miércoles, 23 de noviembre de 2016

¿Llegaron los antiguos egipcios a Australia?


Introducción


Cuando los investigadores alternativos tratan de retar el conocimiento académico en arqueología suelen echar mano de ciertos objetos llamados ooparts, unos artefactos que supuestamente están fuera de lugar y de tiempo, esto es, que no deberían estar en el contexto en que fueron encontrados. En este sentido, el antiguo Egipto es toda una fuente de ooparts. Por una parte, muchos autores consideran que el Egipto faraónico está lleno de anomalías de diverso tipo, con numerosos objetos y monumentos supuestamente imposibles para los conocimientos y la tecnología de aquella época, empezando por las grandes pirámides o los sarcófagos del Serapeum y acabando por pequeños objetos como el disco de Sabu o el “planeador” de Saqqara. Por otra parte, tenemos noticias de descubrimientos de objetos egipcios en lugares excepcionalmente lejanos que podrían indicar que los antiguos egipcios navegaron por casi todos los mares del planeta.

Desde luego, en este segundo supuesto se debe ser muy prudente y conocedor de la arqueología convencional, pues no es ningún misterio que en toda la área mediterránea, y aun fuera de ella, podemos encontrar muchos objetos de origen egipcio debido a los contactos comerciales y culturales que se produjeron desde tiempos muy remotos, en los que no necesariamente estaban implicados los propios egipcios. Así pues, sabemos que los fenicios y otros pueblos mediterráneos difundieron ampliamente la cultura material egipcia, y los propios griegos y romanos fueron grandes amantes de la ciencia, la cultura y el arte de los egipcios. Ahora bien, todo tiene un límite, pues ya no es tan fácil admitir el hallazgo de genuinos objetos egipcios en tierras muy distantes, incluso separadas de Egipto por grandes océanos. Con todo, esto no cierra absolutamente la viabilidad de los contactos, pero sí los hace bastante improbables.

Pero lo cierto es que los rumores, indicios y supuestas pruebas sobre esta difusión lejana de la cultura egipcia se remontan al siglo XIX y prácticamente se han mantenido hasta la actualidad, sobre todo a raíz de las teorías difusionistas, que estuvieron muy en boga hasta mediados del siglo XX[1]. Así pues, desde hace décadas no han faltado fantásticas historias sobre hallazgos de restos egipcios en América y especialmente en los EE UU. El caso más sonado y que todavía trae cola es el de un presunto asentamiento o santuario egipcio subterráneo excavado en la roca del Gran Cañón del Colorado y que fue explorado a inicios del siglo XX por un tal G. E. Kinkaid, arqueólogo del Smithsonian Institution. Esta exploración mereció un artículo en la Arizona Gazzette, del 5 de abril de 1909, pero desde entonces las autoridades académicas no han dado ningún crédito a esta historia, o le han restado importancia, considerando que fue un cúmulo de errores o exageraciones[2]. Sea como fuere, esta historia es fascinante y recuerda en muchos aspectos a las oscuras pesquisas en otra legendaria cueva, la de los Tayos, en Sudamérica, con supuestos tesoros y objetos de una civilización perdida.

Lamentablemente, sin documentos fiables de primera mano ni restos físicos disponibles, todas estas proclamas se quedan en papel mojado hasta que no se realicen estudios serios y rigurosos que puedan aportar pruebas fehacientes. Ahora bien, en contrapartida, no deja de ser curioso que algunos investigadores hayan citado la presencia de cocaína y tabaco –plantas originarias de América– en algunas momias egipcias (de la época dinástica), lo cual tiene difícil explicación según el paradigma actual en arqueología, a menos que planteemos la posibilidad real de que efectivamente hubo contactos vía marítima entre ambos continentes en los tiempos faraónicos.

Sin embargo, lo que todavía puede ser más sorprendente para el lector es que varios autores, a partir de ciertos indicios arqueológicos, han considerado seriamente la posibilidad de que los antiguos egipcios hubieran llegado nada menos que a Australia, que es prácticamente el otro extremo del mundo. Vamos a explorar pues estas osadas propuestas, que en principio podrían parecer muy estrambóticas, y sin embargo...

Jeroglíficos y pirámides


Empecemos por el principio. En general, tenemos la idea de que el imperio de los antiguos egipcios se extendió por una pequeña parte de África y de Oriente Medio y que sus exploraciones fueron limitadas o modestas si las comparamos con las de otros pueblos como los fenicios y los griegos. No obstante, los egipcios fueron más allá del Nilo y del Levante Mediterráneo, si bien algunas de estas empresas fueron llevadas a cabo por fenicios al servicio de la corona egipcia. En este sentido, tenemos constancia histórica de que el faraón Necao II (siglo VII a. C.) organizó una expedición de circunvalación de África a cargo de navegantes fenicios. Por otro lado, no es impensable que los egipcios, a través del Mar Rojo, pudieran haber explorado lejanas tierras africanas, o incluso islas y territorios del Océano Índico. El problema es que Australia sigue quedando muy lejos y que la conexión entre Egipto y el Lejano Oriente carece de pruebas consistentes.

Y aquí llegamos al quid de la cuestión. ¿Tenemos indicios lo suficientemente sólidos para defender la hipótesis de la llegada de los egipcios a Australia, aunque fuera de manera accidental (o sea, por obra de las tempestades)? Veamos lo que se argumenta desde el campo alternativo.

Jeroglíficos de Gosford (Kariong, Hunter Valley)
Si nos referimos a la tradición literaria, sabemos que existe una vieja historia egipcia llamada El relato del náufrago, en la cual se narra la odisea de un marino egipcio que sobrevivió al naufragio de su nave cuando se dirigía a territorio nubio. Pues bien, resulta que en Australia se encontró una representación del dios Anubis y una serie de unos 300 jeroglíficos –conocidos hoy en día como los jeroglíficos de Gosford– en un lugar llamado Kariong, en el Parque Nacional de Hunter Valley (Nueva Gales del Sur), en los cuales se mencionan las calamidades de una expedición egipcia comandada por dos nobles llamados Nefer-Ti-Ru y Nefer-Djeseb, supuestos hijos del faraón Khufu (Keops), que fueron parar a aquellas lejanas tierras víctimas de un naufragio. Además, en el texto se cita el nombre de otro faraón, Djedefre, también de la IV dinastía.

Estos signos ­están esculpidos sobre dos paredes de arenisca de un barranco, y muestran un aspecto arcaico, de las primeras dinastías. En cuanto a su descubrimiento, al parecer ya habían sido reconocidos por varias personas desde inicios del siglo XX, pero los primeros estudios datan del redescubrimiento de estos jeroglíficos, en los años 70, y de la primera traducción a cargo del egiptólogo australiano Ray Johnson. Según este trabajo, el texto completo explica la aventura de un grupo de náufragos que arribó a unas costas desconocidas y que tras recorrer penosamente tierras áridas y hostiles vio como uno de sus líderes, Nefer-Ti-Ru, sucumbía al ataque de una serpiente. El texto tenía carácter funerario, pues se mencionaba el enterramiento de este personaje a cargo de su hermano Nefer-Djeseb, pero las pocas prospecciones que se hicieron en el lugar no revelaron la presencia de ninguna tumba ni tan siquiera de ningún objeto egipcio. No obstante, Steven y Evan Strong, investigadores alternativos locales, dicen haber identificado cerca de las inscripciones algunas cavidades y túneles que podrían constituir una estructura artificial.

Situación de Gympie en Australia
Pero, puestos a ver ooparts monumentales, los alternativos han llamado la atención sobre una presunta pirámide escalonada en la localidad de Gympie (Queensland), que sería un legado de los antiguos egipcios. Se trata de una estructura escalonada de unos 40 metros de altura que aprovecha la forma abrupta del terreno y que está formada por una serie de terrazas de 1,20 metros de alto cada una, sustentadas por grandes piedras colocadas más o menos bastamente. En las proximidades de esta estructura se hallaron algunos pequeños objetos de gran antigüedad incluyendo un presunto escarabeo (amuleto en forma de escarabajo, un animal sagrado para los egipcios)[3]. Lo cierto es que existen otras construcciones similares en Australia, de tipo megalítico, y que los aborígenes las atribuyen al tiempo de los gigantes, una tradición con mucho arraigo en la cultura local. En el caso concreto de Gympie, se sabe que por lo menos ya era conocida por el hombre blanco desde 1850.

Por otro lado, los partidarios de la presencia egipcia en el continente austral mencionan la estatua de un babuino hallada también en Gympie, cerca de la supuesta pirámide, y que tiene un parecido razonable con las representaciones del dios de la sabiduría Toth de los antiguos egipcios. Este objeto fue descubierto en 1966 y, aunque estaba muy erosionado por el paso del tiempo, presentaba unas formas simiescas inconfundibles. Asimismo, se habla de un conjunto de 17 piedras de granito grabadas con caracteres fenicios, las piedras de Toowoomba, con textos de tipo religioso que hacen referencia a dioses semíticos y egipcios. También cabe citar el hallazgo en un campo de Kyogle (Nueva Gales del Sur) en 1983 de un amuleto de ámbar en forma de obelisco de supuesto origen egipcio. Y rizando el rizo, otros investigadores han relacionado ciertas figuras solares presentes en los grabados aborígenes con la representación del disco solar y los rayos del dios Atón[4].

Finalmente, cabe reseñar otro posible rastro de la cultura egipcia en aquellas tierras, y es el hallazgo de diversas momias semejantes a las que se pueden encontrar en Egipto. El investigador independiente Paul White cita la práctica de este tipo de enterramiento en algunas tribus aborígenes, y se refiere en particular al método de momificación identificado en un cuerpo hallado en 1875 por la expedición Chevert[5] y procedente de los nativos de la isla de Darnley. Según el especialista que examinó dicha momia, el prestigioso médico Raphael Cilento, las incisiones y metodología del embalsamamiento se correspondían con las prácticas egipcias empleadas durante las dinastías XXI a XXIII. White también menciona otro examen de una momia hallada en Nueva Zelanda en 1931, a cargo del antropólogo Sir Grafton Elliot-Smith, que consideró que el cráneo de ésta pertenecía a un antiguo egipcio, con al menos 2.000 años de antigüedad. Pero además es de señalar que, más allá de los rituales, los aborígenes tenían unas creencias funerarias sobre el mundo de ultratumba muy similares a las antiguas egipcias. Aparte, en los dialectos de muchas tribus nativas hallamos vocablos idénticos o muy similares a los egipcios para designar conceptos como serpiente, sol y muerte.

¿Demasiado bueno para ser verdad?


Frente a toda esta parafernalia de datos, parecería que todo está bastante claro a favor de esa presencia egipcia en Australia, pero las cosas no son tan simples y cabe realizar algunas matizaciones, críticas y reflexiones. En este sentido, cabe señalar que los académicos y los llamados escépticos han arremetido contra todas estas proclamas desde su clásica mentalidad instalada en el paradigma imperante pero también desde un análisis riguroso de las pruebas disponibles,  y en este caso es de justicia reconocer que han destapado no pocas incongruencias, sesgos, especulaciones y sobre todo una notable falta de datos fiables o contrastables. De hecho, existen algunas fuentes de información alternativa (eso sí, muy presentes en Internet) y unos pocos libros y artículos, pero en general se trata de datos de complicada trazabilidad y con una gran escasez de documentación original.

Transcripción de los jeroglíficos de Gosford
Así, el buque insignia de las argumentaciones alternativas, el conjunto de jeroglíficos de Gosford, ha sido objeto de fuertes críticas, siendo calificado por todos los expertos que han examinado los signos como un burdo fraude cometido en el pasado siglo XX. Por de pronto, en primer lugar, está claro que por mucho que se quiera relacionar el Relato del náufrago con la historia de Nefer-Djeseb, estamos ante una simple comparación que sin más detalles no permite identificar el lugar a donde fue a parar el náufrago. En segundo lugar, Kariong, en Nueva Gales del Sur, está en la costa este australiana, y deberíamos suponer que la nave egipcia naufragó justo en la otra costa (la oeste, más próxima al Índico, por donde deberían haber venido los egipcios). Lo lógico hubiera sido encontrar algún resto en la otra costa y no en el otro extremo del continente, si bien el propio texto dice que los náufragos atravesaron duros territorios (¡casi toda Australia, que no es poca cosa!). Así, da la impresión de que el propio texto parece tratar de justificar la presencia de esos jeroglíficos en aquel remoto lugar tan al este...

En tercer lugar, está la opinión profesional de los expertos en escritura jeroglífica, que no apoyan la autenticidad de las inscripciones. El profesor Boyo Ockinga, del departamento de Historia Antigua de la Macquarie University, ha estudiado los jeroglíficos y ha concluido que son falsos por estos motivos:
  •  La manera en que están dispuestos los jeroglíficos no es propia de los egipcios; muestran un inusual desorden (algunas otras opiniones inciden en que en realidad el texto está muy deslavazado y no ofrece una historia coherente).
  •  Las formas de algunos signos no se corresponden con el estilo del Imperio Antiguo, sino con formas mucho más tardías, nada menos que 2.500 años posteriores. No hay manera de explicar este enorme desfase cronológico.
  • Es muy extraño, como ya se ha comentado, que estas inscripciones aparezcan en la costa este, cuando deberían estar al oeste del país.
Para Ockinga, estos jeroglíficos posiblemente daten de la década de 1920, cuando hubo una gran expectación mundial por el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, a lo que habría que sumar el hecho de que muchos soldados australianos habían estado estacionados durante la Primera Guerra Mundial en Egipto y se habían familiarizado con la escritura jeroglífica. Y en efecto, se tiene constancia de la existencia de otros grabados falsos pseudo-egipcios realizados por soldados que habían estado en Egipto, si bien corren rumores de que las inscripciones podrían ser mucho más “modernas”, realizadas por un emigrante yugoslavo aficionado a la egiptología en los años setenta, o por unos estudiantes de arqueología de la Universidad de Sydney, ya en los 80. A su vez, el egiptólogo australiano Naguib Kanawati ha afirmado que los signos grabados pertenecen a diferentes épocas y que incluso algunos de ellos fueron dibujados al revés.

Asimismo, diversos críticos han incidido también en otras graves anomalías como varios errores en la representación de los signos, la forma totalmente inusual de los cartuchos de los faraones (completamente rectangulares), la mención a dos hijos desconocidos de Khufu, la incorrecta forma Re-Heru para citar al dios Re-Horakhty[6], etc. Y para cerrar la polémica, en cuarto lugar, los geólogos locales han señalado que los petroglifos de los aborígenes realizados en la misma zona y sobre la misma arenisca muestran una erosión mucho más marcada... y apenas tienen unos 250 años de antigüedad. 

Petroglifos realizados por aborígenes australianos
De todas formas, se debería reconocer que el falsificador no podía ser un soldado iletrado o un mero aficionado a la egiptología. Seguramente debía tener cierta habilidad artística, así como unos buenos fundamentos de la antigua lengua egipcia, pues el contenido, aunque extraño, trata de explicar una historia con el lenguaje y escritura de los antiguos egipcios. Lo que cuesta de entender es quien se tomaría la molestia de realizar tanto trabajo, de forma anónima y con qué fines (¿sólo como una broma o para ganar una apuesta?). Lo que a todas luces sorprende un poco es que el traductor de los signos, el supuesto egiptólogo Johnson[7], diera el texto por bueno y afirmara que las inscripciones correspondían a la tumba del Señor Nefer-Ti-Ru, hermano de Nefer-Djeseb.

Y para complicar más el asunto, el investigador Steven Strong aduce que Aunty Beve, una anciana aborigen guardiana de las antiguas tradiciones, le había confesado que las inscripciones eran genuinas, de los antiguos egipcios, y que habían sido conservadas por los aborígenes a lo largo de las generaciones. Y para sorpresa de Strong, esta mujer le reveló que en aquella región había otras inscripciones similares aún más antiguas, y no egipcias sino locales, lo que permitía a Strong sugerir la osada hipótesis de que quizá habrían sido los egipcios los que habrían recibido el don de la escritura de los pobladores de la Australia prehistórica. En este sentido, se ha sugerido que la escritura empleada en Gosford sería una especie de “proto-jeroglífico” muy antiguo, antecesor de la escritura usada en época dinástica.

Mi opinión personal al respecto es que las afirmaciones de la anciana aborigen carecen de toda base científica, haya o no intención de fraude por su parte, y que Strong y otros no han tenido en cuenta que existen en Egipto unos restos de un sistema de escritura muy simple anterior a la época dinástica[8], y que no se parece a lo que se puede ver en Kariong. Además, en un texto que cita personajes del Imperio Antiguo no es de esperar que se usase un “proto-jeroglífico” sino la escritura propia de la época, que nos es totalmente conocida[9].

Pirámide de Java, en el Pacífico
En cuanto al tema de la pirámide de Gympie, el estamento académico tampoco reconoce que se trate de una pirámide egipcia, ni siquiera un monumento antiguo, sino una estructura reciente, del siglo XIX, cuando los colonos blancos trataron de construir unas terrazas para el cultivo pero que acabaron por abandonar por la mala calidad del terreno[10]. De todos modos, aunque pudiéramos reconocer que es una pirámide, hay que señalar que dichas estructuras en terrazas o plataformas tienen otros claros paralelos en varias islas del Pacífico y nunca han sido relacionadas con los egipcios, sino con los antepasados de las tribus actuales, que algunos autores han querido agrupar bajo la etiqueta de una “civilización perdida” que habría edificado esas pirámides, así como ciertas estructuras megalíticas muy notables. En cualquier caso, no se ha realizado en la zona ningún estudio arqueológico serio, por lo cual nos movemos aún en el terreno de las conjeturas.

Y en lo que se refiere a otros posibles restos egipcios, apenas he hallado comentarios críticos o académicos sobre tales objetos. Hemos de tener en cuenta la posibilidad de fraude o de una simple confusión sin mala intención. Incluso, aun en el caso de ser auténticos, esos objetos podrían haber llegado a Australia “de rebote” a través de intercambios comerciales o culturales, sin necesidad de que los egipcios hubieran pisado tierra austral. En cuanto a las momias, siendo rigurosos, es de justicia reconocer que la momificación fue practicada en la Antigüedad en diversos puntos del planeta, y en este sentido se sabe que la momificación no era una costumbre extraña para los antiguos habitantes de Australia. En cualquier caso, habría que determinar hasta qué punto es comparable con la práctica egipcia, aunque ello tampoco sería prueba irrefutable de la presencia egipcia. Pero, una vez más, sin estudios sistemáticos ni datos procedentes de excavaciones arqueológicas, es muy difícil validar la información disponible.

Recapitulando, la posibilidad de fraude en los jeroglíficos de Gosford es muy alta (aunque el tema es ciertamente confuso y hay opiniones muy recientes que dan validez a los textos[11]), mientras que el resto de pruebas no resultan suficientemente consistentes, ni tan siquiera la supuesta pirámide de Gympie, pues entonces estaríamos relacionando todas las pirámides del mundo con los egipcios, cosa que no hace prácticamente nadie, ni siquiera en el campo alternativo. Lo que tenemos es un panorama muy fragmentado en el cual se mezclan a veces elementos arqueológicos aborígenes con otros no bien definidos. Por lo demás, algunos esfuerzos como los de los Strong, padre e hijo, han contaminado más la investigación alternativa al incluir en sus propuestas a los alienígenas –concretamente pleyadianos– como creadores del Homo sapiens (el aborigen australiano), lo cual situaría a Australia como cuna de la Humanidad. Además, según Steve Strong, los aborígenes se habrían desplazado a otros continentes hace unos 50.000 años, visitando América, Egipto, Japón, India...

¿Huellas australianas en Egipto?


Sin embargo, antes de dar carpetazo al asunto, resulta obligado sacar a la palestra otros datos que resultan más bien desconcertantes, y que sugieren que tal vez no sólo los egipcios llegaron a Australia... sino que volvieron a su tierra natal, llevando consigo “trofeos” de tan lejano país. Este es el momento de revisar algunos elementos arqueológicos bastante inusuales que podrían sustentar la conexión Egipto-Australia en tiempos de los faraones.

Barco egipcio del Mar Rojo, hacia el 1250 a. C.
Así pues, hemos de aplicar nuevamente el beneficio de la duda y considerar que si algunas antiguas civilizaciones partieron del Mediterráneo y llegaron a América –cosa que parece ya suficientemente demostrada pese a la negación oficial– es igualmente factible que alguna expedición egipcia llegara a Australia navegando por el mar Índico hasta arribar al Pacífico. Es oportuno recordar aquí que el navegante e investigador noruego Thor Heyerdhal ya demostró con su expedición “Ra” que un barco de papiro construido a la manera antigua egipcia podía haber cruzado el Atlántico sin mayores problemas. Y ya no digamos si se hubiera tratado de naves mercantes de madera de mayores dimensiones y capacidades marineras, según consta en el registro arqueológico. De hecho, si nos fijamos en los relieves que muestran los barcos que realizaron la famosa expedición al país del Punt (quizá Somalia), en época de la reina Hapshepsut, podemos ver que los egipcios usaban grandes barcos, con una gran capacidad de almacenaje.

En este caso, no estaríamos hablando necesariamente de la llegada accidental de un barco, a causa de una tempestad, sino de unos cuantos barcos de exploración. En este supuesto, sería viable un escenario de exploración de la costa oeste australiana (y quizá mas allá) e incluso de un asentamiento temporal, que habría desaparecido con el paso de los siglos. Luego de pasar un tiempo allí, la expedición habría regresado a Egipto portando algunas riquezas o curiosidades de un mundo muy remoto y bastante exótico. Y todo ello sin ninguna necesidad de dejar pruebas en forma de jeroglíficos ni mucho menos pirámides.

Este podría ser el hipotético marco que explicara la presencia de inequívocos bumeranes de tipo aborigen australiano en el Antiguo Egipto, tanto en representaciones artísticas como en objetos reales como, por ejemplo, los doce que se hallaron en la tumba del faraón Tutankhamon. Un examen de estos artefactos nos permite ver su obvia similitud con los modelos australianos, si bien la ciencia académica afirma que, de hecho, los bumeranes están presentes en todos los continentes, incluso desde tiempos prehistóricos muy remotos, indicando que hubo un desarrollo autóctono de estos objetos en cada región del planeta, sin ningún contacto cultural que explique su difusión.

Bumeranes hallados en la tumba de Tutankhamon
Pero las sorpresas no acaban aquí, pues en algunos relieves con escenas de caza se habían identificado unos extraños animales que podían ser canguros, como se puede apreciar en el complejo funerario del faraón Unis (V dinastía) en Saqqara. Para añadir más leña al fuego, en 1984 el Cairo Times publicaba la noticia de que se habían encontrado fósiles de canguros en Fayum, cerca del oasis de Siwa (al extremo oeste del país, casi tocando a Libia). Ahora bien, sólo realizando una pequeña investigación sobre la noticia original, se llega a la conclusión que esta información se sacó de contexto, pues los restos fósiles hallados eran excepcionalmente antiguos (del periodo Oligoceno, unos 20-30 millones de años atrás), y se trataría de los primeros marsupiales de África, y por lo tanto nada tendrían que ver con una supuesta “importación” de canguros australianos en época dinástica.

Asimismo, aunque sea un asunto menor, en Internet se puede hallar el dato de que en los años 60 unos expertos del Museo Británico habrían identificado en algunas momias egipcias posteriores al 1.000 a. C. restos de resina de eucalipto –originaria de Australia– utilizada para el embalsamamiento. Sin embargo, nuevamente, una búsqueda minuciosa de las fuentes originales no permite validar esa información desde el punto de vista científico[12].

Conclusiones


¿La figura de un canguro en Egipto?
Siendo rigurosos, la prueba más firme para sustentar la hipotética relación entre Australia y Egipto se reduce a los bumeranes. Al respecto, podemos afirmar con toda seguridad que los egipcios emplearon los bumeranes con los mismos fines que los aborígenes, esto es, como arma arrojadiza[13]. Podríamos especular con las hipótesis de que fueron los egipcios los que “inventaron” el bumerán y lo llevaron después a Australia o que en realidad se trató de desarrollos totalmente autóctonos (lo que defiende la ciencia oficial), lo cual echaría por tierra toda posible conexión entre ambos territorios. En lo referente a los canguros, cuesta explicar su presencia en Egipto a menos que fueran llevados allí desde el continente austral, dando por hecho que pudieran sobrevivir al viaje y luego reproducirse en el país africano, aunque fuese limitadamente. Por supuesto, tal presencia sólo se sustenta por las representaciones  artísticas, pues no se han encontrado huesos de estos animales en las excavaciones arqueológicas de época faraónica. Por tanto, dado que aquí se proyecta la larga sombra de la duda, sería preciso reexaminar bien esos relieves y pinturas y determinar si se ha producido o no una confusión, cosa que entra dentro de lo posible.

Todo este escenario, aun con mucha cautela y siendo generosos, podría apuntar a una relación directa transoceánica –más o menos excepcional o esporádica– producida en un tiempo indeterminado, si bien podría datarse como mínimo en la época del faraón Unis (2342 a. C. - 2322 a. C.), del Imperio Antiguo, según los relieves hallados en Saqqara[14]. En cualquier caso, los académicos australianos no han dicho ni media palabra sobre los canguros y los bumeranes hallados en Egipto, hecho cuya aceptación abriría sin duda nuevos horizontes al estudio de la historia más antigua de Australia.

En definitiva, una vez expuestos estos argumentos, se ve que la presencia de los antiguos egipcios en Australia no es un tema cerrado, ni por uno ni por otro lado, pero los restos hallados en Egipto parecen dar fuerza (aunque no mucha) a esta hipótesis, por encima de las confusas pruebas de Australia, que no deben despreciarse, pero sí ser examinadas en conjunto con mayor rigor y profundidad para dilucidar qué es genuino y qué es fruto de la confusión o el fraude. Otra cosa es que el estamento académico esté por la labor de investigar estos hechos o se mantenga instalado en el negacionismo y en el paradigma autoctonista, y más bien parece lo segundo. Y desgraciadamente, gran parte de la investigación alternativa parece estar falta de método y rigor, por no mencionar la intrusión en este asunto de otros temas más etéreos como los antiguos astronautas.

Mapa de Piri Reis
Sea como fuere, estas propuestas de contactos marítimos a enormes distancias vienen a reforzar la tesis de que en el Mundo Antiguo la navegación estaba posiblemente mucho más desarrollada de lo que se ha considerado hasta la fecha, y la llegada de varias civilizaciones y culturas a América en tiempos muy remotos, mucho antes que Colón, sería buena prueba de ello. También eso explicaría una antiquísima cartografía insólita y muy avanzada que permanecía reservada a unos pocos y que aparecería en destellos puntuales como en el famoso mapa del almirante Piri Reis. Y si nos vamos un poco más allá, estas teorías vendrían a enlazar con lo que Charles Hapgood afirmó hace 50 años acerca de la existencia de una gran civilización marítima, desconocida y muy antigua, capaz de recorrer todos los mares del planeta y realizar cartografías de bastante precisión, algo impensable para esos tiempos.

© Xavier Bartlett 2016 

Fuente imágenes: Wikimedia Commons, crystalinks.com y bibliotecapleyades.com


[1] Así, por ejemplo, se llegó a especular con un origen egipcio de las pirámides mesoamericanas, dado su parecido con las egipcias y su datación relativamente tardía en la mayoría de los casos. Actualmente, empero, la ciencia considera que fueron un desarrollo autóctono y que la presencia egipcia en América es una entelequia.
[2] Para quien desee profundizar en esta polémica le remito a estos documentos disponibles en Internet: http://www.bibliotecapleyades.net/egipto/esp_egipto_grandcanyon_sp.htm#La_Importancia_del_Descubrimiento_en_1909
[3] Respecto a estos hallazgos, parece que la fuente de la información procede de un libro alternativo llamado The Gypie Pyramid Story publicado en 2005.
[4] Curiosamente, en una de estas figuras solares aborígenes llamadas Tjuringa, los rayos acaban en una especie de pequeñas manos, al igual que se puede ver en las representaciones de los rayos de Atón. No obstante, la gran mayoría de estas figuras no se asemeja a la típica iconografía egipcia.
[5] Esta expedición también observó que los isleños de Torres Straits (entre Australia y Nueva Guinea) usaban unos barcos bastante similares a los antiguos barcos funerarios egipcios para dejar a los fallecidos en los arrecifes de coral.
[6] La síntesis de los dioses Ra o Re (la divinidad solar) y Horus, hijo de Osiris e Isis.
[7] Según he investigado en Internet, existe un profesor Ray Johnson, egiptólogo estadounidense de la Universidad de Chicago, pero este Ray Johnson australiano no sería un académico, sino un simple erudito, con conocimientos limitados de la antigua lengua egipcia y los jeroglíficos.
[8] Se trata de unos signos impresos en arcilla hallados en Abydos con una antigüedad de 3400-3200 a. C.
[9] De todas formas, en muchos casos los expertos han topado con inscripciones “toscas” que fueron tomadas por falsificaciones y luego se vio que no lo eran, debido a que el escriba o artesano no era muy diestro o no tenía suficientes conocimientos de la lengua escrita.
[10] Es muy curioso que este mismo argumento se aplique a las pirámides de Güímar (Tenerife, España), unas estructuras formadas por varias plataformas que son consideradas por la mayoría de científicos como “majanos”, unos apilamientos de piedras en forma de terrazas realizadas en el siglo XIX para cultivar una planta local.
[11] Un estudio in situ realizado en 2014 a cargo de un equipo egipcio experto en jeroglíficos (el Khemit School of Ancient Mysticism, entidad no académica) avala la autenticidad de las inscripciones de Gosford.
[12] Al parecer, hasta donde he podido llegar, se trata de un dato citado en un artículo de un autor llamado Michael Terry pero que no tiene soporte en la literatura científica. Además, se habla de una única momia ubicada en el Valle del Jordán, no en Egipto.
[13] Contrariamente a lo que cree mucha gente, los primeros bumeranes no estaban diseñados para regresar al punto de lanzamiento; los bumeranes que retornan serían muy posteriores y probablemente fueron utilizados solo como un mero pasatiempo, no como arma.
[14] Por supuesto, sin tener en cuenta los polémicos jeroglíficos hallados en Australia, que nos retrotraerían a los faraones de la IV dinastía (alrededor de 2500 a. C.)

domingo, 13 de noviembre de 2016

La precesión y los ciclos de la conciencia



Hay que reconocer que una de las grandes aportaciones de la arqueología alternativa ha sido el impulso de la arqueoastronomía, la ciencia que estudia los conocimientos astronómicos del pasado más remoto. Estos esfuerzos, a veces basados en la pura mitología y otras en las observaciones sobre el terreno, tienen como fin demostrar que los antiguos tenían altos conocimientos astronómicos, incluso muy superiores a los que tradicionalmente se les ha atribuido. Dichos conocimientos, además, no sólo se vieron reflejados en tradiciones, rituales o aplicaciones prácticas, sino también en observaciones propiamente científicas, y sobre todo en monumentos, ya fuera para observar los astros y los fenómenos celestes o para representar el firmamento sobre la tierra, según la máxima hermética (“así como es arriba, así es abajo”).

Uno de los aspectos más llamativos de la arqueoastronomía ha sido sin duda el reconocimiento de una antigua obsesión por la observación del movimiento de balanceo de la Tierra sobre su eje, lo que técnicamente se llama precesión de los equinoccios, y que representa el paso de la Tierra por todas las constelaciones del Zodíaco, con una duración completa de más 25.000 años[1]. La historia convencional nos dice que la precesión no fue descubierta hasta el siglo II a. C. por el griego Hiparco de Nicea. Sin embargo, muchos autores alternativos han aportado indicios de que la precesión ya era conocida por las primeras civilizaciones e incluso por los constructores de los megalitos. ¿Pero por qué era tan importante para los antiguos determinar la precesión?

En el artículo que presento seguidamente, el astrónomo amateur e investigador independiente Walter Cruttenden nos introduce en el fenómeno de la precesión, no sólo ofreciendo una teoría astronómica para su razón de ser sino también interpretando el sentido último de este movimiento, que –según consideraban los antiguos– estaba relacionado con grandes ciclos de la conciencia que afectaban directamente al desarrollo y evolución de la Humanidad. De este modo, la precesión sería como un marcador de las sucesivas etapas alternas de oscuridad (materialismo) e iluminación (espiritualidad), lo cual ha dado pie a las teorías que afirman que la historia no es lineal sino cíclica. 

 

Un antiguo mensaje para el futuro



Todos conocemos los dos movimientos celestes que tienen un profundo efecto sobre la vida y la conciencia. El diurno, la rotación de la Tierra sobre su eje, hace que los seres humanos se desplacen de un estado de vigilia a un estado subconsciente o de sueño cada veinticuatro horas. Nuestros cuerpos se han adaptado tan bien a la rotación de la Tierra que apenas consideramos este proceso de cambios regulares en la conciencia como algo notable. La revolución de la Tierra alrededor del Sol –el segundo movimiento celeste, identificado por Copérnico– tiene un efecto igualmente significativo, que hace que miles de millones de formas de vida broten del suelo, florezcan, fructifiquen y luego se descompongan mientras miles de millones de otras especies hibernan, engendran o migran en masa. Nuestro mundo visible brota literalmente a la vida, cambia completamente de color y de ritmo, y luego se invierte con cada crecimiento y descenso del segundo movimiento celeste.


El tercer movimiento celeste, la precesión de los equinoccios, es menos entendido que los dos primeros, pero si hemos de creer el mensaje de las culturas antiguas de todo el mundo, su efecto es igualmente transformador. Lo que disimula el impacto de este movimiento es su escala de tiempo. Al igual que la efímera[2], que vive sólo un día al año y no sabe nada de las estaciones, el ser humano tiene una vida promedio que comprende sólo 1/360 del ciclo de precesional de aproximadamente 24.000 años. Y así como la efímera nacida en un día nublado y sin viento no tiene idea de que hay algo tan espléndido como el sol o la brisa, también nosotros, nacidos en una era de racionalidad materialista, tenemos poca conciencia de una Edad de Oro o de estados más altos de conciencia, pues ese es el mensaje ancestral.


El clásico de Santillana y Dechend
Giorgio de Santillana, ex profesor de historia de la ciencia en el MIT, nos dice que la mayoría de las antiguas culturas creían que la conciencia y la historia no eran lineales sino cíclicas, esto es, ascendían y decaían durante largos períodos de tiempo. En su obra emblemática, Hamlet’s Mill (“El molino de Hamlet”), Santillana y su coautora Hertha von Dechend muestran que el mito y el folklore de más de treinta antiguas culturas hablaban de un vasto ciclo de tiempo que abarcaba épocas oscuras y doradas alternativamente,  las cuales se movían con la precesión de los equinoccios. Platón llamó a este vasto ciclo el Gran Año.


Aunque la idea de un gran ciclo, visto en el cielo como la lenta precesión de los equinoccios, era común a numerosas culturas anteriores a la era cristiana, a la mayoría de nosotros no se nos enseñó nada sobre ésta, o –si era mencionada– se describía como un cuento de hadas de culturas primitivas. Bajo este paradigma del siglo XX no podía existir una Edad de Oro. Sin embargo, un creciente número de nuevas pruebas astronómicas y arqueológicas sugiere que este ciclo, de hecho, puede tener una base. Más importante aún, la comprensión de este ciclo podría proporcionarnos una visión de la dirección de la civilización en este momento y dar crédito a la opinión de que la conciencia puede expandirse a una tasa exponencial en un futuro no muy lejano. Comprender la causa de la precesión es clave.


La precesión observada


La observación de los tres movimientos de la Tierra es bastante simple. En la primera, la rotación, vemos el Sol levantarse en el este y ponerse en el oeste cada veinticuatro horas. Y si tuviéramos que mirar las estrellas sólo una vez al día, veríamos un patrón similar durante un año: las estrellas se elevan en el este y se ponen en el oeste. Las doce constelaciones del Zodíaco –los antiguos marcadores del tiempo que se encuentran a lo largo de la eclíptica, el sendero del Sol– pasan sobre nosotros a razón de una al mes y regresan al punto de partida de nuestra observación celestial al final del año. Y si nos fijáramos una vez al año, digamos en el equinoccio de otoño, notaríamos que las estrellas se mueven de forma retrógrada (frente a los dos primeros movimientos) a razón de aproximadamente un grado cada setenta años. A este ritmo, el equinoccio cae sobre una constelación diferente aproximadamente una vez cada 2.000 años, lo que lleva alrededor de 24.000 años para completar su ciclo a través de las doce constelaciones. A esto se llama la precesión (el movimiento hacia atrás) de los equinoccios en relación con las estrellas fijas.

Movimiento de precesión
La teoría convencional sobre la precesión afirma que la causa principal de la orientación cambiante de la Tierra hacia el espacio inercial –o sea, la “precesión”– debe ser la acción de la gravedad de la Luna sobre la Tierra oblata. Sin embargo, esta teoría fue desarrollada antes de que los astrónomos aceptaran que el sistema solar se podía mover; así pues, esta teoría ha sido considerada por la Unión Astronómica Internacional como “inconsistente con la teoría dinámica”. La antigua astronomía oriental, tal como la describe el sabio indio Yukteswar en su libro La Ciencia Sagrada (1894), enseña que un equinoccio que se mueve lentamente o “precediendo” a través de las doce constelaciones del Zodíaco es simplemente debido al movimiento del Sol curvándose a través del espacio alrededor de otra estrella, que cambia nuestro punto de vista de las estrellas de la Tierra. En el Binary Research Institute (Instituto de Investigación Binaria), hemos modelado un sistema solar en movimiento y encontramos que de hecho tal modelo reproduce mejor la precesión observable, al tiempo que resuelve una serie de anomalías del sistema solar. Esto sugiere fuertemente que la explicación antigua puede ser la más plausible, si bien los astrónomos todavía no han descubierto una estrella compañera al Sol de la Tierra.

Más allá de las consideraciones técnicas, un sistema solar en movimiento parece proporcionar una razón lógica para que podamos tener un Gran Año –usando el término de Platón– que alterna las edades oscuras y doradas. Es decir, si el sistema solar que transporta la Tierra se mueve realmente en una enorme órbita, sometiendo a la Tierra al espectro electromagnético (EM) de otra estrella o fuente de EM a lo largo del camino, podríamos esperar que esto afectase a nuestra magnetosfera, a la ionosfera y muy probablemente a toda la vida en un patrón proporcional a esa órbita. Así como los movimientos diurnos y anuales más pequeños de la Tierra producen los ciclos de día y de noche y las estaciones del año (ambos debido a la posición cambiante de la Tierra en relación con el espectro electromagnético del Sol), también se podría esperar que el movimiento celeste produjese un ciclo que afectase a la vida y a la conciencia a gran escala. 

Amit Goswami
El trabajo de la Dra. Valerie Hunt, ex profesora de fisiología en la UCLA (Universidad de California-Los Ángeles), nos ofrece una hipótesis sobre cómo podría verse afectada la conciencia por tal ciclo celestial. En varios estudios ha descubierto que los cambios en el campo EM ambiental –que nos rodea todo el tiempo– pueden afectar drásticamente a la cognición y el comportamiento humanos. En resumen, la conciencia parece estar afectada por campos sutiles de luz, o como dice el físico cuántico, el Dr. Amit Goswami: “La conciencia parece preferir la luz”. De acuerdo con el mito y el folclore, el concepto detrás del Gran Año o el modelo cíclico de la historia está basado en el movimiento del Sol a través del espacio, sometiendo a la Tierra al aumento y disminución de los campos estelares (todas las estrellas son enormes generadores de espectros EM), resultando en el legendario ascenso y caída de edades durante grandes periodos de tiempo.

Una perspectiva histórica


Las teorías actuales de la historia ignoran por lo general los mitos y el folclore y no consideran que exista ninguna gran influencia externa sobre la conciencia. En su mayor parte, la teoría de la historia moderna defiende que la conciencia (o la historia) se mueve en un patrón lineal desde lo primitivo a lo moderno, con pocas excepciones, e incluye los siguientes principios:
  • La humanidad evolucionó desde África [hacia el resto del planeta].
  • Los humanos fueron cazadores-recolectores hasta hace unos 5.000 años.
  • Las tribus se unieron primeramente para protegerse de otras comunidades agresoras.
  • La comunicación escrita precedió a las grandes estructuras de ingeniería o a las  populosas civilizaciones.

Pirámides de Caral
El problema con este paradigma ampliamente aceptado es que no es consistente con la evolución de la interpretación de antiguas culturas y artefactos anómalos recientemente descubiertos. En los últimos cien años, se han realizado importantes descubrimientos en Mesopotamia, en el Valle del Indo, en América del Sur y en muchas otras regiones que rompen las reglas de la teoría de la historia y hacen retroceder en el tiempo el desarrollo humano avanzado. 


Específicamente, muestran que los pueblos antiguos eran, en muchos sentidos, mucho más competentes y civilizados hace casi cinco mil años que durante las más recientes edades oscuras de hace sólo quinientos a mil años. En Caral, un antiguo complejo de origen desconocido en la costa oeste del Perú, encontramos seis pirámides que datan del 2700 a. C., una fecha contemporánea con las pirámides egipcias y que rivaliza con el tiempo de las primeras grandes estructuras encontradas en la llamada Cuna de la civilización en Mesopotamia. Caral está a un océano de distancia de esa Cuna. Allí no encontramos restos de escritura o de armamento, dos de los llamados requisitos de la civilización, pero sí encontramos hermosos instrumentos musicales, estructuras alineadas astronómicamente y pruebas de comercio con tierras lejanas, todo ello signo de una cultura pacífica y próspera.

Göbekli Tepe presenta un desafío aún mayor a los discursos convencionales de la historia. Datado aproximadamente hacia el 9000 a. C., este yacimiento en Turquía contiene una arquitectura impresionante, incluyendo muchos pilares tallados de grandes proporciones, y eso que sólo se ha excavado cerca del 10% (de todo el complejo). Descubrir que algo tan grande y complejo existió mucho antes de las fechas aceptadas para la invención de la agricultura y la cerámica es un enigma arqueológico. Estos yacimientos desafían el paradigma histórico convencional. Y lo que es más extraño es que muchas de estas civilizaciones parecieron decaer masivamente. En la antigua Mesopotamia, Pakistán, Jiroft[3] y las tierras adyacentes, encontramos conocimientos de astronomía, geometría, técnicas avanzadas de construcción, sofisticados sistemas de conducción de agua, un arte increíble, tintes y tejidos, cirugía, medicina y muchos otros refinamientos de una cultura civilizada que parecen haber surgido de la nada y que se perdieron por completo en los siguientes miles de años.

El antiguo Egipto en ruinas
En el tiempo de las edades oscuras mundiales, todas estas civilizaciones, incluyendo las grandes como Egipto y el Valle del Indo, se habían convertido en polvo o en formas de vida nómadas. Casi en las profundidades de la recesión cíclica, había ruinas y poco más, y la población local no sabía nada de los constructores, a excepción de lo que contaban las leyendas. En algunas zonas donde aún quedaban grandes poblaciones, como en algunas partes de Europa, la pobreza, la peste y la enfermedad campaban a sus anchas, y la capacidad de leer, escribir o replicar cualquiera de las hazañas anteriores en ingeniería o ciencia básicamente había desaparecido. ¿Qué ocurrió?

Si bien los registros de este período siguen siendo irregulares, la evidencia arqueológica indica que la conciencia, reflejada en el ingenio humano y su capacidad, se redujo considerablemente. La Humanidad parecía haber perdido la capacidad de hacer las cosas que solía hacer. Curiosamente, esto es lo que predijeron muchas culturas antiguas. Stefan Maul, el más destacado asiriólogo del mundo, arrojó luz sobre este fenómeno en su serie de Conferencias Presidenciales de Stanford de 1997. Maul dijo que los acadios sabían que estaban viviendo en una era en declive. Veneraban el pasado como un tiempo más alto y trataban de aferrarse a él, pero al mismo tiempo, predijeron y lamentaron las edades oscuras que iban a suceder. Sus estudios etimológicos de las tablillas cuneiformes muestran que las antiguas palabras para designar el “pasado” se han convertido en nuestras palabras para el “futuro” y que las antiguas palabras para el “futuro” se han convertido en nuestras palabras para el “pasado”, dependiendo de si nos acercamos a una Edad de Oro o nos alejamos de ésta.

Este principio de las épocas de aumento y disminución también se representa en numerosos bajorrelieves encontrados en templos antiguos de las “escuelas mistéricas” mitraicas. La famosa Tauroctonía, o escena de dar muerte a un toro, suele estar rodeada por dos muchachos, Cautes y Cautópates. Uno sostiene una antorcha en el lado ascendente del Zodíaco, indicando un tiempo de luz, y el otro sostiene una antorcha en el lado descendente del Zodíaco, indicando un tiempo de oscuridad. Estos períodos de tiempo se corresponden con la descripción de los griegos del movimiento de la Tierra a través de períodos de conciencia ascendente y descendente.

Mitra sacrificando al toro; véase a los lados a Cautes y Cautópates con sus antorchas invertidas

Jarred Diamond, célebre historiador y antropólogo y autor de Guns, Germs and Steel, nos demuestra que son principalmente las ventajas locales –geográficas y ambientales– las que determinan que un grupo de seres humanos tenga éxito o fracase frente a otro. Aquellos que tienen el acero, las armas y los gérmenes nocivos ganan. Aunque esto ayuda a explicar muchas diferencias regionales de los últimos miles de años, no aborda las grandes tendencias que parecen haber afectado a todas las culturas, incluyendo China y las Américas, que se sumergieron conjuntamente en la última edad oscura mundial. El modelo cíclico del Gran Año supera y amplía las observaciones de Diamond, ofreciendo una explicación para la recesión generalizada. Esto implica que no sólo la geografía y el ambiente de la Tierra determinan el éxito relativo de un pueblo, sino que también la geografía y el medio ambiente de la Tierra en el espacio afectan a la humanidad a una escala macroscópica. Así como los pequeños movimientos celestiales afectan decisivamente a la vida a corto plazo, igualmente parece que los grandes movimientos celestes modifican la vida a largo plazo, lo que resulta en las estaciones de un Gran Año.

La pila de Bagdad
Entender que la conciencia, de hecho, puede subir y bajar con los movimientos de los cielos da sentido a los antiguos mitos y al folclore y sitúa a las culturas y artefactos anómalos, como el dispositivo de Antikythera y la pila de Babilonia[4], en un contexto histórico que tiene sentido. Ello también explica por qué tantas culturas antiguas parecen haber estado fascinadas con las estrellas y nos proporciona un paradigma viable para entender la historia. También podría ayudarnos a identificar las fuerzas que propulsaron el Renacimiento y que pueden acelerar la conciencia en nuestra era actual. El mito y el folclore, el lenguaje científico de antaño, proporcionan una mirada más profunda a la conciencia a través de las edades.

Una mirada antigua hacia el futuro


El historiador griego Hesíodo habló de la maravillosa naturaleza de la última Edad de Oro, cuando abundó la “paz y la opulencia”, y los mitos Hopi nos hablan de las ciudades en el fondo del mar. Los pueblos antiguos suelen partir el gran ciclo en una fase ascendente y otra descendente, cada una con cuatro períodos. De acuerdo con las escrituras védicas, cuando el equinoccio otoñal se desplaza de Virgo a Aries, la humanidad se mueve a través de los yugas ascendentes, Kali, Dwapara, Treta y Satya, antes de declinar lentamente en orden inverso a medida que el equinoccio completa su viaje (el Satya Yuga marca una Era Dorada). Los griegos y otras civilizaciones mediterráneas tempranas describieron períodos similares y los llamaron Era del Hierro, del Bronce, de la Plata, y del Oro. A su vez, los antiguos mayas y los hopi usaron términos como “mundos” y “soles” y los numeraron para identificar épocas específicas. 


El paso cíclico de los yugas a través de los tiempos
Cualquiera que sea el lenguaje utilizado, el concepto es el mismo. En su libro, Sri Yukteswar explica que cuando nuestro sistema solar está en un punto más alejado de su estrella compañera, la conciencia de la humanidad está en su punto más bajo (lo que ocurrió alrededor del 500 d. C.) y cuando el Sol está en su punto más cercano (lo que tendrá lugar en el 12500 d. C.), la conciencia alcanza su punto más alto en este ciclo. Estos puntos celestes están situados en la intersección del Sol del equinoccio otoñal y en una de las doce constelaciones del Zodíaco, y así pues el equinoccio y las constelaciones conforman un reloj celestial, del mismo modo que nuestra hora y doce números conforman un reloj mecánico. Cuando el Sol del equinoccio otoñal está en Aries, que casi siempre se coloca en la posición de las doce en punto del Zodíaco, la Tierra está en el mejor ambiente estelar posible, facilitando que mucha gente experimente un estado de conciencia despierto. Cuando el Sol del equinoccio otoñal está en la constelación de Libra, las condiciones están en su peor momento, y entonces prevalece una edad oscura, un período de conciencia ilusoria.

En la actualidad, estamos sólo en unos cientos de años de la edad ascendente, cruzando lo que los griegos llamarían la Edad del Hombre (Hierro) hacia la Edad del Héroe (Bronce), aún muy lejos de la Edad de los Semidioses (Plata) y la Edad de los Dioses (Oro), que son totalmente inconcebibles para nosotros en este momento. Esto significa que ahora estamos despertando de una época en que la conciencia individual se percibía como una forma puramente física, viviendo en un universo estrictamente físico, a un tiempo en que comenzamos a vernos a nosotros mismos y al universo como más transparentes y mayormente compuestos de energía sutil. Esto comenzó con los descubrimientos del Renacimiento (principios de la electricidad, leyes de la gravitación, microscopios, telescopios, y otras invenciones que ampliaron nuestra conciencia) y se ha acelerado desde entonces con la aparición de la física cuántica, que nos muestra que la materia y la energía son intercambiables y que confirma los conceptos de Einstein acerca de la relatividad del tiempo y el espacio. En resumen, estamos de vuelta en el ascenso, apenas comenzando a recordarnos a nosotros mismos como conciencia pura que vive en un mundo de posibilidades no soñadas.

Según Paramahansa Yogananda, autor de la Autobiografía de un yogui, para el año 4100 d. C. (cuando crucemos el Treta Yuga propiamente dicho), “la telepatía y la clarividencia volverán a ser de conocimiento común”. Puede parecer estrambótico, pero según los mitos y el folclore, tal vez ya se dio antes en la Tierra tal época, alrededor del 3100 a. C., el último Treta Yuga. El Génesis designaría al Treta Yuga como la era pre-Babel, cuando la humanidad se comunicaba libremente con la naturaleza antes de que Dios “confundiera las lenguas”.

Las personas a menudo olvidan lo que era el mundo hace apenas quinientos años, cuando todas las naciones estaban en guerra, las plagas y la pobreza diezmaban grandes poblaciones, la vida era la mitad de lo que es hoy, los derechos individuales eran inexistentes y la justicia se impartía mediante la tortura, la inquisición, o la quema en la hoguera. Sí, el mundo todavía tiene problemas, pero la conciencia se está expandiendo rápidamente, manifestándose de muchas maneras; En los Estados Unidos, millones de personas están meditando, haciendo yoga y empleando prácticas de curación “no tradicionales” para mantener su bienestar. Desde la perspectiva de la tecnología, muchos creen que ahora estamos acercándonos al “punto de singularidad” que exploró Ray Kurzweil en su libro The Singularity Is Near, una aceleración de la inteligencia que borrará la distinción entre el hombre y la máquina. Pero es mucho más. ¿Puede haber alguna duda de que las mejoras en todas las áreas de la sociedad durante los próximos quinientos años serán indescriptibles en comparación con las de los últimos quinientos?

El Codex Dresden, famoso documento astronómico maya
Algunos investigadores y astrónomos utilizan el equinoccio vernal (EV), que ahora está en Piscis, en el “amanecer de la era de Acuario”, para contar el tiempo precesional. Por lo tanto, hay un núcleo de verdad en la popular canción de los años 60 “Aquarius”. Otras culturas utilizaron los solsticios, que sería una línea dibujada en perpendicular a la de los equinoccios. En la actualidad, el solsticio de invierno cruza el Centro Galáctico en Sagitario. Dado que esto ocurre en el ciclo precesional en apenas una década antes y después del 2012 (la fecha de finalización del calendario maya), el académico en cultura mesoamericana John Major Jenkins cree que esta cultura lo usó para delinear un “nuevo tiempo”, como un despertar o una primavera en un Gran Año. Cualquiera que sea el marcador solar (equinoccio o solsticio), el reloj celestial es una forma sencilla de dar la hora dentro de un Gran Año. Su importancia se puede ver en el sistema de tiempo que utilizamos hasta hoy: 24 horas en un día, con 12 horas de luz ascendente (a. m.), y 12 horas de luz descendente (p. m.), Es un microcosmos perfecto de un Gran Año, con sus 24.000 años, 12.000 ascendentes y 12.000 descendientes.


Los primeros días de la primavera


Hay un mensaje más profundo que dar la hora en un Gran Año, y es reconocer que existe un gran ciclo a la vida que nos afecta a todos. Habiendo perdido este conocimiento, somos una sociedad que ha perdido la comprensión de su lugar en la historia cósmica. Como un individuo con amnesia, tenemos una angustia profunda sobre el futuro. Pero cuando recordamos nuestra rica y hermosa historia, redescubrimos nuestro increíble potencial y empezamos a ver y actuar con claridad. La hora actual es similar a los últimos días del invierno: ¡las cosas se están descongelando y algo maravilloso está por suceder! No todas las flores florecen el primer día de la primavera; sin embargo, comprender nuestro lugar en el Gran Año nos asegura que pronto será más brillante y más bello de lo que nos hemos atrevido a imaginar. Nuestros antepasados ​​nos lo dicen.

© Walter Cruttenden 2012

Para aquellos que deseen profundizar en el trabajo de W. Cruttenden sobre la precesión, les remito a los siguientes enlaces (en inglés): www.BinaryResearchInstitute.org  y  www.The GreatYear.com


Fuente original (en inglés): https://grahamhancock.com/cruttendenw2/

Fuente imágenes: Wikimedia Commons





[1] La cifra exacta es 25.776 años, lo que se conoce como el “Gran Año” (n. del t.).

[2] Insecto parecido a la libélula (n. del t.)

[3] Civilización de Jiroft: antigua cultura de la Edad del Bronce, situada entre Irán y Afganistán. (n del t.) 

[4] Más conocida como “pila de Bagdad” (n. del t.)