sábado, 1 de noviembre de 2014

Los cartuchos de Khufu: la sombra del fraude (1ª parte)


El coronel inglés Richard Howard-Vyse, uno de los pioneros de la Egiptología del siglo XIX, realizó una extensa tarea en varios yacimientos arqueológicos de Egipto, pero especialmente en la meseta de Guiza. Sin duda alguna, Vyse será recordado como el descubridor de una serie de inscripciones pintadas en las llamadas cámaras de descarga de la Gran Pirámide entre las cuales se identificaron unos cartuchos[1] con el nombre del faraón “titular” de la pirámide: Khnum-Khuf o Khufu (Keops). Esta prueba física permitió confirmar las noticias históricas sobre la atribución de esta pirámide a Khufu y de hecho representó un hallazgo excepcional porque se consideraba que las pirámides eran monumentos prácticamente mudos, exentos de la famosa escritura jeroglífica, omnipresente en otras muchas construcciones. (Esta visión no cambió sustancialmente hasta finales de siglo XIX, cuando se hallaron los llamados Textos de las Pirámides en pirámides de dinastías posteriores.)

No obstante, la ausencia de jeroglíficos en las pirámides más antiguas y la extraña localización de estas inscripciones (en un lugar casi inaccesible y apartado de la vista) llamó la atención del famoso autor alternativo Zecharia Sitchin, que lanzó la osada teoría de que tal vez los jeroglíficos descubiertos por Howard-Vyse fueran en realidad un vulgar fraude cometido para darse relevancia. La argumentación de Sitchin, presentada en su libro Stairway to Heaven (“Escalera al cielo”), se basaba en los siguientes hechos:

  1. La llamada “Estela del inventario” indica que la Gran Pirámide ya estaba allí en tiempos de Khufu, y que pertenecía a la diosa Isis, no al faraón.
  2. Vyse llevaba cierto tiempo en Egipto sin hallar nada particularmente notable y necesitaba un golpe de efecto, más aún por la apremiante necesidad de obtener más fondos  para proseguir sus trabajos.
  3. Resulta curioso que en la cámara de Davison, la única que no descubrió Howard-Vyse, no se hallase rastro de escritura. Además, no hubo testigos locales (capataces u obreros) en el momento de descubrirse los jeroglíficos.
  4. Sí habría marcas de cantera auténticas, en posiciones naturales, en contraste con los jeroglíficos que parecían haber sido pintados en postura difícil, tratando de ocupar todo el espacio disponible. Además, casualmente, no había ninguna inscripción en las paredes este, que habían resultado dañadas (al ser el lado por el que Howard-Vyse había accedido a las cámaras).
  5. Los cartuchos con el nombre “Khufu” ya fueron polémicos en aquella misma época. Algunos expertos, como Samuel Birch, creían que el tipo de escritura era más bien hierática, de datación bastante posterior. Además, hacia 1830 no se sabía con seguridad cuál era la escritura jeroglífica correspondiente al faraón citado por Heródoto, que era conocido como Keops o Sufis.
  6. Al parecer, el presunto falsificador –un colaborador de Vyse llamado Hill– empleó para el fraude un manual de jeroglíficos (Materia Hieroglyphica, de John G. Wilkinson) que contenía ciertos errores; uno de ellos afectaría al nombre del propio Khufu, pues escribió un círculo con un punto en el centro (el símbolo del dios Ra), para representar el sonido “j” (o “kh”) cuando debería haber trazado un círculo con tres líneas horizontales a modo de tamiz (la auténtica “j”). El resultado es que el jeroglífico se leería como “Ra-u-f-u” en vez de “Kh-u-f-u”.
  7. Howard-Vyse seguramente cometió otro sonado fraude: el de sarcófago de madera de época saíta con el cartucho del faraón Menkaure, hallado en la cámara sepulcral de su pirámide.

No hace falta señalar que la argumentación de Sitchin fue duramente criticada y rebatida por el estamento académico, pero también fue perdiendo fuerza entre las posiciones alternativas, fundamentalmente por el dudoso asunto de la escritura incorrecta del nombre del faraón. No obstante, Sitchin ya había abierto la caja de los truenos y consiguió avivar la polémica, lo que fue atrayendo la atención de más y más investigadores alternativos sobre las famosas inscripciones.

Así, en los pasados números 5 y 8 de la revista Dogmacero aparecieron sendos artículos del investigador británico Scott Creighton centrados en la figura de Vyse, su modus operandi y su supuesto fraude. Y lo que podemos decir es que Creighton, tras  investigar en la vida pública y profesional de Vyse, ha llegado a la conclusión de que más bien era un aventurero que andaba escaso de espíritu científico y que no dudaba en emplear métodos ilícitos para alcanzar sus metas. Creighton ya ha presentado varios artículos sobre la cuestión ­–que analizará a fondo en su próximo libro– y ha generado no poca controversia en los foros especializados de Internet.

Dado el gran interés que suscita este tema, por cuanto podría desmontar un axioma fuertemente asentado en la Egiptología, he creído oportuno retomar este material y presentarlo en forma resumida –en dos partes– para que el lector se pueda hacer una idea general de los elementos básicos de la polémica y las argumentaciones ofrecidas por el investigador británico.





Pirámide de Khufu (Keops)
El 30 de marzo de 1837, el aventurero, anticuario y coronel británico Richard William Howard-Vyse y su equipo consiguieron abrirse paso –gracias a un uso liberal de la pólvora– hasta la primera de una serie de cámaras de descarga selladas en el interior de la Gran Pirámide de Guiza. Este primer descubrimiento, una cámara que Howard-Vyse bautizaría más tarde como “Cámara de Wellington”, había estado sellada desde el momento de la construcción de la pirámide.

El coronel describe en su diario el primer momento en que entró en la Cámara de Wellington:

«Siendo practicable el agujero en la Cámara de Wellington, la examiné con el Sr. Hill. El suelo era desigual, ya que estaba compuesto por la parte superior de los bloques de granito que formaban el techo de la Cámara de Davison [Cámara situada por debajo de la Cámara de Wellington,  descubierta en 1765 por Nathaniel Davison]. Estaba completamente vacía a excepción de un fragmento de piedra arrojado allí por la voladura. No apareció ningún insecto ni murciélago, ni rastros de cualquier animal vivo. No había, de hecho, ninguna puerta o entrada, y aunque algunos de los bloques de granito de las paredes norte y sur tenían patas o proyecciones, las piedras que componen la cubierta se apoyaban sobre éstas, de modo que era imposible que pudieran haberse movido como un rastrillo. Esta cámara, en efecto, como la de Davison y las restantes que se descubrieron posteriormente, no era más que una estancia vacía, o cámara de construcción, para aliviar el peso de la estructura de la Cámara del Rey. Habiendo llegado el Sr. Perring y el Sr. Mash, nos fuimos por la noche a la Cámara de Wellington, y tomamos varias medidas, y al hacerlo, encontramos las marcas de cantera.» (Col. Richard W. Howard-Vyse, Operations Carried on at Gizeh. Vol. 1, p.205-207)

Estas “marcas de cantera” eran de gran importancia, ya que representaban la primera muestra de escritura hallada en el interior de las primeras grandes pirámides. Estas marcas de cantera no eran inscripciones oficiales, sino más bien marcas no oficiales pintadas sobre las piedras con ocre rojo, un tipo de pintura utilizada por los antiguos egipcios y que todavía existía en 1837. Los egiptólogos creen que las marcas de ocre rojo en estas piedras fueron realizadas por los hombres que cortaron las piedras en las canteras; de ahí  la expresión “marcas de cantera”.

Richard W. Howard-Vyse

Al proseguir sus exploraciones, Howard-Vyse descubrió otras tres cámaras similares por encima de la Cámara de Wellington y en cada una de ellas halló una serie de inscripciones escritas en la misma pintura ocre rojo, algunas de las cuales incluían el cartucho real de “Khufu” (Keops) y “Khnum-Khuf”, el rey que según los egiptólogos había construido la Gran Pirámide. El descubrimiento de estas inscripciones dio a los egiptólogos algo que habían deseado durante largo tiempo: un vínculo directo entre la Gran Pirámide y el rey al que consideraban (según los escritos de Herodoto, de dos mil años de antigüedad) su constructor.

Lamentablemente, nunca se han realizado pruebas científicas para determinar la antigüedad y la composición química de estas marcas. Así pues, los egiptólogos han aceptado la autenticidad de este descubrimiento de Howard-Vyse con poco más que buena fe y la creencia de que a Howard-Vyse y su equipo les hubiera resultado imposible falsificar estas inscripciones. Sin embargo, todavía persisten algunas preguntas incómodas en relación con el descubrimiento de estas marcas que han llevado a algunos comentaristas, sobre todo al autor Zecharia Sitchin, a cuestionar su autenticidad. Pero primero sería conveniente considerar las razones por las que la egiptología cree que las inscripciones presentadas por Howard-Vyse son auténticas inscripciones de la cuarta dinastía y no el resultado de un simple fraude, como algunos han afirmado.

El primer elemento sobre el cual los egiptólogos basan la veracidad de estas inscripciones es el idioma en que fueron escritos. Así, sostienen que en 1837 ni siquiera el mejor egiptólogo o lingüista estaba plenamente familiarizado con las sutilezas de la antigua escritura egipcia y nadie en ese momento sabía que Khufu era conocido por otro nombre, por no hablar de cómo se debía escribir dicho nombre, el llamado “nombre de Horus” del rey. No fue hasta más tarde que se supo que los antiguos reyes egipcios podían tener hasta cinco nombres diferentes.

Y así, teniendo en cuenta que los mejores egiptólogos en 1837 no conocían este hecho, ¿cómo alguien como Howard-Vyse –que tenía un conocimiento muy limitado sobre el tema– podría haber sabido qué inscripciones iba a escribir en estas cámaras? ¿Cómo podrían Howard-Vyse y su equipo haber pintado el nombre Horus de Khufu (Mjedu) en estas cámaras cuando este nombre era totalmente desconocido en ese momento? Se consideró una tarea imposible y, como tal, parecía perfectamente lógico y razonable concluir por tanto que las inscripciones presentadas por Howard-Vyse debían ser auténticas.

Estatuilla de Khufu

Pero, según este criterio, ¿era realmente tan imposible falsificar estas inscripciones? Al parecer, no sería una tarea demasiado difícil; tan sólo requería de un conocimiento básico de los jeroglíficos y un poco de pensamiento lateral. A fin de perpetrar semejante fraude, la única comprensión de jeroglíficos egipcios antiguos que precisaba Howard-Vyse era la capacidad de reconocer el nombre de Keops, y se da la circunstancia de que el nombre del rey, de hecho, ya había sido publicado en 1832 por el egiptólogo y erudito italiano Rosellini, ​​unos cinco años antes de que Howard-Vyse hubiera puesto el pie en Egipto.

Durante muchos meses, Howard-Vyse había estado examinando cuidadosamente los escombros que rodeaban la base de cada pirámide de Guiza. De haber encontrado una inscripción completa de Keops en estos escombros, tal vez inscrita en una piedra pequeña, muy probablemente hubiera reconocido este nombre real. Cualquier otra cosa que pudiera aparecer escrita junto con el cartucho Khufu (por ejemplo, el nombre de Horus, lo que no sería un acontecimiento inusual), seguramente no habría sido comprendida por Howard-Vyse. La cuestión, sin embargo, es que en realidad no importa si Howard-Vyse entendía o no las inscripciones adicionales, dado que con el reconocimiento de la inscripción Khufu podía concluir lógicamente que cualquier inscripción adicional que encontrase en esa piedra debía estar claramente relacionada con Khufu y, como tal, se podría copiar con seguridad en un lugar adecuado de la pirámide, es decir, un lugar en el que ninguna otra persona hubiera estado nunca antes. Todo lo que tenía que hacer Howard-Vyse era encontrar ese lugar y, de hecho, encontró cuatro. Y vale la pena destacar que, entre los escombros de la cara norte de la Gran Pirámide, también encontró un pequeño artefacto de piedra con una inscripción parcial del nombre real de Khufu.

Esto no quiere decir, por supuesto, que tal fraude se produjera en realidad. El propósito aquí es simplemente demostrar que la reivindicada “imposibilidad de fraude” no era una tarea tan imposible como han afirmado los egiptólogos. Como se ha dicho, Howard-Vyse sólo necesitaba la capacidad de reconocer el cartucho de Khufu y tal cosa se conocía mucho antes de que él fuera a Egipto.

El segundo punto que los egiptólogos plantean para señalar la imposibilidad del fraude es el hecho de que muchas de estas marcas están situadas entre bloques de granito de 50 toneladas, siendo la separación tan  estrecha (aproximadamente 2,5 cm.) que ningún embaucador podría haber introducido ahí un pincel.

Sobre este punto, el autor Graham Hancock, basándose seguramente en los argumentos de Sitchin, se había manifestado crítico ante la versión oficial, pero cuando pudo inspeccionar sin restricciones las cámaras en cuestión cambió su parecer y no vio posibilidad de fraude. Sin embargo, más adelante admitió que tal vez se había precipitado al retractarse y comentó lo siguiente:

«A diferencia de las marcas de cantera infalsificables situadas entre los bloques, el cartucho de Khufu está a la vista y podría haber sido falsificado fácilmente por Vyse. No remarco que así fue, sólo afirmo que podría haber sido así, y que han surgido algunas interesantes dudas sobre su autenticidad. Estoy a la espera de futuras pruebas, en uno u otro sentido.» (Graham Hancock, GMBH, 4 de abril de 2011)

En una consulta posterior a Graham Hancock, le formulé la siguiente cuestión:

«Cuando usted dice que hay marcas de cantera en los estrechos espacios entre los bloques, quiere decir que éstas son marcas de albañil o bien que son auténticos signos jeroglíficos? Si son jeroglíficos, ¿sabe usted si alguno de ellos dice Khufu?» (Scott Creighton, en correo electrónico privado a Graham Hancock)

Graham Hancock respondió a mi pregunta de la siguiente manera:

«Fue hace mucho tiempo, pero estoy al cien por cien seguro de que ninguna decía Khufu. Tampoco son líneas o registros de jeroglíficos. Son [marcas] sencillas y están aisladas y –aunque no soy un experto en estas cosas– a mí me parecen típicas marcas de cantera.» (Graham Hancock, en correo electrónico privado a Scott Creighton)

Cartucho con el nombre de Khufu
Graham Hancock admite que él no es experto en la materia, pero que, según su experiencia, las marcas en estas estrechas brechas entre los bloques se parecían más a “...típicas marcas de cantera...” que a escritura jeroglífica. Esto, por supuesto, necesita ser comprobado y confirmado pero puede sugerir que la única escritura jeroglífica inscrita dentro de estas cámaras sólo aparece en lugares abiertos y de fácil acceso, como sin duda es el caso de los tres cartuchos de Khufu y Khnum-Khuf que se han encontrado.

Pero incluso si se admite que existen jeroglíficos del Imperio Antiguo en esos estrechos espacios entre los firmes bloques de granito de estas cámaras, sigue siendo muy posible que incluso esas marcas pudieran haber sido falsificadas. De hecho, sí existe un medio por el cual incluso esta tarea aparentemente imposible se pudo haber llevado a cabo.

El investigador independiente Dennis Payne nos informa de que lo que se requiere en este caso no es ningún tipo de pincel del pintor, sino más bien una simple cuerda y un par de finas tablas de madera. La cuerda (a la que se da la forma de los jeroglíficos requeridos) se fija con adhesivo a una de las tablas de madera; luego se pinta la “cuerda jeroglífica” con pintura ocre rojo. Esta tabla con jeroglíficos recién pintados se desliza con cuidado en el estrecho intervalo de 2,5 cm  entre dos bloques de granito. Una vez hecho esto, se desliza entonces una segunda tabla por detrás de la primera, apretándola e imprimiendo los jeroglíficos pintados en la primera tabla sobre la cara del bloque de granito en el estrecho hueco. Cuando se ha realizado la impresión, se retira la segunda tabla, seguida de la primera. Los jeroglíficos falsos se presentan ahora en un lugar aparentemente imposible, un estrecho hueco donde ningún falsificador podría aplicar un pincel. Y así, una vez más, se demuestra que lo que los egiptólogos consideraron tarea imposible, no es tan imposible después de todo.

El tercer aspecto que, según afirman los egiptólogos, Howard-Vyse y su equipo no hubieran podido falsificar es el estilo de algunos signos escritos en las cámaras. Pero con una rápida mirada al diario manuscrito de Howard-Vyse, así como a los dibujos facsímiles creados por el Sr. Hill (un miembro del equipo de Howard-Vyse), está claro que ambos hombres eran muy buenos a la hora de copiar un estilo de escritura. Y así, de nuevo, los argumentos de los egiptólogos no se sostienen.

En resumen, no habría sido del todo imposible para Howard-Vyse y su equipo la realización de un fraude dentro de la Gran Pirámide, si así lo hubieran deseado. La pregunta a la que ahora nos enfrentamos es si Howard-Vyse y su equipo realmente llegaron o no a perpetrar semejante fraude. ¿Qué pruebas hay, en su caso, para indicar que tal hecho podría haber ocurrido?

Curiosamente, cuando Nathaniel Davison abrió la primera de estas pequeñas cámaras (la cámara inmediatamente debajo de la Cámara de Wellington), casi 100 años antes de que Howard-Vyse accediera a la Cámara de Wellington, no se encontró ni una sola marca en esta sala. Y en tiempos más recientes, se descubrió un pequeño rebaje en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina que contenía marcas de ocre rojo. Sin embargo, estas marcas son totalmente ambiguas y nadie parece saber a ciencia cierta si representan jeroglíficos reales o si son meramente sencillas marcas de albañil; realmente constituyen un enigma.

Lo que tenemos entonces es una situación en la que las cámaras del interior de la Gran Pirámide a las que accedieron Howard-Vyse y su equipo por primera vez contienen jeroglíficos claros e inequívocos, pero las cámaras a las que accedieron los demás por primera vez (incluidas las modernas prospecciones robóticas) no contienen ningún jeroglífico claro e inequívoco. Por tanto, si bien pudieron existir marcas de albañil en todas las cámaras, parece bastante peculiar que sólo las cámaras descubiertas por Howard-Vyse y su equipo sean las únicas que contienen jeroglíficos inequívocos y reconocibles, que también incluyen el nombre del rey en sus diversas formas.

La ironía de esta situación, sin embargo, es que Sitchin, al defender en sus primeros libros la teoría de la falsificación centrándose en una infundada falta de ortografía del nombre del rey, llevó el tema a la atención del mundo y, en particular, a un tal Walter Martin Allen de Pittsburgh, Pennsylvania. Walter Allen, que había leído los libros de Sitchin en los años 80, contactó con Sitchin afirmando que él tenía la verdadera prueba (el testimonio de un testigo ocular) de que realmente se habían producido tales falsificaciones en la Gran Pirámide por parte del equipo de Howard-Vyse en 1837. De hecho, la familia de Walter Allen al parecer tuvo conocimiento de este gran fraude durante casi 150 años, mucho antes de Zecharia Sitchin hubiera tenido noticia de tal hecho.

El testimonio escrito del Sr. Allen declara que su bisabuelo, Humphries Brewer, estuvo trabajando con Howard-Vyse y que había sido testigo directo de las falsificaciones que tuvieron lugar en la Gran Pirámide a cargo del equipo de Howard-Vyse. El breve relato de Allen (escrito en su cuaderno de radioaficionado) parece estar basado en una tradición oral de la familia y, posiblemente, en una serie de cartas familiares escritas en 1837 por Humphries Brewer y su padre, William Jones Brewer. Estas cartas, junto con la tradición oral, fueron presuntamente transmitidas a través de la bisnieta de Humphries Brewer, Helen Brewer (“tía Nell”) hasta que en 1954 la historia finalmente llamó la atención de Walter Allen, quien durante muchos años había estado investigando el origen de su familia. El breve relato de Walter Allen sobre este episodio de Egipto en 1837 dice lo siguiente:

«Humfrey recibió un premio por el puente que diseñó en Viena sobre el Danubio. H. fue a Egipto 1837 con el Servicio Médico Británico... Nell dijo que iban a construir un hospital en El Cairo para los árabes con afecciones oculares graves. El Dr. Naylor llevó consigo a Humfrey. El tratamiento no tiene éxito, el hospital no se construye. Se unió a un tal coronel Visse para explorar las pirámides de Gizeh. Comprobaron las dimensiones de 2 [sic] pirámides. Tuvo una disputa con Raven y Hill acerca de las marcas pintadas en la pirámide. Las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas. No encontraron ninguna tumba... Tuvo unas palabras con un señor Hill y Visse antes de irse. Estuvo de acuerdo con el coronel Colin Campbell y un tal Geno Cabilia. Humfrey regresó a Inglaterra a finales de 1837.» (Sitchin, Journeys to the Mythical Past , p.30, Bear & Co, 2007)

Manuscrito del Sr. Allen sobre la estancia de H. Brewer en Egipto

El relato de Walter Allen nos dice que, como parte del Servicio Médico Británico, su bisabuelo viajó a Egipto con el Dr. Naylor. Aparentemente, este médico deseaba construir un hospital para personas con problemas graves en los ojos, pero dado que el tratamiento no fue exitoso, el hospital no se construyó y el Dr. Naylor regresó a su casa. ¿Hay alguna evidencia de tal médico o de que estos hechos tuvieran lugar en Egipto en 1837? Pues bien, existe y se trata precisamente del diario del propio Howard-Vyse:

«Como varios de los árabes padecían de oftalmía, acudí a Naylor Bey, que había llegado de Inglaterra con el propósito de establecer un hospital oftálmico: el Pachá no sólo le dio inmediatamente el rango y los atributos de un Bey, y una casa llamada El Ater Nebbi, cerca de Fostat, para un establecimiento, sino que también envió un barco de guerra para traer a su familia desde Europa. Por una u otra razón, sin embargo, el establecimiento se desechó, y, creo que el Sr. Naylor regresó a Europa.» (Col. Richard W. Howard-Vyse, Operations Vol. 1, p.182)

Aquí, pues, tenemos un relato de Howard-Vyse en persona que corrobora, en parte, la tradición que se había transmitido en la familia de Brewer hasta llegar al conocimiento de Walter Allen, casi 150 años más tarde. No obstante, siendo Howard-Vyse conocido por ser muy meticuloso al citar en su diario a todos los que trabajaban para él en las pirámides, es curioso que el nombre de Humphries Brewer brille por su ausencia, y seguramente nos tendremos que preguntar que si Brewer afirma más adelante en las cartas a su padre que había trabajado para el coronel en Egipto en ese momento, ¿por qué no se lo menciona en el diario del coronel? La respuesta a esta pregunta podría tener que ver con la siguiente parte de la narración de la familia de Walter Allen, la parte más explosiva de todas: las marcas pintadas.

En este episodio, una vez más tenemos los nombres de las personas del relato de Walter Allen (aunque mal escritos) que trabajaban de facto en las pirámides de Guiza, en la fecha especificada: Visse (o sea, Howard-Vyse), Raven, Hill, el coronel Colin Campbell y Geno Cabilia (esto es, Giovanni Caviglia). Se puede entender perfectamente que la ortografía de los nombres de los implicados fuese incorrectamente recordada y transmitida hasta la época de Walter Allen, que puso por escrito la historia familiar en la década de 1950.

En este pasaje particular de las notas de Walter Allen, su bisabuelo, Humphries Brewer, alude a la disputa que tenía con dos de los ayudantes de Howard-Vyse, el Sr. Raven y el Sr. Hill, sobre alguna actividad relacionada con la pintura en la Gran Pirámide. De lo que nos ha llegado (a través del testimonio de Walter Allen), parece ser que Brewer se opuso a Raven y a Hill a repintar las tenues marcas de la pirámide y también a pintar nuevas marcas. Aquí hay un par de puntos importantes que destacar.

El primer punto es que se sabe que Hill entró en la pirámide y pintó con pintura de color negro los nombres de varias figuras históricas británicas (Wellington, Nelson, etc.) en una pared de cada cámara superior, a medida que iban siendo descubiertas y abiertas. Algunos objetores a la teoría del fraude apuntan a esta actividad del Sr. Hill como la referencia de Brewer a que “... las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas”. Pero esto tiene poco sentido, ya que los nombres recién pintados de “Wellington”, “Nelson” etc. difícilmente podían describirse como tenues si acababan de ser pintados. ¿Y por qué Brewer había de tener una disputa por el hecho de nombrar las cámaras con héroes nacionales británicos? Es evidente que cualquiera que fuese el tema de disputa con Raven y Hill, parece que tal disputa llevó a Brewer a adoptar una firme posición, y todo apunta a que el asunto de la pintura que se traían entre manos Raven y Hill debió ser algo a lo que Brewer se opuso firmemente; de hecho, tanto como para acabar siendo despedido por ello. Ciertamente, toda persona cabal desaprobaría el hecho de perpetrar un fraude en la Gran Pirámide, y probablemente el mantenimiento de los principios a este respecto supondría el despido por parte de los perpetradores de tal fraude.

En segundo lugar, en el relato de Walter Allen vemos que el término “marcas” se utiliza para describir lo que Raven y Hill fueron repintando y  pintando. En el contexto de la frase, parece que las palabras reales de Brewer fueron las que se citan. Es muy poco probable que Brewer emplease este término para referirse a lo que era claramente el nombre de una figura histórica importante (es decir, Wellington, Nelson, etc.) que Hill acababa de pintar en las cámaras. La utilización del término “marcas” por parte de Brewer implica algo que es incomprensible o desconocido y, de hecho, es la misma palabra usada por el mismo Howard-Vyse para describir las inscripciones jeroglíficas ininteligibles que supuestamente encontró en estas cámaras, es decir, “marcas de cantera”. Simplemente, no es creíble que Brewer se refiriese a un nombre conocido como “Wellington” o “Nelson” como “marcas”; está claro que las “marcas” por las que tuvo la disputa eran otra cosa.

Así pues, por lo que se deduce del relato de Brewer que pasó de generación en generación hasta su bisnieto, Walter Allen, pudieron haber existido algunas “marcas” sobre los bloques de estas cámaras (“marcas tenues repintadas, algunas eran nuevas”), pero seguimos sin saber qué clase de marcas eran en realidad. Podrían haber sido inscripciones jeroglíficas o tal vez sólo simples marcas de albañil como las marcas que se encuentran en la pequeña cavidad en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina.

Libro de Vyse basado en su diario de trabajo
Para Humphries Brewer, sin embargo, su evidente rectitud de principios le había costado la expulsión de Guiza, y nunca más se supo de él en Egipto, ni en el diario publicado por Howard-Vyse. En efecto, se puede entender por qué Howard-Vyse no habría tenido ningún deseo de hacer mención alguna de Brewer, dado que las acusaciones eran muy serias y desagradables. No obstante, los objetores a la teoría del fraude suelen afirmar que Howard-Vyse no habría eliminado a Brewer de su diario simplemente por haber tenido un “desacuerdo”, y en apoyo de este punto de vista citan a Caviglia como un ejemplo de alguien con quien Howard-Vyse estaba en constante desacuerdo (hasta el punto de que la relación entre ambos se rompió totalmente) y sin embargo, Howard-Vyse aun así menciona a Caviglia en su diario publicado. El argumento es que si podía hacer esto con Caviglia –con quien discutía constantemente– entonces también habría hecho lo mismo con Brewer, después de cualquier desacuerdo.

Sin embargo, el enfoque de tal comparación es muy simplista y resulta totalmente inadecuado. Así, mientras que Caviglia era una personalidad muy relevante y como explorador era muy respetado en Egipto en ese momento, Brewer era el chico recién llegado, y apenas era conocido por unos pocos. Y dado que muchas personas influyentes del Egipto de entonces, como el Pachá y el coronel Colin Campbell, conocían a Caviglia (mucho antes de que Howard-Vyse entrara en escena), y que tales personas influyentes sabían que había estado trabajando con Howard-Vyse –en constante desacuerdo– durante muchos meses, a Howard-Vyse le habría resultado casi imposible borrar a Caviglia de su diario publicado. Pero no así a un desconocido ingeniero civil que había llegado bajo la dirección de un tal doctor Naylor, que ya había regresado a Europa y que probablemente sólo había trabajado durante un corto periodo con Howard-Vyse. ¿Quién iba pues a conocer a Brewer o, incluso a preocuparse de él? La naturaleza misma del “desacuerdo” de Brewer, esto es, la acusación de fraude a Howard-Vyse y su equipo sin duda garantizó el anonimato de Brewer en el diario publicado por Howard-Vyse y más aún si tales acusaciones tenían algún fundamento de verdad.

Por supuesto, la historia que sostiene Allen no puede ser considerada como prueba de fraude. En el mejor de los casos, se puede considerar como algo poco mejor que rumores. Pero, ¿y si fuera cierto el núcleo de esos rumores? ¿Por qué se adopta por defecto la duda automática acerca de la veracidad de esta tradición familiar sobre lo que sucedió en la Gran Pirámide en 1837?

En resumen, ¿por qué este testimonio familiar se ha descartado sumariamente sólo porque su fuente original (Humphries Brewer) ya no está presente para declarar sobre su veracidad? ¿Debe desestimarse el registro escrito de Walter Allen de la historia que le fue transmitida simplemente porque su contenido no puede ser verificado por la fuente original? Lo contrario aquí es sugerir que Walter Allen urdió todo esto él solo y entonces nos tendríamos que preguntar, ¿qué le podría haber motivado a montar esa historia en 1954 y luego no decir nada sobre ella durante más de 30 años? Por desgracia, sin embargo, parece que el testimonio de Allen está destinado a ser rechazado, como Ian Lawton y Chris Ogilvie-Herald atestiguan en su libro de Guiza: La Verdad:

«... A menos que Sitchin pueda aportar una prueba mejor que ésta [el testimonio de Walter Allen], por lo menos el contenido del cuaderno, certificado por un testigo independiente y preferiblemente probado científicamente para autenticar la fecha, es inadmisible.»

Sin embargo, lo que Lawton y Ogilvie-Herald omiten aquí es que no es tarea de Sitchin, o de Allen (o de cualquier otro) demostrar que las inscripciones del interior de estas cámaras no son auténticas, sino que es la egiptología la que ha de demostrar que son auténticas. No se puede refutar algo que aún no se ha demostrado de manera concluyente. Eso es una falacia lógica, y así pues el peso de la prueba recae aquí directamente sobre los hombros de la egiptología. En definitiva, es responsabilidad de la egiptología probar su propio caso y no de Sitchin, Allen o cualquier otra persona, desmentirlo.

(C) Scott Creighton 2013-2014 
Crédito foto cartucho: WGBH Educational Foundation
Crédito foto cuaderno Allen: http://www.abovetopsecret.com/forum/thread946324/pg


[1] Los llamados cartuchos eran unos óvalos que rodeaban siempre los jeroglíficos con los nombres de los faraones, que así quedaban destacados en el conjunto de un texto. La existencia de los cartuchos fue clave para el desciframiento de la escritura jeroglífica por parte de Champollion.

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