sábado, 14 de abril de 2018

¿Se afianza el catastrofismo?


Uno de los habituales campos de batalla entre la historia alternativa y la académica es el papel del llamado catastrofismo, teoría no precisamente moderna que sostiene que la Tierra ha sufrido gigantescas catástrofes naturales, a menudo ligadas a fenómenos celestes,  que marcaron poderosamente el devenir de la vida en el planeta, incluyendo el de la especie humana. Frente a esto, el estamento académico reconoce que se dieron grandes cataclismos en tiempos remotísimos, pero prefiere dar un rol preponderante al gradualismo o uniformismo, esto es, a los lentos y progresivos cambios en la naturaleza a lo largo de millones de años, impulsados por una serie de factores ambientales más o menos definidos y no tan “traumáticos”. Además, el evolucionismo y el gradualismo han ido de la mano desde los tiempos de Darwin y no están por la labor de separarse, sobre todo para no perjudicar al edificio teórico evolucionista.

Esto no obsta a que los científicos ortodoxos hayan recurrido a grandes catástrofes puntuales para justificar los inexplicables saltos o vacíos en la evolución de las especies, según propugnaba Steven Jay Gould con su teoría del equilibrio puntuado. Asimismo, la desaparición masiva de los dinosaurios hace 65 millones de años ha sido achacada básicamente a un gran evento cósmico; en concreto, al impacto de un enorme meteorito en el continente americano. Ahora bien, es pertinente señalar que ambas explicaciones se mueven en el terreno de la conjetura –más o menos fundada– pues a día de hoy no hay pruebas que puedan corroborarlas con seguridad.

Immanuel Velikovsky
Sin embargo, el catastrofismo defendido por algunos herejes de la ciencia, como los casos de Immanuel Velikovsky o de Charles Hapgood, fue duramente atacado por proponer la existencia de enormes cataclismos con graves efectos en todo el planeta en tiempos relativamente recientes. Sólo para resumir estos argumentos, basta decir que Velikovsky, tomando como base datos geológicos, antiguas observaciones astronómicas y crónicas de diversas civilizaciones, llegó a la conclusión de que la Tierra había sufrido tremendos cataclismos ligados al paso errático del planeta Venus (en su fase de cometa) por el sistema solar, y todo ello en unas fechas tan recientes –en términos geológicos–como el 1500 a. C. y el 700 a. C. aproximadamente. Este evento no sólo habría causado gran muerte y destrucción sino que habría alterado incluso la rotación del planeta hasta pararlo y modificar el año de rotación alrededor del Sol, que habría pasado de los 360 a los actuales 365 días[1].

A su vez, Charles Hapgood propuso que la Tierra habría sufrido un súbito cambio en su eje hace miles de años, a causa de un desplazamiento de la astenosfera, una capa semisólida de la corteza terrestre, si bien no podía determinar con certeza cuál había sido el origen de tal movimiento. Este evento se habría traducido en un desplazamiento de los polos, un enorme proceso de deshielo y en suma un cataclismo global, en el cual –por ejemplo– el continente que estaba situado en medio del Atlántico se desplazó al polo sur, formando lo que es la actual Antártida. Y lo que es más, Hapgood creía que esto no había sido un hecho aislado sino que se había repetido de forma cíclica. Según sus investigaciones, estas alteraciones habrían ocurrido cada 20.000 ó 30.000 años, con una duración media de unos 5.000 años, provocando una fuerte inclinación del eje terrestre, aunque nunca superior a los 40º. Como resultado de estos movimientos, Hapgood determinó que el polo norte habría cambiado de posición por lo menos tres veces en el hemisferio norte en los últimos 100.000 años.

Estas teorías, lanzadas en los años 50 y 60 del pasado siglo, fueron duramente atacadas y rebatidas por el estamento académico con argumentos de todo tipo, pero básicamente aludiendo a la falta de pruebas mínimamente fiables. No obstante, en los años 90, el investigador escocés Graham Hancock recogió el guante del catastrofismo y volvió a promover este tipo de propuestas en su libro Fingerprints of the Gods (“Las huellas de los dioses”), si bien no pudo aportar mayores razonamientos que los ya expuestos por los autores citados. Como era de esperar, Hancock fue blanco de todas las críticas académicas por este revival de las teorías apocalípticas y más aún por el hecho de que ligaba la existencia de una gran catástrofe natural –ocurrida hace unos 12.000 años– a la desaparición de una avanzada civilización perdida que inevitablemente se relacionaba con la tan denostada Atlántida.

Magicians of the Gods (2015), de G. Hancock
Así las cosas, Hancock nunca se acabó de rendir, y en estos últimos años ha vuelto con fuerza a defender la tesis de un catastrofismo global en fechas no demasiado antiguas y que tuvo un enorme impacto sobre la Humanidad. No obstante, esta vez Hancock ha aportado nuevos argumentos y ha dejado en segundo plano las referencias históricas y mitológicas para sumergirse directamente en el terreno de las ciencias duras, en particular la geología. De este modo, el autor escocés nos propuso en su reciente obra de 2015 Magicians of the Gods (“Los magos de los dioses”) un sólido escenario científico que podría dar cobertura a ese catastrofismo a gran escala que la ciencia ortodoxa se niega a reconocer.

Lo que Hancock planteaba como base para su propuesta no está muy lejos de lo que Hapgood expuso hace medio siglo; esto es, que la Tierra sufrió un dramático y rápido deshielo de una masa ingente de hielo polar, con consecuencias nefastas en el hemisferio norte, y de rebote en el resto del planeta. Este deshielo habría supuesto, entre otras cosas, el notable aumento del nivel de los mares y océanos (una media de unos 125 metros), anegando enormes porciones costeras de todos los continentes[2], aparte de otros desastres naturales de gran magnitud. Esto habría sucedido aproximadamente hacia el 10.000 a. C., justo antes del arranque del proceso de neolitización y posterior civilización.

A partir de este punto, Graham Hancock desarrolló una investigación para determinar en qué periodo exacto se produjo la catástrofe y cuál fue el motivo último o el origen de ese deshielo, a fin de esclarecer la auténtica naturaleza del cataclismo. Así pues, Hancock pudo poner sobre la mesa una serie de datos científicos que no estaban disponibles cuando escribió Fingerprints (1995) y que se han ido acumulando en los últimos 20 años. Vamos a repasar a continuación todo este argumentario para sopesar la validez de este escenario neo-catastrofista y sus implicaciones en la historia de la Humanidad.

Hancock focalizaba su atención en el continente americano, con el objetivo de vincular las antiguas tradiciones nativas con los datos que nos pueden ofrecer los modernos estudios geológicos. En este sentido, constataba que en toda América del norte existen aún numerosas leyendas que hacen referencia a tremendas destrucciones y mortandades en forma de terremotos, inundaciones, diluvios, fenómenos celestes, etc. Y en muchas de estas historias está presente la descripción de un gran cometa o astro destructor que se precipitó sobre la Tierra. Estos relatos vendrían a coincidir con lo que los geólogos norteamericanos han apreciado sobre el terreno: que al final de la última era glacial, concretamente en el periodo llamado Dryas Reciente, tuvieron lugar inundaciones y cataclismos en buena parte de Norteamérica, si bien no se tiene una idea clara del alcance y magnitud de este desastre natural, ni tampoco del elemento más importante: la causa de la catástrofe.

Mapa de situación de los Scablands
A este respecto, Hancock rescató el trabajo de un geólogo apartado de la corriente principal académica que a inicios del siglo XX formuló una propuesta de lo que podía haber sucedido, a partir de sus observaciones en el estado de Washington (al noroeste de los EE UU). Este geólogo se llamaba J. Harlen Bretz y en la década de 1920 fijó su atención en un típico paisaje llamado Scablands, unos vastos terrenos y canales rocosos marcadamente agrietados y erosionados, como si fueran cicatrices. Además, Bretz observó unos grandes bloques de piedra aislados –llamados en inglés boulders– de un peso que podría superar incluso las 10.000 toneladas. Dichos bloques, generalmente de basalto, no pertenecían al contexto geológico de la región, sino que presumiblemente habían sido llevados allí por enormes icebergs que luego se fundieron. Según su punto de vista, en aquel lugar había ocurrido un tremendo evento hidrológico de gran magnitud que cesó abruptamente. Tras comprobar esta evidencia, Bretz quedó del todo convencido de que allí no había existido un proceso geológico gradual sino una súbita catástrofe de dimensiones bíblicas –en forma de enormes corrientes de agua– que cambió completamente el paisaje en relativamente poco tiempo, si bien no pudo formular una propuesta firme sobre el origen de la catástrofe.

La reacción del estamento académico ante esta propuesta fue de escepticismo cuando no de abierta oposición, pues un escenario de “Diluvio Universal” no era en absoluto contemplado por los geólogos, en su casi totalidad gradualistas. Bretz fue duramente criticado, refutado y marginado, y sus ideas cayeron en el olvido durante décadas hasta que a finales del siglo XX empezaron a surgir nuevos datos y nuevas investigaciones que planteaban de forma más o menos explícita la huella de una gran catástrofe acaecida en Norteamérica. Bretz fue reivindicado antes de su muerte en 1981 y se admitió que los Scablands encajaban más en un escenario catastrofista que en uno gradualista. A este respecto, el estamento académico acabó por admitir que gran parte del paisaje de los Scablands pudo haber sido causado por el desbordamiento periódico –a lo largo de miles de años– del cercano lago glacial Missoula.

Dry Falls, un enorme salto de agua (ahora seco) en los Scablands del estado de Washington (EE UU)


Con todo, quedaban aún muchas piezas para acabar de componer el rompecabezas y Hancock se preocupó de buscarlas y conectarlas para ofrecer una perspectiva realista y rigurosa de esa posible gran catástrofe. Para Hancock, la clave de todo este asunto se movía en torno al ya citado periodo del Dryas Reciente, del cual se sabe relativamente poco. Se trata de una época de cambio climático inesperado y abrupto que duró poco más de mil años. Lo que se conoce a grandes rasgos es que después de un periodo de progresivo calentamiento al final de la Edad del Hielo, hace entre 15.000 y 13.000 años, de repente el clima global se invirtió fuertemente, volviendo a un ambiente de marcado frío y sequedad, sin que se tenga certeza la causa de esta reversión, más allá de las hipótesis. Y justamente aquí es cuando aparece en escena una propuesta científica defendida por una minoría de científicos y que no había sido estudiada a fondo hasta hace relativamente poco: el cometa del Dryas Reciente, también llamado cometa Clovis (denominación que sugiere que el cometa fue el causante directo de la desaparición de la cultura prehistórica Clovis[3]).

¿Un cometa devastador hace 12.800 años?
Para centrar la cuestión, hay que señalar que la gran mayoría del estamento académico rechaza esta propuesta –por ser evidentemente catastrofista– y la ha enviado al terreno de las hipótesis sin fundamento. No obstante, desde inicios de este siglo XXI se han ido recogiendo numerosas pruebas que apuntan todas en la misma dirección: un evento catastrófico de enormes proporciones. Básicamente, lo que defienden estos científicos es que hace 12.800 años un gran cometa se precipitó sobre la Tierra y se desintegró en varios fragmentos al llegar a la atmósfera, cayendo la mayoría de éstos en la zona noreste de Norteamérica (el epicentro) y causando en muy poco tiempo una cadena de desastres de gigantescas dimensiones.

Así pues, Graham Hancock creyó haber dado aquí con la respuesta que buscaba: un desastre global de origen cósmico que pudo convertirse en el referente real de todas las posteriores mitologías sobre el Diluvio Universal. Para resumir, los argumentos esgrimidos por los científicos son los siguientes:
  • En varios asentamientos de la cultura Clovis, el químico nuclear Richard Firestone detectó la presencia de una delgada capa de sedimentos con trazas de partículas magnéticas con iridio, microesférulas magnéticas, hollín, esférulas de carbono, y sobre todo carbón vitrificado que contenía nano-diamantes[4]. Sólo unas condiciones de enormes temperaturas (por encima de 2.200º C), típicas de impactos de cometas o asteroides, son capaces de crear tales materiales. Asimismo, se han observado capas geológicas con idénticos restos en diversos puntos de Norteamérica y también en otros continentes. En varios estudios geológicos datados entre 2010 y 2014 se incide en la presencia de materiales fundidos a altísimas temperaturas en América, Europa y Asia.   
  • Según Jim Kennet, oceanógrafo de la Universidad de California, existen huellas bioquímicas sobre el terreno que certifican que América del Norte sufrió tremendos incendios que arrasaron gran parte de su biomasa y que acabaron directamente o indirectamente con la gran megafauna de la época. Asimismo, según pruebas arqueológicas aportadas por el arqueólogo Al Goodyear, la catástrofe natural redujo drásticamente la población de la cultura Clovis en un 70%. 
Paisaje desolado de los Scablands
  • Varios científicos, seguidores del camino emprendido por Bretz, han señalado que las enormes corrientes de agua detectadas en los Scablands no pudieron ser causadas por el desbordamiento del citado lago glacial Missoula –con una capacidad de unos 2.000 kilómetros cúbicos de agua– sino por un volumen de agua muchísimo mayor. El geólogo Warren Hunt cree que fue la fusión de la propia masa de hielo la que provocó el desastre, por lo menos unos 840.000 kilómetros cúbicos (una décima parte del total de la capa de hielo). Y no hay fuente de calor terrestre capaz de desatar tal fenómeno a esa escala gigantesca; sólo la energía cinética de un cometa podría tener esa capacidad.  
  • Existen paisajes muy similares a los Scablands de Washington en otras zonas de Norteamérica, como en particular la meseta de Columbia, así como en el río Saint Croix (Minnesota) y determinadas regiones de los estados de New Jersey y New York, con la presencia inequívoca de boulders, los grandes bloques errantes aislados no propios de la geología del lugar.

A partir de estos datos, los científicos han reconstruido un escenario global catastrófico que podría describirse del siguiente modo:

Dos enormes boulders ("Twin Sisters")
Hace unos 12.800 años un gran cometa, que podría haber tenido un diámetro de unos 100 kilómetros, llegó a nuestro planeta y se desintegró sobre América del Norte en múltiples fragmentos. Varios de ellos habrían impactado sobre la llamada capa de hielo Laurentino, que cubría buena parte del continente durante el Pleistoceno. Se cree que al menos hubo cuatro grandes impactos a cargo de imponentes fragmentos, que tendrían alrededor de dos kilómetros de diámetro. Las estimaciones de los geólogos apuntan a que la energía cinética desatada en conjunto tenía una potencia equivalente a 10 millones de megatones. Estos impactos causaron la casi inmediata fusión de la gruesa capa de hielo acumulada en aquella región, lo que condujo a dramáticas consecuencias al crear unas enormes corrientes de agua que fluyeron de norte a sur en forma de inundaciones colosales y que se llevaron por delante todo lo que encontraron[5].

Asimismo, tuvieron lugar otros fenómenos colaterales no menos graves. Por ejemplo, la fusión del hielo produjo que una cantidad enorme de agua dulce se vertiera en los océanos Ártico y Atlántico, lo que provocó un descenso de la salinización de los mares, y un enfriamiento de la superficie marina, alterando en consecuencia la circulación de las corrientes oceánicas. A su vez, el propio impacto causó una devastadora onda de choque y una liberación de energía que abrasó literalmente bosques y todo tipo de vegetación. Se produjeron fortísimos vientos y sismos. El intensísimo calor liberado provocó la transformación de  algunos elementos, especialmente en forma de esférulas vítreas y nano-diamantes. El cielo quedó completamente cubierto de partículas, que –en combinación con la enorme cantidad de vapor de agua liberado– formaron una nube de polvo y ceniza que tapó la radiación solar durante mucho tiempo, lo que sumió al mundo en la oscuridad y un progresivo enfriamiento.

Pero de ningún modo fue un evento local. Los efectos directos e indirectos de los impactos cubrieron una amplia zona de unos 50 millones de km.2 que englobaría toda América del Norte, Centroamérica, una porción de Sudamérica, el Atlántico norte, la práctica totalidad de Europa y buena parte de Oriente Medio[6]. De este modo, el fenómeno provocó un rápido cambio climático a escala planetaria en el transcurso aproximado de una generación humana, lo que sería de hecho el inicio y la causa del propio Dryas Reciente, una época convulsa de intenso frío y sequedad, que provocó la extinción de numerosas especies animales y puso la supervivencia humana contra las cuerdas, a la vez que impulsó a determinados cambios en las estrategias de subsistencia, lo que abriría la puerta a una nueva era en la historia de la Humanidad.

¿Una explicación científica para el mítico Diluvio?
En cuanto al final del Dryas Reciente, Hancock recogía dos versiones que pueden ser complementarias. Por un lado, es posible que los cielos se despejaran completamente después de 1.000 años, lo que habría permitido la vuelta a una radiación solar “normal”, favoreciendo el progresivo calentamiento del planeta. Por otro lado, se especula con que hace 11.600 años la Tierra se volviera a encontrar con los restos del cometa, aunque en esta ocasión los fragmentos habrían caído fundamentalmente sobre los océanos, causando una enorme cantidad de vapor de agua que habría provocado un efecto invernadero y un consiguiente aumento de las temperaturas. El resultado final fue un segundo desastre natural, pues se acabó por fundir la capa de hielo remanente, lo que provocó a su vez una notable subida del nivel de los mares. Y, por cierto, esa fecha (hacia el 9.600 a. C.) viene a coincidir con la fecha dada por Platón en sus diálogos sobre el final cataclísmico de la Atlántida.

A todo esto, hay que insistir en que el estamento académico no da ninguna credibilidad a esta teoría e incluso algunos reputados científicos se han dedicado a escribir artículos específicos para refutar y ridiculizar a los proponentes del Cometa Clovis. Para empezar, algunos críticos han apuntado a que no hay un cráter –o varios de ellos– que puedan avalar el impacto del cometa. Sin embargo, en opinión del geofísico Allan West, los fragmentos más pequeños se pudieron haber desintegrado antes de llegar al suelo sin dejar rastro mientras que los más grandes impactaron contra una enorme capa de hielo de más de dos kilómetros de espesor. Esto habría provocado que el cráter hubiese quedado rodeado por un muro de hielo y  que posteriormente se hubiese fundido al final de la era glacial, sin dejar prácticamente ninguna huella.

Aún así, en algunas regiones de Canadá se han identificado posibles restos de cráteres de cientos de metros de diámetro atribuibles al cometa Clovis. Uno de los más llamativos es el llamado cráter Corossol –situado en el golfo de San Lorenzo– que tiene 4 kilómetros de diámetro y está bajo las aguas, a una profundidad que oscila entre 40 y 125 metros. En principio se creía que su origen era muy antiguo, de unos 470 millones de años, pero pruebas recientes realizadas in situ demostraron que era mucho más moderno, ya que la base de la secuencia de sedimentos ofrecía una cronología que podría estar alrededor de los 12.900 años de antigüedad.

Graham Hancock
Con todo, se puede apreciar que existe un alarmante sesgo o manipulación a la hora de valorar otras pruebas que se muestran mucho más sólidas que los dudosos cráteres. Así, algunos geólogos ortodoxos decían haber sido incapaces de reproducir los resultados obtenidos por sus colegas heterodoxos en siete yacimientos, habiendo usado los mismos protocolos metodológicos. Dicho de otro modo, no habían encontrado ninguna esférula sospechosa en las capas referidas a la época del Dryas Reciente. No obstante, como cita Hancock en su libro, un estudio independiente[7] impulsado en 2012 a fin de despejar la controversia destapó que los puntos donde habían extraído las muestras los escépticos no coincidían con los lugares previamente excavados; o sea, las muestras no eran equivalentes. Así pues, cuando el equipo independiente excavó en las localizaciones adecuadas, sí se encontraron las esférulas y se pudo confirmar que se formaron por fusión de minerales terrestres sometidos a altísimas temperaturas. Visto lo cual, la supuesta objetividad de la ciencia predominante queda más bien en entredicho.

En todo caso, la polémica está lejos de cerrarse y sobrevive aún en las disputas geológicas, mientras que el mundo de la arqueología académica no parece inmutarse ni preocuparse por esta teoría herética catastrofista. Personalmente, considero que las pruebas acumuladas hasta la fecha tienen un peso importante, si bien serían necesarios estudios más profundos para confirmar la hipótesis. Por el momento, la teoría catastrofista parece aportar muchas posibles respuestas a interrogantes largamente planteados sobre el final del Paleolítico y la gran megafauna y la posterior transición a una nueva forma de vida productora (el Neolítico y la civilización).

Sea como fuere, para Graham Hancock, este escenario del cometa es completamente posible y –si bien no puede demostrarlo– podría haber sido la causa de la desaparición de una ignota y avanzada civilización, teniendo en cuenta que los efectos del Diluvio descritos en las mitologías de muchas antiguas culturas muestran un marcado paralelismo con los efectos del impacto de un enorme cuerpo celeste. En este sentido, el autor escocés se remite a las incipientes muestras de civilización que podemos observar por ejemplo en Göbekli Tepe (hacia el 9.500 a. C.), que serían la prueba del renacer de la civilización perdida, cuyos escasos supervivientes –llamados los sabios, los magos, o los resplandecientes– volverían a recorrer los confines de la Tierra para recuperar al menos parcialmente lo que se había perdido con el gran cataclismo, ofreciendo las semillas de la civilización a los pueblos primitivos...

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / Santha Faiia (foto de G. Hancock)



[1] Según afirmaba Velikovsky, muchas culturas antiguas utilizaban un calendario basado en un año de 360 días, a los que luego hubo que adjuntar unos días especiales.

[2] Este ascenso del nivel de las aguas está reconocido por la ciencia moderna, si bien no de una forma generalizada ni súbita ni tan catastrófica como defienden los autores alternativos.

[3] Cultura de la Edad de Piedra, la más antigua del continente reconocida por la ciencia ortodoxa y que está datada alrededor del 11.000 a. C. aproximadamente. Toma su nombre del yacimiento de Clovis (Nuevo México).

[4] Diamantes microscópicos que se forman en condiciones extremas de gran impacto, presión y temperatura y que son tomados por los científicos como indicadores de potentes impactos de asteroides o cometas.

[5] Se estima, de igual modo, que algunos fragmentos impactaron sobre la capa de hielo que cubría el norte de Europa, causando también la fusión parcial de los hielos en aquella zona.

[6] El alcance del evento fue delimitado por un estudio publicado en 2013 sobre la presencia de 10 millones de toneladas de esférulas en todos estos lugares, coincidiendo en una datación de 12.800 A.P.


[7] Malcolm A. Le Compte, Albert C. Goodyear et al, Independent Evaluation of Conflicting Microspherule Results from Different Investigations of the Younger Dryas Impact Hypothesis, PNAS, 30 October 2012, Vol. 109, No. 44, pp. E29609.

6 comentarios:

Xavier Bartlett dijo...

Me permito un comentario de un pequeño detalle que preferí dejar fuera del artículo. En este libro de 2015 Hancock volvía a reincidir en el asunto del paso del cometa (procedente de las Táurides) en tiempos muy próximos, lo que coincide con las apreciaciones que ya hizo en su libro de 1995. Es una especie de aviso (¿apocalíptico?) de lo que nos podría pasar mientras estamos muy despreocupados por el tema. Lo cierto es que en las últimas fechas se van acumulando noticias de asterorides y meteoritos que pasan cerca de la Tierra. ¿Sabe algo Hancock que nosotros no sepamos o participa de alguna maniobra cuya finalidad se me escapa? Ahí lo dejo.

Saludos

José Luis Calvo Zabalza dijo...

Hola buenas, interesante el tema del articulo muy relacionado con lo que se conoce por ciertas tradiciones orientales con la llamada historia cíclica, en contraposición a la historia “oficial” o académica que concibe el desarrollo de la Tierra y la humanidad exclusivamente de manera lineal. Indicios hay más que suficientes como plantear de manera teórica la hipótesis cíclica defendida por algunos autores alternativos. Es loable el empeño y tenacidad de Graham Hancok que no se rinde por encontrar la llamada “Civilización Perdida”, aun teniendo todo el mundo académico en su contra y los escasos medios que posee, llegando más lejos que otros que le precedieron: como el malogrado Albert Slosman, Ignatius Donnelly, etc… Ojala la encuentre, pondría en jaque al paradigma actual. La pregunta que me ronda en la cabeza, es ¿aceptarían si se demostrase de manera irrefutable la existencia de una civilización avanzada conviviendo con los neardentales y cromañones en el llamado paleolítico superior? Yo personalmente creo que no, debido al paradigma científico actual.
Un saludo y gracias

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado José Luis

Muchas gracias por el comentario. Bueno, lo cierto es que el mundo académico no quiere oír hablar ni de Diluvio ni de civilización desaparecida, porque ambos conceptos van muy ligados. Se limitan a negarlos aludiendo a que no hay pruebas por ningún sitio, pero ya ves que Hancock les ha aportado indicios de un gran desastre hace 12.000 años. Otra cosa más complicada es demostrar que hubo una civiización avanzada conviviendo con humanos primtivos de la Edad de Piedra; no es imposible, puesto que todavía sucede hoy en día, pero sí complicado de probar.

De todos modos, algunos yacimientos como Gobekli Teope nos muestran una grave anomalía. ¿Cómo es que de repente los cazadores-recolectores hicieron un conjunto megalítico de esas características tan avanzadas? A mi me parece más lógico pensar que ese "brote" fue el legado de una civilización anterior que había sucumbido en gran parte debido a una enorme catástrofe. Pero seguimos en el terreno de las conjeturas, porque faltan muchas piezas por encajar...

Saludos,
X.

CobaltUDK dijo...

Me estaba acordando de la novela "El eterno Adán", de Julio Verne.

Me temo que esto va a ser como con los extraterrestres, gente convencida de que existen, otra de lo contrario, miles de pruebas no concluyentes para unos, lo contrario para otros, y así año tras año, esperando el "contacto".

pedro dijo...

Saludos, interesante tema... siempre me he sorprendido que a pesar de los millones de años pasados y la fuerza de erosión del mar aun seamos capaces de formar como un rompecabezas juntar las costas de américa del sur y áfrica entre otras, puede ser quizás que el desplazamiento continental ocurriera mucho más temprano de lo que en los libros siempre se nos ha dicho. La teoría de un cometa que desencadenara la fuerza necesaria para ese desplazamiento me parecería posible.
Respecto a las hipótesis de Hancock el mismo predice en su libro la vuelta del cometa por las inscripciones del yacimiento de Gobekli Teope en torno de nuestra época actual hasta el 2040 como marco de peligro afinando al 2030 como más probable..el tiempo lo dirá.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado Pedro

Gracias por tu comentario. En efecto, como ya comenté, Hancock lleva advirtiendo de este final catastrófico de la civilización desde 1995 y parece obsesionado con el regreso de ese cometa destructor en fechas no muy lejanas. Lo que es evidente es que estamos acostumbrados a pensar en desastres cósmicos como una cosa de hace millones de años, y que el gradualismo es capaz de explicar todo (esa es la base del evolucionismo), pero en realidad estamos hablando de conjeturas y de factores que desconocemos. El Universo, pese a lo que nos digan, sigue siendo un gran misterio.

Saludos