jueves, 5 de diciembre de 2019

Dinosaurios y humanos: un encuentro problemático (1ª parte)


Casi todo el mundo conoce la famosa historia del monstruo del lago Ness en Escocia, según la cual el gran lago estaría habitado por una criatura acuática –o más de una– de enormes proporciones, pero que parece ser muy escurridiza, pues aparte de unos cuantos testimonios y unas dudosas imágenes, nadie sabe hasta qué punto existe realmente tal monstruo o si todo se reduce a una fantasiosa leyenda local. El caso es que, a pesar de las escasas pruebas en liza, se ha defendido la teoría de que el citado monstruo podría ser en verdad un dinosaurio acuático (una especie de plesiosaurio) superviviente de la gran extinción ocurrida hace millones de años. Este asunto se enmarcaría dentro de la llamada criptozoología, o estudio de los animales extraños o desconocidos –a veces supuestamente extinguidos– que son negados por la ciencia oficial. Al respecto, es posible que en este empeño se haya abusado de la fantasía y las leyendas, pero también es cierto que se daba por extinguido hace millones de años al arcaico pez celacanto hasta que en 1938 fue pescado un ejemplar vivo de esta especie en la costa de Sudáfrica.

Si ampliamos la perspectiva de este tema, tenemos sobre la mesa un antiguo debate que ha sido agitado muchas veces por ciertos sectores de la arqueología alternativa, especialmente los más ligados al fundamentalismo religioso o al creacionismo. Me refiero, obviamente, a la posibilidad de que los seres humanos no hayan evolucionado a partir de criaturas más simples y que hayan estado sobre el planeta con una anatomía moderna desde épocas remotísimas, incluso de muchos millones de años. Y en ese escenario es justo cuando se hubiera podido dar la coincidencia temporal entre hombres y dinosaurios, que –según el actual consenso del estamento académico– desaparecieron hace unos 65 millones de años a partir de un terrible evento natural o cósmico (la famosa teoría del meteorito[1]). Así, muchos recordarán los argumentos esgrimidos en su momento a partir de supuestos ooparts hallados principalmente en América, como unas huellas de pies humanos junto a huellas de (presuntos) dinosaurios. Ni que decir tiene que la ciencia oficial no ha hecho caso de estas pruebas o las ha desdeñado, aludiendo a confusiones o incluso fraudes.

Esqueleto de un dinosaurio (Tyranosaurus Rex)
Sin embargo, existe otra vía de enfocar esta cuestión que tendría algún viso de verosimilitud: la posibilidad de que los dinosaurios hayan sido mal datados y que sean mucho más modernos de lo que se acepta. En realidad, esta propuesta enlazaría mejor con la hipótesis de que los dinosaurios no se extinguieron completamente hace 65 millones de años, sino que algunos de ellos lograron sobrevivir de forma residual –aun en las condiciones más precarias– hasta fechas relativamente recientes, lo que les podría haber hecho coincidir con el hombre primitivo, o incluso con la Humanidad de épocas históricas. Estamos pues hablando de decenas o cientos de miles de años como mucho, o tal vez unos cuantos siglos en los casos más excepcionales. En fin, abordar seriamente este asunto parece un despropósito y una pérdida de tiempo, y yo mismo fui muy escéptico en su momento, pero debo reconocer que existe una base razonable para explorar lo aparentemente fantástico y tratar de sacar alguna conclusión. Vayamos por partes.

Una vez más, en primer lugar, tenemos la denostada mitología. Como ya es cansino repetir, para la ciencia oficial el mito en sí mismo no tiene fuerza probatoria y sólo corresponde al acervo cultural de cada comunidad. Por supuesto, se admite que en algunos casos pudo haber algún rastro de realidad que luego fue reciclado o distorsionado en forma de leyenda trasmitida oralmente de generación en generación. No obstante, como sé bien por mi propia formación académica, el mito no es tomado como un referente sólido para la investigación arqueológica o histórica. Antes bien, se lo suele aparcar cómodamente en el ámbito de la antropología, que está enfocada a explorar las costumbres, conductas y creencias de las diferentes culturas humanas. Por el contrario, la mitología parece un útil comodín para la historia alternativa, ya que permite argumentar casi cualquier cosa, empleándola como indicio respetable y tomando o interpretando lo que interesa en cada momento según la tesis a defender.

Escultura de dragón (según la tradición china)
Sea como fuere, volviendo al tema de los dinosaurios, es innegable que en muchas partes del mundo existieron –y existen todavía– abundantes mitologías relacionadas con grandes reptiles, los famosos dragones de los cuentos y leyendas, animales de gran tamaño y fuerza y en ocasiones con la capacidad de volar. Así, tenemos descripciones de criaturas fantásticas que –estudiadas en rigor– guardan no poco parecido con lo que podrían ser algunos tipos de dinosaurios descubiertos en los dos últimos siglos por las investigaciones paleontológicas. Desde luego, siempre se podrá decir que la imaginación es libre, pero la semejanza está ahí y nos podríamos preguntar de qué modelo de la realidad natural extrajeron los antiguos esas “visiones” de terribles monstruos de aspecto reptiloide.

Por otra parte, no todas esas referencias son estrictamente “mitología”, pues en algunos relatos históricos antiguos se han conservado descripciones cuando menos sospechosas. Por ejemplo, el mismo Heródoto –considerado como padre de la Historia– describió unas criaturas volantes reptiloides con cuerpo de serpiente y alas de murciélago que surcaban los cielos de Egipto y Arabia, y que podrían corresponder a un pequeño dinosaurio conocido como Ramphorhynchus. Asimismo, existen documentos más recientes –de la época medieval y renacentista– que hablan de avistamientos o encuentros con criaturas reptiloides, muchas de ellas volantes, en países europeos como Gran Bretaña, Italia o Francia, y que entrarían en la categoría de “dragones”. Con todo, aún existen noticias fechadas en el siglo XIX o incluso en el pasado siglo, y que a veces han sido relacionadas con el mundo paranormal… o con el sensacionalismo, por no decir fraude.

En fin, no hay que insistir en que para la ciencia oficial todo esto no es más que el bien conocido folclore popular –en el que deberíamos incluir la citada historia del lago Ness– y que tales relatos no merecen ninguna credibilidad desde el punto de vista científico, en una línea muy similar a lo que sucede con las llamadas leyendas urbanas. De todas maneras, y a modo de ejemplo representativo, expongo aquí uno de esos múltiples testimonios de encuentros con dragones que difícilmente pueden atribuirse a meros cuentos o leyendas. En este caso se trata de un registro escrito a mediados de siglo XV y conservado en la biblioteca de la catedral de Canterbury:

“En la tarde del viernes 26 de septiembre de 1449 dos reptiles gigantes fueron vistos luchando en las orillas del río Stour (cerca de la villa de Little Conard) que marca los límites fronterizos entre los condados ingleses de Suffolk y Essex. Uno era negro y el otro rojizo y moteado. Después de una lucha que se mantuvo durante una hora para la admiración de los muchos paisanos que los observaban, el monstruo negro cedió y se retiró a su guarida, y el escenario del conflicto fue conocido desde entonces como Sharpfight Meadow (el prado de la intensa lucha).”

Representación de un animal desconocido (Utah, EE UU)
Ahora bien, hay que reconocer que la mitología se ha plasmado a veces de forma física y es aquí cuando ya entramos en el campo de la arqueología, pues lo cierto es que existen muchas representaciones pictóricas o escultóricas de las criaturas fantásticas, siendo bastantes de ellas de comunidades primitivas, sin despreciar otras de culturas más desarrolladas. Así pues, tenemos desde pinturas rupestres muy antiguas hasta relieves en piedra de época histórica, con toda una serie de enormes monstruos que no pueden identificarse fácilmente con los animales más comunes –generalmente mamíferos– que pudieron haber visto los antiguos en su entorno natural. Evidentemente, podríamos objetar que ese arte no tenía por qué ser una copia exacta de la realidad, sino que podría existir un alto grado de distorsión o interpretación, incluyendo una cierta visión chamanística, lo que podría explicar la representación de figuras no realistas, más propias del reino onírico o de las alucinaciones.

No obstante, también hay que señalar que muchas pinturas rupestres del paleolítico superior, de una gran antigüedad, fueron bastante naturalistas y ajustadas a la anatomía real de los animales representados, por lo cual hay que admitir que nos estamos moviendo en un marco de cierta ambigüedad, sesgo o interpretación subjetiva ante lo que los hombres primitivos quisieron mostrar en sus pinturas. Si aceptamos pues figuras de bisontes, por ejemplo, hay que ser honestos y abrir la puerta a que los antiguos representasen también de forma más o menos naturalista algunos animales no identificados que pudieron convivir con ellos, ya se trate de “dinosaurios” u otras especies indeterminadas.

Pintura rupestre de Perú con animal indeterminado
Sea como fuere, existen numerosos ejemplos de arte primitivo –sobre todo en el continente americano– en que se intuyen formas de animales que difícilmente podemos comparar con grandes mamíferos, sino más bien con antiguos dinosaurios. Esas representaciones suelen incluir criaturas de abultados cuerpos, con cuellos largos, patas cortas y robustas y a menudo con extensas colas. Esta tipología encajaría bastante bien en grandes dinosaurios herbívoros, como el brontosaurio o el diplodocus. Eso sí, doy por hecho –a partir de las fuentes– de que se trata de representaciones auténticas, no de falsificaciones modernas, tema que tocaré más adelante.

Después tendríamos la amplia representación de dragones, que giran en torno a una imagen tópica de “lagarto gigante”, y que están presentes en varias civilizaciones a lo largo de los siglos y en culturas tan alejadas y distintas entre sí como China y el Occidente cristiano. Y entre todas estas figuras me gustaría destacar una que ha sido citada muchas veces hasta alcanzar la categoría de oopart por su rareza y aparente situación fuera de contexto. Me refiero al conocido caso de un supuesto estegosaurio de un templo sito en el conjunto de Angkor Wat (Camboya), construido por la civilización Khmer y que data del siglo XII de nuestra era. Pues bien, en un pilar a la entrada de un templo podemos apreciar, dentro de un disco, un relieve que representa a un extraño animal de voluminoso cuerpo y patas cortas, y que presenta una especie de cresta formada por grandes placas dorsales en su lomo que recuerdan mucho a las de un estegosaurio.

El estegosaurio de Angkor Wat
Cabe reseñar que la ciencia oficial se ha limitado a afirmar que en los templos podemos ver diversas figuras de animales, tanto reales como mitológicos, y ahí se zanja la cuestión, si bien algunos investigadores especialistas en Angkor, como Michael Freeman y Claude Jacques, han reconocido explícitamente que el parecido del animal en cuestión con un típico estegosaurio es asombroso. Ante esta insólita presencia de un supuesto “dinosaurio” en plena Edad Media, caben al menos tres hipótesis:

1)   Que el animal sea una creación fantástica, con rasgos de algún animal real conocido, y que el artista recompuso a partir de relatos mitológicos. Por tanto, aquí no habría oopart propiamente dicho.

2)   Que el animal sea algún tipo de mamífero o reptil desaparecido y que fue representado de manera bastante libre por el artista. Quizá se tratase de una especie de erizo, armadillo, o algo similar. Aquí tampoco sería lícito hablar de oopart.

3)  Que el animal sea en efecto un estegosaurio, una reliquia viva del pasado remoto y que fue representado de manera bastante aproximada por el artista. Este sería el contexto propio de un oopart. No debería estar ahí (en el siglo XII), según el saber científico aceptado, pero el caso es que está.

Si admitimos la tercera hipótesis como viable, ello nos fuerza a suponer que algunos dinosaurios pudieron sobrevivir durante millones de años en hábitats selváticos relativamente restringidos y que todavía pudieron ser vistos por seres humanos durante aquella época, lo que lógicamente se habría trasladado a la citada representación escultórica. Otra opción –a mi juicio más rebuscada– sería pensar que los habitantes de la región hubieran desenterrado los huesos de un estegosaurio y luego lo hubieran intentado representar a modo de reconstrucción ideal, como hacen los modernos investigadores. En cualquier caso, las consabidas referencias a la mitología o a la imaginación no ayudan a despejar incógnitas, y los regates del mundo académico resultan aquí tan torpes como los realizados a menudo por los autores alternativos.

En fin, todo lo citado hasta ahora podría ser un batiburrillo de casos esporádicos y polémicos, abiertos a la duda o la especulación, pero existen otras supuestas pruebas que podríamos denominar “demasiado bonitas para ser verdad”, por su cantidad y claridad. Y aquí es cuando deberíamos adentrarnos de lleno en el proceloso asunto de la manipulación y el fraude que flota sobre muchas propuestas de la arqueología alternativa. Por referirnos a dos casos próximos y bien conocidos del siglo XX, vale la pena citar las estatuillas de Acámbaro (México) y las famosas piedras de Ica (Perú), que a día de hoy siguen siendo objeto de polémica por su presunta condición de ooparts.

Estatuilla de Acámbaro
El primero de ellos es un conjunto de estatuillas de terracota halladas en 1945[2] por el arqueólogo amateur alemán Waldemar Julsrud en las montañas de Toro y Chivo, próximas a la localidad mexicana de Acámbaro. Lo más sorprendente es que no fueron pocas, sino unas 33.000, entre las cuales se podían distinguir muchas figuras de grandes animales muy semejantes a antiguos dinosaurios (sobre todo herbívoros), con abultados cuerpos, placas dorsales, patas cortas, largos cuellos y colas, etc. Incluso aparecieron algunas piezas realmente asombrosas, como la de un hombre montado en un típico triceratops (ver imagen) u otras que muestran a supuestos dinosaurios devorando a seres humanos. Estas estatuillas fueron asignadas en principio a la cultura local pre-clásica de Chupicuaro, descubierta por el propio Julsrud en 1923 y datada entre 800 a. C. y 200 d. C., pero en realidad no se asemejaban a los artefactos típicos de dicha cultura.

Pese a lo espectacular del hallazgo, la comunidad científica no se interesó demasiado por el asunto y lo tachó de mero fraude, y más aun a la vista de los “imposibles” dinosaurios. De todos modos, en 1954 un equipo arqueológico mexicano excavó en el lugar y corroboró que era un yacimiento auténtico, aunque luego matizó que las figuras de dinosaurios debían ser falsas. Así las cosas, más adelante, la noticia llegó a oídos del famoso investigador Charles Hapgood, que se interesó por las estatuillas y promovió un estudio más fondo de éstas con las tecnologías más modernas. Así, las dataciones realizadas por el método del radiocarbono[3], tomando material orgánico adherido a las piezas, dieron una antigüedad de entre 4500 a. C. y 1100 a. C. Más adelante, en 1972, unas pruebas de termoluminiscencia de la Universidad de Pennsylvania descartaron igualmente que se tratara de una falsificación moderna, pues los resultados arrojaron una fecha de hacia 2500 a. C. Sin embargo, nuevas dataciones llevadas a cabo a finales de los años 70 contradijeron los estudios anteriores y negaron la gran antigüedad de las piezas. Y ya en 1990, el arqueólogo Neil Steede (profesional de carrera, aunque abierto a tesis alternativas) analizó una vez más los artefactos y confirmó su autenticidad ante el gobierno mexicano. Como vemos, hay opiniones para todos los gustos.

Situación de Acámbaro en México
Llegados a este punto, procede hacer un breve análisis crítico sobre este extraño caso. Desde la perspectiva académica, no hay duda de que se trata de un fraude en su práctica totalidad. Todo parecería indicar que los curiosos hallazgos fueron fruto del entusiasmo de Julsrud y del ánimo de los lugareños de tomarle el pelo con una burda falsificación de miles de estatuillas, las cuales presentaban en su mayoría un aspecto demasiado bueno (sin desgaste ni mellas o roturas) para ser tan antiguas[4]. Y también es oportuno mencionar que Julsrud pagaba una cierta cantidad de dinero (un peso) por cada pieza extraída[5]. Además, se remarca que la posterior datación probó que las figurillas eran modernas, achacando las primeras cronologías obtenidas a un error propio de la novedad del método. En todo caso, tampoco faltan las opiniones de que en realidad los animales representados no serían dinosaurios sino monstruos mitológicos o fieras reales más o menos distorsionadas, pues en bastantes ocasiones las formas y rasgos no serían biológicamente factibles. 

En fin, tras haber consultado algunos libros y la inevitable Internet, no puedo sacar conclusiones claras sobre este asunto, pues la información es escasa y repetitiva, con bastantes puntos oscuros, imprecisiones e incoherencias. Sin duda, sería de gran valor determinar qué piezas concretas fueron sometidas a los análisis de datación, por qué medios y cuál fue su fiabilidad, dado que una datación posterior pareció desestimar todo lo anterior. Hay que tener en cuenta que el radiocarbono no se emplea propiamente para datar cerámica y que existe la posibilidad de que el primer análisis por termoluminiscencia fallase. Lamentablemente, creo que sólo una investigación profunda que contrastase las fuentes originales de los hallazgos y las condiciones exactas de las dataciones podría arrojar alguna luz, pero aun así se hace difícil valorar seriamente un conjunto tan grande y tan extraño de estatuillas… que no aparece en ningún otro lugar de América –ni del mundo– en tal número.

En arqueología, todas las piezas encajan en un contexto y aquí todo parece demasiado excepcional y falto de conexiones. Desde luego, no siendo el lugar una necrópolis ni un poblado, parece que se hubieran enterrado esos miles de figuras con algún fin indeterminado (¿para ocultarlas o protegerlas?). Pero, por otro lado, las figuras aparecieron en diversos estratos, a diversas profundidades y mostrando tipologías de dinosaurios de casi todas las épocas. Todo demasiado opaco y abierto a las mayores suspicacias, aun siendo generosos. Así, sumando los pocos argumentos disponibles, podría aventurar la hipótesis de que en Acámbaro había en efecto algunos restos antiguos y que algunas piezas eran auténticas, pero que muchas de ellas (en particular las de aspecto más “rompedor”) fueron falsificadas por motivos económicos o por pura diversión. De todos modos, insisto en que con referencias escasas y confusas y sin una investigación detallada es muy complicado emitir un veredicto concluyente.

Piedra de Ica con supuesto dinosaurio
Si ahora nos desplazamos a Perú, tenemos el célebre caso de las piedras de Ica, sobre el cual ya escribí un artículo específico hace unos años. No voy a repetirme en lo que ya expuse, pero a grandes rasgos podemos apreciar una situación muy similar: desde finales de los años 60 un arqueólogo amateur, el Dr. Javier Cabrera, acumuló una enorme colección de decenas de miles de piedras grabadas –que él llamó gliptolitos– también proporcionadas por los lugareños. Entre otros muchos temas heréticos, también se veían imágenes de diversos dinosaurios y de humanos interactuando con ellos. Sobre la datación de tales piedras, Cabrera las atribuía a una antiquísima era de hace millones de años, en el contexto de una Humanidad desconocida.

Por supuesto, el estamento académico declaró que todo aquello no tenía pies ni cabeza y que se debía enmarcar en una gran operación fraudulenta. A su vez, la arqueología alternativa explotó este asunto como un evidente oopart, pero con el paso del tiempo hasta los investigadores alternativos más creyentes le dieron la espalda a Cabrera a la vista de la falta de pruebas y la constatación de una práctica fraudulenta generalizada. Y de nuevo, por lo que puede recopilar en su día, creo que algunas piedras sí eran auténticas, pero que la gran mayoría –en la que se debe incluir a los dinosaurios– no eran más que una falsificación encargada por Cabrera. Aparentemente, no hubo aquí fines económicos, sino quizás ciertas ganas de notoriedad y una buena dosis de autoengaño. Y, por cierto, aunque no estaban expuestas al público en su museo, Cabrera también almacenó muchas estatuillas de terracota de supuestos dinosaurios. En este caso, el famoso Erich Von Däniken tuvo acceso a tales piezas y disimuladamente consiguió llevarse una de ellas que luego hizo analizar, con el resultado de que las estatuas tenían sólo unos pocos años.

Y todavía tenemos que explorar el tema de la hipotética convivencia de humanos y dinosaurios a partir de otros datos y pruebas –algunas realmente sorprendentes– que la ciencia oficial ha preferido dejar a un lado discretamente. Pero todo ello lo veremos en la segunda parte este artículo.

© Xavier Bartlett 2019



[1] Según esta teoría, un gigantesco meteorito de varios kilómetros de diámetro impactó contra la Tierra en la península del Yucatán (México) y causó una reacción en cadena que afectó a todo el planeta, destruyendo muchas formas de vida, incluyendo los dinosaurios, cuyos hábitats y recursos naturales quedaron fuertemente afectados por la devastación provocada.
[2] Según las fuentes consultadas, existe una insólita confusión sobre el año del hallazgo, que a veces se sitúa en 1944.
[3] Estas dataciones fueron implementadas por el Museum’s Applied Science Center for Archaeology (MASCA).
[4] Esta fue la concusión extraída por el arqueólogo Charles DiPeso, que visitó el lugar y examinó las piezas en 1952. Aparte, dijo haber contactado con una familia local que le habría reconocido el fraude.
[5] Sea como fuere, Julsrud nunca quiso hacer negocio con las piezas, que al final almacenó como pudo en su casa. Actualmente se exponen en el Museo Waldemar Julsrud, sito en Guanajuato.

5 comentarios:

Alarico dijo...

La credibilidad de mi opinion,es tan debil,confusa y profana,que solo la tengo en consideracion,por los identicos calificativos que esgrime el oficialismo academico.
No creo en la teoria evolutiva,por motivos que no voy a detallar,pues no es el caso,creo en la adaptacion de las especies,pero eso es diferente.
Personalmente,pienso que quien puso esos animales sobre La Tierra,algunos de tamaño descomunal e incompatibles por completo con la vida humana y con un fin predeterminado,fue el mismo que los elimino una vez cumplida con la actividad predispuesta,el metodo de eliminacion es lo de menos,lo que me interesa es la intencionalidad y la finalidad.
Creo que es bastante plausible que algunas minorias de estos animales,hayan coexistido con el Hombre,pero ya serian simplemente restos que no supondrian una amenaza seria para nuestra especie.
Como comprendera en esto que digo,puedo estar mas equivocado que un pulpo en un garaje y ser mas falso que un billete del monopoly,aunque de momento no encuentro ninguna explicacion o demostracion determinante que contradiga lo que pienso.

Gracias por su trabajo.Un saludo

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Alarico

Como ya he insistido, esa coincidencia en el tiempo pudo darse a partir de una población residual de dinosaurios, y esto es lo que veremos más en detalle en la segunda parte. En todo caso, es obvio que el hombre ha convivido con grandes especies de depredadores (más grandes y fuertes que él) a lo largo de los milenios y que ha sobrevivido y prosperado.

Saludos,
X.

CobaltUDK dijo...

Yo me inclino por esa posiblidad que mencionas de que encontraran huesos de dinosaurio e imaginaran cómo eran las criaturas, además de pensar que aún andaban por ahí.

Y esto quizás no tenga relación, pero recuerdo haber leído que los restos de Tiranosaurios encontrados hasta ahora corresponden a cinco o seis individuos diferentes (no recuerdo el número exacto pero por ahí andaba).

Da que pensar que a lo largo de millones de años debieron existir cientos de millones de tiranosaurios y tan sólo hemos encontrado restos fosilizados de... seis.
Es decir, la conclusión de siempre, que queda mucho por aprender.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Cobalt

Lo de reconstruir un dinosaurio a través de los huesos me parece aún un poco forzado, pues sabemos que en épocas antiguas los huesos desenterrados de grandes mamíferos (o quizá dinosaurios) fueron atribuidos a gigantes. Lo de Angkor Wat sigue siendo algo muy raro que yo personalmente no sé explicar más allá de las hipótesis que he mencionado.

Sobre el hallazgo de huesos (muchos o pocos) de dinosaurios, en la segunda parte comentaré un tema insólito que da que pensar y que pondría en aprietos las tesis oficiales.

Saludos,
X.



CobaltUDK dijo...

Pues ganas de leer la segunda parte :)

Respecto el misterio de Angkor Wat, quizás podrías añadir una cuarta opción, la del "Astronauta de la Catedral de Salamanca".