Casi todo el mundo
conoce la famosa historia del monstruo del lago Ness en Escocia, según la cual
el gran lago estaría habitado por una criatura acuática –o más de una– de
enormes proporciones, pero que parece ser muy escurridiza, pues aparte de unos
cuantos testimonios y unas dudosas imágenes, nadie sabe hasta qué punto existe realmente
tal monstruo o si todo se reduce a una fantasiosa leyenda local. El caso es
que, a pesar de las escasas pruebas en liza, se ha defendido la teoría de que
el citado monstruo podría ser en verdad un dinosaurio acuático (una especie de
plesiosaurio) superviviente de la gran extinción ocurrida hace millones de
años. Este asunto se enmarcaría dentro de la llamada criptozoología, o estudio de los animales extraños o desconocidos
–a veces supuestamente extinguidos– que son negados por la ciencia oficial. Al
respecto, es posible que en este empeño se haya abusado de la fantasía y las
leyendas, pero también es cierto que se daba por extinguido hace millones de
años al arcaico pez celacanto hasta que en 1938 fue pescado un ejemplar vivo de
esta especie en la costa de Sudáfrica.
Si ampliamos la
perspectiva de este tema, tenemos sobre la mesa un antiguo debate que ha sido
agitado muchas veces por ciertos sectores de la arqueología alternativa,
especialmente los más ligados al fundamentalismo religioso o al creacionismo.
Me refiero, obviamente, a la posibilidad de que los seres humanos no hayan
evolucionado a partir de criaturas más simples y que hayan estado sobre el
planeta con una anatomía moderna desde
épocas remotísimas, incluso de muchos millones de años. Y en ese escenario es
justo cuando se hubiera podido dar la coincidencia temporal entre hombres y
dinosaurios, que –según el actual consenso del estamento académico– desaparecieron
hace unos 65 millones de años a partir de un terrible evento natural o cósmico
(la famosa teoría del meteorito[1]).
Así, muchos recordarán los argumentos esgrimidos en su momento a partir de
supuestos ooparts hallados principalmente
en América, como unas huellas de pies humanos junto a huellas de (presuntos)
dinosaurios. Ni que decir tiene que la ciencia oficial no ha hecho caso de
estas pruebas o las ha desdeñado,
aludiendo a confusiones o incluso fraudes.
Esqueleto de un dinosaurio (Tyranosaurus Rex) |
Sin embargo, existe
otra vía de enfocar esta cuestión que tendría algún viso de verosimilitud: la
posibilidad de que los dinosaurios hayan sido mal datados y que sean mucho más
modernos de lo que se acepta. En realidad, esta propuesta enlazaría mejor con
la hipótesis de que los dinosaurios no se extinguieron completamente hace 65
millones de años, sino que algunos de ellos lograron sobrevivir de forma residual
–aun en las condiciones más precarias– hasta fechas relativamente recientes, lo
que les podría haber hecho coincidir con el hombre primitivo, o incluso con la
Humanidad de épocas históricas. Estamos pues hablando de decenas o cientos de
miles de años como mucho, o tal vez unos cuantos siglos en los casos más
excepcionales. En fin, abordar seriamente este asunto parece un despropósito y
una pérdida de tiempo, y yo mismo fui muy escéptico en su momento, pero debo
reconocer que existe una base razonable para explorar lo aparentemente
fantástico y tratar de sacar alguna conclusión. Vayamos por partes.
Una vez más, en
primer lugar, tenemos la denostada mitología. Como ya es cansino repetir, para
la ciencia oficial el mito en sí mismo no tiene fuerza probatoria y sólo
corresponde al acervo cultural de cada comunidad. Por supuesto, se admite que
en algunos casos pudo haber algún rastro de realidad que luego fue reciclado o
distorsionado en forma de leyenda trasmitida oralmente de generación en
generación. No obstante, como sé bien por mi propia formación académica, el
mito no es tomado como un referente sólido para la investigación arqueológica o
histórica. Antes bien, se lo suele aparcar
cómodamente en el ámbito de la antropología, que está enfocada a explorar
las costumbres, conductas y creencias de las diferentes culturas humanas. Por
el contrario, la mitología parece un útil comodín para la historia alternativa,
ya que permite argumentar casi cualquier cosa, empleándola como indicio
respetable y tomando o interpretando lo que interesa en cada momento según la
tesis a defender.
Escultura de dragón (según la tradición china) |
Sea como fuere,
volviendo al tema de los dinosaurios, es innegable que en muchas partes del
mundo existieron –y existen todavía– abundantes mitologías relacionadas con
grandes reptiles, los famosos dragones de
los cuentos y leyendas, animales de gran tamaño y fuerza y en ocasiones con la
capacidad de volar. Así, tenemos descripciones de criaturas fantásticas que
–estudiadas en rigor– guardan no poco parecido con lo que podrían ser algunos
tipos de dinosaurios descubiertos en los dos últimos siglos por las
investigaciones paleontológicas. Desde luego, siempre se podrá decir que la
imaginación es libre, pero la semejanza está ahí y nos podríamos preguntar de
qué modelo de la realidad natural extrajeron los antiguos esas “visiones” de
terribles monstruos de aspecto reptiloide.
Por otra parte, no
todas esas referencias son estrictamente “mitología”, pues en algunos relatos
históricos antiguos se han conservado descripciones cuando menos sospechosas.
Por ejemplo, el mismo Heródoto –considerado como padre de la Historia–
describió unas criaturas volantes reptiloides con cuerpo de serpiente y alas de
murciélago que surcaban los cielos de Egipto y Arabia, y que podrían
corresponder a un pequeño dinosaurio conocido como Ramphorhynchus. Asimismo, existen documentos más recientes –de la
época medieval y renacentista– que hablan de avistamientos o encuentros con
criaturas reptiloides, muchas de ellas volantes, en países europeos como Gran
Bretaña, Italia o Francia, y que entrarían en la categoría de “dragones”. Con
todo, aún existen noticias fechadas en el siglo XIX o incluso en el pasado
siglo, y que a veces han sido relacionadas con el mundo paranormal… o con el
sensacionalismo, por no decir fraude.
En fin, no hay que
insistir en que para la ciencia oficial todo esto no es más que el bien
conocido folclore popular –en el que deberíamos incluir la citada historia del
lago Ness– y que tales relatos no merecen ninguna credibilidad desde el punto
de vista científico, en una línea muy similar a lo que sucede con las llamadas leyendas urbanas. De todas maneras, y a
modo de ejemplo representativo, expongo aquí uno de esos múltiples testimonios
de encuentros con dragones que difícilmente
pueden atribuirse a meros cuentos o leyendas. En este caso se trata de un
registro escrito a mediados de siglo XV y conservado en la biblioteca de la
catedral de Canterbury:
“En la tarde del
viernes 26 de septiembre de 1449 dos reptiles gigantes fueron vistos luchando
en las orillas del río Stour (cerca de la villa de Little Conard) que marca los
límites fronterizos entre los condados ingleses de Suffolk y Essex. Uno era
negro y el otro rojizo y moteado. Después de una lucha que se mantuvo durante
una hora para la admiración de los muchos paisanos que los observaban, el
monstruo negro cedió y se retiró a su guarida, y el escenario del conflicto fue
conocido desde entonces como Sharpfight Meadow (el prado de la intensa lucha).”
Representación de un animal desconocido (Utah, EE UU) |
Ahora bien, hay que
reconocer que la mitología se ha plasmado a veces de forma física y es aquí cuando
ya entramos en el campo de la arqueología, pues lo cierto es que existen muchas
representaciones pictóricas o escultóricas de las criaturas fantásticas, siendo
bastantes de ellas de comunidades primitivas, sin despreciar otras de culturas
más desarrolladas. Así pues, tenemos desde pinturas rupestres muy antiguas
hasta relieves en piedra de época histórica, con toda una serie de enormes monstruos que no pueden identificarse
fácilmente con los animales más comunes –generalmente mamíferos– que pudieron
haber visto los antiguos en su entorno natural. Evidentemente, podríamos
objetar que ese arte no tenía por qué ser una copia exacta de la realidad, sino
que podría existir un alto grado de distorsión o interpretación, incluyendo una
cierta visión chamanística, lo que podría explicar la representación de figuras
no realistas, más propias del reino onírico o de las alucinaciones.
No obstante,
también hay que señalar que muchas pinturas rupestres del paleolítico superior,
de una gran antigüedad, fueron bastante naturalistas y ajustadas a la anatomía real
de los animales representados, por lo cual hay que admitir que nos estamos
moviendo en un marco de cierta ambigüedad, sesgo o interpretación subjetiva
ante lo que los hombres primitivos quisieron mostrar en sus pinturas. Si
aceptamos pues figuras de bisontes, por ejemplo, hay que ser honestos y abrir
la puerta a que los antiguos representasen también de forma más o menos
naturalista algunos animales no identificados que pudieron convivir con ellos,
ya se trate de “dinosaurios” u otras especies indeterminadas.
Pintura rupestre de Perú con animal indeterminado |
Sea como fuere,
existen numerosos ejemplos de arte primitivo –sobre todo en el continente americano–
en que se intuyen formas de animales que difícilmente podemos comparar con
grandes mamíferos, sino más bien con antiguos dinosaurios. Esas
representaciones suelen incluir criaturas de abultados cuerpos, con cuellos
largos, patas cortas y robustas y a menudo con extensas colas. Esta tipología
encajaría bastante bien en grandes dinosaurios herbívoros, como el brontosaurio
o el diplodocus. Eso sí,
doy por hecho –a partir de las fuentes– de que se trata de representaciones
auténticas, no de falsificaciones modernas, tema que tocaré más adelante.
Después tendríamos
la amplia representación de dragones,
que giran en torno a una imagen tópica de “lagarto gigante”, y que están
presentes en varias civilizaciones a lo largo de los siglos y en culturas tan
alejadas y distintas entre sí como China y el Occidente cristiano. Y entre
todas estas figuras me gustaría destacar una que ha sido citada muchas veces
hasta alcanzar la categoría de oopart
por su rareza y aparente situación fuera de contexto. Me refiero al conocido caso
de un supuesto estegosaurio de un templo sito en el conjunto de Angkor Wat
(Camboya), construido por la civilización Khmer y que data del siglo XII de
nuestra era. Pues bien, en un pilar a la entrada de un templo podemos apreciar,
dentro de un disco, un relieve que representa a un extraño animal de voluminoso
cuerpo y patas cortas, y que presenta una especie de cresta formada por grandes
placas dorsales en su lomo que recuerdan mucho a las de un estegosaurio.
El estegosaurio de Angkor Wat |
Cabe reseñar que la
ciencia oficial se ha limitado a afirmar que en los templos podemos ver
diversas figuras de animales, tanto reales como mitológicos, y ahí se zanja la
cuestión, si bien algunos investigadores especialistas en Angkor, como Michael
Freeman y Claude Jacques, han reconocido explícitamente que el parecido del
animal en cuestión con un típico estegosaurio es asombroso. Ante esta insólita
presencia de un supuesto “dinosaurio” en plena Edad Media, caben al menos tres
hipótesis:
1) Que el animal sea una creación
fantástica, con rasgos de algún animal real conocido, y que el artista recompuso
a partir de relatos mitológicos. Por tanto, aquí no habría oopart propiamente dicho.
2) Que el animal sea algún tipo de
mamífero o reptil desaparecido y que fue representado de manera bastante libre
por el artista. Quizá se tratase de una especie de erizo, armadillo, o algo
similar. Aquí tampoco sería lícito hablar de oopart.
3)
Que el animal sea en efecto un
estegosaurio, una reliquia viva del pasado remoto y que fue representado de
manera bastante aproximada por el artista. Este sería el contexto propio de un oopart. No debería estar ahí (en el
siglo XII), según el saber científico aceptado, pero el caso es que está.
Si admitimos la
tercera hipótesis como viable, ello nos fuerza a suponer que algunos
dinosaurios pudieron sobrevivir durante millones de años en hábitats selváticos
relativamente restringidos y que todavía pudieron ser vistos por seres humanos
durante aquella época, lo que lógicamente se habría trasladado a la citada
representación escultórica. Otra opción –a mi juicio más rebuscada– sería
pensar que los habitantes de la región hubieran desenterrado los huesos de un
estegosaurio y luego lo hubieran intentado representar a modo de reconstrucción
ideal, como hacen los modernos investigadores. En cualquier caso, las
consabidas referencias a la mitología o a la imaginación no ayudan a despejar
incógnitas, y los regates del mundo
académico resultan aquí tan torpes como los realizados a menudo por los autores
alternativos.
En fin, todo lo
citado hasta ahora podría ser un batiburrillo de casos esporádicos y polémicos,
abiertos a la duda o la especulación, pero existen otras supuestas pruebas que
podríamos denominar “demasiado bonitas para ser verdad”, por su cantidad y claridad.
Y aquí es cuando deberíamos adentrarnos de lleno en el proceloso asunto de la
manipulación y el fraude que flota sobre muchas propuestas de la arqueología
alternativa. Por referirnos a dos casos próximos y bien conocidos del siglo XX,
vale la pena citar las estatuillas de Acámbaro (México) y las famosas piedras
de Ica (Perú), que a día de hoy siguen siendo objeto de polémica por su
presunta condición de ooparts.
Estatuilla de Acámbaro |
El primero de ellos
es un conjunto de estatuillas de terracota halladas en 1945[2]
por el arqueólogo amateur alemán Waldemar Julsrud en las montañas de Toro y
Chivo, próximas a la localidad mexicana de Acámbaro. Lo más sorprendente es que
no fueron pocas, sino unas 33.000, entre las cuales se podían distinguir muchas
figuras de grandes animales muy semejantes a antiguos dinosaurios (sobre todo
herbívoros), con abultados cuerpos, placas dorsales, patas cortas, largos
cuellos y colas, etc. Incluso aparecieron algunas piezas realmente asombrosas,
como la de un hombre montado en un típico triceratops (ver imagen) u otras que muestran a supuestos
dinosaurios devorando a seres humanos. Estas estatuillas fueron asignadas en
principio a la cultura local pre-clásica de Chupicuaro, descubierta por el
propio Julsrud en 1923 y datada entre 800 a. C. y 200 d. C., pero en realidad
no se asemejaban a los artefactos típicos de dicha cultura.
Pese a lo espectacular
del hallazgo, la comunidad científica no se interesó demasiado por el asunto y
lo tachó de mero fraude, y más aun a la vista de los “imposibles” dinosaurios. De
todos modos, en 1954 un equipo arqueológico mexicano excavó en el lugar y
corroboró que era un yacimiento auténtico, aunque luego matizó que las figuras
de dinosaurios debían ser falsas. Así las cosas, más adelante, la noticia llegó
a oídos del famoso investigador Charles Hapgood, que se interesó por las
estatuillas y promovió un estudio más fondo de éstas con las tecnologías más
modernas. Así, las dataciones realizadas por el método del radiocarbono[3],
tomando material orgánico adherido a las piezas, dieron una antigüedad de entre
4500 a. C. y 1100 a. C. Más adelante, en 1972, unas pruebas de
termoluminiscencia de la Universidad de Pennsylvania descartaron igualmente que
se tratara de una falsificación moderna, pues los resultados arrojaron una fecha
de hacia 2500 a. C. Sin embargo, nuevas dataciones llevadas a cabo a finales de
los años 70 contradijeron los estudios anteriores y negaron la gran antigüedad
de las piezas. Y ya en 1990, el arqueólogo Neil Steede (profesional de carrera,
aunque abierto a tesis alternativas) analizó una vez más los artefactos y
confirmó su autenticidad ante el gobierno mexicano. Como vemos, hay opiniones
para todos los gustos.
Situación de Acámbaro en México |
Llegados a este
punto, procede hacer un breve análisis crítico sobre este extraño caso. Desde
la perspectiva académica, no hay duda de que se trata de un fraude en su
práctica totalidad. Todo parecería indicar que los curiosos hallazgos fueron fruto
del entusiasmo de Julsrud y del ánimo de los lugareños de tomarle el pelo con
una burda falsificación de miles de estatuillas, las cuales presentaban en su
mayoría un aspecto demasiado bueno (sin desgaste ni mellas o roturas) para ser
tan antiguas[4]. Y también es oportuno
mencionar que Julsrud pagaba una cierta cantidad de dinero (un peso) por cada
pieza extraída[5]. Además, se remarca que la
posterior datación probó que las figurillas eran modernas, achacando las
primeras cronologías obtenidas a un error propio de la novedad del método. En
todo caso, tampoco faltan las opiniones de que en realidad los animales
representados no serían dinosaurios sino monstruos mitológicos o fieras reales
más o menos distorsionadas, pues en bastantes ocasiones las formas y rasgos no
serían biológicamente factibles.
En fin, tras haber
consultado algunos libros y la inevitable Internet, no puedo sacar conclusiones
claras sobre este asunto, pues la información es escasa y repetitiva, con
bastantes puntos oscuros, imprecisiones e incoherencias. Sin duda, sería de
gran valor determinar qué piezas concretas fueron sometidas a los análisis de
datación, por qué medios y cuál fue su fiabilidad, dado que una datación
posterior pareció desestimar todo lo anterior. Hay que tener en cuenta que el
radiocarbono no se emplea propiamente para datar cerámica y que existe la
posibilidad de que el primer análisis por termoluminiscencia fallase. Lamentablemente,
creo que sólo una investigación profunda que contrastase las fuentes originales
de los hallazgos y las condiciones exactas de las dataciones podría arrojar
alguna luz, pero aun así se hace difícil valorar seriamente un conjunto tan
grande y tan extraño de estatuillas… que no aparece en ningún otro lugar de
América –ni del mundo– en tal número.
En arqueología,
todas las piezas encajan en un contexto y aquí todo parece demasiado
excepcional y falto de conexiones. Desde luego, no siendo el lugar una
necrópolis ni un poblado, parece que se hubieran enterrado esos miles de
figuras con algún fin indeterminado (¿para ocultarlas o protegerlas?). Pero,
por otro lado, las figuras aparecieron en diversos estratos, a diversas
profundidades y mostrando tipologías de dinosaurios de casi todas las épocas.
Todo demasiado opaco y abierto a las mayores suspicacias, aun siendo generosos.
Así, sumando los pocos argumentos disponibles, podría aventurar la hipótesis de
que en Acámbaro había en efecto algunos restos antiguos y que algunas piezas
eran auténticas, pero que muchas de ellas (en particular las de aspecto más
“rompedor”) fueron falsificadas por motivos económicos o por pura diversión. De todos modos, insisto en
que con referencias escasas y confusas y sin una investigación detallada es muy
complicado emitir un veredicto concluyente.
Piedra de Ica con supuesto dinosaurio |
Si ahora nos
desplazamos a Perú, tenemos el célebre caso de las piedras de Ica, sobre el
cual ya escribí un artículo específico hace unos años. No voy a repetirme en lo
que ya expuse, pero a grandes rasgos podemos apreciar una situación muy
similar: desde finales de los años 60 un arqueólogo amateur, el Dr. Javier
Cabrera, acumuló una enorme colección de decenas de miles de piedras grabadas –que
él llamó gliptolitos– también proporcionadas por los lugareños. Entre
otros muchos temas heréticos, también se veían imágenes de diversos dinosaurios
y de humanos interactuando con ellos. Sobre la datación de tales piedras,
Cabrera las atribuía a una antiquísima era de hace millones de años, en el contexto
de una Humanidad desconocida.
Por supuesto, el
estamento académico declaró que todo aquello no tenía pies ni cabeza y que se
debía enmarcar en una gran operación fraudulenta. A su vez, la arqueología
alternativa explotó este asunto como un evidente oopart, pero con el paso del tiempo hasta los investigadores
alternativos más creyentes le dieron la espalda a Cabrera a la vista de la
falta de pruebas y la constatación de una práctica fraudulenta generalizada. Y
de nuevo, por lo que puede recopilar en su día, creo que algunas piedras sí
eran auténticas, pero que la gran mayoría –en la que se debe incluir a los
dinosaurios– no eran más que una falsificación encargada por Cabrera. Aparentemente,
no hubo aquí fines económicos, sino quizás ciertas ganas de notoriedad y una
buena dosis de autoengaño. Y, por cierto, aunque no estaban expuestas al
público en su museo, Cabrera también almacenó muchas estatuillas de terracota
de supuestos dinosaurios. En este caso, el famoso Erich Von Däniken tuvo acceso
a tales piezas y disimuladamente consiguió llevarse una de ellas que luego hizo
analizar, con el resultado de que las estatuas tenían sólo unos pocos años.
Y todavía tenemos
que explorar el tema de la hipotética convivencia de humanos y dinosaurios a
partir de otros datos y pruebas –algunas realmente sorprendentes– que la
ciencia oficial ha preferido dejar a un lado discretamente. Pero todo ello lo
veremos en la segunda parte este artículo.
© Xavier Bartlett
2019
[1] Según esta teoría, un gigantesco meteorito de varios kilómetros de
diámetro impactó contra la Tierra en la península del Yucatán (México) y causó
una reacción en cadena que afectó a todo el planeta, destruyendo muchas formas
de vida, incluyendo los dinosaurios, cuyos hábitats y recursos naturales
quedaron fuertemente afectados por la devastación provocada.
[2] Según las fuentes consultadas, existe una insólita confusión sobre el
año del hallazgo, que a veces se sitúa en 1944.
[3] Estas dataciones fueron implementadas por el Museum’s Applied Science Center for Archaeology (MASCA).
[4] Esta fue la concusión extraída por el arqueólogo Charles DiPeso, que
visitó el lugar y examinó las piezas en 1952. Aparte, dijo haber contactado con
una familia local que le habría reconocido el fraude.
[5] Sea como fuere, Julsrud nunca quiso hacer negocio con las piezas, que
al final almacenó como pudo en su casa. Actualmente se exponen en el Museo
Waldemar Julsrud, sito en Guanajuato.
5 comentarios:
La credibilidad de mi opinion,es tan debil,confusa y profana,que solo la tengo en consideracion,por los identicos calificativos que esgrime el oficialismo academico.
No creo en la teoria evolutiva,por motivos que no voy a detallar,pues no es el caso,creo en la adaptacion de las especies,pero eso es diferente.
Personalmente,pienso que quien puso esos animales sobre La Tierra,algunos de tamaño descomunal e incompatibles por completo con la vida humana y con un fin predeterminado,fue el mismo que los elimino una vez cumplida con la actividad predispuesta,el metodo de eliminacion es lo de menos,lo que me interesa es la intencionalidad y la finalidad.
Creo que es bastante plausible que algunas minorias de estos animales,hayan coexistido con el Hombre,pero ya serian simplemente restos que no supondrian una amenaza seria para nuestra especie.
Como comprendera en esto que digo,puedo estar mas equivocado que un pulpo en un garaje y ser mas falso que un billete del monopoly,aunque de momento no encuentro ninguna explicacion o demostracion determinante que contradiga lo que pienso.
Gracias por su trabajo.Un saludo
Gracias Alarico
Como ya he insistido, esa coincidencia en el tiempo pudo darse a partir de una población residual de dinosaurios, y esto es lo que veremos más en detalle en la segunda parte. En todo caso, es obvio que el hombre ha convivido con grandes especies de depredadores (más grandes y fuertes que él) a lo largo de los milenios y que ha sobrevivido y prosperado.
Saludos,
X.
Yo me inclino por esa posiblidad que mencionas de que encontraran huesos de dinosaurio e imaginaran cómo eran las criaturas, además de pensar que aún andaban por ahí.
Y esto quizás no tenga relación, pero recuerdo haber leído que los restos de Tiranosaurios encontrados hasta ahora corresponden a cinco o seis individuos diferentes (no recuerdo el número exacto pero por ahí andaba).
Da que pensar que a lo largo de millones de años debieron existir cientos de millones de tiranosaurios y tan sólo hemos encontrado restos fosilizados de... seis.
Es decir, la conclusión de siempre, que queda mucho por aprender.
Gracias Cobalt
Lo de reconstruir un dinosaurio a través de los huesos me parece aún un poco forzado, pues sabemos que en épocas antiguas los huesos desenterrados de grandes mamíferos (o quizá dinosaurios) fueron atribuidos a gigantes. Lo de Angkor Wat sigue siendo algo muy raro que yo personalmente no sé explicar más allá de las hipótesis que he mencionado.
Sobre el hallazgo de huesos (muchos o pocos) de dinosaurios, en la segunda parte comentaré un tema insólito que da que pensar y que pondría en aprietos las tesis oficiales.
Saludos,
X.
Pues ganas de leer la segunda parte :)
Respecto el misterio de Angkor Wat, quizás podrías añadir una cuarta opción, la del "Astronauta de la Catedral de Salamanca".
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