lunes, 21 de septiembre de 2015

Más sobre los neandertales: sigue el galimatías



Muy recientemente me ha llegado una nueva (y asombrosa) noticia científica sobre los neandertales, que parecen estar en el punto de mira de los investigadores en estos últimos años. En esta ocasión, ya no se trata de explicar por qué se extinguieron sino de “recolocarlos” en el escenario evolutivo humano, a través de una nueva datación mediante técnicas genéticas.

Así, la noticia –aparecida en Science[1] nos habla de la secuenciación del ADN de unos huesos humanos procedentes del famoso yacimiento de Sima de los Huesos, en Atapuerca (España), siendo este ADN el más antiguo que se ha recuperado hasta la fecha de la especie humana. Según este estudio, los huesos pertenecerían a individuos muy parecidos a los neandertales (ancestros o formas arcaicas de este espécimen). De hecho, estos restos habían sido hallados hace más de una década, y Juan Luis Arsuaga, de la Universidad Complutense de Madrid, ya había apreciado que los dientes, mandíbulas y cavidades nasales insinuaban una gran semejanza con el neandertal, si bien finalmente fueron atribuidos al Homo heilderbergensis (supuesto antecesor del Homo neanderthalensis y del Homo sapiens), especie que vivió en África, Europa y Asia hace entre 600.000 y 250.000 años.

En 2013 se realizó un primer análisis del ADN mitocondrial de estos restos óseos por parte del profesor Matthias Meyer, del Instituto de antropología evolutiva Max Planck (Leipzig, Alemania), y los resultados mostraron que los individuos en cuestión no eran propiamente neandertales, sino que estaban más bien emparentados con los llamados Denisovianos, una especie de reciente descubrimiento, de la cual aún se sabe relativamente poco[2]. Estos datos genéticos eran un poco sorprendentes y sugerían que los homínidos de la Sima de los Huesos podrían haberse cruzado con los Denisovianos en un tiempo muy remoto o que había allí una especie de homínido más antigua, antecesora de las anteriores.

No obstante, tras dos años de trabajo, Meyer ha completado la secuencia de ADN de los restos fósiles (de un diente y del hueso de una pierna) y ha podido determinar que dichos restos compartían más alelos[3] en el genoma con los neandertales que con los Denisovianos o los hombres modernos (sapiens). Ello ha llevado a la conclusión de que estos individuos eran neandertales o bien una forma arcaica de éstos, y que la diferenciación entre neandertales y Denisovianos debería remontarse mucho más atrás en el tiempo, de tal modo que podríamos hablar de una línea de neandertales muy antigua, con un horizonte cronológico de entre 550.000 y 765.000 años, cuando la cronología aceptada hasta la fecha para los primeros neandertales no va más allá de unos 250.000 años. Como efecto rebote de este hallazgo se plantea la seria duda sobre en qué momento se separaron los caminos del sapiens y del neandertal a partir de un ancestro común (un axioma para la teoría evolucionista), porque estos datos retrasarían bastante estas fechas y señalarían una antigüedad impensable para el origen del hombre moderno.

Lo cierto es que, según los estudios paleontológicos, el Homo heilderbergensis aparecía hasta ahora como candidato a ancestro común de neandertales y sapiens, pero dado que la separación entre especies se muestra ahora mucho más antigua, el papel del heilderbergensis queda un poco en entredicho e incluso algún experto ya se ha aventurado a proponer una cierta visión heterodoxa. Así, el paleoantropólogo Chris Stinger, del Museo de Historia Natural de Londres, considera –a la vista de los datos aportados por Meyer– que hace unos 500.000 años el heilderbergensis pudo haber dado lugar a una separación de dos líneas, una “proto neandertal-Denisoviana” y otra “proto sapiens”, pero no descarta como posibilidad que todos o la mayoría de fósiles de heilderbergensis no sean ancestros directos nuestros y que de hecho esta especie tal vez fuera una línea evolutiva que acabó, por así decirlo, en una vía muerta.

Prof. M. Sandín
No voy a insistir ahora sobre la validez de este tipo de estudios genéticos aplicados a la paleoantropología, pues ya lo traté en un artículo anterior (también sobre neandertales) y expuse la visión de algunos especialistas, como el profesor Máximo Sandín, que cree que se ha utilizado la biología de manera incorrecta, incluso torticera, para respaldar –sin base científica real– determinados postulados. De todas maneras, si tomamos esta investigación no como un instrumento de la teoría evolucionista sino como la mera constatación de las semejanzas biológicas de las varias especies de homínidos que los expertos califican de “diferentes”, podemos dar la vuelta al argumento y empezar a preguntar si el género Homo no es en realidad una sola especie con una morfología cambiante en el tiempo y el espacio, básicamente como fruto de la hibridación pero también de otros factores. Veamos qué dice Sandín al respecto:

«Desde lo que se admite como la aparición del “género” Homo, es decir, fósiles asociados a una morfología y/o a una cultura claramente humanas, se han propuesto un número variable de “especies” diferentes (por lo que, según el concepto de especie, no deberían ser interfecundas entre sí): Homo habilis, H. rudolfensis, H. ergaster, H. erectus, H. antecessor, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis y, finalmente, Homo sapiens. Las “especies paleontológicas”, es decir las basadas en restos casi siempre muy fragmentarios son, en muchas ocasiones, artefactos con una base real poco sólida o, al menos, inverificable. Pero en el caso de la evolución humana, la “compartimentación” específica de unas variaciones morfológicas cuya traducción en términos genéticos se desconoce, pero cuya comparación con la variabilidad actual (existente tras milenos de intercambio genético), hace pensar que no resulta muy superior, es casi un acto de fe. La amplísima distribución temporal (una estasis de más de dos millones de años) y espacial (desde África y Europa hasta Extremo Oriente y Oceanía) de una especie formada por grupos no muy numerosos, de una extremada movilidad, y muy susceptibles, por ello, a fenómenos demográficos (que no evolutivos) de deriva genética (aislamientos reproductivos, mortalidad diferencial aleatoria, etc.), justificarían más que sobradamente la variabilidad encontrada a lo largo del tiempo.»


En suma, la investigación paleontológica sigue avanzando con nuevos hallazgos y datos, pero a estas alturas parece del todo evidente que en lugar de despejar incógnitas, el galimatías se hace cada vez más grande. Especies que se superponen y coexisten en el tiempo, que cada vez son más antiguas, que están estrechamente relacionadas, que comparten muchos rasgos genéticos, que se cruzaron sin ninguna duda... Es un panorama que se quiere hacer encajar en términos evolutivos sí o sí y no se contemplan para nada otras bases teóricas. Así las cosas, mientras se quiera aplicar de manera obsesiva el actual paradigma darwinista, nos tendremos que ir tragando las conjeturas, hipótesis y falacias que nos quieren vender como si fuera ciencia empírica inapelable. Y desde luego, hay vida racional y científica más allá del fundamentalismo-creacionismo bíblico. Por consiguiente, ya está bien de que nos digan aquello de “o evolucionismo o religión, y no hay más que hablar. Dogma contra dogma, y entretanto nosotros a dos velas.

© Xavier Bartlett 2015

Apéndice


Aún sin querer insistir demasiado en el tema, me voy encontrando con más noticias sobre los neandertales que me dejam aún más perplejo y me confirman que la "ciencia paleontológica" es poco menos que un arte interpretativo. Así, un reciente hallazgo de dientes de Homo sapiens en la cueva Fuyan (en Daoxian, China) ha demostrado la presencia de esta especie en aquella región al menos hace 80.000-125.000 años. Ante este dato, la arqueóloga María Martinón-Torres (del University College de Londres) destaca el hecho de que, mientras que los sapiens ya estaban en Asia en esos remotos tiempos, en cambio no llegaron a Europa hasta hace unos 45.000 años. Para explicar este gran desfase, Martinón-Torres echa la culpa a los neandertales, que habrían cortado el paso a los sapiens en su expansión hacia tierras europeas, que era el hábitat ancestral de los neandertales desde hacía muchos miles de años. El razonamiento de la científica es que "Europa era demasiado pequeña para los dos" (sic). 

Pero Martinón-Torres cree que no hubo conflicto físco (guerra) entre ambos, sino más bien una dominancia del neandertal a partir de una mejor explotación de los recursos, gracias a su experiencia y adaptación a las duras condiciones climáticas de la época. Esto choca directamente con otras visiones científicas -ya expuestas en anteriores artículos- que abogan por un predominio de la inteligencia y las capacidades del sapiens, que habrían fulminado a los neandertales en unos pocos miles de años, gracias a sus ventajas predatorias a la hora de obtener recursos y utilizar el fuego, por ejemplo. (Por cierto que otro experto, Chris Stinger, afirma que simplemente la llegada del sapiens a Europa fue fruto de otra migración posterior y que al principio no fueron hacia el oeste porque el clima allí era mucho más duro y ya estaban ahí los neandertales. (¡Viva la obviedad interpretativa!)

En fin, una vez más tenemos la famosa competencia darwinista "por tan poco espacio y tan pocos recursos" (¡por Dios, qué ridículo!), que en este caso sirve para cubrir un vacío enorme de muchos miles de años sin aparente explicación lógica. Ello por no hablar de hombres modernos en China hace 125.000 años, cuando se supone que que el sapiens no salió de África hasta hace unos 100.000 años. En suma, si las pruebas objetivas son desconcertantes, se buscan argumentos explicativos del tipo que sea, aun cuando las diversas visiones de los científicos entren en flagrante contradicción. Y todo ello porque la sacrosanta teoría es inamovible, como ya sabemos de sobra.





[1] Fuente: http://news.sciencemag.org/archaeology/2015/09/dna-neandertal-relative-may-shake-human-family-tree

[2] Esta nueva especie fue identificada hace unos pocos años en una cueva de Denisova (Siberia), a partir de unos escasos restos, con una datación de entre 1millón y 40.000 años. Sólo se conserva un dedo y unos dientes (el molar humano más grande que se ha encontrado). Por análisis genéticos, parece ser que está emparentado con el neandertal y con el sapiens y que compartió habitat con ellos (incluso hibridación). Algunos expertos creen que es una subespecie de sapiens, pero no está claro su origen, pues parece que aunque pudo venir de África, procede de una migración distinta de la del erectus, el neandertal y el sapiens.
 [3] Según la definición de Wikipedia, “un alelo o aleloide es cada una de las formas alternativas que puede tener un mismo gen que se diferencian en su secuencia y que se puede manifestar en modificaciones concretas de la función de ese gen.”

lunes, 14 de septiembre de 2015

¿La Atlántida en la Península Ibérica?


Introducción



Aun en pleno siglo XXI, el mito de la Atlántida sigue despertando pasiones y preguntas sin respuesta, sobre todo en cuanto a su supuesta localización. Desde que Ignatius Donnelly, a partir de un exhaustivo trabajo documental, situara a este mítico continente en medio del Océano Atlántico, otros muchos autores –con argumentos y pruebas de todo tipo– han ubicado la Atlántida en diversos lugares del planeta, desde el Mediterráneo hasta Sudamérica, e incluso en el Lejano Oriente.

A. Schulten
Y entre las varias hipótesis y propuestas, quisiera destacar ahora una de ellas, que cobró fuerza a inicios del siglo XX, gracias al trabajo del arqueólogo alemán Adolf Schulten (1870-1960), que ejerció su profesión durante muchos años en España. Schulten, como otros investigadores anteriores y posteriores a él, creía que el relato de Platón, pese a contener indudables adornos poéticos, no era una metáfora moralizante, sino que describía con cierta precisión un lugar concreto. De hecho, esta misma concepción había llevado medio siglo antes a su compatriota Heinrich Schliemann a seguir al pie de la letra las indicaciones geográficas proporcionadas por Homero en la Ilíada e identificar así el emplazamiento de la mítica Troya, aunque aún a día de hoy muchos expertos reconocen que es muy difícil atribuir con seguridad los restos hallados por Schliemann a dicha ciudad.

Por lo que se refiere a Schulten, su interés por la Atlántida vino precedido por otra cuestión a caballo entre la arqueología, la mitología y la historia. Así, cuando en los años 20 estaba realizando un estudio de la obra Ora Marítima, del autor clásico Avieno[1], se fijó especialmente en una ciudad o civilización llamada Tartessos[2], ubicada al sudoeste de la Península Ibérica, en Andalucía occidental. El sabio alemán quedó atrapado por esta historia y empezó a investigarla a fondo, llegando a la conclusión de que sería posible hallarla mediante excavaciones arqueológicas, siguiendo fielmente las descripciones de las fuentes clásicas.

Este fue el gran empeño –casi obsesión– de Adolf Schulten durante muchos años, y pese a que llevó a cabo numerosas intervenciones en la zona del actual Parque de Doñana, nunca llegó a descubrir unos restos que pudieran atribuirse con seguridad a la ciudad de Tartessos; lo más notable que sacó a la luz fue un conjunto de ruinas que probablemente pertenecieron a un asentamiento pesquero romano. De todos modos, sus investigaciones –plasmadas en el libro Tartessos (1924)– pusieron las bases para un estudio metódico de esta cultura. De hecho, gracias a los trabajos arqueológicos a lo largo del siglo XX[3], Tartessos fue rescatada de su limbo casi mítico, ya que se la pudo relacionar con una cultura material de la Edad del Bronce y Primera Edad del Hierro del sudoeste peninsular, posiblemente fruto de la unión de una cultura local con unas claras influencias orientales, en particular, fenicias. En todo caso, actualmente los expertos consideran que Tartessos sería más bien un territorio y no una ciudad concreta.

Localización aproximada de la cultura de Tartessos

 

Adolf  Schulten y su hipótesis Tartessos = Atlántida



Lo que aquí nos interesa es que Schulten vio enseguida que bastantes características atribuidas por las antiguas fuentes a Tartessos venían a coincidir con muchos elementos citados por Platón al respecto de la Atlántida, lo cual aumentó el afán del arqueólogo alemán por descubrir las huellas de esta cultura[4]. Para sostener su hipótesis, Schulten propuso más de veinte similitudes, si bien algunas de ellas son un poco forzadas o incluyen factores altamente especulativos, hasta el punto de que la mayoría de expertos de su época juzgaron que había entrado directamente en terrenos fantasiosos. Vamos a exponer ahora de forma resumida estos paralelismos para que el lector juzgue por sí mismo[5].

  • La Atlántida se situaría más allá de las columnas de Hércules (Gibraltar) y se extendería por lo menos hasta Gades, coincidiendo con la ubicación aproximada de Tartessos.
  • La capital de la Atlántida se situaba en una isla formada por un triple anillo de agua; esto es, no estaba directamente en la costa. A su vez, Tartessos estaría en una isla situada en la desembocadura del río Betis (Guadalquivir). En otras palabras, ambas ciudades se situarían en un canal o estuario que las comunicaría con el mar abierto[6]. Las naves más grandes arribarían a la ciudad navegando por dicho estuario, del mismo modo que los barcos actuales remontan el Guadalquivir. Además, la distancia dada desde el principio del estuario hasta la ciudad, unos 50 estadios (poco más de 9 kilómetros) sería sorprendentemente coincidente en ambos casos.
  • El foso alrededor de la capital atlante descrito por Platón sería en realidad un río, con su típica desembocadura fluvial, lo que se relaciona con la desembocadura del Guadalquivir. Schulten aporta nuevamente la semejanza de las medidas: el ancho del foso era de un estadio (185 metros) mientras que el ancho medio del río andaluz se calcula en unos 200 metros.
  • La descripción de la llanura atlante se parece mucho al territorio atribuido a Tartessos. Schulten recurre aquí a las dimensiones aportadas por Platón y a la descripción de que la llanura “estaba totalmente rodeada de montañas”.  Para el arqueólogo alemán, estaba claro que se estaba hablando de una buena parte de la Andalucía occidental, si bien aquí estaba especulando con el espacio ocupado realmente por el imperio tartessio. En su visión, todo cuadraba: “Los 3.000 estadios de la longitud del terreno coinciden respecto a la longitud (Este-Oeste) del imperio tartessio que se extendía desde el Guadiana hasta el Cabo Palos (costa oriental) [...] Los 2.000 estadios de anchura (Norte-Sur) medidos en el centro contando desde el mar, es decir, hacia el interior, coinciden para la latitud del imperio tartesio, midiendo desde el estrecho hacia el norte hasta el Guadiana.” Además, la llanura atlante estaría cruzada por multitud de canales, a la vez conectados por otros canales transversales, lo cual él relaciona con lo que el autor clásico Estrabón dijo acerca del valle del Betis, surcado por una red de canales, que deberían estar ya presentes en los tiempos de Tartessos.
  • La gran riqueza de la Atlántida también está reflejada en la riqueza y prosperidad de Tartessos. Según los antiguos relatos, Tartessos era sin duda la ciudad más rica de Occidente, en gran medida gracias a la extracción y comercialización de metales. Así, las fuentes nos hablan de abundancia de plata, oro, hierro, cobre... Todo ello vendría a coincidir con lo que Platón dijo sobre la Atlántida, cuyos mayores recursos serían precisamente los metales. En este sentido, Schulten cree que el metal llamado oricalco, considerado en la Atlántida tan valioso como el oro, sería en realidad el bronce, aleación muy usada en Tartessos. Por otro lado, la Atlántida también tendría otros recursos naturales, como frutos de la tierra, árboles (bosques) y animales. A este respecto, Schulten considera que esto es equiparable con el paisaje y la riqueza natural del valle del Betis, tomando como fuente a Estrabón. En particular, cita los toros sagrados de Poseidón y los compara con los toros del rey tartesio Geronte; todo ello tendría su explicación en el contexto mediterráneo, pues el culto taurino procedería de Creta y se habría extendido a Occidente. 
 
Pieza del tesoro de El Carambolo, atribuido a Tartessos

  • Como secuela de lo anterior, Schulten aprecia que la cultura atlante tiene marcadas influencias del mediterráneo oriental (costumbres, monumentos, arte, objetos, etc.), en particular de Creta, y estas mismas influencias se pueden observar en la cultura tartessia.
  • Para Schulten, no hay duda de que el imperio de la Atlántida, de carácter marítimo, se corresponde con el imperio de Tartessos, cuya influencia llegó hasta Asia e incluso hasta Gran Bretaña. Así, Platón decía que la Atlántida traficaba “con otras islas del Océano y desde éstas con el continente de enfrente”[7]. El arqueólogo alemán interpreta que tales islas debían ser las Casitérides, islas estanníferas próximas a Gran Bretaña.
  • Según Platón, los atlantes tenían una gran columna de oricalco en la que habían grabado sus antiguas leyes, dictadas por Poseidón. Schulten retoma de nuevo a Estrabón y saca a relucir que los tartessios también tenían antiguas leyes escritas en forma métrica con una antigüedad de 6.000 años.
  • La Atlántida estaba regida por reyes, y siempre por el hijo mayor, exactamente igual que en el caso de Tartessos.
  • La Atlántida tenía una fortaleza o castillo real, lo que coincidiría con un cierto Arx Gerontis de los tartessios. Se trataría de una fortaleza situada en la desembocadura del Betis, según Avieno.
  • La Atlántida se hundió de forma repentina tras un terremoto. Schulten ve aquí el fin fulminante de Tartessos, destruida tras la invasión cartaginesa[8].

En definitiva, Schulten creía que lo que de verdad hizo Platón fue novelar o maquillar una realidad histórica conocida por los griegos, tomándose las licencias literarias oportunas pero describiendo con fidelidad lo que había sido el imperio de Tartessos, en especial en los detalles geográficos. No obstante, parece claro que Schulten también se tomó sus licencias y que muchos de sus razonamientos son conjeturas o comparaciones asentadas en la necesidad de encajar el relato de Platón con la cultura de Tartessos, escogiendo selectivamente los datos que más o menos cuadran y desechando todo aquello que no tiene encaje. Lo cierto es que, puestos a buscar datos anómalos, la extensión completa de la Atlántida sería realmente muy grande (como el norte de África y el Oriente Medio juntos) y de una antigüedad más que considerable, pues Platón dice que el fabuloso continente había desaparecido a causa de un gran cataclismo 9.000 años antes de su era[9], lo cual nos sitúa en una fecha aproximada de 9.500 a. C. Por tanto, ninguno de estos dos datos puede casar bien con lo que conocemos de Tartessos.

 

La aportación de Díaz-Montexano



Paisaje del Parque de Doñana
Sea como fuere, los esfuerzos de Schulten por equiparar la Atlántida con Tartessos no cayeron en saco roto. Así, en los primeros años de este siglo se ha producido un fuerte revival de esta polémica de la Atlántida en la Península, nuevamente en relación con Tartessos. Cabe decir que a nivel mediático se produjo un cierto revuelo en 2007 cuando apareció un tal Rainer W. Kühne, un joven investigador alemán, con una serie de fotografías cenitales de la zona de Doñana –más concretamente en la Marisma de los Hinojos– según las cuales se podrían apreciar estructuras cuadrangulares y circulares concéntricas, al estilo “atlante”, en línea con el relato platónico. Y a raíz de estos indicios, en 2009 la National Geographic Society patrocinó una expedición arqueológica dirigida por el profesor norteamericano Richard Freund, cuyas labores y conclusiones, reflejadas en un documental (“Finding Atlantis”: Descubriendo la Atlántida), tendieron más al espectáculo televisivo y al sensacionalismo que al rigor científico. Pero en realidad, toda esta polémica, iniciada por Kühne y seguida por Freund, se había basado en observaciones previas del  investigador independiente hispano-cubano Georgeos Díaz-Montexano, al cual sí vale la pena dedicarle cierta atención.

Díaz-Montexano[10], de hecho, lleva muchos años estudiando a fondo el mito de la Atlántida, tema que ya le interesaba desde la adolescencia. Su investigación, plasmada en varios libros y artículos, ha combinado la revisión de diversas fuentes antiguas, el trabajo de campo, el estudio filológico y la observación de fotografías aéreas y de satélite de la zona de Doñana. Este autor, que se autodefine como atlantólogo, planteó sus primeras hipótesis a partir de su propia traducción de los diálogos de Platón Timeo y Critias, dado que él cree que tales diálogos fueron tergiversados y mal traducidos por los copistas medievales.

Libro de Georgeos Díaz-Montexano
Así, afirma que la narración sobre la Atlántida no era ninguna alegoría, ya que el propio Platón la describe como “historia verdadera”, vinculada a una realidad geográfica específica. En cuanto a su naturaleza y localización, Díaz-Montexano considera que no que sería propiamente un continente sino una isla o territorio insular que estaría ubicado entre Iberia, el norte de África y las islas Madeira, justo después del estrecho de Gibraltar (“las columnas de Hércules”). A este respecto, el autor se basa en la literalidad de la expresión griega pro tou stomatos (“ante la boca”), que a su juicio ha sido mal interpretada como más allá (de las columnas de Hércules) cuando pro debe traducirse como “ante”, “delante” o “frente a”, lo cual indica exactamente que estaba a la vista, muy cerca de Gibraltar. Por tanto, si se quiere ser fiel a Platón, el único lugar donde podía estar la Atlántida sería esa porción de territorio adyacente al estrecho, antes de la conocida ciudad antigua de Gadir o Gades (Cádiz).

En lo referente al final de la Atlántida, Díaz-Montexano contempla la posibilidad de que la Atlántida-Tartessos hubiera sido arrasada por algún tsunami en época antigua. A este respecto, se apoya en ciertos estudios geológicos que apuntaban a un posible tsunami en aquella región, acaecido hacia 1.500 a. C., lo cual obligaría a reubicar cronológicamente la antiquísima fecha ofrecida por Platón, que muchos autores han considerado del todo equivocada o mal interpretada[11]. En este sentido, y a pesar de un primer escepticismo y rechazo ante esta propuesta, unos investigadores de la Universidad de Huelva y del CSIC confirmaron hace pocos años, a partir de unas muestras del subsuelo de las marismas de Doñana, que podrían haberse producido por lo menos dos tsunamis en aquella zona, uno en las fechas apuntadas por Díaz-Montexano y otro más tardío, en el siglo III después de Cristo.

En resumen, Díaz-Montexano, siguiendo fielmente el relato original de Platón, considera que muchos estudiosos han cometido serios errores y exageraciones que se han perpetuado hasta la fecha y que han desvirtuado la descripción real de la Atlántida. Así pues, él remarca los siguientes puntos “desmitificadores”:

  • Que Platón no es la única fuente de la Atlántida. Existen referencias más antiguas y autores que hablan de la Atlántida y que no parecen tener conexión con el filósofo griego[12].
  • Que la Atlántida no es una mera fábula o metáfora política de Platón, sino que existió realmente en un contexto histórico antiguo.
  • Que la Atlántida no fue una super-civilización muy avanzada con alta tecnología, con cristales como fuente de energía o máquinas volantes.
  • Que la Atlántida no era una gran masa continental, sino una isla o península.
  • Que la Atlántida no estaba “más allá” de las Columnas de Hércules (se interpreta en pleno Atlántico) sino delante de éstas, esto es, cerca de Gibraltar. Además, no se correspondería al tamaño de Asia y Libia juntas; sería simplemente la isla mayor.
  • Que la Atlántida no fue la cuna de la civilización egipcia.
  • Que la Atlántida no se hundió completamente a causa de una erupción volcánica[13]. La descripción de los hechos se ajusta más a lo que conocemos por un tsunami.

Con todo, más allá de los trabajos filológicos y los estudios geológicos, es de destacar una contribución concreta de Díaz-Montexano al referirse a unos restos arqueológicos tangibles (nada de indicios o supuestas formas apreciadas a través de fotografía aérea) que podrían asociarse a la Atlántida. Así, Díaz-Montexano ha apreciado un claro paralelismo entre las estructuras halladas en el yacimiento de Marroquíes Bajos (Jaén) y la forma de la acrópolis de los atlantes, según lo descrito por Platón. En efecto, este yacimiento andaluz –que se ha datado en un horizonte que va desde el Calcolítico (Edad del Cobre) hasta la Edad de Bronce– presenta una organización urbana en cinco fosos circulares concéntricos, a través de los cuales se canalizaban las aguas para ser distribuidas a las viviendas, siendo su núcleo una isla central o acrópolis, al estilo de la Atlántida. Por otra parte, por las características de la obra, no parece que tal estructura fuese un ensayo, sino la reproducción de un patrón ya conocido, quizá aplicado por vez primera en una ciudad de mayor tamaño, la que sería propiamente la urbe atlante (¿o Tartessos?).

Inscripción tartésica
Por supuesto, los críticos han objetado que tal poblado estaría muy lejos de mar aún en épocas antiguas y que es prácticamente imposible que fuera afectado por un tsunami. No obstante, Díaz-Montexano cree que este podría ser el modelo arquitectónico de las ciudades de una rica civilización occidental de la Edad del Cobre-Bronce, que Platón habría atribuido a los atlantes, o sea, los habitantes de la región atlántica. Además, el investigador hispano-cubano alude al descubrimiento de una pieza de cerámica, hallada en Jaén y datada a finales de la edad del Bronce, en la que se puede ver pintado el diseño de una ciudad estructurada en círculos concéntricos con un canal central, lo que reforzaría la semejanza con las descripciones de Platón. A este respecto, Díaz-Montexano señala que se tiene constancia de un motivo similar (anillos concéntricos) representado en muchos objetos de civilizaciones del área mediterránea (minoicos, micénicos, fenicios, griegos...), pero no con el canal central, lo cual indicaría que la cerámica de Jaén –y otros hallazgos afines en la Península Ibérica– sería la muestra de la relación directa entre la Atlántida e Iberia.

Conclusiones


Finalmente, queda en el aire la pregunta: ¿Fue Tartessos la Atlántida o simplemente un poderoso reino occidental tomado por Platón como inspiración? Vayamos por partes. Por un lado, tenemos las fuentes históricas que hablan de Tartessos, que –gracias a varios hallazgos arqueológicos– ha podido asociarse con cierto grado de certeza a una cultura de la Edad del Bronce en el sudeste de la Península Ibérica. En realidad, como ya hemos señalado, los expertos creen que más bien se trataría de un amplio territorio más que de un enclave específico (una ciudad al estilo de Gades[14]). Este reino podría haber sido la cultura ibérica más rica y avanzada de su tiempo, sobre todo por la potente influencia de los colonizadores mediterráneos, básicamente fenicios, y por sus recursos mineros y naturales.

Ahora bien, no sabemos exactamente cómo desapareció o decayó esta gran cultura, si bien la mayoría de opiniones apuntan a la conquista cartaginesa, en el marco de la lucha de las potencias coloniales por el control del Occidente mediterráneo. Lo que sí parece claro, según las crónicas históricas, es que este final o decadencia se produjo a inicios de la Edad del Hierro y no en la época del supuesto tsunami (hacia 1500 a. C.) y muchos menos 9.000 años antes de Platón, si bien aquí volveríamos a tocar la controversia de la cronología. Además, desde el punto de vista histórico y arqueológico, vemos que tras la caída de Tartessos se aprecia una cierta continuidad cultural en la misma región, constatada por la presencia de dos pueblos ibéricos bien conocidos, los turdetanos y los túrdulos.

Recreación artística de la Atlántida
Por otro lado, tenemos las varias semejanzas ya mencionadas con el relato de Platón, que en su momento inspiraron a Schulten y después a otros autores modernos. De todos modos, hasta la fecha nadie ha sido capaz de aportar pruebas definitivas sobre la hipotética ubicación de Tartessos, entendida como la gran capital de la Atlántida. No obstante, los indicios hallados en Doñana a principios de este siglo son significativos, pues –aparte de las controvertidas fotografías– el CSIC ha realizado en la zona prospecciones con georradar y catas sedimentológicas que parecen apuntar a la existencia de ciertas formaciones regulares en el subsuelo, si bien no ha sido posible determinar que se trate de restos arqueológicos antiguos. Muy recientemente la polémica se ha avivado a raíz de las declaraciones del investigador local Manuel Cuevas, que dice haber localizado una gran ciudad de unos 8 km2 en la zona de la Algaida (cerca de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz), con varias estructuras de gran tamaño y una distribución en anillos concéntricos.

Por supuesto, nada de esto tiene valor hasta que no se realicen las correspondientes excavaciones arqueológicas y se pueda identificar ante qué tipo de yacimiento estamos (si es que hay tal), sobre todo en términos culturales y cronológicos, para determinar si esa supuesta ciudad se puede datar en la época del Calcolítico o Bronce o si es más moderna. Recordemos que también Schulten estuvo excavando en Doñana durante varios años y no pudo encontrar nada propiamente tartésico (y por consiguiente, “atlante”, según su teoría). Por lo tanto, hemos de tomar todas estas noticias con cierta prudencia, a la espera de que podamos por fin hallar una gran ciudad tartésica en la zona en cuestión, que a su vez sea asimilable a la Atlántida narrada por Platón.

Por de pronto, siempre quedará como elemento polémico la cuestión del tamaño de la Atlántida y del desfase cronológico, que –visto lo visto– parece ser bastante moldeable, a gusto de las teorías de los autores. Sin embargo, creo que es razonable considerar una tercera vía, esto es, que ni la Atlántida fue una mera invención ni que fue una inequívoca realidad geográfica e histórica, sino una combinación de ambas. Así pues, no resultaría descabellado pensar que Platón –a fin de ilustrar su alegoría de tipo político– echara mano de una realidad histórica ya antigua en su época, bien conocida por los egipcios, griegos y otros pueblos mediterráneos: la existencia de Tartessos, un opulento y lejano reino atlántico, típico de la Edad del Bronce, que pudo haber servido de base para construir su narración. Después, habría maquillado o adaptado los hechos y detalles con las oportunas licencias literarias, magnificando quizá una exótica cultura ibérica para convertirla en una gran potencia de un remotísimo pasado.

© Xavier Bartlett 2015



[1] Se trataba de una descripción del litoral de la Península Ibérica basada en un antiguo periplo griego del siglo VI a. C.

[2] Según algunos investigadores, la ciudad llamada Tarshish o Tarsis en la Biblia también se referiría a Tartessos, pero no habido consenso al respecto, dado que otros autores la sitúan en regiones orientales o tropicales.

[3] Entre ellos cabría destacar el hallazgo del tesoro de El Carambolo.

[4] Aquí es de justicia señalar que la posible presencia de la Atlántida en la Península ya era una teoría antigua, propuesta desde la Edad Media y mantenida por algunos autores a lo largo de los siglos a partir de narraciones mitológicas. Con todo, hay que reconocer que nunca antes de Schulten se había hecho ningún estudio científico o sistemático sobre tal cuestión.

[5] Fuente: SCHULTEN, A. “Atlantis”. Revista Ampurias, nº 1. Barcelona, 1939.

[6] Schulten remarca en este punto que Platón, en vez de ceñirse a la costumbre griega de construir las ciudades en la costa, describió una situación distinta, lo que da tintes de mayor realismo.

[7] Algunos autores han sugerido que ese continente “al otro lado” era en realidad el continente americano, que ya sería pues conocido en el Mundo Antiguo

[8] Cabe reseñar que las noticias históricas sobre Tartessos acaban hacia el 500 a. C., con lo cual la historia de esta ciudad sería relativamente próxima a los tiempos de Platón.

[9] Para ser exactos, no lo dice así literalmente, pero sí enmarca esta destrucción en la guerra entre Atenas y la Atlántida, y por consiguiente éste debería ser el marco temporal de referencia.

[10] Véase su sitio web: http://www.GeorgeosDiazMontexano.com

[11] Bastantes investigadores atribuyen el error a asumir que la cifra dada se refiere a años solares, cuando en realidad se estaría hablando de meses, lo cual reduciría considerablemente la antigüedad de los supuestos hechos, hasta situarlos en el segundo milenio antes de Cristo.

[12] La mayoría de expertos, empero, insisten en que Platón es la única fuente original y que todo lo que se escribió después procede de algún modo de su relato. No obstante, en muchas civilizaciones y épocas se ha mencionado un mito muy parecido, por no decir idéntico, a la destrucción de la Atlántida.

[13] Díaz-Montexano descarta totalmente la extendida hipótesis de la erupción de la isla de Santorini como modelo para Platón. Ni su situación ni su tamaño concuerdan con el relato platónico, que además sólo habla de un desastre acuático (el posible tsunami), sin referencia alguna al fuego o erupción volcánica.


[14] Sin embargo, algunos investigadores propusieron que la propia Gades fenicia habría sido la urbe principal de Tartessos.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Los Nagas: ¿el origen del clan de la serpiente de los Hopi?



El pasado año 2014 la revista Dogmacero obtuvo el permiso del autor alternativo norteamericano Gary A. David para publicar la versión en castellano de uno de sus artículos, sobre los llamados “Nagas”. El artículo debía haber aparecido en el n.º 9 de la revista, pero al cerrarse la publicación después de sacar el n.º 8, este material quedó inédito. Aprovecho pues la ocasión para difundir este artículo en mi blog, si bien la versión española ya había aparecido previamente en otro sitio web.

Para quienes no conozcan a este autor, adjunto aquí una breve biografía. Gary A. David es un arqueoastrónomo e investigador independiente norteamericano que ha estudiado las ruinas arqueológicas y el arte rupestre del suroeste de los EE UU durante más de veinticinco años. En el campo académico obtuvo un master en literatura inglesa por la Universidad de Colorado, y fue profesor universitario.

Ha escrito diversos libros sobre los Hopi y otras ancestrales culturas Pueblo de Arizona y Nuevo México: The Orion Zone: Ancient Star Cities of the American Southwest (2007), Eye of the Phoenix: Mysterious Visions and Secrets of the American Southwest (2008), The Kivas of Heaven: Ancient Hopi Starlore (2010) y Star Shrines and Earthworks of the Desert Southwest (2012). Asimismo, ha publicado artículos y concedido entrevistas en revistas como Ancient American, Atlantis Rising, Fate, Legendary Times, UFO, o World Explorer. Ha sido ponente en varios eventos y congresos como Ancient Mysteries International Conferences (AMI), Conference for Precession and Ancient Knowledge (CPAK), Verde Valley Archaeology Society o MUFON. También ha colaborado asiduamente en programas de televisión del History Channel. Su página web es: www.theorionzone.com.


Danza de la serpiente de los Hopi
La Danza de la Serpiente ha atraído y repelido a espectadores no indios desde el final del siglo XIX. Durante este infame ritual llevado a cabo cada dos agostos en las colinas Hopi de Arizona, los participantes manipulan una masa de serpientes venenosas y no venenosas. Algunos incluso ponen sus cuellos y cuerpos en sus bocas.

A diferencia de la ofiolatría (el culto de la serpiente), la Danza de la Serpiente es una súplica por la fertilidad agrícola y la lluvia en un hermoso pero riguroso paisaje del desierto. Sin embargo, sorprendería a muchos espectadores saber que este extraño rito vino de la India, la tierra tradicional de los encantadores de serpientes.

Un antiguo mito de los Hopi describe una migración desde el anegado Tercer Mundo (o Era) al Cuarto Mundo. Los antepasados de los Hopi escaparon en balsas de junco y se dirigieron a la desembocadura del Río Colorado, el cual remontaron para hallar su destino final en la Meseta del Colorado.

Una escala en este viaje monumental pudo haber sido Fiji, la remota isla de Pacífico Sur. Allí tenía lugar una ceremonia de fertilidad e iniciación de la juventud llamada Baki. (1) Su nombre es similar al término Hopi paki, que significa “introducido” o “comenzado a ser iniciado” (téngase en cuenta que el idioma Hopi no reconoce el sonido de la “b”). A su vez, la kiva –la cámara de oración subterránea– usada durante la Danza de la Serpiente se llama pakit. (2)

Un “naga” o “nanaga” era uno de los muchos lugares amurallados donde los jóvenes de Fiji entraban en la madurez. El explorador David Hatcher Childress escribe: “... una de las antiguas razas del sudeste de Asia son los Nagas, una raza marinera de personas que comerciaban en sus Botes Serpientes similares a las Naves Dragón de los Vikingos.” (3)

Ruinas de Mohenjo-Daro (Pakistán)
Originarios de la India, los Nagas establecieron centros religiosos por todo el país: en el Reino de Kashi (en el Ganges), en Cachemira (al norte), y en Nagpur (India central). Los Nagas también habitaron los grandes centros metropolitanos de Mohenjo-Daro y Harappa en el Valle del Indo. Asimismo, fundaron una ciudad portuaria en el Mar de Arabia e intercambiaron mercancías globalmente, usando como moneda universal los cauris (unas caracolas marinas). (4)

Como maestros de una sabiduría arcana, los Nagas legaron a Mesoamérica el concepto de nagual, término demasiado complejo para explicar aquí pero definido en detalle en los libros de Carlos Castañeda sobre su iniciación con el hechicero yaqui Don Juan Matus.

Los Nagas también pudieron haber sido la Gente Serpiente que Tiyo, el héroe de la cultura Hopi, encontró en su viaje épico a través del océano. En el inframundo, entra en una estancia donde la gente lleva pieles de serpiente; allí es iniciado en ceremoniales extraños en los que aprende oraciones de la lluvia. Después, se concede al joven un par de doncellas que cantan para ayudar a que crezca el maíz, y él las lleva a su casa en la superficie de la tierra. La Mujer Serpiente se convirtió en su esposa, mientras que la otra se hizo novia de un joven del clan flauta*. Finalmente su esposa dio a luz reptiles, lo que hizo que Tiyo dejara a su familia para emigrar a otras tierras. (5)

Como en la Odisea de Homero, la historia incluye un viaje subterráneo. Paradójicamente, los Hopi conciben ese mundo como un reino de agua y estrellas. Nangasohu es la estrella Kachina de la caza (Los Kachinas son espíritus con forma de cualquier objeto, criatura, o fenómeno), que lleva un sencillo tocado de plumas de águila y una gran estrella de cuatro puntas pintada en su máscara. Nanga quiere decir “perseguir” y sohu significa “estrella.”

Relacionada con Naga, tenemos la palabra hopi nga'at, que significa “raíz medicinal”, con propiedades curativas mágicas. Una raíz es a la vez ctónica y morfológicamente parecida a una serpiente. El término nakwa hace referencia a las plumas del tocado llevadas durante una ceremonia sagrada. (6) Este plumaje hace pensar en la serpiente emplumada. Otra palabra relacionada, naqvu'at, significa “oreja” y naaqa se refiere al “pendiente de la oreja”, frecuentemente hecho de abulón.

Esta alhaja era llevada más como respetuosa imitación que como mero adorno. Childress describe a los llamados Orejas Largas como: “altos y barbudos navegantes del mundo, probablemente una combinación de marineros egipcios, libios, fenicios, etíopes, griegos y célticos juntamente con indoeuropeos del subcontinente indio. Según la leyenda polinesia, estos marineros también tenían las famosas ‘orejas largas’ que son bien conocidas en Rapa Nui (Isla de Pascua) y Rarotonga.” (7)

Según el erudito y navegante Thor Heyerdahl, las familias gobernantes de los Incas alargaban sus lóbulos artificialmente para distinguirse frente a sus súbditos. (8)  (Quizás los largos lóbulos de Buda tampoco sean una coincidencia.)

El escritor James Bailey cree que estos gobernantes de Perú y de algunas islas del Pacífico eran arios y semitas procedentes del Valle del Indo: “[Heyerdahl] demostró que en la Isla de Pascua vivieron los sobrevivientes de dos poblaciones distintas; los Orejas Largas, unos europeos rubios o pelirrojos que estiraban los lóbulos de sus orejas con unos rollos de madera para que éstas llegaran hasta sus hombros, y un grupo polinesio del tipo polinesio convencional, con orejas normales. Los primeros fueron conocidos en la isla como los Orejas Largas,  y los segundos como los Orejas Cortas.” (9)

El primer grupo alcanzaba una altura media de poco más de 1,90 metros, y tenía la piel blanca con el pelo rojo. Puede ser algo más que una coincidencia que el Clan de Fuego de los Hopi fuese conocido como los “cabezas rojas”. Esta gente guerrera vivía con el Clan de la Serpiente en Betatakin, un antiguo enclave de Arizona del siglo XIII (ahora monumento nacional de los Navajos).

Moai de orejas largas (Isla de Pascua)
La Isla de Pascua pudo haber sido otra escala en la antigua migración de los Hopi. Algunas de las altas estatuas de largas orejas llamadas moai fueron talladas con copetes rojos. Que la Isla de Pascua esté situada en el mismo meridiano que el hogar actual de los Hopi puede ser simplemente otra “coincidencia.”

Observando los rollos de las orejas que llevan las tribus en Tanzania, Bailey comenta la ubicuidad de este artefacto: “El rollo de oreja es en sí mismo sintomático del contacto con la gente de mar y yo creo que tiene un origen común en el mundo, dondequiera que se encuentre.” (10) Un ejemplo de esta especie de anillo o rollo de oreja tallado de esquisto fue encontrado en las antiguas ruinas cerca de Phoenix, Arizona. (11) Aquí vemos artefactos comunes a los pueblos del desierto y el mar.

También existen temas mitológicos comunes en distintas culturas. El estudioso Cyrus H. Gordon cuenta un relato de comienzos del segundo milenio a. C. Un capitán egipcio naufragó en la “isla de Ka”, situada posiblemente cerca de Somalia en el Océano Indico. (El ka Hopi en los kachina es extraño y más bien ha de relacionarse con el ka egipcio o “doppelgänger.”) En este paraíso no sólo abundaban pájaros vistosos sino también peces,  hortalizas y frutas deliciosas. Había solamente una trampa: una serpiente de treinta codos (unos 13,5 metros) de largo dominaba allí. Esta serpiente gigante tenía la piel enchapada de oro, las cejas de lapislázuli, y una barba que se extendía dos codos (casi un metro).

Después de que el soberano serpiente amenazara con incinerarlo por permanecer callado, el capitán relató cómo él y su tripulación fueron conducidos allí por una feroz tormenta. A su vez, el rey describió a sus hermanos e hijos, que una vez ascendieron a setenta y dos. Y continuó: “Entonces una estrella cayó y éstas (las serpientes) entraron en la llama que produjo. Por casualidad yo no estaba con ellas cuando ardieron. No estaba entre ellas (pero) casi morí por ellas, cuando las encontré como un cadáver.” El barco del capitán fue luego cargado con finas especias, incluyendo mirra, colmillos de elefante, colas de jirafa y monos. Antes de permitirle partir, el rey le hizo este curioso comentario: “Pasará que cuando usted parta de este lugar, esta isla nunca será vista de nuevo, porque se convertirá en agua.” (12)

El relato no nos dice si tenía o no las orejas largas. Sin embargo, podríamos estar ante un testimonio de los legendarios Nagas. Junto al motivo serpentino, esta historia fabulosa contiene un tema que recuerda a la Atlántida o Mu. Una isla edénica desaparece de repente bajo las olas en un cataclismo celestial que destruye muchas vidas.

¿Tienen el mito de los Hopi del viaje de Tiyo a la Isla de las Serpientes y el mito egipcio del viaje del anónimo capitán a la Isla de Ka una fuente común? Nunca lo sabremos con seguridad.

Asimismo, sólo podemos especular sobre las setenta y dos serpientes cifradas en el último mito. Esto podría hacer referencia a un movimiento astronómico del cual los sagaces marineros eran indudablemente conscientes. Debido a la precesión de los equinoccios, las estrellas del zodíaco se elevan en el primer día de la primavera y en otoño se desplazan al revés (actualmente de Piscis a Acuario) un grado cada setenta y dos años. Esto es causado por el bamboleo del eje de la Tierra (su precesión) como una peonza. En el relato egipcio, los setenta y dos parientes del rey fueron muertos por un acontecimiento sideral. De ahí que el “paisaje del cielo” conocido durante toda una vida o más fuese trastocado, sólo para ser sustituido por otro ligeramente modificado.

Un aislacionista diría que los antiguos humanos carecían de las sofisticadas habilidades de observación para reconocer un solo grado de diferencia, o que las primeras civilizaciones eran tecnológicamente incapaces de realizar travesías oceánicas. De hecho, muchos mitos que contradicen esto parecen haber sido ideados por los difusionistas.

No estoy sugiriendo que una élite de hombres blancos del Viejo Mundo viniera a “salvar” a las aisladas bandas de “salvajes” nativos americanos, facilitando así que pudieran florecer. (El genocidio cultural en el Nuevo Mundo desde el siglo XVI hasta el XIX hace que ese panorama sea particularmente irónico.) Esta visión denigra ambas culturas, asignando un imperialismo monolítico a la primera y una inferioridad evolutiva a la segunda. Para abreviar, esto es racismo de la peor clase.  

Afirmo, en definitiva, que el ingenio colectivo de los pueblos del Norte y Sur de América junto con los pueblos de Oceanía les permitió navegar en épocas remotas hacia tierras distantes. Del mismo modo, los pueblos de Europa y Asia utilizaron el mismo ingenio para alcanzar orillas igualmente distantes. El conocimiento de la navegación de los marinos de todo el mundo debió haber sido moneda común. Y de esta manera pudo ser que un culto de la serpiente de la India llegara al desierto de Arizona.

© Gary A. David 2002-2011


Notas

1. David Hatcher Childress, Ancient Tonga & the Lost City of Mu’a (Stelle, Illinois: Adventures Unlimited Press, 1996), p. 125.
2. Jesse Walter Fewkes, Hopi Snake Ceremonies: An eyewitness account by Jesse Walter Fewkes, Selections from the Bureau of American Ethnology Annual Reports Nos. 16 and 19 for the year 1894-95 and 1897-98 (Albuquerque: Avanyu Publishing Inc., 1986) p. 274.
3. Childress, Ancient Tonga, p.135.
4. Mark Amaru Pinkham, Return of the Serpents of Wisdom (Kempton, Illinois: Adventures Unlimited Press, 1997), pp.110-111.
5. Fewkes, Hopi Snake Ceremonies, p. 303.
6. Ekkehart Malotki, editor, Hopi Dictionary: A Hopi-English Dictionary of the Third Mesa Dialect (Tucson, Arizona: University of Arizona Press, 1998), pp. 287-288.
7. Childress, Ancient Tonga, p.158.
8. Thor Heyerdahl, Aku-Aku: The Secret of Easter Island (New York: Pocket Books, 1966, 1958), p. 340.
9. James Bailey, The God-King & the Titans: The New World Ascendancy in Ancient Times (New York: St. Martin’s Press, 1973), pp.196-198.
10. Bailey, The God-King & the Titans, p.186.
11. Franklin Barnett, Dictionary of Prehistoric Indian Artifacts of the American Southwest (Flagstaff, Arizona: Northland Press, 1974, 1973), p.51.
12. Cyrus H. Gordon, Before Columbus: Links Between the Old World and Ancient America (New York: Crown Publishers, Inc., 1971), pp. 54-67. 

Fuente primera foto:  artículo original,  cortesía de U.S. National Archives & Records Administration


* Esta unión forma parte de la ceremonia flauta, un ritual hopi celebrado el mes de agosto para favorecer la lluvia y el crecimiento del maíz.