El tema de los inframundos o de los mundos subterráneos
es todo un clásico de la arqueología alternativa, que ha especulado mucho con
la existencia de ciudades perdidas, civilizaciones intraterrenas y redes de túneles
por todo el mundo. Se podría pensar que gran parte de estas propuestas son
fruto de la imaginación o de la interpretación sesgada de la mitología, pero lo
cierto es que algunos datos arqueológicos nos impulsan a considerar que “algo
de eso hay”. En el campo concreto de las ciudades subterráneas tenemos muy
claros ejemplos en Turquía, con la famosa Derinküyü al frente, que a pesar de
haber sido objeto de investigación desde hace décadas todavía guardan muchas incógnitas por desvelar. En cuanto a los
túneles, hace tiempo que varios investigadores han señalado que existen
numerosas pistas de inmensas redes de túneles que recorren amplios territorios
en diversas partes del mundo: Asia, América, Europa, África... e incluso en una
isla tan pequeña como Malta hallamos una amplia red de túneles que se extendían
por el subsuelo de toda la isla[1].
En América también existen bastantes
indicios de túneles y de espacios subterráneos inexplorados, principalmente en Sudamérica
y en relación con la civilización inca (o una civilización desconocida aún
anterior)[2].
Para introducirnos someramente en este contexto, adjunto aquí un interesante documento
del fallecido autor germano-español Andreas Faber-Kaiser, gran investigador en
el campo de la ufología y la arqueología alternativa. Este artículo contiene
una inevitable influencia del llamado realismo fantástico –de cuyas
fuentes bebió Faber-Kaiser– pero tiene la virtud de relacionar la mitología y
la tradición con hallazgos del todo reales, si bien en la mayoría de los casos no hubo profundización ni estudios
científicos de ningún tipo.
En suma, la investigación rigurosa
de esos túneles de épocas remotísimas y atribuidos a veces a civilizaciones
perdidas constituye una asignatura pendiente para la arqueología, ya sea “convencional”
o “alternativa”. Lo cierto es que los restos están ahí y sólo debería haber voluntad
política y científica para emprender las acciones adecuadas, a fin de dilucidar
si esos túneles existen realmente, y –en tal caso– si son o no artificiales y qué
función pudieron cumplir. Por supuesto, otra cosa sería preguntarnos si hay
verdadero interés en explorar estas rarezas.
Una civilización desconocida construyó un sistema habitable de subterráneos en el subsuelo americano
Los indios hopi, asentados en el
estado norteamericano de Arizona, y que afirman proceder de un continente
desaparecido en lo que hoy es el océano Pacífico, recuerdan que sus antepasados
fueron instruidos y ayudados por unos seres que se desplazaban en escudos
voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y de
instalaciones subterráneas.
Muchas otras leyendas y
tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de redes
de comunicación y de ciudades subterráneas. Existe una nutrida literatura y
suficientes investigadores que mantienen la hipótesis de que debajo de la
superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes desconocidos por
nosotros.
Existen diversas hipótesis acerca
de la posibilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nuestro planeta
posean puntos de apoyo subterráneos o subacuáticos en el planeta Tierra. No voy
a entrar aquí en el análisis de estas posibilidades, ya que forman parte de
otro estudio que merece su propia dedicación. De forma que no voy a hablar de
organizaciones como la Hollow Earth Society (Sociedad de la Tierra
Hueca) o el SAMISDAT, que buscan establecer contacto con supuestos habitantes
del interior del planeta, la primera, mientras que la segunda echa leña al
fuego de la existencia de toda una organización de ideología nazi —naturalmente
vinculada a los personajes dirigentes de la Alemania nazi— que sobrevive bajo
la piel de nuestro planeta, con entradas a su mundo especialmente en el polo
Norte y de la Amazonía brasileña. No voy a hablar de tales organizaciones ni de
otras similares, ni voy a entrar en el tema de Shamballah ni de Agartha —supuestos
conceptos de lo que serían unos centros de control subterráneos en los confines
del Asia central— ni en el del supuesto «Rey del Mundo», porque no es el
momento de negar ni de confirmar la validez de todos estos supuestos. El día en
que crea oportuno hablar de ellos, lo haré de la forma más clara posible.
Voy a centrarme en este artículo
en los lugares que, en el continente americano, tienen mayores posibilidades de
conectar con este mundo inteligente subterráneo que aflora en muchas
narraciones de los indios del Norte, del Centro y del Sur de este vasto
continente, recogidas desde la época de la conquista hasta nuestros días. Para
darle algún orden a la exposición de estos lugares —y dado que la datación
cronológica de los supuestos túneles se pierde en la indefinición— voy a
recorrer en las páginas que siguen América comenzando por el Norte para
terminar, en trayecto descendente sobre el mapa, en el Norte de Chile.
Quede dicho, antes de descender,
que hay más de un investigador que afirma que el polo Norte alberga tierras
cálidas y la entrada hacia un mundo interior.
El monte Shasta
Antiguo poblado hopi |
El nombre Shasta no procede del
inglés, ni de ninguno de los idiomas ni dialectos indios. En cambio, es un
vocablo sánscrito, que significa «sabio», «venerable» y «juez». Sin tener
noción del sánscrito, las tradiciones indias hablan de sus inquilinos como de
seres venerables que moran en el interior de la montaña blanca por ser ésta una
puerta de acceso a un mundo interior de antigüedad milenaria.
Notificaciones más recientes de
los habitantes de la cercana colonia de leñadores de Weed refieren apariciones
esporádicas de seres vestidos con túnicas blancas que entran y salen de la
montaña, para volver a desaparecer al tiempo que se aprecia un fogonazo
azulado.
Narraciones recogidas de los
indios sioux y apaches confirman la convicción de los hopi y de los indígenas
de la región del monte Shasta, de que en el subsuelo del continente americano
mora una raza de seres de tez blanca, superviviente de una tierra hundida en el
océano. Pero también mucho más al norte, en Alaska y en zonas más norteñas aún,
esquimales e indios hablan una y otra vez de la raza de hombres blancos que
habita en el subsuelo de sus territorios.
Una ciudad bajo la pirámide
Descendiendo hacia el Sur, recogí
en la primavera de 1977 en México la creencia de que bajo la pirámide del Sol
en Teotihuacán (la «ciudad de los dioses»), se esconde por el lado opuesto de
la corteza terrestre —o sea en el interior del subsuelo— una ciudad en la cual
se afirma que se halla el dios blanco.
400 edificios vírgenes
Pirámide de Chitchén Itzá (Yucatán) |
La ciudad engullida
Queriendo averiguar el motivo de
este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda
transmitida por los indios de generación en generación, y que afirmaba que, en
el fondo de la laguna, existía una parte de la ciudad que se alzaba arriba, en
la jungla. De acuerdo con la narración del viejo chamán, muchos siglos antes
había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique.
Cierta tarde llegó al lugar un anciano desconocido que le solicitó hospedaje al
gobernante. Si bien demostraba una evidente mala voluntad, ordenó sin embargo a
sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero. Mientras tanto, el
anciano abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de
color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud por el hospedaje.
Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca
del lugar del que procedía la piedra. Como el anciano rehusaba responder, su
anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa otras piedras preciosas. Y dado
que el interrogado continuó manteniéndose en silencio, el soberano montó en
cólera y ordenó a sus servidores que ejecutasen inmediatamente al extranjero.
Después del crimen, que violaba
las normas sagradas del hospedaje, el propio cacique revisó la bolsa de su
víctima, suponiendo que encontraría en ella más objetos valiosos. Mas, para su
desespero, solamente halló unas ropas viejas y una piedra negra sin mayor
atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En
cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la
tierra se abrió engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del
pozo, surgido éste en el punto exacto en el que cayó a tierra la piedra. El
cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y
nunca más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda.
Representación de la divinidad mesopotámica Oannes |
En 1961, Andrews regresó a
Dzibilchaltún, acompañado en esta ocasión de dos experimentados submarinistas,
que debían completar con un mejor equipamiento la tentativa de inmersión
efectuada en 1956 por David Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una
profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total
falta de luz reinante. En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron el
experimentado arqueólogo Marden, famoso por haber hallado en 1956 los restos de
la H.M.S Bounty, la nave del gran motín, y B. Littlehales. Después de los
primeros sondeos, vieron claro que la laguna se desarrollaba en una forma
parecida a una bota, prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los
arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al llegar al fondo de
la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que
se encaminaba hacia el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con
varios restos de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo
cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba
en un suceso real.
Este enclave del Yucatán presenta
certeras similitudes con las ruinas de Nan Matol, la ciudad muerta del océano
Pacífico del que afirman proceder los indios americanos. También allí se
conserva una enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies,
en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron igualmente
columnas y construcciones engullidas por el agua.
El emperador del Universo
Nos vamos a la otra costa de
México, ligeramente más al Sur. En Jalisco, y a unos 120 km. tierra adentro del
cabo Corrientes, cuentan los indígenas que se oculta un templo subterráneo en
el que antaño fue venerado el emperador del Universo. Y que, cuando
finalice el actual ciclo evolutivo, volverá a gobernar la Tierra con esplendor
el antiguo pueblo desplazado. Tal afirmación guarda relación con el legado que
encierran los pasadizos de Tayu Wari, en la selva del Ecuador.
Las láminas de oro de los lacandones
Paisaje del estado de Chiapas (México) |
50 km. de túnel
Prosigamos hacia el Sur. El paso
siguiente que se da desde Chiapas pisa tierra guatemalteca. En el año 1689 el
misionero Francisco Antonio Fuentes y Guzmán no tuvo inconveniente en dejar
descrita la «maravillosa estructura de los túneles del pueblo de Puchuta», que
recorre el interior de la tierra hasta el pueblo de Tecpan, en Guatemala,
situado a unos 50 km. del inicio de la estructura subterránea.
A México en una hora
A finales de los 40 del siglo
pasado apareció un libro titulado Incidentes de un viaje a América Central,
Chiapas y el Yucatán, escrito por el abogado norteamericano John Lloyd
Stephens, que en misión diplomática visitó Guatemala en compañía de su amigo el
artista Frederick Catherwood. Allí, en Santa Cruz del Quiché, un anciano
sacerdote español le narró su visita, años atrás, a una zona situada al otro
lado de la sierra y a cuatro días de camino en dirección a la frontera
mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que permanecían aún en el
estado original en que se hallaban antes de la conquista. En conferencia de
prensa celebrada en New York tiempo después de la publicación del libro, añadió
que, recabando más información por la zona, averiguó que dichos indios habían
podido sobrevivir en su estado original gracias a que —siempre que aparecían
tropas extrañas— se escondían bajo tierra, en un mundo subterráneo dotado de
luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos antiguos por los dioses que habitan
bajo tierra. Y aportó su propio testimonio de haber comenzado a desandar un
túnel debajo de uno de los edificios de Santa Cruz del Quiché, por el que en
opinión de los indios antiguamente se llegaba en una hora a México.
El templo de la luna
En octubre de 1985 tuve ocasión
de acceder junto con Juan José Benítez, con los hermanos Vilchez y con mi buena
amiga Gretchen Andersen —que, dicho sea de paso, nació al pie del monte Shasta
en el que inicié este artículo— a un túnel excavado en el subsuelo de una finca
situada en los montes de Costa Rica. Nos internamos en una gran cavidad que
daba paso a un túnel artificial que descendía casi en vertical hacia las
profundidades de aquel terreno. Los lugareños —que estaban desde hace años
limpiando aquel túnel de la tierra y las piedras que lo taponaban— nos narraron
su historia, afirmando que al final del mismo se halla el «templo de la Luna»,
un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo
tierra hace milenios por una raza desconocida, que de acuerdo con sus registros
había construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios.
La biblioteca secreta
Interior de la cueva de Los Tayos (Ecuador) |
Las ciudades subterráneas de los dioses
Por los testimonios recogidos, a
partir de allí partían dos sendas subterráneas principales: una se dirigía al
Este hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la otra se dirigía hacia
el Sur, para discurrir por el subsuelo peruano hasta el Cuzco, el lago Titicaca
en la frontera con Bolivia, y finalmente alcanzar la zona lindante a Arica, en
el extremo norte de Chile.
De acuerdo por otra parte con las
informaciones minuciosamente recogidas en Brasil por el periodista alemán Karl
Brugger, con cuyo asesinato en la década de los 80 desaparecieron los
documentos de su investigación, se hallarían en la cuenca alta del Amazonas
diversas ciudades ocultas en la espesura, construidas por seres procedentes del
espacio exterior en épocas remotas, y que conectarían con un sistema de trece
ciudades ocultas en el interior de la cordillera de los Andes.
Los refugios de los incas
Enlazando con estos
conocimientos, sabemos desde la época de la conquista que los nativos ocultaron
sus enormes riquezas bajo el subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas
españolas. Todo parece indicar que utilizaron para ello los sistemas de
subterráneos ya existentes desde muchísimo antes, construidos por una raza muy
anterior a la inca, y a los que algunos de ellos tenían acceso gracias al
legado de sus antepasados. Posiblemente, el desierto de Atacama en Chile sea el
final del trayecto, en el extremo Sur.
Estamos hablando pues, al final
del trayecto, de la zona que las tradiciones de los indios hopi citados al
inicio de este artículo —allá arriba en la Arizona norteamericana—, señalan
como punto de arribada de sus antepasados cuando —ayudados por unos seres que
dominaban tanto el secreto del vuelo como el de la construcción de túneles y de
instalaciones subterráneas—, se vieron obligados a abandonar precipitadamente
las tierras que ocupaban en lo que hoy es el océano Pacífico.
Pero la localización de las
señales concretas —que existen—, el desciframiento adecuado de sus claves
correctoras —que las hay—, así como la decisión de dar el paso comprometido al
interior, es —como siempre sucede en todo buscador sincero— una labor tan
comprometida como intransferible.
© Andreas FABER-KAISER, 1992.
Fuente: http://andreas.faber.cat.
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] Esta red
estaba en contacto con los hipogeos megalíticos y resultaba un auténtico
laberinto que a día de hoy aún está por explorar completamente. Al respecto, se
dice (rumor no confirmado) que un grupo de escolares y un profesor
desparecieron para siempre al internarse en lo más profundo de los túneles.
[2] Para tener
una idea de las pesquisas “amateurs” en este campo, véase el libro de Javier
Sierra “En busca de la Edad de Oro”, capítulos 15 al 18.
2 comentarios:
Como siempre interesante y con mucho sobre lo que reflexionar.
Sobre el mundo subterráneo (mítico) y sus entradas, yo creo que son reales pero no físicas, no pertenecen a esta dimensión. El resto, miles de cuevas, naturales y artificiales, quizás la mayoría sin descubrir, solo alimentan este mito, quizás este recuerdo subconsciente.
Saludos.
Hola Piedra
Coincido contigo en que podría haber un acceso a otros mundos reales (pero de otra dimensión) a través de puertas dimensionales situadas en puntos concretos de nuestro espacio-tiempo; de hecho, existen tradiciones antiguas que hablan de estas puertas. De todos modos, los mundos excavados bajo el suelo existen físicamente y habría que identificarlos y tratar de averiguar con qué fin fueron realizados.
Saludos,
X.
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