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lunes, 29 de octubre de 2018

La paleoantropología, en caída libre (1ª parte)


En los últimos tiempos he ido comentando una serie de novedades del mundo de la arqueología y la paleoantropología para mostrar que, si bien la arqueología alternativa especula, divaga y patina a menudo, los defensores del paradigma no se lucen precisamente a la hora de proponernos alternativas o avances significativos para despejar las muchas incógnitas sobre el origen del hombre que aún quedan pendientes. Antes bien, considero que la ciencia de la prehistoria se ha sumergido en una mezcla de espectáculo, divismo y autocomplacencia, y bañada muy a menudo en un cierto barniz bio-tecnológico, por no hablar de las manipulaciones de tipo ideológico que subyacen en muchos planteamientos.

Y, naturalmente, todo ello se mueve en los límites del marco de la sacrosanta religión evolucionista, que es un dogma de fe que no puede tocarse ni cuestionarse o criticarse. En efecto, cualquier propuesta debe encajar en términos “evolutivos”, aunque rascando un poco se vea que los principios científicos más elementales son vulnerados para poder mantener el edificio creado por Darwin y sus secuaces. En el presente artículo –dividido en dos partes dada su extensión– voy a presentar cuatro temas del ámbito de la Prehistoria que recientemente han sido presentados por científicos de varios países con la intención de impresionar a sus colegas y al público en general, pues todos ellos han saltado a las páginas de la prensa generalista, cada vez más llena de propaganda ideológica pseudocientífica (perdón, obviamente quise decir “divulgación científica”).

Un cerebro salido de la chistera

 

La ciencia paleoantropológica lleva muchas décadas insistiendo en el papel decisivo del desarrollo del cerebro humano como factor clave en el proceso de hominización que ha producido las mejoras evolutivas hasta llegar a nosotros, el Homo sapiens. En efecto, no cabe duda de que nuestro cerebro es más grande y más complejo que el de nuestros parientes primates, y ello nos ha permitido adquirir una serie de indiscutibles ventajas en términos de dominio del medio y expansión por todo el planeta. Otra cosa distinta sería dilucidar si realmente somos inteligentes o si dicha inteligencia sirve realmente para algo positivo, pero ello nos llevaría a discusiones que ahora no vienen a cuento.

 

Cráneo de australopiteco

El caso es que la ortodoxia nos dice que en algún momento de un lejano pasado, quizá hace unos tres millones de años, algunos primates –seguramente australopitecinos–empezaron a experimentar una serie de cambios profundos en su cerebro, lo que sería el pistoletazo de salida de una cierta evolución imparable en nuestro avance intelectual. Ahora bien, a la hora de justificar el motivo último de estos cambios, que se enmarcarían en el proceso de selección natural, la ciencia debe recurrir al terreno de las conjeturas e hipótesis, pues no hay forma humana de replicar, experimentar y contrastar tales cambios biológicos sucedidos durante extensísimos periodos de tiempo en un laboratorio moderno. Es algo parecido al tema de las enfermedades mentales, que son diagnosticadas (en realidad etiquetadas) mediante una mera descripción de síntomas y atribuidas luego a un desequilibrio electro-químico en el cerebro. ¡Y todo ello sin la más mínima prueba científica fehaciente!

 

Sea como fuere, la ciencia actual es incapaz de responder a la pregunta de por qué nuestra inteligencia es bastante superior a la de nuestros parientes más próximos, si estuvimos expuestos a unas condiciones ambientales muy semejantes, por no decir idénticas. Y, desde luego, tampoco tiene la menor idea de cómo se produjo ese proceso supuestamente gradual, si es que hemos de creer que los diferentes Homo descubiertos hasta la fecha encajan en una perfecta cadena evolutiva en que se produjeron pequeños cambios genéticos a lo largo de millones o cientos de miles de años. Ello por no hablar de la enfermiza obsesión por el tamaño del cerebro y el aspecto físico en general de los humanos que todavía arrastra el prejuicio racista con el que nació el darwinismo. Así, los científicos tuercen el gesto cuando ven que un individuo muy pequeño y de rasgos simiescos como el llamado hobbit (de la isla de Flores, Indonesia), con una capacidad craneal poco mayor que la de un chimpancé, era capaz de realizar utensilios de piedra tan buenos como los del Homo sapiens europeo.

 

En fin, ahora alguien parece haber descubierto la piedra filosofal de esos cambios en el cerebro, o al menos una pista por la cual empezar a tirar del hilo[1]. En concreto, el científico belga Pierre Vanderhaeghenat, del Instituto Biotecnológico de Flandes, ha identificado recientemente –como parte del proyecto GENDEVOCORTEX– hasta 35 secuencias genéticas que se activan en el feto del ser humano y de algunos simios, pero no en el chimpancé, lo cual llama la atención por ser éste considerado nuestro pariente más semejante (compartimos hasta un 98% del ADN).

 

¿cambios mágicos en el cerebro por error?
De esas secuencias, Vanderhaeghenat se ha fijado en tres que ha bautizado como NOTCH 2NL, que a su juicio se crearon en realidad no por un mecanismo normal de replicación genética sino por un error de copia y pega de una secuencia denominada NOTCH. Dicho de otro modo, esas tres secuencias fueron copias defectuosas de un proceso normal que había funcionado inalterado durante millones y millones de años. Sin embargo, esta feliz circunstancia provocó el nacimiento de nuevas proteínas que a su vez facilitaron un cambio en la manera en que las neuronas se enviaban mensajes entre ellas y de ahí se produjo una evolución en córtex cerebral. Finalmente, este proceso de expansión impactó directamente en el desarrollo del lenguaje, la imaginación y la capacidad de resolver problemas, lo que nos hace bien distintos de los otros primates.

En principio, todo parece cuadrar, pues es precisamente en el feto cuando se dan los mayores cambios en el crecimiento de los órganos (el cerebro incluido, por supuesto). Así, el investigador belga ha constatado que estos genes NOTCH 2NL permitieron un aumento en el crecimiento y diferenciación de las células troncales que dan lugar a las neuronas de nuestro cerebro. Además, estos genes están presentes en nosotros –los humanos modernos– pero también en los neandertales y en los misteriosos denisovanos, los cuales aparecieron antes que los sapiens. En cambio, los pobres chimpancés –por alguna razón desconocida– se quedaron sin su fallo de copia y pega y se quedaron estancados en su actual estado.

No voy a entrar a valorar los resultados del terreno biológico, para los cuales me limito a  realizar un acto de fe y suponer que la investigación se ha realizado de forma correcta y ajustada al método científico. Ahora bien, hay varios elementos en esta historia que me llaman la atención y que a mi entender ponen en evidencia la clase de “ciencia” que nos tratan de vender a bombo y platillo. Lo primero que debemos poner de manifiesto es que, una vez más, se presenta un hecho biológico como un hecho evolutivo, sin que podamos comprobar –como ya se ha insistido previamente– de qué modo tuvo lugar un proceso evolutivo concreto a partir de mutaciones genéticas a lo largo de millones de años. Esto es, se está suponiendo que una determinada secuencia genética “errónea” provocó necesariamente un determinado resultado gradual en un tiempo y lugar indefinidos. Tampoco se explica por qué este cambio repentino afectó a unos determinados australopitecos (los supuestos ancestros del ser humano) y a otros simios, pero no, por ejemplo, a los chimpancés. Igualmente, queda en el limbo la cuestión de por qué motivo los otros simios no desarrollaron el mismo camino evolutivo intelectual que los humanos. 

A continuación, como ya es habitual en el argumentario evolucionista, nos encontramos ante el factor del error –se supone que aleatorio– en una copia genética, que por sorpresa y contra toda lógica conduce a una mejora sustancial en el cerebro. Esto es, el orden natural es roto y, en vez de provocar empeoramiento, deficiencias o carencias, resulta ser una “ventaja evolutiva” que permite un espectacular desarrollo del cerebro en unas determinadas direcciones (lenguaje, imaginación, etc.). En fin, la ortodoxia nos dice que se trata del aprovechamiento de un hecho fortuito que permite que la selección natural avance hacia formas más complejas, más capacitadas y más competitivas.

¿Respuestas en el laboratorio?
No obstante, lo que de verdad violenta todos los principios de la razón es la actuación de ese caprichoso azar que provoca cambios a través de mutaciones y que guía la evolución de las especies. En este punto, cabría preguntar al señor Vanderhaeghenat por la causa de ese inesperado error de copia y pega genético en las secuencias NOTCH 2NL. ¿Recurrirá al habitual azar o caos presente en la naturaleza y el cosmos? ¿Todavía nos quieren hacer creer que determinados cambios ocurren porque sí, por la presión de las condiciones ambientales u otros mecanismos mágicos? Digan mejor que no tienen ni idea de por qué se dan esos cambios o la variedad enorme del mundo natural, en que es tan complicado definir exactamente el concepto de “especie”.

El caso es no se quiere admitir que el azar o el caos no explican realmente nada, pero eso es mejor que reconocer la existencia de un diseño inteligente, detrás del cual debe haber algún tipo de conciencia que crea la materia y rige sobre ella. No señores, esto no es religión; es la ciencia que ustedes quieren ocultar celosamente mientras nos venden un cuento chino.

Por cierto, el cerebro humano –más allá de una mera descripción funcional y operativa– sigue siendo un gran misterio para los científicos, y ya no digamos cuando se quiere profundizar en el tema de la mente, la creación de la realidad y la conciencia.

¡Los homínidos se mezclaron entre ellos!


Hace no mucho apareció una noticia científica en la prensa generalista que destacaba que por primera vez se había hallado a un descendiente directo de dos especies humanas distintas. El artículo de referencia[2], firmado por varios científicos entre los cuales sobresale el finlandés Svante Pääbo, difundía el hallazgo de un hueso humano –datado en unos 120.000 años de antigüedad– denominado Denisova-11 (de la cueva siberiana donde se hizo el descubrimiento de los primeros denisovianos), que pertenecería a un ser humano híbrido de dos especies distintas, los neandertales y los denisovanos. En realidad, dicho hueso se halló en 2012, pero los largos estudios realizados han retrasado la publicación hasta hace escasas fechas.

Cráneo de neandertal
Esta investigación ha sido llevada a cabo por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) y ha podido confirmar mediante un análisis del genoma del mencionado individuo que se trata de una joven de unos 13 años y que sus progenitores directos pertenecían a dos especies de homínidos diferentes, siendo la madre neandertal y el padre denisovano. Este descubrimiento vendría a confirmar lo que ya se sostenía desde hace poco tiempo: que ambas especies coincidieron durante muchos miles de años en ciertas regiones de Eurasia. Además, según los resultados genéticos, sus progenitores tampoco serían puros, pues al menos en el padre denisovano se ha identificado un marcado rastro genético neandertal.

Mi reflexión ahora es: ¿no se habrá hecho demasiado ruido para tan pocas nueces? Mucho me temo que sí. El caso es que en plena era bio-tecnológica se está dando en arqueología un valor enorme a estos estudios paleogenéticos por encima incluso de la importancia de los restos físicos hallados. A partir de aquí se han producido más y más análisis de este tipo tratando de identificar las relaciones filogenéticas entre los diversos especimenes de homínidos reconocidos. Sin embargo, en vez de avanzar, parece que los prejuicios y la obsesión por la tecnología impiden ver el bosque. Sin ir más lejos, la investigadora Viviane Slon, encargada de realizar los análisis genéticos, tuvo que repetir hasta seis veces las pruebas porque no se acababa de creer los resultados: ¡un descendiente directo de denisovano y neandertal! ¡Vaya notición!

El prestigioso profesor finés Pääbo, que en 2010 fue el primer científico en secuenciar el genoma completo de un Homo neanderthalensis, incidía en este factor sorpresa sexual con las siguientes declaraciones:

“Resulta sorprendente que, entre los pocos individuos antiguos cuyos genomas han sido secuenciados, nos encontremos precisamente con esta niña Neandertal/Denisovana. Neandertales y Denisovanos pueden no haber tenido muchas oportunidades de encontrarse. Pero cuando lo hicieron, debieron aparearse con frecuencia, mucho más de lo que pensábamos hasta ahora.”

A partir de aquí se me ocurre una serie de consideraciones para dejar en evidencia a los ilustres académicos que han promovido toda esta investigación y que están del todo enfrascados en el estudio de genes y cromosomas como la vía que ha desentrañar definitivamente los orígenes y (supuesta) evolución del ser humano.

¿Dónde ponemos aquí a los denisovanos?
En primer lugar, no entiendo por qué motivo en cuestión de pocos años los llamados denisovanos son mencionados como pieza clave de la evolución humana en muchísimos estudios antropológicos, cuando en realidad parece que toda esta cuestión está muy sobredimensionada, como ya ocurrió con el famoso Homo naledi. Para empezar, hay que constatar que la aparición de los denisovanos en escena apenas tiene unos 10 años, a partir de un solo yacimiento en el mundo (la cueva Denisova, en las montañas Altai de Siberia). Realmente, las pruebas físicas son escasas, apenas unos dientes y unos pocos fragmentos de huesos, pero los modernos análisis del ADN mitocondrial permitieron diferenciarlos como especie frente a neandertales y sapiens, con los cuales sin duda convivieron. De hecho, la investigación genética de los datos disponibles indica que los denisovanos y los neandertales se separaron “evolutivamente” de un ancestro común hace unos 390.000 años y que ambas especies decayeron hasta desaparecer hace unos 40.000 años. Por lo demás, nadie sabe qué aspecto tenían al no disponer de un espécimen mínimamente completo. En realidad se ha montado una gran entelequia a partir de unos análisis genéticos, y no sabemos hasta qué punto estamos ante una “especie” distinta o simplemente una comunidad humana relativamente aislada, al menos durante un importante periodo de tiempo.

En segundo lugar, resulta desconcertante el hecho de remarcar que los homínidos de distintas “especies” tuvieran sexo entre ellos, como si fuera algo inaudito. (Claro que con la reciente ingeniería social contra la heterosexualidad, tales afirmaciones no me sorprenden demasiado...) En fin, parece más que evidente que el contacto entre comunidades distintas a lo largo de la historia –y prehistoria– se tradujo habitualmente en apareamiento y mestizaje, como ocurrió en América a partir de finales del siglo XV. Si los grupos de homínidos distintos entraron en contacto en un tiempo y un espacio comunes no parece nada descabellado identificar la progenie directa de estas uniones. Además, este rebombo no está justificado en absoluto porque ya se sabía desde hace tiempo que el sapiens y el neandertal “se fusionaron” hace decenas de miles de años en diversas regiones. Ahora se sabe que también los misteriosos denisovanos participaron del mestizaje à trois y que por lo tanto estaríamos hablando de grupos humanos interrelacionados.

En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, la ciencia de la Prehistoria ya tiene que ir admitiendo que los diversos homínidos identificados como especies se cruzaron y compartieron su genética, quizá desde los tiempos del Homo heilderbergensis o del Homo antecesor (por no citar al viejo erectus), y ello sería factible porque estaríamos hablando más propiamente de razas y no de especies. Recordemos como punto crucial que el evolucionismo defiende la evolución de las especies por el mágico proceso de selección natural, en el cual interviene decisivamente el factor de las mutaciones genéticas aleatorias. Asimismo, se ha insistido durante mucho tiempo que los más adaptados al medio, los más fuertes, los más competitivos sobrevivían porque su descendencia progresaba mientras que la de los débiles o inadaptados entraba en recesión y acababa por desaparecer.

Pues bueno, parece obvio que los homínidos no fueron ajenos a la hibridación y que hubo mezcla genética y que a lo mejor tal mezcla no fue decisiva para el avance o retroceso de las comunidades en términos de “mejora”. Desde esta perspectiva, tal vez la diversidad anatómica que observamos no se debió a ningún proceso de “evolución”, sino a un proceso de hibridación a lo largo de extensísimos periodos[3]. De todos modos, en según qué circunstancias, la progresiva mezcla de comunidades muy grandes numéricamente frente a otras más pequeñas haría factible que la genética de un grupo se fuera apagando y diluyendo a través de las generaciones (estamos hablando de muchos miles de años). Esta podría ser una explicación perfectamente razonable para entender por qué los neandertales “puros” se extinguieron hace unos 30.000 años, si bien quedaron algunos reductos locales que pervivieron hasta finales de la última Edad de Hielo.

Esqueleto y figuración de neandertal
Ahora bien, para ser exactos, deberíamos decir que no hubo tal extinción: nosotros somos neandertales. La realidad, reconocida por los propios científicos, es que gran parte de la población europea es de origen neandertal; eso sí, en un porcentaje genético muy reducido frente a la mayor aportación de los sapiens. En suma, mientras aún se siguen lanzando múltiples teorías competitivas para explicar cómo los sapiens “eliminaron” completamente a sus rivales neandertales, es bien posible que la historia fuera muy distinta y se fundamentase en la unión, la cooperación y el mestizaje, en vez de la lucha despiadada por los recursos, que siempre me ha parecido un argumento muy flojo en un continente prácticamente despoblado de humanos.

Para finalizar, debo admitir que al menos una afirmación de Svante Pääbo en este asunto me ha parecido muy honesta y bien encaminada, al aceptar la difícil lógica exacta que permite identificar o separar especies, tanto en los humanos como en otros seres vivos:

“Es una discusión académica estéril hablar de si los neandertales y los humanos modernos o los denisovanos son especies separadas o no. Para el experto esta cuestión no tendría sentido puesto que no existe una definición universal de especie.”

Dicho todo esto, y enlazando con la primera cuestión tratada en este artículo, reconozco no tener explicaciones para esa diversidad anatómica en los humanos desde los distantes tiempos del H. habilis (si es que realmente fue “Homo”, lo que no veo muy claro) y sobre todo para la disparidad en el volumen craneal –y en consecuencia de tamaño del cerebro– que va desde los 600 cm.3 del habilis hasta los 1.500 del neandertal, quedando nosotros alrededor de los 1.400 cm.3  Puesto que no creo en el caos y el azar, pienso que debió existir algún diseño inteligente de por medio, pero su origen último y su forma de actuación se me escapan completamente.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Fuente: https://phys.org/news/2018-08-genetic-error-humans-evolve-bigger.html
[2] Fuente: https://www.nature.com/articles/s41586-018-0455-x
[3] En este blog ya comenté la teoría de la antropóloga Susan Martínez sobre la hibridación de los homínidos como contrapunto a la diversidad explicada por evolución. También hay autores alternativos como Michael Cremo que defienden que el hombre anatómicamente moderno y otros homínidos más “primitivos” convivieron desde tiempo extraordinariamente remotos.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Más sobre los neandertales: sigue el galimatías



Muy recientemente me ha llegado una nueva (y asombrosa) noticia científica sobre los neandertales, que parecen estar en el punto de mira de los investigadores en estos últimos años. En esta ocasión, ya no se trata de explicar por qué se extinguieron sino de “recolocarlos” en el escenario evolutivo humano, a través de una nueva datación mediante técnicas genéticas.

Así, la noticia –aparecida en Science[1] nos habla de la secuenciación del ADN de unos huesos humanos procedentes del famoso yacimiento de Sima de los Huesos, en Atapuerca (España), siendo este ADN el más antiguo que se ha recuperado hasta la fecha de la especie humana. Según este estudio, los huesos pertenecerían a individuos muy parecidos a los neandertales (ancestros o formas arcaicas de este espécimen). De hecho, estos restos habían sido hallados hace más de una década, y Juan Luis Arsuaga, de la Universidad Complutense de Madrid, ya había apreciado que los dientes, mandíbulas y cavidades nasales insinuaban una gran semejanza con el neandertal, si bien finalmente fueron atribuidos al Homo heilderbergensis (supuesto antecesor del Homo neanderthalensis y del Homo sapiens), especie que vivió en África, Europa y Asia hace entre 600.000 y 250.000 años.

En 2013 se realizó un primer análisis del ADN mitocondrial de estos restos óseos por parte del profesor Matthias Meyer, del Instituto de antropología evolutiva Max Planck (Leipzig, Alemania), y los resultados mostraron que los individuos en cuestión no eran propiamente neandertales, sino que estaban más bien emparentados con los llamados Denisovianos, una especie de reciente descubrimiento, de la cual aún se sabe relativamente poco[2]. Estos datos genéticos eran un poco sorprendentes y sugerían que los homínidos de la Sima de los Huesos podrían haberse cruzado con los Denisovianos en un tiempo muy remoto o que había allí una especie de homínido más antigua, antecesora de las anteriores.

No obstante, tras dos años de trabajo, Meyer ha completado la secuencia de ADN de los restos fósiles (de un diente y del hueso de una pierna) y ha podido determinar que dichos restos compartían más alelos[3] en el genoma con los neandertales que con los Denisovianos o los hombres modernos (sapiens). Ello ha llevado a la conclusión de que estos individuos eran neandertales o bien una forma arcaica de éstos, y que la diferenciación entre neandertales y Denisovianos debería remontarse mucho más atrás en el tiempo, de tal modo que podríamos hablar de una línea de neandertales muy antigua, con un horizonte cronológico de entre 550.000 y 765.000 años, cuando la cronología aceptada hasta la fecha para los primeros neandertales no va más allá de unos 250.000 años. Como efecto rebote de este hallazgo se plantea la seria duda sobre en qué momento se separaron los caminos del sapiens y del neandertal a partir de un ancestro común (un axioma para la teoría evolucionista), porque estos datos retrasarían bastante estas fechas y señalarían una antigüedad impensable para el origen del hombre moderno.

Lo cierto es que, según los estudios paleontológicos, el Homo heilderbergensis aparecía hasta ahora como candidato a ancestro común de neandertales y sapiens, pero dado que la separación entre especies se muestra ahora mucho más antigua, el papel del heilderbergensis queda un poco en entredicho e incluso algún experto ya se ha aventurado a proponer una cierta visión heterodoxa. Así, el paleoantropólogo Chris Stinger, del Museo de Historia Natural de Londres, considera –a la vista de los datos aportados por Meyer– que hace unos 500.000 años el heilderbergensis pudo haber dado lugar a una separación de dos líneas, una “proto neandertal-Denisoviana” y otra “proto sapiens”, pero no descarta como posibilidad que todos o la mayoría de fósiles de heilderbergensis no sean ancestros directos nuestros y que de hecho esta especie tal vez fuera una línea evolutiva que acabó, por así decirlo, en una vía muerta.

Prof. M. Sandín
No voy a insistir ahora sobre la validez de este tipo de estudios genéticos aplicados a la paleoantropología, pues ya lo traté en un artículo anterior (también sobre neandertales) y expuse la visión de algunos especialistas, como el profesor Máximo Sandín, que cree que se ha utilizado la biología de manera incorrecta, incluso torticera, para respaldar –sin base científica real– determinados postulados. De todas maneras, si tomamos esta investigación no como un instrumento de la teoría evolucionista sino como la mera constatación de las semejanzas biológicas de las varias especies de homínidos que los expertos califican de “diferentes”, podemos dar la vuelta al argumento y empezar a preguntar si el género Homo no es en realidad una sola especie con una morfología cambiante en el tiempo y el espacio, básicamente como fruto de la hibridación pero también de otros factores. Veamos qué dice Sandín al respecto:

«Desde lo que se admite como la aparición del “género” Homo, es decir, fósiles asociados a una morfología y/o a una cultura claramente humanas, se han propuesto un número variable de “especies” diferentes (por lo que, según el concepto de especie, no deberían ser interfecundas entre sí): Homo habilis, H. rudolfensis, H. ergaster, H. erectus, H. antecessor, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis y, finalmente, Homo sapiens. Las “especies paleontológicas”, es decir las basadas en restos casi siempre muy fragmentarios son, en muchas ocasiones, artefactos con una base real poco sólida o, al menos, inverificable. Pero en el caso de la evolución humana, la “compartimentación” específica de unas variaciones morfológicas cuya traducción en términos genéticos se desconoce, pero cuya comparación con la variabilidad actual (existente tras milenos de intercambio genético), hace pensar que no resulta muy superior, es casi un acto de fe. La amplísima distribución temporal (una estasis de más de dos millones de años) y espacial (desde África y Europa hasta Extremo Oriente y Oceanía) de una especie formada por grupos no muy numerosos, de una extremada movilidad, y muy susceptibles, por ello, a fenómenos demográficos (que no evolutivos) de deriva genética (aislamientos reproductivos, mortalidad diferencial aleatoria, etc.), justificarían más que sobradamente la variabilidad encontrada a lo largo del tiempo.»


En suma, la investigación paleontológica sigue avanzando con nuevos hallazgos y datos, pero a estas alturas parece del todo evidente que en lugar de despejar incógnitas, el galimatías se hace cada vez más grande. Especies que se superponen y coexisten en el tiempo, que cada vez son más antiguas, que están estrechamente relacionadas, que comparten muchos rasgos genéticos, que se cruzaron sin ninguna duda... Es un panorama que se quiere hacer encajar en términos evolutivos sí o sí y no se contemplan para nada otras bases teóricas. Así las cosas, mientras se quiera aplicar de manera obsesiva el actual paradigma darwinista, nos tendremos que ir tragando las conjeturas, hipótesis y falacias que nos quieren vender como si fuera ciencia empírica inapelable. Y desde luego, hay vida racional y científica más allá del fundamentalismo-creacionismo bíblico. Por consiguiente, ya está bien de que nos digan aquello de “o evolucionismo o religión, y no hay más que hablar. Dogma contra dogma, y entretanto nosotros a dos velas.

© Xavier Bartlett 2015

Apéndice


Aún sin querer insistir demasiado en el tema, me voy encontrando con más noticias sobre los neandertales que me dejam aún más perplejo y me confirman que la "ciencia paleontológica" es poco menos que un arte interpretativo. Así, un reciente hallazgo de dientes de Homo sapiens en la cueva Fuyan (en Daoxian, China) ha demostrado la presencia de esta especie en aquella región al menos hace 80.000-125.000 años. Ante este dato, la arqueóloga María Martinón-Torres (del University College de Londres) destaca el hecho de que, mientras que los sapiens ya estaban en Asia en esos remotos tiempos, en cambio no llegaron a Europa hasta hace unos 45.000 años. Para explicar este gran desfase, Martinón-Torres echa la culpa a los neandertales, que habrían cortado el paso a los sapiens en su expansión hacia tierras europeas, que era el hábitat ancestral de los neandertales desde hacía muchos miles de años. El razonamiento de la científica es que "Europa era demasiado pequeña para los dos" (sic). 

Pero Martinón-Torres cree que no hubo conflicto físco (guerra) entre ambos, sino más bien una dominancia del neandertal a partir de una mejor explotación de los recursos, gracias a su experiencia y adaptación a las duras condiciones climáticas de la época. Esto choca directamente con otras visiones científicas -ya expuestas en anteriores artículos- que abogan por un predominio de la inteligencia y las capacidades del sapiens, que habrían fulminado a los neandertales en unos pocos miles de años, gracias a sus ventajas predatorias a la hora de obtener recursos y utilizar el fuego, por ejemplo. (Por cierto que otro experto, Chris Stinger, afirma que simplemente la llegada del sapiens a Europa fue fruto de otra migración posterior y que al principio no fueron hacia el oeste porque el clima allí era mucho más duro y ya estaban ahí los neandertales. (¡Viva la obviedad interpretativa!)

En fin, una vez más tenemos la famosa competencia darwinista "por tan poco espacio y tan pocos recursos" (¡por Dios, qué ridículo!), que en este caso sirve para cubrir un vacío enorme de muchos miles de años sin aparente explicación lógica. Ello por no hablar de hombres modernos en China hace 125.000 años, cuando se supone que que el sapiens no salió de África hasta hace unos 100.000 años. En suma, si las pruebas objetivas son desconcertantes, se buscan argumentos explicativos del tipo que sea, aun cuando las diversas visiones de los científicos entren en flagrante contradicción. Y todo ello porque la sacrosanta teoría es inamovible, como ya sabemos de sobra.





[1] Fuente: http://news.sciencemag.org/archaeology/2015/09/dna-neandertal-relative-may-shake-human-family-tree

[2] Esta nueva especie fue identificada hace unos pocos años en una cueva de Denisova (Siberia), a partir de unos escasos restos, con una datación de entre 1millón y 40.000 años. Sólo se conserva un dedo y unos dientes (el molar humano más grande que se ha encontrado). Por análisis genéticos, parece ser que está emparentado con el neandertal y con el sapiens y que compartió habitat con ellos (incluso hibridación). Algunos expertos creen que es una subespecie de sapiens, pero no está claro su origen, pues parece que aunque pudo venir de África, procede de una migración distinta de la del erectus, el neandertal y el sapiens.
 [3] Según la definición de Wikipedia, “un alelo o aleloide es cada una de las formas alternativas que puede tener un mismo gen que se diferencian en su secuencia y que se puede manifestar en modificaciones concretas de la función de ese gen.”