sábado, 24 de junio de 2017

Homo sapiens: perdido en el limbo científico



En un reciente artículo saqué a relucir las diversas herejías que complican en cierta manera las explicaciones evolucionistas habituales sobre el origen del hombre. Y todo parece indicar que los nuevos hallazgos e investigaciones –en lugar de aclarar más el panorama– introducen más confusión y perplejidad, pues los axiomas hasta ahora aceptados parecen cada vez más flexibles e interpretables a la vista de las pruebas objetivas. En todo caso, la ortodoxia darwinista no está por la labor de abandonar la idea de evolución por selección natural o su versión actualizada de la “síntesis evolutiva moderna”. Y desde luego, cualquier cosa que suene a diseño inteligente o creacionismo es pura religión, una afrenta a la verdadera ciencia.

Así pues, vamos a adentrarnos en la enésima vuelta de tuerca de una teoría que lucha por sobrevivir contra el propio método científico. Recordemos, a modo de introducción, que el actual consenso académico sigue defendiendo que los primeros pasos evolutivos hacia la línea Homo surgieron en África y que el propio Homo sapiens “apareció” indiscutiblemente en África oriental –y sólo en África– hace unos 200.000 años como mucho, y que luego se fue extendiendo por los cinco continentes a partir de dos grandes olas migratorias, la primera hace 130.000 años y la segunda, hace unos 70.000 años. En ambos casos, los humanos modernos habrían reemplazado –según los procesos de selección natural– a las poblaciones de homínidos más arcaicos.

Pero esta visión ya no es un mandamiento divino. En este sentido, considero oportuno exponer brevemente tres notables argumentos que de nuevo ponen en entredicho la versión académica, sobre todo en cuanto al origen del Homo sapiens y la tan manoseada teoría de Out-of-Africa (“desde África”) que acabamos de citar. Por un lado, tenemos el reciente libro del investigador independiente británico Bruce Fenton titulado The forgotten Exodus (“El éxodo olvidado”); por otro, los descubrimientos de homínidos de gran antigüedad en China; y finalmente, un sorprendente hallazgo paleontológico que ha tenido lugar en Marruecos.
 
Mapa y cronología de la teoría Out-of-Africa ("Desde África")
Lo que plantea Bruce Fenton en su libro es una propuesta bastante herética, pues afirma que ni los hallazgos paleoantropológicos ni los últimos estudios genéticos refuerzan la teoría de que el Homo sapiens surgió en África, sino que más bien la desmienten, ofreciendo como clara alternativa que el H. sapiens apareció en otra parte del planeta y que posteriormente se desplazó a África. Pero veamos con detalle la argumentación que expone Fenton y luego que cada cual extraiga sus conclusiones.

En primer lugar, tenemos la aportación de la moderna investigación genética que ha abierto –teóricamente– más puertas al estudio del origen de los humanos, pero que en la práctica ha arrojado más paradoja y confusión, sobre todo al comparar los datos con las verdades paleontológicas establecidas desde hace bastantes décadas. Así, los análisis genéticos de varios especímenes humanos muy antiguos han puesto de manifiesto los siguientes hechos:

  • Que la separación genética entre los neandertales y los sapiens se produjo mucho antes de lo que se pensaba; así, el último ancestro común de ambos podría situarse en una antigüedad de entre 400.000 y 700.000 años, siendo esta última cifra la más probable. Así, el vacío temporal con respecto a la aparición (teórica) del Homo sapiens –hace 200.000 años– resulta ser demasiado grande.
  • Que el llamado Homo heilderbergensis[1], situado en un estadio evolutivo más avanzado que el Homo erectus y que encontramos básicamente en Europa y parte de Asia y África, no es un antecesor del Homo sapiens, y eso a pesar de compartir bastantes características anatómicas y una capacidad craneal prácticamente idéntica. Tradicionalmente se lo había considerado antecesor de los neandertales, pero las modernas pruebas genéticas lo relacionan más directamente con los Denisovianos.
  • Que estos Denisovianos, otra especie de homínidos de muy reciente descubrimiento, se empezaron a separar de la línea de los humanos modernos hace nada menos que 800.000 años.
  • Que los antepasados más antiguos comunes del sapiens y del resto de Homo avanzados deben buscarse en una población que vivió hace 900.000-700.000 años, según las conclusiones de la reputada paleoantropóloga y médico española María Martinón Torres, del University College de Londres.


Todo ello marca unos orígenes genéticos muy antiguos para los primeros sapiens, y con poblaciones situadas fuera de África, lo cual ya produjo en su día un cierto desasosiego para las tesis tradicionales tan centradas en África (cuna de los primeros grandes descubrimientos paleoantropológicos, así como de famosos científicos). Para tratar de dar respuesta a estas incógnitas, Fenton nos menciona otra teoría que pretende eludir el problema africano, que no es otra que la de la evolución multi-regional del ser humano.

Restos del llamado "Hombre de Java", un H. erectus asiático
Esta propuesta, defendida por reputados paleontólogos como Milford H. Wolpoff, Xinzhi Wu y Alan Thorne, se fundamenta en la idea de que no hubo un único origen para el hombre moderno, sino un origen múltiple a partir de las diversas poblaciones de Homo erectus esparcidas por todos los continentes, excepto América, donde no hay evidencia física de la presencia de este homínido. Así, aceptan que los homínidos más primitivos surgieron en África y que de allí partió el Homo erectus (en su versión africana, Homo ergaster) para extenderse por muchas regiones del planeta. Más adelante, hace unos 500.000 años, los erectus habrían evolucionado en Eurasia dando origen a varias líneas de hombres modernos, que habrían mantenido a lo largo de los milenios una cierta homogeneidad evolutiva gracias a un continuo mestizaje entre las distintas poblaciones.

Ahora bien, Fenton rompe la baraja al desmarcarse de la teoría tradicional africana pero también de la multi-regional. Entonces, ¿qué? En su opinión, cree que debe considerarse seriamente una tercera opción: que el hombre moderno podría haber surgido en Extremo Oriente o en Australasia. Para sustentar esta teoría, Fenton echa mano de diversas pruebas de varios ámbitos (genético y paleontológico), que le empujan a defender la propuesta de que el origen del Homo sapiens debe situarse más específicamente en Australasia[2]. Así, considera que el antecesor directo del sapiens debió ser una población de erectus establecida firmemente en Australasia hace unos 900.000-800.000 años.

El reciente libro de B. Fenton
A partir de este punto, Bruce Fenton rescribe la prehistoria más lejana al revés, de Oriente a Occidente, y propone hasta tres olas migratorias de Homo sapiens en función de tres eventos geológicos. El primer “éxodo” habría tenido lugar hace unos 200.000 años, coincidiendo con un periodo de fuertes cambios climáticos. Así, una población de sapiens habría alcanzado las costas de África oriental (Etiopía), precisamente donde hasta el momento se había hallado el ejemplar de sapiens más antiguo, de unos 195.000 años de antigüedad. Luego, una gran erupción volcánica (la del lago Toba) habría causado la segunda migración hace unos 74.000 años, provocando la colonización del interior y sur de África, así como algunas costas asiáticas. Finalmente, habría existido una tercera migración –hace unos 60.000 años– que habría ocupado el sudeste asiático y que habría sido el inicio de la progresiva expansión del hombre moderno por el continente euroasiático,  dando así origen a toda la población de sapiens no-africana y no-australiana.

Todo este escenario heterodoxo se asienta mayormente en hallazgos de homínidos ya conocidos y en recientes investigaciones genéticas. Por consiguiente, no hay grandes novedades pero sí una profunda reinterpretación de pruebas ya existentes, lo que confirma que la teoría evolucionista sobre el ser humano se va moviendo de acá para allá en las aguas de la especulación y la conjetura, a la espera de que las pruebas físicas confirmen por fin la teoría, de una u otra manera. Por cierto, es de destacar que algunos científicos –como el profesor Máximo Sandín– no avalan las conclusiones de los estudios genéticos basados en la técnica del “reloj molecular”, a la que consideran carente de todo rigor científico en el marco de la biología[3], pero dejaremos este asunto en el cajón para no alejarnos hacia otros derroteros.

En segundo término, vale la pena comentar que –para complicar más las cosas– la ciencia paleontológica está marcada por un inconfesado chauvinismo “patriótico-científico”. Porque aparte de la aportación “pro-australiana” de Fenton, hace décadas que los científicos chinos se quejan de que la comunidad científica occidental ha tendido a minusvalorar o marginar los hallazgos de homínidos en Extremo Oriente, principalmente en la propia China. De hecho, varios paleontólogos chinos hace tiempo que reclaman que la teoría Out-of-Africa debe revisarse a la luz de los descubrimientos asiáticos. De este modo, hacen hincapié en que los científicos occidentales suelen interpretar los restos asiáticos en clave africana o europea, como una mera derivación, posiblemente por el sesgo de que la intervención paleontológica occidental ha estado centrada en Europa, desde el siglo XIX, y en África desde inicios del siglo XX.

Cráneo reconstruido del Hombre de Pekín
Lo cierto es que los hallazgos de homínidos muy antiguos se han ido acumulando en tierras chinas y entre estos tenemos numerosos ejemplares de dientes de humanos modernos datados entre 80.000 y 120.000 años, con un caso (una cueva en la provincia de Guizhou) en que la datación se podría ir hasta un máximo de 178.000 años. También cabe destacar el reciente descubrimiento de un fósil de humano moderno de más de 100.000 años de antigüedad en Daoxian (Hunan), publicado en la revista científica Nature. Y todo ello por no hablar de otros homínidos más arcaicos con características mixtas de erectus y sapiens, como el famoso “hombre de Pekín”, hallado en 1929 y con una antigüedad estimada de unos 780.000 años, y otros especímenes cuya datación oscila entre 900.000 y 125.000 años. La ortodoxia reconoce que son individuos más avanzados que los erectus, pero no se decide a clasificarlos de una manera taxativa, aunque el reputado especialista Chris Stringer opina que se trataría de heilderbergensis asiáticos. Claro que tampoco faltan las grandes anomalías evolutivas como una supuesta población residual de Homo erectus que habitaba China hace apenas unos 15.000 años[4].

Con todo este arsenal de pruebas, no es de extrañar que los chinos dejen caer la idea de una cierta teoría Out-of-China (“desde China”), pues estos datos no parecen cuadrar con la gran expansión euroasiática del sapiens a partir de una segunda migración, que se habría iniciado hace sólo unos 70.000 años. En suma, algo tan evidente como decir que en China ya había humanos modernos, fruto de una hipotética evolución autóctona a partir de los erectus locales, antes de que llegasen los supuestos colonos africanos.

Y así llegamos al tercer asunto que ha trastocado –al menos ligeramente– los cimientos de las teorías convencionales sobre el origen del sapiens. Si hace décadas no se le concedía una antigüedad superior a 100.000 años, en tiempos más recientes esta cifra se ha ido alejando en el pasado hasta llegar a los 200.000 años, principalmente por el hallazgo de unos huesos humanos en Omo Kibish (Etiopía) y por las técnicas genéticas basadas en el ADN mitocondrial –con el apoyo teórico de la llamada genética de poblaciones– que lanzaron la propuesta de una cierta “Eva mitocondrial”, la mujer sapiens más antigua del mundo, situada en África y con una datación de 200.000 años, coincidiendo de forma “casi perfecta” con la cronología asignada a los huesos recién mencionados.

Jean-Jacques Hublin en Jebel Irhoud
Sin embargo, hace escasas fechas se ha propagado la noticia de que en el yacimiento de Jebel Irhoud, una cueva a unos 100 km. de Marrakech (Marruecos), se habían hallado restos óseos de cinco humanos anatómicamente modernos datados en una antigüedad de entre 300.000 y 350.000 años. El hallazgo, publicado en la prestigiosa revista Nature, corrió a cargo de un equipo liderado por Jean-Jacques Hublin, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania) y por Abdelouahed Ben-Ncer, del Instituto Nacional de Arqueología de Marruecos.

De hecho, el yacimiento ya era conocido desde los años 60 del pasado siglo y había sido excavado parcial y esporádicamente. Los restos humanos que se hallaron entonces fueron calificados de homínidos arcaicos (tal vez unos “neandertales africanos”[5]) y no se les dio un antigüedad superior a los 40.000 años. En los años 90, como pudo comprobar Hublin, la cueva estaba totalmente tapada de nuevo y hubo de esperar hasta 2004, en que se inició un programa sistemático de excavaciones. Los resultados fueron realmente esperanzadores, pues aparte de los huesos humanos –entre los que había cráneos y mandíbulas– hallaron numerosas herramientas y huesos de animales. Y precisamente las herramientas de sílex, empleadas básicamente para la caza, fueron de enorme utilidad, pues se pudo comprobar que habían sido calentadas, lo que a su vez permitía datarlas mediante el método de la termoluminiscencia, que arrojó la inesperada cronología de más de 300.000 años.

Cráneo de Homo sapiens de Jebel Irhoud
Pero sin duda, más que la propia antigüedad de los homínidos, lo que realmente estaba en juego era su clasificación, y aquí Hublin ha acabado por desestimar la hipótesis de una “especie de neandertal” y ha adscrito los restos al Homo sapiens, aunque se trate de una forma relativamente arcaica... pero no muy arcaica, porque según los análisis anatómicos realizados con las más modernas técnicas microtomográficas se ha podido reconstruir el aspecto de los cráneos y Hublin ha tenido que reconocer que dicho aspecto es prácticamente indistinguible del de los humanos actuales, si bien los cráneos de estos antiguos humanos serían ligeramente más alargados. Asimismo, el estudio de las piezas dentales ha confirmado que se trata de típicos dientes de sapiens, bien distintos de los neandertales o de los erectus. Lamentablemente, los intentos por extraer ADN de los huesos han fracasado, y habrían sido de gran ayuda para averiguar si estos sapiens estaban en la línea evolutiva directa que ha conducido a los humanos actuales.

En definitiva, el escenario ya está servido para la polémica: tenemos una población de Homo sapiens 100.000 años más antigua que los restos más arcaicos reconocidos hasta la fecha y además en el norte de África, lo que representa una cierta desconexión en espacio y el tiempo de la supuesta “cuna de la humanidad  moderna”, en el extremo este del continente africano. Pero lo mejor empieza cuando los paleontólogos se lanzan a especular para tratar de encajar las piezas de este nuevo puzzle en el marco teórico.

Herramientas halladas en Jebel Irhoud
Naturalmente, la ortodoxia no cree que una flor haga primavera y no consideran que el origen evolutivo del sapiens tenga que desplazarse al norte de África. Más bien, se quiere proponer una evolución continua del sapiens por gran parte de África[6], y este hallazgo sería sólo una muestra de ese proceso evolutivo. No obstante, dada la gran antigüedad de los restos de Jebel Irhoud, Hublin piensa que los primeros pasos en la evolución del sapiens tal vez se dieron en el norte de África. El problema es que los restos recuperados muestran una morfología no muy distinta de los humanos actuales. Así, para tratar de explicar ese aspecto tan moderno en un fósil tan antiguo, un miembro del equipo de Hublin, Philipp Gunz, ha sugerido que la evolución física en los primeros sapiens fue mínima o súbita (pues su morfología facial parece muy “moderna”) y que, en cambio, la evolución cerebral fue mucho más larga. En fin, ¡viva la especulación!

Aunque, claro, ante la aparición de datos relativamente incómodos, no podía faltar la voz de los escépticos. Así, el paleontólogo Jeffrey Schwartz, de la Universidad de Pittsburg (EE UU), considera que los restos hallados son notables pero que no pueden asignarse a los sapiens, pues muchas veces se ha tendido a unificar en una sola especie restos apreciablemente diferentes, a falta de mejores interpretaciones. Asimismo, la ya citada María Martinón tampoco cree que estos restos sean de sapiens, y alude a la escasez de especímenes para estudiar el origen del sapiens y a que los cráneos de Jebel Irhoud no tienen una frente y un mentón equiparables a los de los humanos actuales.

Sobre estas opiniones, tal vez habría que recordarle a Schwartz que no siempre se ha tendido a la unificación. De hecho, en muchos casos, se ha optado por lo contrario. Esto es, cada diferencia apreciable podía ser motivo suficiente para crear nuevas especies y subespecies, bautizándolas con sus correspondientes nombres en latín, con lo cual el científico de turno ya podía sacar pecho por haber hallado una nueva rama en el árbol evolutivo humano. En cuanto a Martinón, se le tendría que preguntar hasta qué punto quiere llevar las diferencias, pues desde hace tiempo se han englobado a diferentes homínidos modernos bajo una misma denominación. Así, por ejemplo, los arcaicos Cro-Magnon no eran exactamente igual que nosotros pero también eran sapiens. Y lo mismo podríamos decir de la rica variedad de razas dentro del actual Homo sapiens, a menos que recurramos al espíritu original –manifiestamente racista– del darwinismo, con sus superiores e inferiores. ¡Cuánto me recuerda esto a los Untermenschen de los nazis!

Escena de H. erectus haciendo fuego
En definitiva, el hallazgo de Jebel Irhoud añade nuevos dolores de cabeza a la ortodoxia y también, de paso, pone en entredicho las tesis ya citadas de Fenton, que debería explicar qué hacían ahí esos sapiens antes de la primera ola de “colonos australianos” que llegó a África hace 200.000 años según sus estimaciones. Como ya expuse en un artículo anterior, vemos distintas especies del género Homo que aparecen en varios lugares del planeta, a veces muy alejados entre sí, con dataciones que se solapan y sobre todo sin un claro recorrido evolutivo. Esto es, ¿dónde está la pléyade de formas intermedias, los eslabones perdidos, que hicieron “avanzar” la evolución humana? ¿Por qué el sapiens más arcaico tiene una morfología muy similar a la del hombre actual? ¿O es que las famosas mutaciones aleatorias transformaron de golpe y porrazo a un erectus en sapiens perfecto sin ninguna progresión a lo largo de milenios? ¿Es que siguen faltando los fósiles “adecuados”? ¿Por qué esa repulsión a la idea del mestizaje para explicar las diferencias –y afinidades– entre las especies de Homo?

Y por supuesto, ya no he querido sacar a la palestra el controvertido tema de los ooparts, pues –según defienden algunos autores alternativos– durante el siglo XIX y principios del XX se hallaron huesos y objetos atribuibles a humanos modernos de una antigüedad enorme (hasta cientos de miles o millones de años), que destrozarían completamente los esquemas evolutivos[7]. Para estos críticos, los hallazgos fueron olvidados, marginados, ocultados o incluso destruidos, mientras que para el estamento académico simplemente se trata de confusiones y errores propios de la ciencia, pues la Prehistoria era entonces todavía una disciplina poco metódica y fiable.

La pregunta ahora sería: ¿qué antigüedad máxima para el Homo sapiens será capaz de admitir la ortodoxia evolucionista? Recordemos que cuando a finales del siglo XIX se descubrieron en Castenedolo (Italia) varios esqueletos de individuos anatómicamente modernos datados –según el contexto geológico– entre 3 y 4 millones de años, la ciencia oficial rechazó firmemente esa cronología y consideró que se trataba de un evidente enterramiento intrusivo. Pero lo más inquietante fue la actitud de cerrazón mental ante los hallazgos, pues para los darwinistas las pruebas deben encajar en la teoría y no al revés. Véase que en 1921 el arqueólogo irlandés Robert Macalister, pese a  no dudar de la competencia de los descubridores de los esqueletos, dijo lo siguiente: 
“Debe haber algo erróneo en alguna parte... Si [los huesos] pertenecían al estrato en que se encontraron, esto implicaría un extraordinariamente largo parón para la evolución. Es mucho más probable que algo se haya escapado en las observaciones. La aceptación de una fecha del Plioceno para los esqueletos de Castenedolo crearía tantos problemas insolubles que difícilmente podemos dudar entre las alternativas de adoptar o rechazar su autenticidad.”
Sin comentarios.

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons 

Actualización

Apenas unas semanas después de publicar este artículo me han llegado noticias de que, a partir de los restos de  un neandertal de hace 124.000 años ubicado en Alemania, se han hallado pruebas genéticas de mestizaje entre neandertales y sapiens en Europa en una fecha muy remota: hace unos 220.000 años. Ello tira por tierra el concepto de que los sapiens llegaron a Europa en la segunda ola migratoria (70.000-60.000 años) pero también pone en entredicho el alcance de la primera ola, supuestamente acaecida hace 130.000 años y que sólo habría llegado al levante mediterráneo. Además, dichos estudios vuelven a conectar más a los neandertales con los humanos modernos, alejándolos relativamente de los denisovianos. En fin, seguimos mareando la perdiz y dando tumbos, pero definitivamente la antigüedad del sapiens y su expansión por el planeta están en completa revisión.



[1] Ubicado cronológicamente entre los 600.000 y 200.000 años.

[2] De hecho, las primeras propuestas serias sobre el origen australasiático del sapiens se remontan a 1982, a partir de los hallazgos del profesor Alan Wilson.

[3] Sandín, de hecho, no da ninguna credibilidad científica a la teoría de la “Eva mitocondrial”, el supuesto primer ser humano moderno ubicado en África, hace unos 150.000-200.000 años.

[4] Para más detalles, véase el artículo Herejías evolutivas de este mismo blog.

[5] Esta asignación, más que a la propia fisonomía de los restos óseos, se debió a los utensilios de piedra hallados, que se parecían mucho a la industria musteriense, típica de los neandertales. Sin embargo, a día de hoy, no se reconoce la presencia de neandertales en África; sólo en Europa y Asia.

[6] De hecho, hay otro posible sapiens identificado en Florisbad (Sudáfrica), datado en una antigüedad de 260.000 años.


[7] Para consultar una muestra extensa de estas “anomalías”, recomiendo el libro de Cremo y Thompson Forbidden Archaeology.

lunes, 12 de junio de 2017

Los dioses atlantes del antiguo Egipto



Posiblemente, el autor francés Albert Slosman es un gran desconocido para muchos aficionados a la arqueología alternativa pues nunca tuvo un gran eco mediático o éxito literario, como otros autores populares del género. Sin embargo, su notable aportación heterodoxa a los estudios del antiguo Egipto no se puede pasar por alto, dado que Slosman fue de los escasos investigadores que profundizaron de manera rigurosa en la estela interdisciplinaria marcada por Ignatius Donelly acerca de los orígenes de las antiguas civilizaciones, que –tal como defendió en el clásico Atlantis, the Antidiluvian World– no habrían sido el fruto de una evolución a partir de un estadio anterior más primitivo, sino el legado o herencia de los supervivientes de la Atlántida. 

Por supuesto, todo esto constituye una herejía para la arqueología académica, que considera que la génesis de las civilizaciones –en el Mediterráneo o en otros lugares– se deriva de cierta revolución neolítica propia de cada región. En este sentido, no hay cabida para una gran civilización anterior, la Atlántida o cualquier otra, pues no existen pruebas (supuestamente) de su existencia. Esto, claro está, significa apuntalar el concepto de evolución frente al de involución.

Albert Slosman
Pero empecemos por el principio. Albert Slosman (1925-1981) fue un matemático y analista informático francés, cuyo alto nivel profesional le llevó a colaborar con la NASA en el programa de las sondas Pioneer. Su vida, empero, no fue precisamente fácil ya que durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de la Resistencia y fue capturado y torturado por la Gestapo nazi. Más adelante, fue juzgado por desertor y deportado al Camerún. Asimismo, sufrió dos graves accidentes, uno en 1956 en que estuvo muy cerca de la muerte y otro en 1970, en que quedó varios meses en coma. Como consecuencia de esto, su salud fue más bien frágil y quebradiza, lo que le obligó a mantener a menudo largos periodos de convalecencia. Pero aparte de estas desgracias, las circunstancias de la vida parecieron entrar en conjunción para conducirle a unos intereses y unos estudios bien alejados de su especialidad científica, algo muy similar a lo que le ocurrió a su famoso compatriota y contemporáneo René Schwaller de Lubicz, que también sucumbió al embrujo del antiguo Egipto.

Por ejemplo, estando en Camerún tuvo conocimiento de una mitología local que hablaba de un gran cataclismo ocurrido hacia el oeste, en el Atlántico, por el cual la divinidad habría castigado la impiedad de los hombres provocando el hundimiento de un gran continente. Por otro lado, Slosman realizó sus tesis doctoral sobre Pitágoras, lo que le acercó al antiguo Egipto y sus altos conocimientos. Este afán le hizo viajar a Egipto en diversas ocasiones, a consultar miles de libros de diversas materias y a aprender de forma autodidacta los fundamentos de la lengua jeroglífica. Asimismo, tuvo gran interés en trazar los orígenes del monoteísmo en la Antigüedad, al descubrir que el Egipto faraónico había tenido clara relación con ello.

Pero sin duda el punto crucial de su trabajo fue la elaborada tesis de que el antiguo Egipto, la gran civilización conocida por todos, no había nacido a orillas del Nilo sino en el norte de África. Así, después de inspirarse en la obra de Stéphane Gsell Historia antigua del norte de África, Slosman empezó a componer un escenario en el que los primeros faraones-dioses habrían venido del oeste, esto es, del Atlántico. Sus sospechas se vieron reforzadas en sus estancias por convalecencia en el norte de África, durante las cuales fue recogiendo las múltiples piezas de un complejo rompecabezas.

Como fruto de esta propuesta, Slosman se implicó en la realización de una vasta obra que quedó inconclusa a su muerte y que estaba estructurada básicamente en tres trilogías y una tetralogía. La primera trilogía estaba dedicada a los orígenes de Egipto y comprende sus libros esenciales: El Gran Cataclismo (1976), Los Supervivientes de la Atlántida (1978) e Y Dios resucitó en Dendera (1980). El resto de su obra, que exploraba otros aspectos del antiguo Egipto, del monoteísmo y del cristianismo, quedó prácticamente en estado de proyecto, si bien todavía se publicó material suyo tras su muerte en 1981.

Zodíaco del templo de Hathor (Dendera)
¿Pero en qué se basó exactamente la propuesta de Albert Slosman? Como ya hemos comentado, Slosman adquirió una sólida base de conocimiento egiptológico ortodoxo, pero se fue decantando hacia la heterodoxia cuando contrastó dos elementos principales. Por un lado, la antigua mitología y religión egipcias, expresadas en el lenguaje jeroglífico; y por otro, las diversas pruebas geográficas, filológicas, antropológicas y arqueológicas que identificó en el norte de África en sus viajes. Y todavía habría un tercer elemento esencial, el famoso bajorrelieve del Zodíaco del templo de Hathor en Dendera (Egipto)[1], que le facilitaría importantes datos y vías de investigación.

Fue en una estancia en Marruecos cuando Slosman empezó a construir su herética tesis, que trataba de convertir la antigua mitología egipcia en historia real. De hecho, él ya había identificado algunas curiosas semejanzas entre determinada toponimia marroquí y algunos términos que aparecían en el Libro de los Muertos. Pero una vez en aquel país, los hallazgos y las oportunas conexiones cognitivas se dispararon para acabar creando un escenario del todo revolucionario para la egiptología. Así, Slosman empezó a reconstruir los orígenes de los antiguos dioses egipcios, que en realidad no habrían sido más que los supervivientes de un continente perdido, situado a Occidente, según citaban los propios textos sagrados egipcios. 

En lo que sería la investigación propiamente geológica, geográfica y arqueológica, Slosman identificó en Marruecos trazas de fuertes alteraciones geológicas, incluido un posible vuelco del eje terrestre, con el consiguiente desplazamiento de los polos, lo que vendría a corroborar una hipótesis catastrofista. Asimismo, dio con un lugar llamado Tamanar (al norte de Agadir) que podría ser la mítica Tierra de Poniente egipcia denominada en lenguaje jeroglífico Ta Mana. Además, según le explicaron los ancianos beréberes de la región, ellos descendían de los supervivientes de un continente hundido y que luego se quedaron allí por la riqueza agrícola y minera de la zona. Asimismo, y por mediación de unos geólogos alemanes, localizó un enclave al sur del país que se podría relacionar con el Ta Uz (o Tierra de Osiris), prácticamente en la frontera con Argelia, en pleno desierto del Sahara. Y entre medio de estos dos referentes, Slosman fue hallando restos de una inconfundible intervención humana –tremendamente antigua– en el territorio, en forma de pinturas rupestres, explotaciones mineras, enormes pozos, tumbas “de gigantes”, etc. Y con este escenario supuso que el norte de África occidental había sido una colonia atlante y que los supervivientes del cataclismo se habían ido desplazando de poniente a oriente a lo largo de los siglos.

Texto del Libro de los Muertos
Con esta base sobre el terreno, a Slosman sólo le faltaba relacionar las pruebas físicas con la antigua cosmovisión egipcia. De este modo, fue atando cabos y componiendo una especie de historia de los últimos tiempos de la Atlántida –incluido su terrible final– a partir de la mitología y la religión del antiguo Egipto, así como de los textos funerarios del Libro de los Muertos y muy especialmente de los textos del templo de Hathor en Dendera. En resumen, la visión de Slosman –siempre fundada en su particular interpretación filológica de los jeroglíficos–  nos presenta un mundo desaparecido hace muchos miles de años y que fue tomado como mera mitología por los historiadores occidentales. Lo que voy a exponer seguidamente es un breve compendio de dicha visión.

Según Slosman, hace decenas de miles de años existía un gran continente atlántico llamado en los textos egipcios Ahâ-Men-Ptah, que significa literalmente Primogénito-Durmiente-de-Dios” o “Primer Corazón de Ptah”, si bien dicho nombre sería luego simplificado en el Libro de los Muertos como El Amenta. Además, este nombre nos revela la identidad de la divinidad primigenia, Ptah, y sería el origen de la propia palabra “faraón”, que sería una derivación fonética griega de la expresión Phtah-Ahan (luego Per-Ahâ) o “Hijo de Dios”. Asimismo, la palabra griega Aegyptos (Egipto) se basaba en la expresión original Ath-Kâ-Ptah (“segundo corazón de Dios”), dando a entender que era la segunda tierra divina, posterior a la primera[2].

Pues bien, este continente, que gozaba de un clima templado y de una rica vegetación y fauna, albergaba una avanzada civilización que observaba con detalle el firmamento. Así, después de sufrir un primer hundimiento parcial –en el 21.312 a. C.– a causa de fuertes erupciones volcánicas, los sabios intensificaron el estudio de los astros a fin de poder predecir cataclismos cósmicos, que estarían regidos por ciertas conjunciones basadas en el ciclo precesional. De este modo, llegaron a calcular cuándo iba a producirse el siguiente desastre, tal vez definitivo. Concretamente, hacia el año 10.000 a. C. el sumo sacerdote An-Nu anunció que –de acuerdo con las exactas combinaciones matemáticas celestiales– en un par de siglos se produciría una catástrofe de enormes proporciones que acabaría con Ahâ-Men-Ptah, lo que obligaba ya a preparar un éxodo masivo.

Representación del dios Osiris
Así llegamos al final de la historia de Ahâ-Men-Ptah, cuando Geb y Nut engendran al último rey, Usir (Osiris), así como a sus hermanos Usit, Nekbet e Iset, a los que conocemos mejor por sus nombres helenizados: Seth, Neftys e Isis. Como es sabido, Usir se casaría con su hermana Iset y tendrían como hijo a Hor (Horus). Y siguiendo el relato mitológico, finalmente acabaría por estallar la guerra entre Osiris y Seth, pocos años antes de tener lugar el tremendo cataclismo –el hundimiento completo del continente– que podría término a su civilización.

Slosman, a partir de sus observaciones en el Zodíaco de Dendera, sitúa dicho evento en una fecha exacta, el 27 de julio de 9.792 antes de Cristo, que no es muy distante de la que sugirió Platón en sus famosos diálogos, hacia el 9.600 a. C. El matemático francés coincide también con Platón en la descripción de una destrucción súbita y terrorífica, de la cual sólo pudieron escapar unos pocos supervivientes en unos barcos prácticamente insumergibles llamados mandjit, que fueron a parar a las costas africanas, a la ya citada Tamanar (Ta Mana), que hace 11.000 años habría estado junto al mar (actualmente está a unos 10 kilómetros).

Luego, durante largo tiempo los herederos del pueblo “atlante” permanecieron en el occidente africano esperando el momento propicio, determinado por el pontífice Ptah-Her-Anepu (hijo de Anepu o Anubis), para emigrar hacia el este, la “Marcha hacia la Luz”. Y por fin, los seguidores de Horus se encaminaron hacia oriente donde acabaron por establecerse en lo que hoy conocemos como Egipto en un viaje que duró dos mil años. No obstante, durante esta época habría seguido la inacabable guerra entre el clan de Seth y el de Horus, que se habría prolongado hasta la invasión de Egipto en el siglo VI a. C. por los persas. Y el recuerdo de esta historia milenaria se habría trasmitido al antiguo Egipto gracias a los textos sagrados, escritos en la lengua original a través de los signos jeroglíficos.

I. Donnelly
Si ahora evaluamos el trabajo de Slosman, podemos apreciar esa huella multidisciplinar y erudita típica de Donnelly (el padre de la atlantología) pero también influencias de otras teorías y autores, con especial énfasis en el catastrofismo y la relación entre el ciclo precesional y las eras de nacimiento y destrucción de las civilizaciones, otro asunto harto recurrente en la arqueología alternativa. Pero, ¿hasta qué punto podemos dar validez a las propuestas de Slosman? Por de pronto, la ciencia ortodoxa ignoró completamente sus aportaciones y lecturas personales de los textos jeroglíficos, y más aún por haber recurrido a la Atlántida como hecho real y por haber construido un discurso supuestamente histórico a partir de una interpretación personal de la mitología egipcia. Por otra parte, está el controvertido tema religioso y monoteísta, que para Albert Slosman estaba muy claro: de la religión primigenia atlante se derivaría la antigua egipcia y luego el resto de teologías posteriores. Pero vayamos por partes.

Si empezamos por este último punto, es bien cierto que muchos autores han puesto de manifiesto que la religión egipcia es probablemente la madre de las grandes religiones posteriores como el judaísmo y el cristianismo (y en última instancia el islamismo), dadas las evidentes similitudes en las creencias, los símbolos, los personajes, los relatos, los rituales, etc. Además, según afirma Slosman, está el evidente caso del faraón hereje Akhenatón, que no habría hecho más que intentar recuperar el monoteísmo original de Ptah a través del culto a Atón, superando un falso politeísmo debido a una interpretación sesgada de las antiguas mitologías, que confundían a los personajes atlantes con dioses[3]. Por otro lado, la conocida relación de faraones divinos o semidivinos anteriores a las dinastías “históricas” citada por Manetón y otras fuentes encajaría con un escenario hipotético de supervivientes atlantes reconvertidos en divinidades.
 
Escritura jeroglífica egipcia
En cuanto al tema filológico, aquí radica una parte sustancial de la polémica avivada por Slosman, si bien otros investigadores “no profesionales”, como el norteamericano Clesson Harvey, han coincidido en afirmar que los jeroglíficos llevan 200 años siendo mal interpretados y mal traducidos. De hecho, desde la interpretación realizada por Jean François Champollion en 1822, la egiptología apenas se ha movido de esas bases para la lectura de la antigua lengua egipcia escrita en signos jeroglíficos. Sin embargo, aunque este dato es poco conocido, ya el propio Champollion en sus primeros estudios datados en 1812 afirmó que los jeroglíficos no eran signos fonéticos sino ideogramas que representaban cosas, aunque luego abandonó esta propuesta.

Para Albert Slosman, en los jeroglíficos se podía hallar la antigua lengua primigenia, la que transmitía la tradición sagrada, y que no tenía que ver con la lengua hablada, plasmada en la escritura demótica. Esta lengua original expresada en los jeroglíficos, de hecho, no varió en lo más mínimo a lo largo de miles de años de existencia, a diferencia de la lengua hablada, que fue evolucionando a lo largo de los siglos hasta perderse casi por completo[4].

Finalmente, en el ámbito arqueológico tenemos dos frentes: por un lado, los restos hallados en el norte de África y por otro, los ubicados en el propio Egipto. En lo referente al norte de África, ya se han formulado audaces propuestas de una conexión Canarias-norte de África-Egipto basadas principalmente en coincidencias filológicas y antropológicas. Asimismo, se conocen desde hace tiempo diversas huellas de culturas muy arcaicas que podrían estar relacionadas con el antiguo Egipto, como algunos autores modernos han sugerido (muy especialmente Robert Bauval), indicando que allí hubo una especie de pre-civilización que se fue desplazando hacia el este y acabó por asentarse en el valle del Nilo. Veamos qué dice Bauval al respecto:

“Existe una reconsideración de lo que pueden ser los orígenes de lo que consideramos civilización, pues se ha generado una cierta frontera psicológica entre la fase del Antiguo Egipto histórico y la fase del Antiguo Egipto prehistórico, que los egiptólogos han establecido con un límite temporal alrededor del año 3.100 a. C. Todo lo que se encuentra antes de esta fecha queda fuera de la fase del período histórico del Antiguo Egipto. Esta barrera psicológica es un problema, un lugar donde la arqueología se ha encallado. Yo no veo una prehistoria del Antiguo Egipto y una historia del Antiguo Egipto; más bien veo una gran cadena evolutiva, que probablemente empezó alrededor del 15.000 a. C. aproximadamente, lo que marcaría el origen de la civilización humana. Yo estoy convencido de que tal origen tuvo lugar en la zona subsahariana. Se trataría de una cultura antigua que dejó sus huellas en forma de pinturas rupestres, observaciones astronómicas, domesticación de ganado (mucho antes de la domesticación asiática), etc. Todo esto indica que existió una cultura prehistórica –a la cual llamaríamos civilizada o avanzada– en una etapa en que las condiciones climáticas del Sahara eran diferentes; esto es, cuando esta región era fértil y habitable, con lagos, fauna y vegetación. Creo que ese es el encuadre que hay que darle, y la gran pregunta aquí sería: ¿De dónde provenía esa gente, esa cultura?”[5]

Y si nos trasladamos a Egipto, tenemos obviamente el famoso Zodiaco del templo de Dendera, grabado en una enorme losa de unas 60 toneladas, que ya fue estudiado por la expedición napoleónica de finales del siglo XVIII y que reveló que los antiguos egipcios poseían altos conocimientos astrológicos y astronómicos. Pero sin duda lo más polémico es que el astrónomo francés C. F. Dupuis afirmó que el relieve describía la configuración del firmamento no en la era ptolemaica sino hace unos 12.000 años, con el Sol en la constelación de Leo, si bien es cierto que han habido otras interpretaciones y dataciones. Además, rodeando el Zodiaco se hallaron unos signos jeroglíficos con varias líneas de zigzag, que indicarían una ingente cantidad de agua[6].

Barco "funerario" de Khufu
Por otra parte, está el tema de los barcos atlantes, las naves muy marineras de altas proas llamadas mandjit, según lo narrado por Slosman. Lo cierto es que ya desde época predinástica (Nagada) se encuentran numerosas referencias a estas naves, en forma de pinturas sobre tumbas o sobre piezas de cerámica, que describirían el éxodo de los atlantes tras el cataclismo. Pero no sólo se trata de imágenes, pues también tenemos objetos reales en forma de grandes barcos de madera enterrados en varias localizaciones funerarias, destacando por ejemplo el que se halló junto a la pirámide de Khufu[7] el siglo pasado, y que coincide aproximadamente con lo que se puede ver en las pinturas arcaicas. Asimismo, es muy destacable el descubrimiento de nada menos que una flota de doce barcos de entre 19 y 29 metros de eslora en el gran complejo funerario del faraón de la segunda dinastía Khasekhemwy (o Jasejemuy), datado hacia el 2.675 a. C., justo antes del inicio del Imperio Antiguo.

En estos casos, los egiptólogos han interpretado los hallazgos como barcas solares o funerarias, en las cuales el faraón fallecido viajaba ritualmente al reino del Más Allá a través de los cielos. No obstante, en unos pocos casos aislados han quedado pruebas de que algunos barcos se desplazaron realmente por las aguas, lo que les daría un sentido más funcional y práctico, posiblemente para transportar el cadáver del faraón. De todos modos, la egiptología sigue sin tener demasiado claro el origen histórico y el propósito de estos barcos, que se han datado desde el 3.100 a. C. (el inicio mismo de la civilización egipcia) hasta el 1.800 a. C. aproximadamente. ¿Se trataría todo esto de un recuerdo de los barcos mandjit? Tan sólo podemos especular.

Concluyendo, el escenario propuesto por Albert Slosman es un avance con relación a otras propuestas anteriores que se podrían remontar a Donnelly, pero todavía permanece bajo esa gran incógnita que podríamos llamar “la realidad histórica de la Atlántida”, que a día de hoy sigue siendo un puzzle de cientos de piezas que nadie ha sabido encajar, aunque para la arqueología ortodoxa dichas piezas han sido tergiversadas y no conducen de ningún modo a la Atlántida. Pero el mérito de Slosman está ahí: dejó de ver la mitología como una serie de relatos supersticiosos y empezó a comparar fragmentos de arqueología con fragmentos de mitología para ver si realmente podían casar. Sea como fuere, tendremos que esperar a que nuevas investigaciones y enfoques sin prejuicios acaben de confirmar lo que Slosman apenas pudo esbozar.

© Xavier Bartlett 2017

Fuente principal: Régulo Rodríguez, M. Albert Slosman y los remotos orígenes de Egipto, del sitio web Historia Antiqua.

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor





[1] Hay que tener en cuenta que, aunque el templo visible hoy en día es de época ptolemaica, era una reconstrucción de un edificio mucho más antiguo, posiblemente reformado o reconstruido en varias ocasiones. De hecho, en un papiro de la época de Khufu (Keops), el faraón ordena la reconstrucción por tercera vez del templo de la Dama del Cielo en Dendera.

[2] De todos modos, los egipcios de la Antigüedad conocían su país como Kem o Kemit, que significa “tierra negra”.

[3] Esto ya fue sugerido por el propio Ignatius Donnelly: que los dioses de las antiguas civilizaciones en todo el mundo antiguo no eran más que el recuerdo distorsionado de los reyes y héroes de la Atlántida.

[4] Sólo el idioma copto, empleado exclusivamente como lengua ritual, pervivió como el último vestigio –aunque muy modificado– de la lengua hablada en el antiguo Egipto.

[5] Extracto de la entrevista concedida por R. Bauval a la revista Dogmacero, n.º 2 (2013)

[6] En Egipto, el agua se representaba con una línea de zigzag, y en plural (“aguas”) con dos, mientras que la crecida del Nilo se mostraba con tres líneas. En el Zodíaco de Dendera se pudieron apreciar hasta ocho líneas, lo que sería una enorme inundación o catástrofe marina.


[7] Se trataba de una nave de madera de cedro desmontada en más de 1.000 piezas y que una vez reconstruida daba una eslora de 43,4 metros y una manga de 5,6 metros.

sábado, 3 de junio de 2017

Caltrans: otra herejía arqueológica en América


Recientemente, los medios de comunicación se hicieron eco del descubrimiento de un yacimiento arqueológico en Estados Unidos de insólita antigüedad, hasta el punto de causar cierto revuelo en la comunidad científica. El motivo de tal revuelo es que el hallazgo, si se llega a confirmar y consolidar, vendría a romper los límites cronológicos aceptados del actual paradigma, que –como ya he citado aquí en muchas ocasiones– sigue sin moverse de su horizonte Clovis o pre-Clovis, que no acepta presencia humana en el Nuevo Continente más allá de 25000 a. C. aproximadamente.

Recreación de un mastodonte americano
Se trata de un yacimiento bautizado como Cerutti Mastodon, situado al sur de California (EE UU), y datado hacia el final del Pleistoceno. Los investigadores estadounidenses que han llevado a cabo las excavaciones han identificado los restos óseos de un mastodonte (mamífero típico de la última edad glacial) que habría sido cazado y despiezado allí por humanos, tal como se puede colegir de las marcas de fractura y percusión en los propios huesos y de la presencia de algunos toscos artefactos de piedra. 

Y en su primera publicación[1], sabiendo que el hallazgo sin duda iba a traer cola, los arqueólogos ya han insistido en que los restos óseos están situados en estratos geológicos inalterados y que la datación radiométrica de éstos –mediante el método Torio-Uranio– arroja una antigüedad de unos 130.700 años. De estos datos deducen que algún tipo de Homo (no se atreven a decir sapiens) campaba por América en tan lejana época y que ello empuja a replantear totalmente la datación del poblamiento humano del continente.

Y como era de esperar, las primeras reacciones ante este hallazgo han ido desde el escepticismo hasta la negación, pasando por la “sorpresa”. Pero realmente esto no es nada nuevo, como bien saben los lectores de este blog, pues existen bastantes más casos de yacimientos americanos datados en fechas aparentemente imposibles que han sido negados, manipulados o marginados por el estamento académico. El más famoso de ellos es quizás el de Hueyatlaco –en México– en que se hallaron unos restos similares (huesos de megafauna e instrumentos líticos) y que se dataron hasta por seis métodos distintos dando una enorme antigüedad, que oscilaría entre los 250.000 y los 400.000 años, y además con una tipología de artefactos muy similar a la del Paleolítico Superior, la realizada en Europa por el hombre de Cro-Magnon[2].

Virginia Steen-McIntyre en Hueyatlaco (años 60)
Ahora bien, mientras se abre esta nueva polémica que ya veremos como acaba, otros restos todavía mucho más heréticos han pasado desapercibidos para la comunidad académica y ya no digamos para el público en general. Me estoy refiriendo al yacimiento de Caltrans, ubicado también en California, del cual no se habla ni mucho ni poco, pese a que fue localizado y excavado ya en los años 90 del siglo pasado. La geóloga Virginia Steen-McIntyre (cuya carrera fue destruida por el affaire Hueyatlaco) consiguió rescatar un informe científico de 1995 sobre este hallazgo y que fue redactado para el Departamento de Transporte de California (abreviado Caltrans, y de ahí la denominación del yacimiento). Lo que sigue a continuación es un breve resumen de los puntos esenciales de dicho documento.

Caltrans está situado junto a una gran vía de comunicación (la State Route 54) en el condado de San Diego y consiste en un yacimiento prehistórico de despiece de mastodontes, como los ejemplos que ya hemos citado. Así, los principales restos óseos hallados eran de un mastodonte americano (Mammut americanum) y no dejaban duda de que fueron huesos manipulados y desplazados por humanos, aparte del hallazgo de numerosos utensilios de piedra empleados en los trabajos de matanza. Como nota curiosa, se encontró un gran colmillo de mastodonte hincado verticalmente en un sedimento de arena fina, aparentemente puesto allí adrede como marcador del lugar.

Reconstrucción del yacimiento de Caltrans (EE UU)
Además se encontraron restos de otros mamíferos como conejos, camellos, lobos, musarañas, perezosos, roedores, ciervos y mamuts, una fauna típica del Pleistoceno en esa región del planeta, todo lo cual ya presagiaba una gran antigüedad para el yacimiento. Y en efecto, las dataciones radiométricas –obtenidas a partir de unas muestras de marfil y de suelos con carbonatos– ofrecieron unos resultados realmente radicales: ¡335.000 años de antigüedad!

Sin embargo, algo extraño sucedió con este informe, pues Charles Repenning, la persona que envió una copia de éste a Virginia Steen-McIntyre, escribió unas notas a mano en el documento sobre ciertas particularidades del propio informe. En primer lugar, en las conclusiones finales no se mencionaba ni una sola vez la presencia del mastodonte en el yacimiento; tan sólo se incidía en la importancia de los hallazgos, con 32 localizaciones de fósiles de vertebrados e invertebrados en el lugar, y tampoco se decía nada sobre los artefactos. En segundo lugar, Repenning observaba que hasta 60 páginas de los apéndices, que versaban sobre la gran diversidad de fósiles de mamíferos hallados, habían sido omitidas. Y finalmente, Repenning se refería a tres hechos que habían tenido lugar después de redactarse el informe: 

  • Él mismo había podido examinar los restos de un roedor, y pudo confirmar que se trataba de una especie extinta (Microtus californicus).
  • Las pruebas disponibles realizadas con Carbono-14 dieron resultado infinito, es decir, que las muestras no se podían medir con este método por que eran demasiado antiguas. (Recordemos que el C-14 no puede medir más allá de unos 50.000 años aproximadamente porque las trazas de carbono medibles son ya prácticamente inexistentes.)
  • Se pudo comprobar que los fragmentos de rocas hallados in situ (usados para elaborar las herramientas de despiece) habían sido rejuntados para rehacer las rocas, que fueron llevadas allí intencionadamente con ese propósito.

En resumen, tenemos la siguiente situación: Aparece fauna del Pleistoceno en un lugar; no pasa nada. Aparecen artefactos (hechos por humanos, lógicamente) en otro lugar; tampoco pasa nada. Pero... como ocurre en los otros yacimientos malditos de América, aquí se da la innegable conjunción de ambos elementos en una misma época, sin que haya pruebas de una contaminación o alteración de los estratos. Por lo tanto, en Caltrans tendríamos otra prueba más de presencia humana contemporánea de una fauna muy antigua (del Pleistoceno) y con unas dataciones que apenas dejan lugar a dudas. El C-14 simplemente falló porque los restos óseos ya estaban mineralizados de tal forma que no tenían ningún rastro de carbono para medir, lo mismo que ocurrió en Hueyatlaco, aunque allí se recurrió al subterfugio de tomar una datación con C-14 de un yacimiento cercano –la barranca Caulapán– para “modernizar” adecuadamente todo el conjunto arqueológico de Valsequillo[3]. De hecho, a día de hoy, las heréticas dataciones de los huesos fosilizados de Valsequillo siguen sin ser aceptadas por una serie de excusas metodológicas y técnicas, pero en realidad por la inconfesable razón de que están asociadas a herramientas realizadas por el hombre. Tan simple como eso.

Recreación de un Homo erectus
Y la cosa tiene no poca importancia, puesto que estaríamos hablando no sólo de que América estaba poblada por seres humanos en unas fechas antiquísimas, sino también de trastocar los esquemas evolutivos más instalados, pues se supone que el Homo sapiens no apareció sobre el planeta antes de hace unos 200.000 años, en sus formas más arcaicas y sólo en África. Esto violentaría el nacimiento del sapiens y su progresiva difusión por los cinco continentes, a menos que pongamos en su lugar al Homo erectus, al Homo neanderthalensis o bien a otro homínido no identificado en América por esas fechas. Lamentablemente, en los yacimientos con estos restos tan anómalos no se han encontrado huesos humanos que nos puedan dar alguna pista sobre qué Homo elaboró los utensilios líticos, aunque si sólo fuera por fechas, los defensores de la ortodoxia apelarían posiblemente al Homo erectus (al que sin embargo se da por extinguido hace unos 300.000 años, con lo cual el caso de Caltrans estaría en el límite de lo aceptable).

En fin, no dispongo de más datos sobre este informe de Caltrans y por qué fue maquillado y mutilado para no levantar ampollas pero no es difícil aventurar que, o bien los arqueólogos no se quisieron complicar la vida y se autocensuraron, o bien alguien en algún puesto administrativo o académico se tomó la molestia de elaborar una versión políticamente correcta. En cualquier caso, a la vista de las pruebas sobre el terreno, no había forma “científica” de encajar el yacimiento en los límites del horizonte Clovis y por consiguiente esta investigación pasó a mejor vida. En consecuencia, se corrió un tupido velo y la noticia fue completamente ignorada por los medios. Eso sí, las noticias arqueológicas y paleontológicas que confirman y reafirman el paradigma –aunque sean meras opiniones o hipótesis– son convenientemente aireadas y promovidas.

© Xavier Bartlett 2017

Fuente: Pleistocene Coalition News, Volume 9; Issue 1. (January-February 2017)

Fuente imágenes: artículo original / Wikimedia Commons


[1] HOLEN, S. et alii. “A 130,000-year-old archaeological site in southern California, USA”. Nature, 544 (April 2017)
[2] Véase el artículo específico sobre Hueyatlaco de este mismo blog.
[3] Aun así, las dataciones de C-14 resultaron molestas porque el horizonte Clovis se situaba hacia el 10.000 a. C. y las cifras de Caulapán se iban a 22.000 años de antigüedad. Pero todavía se podía admitir hasta cierto punto. Lo que no esperaban de ninguna de las maneras es que las dataciones con otros métodos multiplicaran por 10 la antigüedad de los restos hallados.