sábado, 20 de abril de 2019

Un respeto por el pasado


Todavía estamos impactados por el pavoroso incendio que devastó la catedral de Notre Dame de París y que –a decir de los expertos– puso en grave riesgo toda la estructura, con la amenaza del derrumbe completo. En fin, no quiero quitar hierro ni importancia al asunto, pero detrás de tanto dramatismo y declaraciones agónicas y altisonantes (sobre todo en el entorno mediático) me pareció que se estaba exagerando un poco con respecto a la solidez de un edificio de piedra de tales dimensiones. No niego que el desplome fuera un peligro real a tener en cuenta, pero una grandiosa catedral gótica construida con gran pericia hace 800 años no se viene abajo tan fácilmente, aun en las peores circunstancias. La historia nos muestra numerosos ejemplos de templos de origen medieval que han resistido los duros embates del tiempo, ya sea en forma de desastres naturales, accidentes o agresiones humanas. Así, las grandes catedrales han aguantado terremotos y tormentas, pero también bombardeos, así como incendios fortuitos o provocados, como los que en la Guerra Civil española sufrieron muchísimos templos de gran antigüedad.

Lo cierto es que estamos acostumbrados a venerar el progreso técnico de los últimos siglos, en particular desde la Revolución Industrial, pero sería prudente rebajar un poco esta admiración o fascinación por la ciencia y la tecnología actuales, a la vista de lo que se consiguió en el pasado, y no sólo me refiero al periodo medieval, sino a construcciones de gran antigüedad que podemos remontar a la Historia Antigua o la mismísima Prehistoria. Nuestros métodos de construcción están enfocados a la eficacia y la eficiencia, a utilizar materiales y técnicas que permiten grandes logros en un tiempo razonable –normalmente breve– para obtener un resultado práctico que satisfaga las necesidades de la sociedad actual. La pregunta ahora es: ¿pero están pensadas esas estructuras para sobrevivir durante siglos? Los propios expertos ya reconocen que no es así, e incluso han diseñado escenarios futuristas de catástrofe en que se admite que casi todas las edificaciones de nuestra civilización moderna quedarían barridas de la faz de la Tierra en unos pocos siglos en caso de grandes cataclismos o destrucciones, o bien por el simple abandono y falta de mantenimiento.

Las tres grandes pirámides de Guiza
Y frente a esto, ¿qué nos ofrece el pasado más remoto? La arqueología viene aquí en nuestro apoyo y nos ofrece un panorama diverso en que ha habido de todo, lo que incluye la pérdida de gran número de estructuras, pero también la conservación, más o menos precaria, de otras muchas. Me gustaría emprender una reflexión sobre este tema, partiendo de un conjunto de edificaciones muy famosas, como fueron las llamadas “siete maravillas del mundo”, de las cuales sólo una se mantiene íntegra en pie: las grandes pirámides de Guiza[1]. Así, según el poeta griego Antípatros de Sidón (s. II a. C.) existían en el mundo siete grandes obras (Ta hepta theamata: “Las siete cosas dignas de verse”) que destacaban por su grandeza, belleza o esplendor. Estas eran las pirámides de Egipto, el templo de Artemisa en Éfeso, el Mausoleo de Halicarnaso, el templo de Zeus en Olimpia, los jardines de Babilonia, el Coloso de Rodas y el faro de Alejandría.

Repasando sólo un poco por encima tales maravillas, podemos comprobar que hace más de dos mil años se hacían fantásticos monumentos, a un coste enorme y con una gran movilización de medios materiales y recursos humanos. Tales obras podían tardar muchos años en ser construidas, ciertamente, pero desde luego fueron hechas para ser tremendamente sólidas y estables, con una gran pericia, ingenio y dominio de la técnica propia de aquellas épocas, si bien todo ello podría ser considerado como bastante precario con relación a nuestra modernidad industrial. Sin embargo, las comparaciones entre esa era y la nuestra no pueden realizarse en los mismos términos. En el pasado, no sólo era cuestión de disponer de determinados materiales, técnicas de construcción o maquinaria especializada, sino que existía en la arquitectura monumental una inequívoca voluntad de crear algo grandioso e imperecedero. De este modo, la construcción no se regía estrictamente por criterios económicos, sino por un propósito de obtener firmeza, belleza y durabilidad, pues las obras eran el reflejo del poder y la majestad de un monarca, de una divinidad o de toda una comunidad, sin excluir lo que sería el ensalzamiento de la parte estrictamente artística u ornamental, esto es, el deseo de generar armonía a partir de la piedra u otros materiales.

Reconstrucción del Mausoleo de Halicarnaso
Así, por ejemplo, en la tumba del príncipe Mausolo en Halicarnaso (Asia Menor), erigida en el siglo IV a. C., trabajaron los mejores arquitectos y artistas griegos de la época para realizar un grandioso monumento que, aparte de una excelsa obra escultórica, incluía una enorme base, una cámara sepulcral y una pirámide que coronaba el conjunto, que alcanzaba en total unos 45 metros de altura. El edificio se fue deteriorando con el paso de los siglos, pero en 1855 todavía quedaban restos del basamento, que fueron llevados al British Museum. En verdad, posiblemente el edificio se hubiese conservado bastante bien hasta la actualidad, pero en el siglo XIV los caballeros de San Juan de Rodas lo emplearon como cantera para construir una fortaleza y lo desmontaron en gran medida. Este es el mismo trágico destino que, desgraciadamente, sufrieron centenares de otras grandes obras de la Antigüedad.

En cuanto a los jardines colgantes de Babilonia, ya nada queda de ellos, pero las crónicas antiguas nos hablan de que fueron construidos en tiempos de Nabucodonosor (siglo VI a. C.) y que estaban situados junto a la famosa puerta de Ishtar, ocupando una gran parte del palacio real. Se trató de una obra colosal en que fueron erigidas varias terrazas sustentadas por catorce galerías o salas abovedadas. Las terrazas, unidas por bellas escalinatas, tenían varios metros de altura (hasta 13 metros) y estaban surtidas de agua mediante un sistema de complejas canalizaciones. Algunos muros de estas terrazas eran realmente imponentes, de hasta seis metros de espesor. Y en lo referente a su contenido, había múltiples especies vegetales exóticas, con muchos árboles y arbustos, todo ello traído de lejanas regiones, desde Asia Menor hasta la India. Este maravilloso espectáculo de exuberancia natural todavía pudo ser visto por cronistas de época romana como Estrabón y Diodoro Sículo pero las sucesivas destrucciones de la ciudad no dejaron rastro de estas magníficas construcciones.

Otro ejemplo de arquitectura monumental fue el famoso faro de Alejandría. Su fundación se debe al rey Ptolomeo Sóter, a principios del siglo III a. C. El diseño estuvo a cargo del arquitecto Sóstrato, que levantó esta obra en la pequeña isla de Pharos, que estaba comunicada con la ciudad mediante un puente o calzada llamada Heptastadion. La poderosa estructura del faro constaba de una base cuadrada construida en mármol blanco y luego de una plataforma superior octogonal, igualmente de mármol, de ocho pisos de altura. Culminando la obra, una pequeña estructura albergaba un gran espejo que reflejaba la luz durante el día, mientras que por la noche se encendía una gran fogata que era visible a mucha distancia de la costa. El conjunto en total tenía más de cien metros de altura. El faro soportó varias destrucciones e invasiones de la ciudad de Alejandría a lo largo de los siglos, pero finalmente un terremoto de formidables proporciones derribó la estructura en el año 1375, en plena Edad Media. Con todo, el edificio estuvo dando servicio durante la friolera de unos 1.600 años.

Representación clásica del Coloso de Rodas
También es digna de mención la maravilla del Coloso de Rodas, una pequeña isla situada en el mar Egeo. El origen de esta obra se sitúa cuando Rodas fue objeto de un ataque a finales del siglo IV a. C. Tras rechazar esta incursión, los rodios decidieron dedicar una gran estatua a su protector, el dios Helios, con la intención de que fuera la mayor imagen jamás dedicada a esta divinidad. La espectacular estatua fue diseñada por el artista griego Cares de Lindos y construida con placas de bronce sobre un armazón de hierro, con una altura un poco inferior a 40 metros y un peso de unas 70 toneladas. Debió ser en verdad algo digno de verse, pues el brillante Coloso portaba una corona radiada y una antorcha en la mano, y sus dos enormes piernas –que daban paso a los barcos– se apoyaban en los extremos del canal de acceso al puerto[2]. La estatua fue erigida a inicios del siglo III a. C. tras doce años de trabajos, pero ni siquiera cumplió un siglo, pues en el 226 a. C. fue derribada por un violento terremoto. De este modo, quedó semihundida en las aguas del puerto hasta que en el siglo VII los árabes, que habían conquistado la isla, la rescataron, la cortaron en pedazos y la vendieron como metal.

Y, en fin, no podíamos dejar de citar las grandes pirámides, datadas convencionalmente hacia el 2500 a. C., como única maravilla de la Antigüedad superviviente en nuestros días. Sobre ellas se ha dicho casi todo y se ha especulado aún más. Algunos no quieren dar demasiado mérito a lo que consideran un mero apilamiento de grandes piedras (lo que justificaría la solidez de la obra), pero dos hechos destacan poderosamente. En primer lugar, todo fue realizado con una alta precisión matemática y geométrica, digna de la relojería suiza; y en segundo lugar, todavía no se sabe cómo fueron erigidas estas moles de piedra, aparte de las clásicas –y más bien endebles– especulaciones que han formulado los egiptólogos durante dos siglos. Personalmente, creo que o bien no hemos interpretado correctamente la ciencia del Imperio Antiguo, o bien estos monumentos pertenecen a una civilización anterior, como han propuesto muchos autores alternativos (sin ninguna necesidad de “extraterrestres”). En todo caso, no hay duda que las tres grandes pirámides son auténticos centinelas de la eternidad, pues han resistido durante miles de años los desastres naturales más terribles y los saqueos para obtener piedra. Como dice el proverbio árabe, “El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”.

El Osireion de Abydos: megalitismo en Egipto
Para finalizar esta reflexión, y dejando aparte estas maravillas, está claro que la fabulosa arquitectura megalítica (situada en la Prehistoria, según los propios criterios de la ortodoxia académica) es también un inmenso logro digno de admiración si tenemos en cuenta la tecnología de la época. Otra cosa es que consideremos que no fue realizada tal y como nos lo explican desde el estamento oficial, sino por otros medios, cuya naturaleza no está demasiada clara. Sobre este punto concreto ya me he explayado varias veces en este blog y no voy a repetir las polémicas y argumentos sobre la cronología, autoría y técnica de estas obras ciclópeas. 

Lo que es evidente es que muchos de estos monumentos de enorme antigüedad son un enigma técnico para los expertos modernos. Por de pronto, siguen ahí en pie y han resistido, pese al desgaste, todo tipo de cataclismos y agresiones, dando así una imagen de firmeza y perdurabilidad paralela al fenómeno de las pirámides.

No obstante, aun bajando a un nivel histórico más reciente y mundano, nos encontramos con obras que todavía gozan de relativa buena salud después de unos dos mil años. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la civilización romana, que culminó los avances de la arquitectura griega y helenística y supo crear nuevas soluciones –en las que destacó el amplio uso del arco de medio punto– tanto para la arquitectura monumental como para la obra civil. Aquí no había nada de megalitos, pero sí todo tipo de paramentos, con ladrillos y piedras, aparte de morteros, argamasas e incluso cemento de gran calidad. No cabe duda de que los romanos fueron maestros en el arte de construir y urbanizar, a fin de proporcionar a sus pueblos y ciudades obras públicas de enorme solidez y gran funcionalidad. Así pues, no es de extrañar que hayan llegado hasta nosotros basílicas, teatros, anfiteatros, murallas, palacios, templos, termas, puentes, acueductos, etc.

Puente de Alcántara (Cáceres, España)
A día de hoy, aún podemos visitar un buen número de estas notables obras en el territorio del antiguo imperio romano. Sólo por poner un ejemplo, a inicios del siglo II d. C., un artifex (esto es, un ingeniero) hispano-romano llamado Gaius Iulius Lacer emprendió una de las construcciones más importantes que aún se conservan en España: el famoso puente de Alcántara sobre el río Tajo, bajo el mandato del emperador Trajano. Actualmente, este monumento está considerado como una de las mejores muestras de la arquitectura y la ingeniería romana por sus grandes dimensiones y sus logros técnicos. De hecho, fue tal la calidad del trabajo que el ingeniero se atrevió a incluir una inscripción en un templete anexo al puente en la que afirmaba literalmente que “el puente, destinado a durar por siempre en los siglos del mundo, lo hizo Lacer, famoso por su divino arte”. Ahora podríamos decir que Lacer era un hombre con exceso de vanidad, pero lo cierto es que su puente sigue en pie después de 1.900 años de servicio, si bien es justo admitir que necesitó de algunas obras de mantenimiento y reparación en siglos posteriores, pues fue objeto de destrucciones parciales a causa de diversas guerras. Así pues, está claro que no sólo se han preservado las archifamosas pirámides de Guiza; otras construcciones de escala más modesta también nos han mostrado su vocación de perdurar hasta el fin de los tiempos.

Una vez hecho este repaso, podríamos extraer la conclusión final de que los antiguos tenían los conocimientos y medios para realizar logros prodigiosos con una tecnología más o menos limitada si la comparamos con la nuestra. Pero, además, la filosofía que subyace en esas obras ya nos enseña que la voluntad de perdurar era un valor de primer orden, por encima de los criterios sociales, políticos o económicos a los que estamos habituados actualmente. Ahora bien, pese a todos esos esfuerzos, el mundo evolucionó, avanzó y dejó atrás lo que ya no servía. De esta manera, muchos edificios se destruyeron o se abandonaron. Otros muchos se convirtieron en simples canteras para la realización de nuevas construcciones. Lo que antes era válido o deseable, dejó de serlo en un momento dado. 

Restos de Machu Picchu. Véase cómo la estructura ha resistido la fuerza de los terremotos. (Foto: D. Álvarez)

Como arqueólogo, me podría lamentar de lo muchísimo que se ha perdido o de lo que ha llegado hasta nosotros en un estado precario o ruinoso. Pero es inevitable, es un lastre con el que debemos convivir y debemos aceptarlo como algo natural, porque si el mundo se hubiera parado y fosilizado en los edificios romanos, no habría habido románico, ni gótico, ni barroco, ni neoclásico, ni… Es triste ver una gran catedral como Notre Dame en llamas, pero son muchas las catedrales que dan aún testimonio de la Edad Media en toda Europa. No podemos dramatizar toda pérdida de patrimonio, porque así ha sido la historia, nos guste o no. Casi nada es duradero por siempre (¡a excepción de las grandes pirámides!) y estamos reinventando la arquitectura a cada siglo. Hay muchos edificios que se han conservado, otros se han reconstruido o remodelado y otros tristemente han desaparecido… pero insisto en que debemos aceptar el deterioro y la pérdida como algo consustancial de nuestro mundo, porque nuestra propia existencia mortal no va a ser eterna.

Dicho todo esto, siempre es deseable la conservación y la restauración de ese pasado esplendoroso, mientras no se convierta en una obsesión o en un mero fetichismo por el objeto, por muy grande que sea. En ese sentido, el pasado nos aporta muchas lecciones sobre nuestra identidad y nuestro devenir. Respetemos y apreciemos en su justa medida lo que hicieron esos humanos de hace muchos siglos, porque tal vez nuestra idea de evolución o progreso esté algo equivocada. Y eso es una cuestión de valores, más que de piedras o máquinas.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Para ser precisos, existen aún algunos restos dispersos o ruinas de otros monumentos, como es el caso del templo de Zeus en Olimpia o el Mausoleo de Halicarnaso.
[2] Según algunos autores tal posición no sería realista y la estatua se hubiera hundido por su propio peso, aparte de las dificultades y peligros durante su construcción y colocación. Se especula con que pudo haber sido erigida en la acrópolis de Rodas.

jueves, 4 de abril de 2019

¿Geopolímeros en América del Sur?


Recientemente abordé en este blog la existencia de una serie de estructuras o pavimentos basados en una hipotética piedra artificial, situados en diversos lugares del planeta, tanto en Europa (sobre todo en las llamadas “pirámides de Bosnia”) como en África (las pirámides de Guiza). No obstante, el alcance de este tema es mucho más amplio y afecta realmente a una gran cantidad de monumentos arcaicos que podemos localizar en diferentes regiones y culturas –aparentemente inconexas entre sí– y que en gran medida son de carácter megalítico, con enormes bloques de piedra que encajan perfectamente, a veces con varios ángulos, sin necesidad de ningún mortero o argamasa.

Este tipo de arquitectura la tenemos también presente en varios puntos de América del Sur, en imponentes estructuras de gran antigüedad que en algunos casos han sido atribuidas erróneamente a la civilización inca, y eso que las diferencias entre los estilos de construcción son bastante notorias. Con todo, se admite que muchos de estos monumentos pertenecieron, en efecto, a un estadio de civilización pre-incaico, como es el caso del conjunto de Tiahuanaco (o Tiwanaku) y Puma Punku, en Bolivia. En este lugar podemos apreciar unos bloques de grandes dimensiones y peso, de formas angulares que quedan perfectamente ensambladas entre sí. Aparte, hallamos unas tremendas losas de entre 130 y 180 toneladas de peso y unos típicos bloques o módulos regulares (sobre todo en forma de “H”, de 1 metro de alto) que no parecen haber sido tallados sino moldeados, dada su gran perfección en las formas, decoraciones, ranuras e incluso en unos pequeños agujeros cuya utilidad se nos escapa. También cabe citar otros elementos extraños, como unas hendiduras en forma de grapas (¿metálicas?) situadas entre los bloques. Nada de esto es totalmente único, pues bastantes de estos rasgos los podemos encontrar en otros enclaves sudamericanos como Cuzco, Sacsayhuamán, Ollantaytambo, etc.

En cualquier caso, muchos investigadores alternativos se han preguntado cómo pudieron realizarse esas construcciones ciclópeas y han lanzado varias hipótesis al respecto, pero con el denominador común de que los bloques no fueron esculpidos. Básicamente, las opciones se reducen a que o bien la piedra fue ablandada de algún modo hasta hacerse plástica y luego recompuesta, o bien fue creada artificialmente a partir de varios componentes, como una especie de cemento, sin descartar una combinación de ambas técnicas. Esto es lo que proponía el químico francés Joseph Davidovits –con la teoría de los geopolímeros– con respecto a las grandes pirámides de Egipto, pero hasta hace poco no supe que también estaba investigando la presencia de dichos geopolímeros antiguos en América del Sur. Lo que viene a continuación es precisamente un comentario sobre sus investigaciones en Tiahuanaco, publicadas hace escasos meses[1] con el aval de su Geopolymer Institute y la Universidad Católica de San Pablo (Arequipa, Perú).

Puerta del Sol (Tiahuanaco)
Si nos remontamos a los antecedentes, hay que recordar que la construcción de Tiahuanaco ha sido datada convencionalmente hacia el 600-700 d. C., mientras que la fecha de abandono o destrucción se estima que tuvo lugar hacia el año 900, varios siglos antes del apogeo de la civilización inca. Lo cierto es que pese a los muchos años de intervenciones arqueológicas que empezaron en la época de Arthur Posnansky[2] (inicios del siglo XX), todavía queda una gran extensión del yacimiento por excavar. En lo referente a las citadas estructuras en piedra (fundamentalmente de arenisca y andesita), no hay demasiadas explicaciones, aparte de la admiración por un trabajo tan perfecto hecho –teóricamente– a golpe de cincel y martillo, con el dato no poco importante de que la piedra tuvo que ser traída de canteras más o menos lejanas. De hecho, la gran perfección y calidad en la realización de los bloques modulares –con ángulos exactos de 90º, superficies muy pulidas y precisos vaciados geométricos– supera las teorías convencionales sobre el tallado de estos bloques, y más aun teniendo en cuenta de que están hechos de andesita, una piedra de origen volcánico excepcionalmente dura.

El caso que expone Davidovits se sustenta en que a finales de 2017 se llevaron a cabo por primera vez análisis de muestras de piedra (arenisca y andesita) de Puma Punku bajo el microscopio electrónico. Estas pruebas indicaron, a su juicio, que el origen de los bloques no sería natural sino artificial (mediante geosíntesis), lo que podría aportar una respuesta razonable al complejo problema de localizar las canteras originales, explicar el método de transporte de los bloques y justificar el posterior trabajo tan perfecto de la piedra para darle su forma final. Así pues, a fin de llegar a conclusiones firmes, no sólo se implementaron tareas de laboratorio sino también trabajos de campo para obtener referencias y comparaciones con el contexto geológico de la zona.

Vista de Puma Punku
Para empezar, lo que se aprecia sobre la arenisca de Puma Punku es que las canteras de esta piedra más cercanas están a una distancia de entre 8 y 11 km., según se afirmaba en un estudio arqueológico fechado en 1971. El equipo de Davidovits fue a examinar tres de estas posibles canteras situadas en colinas cercanas, al sur de Puma Punku, y llegó a la conclusión que dado lo empinado de las rutas de transporte y el enorme peso de los bloques sería muy difícil aceptar que la arenisca procediera de tales lugares. Además, lo que se ve sobre el terreno es una serie de rocas de forma cuadrangular y tamaño medio (sin ningún bloque enorme), lo que no parecen ser los restos de una actividad de extracción de piedra en minas a cielo abierto, sino más bien el resultado de la fragmentación y erosión de las rocas por procesos naturales.

Ahora bien, Davidovits identificó en la cercana localidad de Callamarca una capa de arcilla caolinítica de arenisca erosionada, fácil de disgregar y apta para la elaboración de geopolímeros. A partir de este hallazgo, los investigadores tomaron una pequeña muestra del megalito n.º 2 de Puma Punku y la sometieron a diversos análisis con las más modernas tecnologías[3] para identificar con precisión el origen y la composición del material empleado. Estos análisis, una vez identificados los componentes, descartaron la procedencia de la arenisca de las hipotéticas canteras localizadas en 1971 y mostraron las similitudes con la arenisca de Callamarca, con el importante dato añadido de la presencia de una gran cantidad de material aglutinante.

Otro elemento muy significativo fue la alta cantidad de sodio detectada en la muestra del megalito, que contrastaba con las proporciones de sodio notablemente más bajas observadas en las muestras de las “canteras” e incluso en Callamarca (alrededor de un 50%). Con todo ello, Davidovits dedujo que el sodio debió ser añadido de alguna manera. Siguiendo esta pista, el químico francés buscó por la zona la fuente del carbonato de sodio (natrón) que daría el componente alcalino al geopolímero y encontró tal lugar al sur de Puma Punku, en la Laguna Cachi, de la cual todavía hoy se extrae el natrón. Cabe señalar que este enclave está a cientos de kilómetros de Puma Punku, pero Davidovits considera que hay pruebas suficientes de ya que existía en la antigüedad una consolidada ruta de caravanas de llamas que harían este trayecto con normalidad. En suma, sin entrar en más detalles técnicos, Davidovits concluye que la arenisca roja de Puma Punku es un geopolímero creado a partir de la arcilla caolinítica de Callamarca y el natrón de Laguna Cachi.

Bloques de andesita de Puma Punku
Por otro lado, quedaban los característicos bloques de andesita gris también localizados en Puma Punku. En este caso, la sospecha de una factura artificial era más alta, dada la perfección y regularidad de las formas y acabados sobre una piedra de enorme dureza (entre 6 y 7 en la escala de Mohs). Para Davidovits quedaba poca duda de que estos bloques podían haber sido realizados con relativa facilidad mediante el moldeado, esto es, a base de geopolímeros, lo que es muy visible en particular en el pulido de las superficies y la regularidad de los ángulos. Los análisis superficiales de la piedra detectaron además las típicas burbujas de aire que quedan atrapadas contra la estructura del molde.

No obstante, la verificación definitiva se llevó a cabo con los métodos similares a los ya citados anteriormente, y en esta ocasión las muestras extraídas revelaron la presencia de una sustancia amorfa de incierta naturaleza. Tras los análisis químicos se comprobó que esta sustancia era de origen orgánico (basada en carbono), lo que se contradice con la típica composición de las rocas volcánicas, como es el caso de la andesita, pues los materiales orgánicos quedan vaporizados debido a las altas temperaturas en que se forman las piedras volcánicas. Así pues, según Davidovits, los bloques de andesita fueron elaborados a partir de una base de toba volcánica no consolidada del tamaño de arena (obtenida del cercano Cerro Khapia) con la adición de este componente orgánico.

Eso sí, en este caso el geopolímero no fue fraguado en un medio alcalino, como sucedía con la arenisca, sino en un medio ácido. Para el científico francés este hecho vendría a corroborar las antiguas leyendas locales sobre ciertas sustancias de origen vegetal –ácidos extraídos de diversas plantas– que era capaces de ablandar (y moldear) las piedras, lo que se corresponde con los ácidos carboxílicos, detectados en los análisis. Quedaría pendiente el tema del aglutinante orgánico, que a juicio de Davidovits sería el guano, una sustancia fertilizante que se podía obtener de la costa sur del Perú y que sería llevada a Tiahuanaco también en caravanas de llamas. Sin embargo, la avanzada agricultura de Tiahuanaco no precisaría del guano como fertilizante. Antes bien, sería empleado como agente endurecedor del geopolímero, ya que contiene una notable cantidad de sales de ácido, como en particular sales de amonio, necesarias para la reacción química que permite la solidificación del material. En este sentido, la comparación del análisis espectrográfico químico del material orgánico de la andesita con el de las muestras de guano procedente de Ilo (Perú) sustentó la tesis de Davidovits, dada la gran similitud en sus componentes y proporciones.
 
Los típicos bloques en forma de H de andesita
Hasta aquí la parte más puramente técnica, por la cual Joseph Davidovits defiende que la cultura local tiahuanacota fue capaz de elaborar piedra artificial o geopolímero hace unos 1.400 años, descartando tanto las teorías oficiales –el tallado de la piedra– como las teorías alternativas, que suponen la intervención de alienígenas o la presencia de una supercivilización desaparecida. Davidovits concluye que la especial composición de las muestras tomadas no deja lugar a dudas sobre el origen artificial de los bloques, pues en la propia naturaleza no se pueden hallar los rasgos tan peculiares ya comentados. Además, añade que tales compuestos geopolímeros ya son conocidos en la ingeniería civil (caso de la arenisca) o han podido ser replicados satisfactoriamente en ensayos de laboratorio (caso de la andesita), lo que añade más peso a sus pruebas. Por otro lado, Davidovits afirma que esta investigación abre la puerta a una posible datación absoluta fiable de la construcción del conjunto monumental, dado que los elementos orgánicos identificados en la andesita se podrían analizar mediante el método del Carbono-14.

Expuesta ya toda la argumentación, personalmente me resulta complicado valorar en su justa medida los resultados ofrecidos, dados mis escasos conocimientos de geología y química, pero lo que he podido comprender me parece factible y razonable, a la espera de lo que diga el estamento arqueológico, que ya rechazó en firme las tesis de Davidovits con relación a las pirámides de Guiza, alegando que el origen de la piedra caliza de dichos monumentos había podido ser perfectamente identificado en una cantera próxima.

Vista de Kalasasaya (Tiahuanaco)
En todo caso, el trabajo de Davidovits –mediante el recurso a los datos empíricos– expone una vía de explicación para el fenómeno megalítico antiguo en diversos lugares del mundo, que ha sido objeto de polémica y discusión por parte de la arqueología alternativa, al rechazar las versiones convencionales sobre cómo se realizaron tales obras. Aparte, quedaría el tema no poco importante de situar ese megalitismo en el tiempo y un determinado contexto cultural. Veremos si finalmente se llevan a cabo los análisis de C-14 sobre las muestras de Puma-Punku, para comprobar si corrobora las fechas del primer milenio después de Cristo que la arqueología da por buenas o si las fechas son más antiguas. Todo ello, claro está, dando un voto de confianza al método, que ha sido puesto en entredicho en no pocas ocasiones.

Sobre este punto concreto, bastantes autores alternativos, como muy destacadamente Graham Hancock, creen que determinadas estructuras megalíticas son de enorme antigüedad –anteriores a las civilizaciones reconocidas– y corresponden en realidad a una civilización desaparecida global capaz de logros impensables incluso en nuestro mundo moderno. Según esta visión, en América del Sur, a la vista de los restos arquitectónicos, la civilización inca no fue la responsable de los grandes monumentos megalíticos. En este particular, los investigadores peruanos Alfredo y Jesús Gamarra engloban ese megalitismo en los estilos Hanan Pacha y Uran Pacha, propios de una era muy remota pre-incaica y caracterizados por unos bloques formados como mantequilla cortada a cuchillo o cuchara, o bien por bloques encajados perfectamente y a veces vitrificados en su superficie. Además, ambos investigadores confirman que estas mismas características son apreciables en otros monumentos localizados en regiones muy separadas entre sí, como Malta, Egipto, Palestina, Isla de Pascua, Grecia, Gran Bretaña, Japón, etc.

Cito literalmente a Jan P. de Jong, seguidor de los Gamarra:

¿Estructuras moldeadas?
“Esta tecnología parece ser que se basaba en piedras moldeables. En todos los vestigios examinados se aprecia que los constructores de los estilos Hanan y Uran Pacha eran capaces de hacer cualquier forma que quisieran en la piedra. Así, hallamos bloques con la forma de esquina, juntas perfectas con superficies irregulares en todos los bordes de la piedra, formas caprichosas de la piedra –como si pudieran hacer movimientos rápidos– y diáfanos cambios en la superficie de la roca, como si ésta fuera blanda. El estilo Hanan Pacha se muestra como si hubiera sido moldeado con una cuchara, siempre con esquinas interiores cóncavas, redondeadas, lo que descarta que hubiera sido realizado con un rayo láser, como algunos indican. Una buena analogía de este estilo sería nuestro moderno material de protección de porexpan, hecho con moldes y calor, que tiene la misma apariencia de esquinas redondeadas. De nuevo encontramos esta misma manera de trabajar la piedra en otros yacimientos a nivel mundial.”[4]

Este escenario podría encajar –al menos parcialmente– con la propuesta de Davidovits de los geopolímeros, que indicaría que en un tiempo muy antiguo existían culturas o civilizaciones con una alta tecnología de construcción, igual o incluso superior a la que tenemos actualmente. Si esto es cierto y puede confirmarse de forma fehaciente, pondría en un aprieto a la versión oficial académica y a la clásica interpretación de que la civilización avanza de forma lineal (una especie de evolución cultural y tecnológica), pues quedaría claro que en una época muy distante se disponía de una tecnología superior que luego se perdió con el paso de los siglos. Recordemos que el cemento, como material constructivo, no fue utilizado hasta la época romana (el llamado opus caementicium), con lo cual esta piedra artificial –o cemento u hormigón– de calidad superior quedaría totalmente desubicada en el tiempo y el espacio, a menos que empecemos a abrir nuestra mente y planteemos la seria posibilidad de que pudo haber una involución o una pérdida de conocimiento en la Humanidad debido a causas que por ahora se nos escapan.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / David Álvarez / archivo del autor




[2] Posnansky fue un militar e ingeniero de origen austríaco instalado en Bolivia que estuvo varios años investigando la zona, defendiendo finalmente la tesis de que Tiahuanaco fue la cuna de la civilización en América. Su mayor “herejía” fue datar el yacimiento hacia el 15000 a. C., a partir de observaciones arqueoastronómicas del patio de Kalasasaya.

[3] Entre éstas, la sección fina, el análisis químico SEM/EDS, el microscopio electrónico de barrido, la difracción de rayos X, etc.


[4] Fragmento del artículo publicado en la revista Dogmacero n.º 2 y en este mismo blog (https://laotracaradelpasado.blogspot.com/2015/08/los-descubrimientos-de-alfredo-gamarra.html) sobre las propuestas de los Gamarra (Alfredo y Jesús), explicadas por el investigador Jan Peter de Jong.