sábado, 21 de septiembre de 2019

Homo sapiens: el desequilibrio por excelencia


Llevo ya muchos años leyendo obras de autores críticos con el evolucionismo y cada vez estoy más convencido de que la teoría de Darwin es un callejón sin salida en muchos aspectos. El proceso de selección natural –que supuestamente permite la supervivencia y el progreso de los más aptos– me parece un mecanismo más que discutible, y ya no digamos si está marcado por unas mágicas mutaciones aleatorias[1] que algunos organismos parecen aprovechar, pero otros no. 

Que los más aptos o los más fuertes sean los que sobrevivan y se reproduzcan me parece mucho decir. Si introducimos el azar en la ecuación, tendríamos que decir simplemente que las especies que han llegado hasta nuestros días son las que han sobrevivido, sin más. Pero claro, los evolucionistas tienen que convivir –y tratar de ser coherentes– con ese complicado juego de negar la conciencia, el orden y el diseño inteligente y al mismo tiempo darle un sentido al “caos ordenado” de la naturaleza.

Volviendo al polémico tema de la supuesta evolución en los homínidos y el brillante resultado final en forma de Homo sapiens, me gustaría plantear ahora una serie de breves reflexiones sobre la incoherencia de relato evolutivo y el incumplimiento de los mecanismos de equilibrio en la naturaleza en lo referente a nuestro origen y “progreso”. Así pues, si hemos de ponernos al mismo nivel que el resto de especies, veremos que –aplicando toda la lógica del mundo y ciñéndonos a la observación de la naturaleza– nuestra presencia en este planeta más bien parece una aberración, que por lo menos debería abrir nuevos debates y enfoques científicos.

El punto de partida de estas reflexiones está precisamente en el concepto de equilibrio, aquello que permite que una determinada especie se desarrolle en su entorno natural y le permita una supervivencia eficaz sin que por ello otras especies, ya sean competidores o presas, resulten afectadas en su propio subsistir. Para poner un ejemplo muy sencillo, en la sabana los leones están dotados de manera natural para poder correr rápidamente y cazar gacelas, mientras que éstas también están bien dotadas para detectar a tiempo a los leones, o en su caso, poder escapar ante un ataque. Generalmente, sólo los animales más jóvenes o viejos, o bien los lisiados, enfermos o menos capacitados físicamente sucumben ante el ataque de los depredadores. De este modo, los leones pueden sobrevivir cazando gacelas –u otros herbívoros– y los herbívoros pueden salvarse en gran número y reproducirse con éxito.

En este escenario que acabamos de exponer, se produce una situación de equilibrio. Mientras las gacelas tengan recursos naturales disponibles –pasto– podrán comer y reproducirse. Y sólo unos cuantas serán víctimas de los leones u otros depredadores. Si las gacelas fuesen animales muy débiles, lo que las haría presas muy fáciles, posiblemente ya se habrían extinguido. No obstante, tienen las capacidades físicas justas para salir adelante en cada generación. Igualmente, los leones han de poseer la visión, fuerza y rapidez precisa para aprovechar sus oportunidades de caza, a fin de alcanzar, inmovilizar y dar muerte a la presa escogida. Si no fuese así, los leones ya serían cosa del pasado, al ser incapaces de alimentarse y por tanto de subsistir. Por consiguiente, observamos que desde hace miles o millones de años la cadena alimentaria está en perfecto equilibrio para que los depredadores puedan cazar algunas presas y para que la mayoría de las presas tengan la oportunidad de evitar la depredación y puedan reproducirse. El resultado final es un empate beneficioso para todas las partes que evita la extinción de las especies. Y por mucho que nos produzca tristeza el ver a unos leones devorando a una gacela, hemos de entender que si no fueran capaces de cazar se morirían de hambre y tampoco habría ya leoncitos –que dependen de la caza de sus mayores para comer– para perpetuar la especie.

Alfred R. Wallace
El naturalista británico Alfred Wallace, contemporáneo de Darwin y defensor de una cierta idea de evolución, definió esta situación de equilibrio de este modo: “La naturaleza nunca mejora las especies más allá de las necesidades diarias”. Esto es, la propia vida pone a cada uno en su lugar y le permite disponer de las armas o capacidades para salir adelante, pero no más allá de lo que necesitan estrictamente para seguir viviendo y dar paso a nuevas generaciones. Podríamos decir que es algo así como la Ley del mínimo esfuerzo, en que una vez alcanzado el éxito y el equilibrio con el resto del hábitat natural, no hay ningún impulso o motivo que justifique una “mejora”.

Esto mismo se podría aplicar a la gran cantidad de primates que aún existen sobre el planeta. Ellos son nuestros parientes más próximos, con una genética muy pareja a la de los humanos, que llega hasta el 98% de ADN común en el caso de los chimpancés. Si estudiamos la vida de estos parientes, veremos que han coexistido con nosotros durante millones de años y que también se han adaptado exitosamente al entorno, siendo capaces de evitar a los depredadores en gran medida, a la vez que diversificaban su alimentación –generalmente omnívora– para sobrevivir y reproducirse sin problemas. ¿Necesitan pues los gorilas o los chimpancés ser más inteligentes? En términos de equilibrio, tienen todo lo preciso para subsistir y cubrir sus necesidades diarias. No tienen por qué “evolucionar” intelectualmente ni fisiológicamente. Y si fuera el caso… ¿hacia dónde y para qué deberían evolucionar? Todas estas especies de homínidos se han mantenido inalteradas durante cientos de miles de años y han proseguido con su existencia aun superando fuertes cambios ambientales en las épocas más duras.

Y ahora por fin nos hemos de referir al ser humano, cuya expresión moderna es el Homo sapiens. Si no somos una criatura divina, como decían las antiguas religiones, y somos un simple animal como los demás… entonces, ¿por qué con nosotros se rompe el equilibrio? Lo que nos diferencia fundamentalmente del resto de nuestros primates es el enorme salto existente en términos de inteligencia. Ahora tenemos un cerebro grande y complejo, mientras que nuestro cuerpo ha perdido muchas de las habilidades físicas que supuestamente tuvo en el pasado. Sólo mirando a otros homínidos antiguos, vemos que el H. sapiens es relativamente enclenque y poco robusto frente a la poderosa fuerza física y resistencia de un H. erectus o incluso un neandertal. Ello por no hablar en términos de comparación con otros animales, como los propios mamíferos, que tienen algunos sentidos muchísimo más desarrollados que nosotros, aparte de unas capacidades físicas que para nosotros resultan una quimera. ¿Por qué perdimos en un terreno y ganamos tanto en otro?

Cráneo de australopiteco
La teoría más aceptada sobre el proceso de hominización que ha conducido –supuestamente– hasta nosotros es la East Side Story del paleontólogo francés Yves Coppens. Según Coppens, la aparición hace millones de años de la falla del Rift en África dividió el continente en dos mitades y produjo fuertes cambios ambientales. Así, la barrera orográfica creada de norte a sur evitó que los vientos húmedos del Atlántico llegaran a la mitad este de África. De este modo, el clima de esta zona se fue haciendo más seco y también se fue deforestando el paisaje, lo que obligó a los primates a abandonar los árboles y desplazarse erguidos por la sabana en busca de comida y refugio. Este hecho habría favorecido la locomoción bípeda, que se considera uno de los factores clave en el proceso de hominización. En este punto ya tendríamos hace unos 4 millones de años el arranque de los llamados australopitecinos, que son colocados en el primer estadio de nuestra evolución humana. Por lo demás, muchos expertos aún dudan de que el australopiteco fuera nuestro antecesor e incluso que caminara habitualmente erguido, pero no entraremos ahora en esa polémica.

El problema está en que otros muchos primates también quedaron “atrapados” en la parte este (no todos estarían en el oeste, como es lógico) y sólo una rama concreta fue capaz de erguirse de forma eficaz y de desarrollar a posteriori una cierta inteligencia, que –por cierto– estaba ausente en el australopiteco, incapaz de fabricar herramientas. Así pues, hemos de suponer que los primates de esa vasta región africana pudieron sobrevivir pese a los cambios ambientales y algunos quizá se esforzaron por mantener una posición erguida, lo que –como sabemos– pueden hacer temporalmente muchos primates. Nada de esto cambió los términos de equilibrio natural y de supervivencia. Si seguimos en esta línea de evolución, hemos de aceptar que estos australopitecos “especiales” que caminaban erguidos se vieron favorecidos mágicamente por una mutación aleatoria que desarrolló su cerebro. Y ninguna otra rama de homínidos obtuvo ese mismo beneficio, pese a estar expuesta a las mismas condiciones ambientales...

El mágico cerebro humano
Podríamos llegar a la conclusión de que desarrollar un cerebro cada vez más grande sería una ventaja adaptativa indispensable para poder sobrevivir, pero la propia realidad nos muestra que el resto de primates, con su muy limitada inteligencia, sobrepasó los eventuales problemas y pervivió con una reproducción eficaz. ¿De qué le servía a un primate determinado disponer de más inteligencia? ¿Para qué? Tal vez, en una situación de debilidad física y mayor exposición a los depredadores, un mejor olfato, una visión más aguda, un oído más fino o unas extremidades más poderosas hubieran sido más eficaces en la supervivencia frente a los depredadores. Lo que desde luego no ayudaría nada sería erguirse, porque la locomoción cuadrúpeda es la mejor para la carrera. En suma, parecería que, en el caso humano, la evolución, en vez de darle un empujón, le hubiera puesto una zancadilla.

El caso es que, con el paso del tiempo, el ser humano fue acumulando varias mutaciones favorables en el desarrollo de su cerebro, pasando de los 400-500 cm3 de media de capacidad craneal del australopiteco a los 1.400-1.500 cm3 de media del cráneo del neandertal[2] en unos pocos millones de años. Esto ya de por sí sugiere que el azar de alguna manera ha recompensado en este ámbito a los humanos frente al resto de primates o mamíferos, y con mucha diferencia. Según los expertos, las macromutaciones, que pueden producir grandes cambios físicos, se pueden dar en escenarios de cientos de millones de años mientras que la micromutaciones tendrían lugar en decenas de millones de años. Viendo el escaso registro fósil, comprobamos que el resto de primates apenas ha variado en su fisiología, pero en cambio el homínido “exitoso” ha acumulado cambios muy importantes y decisivos –que podrían ser fruto de macromutaciones– en un marco temporal no superior a los seis millones de años. ¿Qué otras especies han experimentado semejantes saltos en un tiempo tan reducido a escala evolutiva?

¿Pudo el ser humano haber padecido un grave problema de desequilibrio en su entorno que justificase ese prodigioso avance por selección natural vía mutaciones? ¿Por qué el ser humano había de desarrollar esas capacidades espectaculares mucho más allá de lo que necesitaba para subsistir? Acumular esas mutaciones fantásticas en un solo sentido debería responder a una seria amenaza o condicionante del entorno, pero… ¿cuál? No puedo imaginar la necesidad de superar en inteligencia a ningún otro ser, incluidos los posibles depredadores. Esos homínidos de hace millones de años tenían los instrumentos precisos para sobrevivir en su día a día, como nos demuestra la propia realidad biológica.

La vida exitosa de las cavernas
Sea como fuere, el ser humano obtuvo esa inteligencia y la empleó para aprovecharse del medio y mejorar sus estrategias de supervivencia. Dominó el fuego, se vistió con pieles, desarrolló herramientas y armas, se refugió en cuevas, etc. Este proceso duró muchos miles de años y parece que el sapiens reencontró el equilibrio con su entorno, sin temer ya casi nada de los depredadores. Sin embargo, una vez más, el equilibrio de esta eficaz forma de vida cazadora-recolectora saltó por los aires y de golpe y porrazo el hombre se hizo agricultor y pastor y en unos pocos miles de años desarrolló lo que conocemos como civilización. Un logro ciertamente espectacular… ¿pero era necesario para la supervivencia? La última era glacial se llevó por delante la vida de bastantes especies, pero otras muchas resistieron y no precisaron de ninguna “mejora evolutiva” en forma de mutaciones o de lo que fuera.

Voy concluyendo. Vemos en la naturaleza que las especies conviven y comparten el hábitat y mantienen una situación de equilibrio que hace que todas puedan pervivir sin que tengan que desarrollar nada más allá de lo que su propia existencia necesite. Frente a esto, el humano tiene un cerebro grande y una mente superior que le permite alcanzar muchos hitos que son impensables para el resto de especies. Pero hay cosas que me siguen chirriando. ¿Por qué los científicos nos dicen que apenas aprovechamos un 10% de las capacidades intelectuales de nuestro complejo cerebro? ¿A qué se debe esa especie de sobreingeniería evolutiva? ¿Para qué tener un coche tan veloz si luego no podemos conducir a más de 30 km/h? ¿Por qué la naturaleza nos dota de esas facultades y luego nos las escamotea? Y si somos la especie más inteligente del planeta, ¿alguien me puede explicar por qué no tenemos un solo lenguaje para entendernos todos, como tiene el resto de animales de cada especie? ¿No les parece una incoherencia evolutiva?

Lo dicho, el evolucionismo se muestra como un callejón sin salida, una caja mágica donde todo es posible y explicable, si es que no queremos entrar en otros terrenos más especulativos… Y por cierto, a estas alturas ya deberíamos desterrar del ámbito de la ciencia las explicaciones basadas en el caos o el azar. Es realmente un insulto a la inteligencia y al sentido común.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Dejo aparte el hecho de que –según muchos biólogos– las mutaciones no suponen saltos cualitativos, sino más bien defectos o taras que normalmente perjudican a los individuos. Además, alguien nos debería explicar por qué motivo se producen los supuestos “errores de copia genética” que dan paso a esas mutaciones.
[2] Por su aspecto rudo y primitivo, durante décadas se pensó que los neandertales habían sido antecesores del más refinado Homo sapiens, pero ahora ya se los pone casi como coetáneos, según los restos hallados, y tal vez sería más justo decir que los neandertales no eran más que una raza peculiar de sapiens, igual que hoy lo son los aborígenes de Australia, por ejemplo. Sin embargo, los paleontólogos, en su ideal evolucionista, están obsesionados por marcar las diferencias físicas en los esqueletos que hallan y poner nuevas ramas en el “árbol evolutivo humano”.

martes, 10 de septiembre de 2019

El legado prohibido de una raza caída (3ª parte)


El pueblo serpiente 

Hacia el 5500 a. C. los habitantes kurdos de las faldas de las colinas comenzaron a descender en gran número a las llanuras de Mesopotamia. Fue alrededor de esa fecha en que se fundó Eridu (la Erec bíblica), la primera ciudad del Creciente Fértil, con su propio complejo de templos que incluye un estanque ritual subterráneo.

Estatuilla de la cultura el-Obeid
En algún momento alrededor del 5000 a. C., tuvo lugar la llegada a las llanuras del norte de Mesopotamia de una nueva cultura que se conoce hoy como el Obeid (en honor a Tell al-Ubaid)
, el yacimiento en que se detectó su presencia por primera vez durante las excavaciones del eminente arqueólogo del Medio Oriente Sir Leonard Woolley en 1922). Este pueblo trajo consigo su exclusivo estilo artístico, así como sus prácticas funerarias, entre ellas el hábito de colocar unas figuras antropomorfas muy extrañas en las tumbas de los muertos. Las estatuillas eran de hombres o mujeres (aunque predominantemente femeninas), con un delgado y bien proporcionado cuerpo desnudo, hombros anchos, y unas extrañas cabezas reptiloides que los estudiosos, en general, califican de “aspecto de lagarto”. En efecto, presentan rostros alargados, como hocicos afilados, con una amplia hendidura en los ojos (normalmente unas pelotillas elípticas de arcilla pellizcadas para formar lo que se conoce como ojos de “granos de café”) y un espeso penacho de betún en la cabeza que representa un moño para enrollar el pelo (aparecen moños similares en arcilla en algunas cabezas encontradas en Jarmo). Todas las estatuillas exhiben vello púbico o genitales femeninos o masculinos.

Cada figurilla Ubaid tiene su propia postura. Con mucho, la figura más extraña y más impactante muestra a una mujer desnuda que sostiene a un bebé contra su pecho izquierdo. La mano izquierda del infante está aferrada al pecho, y no cabe duda de que está succionando leche. Es una imagen muy conmovedora, a pesar de que tiene una característica escalofriante: el niño tiene grandes ojos rasgados y la cabeza de un reptil. Esto es muy significativo, ya que sugiere que se daba por cierto que el bebé había nacido con esas características. En otras palabras, las cabezas “aspecto de lagarto” de las figuras no son máscaras o formas simbólicas animalescas, sino imágenes abstractas de una raza real que –según la creencia del pueblo Ubaid– poseía tales cualidades reptiloides.

En el pasado, estas figurillas de “aspecto de lagarto” fueron identificadas por los eruditos como representaciones de la Diosa Madre; una suposición totalmente errónea, ya que algunas de ellas son, evidentemente masculinas, mientras que los teóricos de los antiguos astronautas, como Erich von Däniken han considerado oportuno identificarlas como imágenes de entidades extraterrestres. En mi opinión, ambas explicaciones intentan clasificar las figurillas de arcilla en típicos estereotipos que son insuficientes para explicar su simbolismo completo. Por otra parte, dado que la mayoría de los ejemplos encontrados procedían de tumbas, donde éstas eran a menudo el único objeto de importancia, Sir Leonard Woolley llegó a la conclusión de que representaban “deidades ctónicas”, es decir, habitantes subterráneos conectados de alguna manera con los ritos funerarios.


Aparte de esta observación, parece muy poco probable que las figurillas representen a individuos con rostro de lagarto, puesto que no se tiene constancia de que los lagartos tuvieran un lugar especial en la mitología del Cercano Oriente. Es mucho más probable que las cabezas sean de serpientes, ya que se sabe que éstas estuvieron asociadas con las deidades sumerias subterráneas, como Ningiszida, el Señor del Buen Árbol.

Dado que las cabezas de las figuras de Ubaid parece que fueron modeladas sobre los patrones mucho más antiguos encontrados en Jarmo, en las montañas kurdas, ¿podrían ser representaciones muy abstractas de los Vigilantes con rostro de víbora? El hecho de que estas figurillas se encuentren específicamente en tumbas sugiere que estaban conectadas con algún tipo de práctica supersticiosa en un contexto ritual funerario. ¿Qué pretendían conseguir los Ubaid colocando tales imágenes extrañas junto a sus familiares difuntos? ¿Estaban tratando de garantizar el tránsito seguro del alma al otro mundo, o bien querían proteger el cadáver después del entierro?

En la tradición babilónica tardía, existía un verdadero temor de que si los muertos no eran enterrados de manera correcta, su alma entonces sería arrastrada a los infiernos para convertirse en Edimmus chupadores de sangre. ¿Es esto lo que temían los Ubaid, que sus familiares fallecidos se convirtiesen en vampiros si los Vigilantes con rostro de víbora no eran aplacados de forma adecuada? ¿Incluía esto el entierro de figurillas con rasgos abstractos, como un difuso recuerdo de la raza caída?

El Inframundo

Ciudad de Derinküyü
Aunque a día de hoy no se ha encontrado rastro de ningún reino subterráneo en Mesopotamia, sí existen ciudadelas ctónicas de extrema antigüedad en el Cercano Oriente. Por ejemplo, bajo las llanuras de Capadocia, al este de Turquía, existen no menos de 36 ciudades subterráneas, siendo la más famosa de ellas la de Derinküyü, que se estima que albergó unos 20.000 habitantes. Las ciudades exploradas hasta el momento alcanzan profundidades de hasta 400 metros. Tienen calles, complejos sistemas de túneles, viviendas, y salas y áreas comunales. Cada una puede quedar aislada del mundo exterior desplazando unas grandes puertas circulares, mientras que en la superficie, el único signo visible de su presencia son unas piedras megalíticas verticales que marcan las posiciones de profundos pozos que también tienen la función de canales de ventilación para los distintos niveles.


Nadie sabe quién construyó estos dominios subterráneos. Tienen al menos 4.000 años de antigüedad, si bien las pruebas provisionales sugieren que fueron construidas ya en 9000 a. C., cuando el embate final de la última Edad de Hielo estaba a punto de llevar al Oriente Medio a unas condiciones árticas. Al mismo tiempo, los volcanes activos escupían lluvias de fuego, y cuando la Edad de Hielo finalmente retrocedió, llegaron unas inundaciones comparables con el Diluvio de la Biblia, lo que causó estragos en las zonas bajas. Además, la mitología persa recoge que los antepasados de la raza iraní habían escapado del largo invierno de nieve y hielo construyendo un var, una palabra que denota una ciudad subterránea (curiosamente, la palabra arca significa “ciudad” en la lengua persa).


El recuerdo de esos mundos subterráneos también es probable que estuviera detrás de la creencia judeo-cristiana del Gehenna [
infierno o purgatorio judío] y el Infierno, el reino de fuego al que fueron arrojados los ángeles caídos como castigo por su injerencia en los asuntos de la humanidad. 


El paisaje lunar de Capadocia
 
En la misma zona que las ciudades subterráneas de Capadocia existe un virtual paisaje lunar compuesto por miles de enormes conos de roca tallados por los fuertes vientos durante muchos miles de años. La tradición local se refiere a ellos como peri bacalari, “las chimeneas de fuego de los Peri”, hermosos ángeles caídos nacidos de Iblis, la forma árabe-persa de Satanás. Se dice hoy en día que estas “chimeneas de hadas” (como se las llama inadecuadamente en inglés) están encantadas por los Djinn, parientes espectrales de los ángeles que también vivieron una vez en el cielo, antes de su caída. 


Muchas de estas “chimeneas de hadas” fueron ocupadas durante los primeros tiempos cristianos, mientras que algunas de ellas fueron convertidas en iglesias rupestres o trogloditas, a partir del siglo VI. Las más antiguas contienen muchas imágenes fascinantes que van más allá de la iconografía aceptada por la Iglesia Primitiva. Estas imágenes incluyen diseños geométricos recurrentes y, en un caso, un estilizado hombre-pájaro, que bien puede reflejar el estilo artístico de los santuarios de los buitres de hace 8.000 años, en Çatal Hüyük. La cercana proximidad tanto de este arte único “cristiano” como del asentamiento de Çatal Hüyük a las ciudades subterráneas no puede ser subestimada. Cabe recordar también que en la historia del descenso de la diosa Ishtar al mundo subterráneo ésta se encuentra con seres “como aves, cubiertos de plumas", quienes “desde los días de antaño dominaban la tierra”.

Paisaje de Capadocia (Turquía)

¿Es posible que los habitantes de las ciudades subterráneas fueran realmente los precursores de los que construyeron la ciudadela de Çatal Hüyük? ¿Podrían haber estado relacionados con la cultura chamánica de los Vigilantes de las tierras altas kurdas, que estaban a cierta distancia al este de Capadocia?

Los Hijos de los Djinn

Si es así, entonces, ¿dónde se pudieron originar estas extrañas culturas chamánicas? ¿Se desarrollaron en Turquía y el Kurdistán poco después del final de la última Edad de Hielo, o bien sus antepasados originales emigraron de alguna tierra extranjera? Los cultos de adoración a los ángeles del Kurdistán se ven a sí mismos sólo como descendientes del patriarca Noé, el salvador de la humanidad, cuyos familiares directos se asentaron en sus tierras. En contraste, los judíos kurdos preservan una historia muy curiosa acerca de los orígenes de sus vecinos gentiles, a quienes se refieren como los “hijos de los Djinn”. Según ellos, hace mucho tiempo el rey Salomón ordenó a 500 Djinn que le buscaran 500 de las vírgenes más bellas del mundo, y no debían regresar hasta que la última de ellas estuviera en su poder.

Figuración del templo del rey Salomón
os Djinn se pusieron manos a la obra en su inmensa tarea, yendo a Europa a buscar las doncellas. Finalmente, después de reunir el número correcto, los Djinn estaban a punto de regresar a Jerusalén, cuando se enteraron de que Salomón había fallecido. Ante el dilema, los Djinn meditaron qué hacer: ¿Debían devolver las doncellas a sus hogares correspondientes en Europa, o bien debían quedarse con ellas? Debido a que las jóvenes vírgenes habían “caído en gracia a los ojos de los Djinn, los Djinn las tomaron ellos mismos como esposas. Y engendraron muchos niños hermosos, y esos niños tuvieron más hijos... Y esa es la manera en que se creó la nación de los kurdos.” En otra versión de la misma historia, cien genios son despachados por Salomón para buscar a cien de las doncellas más bellas del mundo para su harén personal.

Después de haber logrado este contingente, Salomón muere y los cien genios deciden establecerse con las doncellas en medio de las inaccesibles montañas del Kurdistán. Los hijos de estos matrimonios dieron lugar a la fundación de la raza kurda, “quienes, en su carácter esquivo, se asemejan a sus antepasados genios y en su hermosura a sus progenitoras”. Aunque puede parecer que estas leyendas no tienen sentido, tratan de describir las inexplicables características extranjeras de algunas comunidades kurdas y señalan su origen en el reino bíblico de Salomón, en otras palabras, el Israel de la actualidad.

La Montaña de los Madai
 
Los Mandeos del Bajo Irak son más específicos acerca del origen de su raza. A pesar de que se dice que sus ancestros directos provienen de un mítico lugar conocido como la Montaña de los Madai (en el Kurdistán iraní), al parecer sus antepasados más lejanos tenían su origen en Egipto. Aunque esto podría parecer una mera fantasía por parte de los mandeos, es un hecho que su lenguaje contiene varias palabras que son, sin duda, de origen egipcio antiguo.  Y lo que es más importante aún, creen que después de la muerte, el alma vuela hacia el norte (es decir, hacia las montañas de Kurdistán), donde entra en un dominio mítico llamado Mataratha, el lugar del juicio. Ahí es donde se encontraban los enclaves de vigilancia de los neter.

El término neter puede ser usado como sustantivo en algunas lenguas del Cercano Oriente, en el sentido de “Vigilantes”, el mismo nombre de los primeros ángeles que figuran en la literatura Enoquiana y la literatura del Mar Muerto, mientras que en la antigua lengua egipcia esta misma palabra se utiliza para definir a los seres semi-divinos que vivían en una Edad de Oro conocida como Zep Tepi, el “Tiempo Primero”. Así pues, ¿sería posible que los Vigilantes del Kurdistán fuesen descendientes de los dioses-neter de Egipto?

Los primeros agricultores

Antiguo templo junto al río Nilo
Aunque se sabe que la explosión neolítica había arrancado en las montañas del Kurdistán, en algún momento alrededor del 8500 a. C., esta no fue la génesis de la primitiva agricultura, la domesticación de animales, la fabricación de herramientas de precisión y los asentamientos estructurados. Existen sólidas pruebas de que todos estos factores estaban presentes en varios lugares a lo largo del Nilo, al sur de Egipto y al norte de Sudán ya en el año 12500 antes de Cristo. Estas comunidades avanzadas siguieron evolucionando a un ritmo constante hasta el 10500 a. C., cuando de pronto abandonaron la agricultura sin ninguna razón obvia. Los expertos han atribuido este cese total y absoluto de un sofisticado estilo de vida basado en la agricultura de los pueblos del Nilo a las extremadamente fuertes inundaciones del Nilo que se produjeron durante esta época. Sin embargo, en mi opinión, había algo más detrás de este extraordinario giro radical por parte de estas comunidades.

Parecía casi como si aquellos que habían enseñado a los pueblos nilóticos los rudimentos de un estilo de vida agrícola hubieran salido repentinamente de escena, dejando que sus obedientes alumnos regresaran al primitivo estilo de vida de cazadores-recolectores, más acorde con la época en cuestión. Por tanto, es interesante observar que después de su aparente desaparición de Egipto, hacia el 10500 a. C., la agricultura no vuelve a aparecer otra vez hasta su florecimiento en el Kurdistán 1.500 años más tarde. Por tanto, ¿es posible que los maestros de las comunidades del Nilo partieran de Egipto hacia el Kurdistán en algún momento entre el 10500 a. C. y el 9000 a. C.? ¿Quiénes eran exactamente esos hipotéticos agricultores y qué les hizo dejar las estepas cultivadas del Antiguo Egipto Paleolítico en busca de nuevos pastos? Y lo que es más importante aún, ¿fueron ellos los antepasados de los Vigilantes, los ángeles humanos de la tradición Enoquiana y del Mar Muerto?

Nueva datación de la Esfinge
 
Las sólidas pruebas que están apareciendo actualmente en Egipto sugieren que la Gran Esfinge de Guiza no fue esculpida durante la época faraónica, como siempre se ha creído, sino mucho antes. Como se ha difundido ampliamente en los últimos años, el perfil geológico de este antiquísimo monumento indica que fue realizado antes de la desecación gradual del Oriente Medio en el cuarto milenio antes de Cristo. La intensa erosión de su cuerpo parece haber sido provocada, no por la acción de la arena, sino por la precipitación de lluvia a lo largo de muchos miles de años. La última vez que cayó lluvia con tanta profusión fue durante el período conocido por los climatólogos como el Neolítico sub-pluvial, que tuvo lugar entre 8000 y 5000 antes de Cristo. Esto sugiere que la Esfinge fue esculpida durante o antes de esta época.


La Esfinge es, obviamente, un león, cuya cabeza fue reesculpida en la época faraónica para representar a un rey con el tocado nemes. Está orientada exactamente hacia el este y mira hacia el punto del horizonte donde el sol se levanta cada equinoccio de primavera y otoño. Su función es como la de un marcador de tiempo, una manecilla larga de reloj que registra el retorno de la órbita solar a medida que pasa a través de su ciclo de 365 días. Sin embargo, también posee una manecilla corta, incluso quizás más importante, que señala el minúsculo cambio de la bóveda celeste al girar sobre su ciclo de 26.000 años de precesión. Este efecto visual es causado por la oscilación extremadamente lenta de la Tierra, que podría compararse con el balanceo de una peonza infantil que girase a ritmo de caracol.

Construida en la Era de Leo

En términos astronómicos, el fenómeno conocido como precesión hace que las doce constelaciones zodiacales se muevan retrógradamente en línea con la eclíptica –la trayectoria del sol– en una secuencia regular. En términos simples, esto significa que las estrellas que se alzan junto al sol dan paso a otra constelación cada 2.160 años más o menos, hasta que los doce signos han completado su rueda astronómica. Al “leer” la precesión como un ciclo de tiempo de largo plazo, los antiguos observaban qué signo zodiacal surgía con el sol en el equinoccio de primavera, el punto-cero de calendario anual en muchas culturas del Oriente Medio. Si hoy miramos hacia el horizonte, al este, justo antes de salir el sol, el 21 de marzo, vamos a ver las estrellas de Piscis. Cuando Alejandro Magno conquistó el Imperio Persa en el 330 a. C., eran las estrellas de Aries (el carnero) las que se veían junto con el sol equinoccial, y cuando se construyeron las pirámides de Guiza, hacia el 2500 a. C., eran de las estrellas de Tauro (el toro), las que se alzaban con el sol en el equinoccio de primavera.

La Gran Esfinge de Guiza

Si la Gran Esfinge fue esculpida como marcador equinoccial, en el mismo tiempo en que se erigieron las cercanas pirámides de la época faraónica, seguramente tendría más sentido que hubiera sido un toro. El hecho de haber esculpido un león apunta a una conexión con las estrellas de Leo, lo que sugiere que marcaba la era en que la constelación de Leo se alzaba con el sol equinoccial. La última Edad de Leo tuvo lugar entre 10970 a. C.  y 8810 a. C., lo cual insinúa que la fecha de construcción de la Gran Esfinge se inscribe en algún momento de este marco temporal. Esta no es una nueva idea fruto de la imaginación. Por lo que yo sé, esta teoría fue presentada inicialmente por el astro-mitólogo británico Gerald Massey en 1907. En un extraordinario trabajo titulado “El Antiguo Egipto: La Luz del Mundo” concluyó audazmente que:

“... Podemos datar la Esfinge como monumento erigido por esos grandiosos constructores y pensadores (egipcios), que vivían tan fuera de sí mismos, hace unos trece mil años (es decir, en la era de Leo, su equivalente astronómico).”

Las pruebas arqueoastronómicas más recientes, presentadas por Graham Hancock y Robert Bauval en su libro de 1996 “Guardián del Génesis", demuestran convincentemente que la Gran Esfinge, así como el plan básico de la meseta de Guiza en su conjunto, debe datarse en una precoz fecha de 10.500 a. C., el mismo marco temporal en que se da la brusca interrupción de la proto-agricultura del Nilo. Y dado que sabemos que los grandes bloques de piedra extraídos de la cubeta que rodea el monumento leonino fueron utilizados para construir los cercanos templos del Valle y de la Esfinge, deducimos que estos también deben fecharse en la misma época distante de la historia humana.

Todo esto indica la presencia en Egipto alrededor del 10500 a. C. de una cultura avanzada, experta en agronomía, ingeniería, tecnología de la construcción, así como la Astromitología y la Geomitología que incluía un profundo conocimiento del ciclo de precesión de la Tierra, de 26.000 años. ¿Quiénes fueron estas gentes? ¿Fueron estos los constructores de la Gran Esfinge realmente los antepasados de los grandes Vigilantes con rostros de víbora del Kurdistán? El folclore, las leyendas y la difusión de la agricultura en el mundo antiguo parecen respaldar esta opinión. Sin embargo, si este fuera el caso, entonces, ¿qué sucedió para que esta antigua cultura egipcia quisiera migrar a las montañas del Kurdistán?

Destrucción mundial
 
Representación del Diluvio Universal
Como ya ha sido demostrado suficientemente por varios autores (Hapgood, 1958 y 1970; Hancock, 1995; Flem-Ath, 1995), existen abundantes pruebas de que el mundo, al llegar a su fin la última Edad de Hielo hacia el 11º -10º milenio a. C., fue alterado por una serie de fuertes cambios climáticos y trastornos geológicos. Los volcanes entraron en erupción, las tierras fueron sacudidas por terremotos, las inundaciones cubrieron el paisaje, y se dieron largos períodos de oscuridad que taparon el sol. Esto dio lugar a la destrucción de muchos millones de animales y la extinción absoluta de docenas de especies individuales. Las leyendas sobre cataclismos que hallamos en todo el mundo parecen registrar estos sucesos con vivos detalles, a menudo simbólicos.

La supuesta antigua cultura egipcia habría estado justo en medio de esta destrucción mundial. Ciertamente, se sabe que los cambios climáticos de esta época causaron extensas inundaciones a lo largo del Nilo, siendo esta la razón que los estudiosos han sugerido para explicar el cese de su proto-agricultura. 

El “Padre del Terror”
 
Es probable que estos tiempos difíciles obligaran a la avanzada cultura de Egipto a fragmentarse y dispersarse, y de aquí la brusca interrupción de la proto-agricultura entre las diversas comunidades del Nilo Occidental. Esta suposición se apoya en relatos vívidos de fuegos e inundaciones en Egipto. Por ejemplo, unos textos copto-árabes que han perdurado hablan de la devastación de la tierra a causa de las inundaciones y de un gran fuego que llegó de “la constelación de Leo”, que no se refiere necesariamente a algún bólido astronómico proveniente de esta parte del cielo, sino al marco temporal en el cual ocurrieron estos hechos, en otras palabras, durante la Era de Leo.

Busto de la divinidad leonina Sekhmet
Más elocuente es el mito de Sekhmet, la deidad con cabeza de león del panteón egipcio. Debido a que la raza humana había dado la espalda a los caminos del dios sol Ra (o Re), a quien veían como “demasiado viejo”, la feroz diosa desató un fuego devastador. Su genocidio en masa se habría traducido en la destrucción de la humanidad de no haber sido por la intervención personal de Ra, que envió un brebaje embriagador que cubrió la tierra. El consumo de esta bebida emborrachó tanto a Sekhmet que se quedó dormida.

Suponiendo que el terrible fuego de Sekhmet fue de alguna manera la representación de una conflagración global que devastó Egipto, entonces, ¿pudo ser este embriagador brebaje un recuerdo de una posterior inundación que también asoló la tierra? Si es así, ¿fue Sekhmet simplemente una alusión alegórica a la Era de Leo? Los indicios apuntan a que el león de Leo llegó a simbolizar la era del caos y de la destrucción hacia el final de la Edad de Hielo, razón por la cual tal vez los árabes se refirieron a la Gran Esfinge como el Padre del Terror.

 
En la historia de Sekhmet, los supervivientes de la raza humana intentan escapar del fuego devastador de la diosa ya sea escalando una montaña o escondiéndose en “agujeros” como serpientes o gusanos. Encontramos otros medios similares de protección contra los cataclismos que se prolongaron durante la Era de Leo en las mitologías de todo el mundo, si bien estas leyendas egipcias apuntan a la desintegración de la antigua cultura y su posterior reestablecimiento en otras regiones. ¿Podría esto haber incluido Capadocia, donde parece que ya tenemos ciudades subterráneas en el 9000 a. C., y en las montañas de Kurdistán, donde los Vigilantes bien pudieron haber impulsado el comienzo de la revolución neolítica, ya en 8500 a. C.?


La fecha de esta aparente diáspora de la cultura antigua hacia el final de la última Edad de Hielo puede ser fijada de manera efectiva con cierto grado de precisión. Por ejemplo, un texto copto-árabe del siglo IX, conocido como Abou Hormeis registra que los sacerdotes-astrónomos de Egipto, al darse cuenta de la inminente destrucción de su raza, reconocieron que: “El diluvio iba a tener lugar cuando el corazón del León entrase en el primer minuto de la cabeza de cáncer.” Este “corazón de león” era el nombre dado en la antigüedad clásica a la estrella Regulus, la “estrella real de Leo”, que se encuentra exactamente sobre la eclíptica, el curso diario del sol a través del cielo. Puesto que la constelación de Cáncer sigue a Leo solamente en el ciclo de precesión (Leo sigue a cáncer en el ciclo anual), entonces esto parece confirmar que esta leyenda preservaba, no sólo el recuerdo de los hipotéticos acontecimientos históricos, sino también la fecha aproximada en que ocurrieron.


A petición mía, el ingeniero en electrónica Rodney Hale introdujo la información astronómica contenida en los registros de Abou Hormeis en un ordenador mediante el programa Skyglobe 3,5. Aseguró que la última vez que la “Estrella Real” de Leo se alzó y se pudo vislumbrar en el horizonte oriental justo antes de la salida del sol equinoccial fue alrededor del 9220 a. C. Cuando la estrella Regulus, el "corazón del león”, ya no se levantó con el sol en el equinoccio de primavera, los sacerdotes-astrónomos de Egipto lo interpretaron como una señal de que la Era de Leo había llegado a su fin, y que la Era de Cáncer estaba a punto de comenzar, o que ya había entrado en su “primer minuto” de arco en el cielo. Esta información, por tanto, sugería que este fue el momento en que la cultura antigua salió de Egipto anticipándose a un gran diluvio que iba a arrasar sus tierras.
 


El kosmokrator
 
Si ahora volvemos a la tradición iraní, encontramos que varios textos de Zoroastro, incluyendo el Bundahishn, hablan del comienzo de la historia del mundo 9.000 años antes de la fecha tradicionalmente aceptada para la llegada de su gran profeta, Zoroastro, en el 588 a. C., lo que nos da una fecha de 9588 a. C. Fue en este momento, como lo afirma un texto, que las deidades dualistas de la fe, Ahura Mazda y Angra Mainyu, nacieron del “fuego del aire” y “del agua de la tierra”, una vez más referencias crípticas a los fuegos y las inundaciones durante la Era de Leo.


Las deidades gemelas compitieron por la supremacía sobre el cielo y la tierra, una batalla que sólo se resolvió cuando se dice que Zoroastro venció a los sacerdotes Magi, adoradores de los daeva en el transcurso de su vida. Desde ese tiempo, el Buen Espíritu, Ahura Mazda, ha reinado de forma absoluta. ¿Implica todo esto que los antepasados de los reyes-dioses iraníes había poblado por primera vez su mítica patria, conocida como Vaejah Airyana (la Extensión Iraní), alrededor del 9585 a. C.? Siglo más o menos, esta fecha era extraordinariamente cercana al marco temporal en el que la antigua cultura egipcia pareció deshacerse. Y puesto que Vaejah Airyana se equipara con las tierras altas kurdas, ¿pudiera ser que esta tradición también registrara la llegada a la región de aquella antigua cultura que acabaría fundando la llamada cultura Vigilante?



Representación del dios Mitra
Según la mitología iraní, las fuerzas duales de Ahura Mazda y Angra Mainyu nacieron de un ser supremo conocido como Zurvan, que simbolizaba el “tiempo infinito”. En el culto romano del dios Mitra, que se desarrolló a partir de fuentes originales iraníes, el concepto de “tiempo infinito” estaba simbolizado por una deidad con cabeza de león. Las estatuas que representan esta figura leonina muestran los doce signos del zodíaco en su pecho, y una serpiente enroscándose en la parte superior de su melena. Si bien esta deidad no es identificada con un nombre (aunque a veces se relaciona con Aeon, un dios gnóstico de tiempo), los estudiosos del mitraísmo lo describen como un kosmokrator, la inteligencia controladora que está detrás del fenómeno de la precesión.

El hecho de hallar un kosmokrator con cabeza de león, con origen en una tradición que consideraba que la historia mundial había comenzado en 9588 a. C., durante la Era de Leo, era imposible de ignorar. ¿Pudiera ser que, aunque la antigua cultura de Egipto había alcanzado el conocimiento del ciclo de precesión, las culturas más tardías que heredaron esta tradición no comprendieran su mecánica? Así que en lugar de que Leo dejara paso a la Era de Cáncer, y luego a Géminis, y más tarde a Tauro, el símbolo del león se convirtió en el único kosmokrator, o guardián del tiempo infinito, de la misma manera en que la Gran Esfinge se convirtió en un marcador temporal precesional en la meseta de Guiza.

La tragedia de la Caída

La antigua cultura de Egipto nunca llegó a las páginas de la historia. El recuerdo de sus supuestos descendientes, los Vigilantes del Kurdistán, no es más que una inútil victoria. El hecho de ser recordados como hermosos ángeles que cayeron en desgracia, o como dioses o diosas inmortales, o como demonios lascivos que corrompieron las mentes de la humanidad, apenas tiene parangón con sus increíbles logros en astronomía, agricultura, geomítica, tecnología de construcción y estructuración social. Es casi seguro que fueron los descendientes de la antigua cultura egipcia quienes allanaron el camino para el desarrollo de la civilización en el Viejo Mundo.

Sin embargo, estas personas hicieron mucho más que esto, pues también parece que transmitieron un importante legado al mundo, que puede ser rastreado en la astromitología y la geomítica de la meseta de Guiza, así como en los mitos y leyendas universales sobre cataclismos globales y cálculos precesionales. Este legado trasciende todas las barreras del idioma y pueden ser “leído” por todos. Se trata de un simple mensaje repetido una y otra vez, como una recurrente señal de S.O.S., que sugiere que lo que aconteció a su raza podría volver a ocurrir algún día. 


Nosotros mismos, por cualquier razón, podríamos caer en el olvido sin dejar huella y desaparecer de las páginas de la historia, a menos que despertemos de esta amnesia colectiva que parece que hemos venido experimentando en los últimos once mil años y nos demos cuenta de que nunca fuimos los primeros.


Los librepensadores, místicos y eruditos inconformistas nos han estado diciendo, en los últimos cien años o más, que la civilización es mucho más antigua de lo que a la ciencia quiere que creamos. Las Pirámides, Tiahuanaco, los Mayas, Piri Reis, Hapgood, Platón y la batería de Bagdad son solamente palabras que se repiten sin cesar. Sin embargo, nadie más que los creyentes se han tomado alguna vez estos asuntos seriamente.


Con la nueva datación de la Gran Esfinge en particular, ahora hay demasiadas pruebas para negar que al final de la última Edad de Hielo existió una cultura muy avanzada en este mundo. El origen de este pueblo nos es completamente desconocido. Algunos podrían sugerir que vinieron de la Atlántida, otros dirán que vinieron de los cielos, pero para ser honestos, simplemente no lo sabemos. Lo que es más importante es que vayamos dando pasos, y nos ciñamos a los hechos concretos, con la esperanza de que esta vez todo el mundo participará de estas grandes revelaciones de nuestro tiempo.

© Andrew Collins

Fuente original: “The forbidden legacy of a fallen race”, en www.andrewcollins.com/articles

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

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