martes, 28 de noviembre de 2017

Centinelas de la eternidad


Esta entrada no es exactamente un artículo sino más bien una breve reflexión personal a partir de una fotografía que me ha llamado mucho la atención.



No es preciso añadir muchos comentarios. Se trata de una imagen de la ciudad de El Cairo al amanecer con las tres grandes pirámides de Guiza de fondo. Y al ver semejante contraste, no he podido evitar la sensación de asombro y desasosiego que han sentido miles de personas durante siglos al contemplar tal grandiosidad. ¿Cómo podemos tener la arrogancia de considerarnos la cúspide de la evolución, la cima de la civilización, el triunfo del progreso y la tecnología? Todo lo que hay delante de las moles de piedra del Antiguo Egipto no es más que un pobre paisaje abigarrado de modernos edificios de ladrillo y cemento que dentro de unos pocos cientos de años (siendo generosos) ya no estarán ahí. Y con toda probabilidad, si tuviera lugar una gran catástrofe que destruyera la civilización, dentro de 10.000 ó 20.000 años ya les aseguro que no quedaría prácticamente nada de lo que vemos en primer plano; ni siquiera unas míseras ruinas en superficie. Nuestro mundo es apenas un efímero espejismo material de una sociedad tan engreída como ignorante.

La majestuosidad de los centinelas de la eternidad
Pero justo detrás están los tres centinelas de la eternidad, las tres grandes pirámides atribuidas a Khufu, Khafre y Menkaure. “El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las Pirámides”, como asegura un proverbio árabe. Están ahí, según la egiptología desde hace unos 4.500 años, aunque no hay pruebas cronológicas directas que ratifiquen tal datación. Para muchos autores alternativos son probablemente mucho más antiguas. Según algunos, soportaron un enorme Diluvio Universal hace unos 12.000 años y tal vez ya llevaban allí otras decenas de miles de años[1]. Según el egiptólogo alternativo Clesson Harvey, podrían pertenecer a un ciclo precesional anterior o Gran Año; esto es, hace 26.000 años o tal vez incluso 52.000. A este respecto, se ha propuesto la teoría de que los faraones de la  IV dinastía sólo restauraron los monumentos y se apropiaron de ellos, pero respetando su austero silencio (por lo cual no hay jeroglíficos que canten la grandeza de los monarcas)[2]. Tales prodigios no necesitan ningún añadido, ningún nombre, ninguna alabanza.

También se nos ha dicho por activa y por pasiva que las grandes pirámides fueron tumbas para esos faraones, pero tanta megalomanía sin una sola atribución directa cae por su propio peso, aparte de que no se ha encontrado allí ni rastro de un enterramiento original. Por el contrario, la Gran Pirámide se muestra más bien como una gigantesca enciclopedia de piedra, un edificio colosal construido con el mismo grado de precisión que una maquinaria de relojería suiza, que revela altos conocimientos de arquitectura, ingeniería, geografía, matemáticas, astronomía, física... 

Paisaje de Guiza con la Gran Pirámide (siglo XIX)
Ahora sería procedente recordar las palabras del denostado piramidólogo Piazzi Smyth, que hace 150 años afirmó: “La Gran Pirámide, aunque esté en Egipto, no es, ni fue nunca de Egipto, es decir perteneciente o construida por el Egipto faraónico idólatra”. Desde esta perspectiva, es posible que nunca sepamos quiénes fueron los constructores originales de las grandes pirámides y con qué fin las edificaron; sólo podemos especular con que fueran seres humanos de una civilización perdida, un mundo de conocimiento, armonía e iluminación muy anterior a nuestro mundo de limitación y egocentrismo. Ellos eran capaces de hacer cosas que hoy nos parecen monstruosas, aunque los arqueólogos académicos nos sigan hablando de miles de trabajadores con trineos, cuerdas, rampas, rodillos, herramientas de piedra y cobre, sencillos aparatos de topografía... hasta los arquitectos e ingenieros actuales tuercen el gesto al oír tales sandeces.

En definitiva, las tres grandes pirámides son el símbolo de la eternidad misma, y nuestro mundo, apenas un suspiro. Cuando nada quede de nosotros, cuando toda nuestra fatuidad se haya desvanecido, las pirámides seguirán ahí, como testimonio de un estado de conciencia y sabiduría más elevado que el nuestro, y que la ciencia se empeña en negar pese a los múltiples indicios que podemos observar en casi todo el mundo.

Y acabo con la opinión de un hombre que sabe mucho sobre las grandes pirámides, que las ha estudiado durante décadas y que en su día lanzó una de las interpretaciones más audaces de los últimos tiempos: la Teoría de la Correlación de Orión. Me estoy refiriendo obviamente a Robert Bauval, que sabe muy bien de lo que habla pues –aparte de ser egiptólogo amateur– es ingeniero de profesión:

“Yo estuve viviendo tres años en un apartamento frente a la Gran Pirámide, y créame, llega un momento en que dejas de mirar estos grandes monumentos, ya que te despiertan tantas preguntas que empiezas a volverte loco. Es como si estos monumentos no pertenecieran aquí, o no debieran estar ahí. Son tan grandes, tan perfectos, tan antiguos y tan desconocidos... Tener ahí un monumento de esta calidad, tamaño, precisión y escala tan abrumadora, que contiene alineaciones astronómicas y constantes matemáticas...  y seguimos sin poder explicarlo. Es un gran enigma que en mi opinión no ha sido bien abordado por los expertos. Considerar que estos monumentos se construyeron como tumbas ha sido un gran error de cálculo. Realmente no responden a la teoría de que fuesen tumbas; más bien se ajustan a la idea de que eran una especie de máquinas metafísicas más que otra cosa. Pienso que ya es hora de mirar estos monumentos bajo otra luz diferente, y esto es lo que estoy tratando de hacer.”[3]

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Las crónicas árabes medievales hablan de que todavía se podía apreciar sobre las piedras de revestimiento el nivel al que habían llegado las aguas. Sin embargo, con el tiempo, casi todo el paramento exterior fue empleado como cantera para la construcción de El Cairo.

[2] Cabe recordar que según la inscripción de la llamada Estela del inventario, la Gran Pirámide ya estaba en Guiza en tiempos del faraón Khufu (Keops).


[3] Extracto de la entrevista concedida a la revista Dogmacero, n.º 2 (2013)

domingo, 12 de noviembre de 2017

¿A qué están jugando?



Hace escasas fechas saltó a las primeras páginas de la prensa la “sensacional” noticia de que se había detectado una gran cavidad desconocida en el interior de la Gran Pirámide de Guiza, de unos 30 metros de longitud y situada justo encima de la llamada Gran Galería. Este hallazgo ha sido posible gracias al trabajo de un equipo internacional que ha recurrido a una novedosa tecnología de rayos cósmicos, basada en unas partículas subatómicas llamadas muones, capaces de penetrar la inmensa mole pétrea de la propia pirámide. Este proyecto, conocido como ScanPyramids, consiguió publicar un artículo en la prestigiosa revista científica Nature y de ahí el subsiguiente eco en los grandes medios de casi todo el mundo.

No obstante, si uno lee bien la noticia verá enseguida que se pone mucho más énfasis en la vertiente de la ingeniería y la tecnología empleadas que en una genuina investigación arqueológica. Así, los propios responsables del proyecto, pese a haber publicitado su hallazgo a bombo y platillo, han reconocido que no saben exactamente en qué consiste esa cavidad o espacio vacío. En palabras de uno de los cofundadores del proyecto, Mehdi Tayoubi: “Se trata de una primicia. [La cavidad] podría estar compuesta de una o varias estructuras, tal vez podría ser otra Gran Galería. Podría ser una cámara, podría ser un montón de cosas.” En cambio, buena parte del mundo académico ha sido muy cauto al recibir tal noticia, como el egiptólogo británico Aidan Dodson (Universidad de Bristol), que descarta la existencia de un tesoro o una cámara sepulcral y más bien cree que se trataría de una estructura interna que podría aportarnos algún conocimiento sobre las técnicas de construcción (algo parecido, tal vez, a las bien conocidas cámaras de descarga).

Zahi Hawass (segundo por la derecha)
En cualquier caso, los que sabemos algo de arqueología y seguimos las investigaciones egiptológicas nos hemos quedado prácticamente igual, pues –como los egiptólogos expertos admiten– no hay realmente ninguna primicia o novedad en este proyecto. De hecho, el propio Servicio de Antigüedades egipcio ha visto cierta precipitación en esas declaraciones, no exentas de un cierto rebombo propagandístico. En efecto, como ha afirmado Zahi Hawass, el otrora mandamás del Servicio de Antigüedades, hace muchos años que se vienen llevando a cabo en la Gran Pirámide múltiples proyectos de prospección con tecnologías parecidas y ya se tenía constancia de varias cavidades inexploradas[1]. Asimismo, Hawass recalca que no hay ni un solo egiptólogo profesional en el equipo de ScanPyramids, y que hay que ser muy cuidadoso con los resultados que se transmiten al público.

En fin, todo esto me recuerda mucho a lo que ya expliqué en el artículo La arqueología como espectáculo, haciendo hincapié en que –sobre la base de cierta parafernalia tecnológica– se pretende reinventar la arqueología y presentar descubrimientos espectaculares al conjunto de la población, algo parecido a lo que se hace en otras ciencias “duras”, como la medicina, la biología, la física, la astronomía, etc., con el agravante de que a menudo esos grandes descubrimientos no son tales, porque más bien se trata de especulaciones o exageraciones, por no hablar directamente de errores[2]. Y también en dicho artículo sugerí que tal fenómeno podría estar provocado por el progresivo distanciamiento entre el ciudadano medio y la realidad científica de la arqueología, que se ha hecho tan técnica e incomprensible en algunos aspectos que ha acabado por alejarse de la visión romántica de esta ciencia. Y todo ello sin olvidar que, en contraposición, la arqueología alternativa se presenta como una materia mucho más atractiva para grandes capas de público, básicamente porque se vende como algo más insinuante y misterioso y hasta incluso se permite arremeter muchas veces contra las grandes verdades del paradigma.

Sea como fuere, hay muchos hechos que pasan absolutamente desapercibidos para el gran público y que creo que merecen una profunda reflexión sobre un cierto “doble rasero” que emplea el estamento académico, tanto en la propia investigación –de campo o de laboratorio– como en la difusión posterior de los resultados científicos. Así, resulta que para determinadas investigaciones, las que confirman sólidamente el paradigma, se gastan grandes cantidades de dinero y se emplean numerosos recursos humanos y materiales (sin escatimar esas tecnologías de vanguardia), sobre todo en yacimientos emblemáticos y bien conocidos. En cambio, cuando ciertos indicios, hallazgos o pruebas se perfilan como algo incómodo para el paradigma imperante, entonces se cancelan o posponen las investigaciones, se ponen trabas a las publicaciones, se deniegan los permisos de prospección o excavación, o simplemente se mira para otra parte.

Puerta en un conducto de la Cámara de la Reina
Y para referirme a hechos concretos, citaré algunos casos que en su momento causaron polémica en el ámbito académico, y que –si bien llegaron a ser conocidos por el gran público– luego pasaron al limbo o al olvido: ninguna investigación, ningún seguimiento, ninguna noticia. Por ejemplo, en 1993, en la propia pirámide de Keops, se inició una prospección con sofisticados robots en los mal llamados “conductos de ventilación” de la cámara de la Reina, pero el ingeniero a cargo de los robots, Rudolf Gantembrink, fue apartado del equipo arqueológico por tener ideas propias. Cabe recordar que en esa primera investigación se encontró un tapón o puerta, que luego fue perforada en una segunda exploración por otro robot, para encontrar detrás... otra puerta. Y allí se paró la investigación por órdenes superiores. Y eso por no hablar de la polémica sobre los cartuchos del faraón Khufu (Keops) hallados hace 180 años por el coronel Richard Howard-Vyse en algunas de las cámaras de descarga, cuya autenticidad se ha puesto en duda repetidamente, pero que no parece ser un asunto del más mínimo interés para la egiptología[3].

Y sin salir de la meseta de Guiza, cabe mencionar las exploraciones realizadas en 1991 por los geólogos Robert Schoch y Thomas Dobecki en la Gran Esfinge (el monumento y su recinto). Allí pudieron aplicar diversos métodos y tecnologías –como el georadar– y como resultado detectaron bajo la Esfinge varias cavidades de incierto origen natural o artificial, incluyendo un espacio de formas regulares situado justo debajo de una de las patas de la Esfinge, lo que lanzó la especulación de que se tratara de la famosa “Sala de los Archivos” de los últimos supervivientes de la Atlántida, según había profetizado el vidente Edgar Cayce. Sin embargo, ni entonces ni después (hasta la actualidad) las autoridades egipcias concedieron los oportunos permisos para explorar el subsuelo de esa zona. Por otro lado, hace unos pocos años se comentó en algunos foros de Internet que en determinados puntos de la meseta de Guiza se estaban realizando excavaciones supuestamente oficiales, pero clandestinas, con recintos cerrados y vallados y actividad nocturna (con maquinaria incluida).

Excavaciones en Hueyatlaco (Valsequillo, México)
En fin, no cabe duda de que llevamos dos largos siglos de egiptología y de muchas exploraciones y excavaciones, pero las propias autoridades culturales egipcias admiten que el porcentaje de lo que queda por excavar es muy superior a lo que se ha excavado hasta la fecha y que no hay medios para llegar a todo. Pero lo cierto es que son las propias autoridades las que determinan los criterios que regulan lo que se va a excavar, cómo y cuándo. Los mismos criterios que, por ejemplo, se han aplicado en Valsequillo (México) para dar carpetazo –al menos momentáneo– al que podría ser sin duda el yacimiento arqueológico más importante del continente americano, Hueyatlaco, al cual ya me he referido varias veces en este blog. Allí, en su momento (años 60 y 70) se pusieron muchos medios y recursos científicos, con la ayuda de las más modernas técnicas de datación, hasta que los resultados obtenidos desmontaron –aparentemente– la teoría académica del poblamiento de América.

Del mismo modo, y a pesar de las múltiples opiniones cualificadas de arquitectos, ingenieros y otros técnicos, la arqueología ortodoxa no ha querido analizar a fondo el insólito fenómeno del megalitismo, presente en casi todo el planeta, despachándolo con explicaciones habituales y suposiciones. Así, el estamento académico se ha limitado a situar esta prodigiosa arquitectura en el primitivo neolítico o en el calcolítico, y a negar la evidente tecnología de alto nivel que se desprende de la simple observación científica de muchos de los restos. Aquí también se podrían emplear novedosos enfoques y modernas tecnologías para intentar descubrir las claves del fenómeno, pero se sigue recurriendo a los mismos tópicos, aunque sean prácticamente insostenibles en la práctica. Y es de reconocer que la arqueología alternativa, aunque muchas veces ha patinado o fantaseado en este terreno, al menos ha realizado los esfuerzos precisos para enfocar la cuestión desde una perspectiva genuinamente tecnológica, como podría ser el caso de Chris Dunn, Joseph Davidovits, Jan Peter de Jong, David Childress, etc. 


Bloques de piedra de Puma Punku (Tiahuanaco), con aspecto de haber sido trabajados con maquinaria
Y por desgracia hemos de admitir que existe un largo suma y sigue con otros posibles hallazgos muy prometedores que han quedado totalmente apartados de cualquier intento científico de investigación. En este sentido, es bastante significativo lo que ha ocurrido con la arqueología submarina o subacuática, cuyo alcance todavía hoy es bastante limitado. A este respecto, se puede argumentar que es una actividad compleja, costosa y que requiere de bastantes recursos y de tecnología específica. Sin embargo, la arqueología alternativa ha destapado ya desde hace muchos años la importancia de la investigación de posibles restos de estructuras artificiales situadas en las profundidades marinas, sin que la arqueología académica se haya dado por enterada.

Underworld
Así, como ya describió profusamente Graham Hancock en su libro Underworld (2002), existen en varios puntos del planeta serios indicios de estructuras sumergidas y que podrían corresponder a ciudades costeras que quedaron anegadas bajo las aguas tras una gran catástrofe global sucedida hace unos 12.000 años. Nos estaríamos refiriendo a restos situados en el Caribe (Bimini y Cuba), la costa occidental de la India (en particular el golfo de Cambay), Malta, Taiwán, Japón, etc. Asimismo, se ha constatado la existencia de posibles estructuras en el fondo del lago Titicaca, que serían hipotéticamente aún más antiguas que la ciudad de Tiahuanaco, situada a las orillas del lago. En todos estos casos existen sospechas más que razonables de que los restos observables puedan ser artificiales. Para despejar las dudas, es obvio que se haría necesaria una exploración científica rigurosa y sistemática a cargo de profesionales, pero el estamento académico ha lanzado balones fuera y ha preferido instalarse en la negación, no fuera que al menos uno –sino varios– de estos yacimientos submarinos fueran realmente artificiales y constituyesen la prueba física de la existencia de una civilización perdida antediluviana que se ha venido negando por activa y por pasiva durante décadas.

No vamos a discutir ahora que un proyecto de investigación en este campo sería lento y complicado, y no precisamente barato. Con todo, si existiese la voluntad de montar equipos internacionales multidisciplinares con la financiación y los medios adecuados, tales iniciativas se podrían llevar a cabo con las debidas garantías de profesionalidad y metodología científica. Pero como ocurre con todas las disciplinas, la arqueología está lejos de ser “neutral” y se acomoda a los mandatos y prejuicios del paradigma bien establecido que determinan un cierto modelo de pasado, marcando lo que deben ser los márgenes de la investigación sobre el origen de la Humanidad y de la civilización. Todo lo que violente dicho modelo es considerado simplemente una herejía o un engaño, quedando incluso excluido del beneficio de la duda.

Homo naledi: ¿nueva especie?
Por lo tanto, el factor realmente decisivo para poder implementar auténticos proyectos atrevidos y desafiantes es la inequívoca voluntad política y científica de los que tienen la capacidad y autoridad para ello. Otra cosa es que quieran aceptar el envite. Mientras tanto, se siguen realizando numerosas investigaciones genéticas para desvelar las confusas relaciones entre denisovianos, neandertales y humanos modernos. O se reivindica con vehemencia el hallazgo de un nuevo homínido “que rompe los esquemas paleontológicos establecidos” (como el polémico Homo naledi). O se localizan grandes e inesperados yacimientos neolíticos al lado mismo de Stonehenge. O se excavan y restauran los miles de guerreros de terracota de un complejo funerario chino. O se explora el interior de la Gran Pirámide por enésima vez con las más modernas tecnologías (para quedarnos donde estábamos).

Pero no nos engañemos. Toda esta gran actividad de investigación se corresponde al concepto de arqueología y prehistoria nacido y consolidado en el siglo XIX. En este tiempo, los métodos y las técnicas han evolucionado en gran medida; la visión científica sobre el origen del hombre y de la civilización, no. En suma, mucho bombo y noticias supuestamente sensacionales para el gran público, pero la realidad es que la moderna ciencia arqueológica sigue mareando la perdiz, dando vueltas alrededor de los mismos patrones de pensamiento de hace un siglo o más. ¿A qué están jugando?

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons





[1] A pesar de ello, todavía he podido leer en la prensa española que es la primera vez que se realiza tal tipo de hallazgo (una nueva estructura arquitectónica en el interior de la Gran Pirámide) desde la Edad Media. Esto es simple y llanamente mentira, o tal vez el redactor no se ha preocupado de informarse bien, ya que –dejando aparte las otras investigaciones modernas– las cámaras de descarga no fueron descubiertas hasta los siglos XVIII-XIX.

[2] Justamente, las autoridades egipcias ya están bien escarmentadas con el turbio asunto de la hipotética tumba de Nefertiti y seguramente no quieren incurrir en nuevos ridículos y fiascos. (Véase el artículo recién mencionado.)


[3] Por ejemplo, el investigador independiente Scott Creighton ha hallado numerosos indicios de un posible fraude cometido por Vyse en 1837, pero reconoce que sólo un análisis químico de la pintura empleada y de los restos de pólvora en las paredes podría arrojar luz definitiva sobre el tema. La ciencia oficial, empero, se ha negado a realizar tales pruebas. Cabe recordar que estos cartuchos son la principal, por no decir la única, prueba física in situ que permite asignar la Gran Pirámide al faraón Khufu.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La mentira de una América “aislada”


Pese a que la historia oficial sigue en sus trece de defender a ultranza el llamado  “descubrimiento de América” por parte de Colón a finales del siglo XV, llevamos ya décadas de hallazgos de múltiples pruebas e indicios de que América nunca estuvo realmente aislada ni era desconocida para muchos pueblos de la Antigüedad o de la Edad Media. 

Así, la arqueología alternativa no solo ha puesto de manifiesto que el poblamiento humano de todo el continente es mucho más antiguo de los que los académicos reconocen, sino que ha aportado argumentos que apoyan la tesis de que diversos pueblos situados a uno y otro lado del Nuevo Mundo atravesaron los océanos Pacífico y Atlántico en épocas remotas y entablaron contacto con los antiguos indígenas americanos. Y lo que es más, ya hay muchas opiniones que hablan abiertamente de indicios de colonización, mestizaje, asentamientos estables, actividades económicas, intercambios culturales y hasta rutas comerciales habituales.

Toda esta relación transoceánica funcionó al parecer de forma intermitente, difusa y secreta, hasta que oficialmente los que apoyaron y financiaron al oscuro Cristóbal Colón decidieron montar la farsa del descubrimiento –pues sabían muy bien a dónde iban– a fin de iniciar una nueva etapa histórica, con la conquista del continente a manos de los civilizados europeos. Sin embargo, quedaron atrás diversas huellas dejadas a lo largo de muchos siglos que mostraban una clara presencia foránea imposible de ignorar. Y en este sentido, hasta incluso el estamento académico más conservador tuvo que admitir –a la vista de las pruebas arqueológicas– la llegada de los vikingos al norte de Canadá hacia el año 1000 d. C.[1], si bien consideró que tal presencia fue apenas una anécdota sin ninguna repercusión histórica. En cuanto a otras múltiples pruebas que van desde Alaska a la Patagonia, han sido sistemáticamente ignoradas.

P. Coppens
No obstante, me ha llamado mucho la atención otra prueba bastante polémica de la que apenas se habla, pero que podría ser muy representativa de una dilatada presencia extraña en tierras americanas y además en tiempos muy remotos. Me estoy refiriendo a la gran explotación minera de cobre situada en la zona de los Grandes Lagos entre EE UU y Canadá, que sigue siendo un enigma de complicada explicación para la ortodoxia, que se ha limitado a atribuir esta gran actividad minera a las antiguas culturas nativas de la zona. Sin embargo, existen muchos datos y restos sobre el terreno que apuntan claramente hacia otra parte y que en su momento fueron recogidos por el investigador alternativo Phillip Coppens. Así, me complace incluir seguidamente el artículo que escribió hace unos años este autor belga en que se ponen sobre la mesa hechos muy indicativos de un posible comercio del cobre de alcance mundial en una lejana época que se podría remontar nada menos que a los propios inicios de la Edad del Bronce[2].

¿Un comercio mundial del cobre en el 3000 a. C.?


Artefactos de la Edad del Bronce
La Edad de Bronce es un período en la historia de Europa occidental tipificado por el uso de... bronce. Y puede que “La Edad de Bronce” sea un término usado a diario en las escuelas de todo el mundo, pero hay una cuestión importante que rara vez se debate: ¿de dónde provenían los componentes requeridos, el estaño y el cobre? De hecho, aunque es indudable que Europa tuvo una “Edad de Bronce”, los arqueólogos han aceptado que se usó mucho más cobre de lo que han podido atribuir a las minas europeas. Entonces, ¿de dónde provino una parte extremadamente grande del cobre? La respuesta, por extraña que parezca, podría ser América. Así, se sabe que durante la Edad del Bronce europea se extrajeron grandes cantidades de cobre en América del Norte. Sin embargo, nadie puede responder sobre qué se hizo del cobre que allí se extrajo.

Si tuviéramos que sumar los dos problemas juntos, ¿tenemos la solución? Desde luego, la respuesta para el dogma científico aceptado es “no”, pues argumenta que no hubo contactos transoceánicos en la Edad del Bronce y, que por lo tanto el cobre no pudo haber sido transportado del Nuevo Mundo al Viejo Mundo. Pero quizás haya suficientes pruebas científicas disponibles que alteren los postulados de los científicos.

La Península Superior (Michigan, EE UU)
El principal componente del bronce es el cobre. La época alrededor del 3000 a. C. vio cómo se extraían más de 500.000 toneladas de cobre en la llamada Península Superior, en el estado norteamericano de Michigan. La mina más grande estaba en Isle Royale, una isla situada en el Lago Superior, cerca de la frontera canadiense. Aquí hallamos miles de pozos de cobre prehistóricos, excavados hace miles de años por desconocidos pueblos antiguos. Así, la mina Minong[3] de Isle Royale tiene una longitud de 2,8 Km y tiene casi 120 metros de ancho. A su vez, los pozos de cobre tienen una longitud de entre 3 y 9 metros de profundidad, conectados por túneles; un arqueólogo estimó que para su excavación se habría requerido el equivalente a 10.000 hombres trabajando durante 1.000 años.

Después de dos siglos de especulaciones, nadie ha explicado satisfactoriamente a dónde podría haber ido el cobre más puro del mundo. La extracción de Isle Royale comenzó en el año 5300 a. C., si bien algunos incluso retrasan la fecha a nada menos que el 6000 a. C. Se sabe que las pruebas de fundición se remontan “sólo” del 4000 a. C. en adelante. En cuanto a la cantidad exacta del mineral extraído, quizás nunca se llegue a determinar exactamente, pero lo que se sabe es que hacia el  1200 a. C. se detuvo toda actividad minera. Sin embargo, alrededor de 1000 d. C. se reinició la minería, que duró hasta el 1320 d. C. Durante este período, se extrajeron unas “moderadas” 2.000 toneladas.

Gran bloque de cobre extraído en Minong (s. XIX)
En América del Norte, apenas se ha recuperado el 1% [del mineral]. Algunos bloques sueltos pesan 15.422 kilos, lo que equivale al peso de todos los artefactos de bronce o cobre hallados en los Estados Unidos, mientras que otras piedras, como el Ontonagon Boulder, pesan 1.678 kilos. 

Por otro lado, una masa de 2.594 kilos, encontrada cerca de la Ensenada de McCargo, fue elevada parcialmente mediante apuntalamientos hasta la superficie, igual como se hizo con otros bloques hallados en diversas minas. Los antiguos lo estaban alzando, pero por algún motivo algunas de estas enormes piedras fueron abandonadas en mitad del trabajo. Octave DuTemple, uno de los primeros arqueólogos en investigar el yacimiento, afirmó que los mineros dejaron allí sus herramientas, como si hubieran pensado que a la mañana siguiente regresarían a la cantera y continuarían su trabajo.

Estos mineros eran trabajadores experimentados. Las minas se practicaron de manera eficiente, produciendo grandes cantidades de mineral que podía transportarse a la superficie rápidamente. De una mina se extrajeron entre 1.000 y 12.000 toneladas de mineral, lo que resultó en aproximadamente cincuenta toneladas de cobre. Su técnica era simple, pero eficiente: provocaban grandes incendios en las vetas del mineral de cobre –lo que calentaba la piedra– y luego vertían agua por encima. Esto agrietaba la roca, y con la ayuda de herramientas de piedra, se extraía el cobre de ésta. Se han descubierto alrededor de unas 5.000 minas en un área de aproximadamente 200 kilómetros de largo y de cinco a diez kilómetros de ancho. En total, el área minada en Isle Royale mide 60 x 8 kilómetros, y si se colocasen todas las minas en una línea continua, mediría 8 kilómetros de largo, 8 metros de ancho y 10 metros de profundidad.

Mapa de Isle Royale
Cabe resaltar que cada mina abierta en los últimos 200 años mostró alguna actividad minera prehistórica previa. Esto incluía minas donde el mineral de cobre no sobresalía a la superficie, lo que era prueba del conocimiento avanzado que permitía a los mineros prehistóricos identificar minerales subterráneos. Esto también funcionó al revés, ya que los yacimientos de tiempos modernos que mostraban restos de antigua minería se consideraban un buen presagio, ya que a menudo eran los mejores yacimientos para encontrar cobre, mucho cobre.

Ahora bien, cómo es que los mineros sabían qué piedras contenían cobre es un misterio. Obviamente lo sabían, pero no se sabe de dónde obtuvieron ese conocimiento. Como tampoco se sabe quién fue el responsable de la actividad. Por lo demás, si no existieron contactos transoceánicos, ¿no es altamente significativo que ambos continentes, completamente independientes entre sí, comenzaran a extraer y usar cobre y estaño en el mismo momento en el tiempo, lo utilizaran para crear bronce, y sin embargo en América no se hiciera nada “sensible” con él, aparte de algunos artefactos que se han recuperado?

Túmulo de Aztalan
Los indios Menomonie del norte de Wisconsin poseen una leyenda que habla sobre las antiguas minas. Describieron las minas como trabajadas por hombres de piel clara, que eran capaces de identificar las minas arrojando piedras mágicas al suelo, lo que hacía que los minerales que contenían cobre resonaran como una campana. Esta práctica se parece mucho a una práctica similar que se usó en Europa durante la Edad del Bronce. Así, el bronce con una alta concentración de estaño resuena cuando se arroja una piedra contra ella, y la leyenda podría haber confundido el inicio del proceso con el resultado del mismo. Aún así, S. A. Barnett, el primer arqueólogo que estudió Aztalan, un yacimiento cercano a las minas, creía que los mineros provenían de Europa. Su conclusión se basó en gran medida en el tipo de herramientas que se habían utilizado, unas herramientas que no eran empleadas por la población local.

Está claro que con una gran cantidad de trabajadores, posiblemente hasta unas 10.000 personas, algunos debieron haber muerto. También es probable que al menos algunos trabajadores vinieran con sus familias. En resumen, debió haber una gran cantidad de muertos, pero ¿dónde están los enterramientos? La respuesta es: en ninguna parte. A dónde se llevaron los muertos es otra buena pregunta, ya que no hay evidencia de cremación o de sepultura cerca de ninguno de los yacimientos o en la Península Superior en general. Lo único que dejaron fueron sus herramientas: millones de herramientas. Y esto sugiere que la mano de obra, aunque no necesariamente procedente de Europa, probablemente tampoco fuera local en su mayor parte.

No obstante, la propuesta de que bien pudo haber sido Europa fue alentada en 1922, cuando William A. Ferguson descubrió un puerto en la costa norte de Isle Royale. Los barcos podían cargar y descargar, ayudados por un muelle que medía 500 metros de longitud. Esto sugiere que el tipo de naves que anclaron aquí eran grandes barcos, y que había muchos. La explicación más probable sobre el propósito de este puerto es que era el punto donde se cargaba el cobre... para ser transportado a otras regiones. La presencia del puerto muestra además que las personas que trabajaban en las minas no eran nativas, ya que los indios locales sólo usaban pequeñas canoas.

Paisaje de Isle Royale
Es probable que las minas sólo se explotasen en verano, con una mano de obra que o bien se desplazaba al sur durante los meses de invierno, o bien volvía a casa cruzando el océano. Esto podría explicar la ausencia de edificios: las personas que vivieran allí en el invierno necesitarían edificios para sobrevivir, pero eso no es necesariamente así durante los meses de verano. Como no hay tales edificios, ello sugiere que nadie vivió allí. Igualmente importante es el hecho de que no hay señales de factorías de fundición de cobre, necesarias para su uso futuro. Esto significa que el cobre se usó en otros lugares, ya que el cobre requería de un manejo posterior para que fuera útil.

¿Podríamos saber a dónde fueron los mineros en los meses de invierno? Aunque Europa es una posibilidad, también es improbable. Su hábitat más probable fue tal vez Aztalan y Rock Lake, donde hace algunos años se descubrieron edificios y un templo justo debajo de la superficie del agua. Estos yacimientos están a solo cincuenta kilómetros al sur de la “línea de nieve”, lo que los convierte en lugares ideales para establecerse durante el invierno. De hecho, la residencia de invierno y el lugar de trabajo de verano estaban conectados entre sí a través de ríos. Además, alrededor de Rock Lake se han descubierto muchas tumbas. En efecto, allí se han localizado los restos cremados de miles de individuos, en no menos de 70 montículos funerarios. Una de las tumbas mejor conservadas contiene el cuerpo de un hombre con un martillo, similar a otro descubierto en Isle Royale.

Entonces, ¿está completamente respondido el problema del comercio de cobre con el descubrimiento de los restos alrededor de Rock Lake? ¿O deja espacio para un componente europeo en esta historia? El problema es que –aunque Rock Lake parecía albergar a la fuerza de trabajo– en ninguna parte hay prueba de que ellos, u otras personas de los alrededores, usaran el cobre. Por tanto, el problema de a dónde fue a parar el cobre persiste. Además, el cobre bien merecía un viaje transoceánico. El cobre del Lago Superior fue el mejor cobre, y el más abundante, encontrado en el mundo. En el período que va del 1400 a. C. al 1000 a. C. el cobre se exportó a los toltecas mexicanos, y tal vez incluso a otras civilizaciones más al sur. ¿Pero quiénes fueron los “compradores” varios milenios antes?

Reconstrucción de una primitiva fundición de cobre (India)
La explotación del cobre comenzó en el año 3000 a. C., con un alto nivel de extracción. Miles de trabajadores fueron organizados para trabajar eficientemente con herramientas que podían mover tres toneladas de mineral a la vez. También pudieron excavar hasta una profundidad de veinte metros sin ningún problema. ¿Dónde se originó este conocimiento? América del Norte no tiene una fuente clara para esta cultura. Cuando miramos el problema a escala global, solo hay un puñado de culturas posibles que poseyeran un conocimiento tan avanzado en ese momento, culturas como la civilización del Indo y la egipcia.

El candidato más probable, sin embargo, sigue siendo la Edad del Bronce europea. Lo que es relevante es que la Edad de Bronce Europa terminó en 1200 a. C.[4], que coincide con el final de las actividades mineras en América. ¿Casualidad? La técnica de minería en América también es idéntica a la utilizada en las Islas Británicas, donde tenía su origen el otro componente del bronce, el estaño. (Las Islas Británicas, junto con España, fueron las principales fuentes de estaño.)

Aún así, es interesante observar que recientemente se descubrió una mina de estaño en Isle Royale, una mina que ni siquiera los indios nativos sabían que existía. Esto muestra que Isle Royale proporcionó a los mineros tanto cobre como estaño. Con todo, la única “prueba sólida” hallada hasta el momento es la estatua descubierta hacia 1660 por un misionero llamado Claude-Jean Allouez, que viajó por la región y tropezó con una estatua de cobre de 30 cm. que representaba a un hombre con barba (y los indios nativos no tienen barba).


A esto hay que sumarle una observación importante. La Europa Occidental de la Edad del Bronce fue en gran medida impulsada por el mar. Así, las áreas más pobladas y más desarrolladas fueron todas costeras, y muchas de ellas, como las islas Orcadas[5], estaban extrañamente apartadas de las rutas transitadas, pero perfectamente situadas si en ese momento existía un contacto transoceánico.

Yacimiento de Skara Brae (islas Orcadas, Escocia)

Según la visión convencional, las Orcadas constituyen un extremo, lo que de alguna manera hace que difícil explicar su avanzada cultura y economía, que les permitió construir sus monumentos. Pero en la “nueva visión”, las Orcadas constituyeron un enclave vital para los viajes transoceánicos, atrayendo viajeros que sin duda estaban dispuestos a “invertir” en estas islas, convirtiendo a las Orcadas en una piedra angular de la economía mundial.

Cada vez más científicos están de acuerdo en que la Edad de Bronce europea fue, de hecho, un sistema marítimo. ¿Es tan imposible sugerir que los viajeros que navegaron desde España a Escocia no hubieran podido llegar a América? Algunos podrían argumentar que las aguas del océano eran mucho más ásperas que las aguas costeras, pero tan sólo han de viajar alrededor de Cornualles –por donde los barcos debían pasar para cargar el estaño– para saber que los mares allí son extremadamente duros.

¿Sería imposible suponer que existió una economía mundial del cobre y el estaño en el año 3000 a. C.? Para aquellos que creen que la respuesta a esto es imposible, tengan en cuenta lo peligroso que podría ser descartar esa posibilidad...

(c) Philip Coppens 1999

Fuente: http://philipcoppens.com/copper.html
Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] En efecto, la historicidad de las antiguas crónicas quedó corroborada por la excavación arqueológica a finales del siglo pasado de un asentamiento vikingo en la región de Vinlandia.
[2] Con relación a esto, por cierto, no debe ser casualidad que existan numerosas conjeturas acerca de que los templarios (en la Edad Media) explotaban minas de metales preciosos en Sudamérica, lo que podría explicar su enorme pujanza económica en apenas un par de siglos.
[3] Minong es una palabra nativa que significa “isla”.
[4] Esta fecha sólo es aproximada y coincide con la progresiva expansión y generalización de la metalurgia del hierro por el Mediterráneo y Europa, quedando la industria del bronce como secundaria. Por ejemplo, en la Península Ibérica la Edad del Hierro como tal no se inició hasta el 800 a. C. aproximadamente.
[5] En ingles, Orkneys. Se trata de un archipiélago de pequeñas islas situadas al norte de Escocia. Destacan por su notable megalitismo.