domingo, 29 de diciembre de 2019

Anécdotas y curiosidades de los autores alternativos

Hace  ahora tres años acababa diciembre con un regalo navideño en forma de anécdotas y curiosidades del mundo de la arqueología (académica). Para cerrar el presente año también deseo obsequiar a los lectores del blog con un artículo similar, pero esta vez centrado en las anécdotas protagonizadas por los autores alternativos. Que ustedes lo disfruten y feliz 2020.


No conviene molestar a los dioses
  
El investigador británico Alan Alford se interesó a finales del pasado siglo por la arqueología alternativa y se hizo un fanático seguidor de las teorías del famoso autor de best-sellers Zecharia Sitchin. Con este referente, inició su propio trabajo de investigación que culminó con su ya clásico Gods of the New Millenium (“Dioses del nuevo milenio”), publicado en 1996 y que fue una de las primeras obras que leí de la “nueva arqueología alternativa”. En realidad, Alford realizó una extensa ampliación de las propuestas de Sitchin y se mostró completamente partidario de la Teoría del Antiguo Astronauta. El caso es que tuvo un cierto éxito de ventas y se colocó entonces como una figura destacada en el mundillo de la arqueología alternativa, que en los años 90 vivía un cierto esplendor popular gracias a autores tan relevantes como Hancock, Bauval, Collins o West.

Zecharia Sitchin y algunas de su obras
Sin embargo, años más tarde, Alford dio un giro a sus planteamientos y empezó a distanciarse de Sitchin, poniendo en duda muchos de sus postulados y acercándose a posiciones científicas más “ortodoxas”, lo que llevó a escribir un libro en que daba la vuelta a bastantes de sus argumentos anteriores en lo referente a los dioses extraterrestres. Esta separación se hizo más palpable en una conferencia que impartió Alford en la que atacó directamente las tesis de su antiguo maestro por considerarlas faltas de base empírica. Lo que no se esperaba Alford es que días más tarde recibiera una inquietante carta del propio Sitchin en que le acusaba de perjudicar su obra y manchar su reputación, aparte de hacerle perder importantes beneficios. En fin, Zecharia Sitchin acababa por amenazar con ponerle una demanda judicial exigiendo una fuerte compensación económica (nada menos que 50 millones de dólares) si no se retractaba de sus declaraciones. Alford debió quedar impresionado, pero no atemorizado, pues optó por ignorar a Sitchin.

Que yo sepa, el asunto no llegó a mayores y pasó al olvido. Eso sí, la carrera de Alan Alford fue desde entonces a la baja pese a publicar algunas obras bastante menos heterodoxas, sobre todo centradas en el Antiguo Egipto y en la mitología. Lamentablemente, Alford falleció en 2011, a la edad de 50 años. Por cierto, me consta que existe cierto halo de conspiración en cuanto a lo que en verdad sabía o intuía Alford, y que guardaría relación con su súbito cambio de orientación y las circunstancias de su fallecimiento, pero carezco de elementos de juicio para entrar a valorar este tema. Adjunto, empero, un significativo fragmento de la conclusión de su obra Dioses del nuevo milenio (y recuerdo que esto fue escrito hace más de 20 años):

“Si los dioses reasumen el control sobre la Tierra, ¿cómo podemos esperar que lo hagan? ¿Vendrán en grandes flotas de platillos volantes, o se anunciarán a través de Reuters? ¿Y cómo se probarán a sí mismos frente al público escéptico? Cualquiera podría surgir declarando ser Jesús o Yahvé. Por el contrario, habría poca ventaja para los dioses si se anunciasen a las masas. Las noticias sobre su regreso podrían ser diseminadas sobre la base de la necesidad de saber, con tan solo algunos líderes mundiales con el permiso de aproximárseles. La vida parecería continuar de un modo normal, pero con una nueva agenda política. Podríamos detectar su presencia en acontecimientos inexplicables, cambios en la política gubernamental o actos bélicos que parecerían sin sentido, y tal vez un incremento en el secretismo de los gobiernos. Eventualmente, estas operaciones encubiertas podrían dar lugar a una presencia declarada abiertamente, pero solo a su debido tiempo. Deberíamos buscar la manipulación de acontecimientos que facilitarían el regreso de los dioses a su soberanía. Esto sería alcanzado de mejor forma llevando a la Tierra a un punto crítico desde el que los dioses pudiesen emerger como salvadores. Podríamos esperar por tanto una ruptura del orden social y una extendida desilusión de la humanidad con las instituciones gubernamentales, religiosas e industriales. Entonces, cuando las masas estuvieran frustradas, asustadas, desesperadas y vulnerables, podría ser llamado un nuevo orden mundial bajo los dioses.” 

Las pruebas… para otro día

El arqueólogo védico estadounidense Michael Cremo defiende una versión muy distinta de la historia del ser humano que todos conocemos, pues rechaza el evolucionismo y sugiere que el ser humano anatómicamente moderno ha existido desde hace millones de años y que atraviesa por múltiples ciclos cósmicos de auge y decadencia. Esta teoría la plasmó junto con su colega Richard Thompson en su colosal obra Forbidden Archaeology (1993), que recogía un extenso compendio de pruebas arqueológicas –marginadas u ocultadas por la ciencia oficial– que demostrarían la existencia de homínidos inteligentes en épocas remotísimas, poniendo de manifiesto que existe un claro filtro cognitivo académico que impide que tales pruebas salgan a la luz del debate científico.

Michael Cremo
Más adelante, con el apoyo de la cadena NBC, impulsó la realización de un documental titulado The Mysterious Origins of Man (“Los misteriosos orígenes del hombre”) en que pretendía exponer al gran público sus propuestas, con el atractivo de un dinámico formato visual con entrevistas y filmaciones de pruebas arqueológicas, entre las cuales pensaba incluir unos insólitos objetos, presuntamente anómalos, hallados en EE UU a finales del siglo XIX. Concretamente, se trataba de varios artefactos desenterrados por el geólogo californiano J. D. Whitney en diversas explotaciones mineras auríferas y que fueron mencionados en una publicación científica de la Universidad de Harvard datada en 1880. Los artefactos fueron conservados durante décadas en el Museo de Historia Natural de la Universidad de California, en Berkeley, con lo cual presuntamente se podría disponer de ellos para ilustrar el documental, como Cremo pudo confirmar.

Hasta aquí todo muy bien, pero a la hora de realizar la petición a los funcionarios del museo, Cremo se encontró con una respuesta escurridiza: en efecto, los artefactos estaban allí almacenados (nunca fueron expuestos al público), pero no podían facilitarlos a corto plazo, dando por hecho que los productores no tenían margen de tiempo. Ante esta evasiva, los productores adujeron que no había problema, pues disponían aún de seis meses de plazo. Acto seguido, los responsables del museo contestaron que desgraciadamente tenían escasez de personal y de recursos económicos para atender adecuadamente la demanda, pues la labor de disponer los objetos suponía un sobrecoste que no podían permitirse. Los productores encajaron el golpe y prometieron al museo que gustosamente se harían cargo de los gastos del personal del museo. Llegados a este punto, los funcionarios acabaron por admitir que de ningún modo iban a sacar los artefactos del almacén para ser filmados. Fin de la farsa.

El documental de NBC
De este modo, para disgusto de Cremo, los productores tuvieron que recurrir a fotografías del siglo XIX, de no mucha calidad, para suplir la filmación prevista. Pero eso no fue todo, pues una vez emitido el documental –en febrero de 1996– fue tal el impacto en la audiencia que la NBC planeó una reemisión en fechas próximas. Sin embargo, nada más saber de esta intención, la comunidad científica estadounidense presionó fuertemente a la cadena para que no se volviera a emitir el polémico documental. La NBC, visto el éxito de público, soportó las críticas y pasó el documental por segunda vez ante la irritación de las instituciones académicas.

Entonces, el estamento académico decidió pasar a la acción y la Dra. Allison R. Palmer, presidenta del Instituto de Estudios Cambrianos, envió un correo electrónico a la Comisión Federal de Comunicaciones para que la Comisión reprendiese oficialmente a la cadena NBC por la divulgación del programa, exigiendo además el pago de una dura multa y una disculpa pública. El caso es que la NBC consiguió eludir las amenazas y se acabó tirando tierra sobre el tema. En fin, Cremo pudo comprobar con este turbio asunto que no era nada fácil aportar pruebas y argumentos heréticos a la opinión pública. Claro que, si todo lo dicho en el documental era un disparate, ¿cómo es que los científicos oficialistas se mostraron tan molestos y beligerantes?

¿El fin del mundo o el fin de un autor?

Un calendario apocalíptico
Todos recordarán que hace unos pocos años se desató una fiebre literaria alternativa en torno al famoso solsticio de invierno de 2012, fecha clave que –según el calendario maya– iba a suponer el fin de una era de la Humanidad. En efecto, a partir del año 2000 empezaron a publicarse muchos libros sobre este asunto y aparecieron “expertos” de debajo de las piedras para exponer un panorama amenazante o cuando menos inquietante en torno al 21 de diciembre de 2012. Para el mundo académico todo aquello no tenía ni ton ni son, pero es de justicia decir que para unos pocos investigadores alternativos –buenos conocedores de la civilización maya– tampoco había motivo justificado para crear falsas expectativas o, peor aún, visiones apocalípticas del fin de los tiempos. Según John Major Jenkins, por ejemplo, se iba a producir el fin de un ciclo temporal, pero ello no implicaba forzosamente un enorme desastre global o la destrucción de la civilización. De todos modos, algunos investigadores se apuntaron a la corriente más tremendista y empezaron a explorar argumentos matemáticos y astronómicos para demostrar que los mayas estaban bien informados sobre el fin de la civilización (el “quinto Sol”) con su perfecto calendario basado en ciertos ciclos cósmicos.

Entre todos estos profetas del cataclismo destacó particularmente el belga Patrick Geryl, que estuvo varios años estudiando el tema y ya publicó en 1998 un libro específico (La profecía de Orión) sobre el inevitable cataclismo, tomando como referencia principal el trabajo previo del investigador francés Albert Slosman, que había escrito ampliamente acerca del fin de la Atlántida. Para resumir su planteamiento, diremos que Geryl creía que tanto egipcios como mayas habían dado con cierto patrón repetitivo en el comportamiento del Sol, que culminaba un determinado ciclo con una pavorosa tormenta solar. Geryl citó en concreto dos fechas catastróficas (21312 a. C. y 9792 a. C.), que supusieron desplazamientos de la corteza terrestre y grandes desastres naturales, lo que sería la prueba definitiva de las destrucciones globales sufridas por la Humanidad en tiempos míticos. La conclusión de Geryl, tras manejar multitud de cifras y cálculos, era que la debacle global sería del todo inevitable una vez se alcanzase la fecha fatídica.

Más adelante, Geryl todavía publicó un par de libros más centrados en “cómo sobrevivir al 2012”, ante la inminencia de la catástrofe. Finalmente, según se acercaba la fecha maldita, se convirtió en un profeta de la salvación, viajó por muchos países y empezó a promover una campaña internacional para sobrevivir al desastre y crear refugios de máxima seguridad ante el apocalipsis solar. De este modo consiguió que su mensaje calase en ciertos sectores de la población, de tal manera que se fueron creando grupos de supervivencia que debían preparar refugios en lugares estratégicos. Geryl tenía pensado construir una serie de búnkeres en Sudáfrica y también sopesó otras localizaciones como España y Francia, donde se señaló el famoso monte Bugarach –cercano a Rennes-le-Chateau– como lugar privilegiado de supervivencia. De hecho, corrió el rumor de que sólo se salvarían los que se refugiaran en la cima de dicha montaña pirenaica…

El monte Bugarach, al sur de Francia

Pero llegó el 21 de diciembre de 2012 y no pasó nada en particular. Geryl ya vio que los primeros síntomas del desastre no tenían lugar y comprendió que todo su edificio teórico no tenía ningún fundamento. Sus seguidores, al contrastar la realidad, le abandonaron y dejaron de creer en él. Geryl tuvo un fuerte bajón anímico y acabó pidiendo perdón públicamente por su error y sus miedos infundados. Sin embargo, como era previsible, este gran patinazo significó el fin de su credibilidad y de su carrera como autor de arqueología alternativa. En cuanto a los otros autores alternativos apocalípticos, fueron más discretos y no tan activistas, y quizás por ello no fueron objeto de mofa o descrédito, aunque su recorrido literario quedó fuertemente dañado, pues muchos de ellos pasaron a un segundo o tercer plano. Y lo que es altamente significativo es que los principales autores de arqueología alternativa, con gran visión, se mantuvieron en todo momento al margen de este tema y evitaron complicaciones y controversias innecesarias.

El caso es que Patrick Geryl cargó con casi todo el peso de la realidad “post-2012” y pagó caras las consecuencias. Quiso jugar muy fuerte con sus cálculos supuestamente científicos y sus verdades indiscutibles y chocó de frente con los hechos. Abatido y enfermo de diabetes, se retiró a su casa y desapareció de la escena pública. Hoy en día prácticamente nadie habla de él ni de sus libros. Desgraciadamente, el 2012 supuso el fin de un autor que quizás podría haber aportado cosas interesantes de no haberse obsesionado con una quimera.

(Por cierto, quiero recordar que desde los años 90 una pléyade de políticos y científicos ha puesto fecha de caducidad a nuestro mundo debido al terrorífico “cambio climático” provocado presuntamente por el hombre. Hasta el momento, todas sus predicciones, profecías, presagios o estimaciones apocalípticas han fallado miserablemente –cuando se supone que estaban basadas en “ciencia rigurosa”– y sin embargo nadie ha pedido perdón, nadie se ha retractado, nadie se ha retirado. Antes bien, todos siguen ahí en su puesto más o menos discretamente y vuelven a plantear nuevas maldiciones fatalistas contra la Humanidad a más años vista. Por lo que se ve, el ejemplo de Geryl no ha cundido.)

Con el faraón hemos topado

A pesar de las discrepancias, no siempre se da un clima de hostilidad entre los autores alternativos y los arqueólogos profesionales. A veces, aun desde el firme desacuerdo en muchos temas, se entablan buenas relaciones –basadas en el respeto personal– y hasta un cierto diálogo abierto. Eso sucedió durante un tiempo entre tres famosos investigadores independientes, Graham Hancock, John Anthony West y Robert Bauval y su rival académico, el todopoderoso Zahi Hawass, máximo responsable del Supremo Consejo de Antigüedades egipcio. En cierto modo, y pese la herejía de estos tres autores, a Hawass ya le iba bien que la atención de los aficionados a la arqueología se centrase en “su” antiguo Egipto. De hecho, pese a su evidente heterodoxia, Hawass respetaba el interés egiptológico de los tres, teniendo además en cuenta que Bauval –aparte de ser egipcio de nacimiento– había flirteado con ser más o menos reconocido por la egiptología académica.

Charlando amigablemente: West, Bauval, Hawass y Hancock
El caso es que, desde la publicación del clásico El misterio de Orión en 1994, Bauval había tratado de presentar al mundo académico su teoría de la correlación de Orión como un trabajo serio y riguroso. Y aunque Hawass calificó entonces dicha teoría como una mera fantasía sin valor científico alguno, no llegó a crearse un enfrentamiento entre ambos y a los pocos años aprendieron a respetarse desde sus respectivas posiciones. Es más, en la propia web de Bauval se relata un amistoso encuentro en 1998 entre los dos en el despacho de Hawass para hablar de ciertos proyectos en Guiza. Incluso existe una fotografía de esa época en que se ve a Hawass charlando distendidamente con el trío de tenores alternativos. Sin embargo, llegó un momento en que las cosas se torcieron, y de forma muy grave, entre Bauval y Hawass.

No puedo poner un punto de inflexión exacto en este desencuentro, pero lo cierto es que –ya bien entrado este siglo– Bauval empezó a criticar muchos aspectos del trabajo de Hawass y sobre todo su faceta de divo o showman de la arqueología, dado al espectáculo, a la megalomanía y al egocentrismo con la excusa de promocionar la egiptología y poner a Egipto en lo más alto. La animadversión entre los dos fue creciendo y Zahi Hawass no perdía oportunidad de calificar a Bauval de agente sionista. Al fin, Bauval acabó de tensar la cuerda con la publicación de su libro Breaking the mirror of heaven (2012), co-escrito con Ahmed Osman, justo después de que Hawass cayera defenestrado por la revolución política egipcia de 2011. Pues bien, dicha obra estaba enteramente dedicada a criticar la “supresión de la voz del antiguo Egipto”, dando por hecho que la ciencia egiptológica había secuestrado o maltratado el auténtico espíritu y legado de los antiguos egipcios. Y en dicho discurso no podía faltar un ataque directo a toda la gestión de Hawass durante sus años al frente de la arqueología egipcia, acusándolo de ser un trepa y un intrigante, y de estar ahí puesto por los americanos, a los que tanto parecía haber favorecido, aparte de otras imputaciones como robo de objetos, corrupción o apropiación indebida de fondos.

Con estos antecedentes, la disputa entre ambos acabó por explotar en abril de 2013 cuando Hawass, en una entrevista periodística, acusó directamente a Bauval de haber promovido la extracción (con daño colateral) de una muestra de un cartucho[1] del faraón Khufu (Keops) del interior de la Gran Pirámide, acción que habrían ejecutado en su nombre unos investigadores alemanes que estaban realizando un documental televisivo. Según Hawass, Bauval quería probar que la Gran Pirámide era un logro de los judíos y no de los egipcios y por ello había pagado a esos hombres para que le aportasen la prueba. Hawass puso toda la carne en el asador y llegó a afirmar literalmente que “los vándalos extranjeros están liderados por un judío egipcio que vive en Bélgica, y […] que antes escribió un libro intentando probar que la pirámide no era egipcia.” (Declaración altisonante pero que demuestra que Hawass no estaba muy bien informado, pues Bauval ya hacía años que vivía en España.)

Ante estas acusaciones, Robert Bauval argumentó a su vez que en verdad podía haberse producido tal “ataque” entre julio de 2004 y diciembre de 2006 por alguien no identificado, pero que los tres investigadores germanos eran inocentes de cualquier acto ilegal en 2013. Para despejar dudas y responder a la difamación, Bauval pidió a los implicados que le explicaran exactamente lo ocurrido y pusieran por escrito que ellos no tenían nada que ver con el daño al cartucho y que el propio Bauval no tenía relación alguna con el asunto. Bauval consiguió tal declaración y la envió al director de la publicación en la que Hawass había lanzado sus graves acusaciones. De todos modos, uno de los investigadores –llamado Gorlitz– admitió que, si bien no se había tocado el cartucho del faraón, sí se había extraído una muestra de un grafiti de la misma cámara. Y la controversia se agravó aún más, pues una investigación in situ de las autoridades egipcias concluyó que el cartucho de Khufu sí había sido alterado[2]. Finalmente, Bauval quedó fuera de la polémica, pero aun así Zahi Hawass –el faraón ofendido– no perdería una última oportunidad para destruir cualquier cosa que tuviera que ver con Bauval.  

La diapositiva maldita
Así, llegados a abril de 2015, estaba prevista la celebración de un debate público en el Cairo entre Graham Hancock y Zahi Hawass para contrastar sus respectivas visiones sobre el antiguo Egipto. Ahora bien, resultó que Hawass –antes de iniciarse el acto– vio la presentación de diapositivas de Hancock, entre las cuales aparecía una con la imagen de Bauval y una mención a su conocida Teoría de la Correlación de Orión. A Hawass le faltó tiempo para montar en cólera y negarse a realizar el debate con Hancock (íntimo amigo de Bauval), estallando en descalificaciones hacia Bauval, tachándolo de criminal y ladrón. Lo cierto es que no hubo forma de reconducir la situación y al final no hubo ningún debate (sólo intervenciones separadas), para disgusto de los asistentes al acto. 

Dicho todo esto, y para concluir, nos podría quedar una imagen de Hawass de capo mafioso o algo parecido. Sin embargo, creo que es justo reconocer que en todo este asunto hay también un claro enfrentamiento de un ego contra otro. En este sentido, mi breve experiencia personal con Bauval es ambivalente. Por un lado, en 2013 fue muy gentil al concedernos una extensa entrevista, realizada por Eduard Pi (con mi aportación en algunas cuestiones), para la revista Dogmacero. Por otro lado, empero, tuve unos fugaces contactos con él en el sitio web de Graham Hancock para plantearle ciertos asuntos, y no me contestó o lo hizo de forma altiva y arrogante, conducta que he visto repetida en otras muchas de sus intervenciones, como si fuera un cerrado académico en posesión de la verdad. Y es que nadie es perfecto, ni en el mundo oficial ni el ámbito alternativo.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor




[1] “Cartucho” es el nombre coloquial puesto en el siglo XIX para referirse al nombre de un faraón escrito en jeroglífico y rodeado de un óvalo para destacarlo.
[2] Bauval está convencido, a la luz de unas fotos tomadas por su amigo Robert Schoch, que la manipulación del cartucho tuvo lugar mucho antes de 2013, en los primeros años del siglo, y que tal vez el investigador alemán Stefan Erdmann –que había estado varias veces en las cámaras de descarga de la Gran Pirámide desde los años 90– fuera el responsable, pero con toda seguridad no en 2013.