 años. Este fue un evento sostenido que implicó dos bombardeos separados de fragmentos de un cometa. En ambas ocasiones se dio un aumento masivo del nivel del mar y se desató un cataclismo global. La primera ocasión (hace 12.800 años) y la segunda ocasión (hace 11.600 años), también fueron acompañadas por una inundación global y un aumento masivo del nivel del mar. Por lo tanto es llamativo que el yacimiento arqueológico del sureste de Turquía conocido como Göbekli Tepe –que significa “colina panzuda” en idioma turco– fuera creado hace 11.600 años por personas que ya sabían cómo trabajar con megalitos gigantes. Göbekli Tepe es una anomalía, porque es 7.000 años más antiguo que otros yacimientos megalíticos de todo el mundo, y sin embargo demuestra técnicas avanzadas de trabajo y corte de la piedra, organización del trabajo, planificación, diseño del lugar y alineamientos estelares. Este no es el trabajo de un grupo de cazadores-recolectores que se despertó una mañana y se sintió repentinamente inspirado para crear la primera arquitectura megalítica del mundo. En mi opinión, lo que estamos viendo es una transferencia de tecnología, el conocimiento aportado por los supervivientes de la civilización perdida, que incluía el conocimiento de cómo crear estructuras megalíticas a gran escala, y exactamente en el mismo momento hace 11.600 años tenemos esta aparición repentina e inexplicable de un sofisticado yacimiento megalítico en el sureste de Turquía.

También tenemos la difusión y penetración de la agricultura exactamente en la misma región, mientras que anteriormente los habitantes habían sido completamente cazadores-recolectores. Lo vuelvo a decir, lo que estamos viendo es una transferencia de tecnología, la huella de los supervivientes de una civilización que se perdió en los eventos catastróficos ocurridos hace entre 12.800 y 11.600 años.

Y menciono un tercer punto, el mito secular de la Atlántida, que en realidad no es tan viejo porque la versión que ha llegado hasta nosotros –la única versión que ha llegado hasta nosotros– está en las obras del filósofo griego Platón. Platón dijo que llegó a la historia del sumergimiento y destrucción de la civilización avanzada de la Atlántida a través de su antepasado Solón, el legislador griego que visitó Egipto en el año 600 a. C., al cual los sacerdotes egipcios explicaron la historia de la Atlántida. Y ellos le dijeron que la Atlántida había sido destruida y sumergida, habiendo incurrido en la ira de los dioses, 9.000 años antes de la época de Solón. Sabemos que Solón estuvo en Egipto alrededor del 600 a. C.; por lo tanto, están hablando del 9.600 a. C. en nuestro calendario, o sea hace 11.600 años, que es la fecha precisa de la aparición de estas técnicas hasta ahora ignoradas de arquitectura megalítica y de agricultura en la región del sureste de Turquía.

DT: El cataclismo de que está hablando lo hemos tenido realmente delante de la cara, ¿no es así?

GH: Lo hemos tenido ahí en la cara, pero no culpo a los historiadores y arqueólogos por no haberse familiarizado con él antes, dado que los principales científicos en este campo han estado recopilando y presentando pruebas de lo que ahora se conoce como el cometa del Dryas Reciente sólo durante los últimos siete u ocho años. Es un descubrimiento muy reciente y la razón por la que es un descubrimiento reciente es que los principales efectos de este cometa de hace 12.800 años estaban situados en la capa de hielo de América del Norte. Esto era todavía la Edad de Hielo. América del Norte, hasta tan al sur como Nueva York, estaba cubierta de hielo –una capa de 3,2 kilómetros de espesor– y al menos cuatro fragmentos del cometa golpearon la capa de hielo. Sin embargo, no dejaron cráteres prominentes en el suelo porque los cráteres estaban en el mismo hielo y el gran calor y energía cinética del cometa fundieron ese hielo, por lo que los cráteres fueron transitorios y lo que tenemos es el efecto del choque en el suelo subyacente. Recientemente, se ha encontrado una serie de cráteres: el tipo de cráteres que quedaría cuando un objeto golpease una capa de hielo de 3,2 kilómetros de espesor y transfiriese su impacto a la roca subyacente.

Mucho más importante es el conjunto de pruebas aportado por el equipo científico del Dryas Reciente (más de 30 científicos están trabajando en el cometa del Dryas Reciente). Esas pruebas se basan en lo que llamo “indicadores de impacto”. Cuando tienes un objeto que llega a 96 ó 112 mil kilómetros por hora, y ese objeto mide uno o dos kilómetros de diámetro, tiene una cantidad increíble de energía cinética, y así estamos buscando un poder explosivo comparable a todo el arsenal nuclear del planeta Tierra, tomado de una vez y en uno solo de estos objetos. Y hay ciertos resultados muy reconocibles de esto. Uno de ellos es el vidrio fundido. Tienes un calor liberado por encima del punto de ebullición del cuarzo, temperaturas por encima de los 2.200 grados centígrados. Esto produce un vidrio fundido que es indistinguible de la masa fundida de vidrio que encontramos como subproducto de las explosiones nucleares. También obtenemos micro-esférulas de carbono y unos nano-diamantes muy distintivos que son causados por el choque y el calor. Estos nano-diamantes sólo son visibles bajo el microscopio, y se combinan con el vidrio en fusión, las micro-esférulas de carbón y otras pruebas en todo el mundo. Son pruebas convincentes de un gigantesco impacto cósmico hace 12.800 años.

Y, por cierto, este es exactamente el tipo de prueba que se presentó al principio para demostrar el asteroide que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años. Hay sólo dos ocasiones en la historia de la Tierra, en los últimos 100 millones de años, en los que tenemos precisamente los mismos indicadores de impacto repartidos por todo el mundo. Uno de ellos es el llamado evento KT, hace 65 millones de años, que acabó con los dinosaurios. Y el otro es el evento a nivel de extinción hasta el presente no reconocido –pero ahora muy obvio– que ocurrió hace 12.800 años, y que fue causado por el cometa del Dryas Reciente. Digo Dryas Reciente, ya que es el nombre geológico dado para el período comprendido entre hace 12.800 años y hace 11.600 años, cuando el clima de la Tierra cayó en una hasta ahora inexplicable y repentina congelación. Ahora sabemos la causa de esto: fue nuestra interacción con los fragmentos de un cometa gigante, y los efectos resultaron verdaderamente catastróficos.

DT: ¿Es razonable sugerir que la corriente principal del estamento académico, los medios de comunicación y la ciencia están casados ​​con una visión particular de la historia?

Megalitismo en el neolítico (Malta)
GH: Sí. Es razonable sugerirlo, y no es de extrañar tampoco. Siempre se trata de la manera –en cualquier área de estudio, cualquier disciplina, tanto si es geología como si es arqueología para el caso– en que se construye un cuerpo de conocimiento. Los respetados veteranos han contribuido al conjunto de conocimientos, y la nueva generación, obviamente, respeta el trabajo de sus mayores. Y así lo que se crea gradualmente es un marco de referencia, una imagen de cómo debería ser esa área de estudio. En el caso de la arqueología, la imagen que se ha construido a lo largo de los últimos cien años de trabajo es el de una lenta evolución de la civilización: nuestros antepasados ​​eran cazadores-recolectores y hasta hace nada más que quizás 8 ó 9 mil años. Entonces empezamos a ver un movimiento gradual hacia una solución más permanente y hace unos 5.000 años tenemos las primeras grandes ciudades y la primera gran arquitectura megalítica. Esta es la imagen de la civilización que nos enseñaron los historiadores académicos y los arqueólogos convencionales. Se enseña en las escuelas, y se transmite ampliamente a través de los medios de comunicación, pero no es un hecho, es un marco de referencia; un marco de referencia construido tras cien años de estudio arqueológico.

Y este es, en mi opinión, el problema de la arqueología y de otras disciplinas científicas que quedan atrapadas en un marco de referencia particular. Cuando surgen nuevos hechos que no encajan en el marco de referencia, les resulta difícil adaptarse a ellos, y el primer paso es intentar desacreditarlos. Cuando se acumulan más y más pruebas que el paradigma existente no puede explicar, el paradigma acaba por ser derrocado. Una gran cantidad de gente buena que han hecho un muy buen trabajo, que están convencidos de que tienen razón, que respetan el trabajo de sus mayores, y que no quieren remover las aguas: creo que ese es el problema central. Siempre ocurre en la ciencia. Ninguna idea cambia repentinamente de la noche a la mañana sin la presencia de nuevas pruebas abrumadoras que el paradigma anterior no puede explicar. Eso es lo que estamos encontrando ahora en el campo de la historia y la arqueología: más y más pruebas nuevas que simplemente no pueden explicarse en el actual marco de referencia de la historia.

DT: Póngase a especular: Si la teoría que está proponiendo es de hecho correcta, ¿Cómo se vería la prehistoria? ¿Cómo se vería la historia de la Tierra antes de que ese cometa golpeara el planeta?

GH: Un mundo mucho más complejo que el que nos han mostrado los historiadores y arqueólogos académicos. No es un mundo poblado enteramente por los cazadores-recolectores, como sugieren, sino un mundo en el que coexistían cazadores-recolectores y una civilización más avanzada. Esto, en cierto modo, no es extraño. Si se piensa en ello, hoy en día somos una civilización tecnológica muy avanzada (la tecnología occidental, el complejo tecnológico-industrial que se ha extendido por todo el mundo), pero no estamos solos. Compartimos el mundo con pueblos cazadores-recolectores: cazadores-recolectores en el desierto de Kalahari, por ejemplo, y también en África del Sur, así como los cazadores-recolectores en la cuenca del Amazonas. Incluso hay tribus en la cuenca del Amazonas con las que nunca se ha contactado, y que ni siquiera saben que existimos; ninguna cultura tecnológica avanzada ha incidido todavía en su visión del mundo. Así, esta co-existencia de la tecnología avanzada con los cazadores-recolectores que vemos hoy en día, yo la proyectaría en el pasado, y diría que hace más de 13.000 años, durante la Edad del Hielo, había en este planeta una civilización mucho más avanzada de lo que historiadores y arqueólogos quieren reconocer. Existe un recuerdo de esta civilización en el mito y la tradición de todo el mundo, y cada vez tiene más apoyos por los recientes descubrimientos arqueológicos tan sorprendentes como Göbekli Tepe.

DT: Ha mencionado dos obvios eventos catastróficos, la extinción de los dinosaurios y los eventos del Dryas Reciente. ¿Es posible que haya habido otros eventos catastróficos de los que no tenemos la menor idea?

GH: Ciertamente, ha habido otros eventos catastróficos, y tenemos indicios de ellos. La única pregunta es si afectaron a la especie humana, y esto se convierte en una cuestión para posteriores investigaciones. Sostengo, por el momento, la idea de que los humanos anatómicamente modernos –las personas que se parecen a usted y a mí– sólo han existido en la Tierra durante unos 200.000 años. Es muy posible que nuevos descubrimientos aporten pruebas de humanos anatómicamente modernos anteriores; no lo descarto. Pero por el momento la evidencia apunta a la aparición de nuestra línea anatómicamente moderna hace unos 200.000 años. Tenemos, por ejemplo, un esqueleto de Etiopía,  de un antigüedad de 196.000 años, que es indistinguible de un ser humano anatómicamente moderno. Así que para estos cataclismos impliquen a la humanidad e impacten en la historia humana, tienen que haber ocurrido en un marco temporal humano. Es por esto que el evento Dryas Reciente es tan interesante porque no sólo se sitúa en un marco temporal humano; de hecho está justo en el límite, en la frontera de un período en el cual –según los historiadores y arqueólogos– arrancó la civilización. Sin embargo, todavía no han tenido en cuenta este cataclismo a nivel de extinción, justo en el patio trasero de la historia, y yo diría que hasta que no lo tengan en cuenta, todas sus nociones acerca de los orígenes de la civilización estarán en el aire.

Ha habido otros cataclismos globales a un nivel de extinción que se remontan a cientos de millones, incluso a miles de millones de años en el pasado. Estas cosas pasan de vez en cuando y cada vez que se producen reajustan el reloj de este planeta, y la vida cambia debido a estos acontecimientos dramáticos y radicales. Yo creo que ha sido sólo el más reciente, el que ocurrió hace 12.800 años, el que afectó directamente a la historia humana, si bien los historiadores y arqueólogos aún no lo han tenido en cuenta en la construcción de modelos de nuestro pasado.

DT: ¿Es posible que la ciencia convencional, los medios de comunicación, o incluso la población general, en cierto sentido, no quieran saber nada acerca de nuestra propia historia como especie?

GH: Parece que existe un tipo de directiva, que opera a nivel gubernamental, de no exponer las cosas demasiado alarmantes. En particular se refiere a las cuestiones que implican cataclismos globales. Cualquiera que haya trabajado en el campo de la geología sabrá que proponer un agente catastrófico comporta furiosas críticas. Hubo un gran geólogo llamado Harlan J. Bretz –sobre cuyo trabajo escribo en Magicians of the Gods– que proporcionó la primera evidencia de una inundación catastrófica en América del Norte, en particular en el noroeste del Pacífico, en los terrenos pelados erosionados, un área que he investigado intensivamente para Magicians of the Gods. J. Harlan Bretz estaba en lo cierto al 100%, pero su propuesta tardó desde los años 20 hasta casi los 70 en ser aceptada como correcta. Y antes de ello, se le había sometido a las injurias más graves y desagradables, que un hombre más débil no hubiera podido soportar. Al final, resultó que Bretz tenía razón y vivió hasta la edad de 99 años. Y cuando se le concedió el honor más alto para un geólogo en los Estados Unidos, dijo: “Lo único que lamento es que todos mis enemigos han muerto, y no tengo nadie ante quien regodearme”.

DT: Si existiera un esfuerzo activo para olvidar u oscurecer la historia, ¿por qué sería?
GH: No estoy seguro. No quiero ir en la dirección de una conspiración. Creo que es sólo la forma en que trabaja la mente de las personas. Nos resulta difícil concebir ciertas cosas, o aplicarlas a nosotros mismos. Es posible que haya una conspiración; he contemplado mínimamente esta posibilidad en el libro. No me gustan las teorías de la conspiración, es un área de investigación en que los hechos se minimizan y la especulación se agranda y se extiende. Cuando miro al modo en que las ideas de los catastrofistas han sido sistemáticamente negadas, a veces durante décadas hasta que se demostraron correctas... sucedió lo mismo, por cierto, con el impacto que eliminó a los dinosaurios. Inicialmente no había científicos que creyeran en ello. Luis y Walter Álvarez, que originalmente propusieron la idea de un impacto cósmico hace 65 millones de años, fueron objeto de insultos y persecución, y también ellos fueron finalmente reivindicados.

DT: ¿Tiene conocimiento de la obra de Steven y Evan Strong en Australia?

GH: Conozco a Steven y Evan Strong. Ellos tuvieron la amabilidad de mostrarme una serie de lugares interesantes en Australia el año pasado. Tengo mucho respeto por su trabajo de campo y he abierto mis ojos a los misterios en Australia, que tengo la intención de ver en el futuro. Australia no ha sido un gran foco de mi trabajo hasta ahora.

DT: ¿Alguna vez sufre de “fatiga de Apocalipsis”? Parece que es un elemento básico de la actividad humana pensar que hay un cataclismo a la vuelta de la esquina.

GH: No, no sufro de “fatiga de Apocalipsis”, y tampoco voy por ahí pensando que el fin del mundo está cerca. Yo creo que deberíamos prestar mucha más atención a nuestro entorno cósmico. Por el momento la raza humana tiene sus prioridades desquiciadas. Somos capaces de gastar miles de millones de dólares al año en armas de destrucción masiva, listos para fulminar el uno al otro y destruir este hermoso y valioso hábitat, la Tierra, que nos ha dado el universo. La humanidad muestra en este momento todos los signos de ser una especie enloquecida e inconsciente, totalmente dedicada a la producción y el consumo de bienes materiales, y está poco interesada en los asuntos del espíritu y negligente con respecto a este hermoso jardín en el que nos encontramos.

Si vamos a asumir la responsabilidad de la vida humana en serio, deberíamos inspeccionar de cerca y detalladamente  nuestro entorno cósmico inmediato. En el libro he llamado la atención sobre el hecho de que la corriente de restos del cometa gigante que causó el cataclismo hace 12.800 a 11.600 años todavía está en órbita. Esta corriente de meteoros se llama las Táuridas, y pasamos por ella dos veces al año. Si fuéramos inteligentes pondríamos una gran atención en los objetos que orbitan en la corriente de meteoros de las Táuridas. Y si, como parece probable, algunos de ellos amenazan la Tierra en el futuro, tenemos la tecnología y la capacidad de evitar dicho peligro[3]. Sólo estoy interesado en el tema de los futuros cataclismos en la medida en que podamos evitarlos, y el conocimiento previo de ellos ayudaría a evitarlos, y yo creo que este es el caso de la amenaza cósmica. Existe una amenaza, existe un peligro en curso. La mayoría de los astrónomos responsables y serios estarían absolutamente de acuerdo con eso.

Marcamos el Día Mundial del asteroide el 30 de junio, que es un intento de llamar la atención sobre los peligros de nuestro entorno cósmico inmediato, y para hacer algo al respecto. Probablemente somos la primera civilización en la historia de la Tierra que tiene la capacidad de intervenir en nuestro entorno cósmico y evitar o desviar objetos que puedan poner en peligro la vida. Creo que lo estaríamos haciendo mucho mejor si empleásemos nuestros recursos de manera más responsable –una gran parte del dinero que gastamos en actividades militares inútiles en este momento– y los canalizásemos a un proyecto de vigilancia espacial que garantizara que la Tierra nunca vuelva a sufrir el tipo de desastres que sufrió hace entre 12.800 y 11.600 años. Vamos por el camino de la insensatez y la locura con nuestro gasto militar. Con todo el miedo, el odio y la sospecha que circula en el mundo en este momento, tenemos que reconocer que todos somos hermanos y hermanas, somos una sola familia humana, y tal vez la posibilidad de hacer frente a una amenaza común compartida sería precisamente lo que nos uniría.

DT: Es irónico, ¿no? Puede que un arma de destrucción masiva esté planeando sobre nosotros ahora mismo.

GH: Sí, exactamente. Esto es posible. Varios astrónomos (incluyendo a Bill Napier) y el matemático Emilio Spedicato de la Universidad de Bérgamo, están profundamente preocupados por la corriente de meteoros de las Táuridas. Ellos creen que tiene una serie de objetos muy grandes, incluyendo uno que puede tener 30 kilometros de ancho, y la Tierra cruza esta corriente dos veces al año. Algunos cálculos indican que podemos estar cruzando una parte particularmente densa y peligrosa de esta corriente en los próximos 30 años, más o menos. En realidad, nada podría ser más urgente. Tenemos que prestar atención a este problema. Necesitamos identificar los objetos que pongan en peligro la Tierra, y tenemos que desplazarlos. Todo se puede hacer, sólo se necesita voluntad. Ya tenemos la tecnología. Pero mientras vamos por ahí temiendo, odiando y sospechando unos de otros, nuestro ojo no está en la diana. Nuestros ojos están en el lugar totalmente equivocado.

DT: No podría estar más de acuerdo con usted.

Fuente: revista New Dawn n.º 153 (Nov.- Dic. 2015)


[1] De todos modos es oportuno puntualizar que Hancock, tal como corroboré en la entrevista que mantuve con él en 2013, nunca se ha adherido a la corriente catastrofista “a la Velikovsky” y tampoco ha querido dar un tono apocalíptico o siniestro al tema de un posible cataclismo cósmico al estilo “2012”.
[2] Típica expresión anglosajona que indica el origen o causa evidente de un efecto observado: el humo delata que la pistola ha sido utilizada.
[3] De hecho, en otra entrevista, Hancock menciona que el catastrófico evento que tuvo lugar en Tunguska (Siberia) en 1908 fue probablemente fruto del impacto de un fragmento de las Táuridas que cayó sobre nuestro planeta (por fortuna en una región apenas habitada), justo en uno de los dos periodos anuales de cruce de la Tierra con esta corriente de meteoritos.