sábado, 23 de junio de 2018

La imaginación se dispara en Nazca



En su día ya dediqué un amplio artículo al tema de los geoglifos (grandes dibujos o trazados realizados sobre el terreno), incluyendo un comentario sobre las famosas líneas de Nazca (al suroeste de Perú), pero ahora he creído oportuno realizar un contraste entre las visiones académicas y las alternativas sobre Nazca para poner de manifiesto que tanto desde una visión aparentemente racional y empírica como desde una más literaria o sensacionalista se acaba cayendo en meros ejercicios de imaginación. En efecto, desde que a inicios del siglo XX se redescubrieron las líneas gracias a los primeros vuelos realizados sobre la zona, Nazca ha sido objeto de mil y una teorías, a cuál más imaginativa y fantasiosa, y los propios arqueólogos no han podido evitar caer en la fácil trampa de que crear unos estupendos modelos teóricos para que las pruebas sobre el terreno “encajen” luego en dichos modelos.

Sólo a modo de breve recordatorio, mencionaré las características principales del paisaje arqueológico de Nazca. Se trata de un conjunto de líneas y de geoglifos que ocupa una extensión aproximada de unos 750 km2 en la llamada Pampa Colorada. Los trazados están hechos a base de despejar el duro terreno –de color blanco-amarillento– de las pequeñas piedras y la arena superficial de tono marrón-rojizo que lo recubre. Las líneas rectas, de anchura variable, se extienden por valles y colinas a lo largo de varios kilómetros y en algunos casos parten radialmente de un centro. Las figuras, alrededor de unas 300, se dividen en dibujos geométricos (rectángulos, trapezoides, triángulos...) y representaciones a gran escala de animales (mono, ballena, colibrí, araña, garza, perro, etc.) aunque también hay alguna forma humanoide, como el llamado “astronauta”. En cuanto a sus dimensiones, son realmente grandes y por ello sólo pueden verse desde cierta altura; el mono, por ejemplo, mide poco más de 130 metros. En lo que se refiere a su autoría y antigüedad, se atribuye el trazado de las líneas a cultura local nazca, con una datación estimada de entre el 200 a. C. y el 700 d. C. Claro que los indígenas locales, preguntados en el siglo XVI por los conquistadores españoles –que habían observado las líneas[1]– las atribuyeron a las divinidades viracochas... 

Erich Von Däniken
En fin, para mostrar ahora los dos extremos a la hora de interpretar los geoglifos, me voy a referir a las teorías del famoso escritor suizo Erich Von Däniken y a una de las más recientes investigaciones académicas, a cargo de científicos japoneses. Sobre Von Däniken no hay que hacer demasiadas presentaciones sobre su perfil y sus métodos. El autor suizo tomó las propuestas creadas por otros y popularizó mundialmente la teoría de los antiguos astronautas, hasta convertirse en un exitoso escritor de best-sellers que hacía de la arqueología alternativa su gran negocio literario. El sistema era simple: tomar todas las “anomalías” arqueológicas, removerlas un poco, y allá donde había dioses, sustituirlos automáticamente por astronautas extraterrestres.

Von Däniken ya se ocupó de Nazca en su primer libro publicado en 1968 Chariots of the Gods? (“Recuerdos del futuro” en versión española), y se maravilló de unas líneas tan largas y bien ejecutadas, sobre todo la pista situada sobre el valle de Palpa de varios kilómetros de largo. Aquello no podía ser una carretera de los incas, como decían los académicos, sino otra cosa. Porque, en su opinión, “¿qué sentido tenía para los incas realizar caminos paralelos, que se cruzaban, o que se acababan abruptamente?” Brillante argumento... Por lo demás, el investigador suizo reconocía que allí se habían encontrado cerámicas locales de la cultura nazca, pero que ello de ningún modo justificaba la simplificación de atribuir –sólo por ese motivo– las líneas a dicha cultura (luego veremos qué dicen los japoneses al respecto...). No obstante, Von Däniken sacaba a colación algunas teorías científicas sobre el propósito de las líneas, en concreto las relacionadas con alineaciones astronómicas, calendarios o rituales religiosos. Pero, más allá de estos tópicos, el autor suizo presentaba lo evidente: que la larga “carretera” era obviamente una pista de aterrizaje para naves aeroespaciales. ¡Cómo no lo había visto nadie antes!

En cuanto al conjunto completo de Nazca, reconocía que no forzosamente se debía tratar de un “aeropuerto”, pero señalaba lo siguiente (texto literal): “¿Qué hay de malo con la idea de que las líneas fueron trazadas para decir a los "dioses": ¡Aterrizad aquí! Todo ha sido dispuesto como ordenasteis?” Para Erich Von Däniken, todas las figuras de Nazca –y de otros lugares del Perú– no podían ser más que señales para un ser flotante en el cielo. Imaginación al poder.

Las largas pistas de aterrizaje... según Von Däniken
En su segundo libro, titulado en castellano Regreso a las estrellas, Von Däniken narra su experiencia sobre el terreno, así como su conversación con Maria Reiche[2] sobre las líneas. Y una vez más, vuelve a rebatir las interpretaciones convencionales y reincide en su teoría del aeropuerto. Según su visión, los extraterrestres aterrizaron sobre la llanura de Nazca y construyeron un improvisado aeropuerto con dos pistas para las naves “que hubiesen de operar en las cercanías de la Tierra”. El caso, es que los alienígenas realizaron su trabajo –el autor suizo no nos dice cuál– y luego regresaron a su planeta. Sin embargo, los nativos “deseaban ardientemente” el regreso de los imponentes dioses, y de este modo empezaron a trazar nuevas pistas sobre la llanura (que serían las líneas que cruzan las dos pistas principales). Luego, al ver que los dioses no volvían, los sacerdotes ordenarían trazar nuevas pistas orientadas según las estrellas (lugar de procedencia de los dioses), aunque nuevamente sin éxito. Con el paso del tiempo, los recuerdos de los dioses se convirtieron en tradiciones sagradas y los sacerdotes impulsaron el trazado de las figuras –algunas de ellas relacionadas con el vuelo– para estimular el regreso de los casi olvidados dioses. Y lógicamente todo debía ser realizado a gran tamaño, para que pudiera verse bien desde los cielos[3].

Como puede comprobarse, a Von Däniken no le faltaba imaginación para “escenificar” la creación de las líneas y geoglifos a partir de una supuesta inspiración extraterrestre, pasando por alto algún hecho incómodo dentro de su propia lógica, como la más que improbable necesidad de realizar largas pistas para naves alienígenas muy avanzadas (estilo platillo volante, para entendernos) que estarían a años-luz de la tecnología de las lanzaderas espaciales modernas que han de aterrizar como un avión. Por lo demás, y en honor a la verdad, Von Däniken exponía acertadamente los problemas de las visiones académicas y dejaba claro que para realizar las grandes figuras no se precisaba tecnología extraterrestre, sino un meticuloso trabajo a escala sobre el terreno.

Conjunto monumental de Cahuachi
Si ahora saltamos a los inicios de este siglo XXI, un equipo de científicos japoneses de la Universidad de Yamagata propuso hace escasos años una nueva teoría que explicaría convincentemente lo que se puede ver en Nazca. En líneas generales, la teoría propone que los trazados son fruto de dos culturas diferentes en dos épocas también distantes. Los científicos, liderados por el profesor Masato Sakai, descubrieron hasta 100 nuevos geoglifos y observaron que en la intersección de varias líneas se acumulaban fragmentos de vasijas de cerámica rotas.

Luego analizaron la posición, el estilo y el método de elaboración de los geoglifos y llegaron a la conclusión de que había hasta cuatro tipos distintos de geoglifos que se insertaban en una serie de caminos que guiaban hasta un antiguo centro ceremonial de época pre-incaica llamado Cahuachi. Con estos datos dedujeron que las líneas marcaban una especie de ruta de peregrinaje de los nativos, que llevarían sus ofrendas desde la llanura de Nazca hasta el citado conjunto religioso.

Estudiando más a fondo el tipo de geoglifos y los animales representados, y sobre todo el punto de partida, los científicos japoneses reconocieron que los distintos estilos conducían al templo desde lugares separados en el espacio, pero también en el tiempo. De este modo, Sakai afirmaba que se veía una diferencia apreciable entre los geoglifos del periodo formativo (hasta el 200 d. C.) y los del periodo del nazca inicial (hasta el 450 d. C.). Los primeros, según Sakai, se situaron para ser vistos desde los caminos rituales mientras que los segundos se usaron como lugares de actividades rituales como las destrucciones intencionadas de las vasijas de cerámica (datadas precisamente en ese periodo).

Visto este panorama, no cabe duda de que la creación de sugestivos escenarios no es propia de los autores alternativos. Si sustituimos la épica de los dioses venidos en sus naves desde lejanos planetas por el tradicional y socorrido cajón de sastre de los académicos –religión, creencias, magia, rituales, cultos, etc.– cuando se enfrentan a culturas muy antiguas estamos más o menos en las mismas. Aquí, más que imaginación, vemos la habitual construcción de un modelo que más o menos encaja en los márgenes conceptuales de ese cajón de sastre, y en el cual las pruebas físicas (esto es, los propios geoglifos) no son explicadas, sino insertadas en el modelo.

En efecto, en el caso de esta novísima teoría, uno se podría preguntar si tanto esfuerzo para crear rutas de peregrinaje estaba justificado, cuando se podría haber ideado un sistema mucho más simple a base de hitos, por ejemplo, o de una calzada. Para los científicos, quizá la presencia cercana del centro ceremonial (está casi tocando a la llanura de las líneas y geoglifos, a unos pocos kilómetros) ofrecía una buena respuesta para el sentido religioso de los trazados, pero más parece una feliz explicación que no acaba de cuadrar: por un lado, no está claro que Cauhachi tuviese una función religiosa[4], y por otro lado, parece mucho trabajo –y muy complejo– para tan escasa distancia. Aparte, especular a partir de unas meras diferencias formales resulta bastante gratuito y no aporta más certezas. Realmente, no sabemos por qué las cerámicas están ahí, por qué las rompieron y si dicha actividad se podría calificar como “ritual”. En fin, me sorprende que con tan poca evidencia –y tan difusa– se haya podido construir una historia de peregrinaje tan elaborada, y tan distinta de otras teorías académicas como la representación de constelaciones, la figuración de dioses o animales chamánicos, la identificación de corrientes de agua subterráneas, la plasmación de un gran mapa sobre el terreno, ¡e incluso la de una forma de controlar a la población teniéndola ocupada en un trabajo comunal!

Lo cierto es que la realidad de Nazca es mucho más compleja y el intrincado batiburrillo de líneas y de figuras de enormes dimensiones parece algo que desborda el estricto marcado de una incierta ruta de peregrinaje religioso. Recordemos que los geoglifos son apreciables en superficie pero su limitada visibilidad (y por ende, significado) desde tierra no tendría sentido, a menos que alguien se elevara mucho sobre el suelo y pudiera apreciar la simbología grabada sobre el terreno, lo cual nos llevaría al consabido callejón sin salida: nadie volaba en aquella época, presuntamente, a menos que demos crédito a hipotéticos viajes astrales de los antiguos chamanes[5]. En definitiva, todo resulta demasiado opaco para nuestra moderna forma de pensamiento. O quizá nos estemos perdiendo algo... vaya usted a saber si al final tendremos que volver a sacar a escena a los dioses de Von Däniken a partir de la teoría del llamado cargo-cult[6].

La Panamericana corta muchas de las líneas y figuras. Aquí se aprecian el lagarto y el árbol.
En cualquier caso, nadie a día hoy –ni en el bando académico ni en el alternativo– tiene una explicación convincente sobre el propósito de las líneas de Nazca, lo que se podría extender a muchos otros geoglifos localizados en Sudamérica u otras partes del mundo. Tampoco hay completa seguridad sobre su datación, pues las cerámicas halladas podrían ser posteriores a la realización de las líneas o bien podríamos estar ante una fase de mera restauración. Siendo rigurosos, la presencia de esos objetos situaría la intervención más moderna alrededor del 700 d. C., si bien parece demostrado que los trazados fueron realizados a lo largo de extensos periodos de tiempo. En este sentido, algunos estudiosos especulan al menos con dos momentos: uno inicial en que se dibujaron las figuras de animales y otro tardío en que se trazaron las figuras geométricas y las líneas, que en muchos casos cortan a las anteriores. Poco más se puede decir del conjunto, aparte de una mera descripción y una aproximación al método de construcción de las líneas y las figuras. Lo que resulta claro es que dada la extrema sequedad de la zona –una de las más áridas del planeta– y la baja erosión del terreno[7], los autores escogieron una región óptima para la perdurabilidad (casi eternidad) de sus trazados.

La figura de la araña
Puestos a especular y agitar la imaginación, déjenme que añada mi modesta aportación, a partir de unas simples reflexiones y comentarios. En primer lugar, no descarto una función utilitaria de los geoglifos, en algún tipo de aplicación práctica relacionada con la agricultura, como calendario o marcador natural de las estaciones, pero las explicaciones que he leído al respecto no pasan del nivel de la conjetura y apenas  desarrollan los argumentos del ámbito de la astronomía. Lo que sí es cierto es que la repetida tesis de que las líneas marcaban posiciones de astros y constelaciones ya fue desechada por varios especialistas en el tema hace muchos años. Concretamente, el experto en arqueoastronomía británico Gerald Hawkins estudió casi 200 líneas in situ en 1973 y, tras analizar las posibles correlaciones mediante computadora, llegó a la conclusión que apenas un 20% de éstas casaban con alineaciones astronómicas, y tal vez por mera casualidad.

En segundo lugar, me sorprende hasta cierto punto que los nativos de la zona hayan perdido completamente el sentido de esa tradición y que ya incluso en el lejano siglo XVI atribuyesen los trazados a los viracochas. Es una ruptura cultural que me recuerda a otras tantas disociaciones entre ciertos restos “anómalos” y las tradiciones de los nativos, que se refieren a otra época o cultura muy anterior, algo que no era propiamente “suyo”. A este respecto, algunos científicos –como Johan Reinhard– han atribuido gratuitamente creencias y rituales a los autores de las líneas para explicar la realización de los trazados y sobre todo su gran tamaño; concretamente se trataría de un culto o adoración a unos inciertos “dioses de las montañas”, los cuales –transmutados en aves o felinos voladores– podrían observar los geoglifos desde las alturas.

En tercer lugar, podemos comprobar que la mayoría de los animales representados –de forma esquemática pero con gran habilidad– no son propios de esa región desértica del Perú, quizá con la excepción del cóndor[8]. Asimismo, es curioso ver que algunas figuras presentan algunos rasgos fantásticos, como una garza (o alcatraz) con un larguísimo cuello en zig-zag. Hay también algunos rasgos extraños, como un ser no identificado con unas grandes manos o garras, una con cuatro de dedos y la otra con cinco. Incluso el mono aparece con diferente número de dedos en sus extremidades. Además, varios de los animales acaban “conectados” a una serie de líneas cuya explicación es toda una incógnita. Ello por no mencionar el misterioso humanoide (“el astronauta”) de unos 30 metros de largo, que tanto ha dado que hablar a los ufólogos: un individuo de aspecto robótico con una gran cabeza casi cuadrada, dos ojos circulares (pero sin nariz ni boca ni orejas), un cuerpo sin definir y un brazo en alto en posición de saludo. Para los arqueólogos se trata, como no podía ser de otro modo, de algún tipo de divinidad, a pesar de que no hay ninguna iconografía religiosa similar en la zona.

La figura del mono. Véanse las líneas asociadas y la elaborada cola en espiral.
El extraño aspecto del humanoide llamado "el astronauta"


Sea como fuere, si tratamos de dar una interpretación a las figuras, acabaremos por recurrir al mundo simbólico. Así, cada animal podría tener un simbolismo propio, y quizá tuviera alguna conexión con el mundo celestial, lo cual justificaría el gran tamaño, como si hubiera algún vínculo con la gran escala del firmamento. En conjunto, podríamos observar aquí una cosmovisión de tipo hermético (“Como es arriba, así es abajo”), plasmada en geoglifos para que tuviese lugar alguna forma de magia o interacción entre el firmamento (el macrocosmos) y la tierra (el microcosmos). En un contexto similar, me ha llamado mucho la atención una interpretación muy minoritaria, pero muy ingeniosa. Según la propuesta de Alan Sawyer, los geoglifos de Nazca podrían ser una especie de laberintos rituales, pues la mayoría de las figuras están realizadas con un solo trazo que nunca se cruza consigo mismo. De este modo, los nativos nazcas recorrerían la figura y absorberían simbólicamente la esencia del animal en cuestión[9]. Naturalmente, todo esto no es más que otro ejercicio de imaginación...

Pero... ¿y las formas geométricas y las líneas? ¿Estaban conectadas simbólicamente con las figuras de animales o tenían un contexto o propósito completamente distinto? ¿Tiene algún sentido realizar formas rectilíneas con cientos de ángulos y otras sin ninguno (por ejemplo, las espirales)? Tampoco veo fácil obtener una respuesta para esta cuestión, aunque Maria Reiche especuló con que se trataba de algún tipo de código o lenguaje, realizado con enormes signos sobre el terreno. Otros autores, como Paul Deveraux, han sugerido que podrían tratarse de líneas de fuerza o energía telúrica, las famosas ley-lines, pero sin abandonar el campo de la mera conjetura. Nuevamente estamos muy perdidos en este laberinto de formas, porque las teorías presentadas hasta el momento no han podido ser validadas con pruebas fehacientes. Es como si estuviéramos ante un mensaje cifrado y careciéramos de la clave o código para interpretarlo.

La figura de la garza con su largo cuello en forma de zig-zag
En todo caso, estoy seguro que tanto esfuerzo y precisión a lo largo de los siglos no se hizo ni para “pasar el rato” ni por motivos artísticos, políticos o económicos. Para los habitantes de aquella región, las líneas y geoglifos tendrían un significado muy profundo y concreto que se nos escapa completamente. Considero que esto es lo que sucede en Nazca y en otros tantos enclaves de un remoto y extraño pasado, donde el hombre moderno ha tratado de leer los restos desde su actual estado de conciencia, quedándose en la mera superficie porque es incapaz de ir más allá.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: David Álvarez Planas / Wikimedia Commons



[1] Lógicamente, no vieron las figuras, sólo las largas hendiduras o surcos sobre el terreno. Ya en 1540 el cronista Cieza de León observó unas señales sobre el desierto y más tarde, en 1586, el corregidor Luis de Monzón visitó Nazca y recogió esos testimonios.

[2] Matemática alemana que llegó al Perú en 1932 y se instaló en Nazca en 1946. Allí estuvo medio siglo estudiando y conservando las líneas y los geoglifos. Se la considera la experta de referencia en este tema.

[3] En la misma línea, el escritor suizo consideraba que el no menos famoso candelabro de Paracas era una especie de baliza aeroespacial.

[4] La interpretación de los restos es aún dudosa, pues también se ha sugerido que podría ser una fortaleza o una ciudadela. La función religiosa se ha atribuido principalmente por la presencia de una gran construcción escalonada de tipo piramidal.

[5] Otra opción más “realista” fue sugerida hace décadas, cuando se propuso que los primitivos nazcas pudieron haber construido unos sencillos globos aerostáticos para “vuelos ceremoniales” con los materiales que tenían a su disposición. De hecho, en 1975 Jim Woodman y Julian Knott construyeron un globo de prueba –que funcionó– a modo de arqueología experimental.

[6] El cargo-cult o “culto a la carga” se refiere a la experiencia vivida por los nativos de regiones inhóspitas del Pacífico que no habían interactuado nunca con hombres civilizados y que quedaron asombrados durante la Segunda Guerra Mundial por el transporte de carga militar mediante aviones. Luego intentaron reproducir o invocar mágicamente ese transporte –que les proporcionaba fabulosos recursos– construyendo falsas pistas, aviones, torres, etc. para que retornaran los “dioses”, sin que lógicamente tuvieran éxito. Los proponentes de la teoría del antiguo astronauta han utilizado mucho este fenómeno para explicar determinados objetos o rituales nativos.

[7] No obstante, en tiempos modernos muchas líneas se han ido deteriorando a causa de la actividad humana, en particular por las continuas olas de visitantes, y por el desarrollo industrial de esa zona del Perú, que ha provocado algunos cambios ambientales.

[8] Hay cierta controversia sobre este punto, según cómo se interpreten los dibujos, que no son completamente “realistas”. Por ejemplo, algunos autores han dicho que el tipo de araña no es autóctono de la zona, al tener una extremidad más larga que las otras (lo cual casa con una rara especie llamada Ricinulei, que es propia de remotas regiones de la selva amazónica), pero ese apéndice podría ser algo similar a las continuidades que aparecen en otras figuras.


[9] Aquí podríamos referirnos a la antigua simbología de los laberintos, utilizados desde tiempos inmemoriales en varias culturas y tradiciones de tipo mistérico o iniciático. (Véase como ejemplo clásico el laberinto de la catedral de Chartres.)

lunes, 11 de junio de 2018

El auténtico Oskar Schindler


Si ya la propia historia científica –por no decir la historia oficial– está sujeta a todo tipo de carencias, sesgos, subjetividades o manipulaciones, realmente no se puede esperar una objetividad total cuando un hecho histórico es narrado desde el mundo de la ficción literaria o cinematográfica. Así, por ejemplo, muchos de los lectores conocerán la historia del famoso empresario alemán Oskar Schindler (1908-1974) a través de la premiada película del director Steven Spielberg La lista de Schindler de 1993, o bien en menor medida por el libro original (“El arca de Schindler”) a cargo de Thomas Keneally, aparecido en 1982. En fin, en su día vi la conmovedora y bien realizada película, y me pareció un relato duro y sangrante de las persecuciones nazis y del valor de un hombre que se opuso al sistema, pero sobre todo no dudé de la veracidad de los hechos, y supongo que la mayoría de la gente se llevó esta misma impresión.

Sin embargo, unos años después leí el libro de Keneally –una novela basada en hechos supuestamente reales– y ya pude apreciar notables diferencias con la película, sobre todo en el desarrollo de la historia y en el papel real de varios de los personajes. La película había tendido a destacar a ciertas personas y actitudes y había hechos cambios narrativos para montar un buen relato lleno de dramatismo sobre el martirio judío. Y cabe decir que ni aun así gustó del todo al lobby judío, pues el no menos judío Spielberg osó presentar la tétrica escena de las mujeres en Auschwitz como una ducha de desinfección y no como el deseado gaseamiento que hubieran preferido otros. Sea como fuere, a partir de este punto empecé a buscar información alternativa sobre Oskar Schindler y todos los episodios narrados en la película y acabé por descubrir que la realidad histórica –aun con todas los puntos oscuros que queden pendientes– no era precisamente como se dibuja en la película.

El resultado de este viaje a la realidad histórica, corroborado incluso por el testimonio de su viuda Emilie[1], es que Schindler no fue un potentado humanitario y preocupado por los judíos sino un vividor y arribista interesado básicamente por su éxito y por el dinero, sin excesivos escrúpulos, al igual que muchos otros empresarios que florecieron bajo el régimen nazi y las eventualidades de la guerra. Sólo a modo de muestra de esta visión desmitificadora, quisiera destacar los siguientes elementos:
  • Schindler fue miembro del partido nazi y oficial de las SS; colaboró con la GESTAPO en tareas de información y espionaje en la represión de personas opositoras al régimen.
  • La fábrica de Cracovia (la Deutsche Emaillewaren-Fabrik o DEF) no fue comprada por Schindler, sino expropiada a sus propietarios por las autoridades alemanas. Además, Schindler no sólo fabricó allí marmitas y ollas sino también armamento (proyectiles).
El aspecto actual de la antigua fábrica DEF de Schindler en Cracovia (crédito foto: Noa Cafri)
  • Cuando Schindler se dedicó a fabricar munición, ésta era efectiva, a diferencia de lo que se relata en la película, en que se muestra una fabricación intencionada de munición defectuosa. De haber saboteado permanentemente la producción, hubiera tenido muy serios problemas.
  • Schindler no tenía una preocupación especial por su personal. No tenía particulares contemplaciones con sus trabajadores y no dudó en explotarlos cuanto pudo, como hicieron otros muchos empresarios alemanes en idénticas circunstancias.
  • El traslado de su fábrica de Polonia a Checoslovaquia se debió a la presión del Ejército ruso. Así, para que no cayera en manos enemigas, sus instalaciones –junto con sus trabajadores– fueron desplazados para poder seguir con la producción de armamento.
  • Su famosa lista de más de 1.000 personas no tenía nada de particular, pues –según exigía la burocracia nazi– era común realizar dichas listas cada vez que se producía un traslado de trabajadores. Existieron, pues, miles de listas similares. La lista no se hizo pues para “salvar” a los trabajadores judíos sino para registrar y oficializar su traslado.
  • Tras la guerra, Schindler, como otros muchos nazis (presuntos culpables de graves crímenes), se refugió en Argentina. Su reivindicación o exculpación a cargo de las autoridades israelíes no llegó hasta 1955[2], lo que parece un poco extraño si su proceder personal y profesional había sido tan inequívoco en defensa de los judíos.

Tumba de Schindler en Jerusalén
Dicho todo esto, reconozco que Schindler pudo ser un personaje ambiguo y ambivalente hasta cierto punto, con buenos sentimientos incluso, y que quizás no fuera un fanático nazi, sino más bien un “hombre del régimen”, que hizo todo lo posible para trepar social y económicamente, obteniendo el máximo beneficio de su privilegiada posición, sin que el asunto del problema judío le afectase más allá de lo que concernía estrictamente a sus intereses personales.

En cualquier caso, para profundizar en esta controversia, me remito al excelente trabajo del investigador independiente argentino Marcelo García, autor de varios libros y artículos, y a su magnífico blog “Historias del lado B”, en el cual expone gran parte de sus investigaciones centradas sobre todo en la historia reciente de Argentina y la presencia de los nazis en su país. En el caso de Oskar Schindler, García ha realizado un buen trabajo de documentación y ha podido realizar un perfil bastante más exacto de lo que presentó la ficción, y que no resulta muy políticamente correcto, pero que es de agradecer para las personas que buscan el rigor y la veracidad. Incluyo pues un enlace a su destacado artículo y recomiendo encarecidamente su lectura, así como la de otros materiales disponibles en el citado blog.


© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikipedia Commons


[1] De hecho, existen serias diferencias entre las Memorias de Schindler y las de su esposa, que dan a entender que el empresario maquilló o tergiversó ciertos episodios de su vida.
[2] Años más tarde, Schindler fue declarado “justo entre las naciones” por el Museo israelí Yad Vashem y obtuvo una pensión vitalicia por parte del gobierno de Israel.