Introducción
Pero lo cierto es que las cosas
no resultaron tan fáciles como se podía esperar. El estudio del registro fósil
dio resultados escasos, confusos, incompletos y muchas veces contradictorios[2],
dándose un amplio grado de “interpretación” de los restos a fin de encajar las
pruebas con la teoría. Al final, tras siglo y medio de investigaciones, parecen
haberse consolidado, por un lado, una familia de diversos australopitecos y
afines (a los que se les atribuye los primeros rasgos “humanos”[3]),
y por otro, una familia de humanos, esto es, el género Homo desde sus
variantes más primitivas hasta las más modernas. Y en medio... ¿quién? ¿o
quiénes?
Al principio de la investigación
paleontológica existió una obsesión casi enfermiza por encontrar esa pieza
intermedia, con características simiescas y humanas, a partes más o menos
iguales. Así, Eugene Dubois, se apresuró a bautizar a un cierto homínido de
Java como pitecántropo, esto es “hombre-mono”, aunque luego tal ejemplar
se encajó en la genérica categoría del Homo erectus, presente en gran
parte del planeta, un humano ciertamente tosco y primitivo, pero que nadie
confundiría con un ser simiesco. Luego prosiguieron los esfuerzos por encontrar
esos famosos eslabones perdidos e incluso se llegó a crear una burda
falsificación (el célebre “Hombre de Piltdown”), cuya validez fue reconocida
por numerosos expertos de la época –a inicios del siglo XX– hasta que casi
medio siglo después las pruebas científicas desmontaron el pastel. Y bien es
cierto que los más recientes descubrimientos de homínidos muy peculiares como
el Homo floresiensis o el Homo naledi[4]
no han hecho que enredar o confundir aún más el panorama.
En todo caso, una cosa parece
estar clara para el estamento científico ortodoxo: que separar lo simiesco de
lo humano (o “poner fronteras”) no resulta tan fácil y que el camino evolutivo
humano, más que una cadena lineal de eslabones, aparece como un frondoso
arbusto con múltiples ramas, conexiones, y vías muertas. Además, se da por
hecho que la selección natural llevó a la extinción a esas especies intermedias
entre el simio “puro” y el humano moderno por obra y gracia de la competencia y la
supervivencia de los más aptos. Sin embargo, desde hace ya varias décadas,
algunos autores alternativos y unos pocos científicos disidentes vienen defendiendo una propuesta que podría ser al
tiempo herética e inquietante: los “hombres-mono”, esos seres que encajarían en
el concepto de “ser intermedio”, ciertamente existieron... y, lo que es más, todavía
existen en lugares recónditos de nuestro planeta. Vamos pues a adentrarnos
en el fascinante campo de la criptozoología[5]:
la identificación de animales extraños, desconocidos o considerados extinguidos
en tiempos muy remotos, porque quizá entre ellos podríamos hallar algunas
respuestas sobre la condición humana.
Del folclore a la realidad del hombre-mono
En cuanto uno se pone a
investigar someramente el tema, descubre sin esfuerzo que desde hace miles de
años existen tradiciones orales en muchos pueblos nativos de diversas partes
del mundo que hablan de la existencia de seres medio humanos medio simios que
viven en un entorno completamente salvaje. Sin ánimo de ser exhaustivos, vamos
a citar algunos de estos casos y luego exploraremos más en detalle los tres más
significativos, el yeti, el almas y el sasquatch, con la
aportación de datos plenamente científicos.
Por ejemplo, en África existen
historias sobre los chemosit; en Australia, sobre los yowies; en
ciertas regiones amazónicas se habla de los maricoxi y de los dwendis;
en China, de los maoren; en Malasia, de los batutut; en la selvas
de las regiones ecuatoriales, de los agogwe o sedapa, y un largo
etcétera. Y por supuesto, en Norteamérica tenemos las incontables
leyendas o relatos sobre el sasquatch (también denominado bigfoot),
en la cordillera del Himalaya tenemos al no menos famoso yeti (o
“abominable hombre de las nieves”) y en amplias zonas del Cáucaso y de las
estepas siberianas tenemos otros homínidos llamados almas o kaptars. Y
lo que es más, las tradiciones o mitos acerca de estos seres no se limitan a
comunidades relativamente primitivas, sino que ya algunos pueblos civilizados
del Mundo Antiguo, como los griegos, romanos, etruscos o cartagineses habían
tenido contacto con estas criaturas y en algún caso las habían representado en
su arte[6].
Sin embargo, lo que es muy
significativo es que los nativos de estas zonas (casi siempre áreas selváticas,
agrestes o montañosas) no hablan de estos seres como cosa de un pasado lejano o
mítico sino como de una realidad física que lleva conviviendo con ellos desde
tiempos inmemoriales y que todavía hace acto de presencia en contadas
ocasiones. Eso sí, esta presencia raras veces interfiere en su vida cotidiana,
lo que da a entender que estos seres saben bien de la existencia del humano, de
sus costumbres y reacciones, y procuran en lo posible mantenerse bien alejados
de las zonas habitadas, rehuyendo el contacto directo de forma intencionada, a
menos que tengan algún interés en rapiñar comida y poco más. Otra cosa serían
los encuentros fortuitos en que los hombres, por los motivos que fueren, se
acercan o se adentran en las zonas habitadas por estos seres.
Por poner sólo un caso típico, en
una región selvática del sur de México se conoce a un ser llamado el sisimite,
que –más allá de ser un cuento o una leyenda– se presenta a los nativos como
algo tangible que ha sido descrito a partir de encuentros esporádicos. Así, se
dice este hombre-mono vive en las montañas, es salvaje y de gran tamaño, y está
recubierto un grueso pelaje. No tiene apenas cuello, tiene ojos pequeños,
largos brazos y enormes manos, y sus pisadas tienen el doble de tamaño que las
de un humano normal.
Moldes de pisadas de "sasquatch" |
El escurridizo yeti o “abominable hombre de las nieves”
Sin duda, uno de los hombre-mono
más citados popularmente es el yeti o migo, un homínido que
supuestamente habita en las montañas del Himalaya, principalmente en el Nepal.
Para ser exactos, las tradiciones locales hablan de más de un tipo de estos
seres, que agrupan bajo la expresión yah-teh, que vendría a traducirse
como “hombre salvaje que vive en las rocas”. Así pues, tendríamos primero unos
seres denominados metrey, de una altura relativamente baja, caníbales y
agresivos hacia el hombre. Luego existirían los chutrey, imponentes
homínidos de unos 2,50 metros, comedores de mamíferos de gran tamaño.
Finalmente, quedaría el theima, un homínido herbívoro que habitaría
zonas boscosas por debajo de las nieves. Por cierto, es de justicia señalar que
los propios indígenas afirman que estos seres son vistos en zonas de media
altura (entre los 3.500 y los 5.500 metros), raramente en las zonas más altas
de las montañas, por lo que el apelativo de “abominable hombre de las nieves”
vendría a ser más bien una leyenda creada por el hombre blanco.
Según las descripciones dadas por
los nativos nepalíes, el aspecto del yeti –teniendo en cuenta sus
variantes– sería el de un hombre-mono de entre uno y tres metros, totalmente
recubierto de pelo (que va del gris al rojizo), muy robusto, con cráneo
apuntado, largos brazos, fuertes manos y enormes pies. En cuanto a su
locomoción, se desplaza sobre las dos extremidades inferiores, si bien a veces
recurre a la ayuda de las superiores. Este ser es temido y venerado por la
población local e incluso en algunos monasterios se conservan reliquias
atribuidas a éste, pero los pocos restos analizados han resultado ser de
otros animales.
Sea como fuere, el yeti sigue
siendo un ser enormemente escurridizo, que no ha dejado más que testimonios de
avistamientos lejanos y las habituales huellas sobre la nieve. Los
investigadores occidentales llevan mucho tiempo persiguiendo sin éxito a este
ser, que para la ciencia ortodoxa no es más que un mito o una simple confusión
con algún mamífero de gran tamaño. Con todo, existen numerosos los informes
sobre la presencia del yeti, que se remontan al siglo XIX. Así, en 1832
el naturalista inglés B. H. Hodgson dejó escrito en su diario que sus
porteadores se habían asustado al ver un “demonio peludo, sin cola”. También
existe una referencia a un encuentro fugaz en 1906, en que el botánico Henry
Elwes aseguró haber visto a un “bípedo peludo”. Más adelante, en 1925, otro
botánico, A. N. Tombazi, pudo ver durante unos minutos en el monte Kabru a un
ser de aspecto humanoide que caminaba erguido y arrancaba raíces y arbustos.
Paisaje montañoso del Himalaya (Nepal) |
Así pues, en resumen, tenemos
bastantes testimonios de encuentros y hallazgos de huellas, pero
lamentablemente no ha aparecido ningún ejemplar vivo o muerto para ser
examinado científicamente y tampoco material fotográfico que pueda considerarse
concluyente[7]. Además, por
desgracia, el sensacionalismo, el fraude y los rumores infundados no han
ayudado a establecer una investigación seria y rigurosa.
El almas de las estepas
En toda la extensa región del
Cáucaso, Siberia, el Asia central y buena parte de China han existido desde
hace siglos múltiples historias y leyendas sobre hombres-mono, a los cuales se
les ha dado diversos nombres, siendo el más habitual el almas. Según la
información que han recogido los expertos, estaríamos hablando de un homínido
de tamaño similar o un poco inferior a la media humana y de aspecto mucho más
próximo al H. Sapiens que otros hombres-mono. Al parecer estos almas
se pueden encontrar prácticamente desde Mongolia hasta prácticamente la Rusia
europea, siendo la región siberiana donde mayor número de casos se han
identificado.
Los primeros encuentros con el almas
documentados “oficialmente” datan del siglo XX y fueron protagonizados
mayormente por militares. Así, por ejemplo, en 1925, el mayor-general Mikhail
S. Topilski iba persiguiendo con sus tropas a unos guerrilleros anti-soviéticos
en la cordillera del Pamir (en el Tayikistán) y al dar con ellos en una cueva,
un superviviente le dijo que habían sido atacados por unas criaturas simiescas.
Topilski ordenó excavar la cueva y se halló el cuerpo de una de estas
criaturas, que a primera vista parecía un simio, todo recubierto de pelo. Sin
embargo, el propio Topilski apreció luego que el cuerpo era más bien como el de
un hombre muy fuerte y robusto. El médico que acompañaba a las tropas
inspeccionó el cadáver y finalmente concluyó que no se trataba de un ser
humano.
Más adelante, en 1941, el
teniente coronel médico V. S. Karapetyan, pudo proceder al examen de un
ejemplar de almas capturado vivo en el Daguestán. Karapetyan describió
al ser como un macho desnudo y descalzo, e indudablemente humano, dada su
morfología general. Era robusto y estaba recubierto de un grueso pelaje marrón
oscuro en la mayor parte de su cuerpo. Su altura era de 1,80 aproximadamente,
bien por encima de la media de los habitantes locales. Pero al mirarle a los
ojos Karapetyan no pudo apreciar “humanidad”, sino más bien la mirada vacía de
un animal[8].
Ahora bien, quizá el caso más
destacado se produjo durante el siglo XIX, aunque no fue investigado hasta los
años 60 del pasado siglo. Según narra la antropóloga británica Myra Shackley, en un momento indeterminado
del siglo XIX unos campesinos capturaron viva a una hembra almas en los
bosques del monte Zaadan (en el Cáucaso). Esta hembra, a la que bautizaron como
Zana, estuvo encerrada durante tres años, pero luego la “domesticaron” e
incluso le permitieron vivir en una casa. Su aspecto, según las descripciones, era el siguiente: de piel grisácea
oscura, recubierta de pelo rojizo, más largo en la cabeza. Facciones duras, con
una poderosa cara, mejillas marcadas, mandíbula prognata (adelantada), grandes
cejas y mirada fiera. Podía articular algún sonido pero nunca fue capaz de
desarrollar un lenguaje. Esta Zana finalmente mantuvo relaciones con un
habitante del pueblo y tuvieron descendencia. Muchos años más tarde, en 1964,
el investigador ruso Boris Porshnev tuvo la ocasión de conocer a los nietos de
Zana, llamados Chalikoua y Taia, y describió que tenían la piel negruzca, de
apariencia general negroide, con una prominente musculatura masticadora y
fuertes mandíbulas.
Asimismo, en China existen
abundantes relatos antiguos y referencias modernas acerca de hombres salvajes
semejantes al almas. En casi todos estos casos se trataría de robustos
seres de aspecto humanoide cubiertos de pelo rojizo, no más altos de 1,60
metros y que caminan erguidos. Se sabe que las autoridades chinas han recogido
muchas pruebas sobre el terreno acerca de estos seres, pero más bien da la
impresión de que los consideran como algún tipo de primate.
El sasquatch: el hombre-mono más estudiado
El investigador John Green con su colección de huellas de sasquatch |
El sasquatch ya era bien
conocido por las tribus indias de la zona del noroeste americano, en particular
la Columbia británica (Canadá) y los estados
noroccidentales de los EE UU, y así los primeros cronistas de origen
europeo ya recogieron varias leyendas sobre un ser humanoide peludo de gran
tamaño, aunque las tomaron por simples cuentos o supersticiones sin fundamento
alguno. Sin embargo, los encuentros reales entre los hombre blancos y estas
criaturas se iban a ir sucediendo –y documentando– desde inicios del siglo XIX
hasta prácticamente la actualidad.
Entre los primeros relatos, cabe
destacar que el presidente Theodore Roosevelt dejó por escrito en su libro The
Wilderness Hunter (1906) un encuentro sucedido a mediados del siglo XIX
entre dos tramperos y una criatura no identificada, que asaltó su campamento
varias veces y que acabó matando a uno de ellos. El trampero superviviente
afirmó que las huellas dejadas por el asaltante parecían bastante humanas y
mostraban un claro bipedismo. Años antes, en 1884, un periódico local de la
Columbia británica anunció que se había capturado a una robusta criatura de
escasa altura y peso que parecía humana si no fuera porque estaba del todo
recubierta de pelo. Este ser, al que sus captores apodaron Jacko, no
podía ser ni un gorila ni un chimpancé, según los que estudiaron el caso, pero
lamentablemente nunca se supo nada más de la criatura.
El bigfoot filmado en 1967 |
Pero ahí no acaba todo. También
existe el asombroso relato de una persona que afirmó haber sido secuestrada en
1924 por un sasquatch, una vez más en la Columbia británica. Se
trata del caso del leñador Albert Ostman, que estaba pasando unos días
de reposo en un lugar llamado Toba Inlet, en compañía de un guía indio. Ostman
relató que en plena noche había sido sorprendido en su campamento por una
enorme criatura que lo levantó del suelo (cuando aún estaba en su saco de
dormir) y lo arrastró lejos de allí. Finalmente, Ostman fue llevado ante otros
especimenes similares, lo que parecía formar una “familia sasquatch”. Estuvo
retenido durante seis días, hasta que por fin pudo escaparse, yendo a topar con
unos leñadores que lo recogieron. Ostman nunca dijo nada sobre el suceso para
que no lo tomaran por loco hasta que en 1957 se decidió a explicar la historia
a un diario local. Según explicó, el padre mediría unos 2,40 metros y el
resto de la familia unos 2,15 metros. Todos eran de complexión muy fuerte y
estaban cubiertos de pelo. A Ostman estos seres le parecieron humanos, pero
constató que no sabían emplear utensilios ni encender fuego; también resaltó
que no mostraron agresividad hacia él.
John A. Bindernagel |
Otros investigadores se han
acercado al tema desde un gran escepticismo pero han acabado rindiéndose a la
evidencia. Por el ejemplo, el anatomista inglés John R. Napier, reconoció que
tantas falsificaciones (¡y tan buenas!) no tenían sentido alguno. A su juicio,
muchas de las pisadas documentadas eran reales, de forma humana, y debían
pertenecer a una especie aún no identificada que habita en el noroeste de
EE UU y la Columbia británica. De igual modo, el antropólogo
norteamericano Grover S. Krantz, en principio muy escéptico hacia todo el tema sasquatch,
estudió en detalle las pisadas halladas en el estado de Washington y descubrió
que el tobillo estaba en una posición más avanzada que en los pies humanos.
Luego, teniendo en cuenta los informes sobre la altura y peso del sasquatch
calculó en qué posición teórica debería estar el tobillo, dato que fue a
coincidir con lo que se podía observar en los moldes de las huellas. En su
opinión, esta característica sería muy complicada de falsificar.
Conclusiones
El estamento académico oficial
sigue enrocado en la negación del fenómeno de los hombres-mono, y ello a pesar
del conjunto de pruebas acumuladas hasta la fecha[10].
El antropólogo Krantz cree que la mayoría de científicos teme perder su trabajo
o su reputación, o sea, la conocida conducta de “no meterse en líos”. Pero las
pruebas están ahí y muestran con tozudez que existe una cierta variedad de
homínidos salvajes no identificados en diversas partes del mundo cuya
proximidad con la especie humana parece evidente.
Por supuesto, los problemas
empiezan a la hora de tratar de definir o encasillar a estos seres, que
comparten rasgos muy simiescos con otros plenamente humanos. Por de pronto,
según los informes y relatos recogidos, incluyendo el testimonio de A. Ostman,
todo parece indicar que estos humanoides carecen de lenguaje articulado y que
no son capaces de fabricar herramientas (por simples que sean) ni de dominar el
fuego. En cuanto a su morfología y tamaño, gran parte de los hombre-mono son de
altura similar o muy superior a la del hombre moderno, mostrando una gran
fuerza y robustez.
Huellas de bigfoot en EE UU |
Otros investigadores, como B. Heuvelmans, han apostado por la tesis del “gran simio”, esto es, que tal
vez el hombre-mono sea un descendiente de primates de gran tamaño y de tiempos
muy remotos, como el llamado gigantopithecus.
John Bindernagel remarca en cambio que no hay grandes simios en el
continente americano que pudieran relacionarse con el sasquatch y que
algunos de sus rasgos anatómicos no son propios de los simios sino de los
humanos, con lo cual estaríamos hablando de algo realmente peculiar.
Bindernagel sugiere que quizá estos seres no son bienvenidos por que podrían
parecerse a un cierto "eslabón perdido", algo realmente intermedio entre el humano y
el simio, y que tal vez el evolucionismo no sabría como explicar o
encajar en sus dogmas teóricos establecidos.
En cualquier caso, la
controversia está servida y lo cierto es que no tenemos aún datos sólidos y
suficientes para establecer qué son exactamente estos seres, qué parentesco o
relación genética tienen con nosotros (si es que la tienen) y que relación
guardan con los otros supuestos antepasados del Homo sapiens. Esperemos
que algún día la ciencia pueda disponer al fin de un ejemplar de hombre-mono y
proceda a analizar su ADN para extraer algunas conclusiones. Tal vez nos
llevaríamos una sorpresa... o más de una.
© Xavier Bartlett 2016
Bibliografía y referencias
BENÍTEZ, J. J. Mis enigmas
favoritos. Plaza & Janés. Barcelona, 1993. pp 135-141.
BINDERNAGEL, J. “The Sasquatch: an unwelcome
and premature zoological discovery?” Journal of Scientific Exploration, Vol. 18, No. 1, pp. 53–64, 2004
CANTAGALLI, R. Sasquatch,
enigma antropológico. Ed. ATE, Barcelona.
CREMO, M; THOMPSON, R. Forbidden Archaeology: The Hidden History of Human race.
Torchlight Publications, 1994.
KEEL, J. A. El enigma de las
extrañas criaturas. Ed. Mitre. Barcelona, 1987.
[1] No obstante,
la posibilidad de que se hubiesen dado esos saltos más o menos bruscos, que
explicarían muchas discontinuidades del registro paleontológico, fue apuntada
por el científico Stephen Jay Gould como algo viable biológicamente, aunque
desde luego con carácter excepcional, no habitual.
[2] Evito entrar
aquí en la vieja polémica sobre la ocultación o tergiversación de datos y
hallazgos, ya sea de forma consciente o inconsciente, que algunos críticos
antievolucionistas –como Michael Cremo– ponen de manifiesto como muestra de que
la ciencia oficial usa filtros cognitivos para ignorar o rechazar toda prueba
objetiva que no cuadra con el marco teórico evolucionista.
[3] Algunos
científicos disidentes consideran que se han manipulado –de forma consciente o
inconsciente–las reconstrucciones de estos homínidos y que en realidad eran
unos simios más, apenas más próximos a los humanos que los actuales chimpancés.
[4] Véanse mis
respectivos artículos sobre ambos especimenes en este blog.
[5] Término
acuñado por el zoólogo francés Bernard Heuvelmans, que literalmente significa
“estudio de los animales ocultos”.
[6] Por ejemplo,
en un bol de plata etrusco tenemos la imagen de un hombre-mono junto a caballos
y cazadores humanos.
[7] Sobre este
punto, cabe destacar que en 1986 el británico Anthony B. Wooldridge no sólo
fotografió huellas del yeti, sino que –siguiendo su rastro– pudo llegar
a unos 150 metros del ser y obtener algunas fotos distantes que mostraban una
figura humanoide, recubierta de pelo oscuro, de unos 2 metros de altura. No
obstante, su material no tuvo ningún impacto en la comunidad científica, a
excepción de algunos especialistas “buscadores de hombres-mono”.
[8] En cuanto al
destino de este ser, la investigadora británica Myra
Shackley apunta que, según ciertos relatos publicados, fue fusilado por las
tropas soviéticas en su retirada, ante el avance de los ejércitos nazis.
[9] Sobre esta
filmación siempre ha existido mucha polémica, y la ciencia oficial la considera
un mero fraude. Sin embargo, algunos expertos le dan el beneficio de la duda,
considerando que todo es demasiado meticuloso y realista (incluidas las pisadas)
y que si es un fraude, sería una obra maestra del engaño.
[10] En la
estrategia de la negación se ha llegado a hablar incluso de experiencias
alucinatorias por parte de los testigos. Así, la directora del Museo de
Antropología de la Universidad de la Columbia británica, Marjorie Halpin,
aseguró que “las experiencias alucinatorias eran experiencias aceptadas como
reales por el experimentador pero no eran compartidas con otros. Mientras el sasquatch
sea una experiencia personal antes que una experiencia sancionada
colectivamente, será considerada como alucinatoria, tal como es definida por la
cultura occidental.” Sin comentarios...
[11] Esta es la
versión oficial evolucionista, pero algunos investigadores, como el profesor
Berger, de Sudáfrica, creen que hubo homínidos de gran altura en un pasado muy
remoto, una especie de periodo de gigantismo. De todos modos, es muy difícil
conectar fiablemente esta propuesta con el tema de los hombre-mono,
principalmente a causa de la escasez de pruebas.
4 comentarios:
Las críticas a la criptozoología son ya conocidas y de peso. Por supuesto, no es una disciplina zoológica especial, puesto que el buscar nuevas especies es parte del quehacer naturalista. Tampoco cumple con su definición, puesto que sólo le interesan los animales de gran tamaño, oficialmente extintos o “imposibles”, convirtiéndose en versiones modernizadas de los bestiarios medievales. Aunque en esto les doy la razón: no tiene ni comparación descubrir una nueva especie de cucaracha malaya que un diplodocus congoleño, y el científico que diga lo contrario miente como un bellaco. El gran problema, pese a todo, es el de las evidencias: video-fraudes, fotografías movidas o desenfocadas, falta de restos orgánicos analizables, huellas dudosas, y, por supuesto, “the smoking gun”: nunca hay cadáveres del bicho. Todo lo cual lo relega a una actividad pretendidamente científica pero que queda en el ámbito de lo legendario.
Amigo anónimo:
Conozco esas críticas a la criptozoología y aquí mismo se han expresado varias dudas e incertidumbres. Sin embargo, esta disciplina me parece totalmente lícita y seria, aparte de que seguramente existan fraudes, errores y sensacionalismos. Lo cierto es que el número de indicios y pruebas indirectas no es poco para muchas de estas criaturas, pero por razones que se me escapan no hay manera de encontrar pruebas definitivas y que sean aceptadas por la ciencia ortodoxa. Pero sí coincido en que debe darse un paso decisivo en la obtención y estudio de dichas pruebas, porque de no ser así el tema seguirá en un cierto oscurantismo e indefinición.
Saludos
Pues opino como anónimo, es decir ¿dónde están los cadáveres? ¿dónde los seres esos capturados vivos?¿qué intereses puede tener el sistema para que esto no se sepa o esté secuestrado bajo la definición de "mito"?. A mi lo que me ha llamado la atención es lo de ese periódico que habla de una captura, del cual no se dice el nombre ni su número, y lo de la almas domesticada que encima tuvo hijos con un humano normal y con ellos, ¡¡nietos!! y si eso fuera cierto, significaría ¡¡que son de nuestra misma especie!!. He leído lo de la historia de esa almas con más detalle https://esoterx.com/2013/01/26/the-almas-of-the-atlai-our-cousins-the-mongolian-monstrosities/ (al parecer era un chollo para la dura vida en el campo), pero claro, ¿cómo saber que no es una historia de ficción?¿por qué no hay crónicas y noticias de sus supuestos "nietos"?Si es de nuestra especie ¿por qué es tan diferente?. Por otra parte, sé que hay animales que por lo que sea se les ve poquísimo. Una vez vimos mi marido y yo un tejón por la noche, y no hemos vuelto a ver otro. El lince, es otro animal al que se ve poquisimo.
Hola Margarita
Bueno, yo me hago esas mismas preguntas y no tengo respuesta. No sé si hay un interés oculto por tapar este tema, y si es así, en qué está basado. Para los más suspicaces, es una cuestión de no desmontar el edificio evolucionista, pero lamentablemente hasta que no tengamos pruebas fiables con las que trabajar, este asunto seguirá en la indefinción.
Sobre el tema del almas, hallé esta información en el libro de Cremo y Thompson "Forbbiden Archaeology", que a su vez cita a la antropóloga británica Shackley, que a su vez se basaba en informes rusos del siglo XX. El problema no es remontar la cadena de información, sino disponer de los datos adecuados para poder avanzar en la investigación. Además, ten en cuenta que se publica mucha información científica, pero sólo una parte es difundida y aceptada como ciencia ortodoxa. Te sorprendería saber que hay una enorme cantidad de ciencia bien hecha que, aun siendo publicada (que no siempre) simplemente ha sido rechazada o ignorada y no ha llegado ni al debate académico ni mucho menos al gran público.
Saludos,
X.
Publicar un comentario