sábado, 23 de septiembre de 2017

¿Se remonta la civilización maya a una era antediluviana?


La hipotética existencia de una ignota civilización desaparecida que dio origen a las grandes civilizaciones históricas es un tema harto recurrente en la arqueología alternativa. No vamos a descubrir nada diciendo que esta propuesta se fundamenta en el famoso mito de la Atlántida y otros muy similares que encontramos en casi todos los rincones del planeta. Como ya es de sobras conocido, la historia que se repite en todos estos relatos es que en un tiempo remotísimo una gran inundación o diluvio arrasó, anegó o hundió la tierra civilizada. Este evento dejó a la Humanidad a las puertas de la extinción, por lo que hubo de empezar de nuevo el proceso civilizador, tarea que corrió a cargo de unos pocos supervivientes de la catástrofe.

Y si nos trasladamos ahora al campo de la geología y la arqueología, durante décadas los investigadores han estado buscando trazas sobre el terreno de dicha catástrofe (¡sin olvidar el arca de Noé!), de tal manera que se pudiese pasar del mito a la historia mediante pruebas físicas objetivas. Ni que decir tiene que para el estamento académico tal cataclismo global, súbito y gigantesco no existió nunca, aunque se reconoce –no podía ser menos– que sí hubo fuertes alteraciones climatológicas y geológicas al final de la última era glacial, pero que fueron muy graduales y de impacto más bien local. Y por supuesto, no había ninguna civilización sobre la Tierra hace 12.000 años...

Estructuras de Yonaguni (Japón)
Sin embargo, los autores alternativos han ido más allá del debate geológico, y se han fijado en determinados restos arquitectónicos de gran antigüedad. Algunos de ellos están actualmente bajo el agua (como la ciudadela de Yonaguni, en Japón) y podrían constituir la prueba fehaciente de que el diluvio existió y que sumergió muchos enclaves costeros. No obstante, la visión ortodoxa rechaza estas propuestas alegando que se trata de simples formaciones naturales que han sido confundidas y malinterpretadas. Con todo, los alternativos no se rinden con facilidad y contraatacan afirmando que hay restos monumentales sobre la superficie que presentan una clara erosión (y muy antigua) por acción continuada del agua, como por ejemplo en la mismísima meseta de Guiza, lo que convertiría gran parte de sus monumentos –las tres grandes pirámides, la Esfinge, los templos– en reliquias antediluvianas de datación indeterminada[1].

Si nos desplazamos al continente americano, la polémica se mueve más o menos en los mismos términos y también se habla de restos sumergidos de una cierta “Atlántida”, como los que se hallaron hace casi 50 años en las islas Bimini (una especie de dique o camino) o un confuso conjunto de estructuras localizado cerca de la costa de Cuba. Asimismo, se habla de posibles ruinas sumergidas bajo el lago Titicaca, que podrían preceder incluso al gran complejo de Tiwanaku, cuya datación oficial tampoco es reconocida por el mundo alternativo. Además, en toda América, de norte a sur, se acumulan numerosas leyendas nativas –incluyendo las de grandes civilizaciones como la azteca o la maya– sobre la completa destrucción de una humanidad anterior por acción del agua.

Sin embargo, hasta ahora se había puesto poca atención en los posibles indicios de un gran diluvio sobre la superficie y más concretamente en estructuras artificiales. En este sentido, el investigador alternativo norteamericano Cliff Dunning lleva algunos años estudiando la civilización maya y recientemente ha sacado a la luz sus conclusiones sobre algunas huellas sobre el terreno que podrían apuntar a que la civilización maya fue víctima de una gran catástrofe por inundación y que posiblemente podría ser mucho más antigua en su origen de lo que la arqueología ortodoxa defiende. Vamos pues a exponer resumidamente cuál es el enfoque de Dunning y qué viabilidad nos ofrece.

El Castillo, la pirámide de Chichén Itzá, en 1892
De entrada, Dunning remarca el hecho de que la civilización maya, pese a haber sido estudiada durante más un siglo, nos es aún relativamente desconocida en muchos aspectos. Incluso cuando los conquistadores españoles llegaron a Centroamérica a inicios del siglo XVI encontraron esta rica cultura en plena decadencia, en realidad prácticamente desaparecida[2]. Sus fastuosas ciudades (Copan, Tikal, Chichén Itzá, etc.), que contenían grandes edificios, templos y pirámides, habían sido abandonadas hacía siglos y estaban en plena ruina; también yacían inermes sus estatuas y sus estelas, llenas de jeroglíficos. 

Y por si fuera poco, las autoridades españolas mandaron quemar los códices y otros documentos que nos podrían haber transmitido una información vital sobre el origen y el desarrollo cultural de los mayas. Apenas unos pocos se salvaron de la intolerancia cultural y religiosa –como el Códice Dresde– y dan muestra del altísimo grado de civilización que alcanzó este pueblo en cuestiones como la astronomía y las matemáticas.

Por lo demás, sabemos que la cultura maya es una de las más antiguas de América, que precedió en muchos siglos a la gran civilización azteca, sometida por Cortés. Ahora bien, no tenemos una idea exacta de cuáles fueron los orígenes de los mayas ni de cuándo se establecieron en Centroamérica. Al respecto, Cliff Dunning cita una reciente datación obtenida en el yacimiento de El Mirador (Guatemala) que se remonta al 2700 a. C. Lo que sí observa Dunning es que las estructuras más complejas y perfectas son las más antiguas, dando la impresión de que los mayas hubieran aparecido sobre el territorio ya con un alto nivel de desarrollo y conocimiento, como si fuera el legado de una cultura anterior. Por otra parte, Dunning cita al reputado arqueólogo Richard Hansen, que tras años de estudio de la civilización maya ha llegado a la conclusión de que los olmecas (una cultura todavía no muy definida, sobre todo antropológicamente) no fueron los antecesores o “padres culturales” de los mayas, sino que ambas culturas fueron contemporáneas, y que los mayas muy posiblemente fueron los responsables de la desaparición de las últimas ciudades propiamente olmecas. 

Efectos devastadores de un tsunami moderno (Indonesia, 2004)
Si nos adentramos ahora en la antigüedad de los mayas y en la hipótesis de grandes catástrofes marinas, Dunning saca a colación algunos hechos relevantes comprobados científicamente. Así, existe constancia geológica de grandes tsunamis en unas fechas no muy lejanas, hace tan solo 1.500 años, que azotaron las costas de la península del Yucatán y que tal vez tuvieron precedentes en milenios anteriores. Tales tsunamis podrían haber devastado grandes porciones de territorio, pues la ola gigante –estimada entre los 6 y los 15 metros de altura– podía derribar edificios y ahogar a gran parte de la población. De hecho, Dunning asegura que en su primera visita al Yucatán en 1995 ya había observado notables huellas de daños en estructuras y estatuas a causa de la acción violenta del agua. Estas huellas son visibles, por ejemplo, en ciudades como Coba, Chichén Itzá y Uxmal, así como otros enclaves menores.

Asimismo, identificó ese mismo tipo de daños en fotografías antiguas de las primeras excavaciones de las ciudades mayas, antes de que fueran consolidadas, restauradas y reconstruidas en parte. Y sin duda la fuerza de esas inundaciones debió ser grande, pues los edificios mayas estaban bien diseñados y sólidamente construidos. Por otro lado, Dunning apreció que en museos locales se podían ver numerosos objetos (estatuas y utensilios, principalmente) que mostraban claras marcas de la erosión acuática, así como de la acción corrosiva de la sal marina y de la presión de las aguas sobre dichos objetos durante largos periodos de tiempo. Y como muestra de una gran destrucción, Dunning menciona el caso particular de la ciudad maya de Sayil (en el estado mexicano de Yucatán), cuyo gran palacio principal fue supuestamente azotado por un violento tsunami que arrancó muchas piedras de la estructura y las dispersó alrededor de ésta. Según el autor norteamericano, la tremenda erosión sufrida ha dificultado mucho las labores de reconstrucción del monumento por parte de los equipos arqueológicos.

El caracol (Chichén Itzá), antes de restaurarse (foto de 1932)
Pero lo más significativo como prueba es que en Sayil aún se puede ver el rastro dejado por los ríos de agua al retirarse. Las fotografías de las primeras intervenciones en el lugar ya permitían apreciar el antiguo curso de las aguas que fluían desde la parte alta del palacio. 

Además, también es destacable la presencia de varios edificios circundantes que están parcialmente sepultados en el terreno, muy posiblemente por la gran acumulación de sedimentos. En este sentido, en las imágenes antiguas tomadas en otros yacimientos mayas se apreciaban claramente grandes apilamientos de piedras y de escombros en torno a las acrópolis principales (como sucede en Chichén Itzá y Uxmal). Así, Dunning cree que cuando las aguas se retiraron, las piedras y los sedimentos más pesados ocuparon el interior y el exterior de los edificios, donde permanecieron inalterados hasta ser descubiertos por los arqueólogos.

A partir de este punto, Dunning se pregunta qué antigüedad real podrían tener estas ciudades mayas, desestimando obviamente las cronologías convencionales, y para averiguarlo recurre a otra vía de investigación: el seguimiento –gracias a la moderna tecnología de los satélites– de los caminos o carreteras blancas llamadas sacbés[3]. En realidad, los sacbés ya eran bien conocidos desde antiguo, pues eran los caminos principales bien pavimentados –a modo de “autovías”– que los mayas habían construido para unir las diferentes ciudades del territorio y facilitar así el comercio y las comunicaciones. Tenían una anchura que oscilaba entre los 4 y los 20 metros, y podían llegar a tener hasta centenares de kilómetros de longitud. En los años 20 del siglo pasado los sacbés fueron redescubiertos por los arqueólogos, que se quedaron impresionados por su diseño y calidad, con su base de piedra, capa de mortero y el típico recubrimiento blanco, realizado con estuco o cal de gran dureza –a modo de argamasa o cemento– que no requería un gran mantenimiento.

Pero, ¿cómo conecta esto con las grandes catástrofes acuáticas del pasado? Para Dunning ya existen pruebas indiscutibles de que al final de la última Edad de Hielo, concretamente en el periodo llamado Dryas reciente, se produjo una inundación masiva de América del norte a causa de la rápida fusión de la enorme capa de hielo que cubría buena parte de este territorio, debida al impacto súbito de un gran asteroide. El geólogo Harken Bretz ya había observado esto en los años 20 del pasado siglo, haciendo notar la presencia de grandes valles y antiguos cursos de agua excavados por la fuerza de las aguas en amplias zonas del norte de los Estados Unidos. En principio, sus propuestas fueron rechazadas sin más, pero ya en tiempos más recientes, nuevos datos geológicos y climatológicos han ido confirmando esta tesis. De este modo, hoy se sabe que en el periodo citado se dio un importante aumento de temperaturas tras el impacto del asteroide. Este evento condujo a un rápido deshielo de las masas de hielo polares, lo que provocó un notable ascenso del nivel de los mares y catastróficas inundaciones.[4] Este enorme desastre natural fue recordado por varios pueblos de Norteamérica, entre ellos los propios mayas, que se refieren a una tremenda devastación y a unas grandes dificultades para volver a recuperarse después de una situación crítica que les llevó al borde de la extinción.

Aspecto actual de un típico sacbé maya
Y aquí es cuando Dunning vuelve a los numerosos sacbés que recorrían el territorio maya en todas direcciones y que aún hoy son parcialmente visibles desde los aviones y especialmente desde los satélites. Según sus investigaciones, grandes porciones de la península de Yucatán quedaron sumergidas tras la catástrofe del Dryas reciente, pero además resulta que las rutas de los antiguos sacbés que acaban en la actual línea de la costa tienen continuidad bajo las aguas marinas. Esto lo ha podido corroborar gracias al estudio de la especialista en imagen por satélite Angela Micol, asociada a la Satellite Archeology Research Society, por el cual ha podido identificar cientos de imágenes de sacbés situados a cierta profundidad de la superficie y que están conectados a las antiguas ciudades mayas de tierra firme. Para Dunning, esto indicaría que la cronología de estas ciudades se debería retrasar mucho en el tiempo, por lo menos entre 9.000 y 12.000 años. A todo esto cabe recordar que los expertos académicos sitúan los inicios de la civilización maya hacia el 2000 a. C. (con el apoyo de dataciones absolutas por radiocarbono), precedido de una etapa de desarrollo neolítico. En todo caso, el autor estadounidense sostiene que esta gran catástrofe no acabó del todo con los mayas, pero sí que marcó un antes y un después y que, de hecho, los mayas históricos sólo fueron la sombra de lo que había sido su civilización primigenia antes del cataclismo global.

Este sería, en resumen, el escenario propuesto por Cliff Dunning que a más uno le puede parecer un cuento fantástico o una simple especulación sin sólidas pruebas científicas. A este respecto, cabe insistir una vez más que el mundo académico tiene una imagen bastante fija y estereotipada del poblamiento antiguo de América y de las civilizaciones precolombinas. Así, la historia oficial nos dice que la primera cultura identificada de cazadores-recolectores no aparece hasta el 11.000 a. C. o un poco antes[5], y luego las comunidades humanas se fueron extendiendo de norte a sur donde fueron progresando hasta llegar al estadio neolítico, o sea, de productores (agricultores y ganaderos). De aquí saltaron al estadio de la civilización, pero según los expertos no se puede hablar propiamente de civilización antes de 2.000-1.500 a. C., si bien la datación de algunas ciudades se va por encima del 2.500 a. C., como el caso ya citado de El Mirador (Guatemala) o de Caral (Perú). Con todo, en general se sitúa el esplendor de todas las civilizaciones americanas –los “periodos clásicos”– a partir del primer milenio después de Cristo hasta la llegada de los conquistadores.

Restos arquitectónicos mayas
Por tanto, la propuesta de Dunning constituye un verdadero anatema que difícilmente puede ser compatible con la versión oficial. A mi parecer, esta teoría presenta una serie de problemas o incógnitas: ¿qué hacemos con todas las cronologías ortodoxas basadas en las series de artefactos y en las dataciones absolutas? ¿Si las ciudades mayas eran tan antiguas, por qué no han aparecido las dataciones correspondientes al horizonte propuesto por Dunning?

Todo esto parece un poco forzado a no ser que consideremos que las cosas se han hecho rematadamente mal desde el punto de vista metodológico, o bien que hay un complot para ocultar la extrema antigüedad de los restos. Recordemos que el carbono-14 permite datar hasta unos 50.000 años, por lo cual teóricamente sería posible datar ese supuesto periodo antediluviano.

No obstante, por un lado, hay que decir en favor de Dunning que en la región del Yucatán se podría dar una superposición de restos, algo parecido a lo que ocurre en Egipto, en que tenemos monumentos sospechosos de ser extremadamente antiguos y que han sido asignados a la época dinástica por una serie de razones circunstanciales[6]. Dicho de otro modo, todavía quedarían restos de la época antediluviana que han sido mal datados y mal interpretados, confundiéndolos en el contexto de la civilización histórica, la cual sólo sería un tenue legado de la civilización primigenia. Por otro lado, la evidencia de la acción devastadora de las aguas parece bastante convincente, sobre todo con el nuevo argumento de los sacbés que se aprecian bajo el agua y que recuerdan mucho a los famosos cart-ruts (surcos de carro), que partiendo del interior de la isla de Malta se dirigen hacia la línea costera y prosiguen claramente bajo las aguas del Mediterráneo, conectando esta isla con la cercana isla de Gozo. Ahora bien, Dunning no aborda el tema de las conocidas pirámides mayas, que en teoría también deberían mostrar algún rastro de destrucción, desgaste o erosión causada por los tsunamis, al haber estado sumergidas –supuestamente– bajo las aguas durante siglos o milenios. 

El gran palacio de Sayil (Yucatán) en la actualidad. Véase el aspecto ruinoso de parte de la estructura

Con todo, habría que determinar –aun admitiendo que las ciudades sufrieron una gran destrucción por agua– si esos tsunamis se produjeron como resultado del deshielo del Dryas reciente o si tuvieron lugar mucho más tarde, en una época que denominaríamos “histórica”. Así, tenemos la famosa teoría de Immanuel Velikovsy, enunciada hace ya más de medio siglo, según la cual la Tierra habría sufrido tremendos cataclismos y desastres en fechas relativamente modernas (entre los siglos XVI a. C. y VIII a. C.) como consecuencia de la peligrosa aproximación a la Tierra del cometa Venus –antes de estabilizarse como planeta– y del errático paso de Marte cerca de la órbita terrestre. Con referencia a este punto, hay que señalar que las civilizaciones mesoamericanas habían considerado a Venus como un astro errante y peligroso, y le habían puesto el nombre de estrella humeante. De cualquier modo, todo esto entra en el terreno de las conjeturas, pues la visión de Velikovsky sigue sin ser aceptada ni por astrofísicos ni por arqueólogos. En definitiva, este fenómeno debería ser analizado más a fondo y revisado por geólogos competentes para establecer si las destrucciones observadas se debieron a colosales inundaciones o bien a otros factores (como fuertes seísmos, que no son extraños en dicha región), sin olvidar el crucial aspecto de aportar una datación fiable.

Los muros megalíticos de Sacsayhuamán (Perú)
Además, habría que resolver el posible vacío o salto temporal entre el horizonte “atlante” y la cultura maya reconocida por la arqueología oficial. En este sentido surgen una serie de preguntas de complicada respuesta: ¿Cómo se produjo la continuidad cultural? Dicho de otro modo, ¿qué sucedió en los 8.000 años posteriores a la debacle? Si, como afirma Dunning, las destrucciones acabaron con buena parte de las ciudades y sus estructuras, ¿qué porción de lo que podemos observar actualmente correspondería a los mayas “modernos”? ¿Y por qué la arquitectura original maya no se corresponde con cierta arquitectura “atlante”, de tipo claramente megalítico (y extremadamente resistente), que podemos observar por ejemplo en Tiwanaku o Sacsayhuamán, cuya antigüedad podríamos remontar hipotéticamente a un periodo antediluviano[7]? ¿Podríamos llamar “maya” a esa supuesta civilización que desapareció al menos parcialmente hace 12.000 años o era otra cosa?

Concluyendo, siempre es interesante sopesar nuevas visiones y teorías, y más aún cuando vienen acompañadas de perspicaces observaciones sobre el terreno. El problema de fondo es que Dunning señala con pruebas un posible hecho catastrófico de gran magnitud y gran antigüedad pero a la hora de la verdad no resuelve el encaje de las piezas geológicas con las de carácter arqueológico o histórico. Así pues, estimo que todavía queda mucho terreno por recorrer para poder construir un sólido edificio histórico-arqueológico alternativo sobre el origen de los mayas. De todas formas, vaya por delante que creo posible y factible que la población y civilización en América sean muchísimo más antiguas de lo que reconoce el estamento académico. Y quién sabe, a lo mejor los viejos soñadores como Churchward y Le Plongeon tenían parte de razón al hablar sobre Mu, las tablillas naacales y otras alocadas propuestas...

© Xavier Bartlett 2017

Fuente: www.ancient-origins.net

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Según el investigador egipcio Sherif el-Morsi, la Gran Pirámide estuvo cubierta por agua hasta la hilada 20 por lo menos, durante siglos. Véase el artículo sobre la datación extrema de la gran Esfinge de Guiza en este blog.
[2] Esta etapa, denominada periodo posclásico, está datada aproximadamente entre 950 d. C. y la llegada de los españoles al Yucatán en el siglo XVI, que progresivamente fueron ocupando todo el territorio maya. De todos modos, cabe destacar que la última ciudad maya independiente, Nojpetén, no cayó en manos españolas hasta una fecha tan tardía como 1697.
[3] De los términos mayas sac (“blanco”) y be (“camino”). En realidad, el plural correcto en lengua maya es sacbeob, pero a efectos prácticos empleo aquí el plural castellano con “s”.
[4] Esta argumentación geológica constituye precisamente el núcleo de las últimas investigaciones llevadas a cabo por Graham Hancock, tal y como refleja en su reciente libro Magician of the Gods (2015).
[5] Esta es la llamada cultura Clovis, localizada en Nuevo México (EE UU) a inicios del siglo XX. Pese a los hallazgos posteriores de restos humanos mucho más antiguos, el estamento académico no acepta de ningún modo población humana en América anterior a 25000 a. C.
[6] El ejemplo más claro de esto lo tenemos en Abydos, donde conviven uno al lado del otro el templo de Seti I (del Imperio Nuevo) con el Osireion (templo de Osiris). Los egiptólogos despacharon el tema asignando el Osireion a la misma época de Seti I, a pesar de que: 1) el estilo arquitectónico de ambas construcciones es totalmente distinto, 2) no hay inscripciones jeroglíficas en el Osireion, y 3) ambos edificios están separados por un importante desnivel (y desfase estratigráfico) que indica una diferencia importante de cronología.
[7] Recordemos que, según la datación arqueoastronómica realizada por Arthur Posnansky en el Kalasasaya de Tiwanaku, esta ciudad se remontaría al 15.000 a. C.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Gigantes en Tenerife


Tras haber difundido a inicios de 2016 el documental “Igueste: ciudad de gigantes”, en el cual tuve parte activa, el investigador independiente Manuel Fernández Saavedra ha publicado recientemente en el portal youtube la segunda parte de dicho documental, que recorre diversos puntos de la geografía tinerfeña. En este segundo trabajo, Manuel Fernández prosigue con sus pesquisas sobre el terreno para identificar los restos de una desconocida y remota civilización capaz de modelar el paisaje natural a gran escala. Estaríamos hablando, según Fernández, de una cultura muy anterior a los guanches y posiblemente encarnada en humanoides de tamaño colosal que bien podríamos llamar gigantes si así lo deseamos.

En esta nueva entrega, Fernández hace hincapié en unas enormes estructuras sobre el terreno que tienen una difícil explicación geológica natural, pues más bien parecen ser restos de muros realizados con grandes piedras (que a veces aparentan haber sido fundidas o moldeadas) y que formarían parte de gigantescas presas. Aparte, vemos algunas estructuras muy semejantes a lo que ya se apreciaba en Igueste: una sucesión de presas, cataratas y pocetas para el almacenamiento y gestión del agua. En este caso se pueden observar además unas canalizaciones de agua, generalmente realizadas con una especie de argamasa pero también perforando directamente la roca. Asimismo, tenemos otras peculiares estructuras sobre el terreno como unas plataformas en forma de espolones coronadas por grandes rocas, o una “estatua” o “marcador” bien falcado sobre el terreno, lo que empuja a deducir que no puede ser un accidente natural.

También aparecen otras curiosidades, como agrupaciones de grandes bloques con una losa de cubierta, lo que podría recordar a los típicos dólmenes megalíticos o unas piedras aisladas de gran tamaño que se mantienen en equilibrio gracias a un punto de apoyo. Y si nos trasladamos a la costa, Fernández ha detectado unos recintos y apilamientos de piedras basálticas, que observadas en detalle muestran haber sido unidas con argamasa, y con algunas particularidades como unas perforaciones en forma de cazoleta. Finalmente, el documental nos muestra la presencia de numerosos trépanos (a veces agrupados en una especie de “nidos”), siendo algunos de aspecto muy moderno y otros de aspecto más primitivo, pero cuyo propósito sigue siendo toda una incógnita.

En definitiva, otra vez ruego el visionado de este material con la mente abierta y sin ningún tipo de prejuicio, y teniendo en cuenta que estamos hablando de prospecciones superficiales, lo cual limita mucho la posibilidad de avanzar en la comprobación de las hipótesis planteadas. En cualquier caso, Fernández concluye que muy probablemente el poblamiento humano de las Islas Canarias es mucho más antiguo de lo que se ha reconocido hasta la fecha y que tal vez pudo existir en algún momento una convivencia entre el Homo sapiens y humanoides de una gran altura.



© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: M. Fernández


viernes, 1 de septiembre de 2017

El legado del realismo fantástico




Introducción


Después de haberme dedicado durante años a estudiar el fenómeno de la arqueología alternativa, no me cabe la menor duda de que esta disciplina heterodoxa le debe mucho –o muchísimo– a otro fenómeno cultural y literario cuyos inicios podemos remontar a finales de los años 50 del pasado siglo y que responde al nombre de realismo fantástico. Hoy en día, sólo los realmente aficionados o los investigadores del género tienen una idea clara de lo que supuso este movimiento que llegó a su apogeo, en forma de aceptación popular, en los años 60 y perduró al menos hasta mediados de los años 70.

En efecto, llegados a esas fechas, este fenómeno se fue apagando progresivamente y casi se convirtió en una caricatura de lo que había sido al principio. Tal decadencia vino marcada, por un lado, por la explosión mediática y comercial del fenómeno Von Däniken, que fagocitó sin piedad a sus antecesores y puso todo el énfasis en la llamada Teoría del Antiguo Astronauta. Por otro lado, es evidente que el género murió de éxito y de excesos, dado el cansancio y el empacho experimentado por el público consumidor de este producto cultural. Y por supuesto, cambian los tiempos, las modas, los intereses, las creencias...

Sin embargo, no sería exagerado afirmar que el realismo fantástico es un muerto “muy vivo”, pues su sombra se proyecta claramente hasta nuestros días. Así, cualquiera que se adentre con cierta profundidad en la arqueología o la historia alternativa acabará por topar con el realismo fantástico, uno de los padres más destacados del género, hasta el punto de que es casi imposible eludir o negar su influencia directa o indirecta sobre la gran mayoría de los autores actuales, tanto en los temas –que siguen siendo básicamente los mismos– como en los enfoques o planteamientos teóricos.

Y pese a todo, no existe aún la inevitable página de Wikipedia dedicada a este género... ¿Por qué será? ¿Fue acaso el realismo fantástico un movimiento maldito o incómodo? ¿Qué aportó a la ciencia heterodoxa? ¿Fue un mero producto cultural de entretenimiento o subyacía en él una sólida propuesta intelectual (o incluso esotérica)? Vamos a estudiar todas estas cuestiones, sacando a relucir la deuda que muchas investigaciones o teorías alternativas tienen con él.

Los orígenes



J. Bergier
Si bien antes de 1960 ya habían surgido algunas muestras aisladas de este incipiente género, quienes le dieron forma definitiva y lo bautizaron fueron los autores franceses Louis Pauwels y Jacques Bergier[1], auténticos mitos y referentes para la arqueología alternativa así como para muchas otras materias del ámbito de lo paranormal o incluso de lo pseudocientífico (según el paradigma imperante). 

En efecto, Pauwels y Bergier publicaron en 1960 su célebre libro Le matin des magiciens, traducido aquí como “El retorno de los brujos”, y ya en sus primeras páginas expusieron abiertamente su visión y su campo de estudio, al tiempo que definían su género como “realismo fantástico”, dos términos que en principio podrían parecer antitéticos, como una especie de oxímoron. 

Veamos pues la declaración de intenciones dada por los propios autores:

“[...] nosotros no hemos ido a rebuscar del lado del sueño y de la infraconciencia, sino en el otro extremo: del lado de la ultraconciencia y de la vigilia superior. Hemos bautizado así la escuela que hemos creado: escuela del realismo fantástico. No debe verse en ella la menor afición a lo insólito, al exotismo intelectual, a lo barroco, ni a lo pintoresco. ‘El viajero cayó muerto, herido por lo pintoresco’, dice Max Jacob. No buscamos el extrañamiento. No investigamos los lejanos suburbios de la realidad; por el contrario, tratamos de instalarnos en el centro. Pensamos que la inteligencia, por poco agudizada que esté, descubre lo fantástico en el corazón mismo de la realidad. Algo fantástico que no invita a la evasión, sino, por el contrario, a una más profunda adhesión.”

Sólo a modo de brevísima reseña, cabe señalar que El retorno de los brujos se presenta como un compendio de temas heterodoxos aparentemente inconexos, pero con un hilo conductor que podríamos sintetizar en el concepto de que en verdad no podemos conocer la realidad. Dicho en otras palabras: que no podemos pretender captar la realidad –en su conjunto– desde nuestra limitada visión instalada en la “modernidad”, pues hay muchas cosas que se nos escapan y que no podemos explicar con las clásicas herramientas de la ciencia positivista (o materialista). Así, Pauwels y Bergier, personas de reconocido bagaje científico e intelectual, se adentran en la escurridiza alquimia, en el halo fantástico de las civilizaciones desaparecidas, en los llamados estudios fortianos, en el ámbito esotérico, en la parapsicología y los fenómenos paranormales, e incluso hacen una incursión en el nazismo, si bien orientándose mucho más a su faceta oculta que a la propiamente política o histórica.

En este recorrido casi iniciático los autores van alternando el mundo real con el misterio y con la incógnita, mostrándonos un cierto lado oscuro e inexplicable de las cosas que no debería ser objeto ni de espectáculo ni de desdén, sino de una aproximación seria y rigurosa, aunque desde una mentalidad abierta a todas las posibilidades, o lo que hoy llamaríamos el “pensamiento lateral”. Ello implica aplicar una cierta visión científica, pero no aquella que está limitada por las fronteras de nuestra ciencia materialista, sino la que comporta un saber profundo y espiritual que prácticamente podría relacionarse con el conocimiento esotérico, tal y como podemos constatar en este significativo párrafo, que llamó la atención de varios autores posteriores (entre ellos el malogrado Andreas Faber-Kaiser):

Es posible que lo que llamamos esoterismo, ci­miento de las sociedades secretas y de las religiones, sea el residuo difícilmente comprensible y manejable de un conocimiento muy antiguo, de naturaleza técnica, que se aplica a la vez a la materia y al espíritu. [...] Los “secretos” no serían fábulas, cuentos ni jue­gos, sino recetas técnicas precisas, llaves que abrieran los poderes contenidos en el hombre y en las cosas. [...] Nuestra visión del conocimiento pasado no está de acuerdo con el esquema “espiritualista”. Nuestra vi­sión del presente y del porvenir próximo introduce la magia donde no quiere verse más que lo racional. Para nosotros, no se trata más que de buscar corresponden­cias que nos iluminen. Éstas nos permiten situar la aventura humana en la totalidad de los tiempos. Todo lo que puede servirnos de puente es bueno para nosotros.
La secuela de "El Retorno..."

Una vez leídas estas líneas y el resto de la obra de estos dos autores –especialmente Bergier– me queda poca duda de que muy probablemente habían pasado por alguna escuela iniciática o mistérica, por no decir sociedad secreta[2]. Y lo que parece seguro, con estas premisas, es que los autores no jugaban al misterio por el misterio ni pretendían la fama y el éxito literario a cualquier precio, y sí en cambio cierta difusión de una ciencia heterodoxa y un enfoque “metafísico” de determinadas cuestiones. Este afán fue el que les llevó a fundar y publicar durante varios años una prestigiosa –y ya mítica– revista llamada Planète, que en cierto modo fue el “boletín” del realismo fantástico.

Por lo que se refiere a sus objetivos últimos, creo que Pauwels y Bergier buscaban una conexión con un público más o menos minoritario que pudiera captar sus sutilezas, sus mensajes, sus reflexiones intelectuales y sus inquietudes humanistas y espirituales. Así pues, en un mundo dividido entre las creencias y la ciencia empírica, ellos optaron por una tercera vía que fuera capaz de construir puentes entre la compleja civilización del siglo XX –con su avanzada ciencia– y los saberes tradicionales u ocultos que quedan fuera del paradigma, y que propiamente formarían parte del esoterismo. Además, hay que tener en cuenta que en esa época ya se estaba produciendo en Europa (y luego en América) una incipiente revuelta hacia lo racional, lo empírico y lo establecido, que poco más tarde cristalizaría en los movimientos contraculturales.

Charles Fort
Pero, por supuesto, nada surge de la nada. Este planteamiento ya tenía sus antecedentes en varias fuentes anteriores que podemos remontar al siglo XIX e inicios del XX. Por un lado, tenemos la herencia científica típica del mundo moderno e industrializado, mientras que por otro tenemos la literatura de la fantasía o el misterio, con ilustres representantes como Edgar A. Poe, H.G. Wells y sobre todo H.P. Lovecraft. Asimismo, tampoco fue despreciable la influencia de algunas corrientes vinculadas al esoterismo y las escuelas iniciáticas, como por ejemplo la teosofía.

Y como era previsible, tal como se ha citado anteriormente, el espíritu genuino de la ciencia acabaría por asaltar el terreno de lo misterioso y lo desconocido, no por “afición a lo insólito”, sino para hallar certezas. Este ideal fue el que posiblemente llevó a Ignatius Donnelly en el siglo XIX a estudiar “científicamente” el mito de la Atlántida y posteriormente a Charles Fort –ya en el siglo XX– a denunciar la falta de respuestas científicas ante ciertos fenómenos inexplicados, sugiriendo que tal vez deberían probarse otras vías de conocimiento o enfoques para desentrañar ciertos “misterios”.

Temas y tendencias



El realismo fantástico fue en realidad una amalgama de intereses hacia múltiples disciplinas y materias en las que se combinaba el enfoque científico –ortodoxo o heterodoxo– con la atracción por el misterio, lo desconocido y hasta “lo herético”. Y en este cajón de sastre entraron disciplinas de casi todos los ámbitos: antropología, arqueología, historia, mitología, demonología, física, zoología (o más exactamente criptozoología), geología, biología, alquimia, astronomía, astrología, esoterismo, ciencias ocultas, parapsicología o la recién nacida ufología, que impactaría a su vez en otros estudios, sobre todo en historia, arqueología y antropología, dando lugar a la ya citada Teoría del Antiguo Astronauta, esto es, la intromisión de seres extraterrestres en el nacimiento y evolución de la Humanidad.

La ufología: tema estrella en el realismo fantástico
De hecho, la ufología ya había despegado a finales de los años 40 a partir del famoso –y aún confuso– episodio de Roswell[3] y se había extendido por todo el mundo occidental e incluso por los países de la esfera soviética de entonces. En cierto modo, su desarrollo corrió en paralelo al del realismo fantástico, pues era el asunto perfecto donde confluían los mayores avances científicos del momento (la astrofísica, la carrera espacial, etc.) y las historias más fantásticas sobre seres de otros planetas, que se podían remontar a Wells y Lovecraft. Y como no podía ser de otra manera, el realismo fantástico apostó por la ufología como ciencia válida, posicionándose en contra del negacionismo oficial, si bien es cierto que luego la cuestión extraterrestre se bifurcaría entre los escépticos o críticos, que combinaban una mente abierta con cierto rigor metodológico, y los creyentes, a menudo instalados en el sensacionalismo y la simplificación.

En cuanto a los temas específicos vinculados a la historia y la arqueología que abordó el realismo fantástico, podríamos citar –sin ánimo de ser exhaustivos– los siguientes:

  • El origen del ser humano: por lo general, negando el evolucionismo darwiniano y apostando por otras vías científicas o incluso esotéricas. Como tema derivado y secundario también fue frecuente la apelación a la existencia –en la actualidad– de seres humanoides no reconocidos por la ciencia.
  •  La Atlántida y las civilizaciones desaparecidas: un auténtico clásico, repetido una y otra vez por muchos autores, principalmente a partir de los antiguos mitos y de ciertos restos arqueológicos de dudosa antigüedad.
  • El megalitismo: en relación directa con el tema anterior, este fenómeno fue visto como algo mal interpretado, misterioso e imposible técnicamente. En este ámbito, el realismo fantástico creó auténticos mitos o iconos como Baalbek, Stonehenge, Carnac, Sacsayhuamán, Tiwanaku, la isla de Pascua, etc. 

Las murallas de Sacsayhuamán (Perú): un icono creado por el realismo fantástico

  •  La Piramidología: otra materia clásica y muy repetida fue el estudio heterodoxo de las pirámides y en particular de las pirámides egipcias, y aún más en concreto, de la Gran Pirámide de Keops. Este enfoque se sustentaba en los estudios de Piazzi-Smyth y de otros autores heréticos para la egiptología y derivó en trabajos de todo tipo, desde los más rigurosos hasta las fantasías más desbocadas. 
  •  Los objetos imposibles: ya antes de que Ivan Sanderson lanzara el famoso concepto de oopart[4], algunos autores se empezaron a interesar por determinados objetos o artefactos que teóricamente estaban fuera de su contexto espacio-temporal y que luego se convirtieron en iconos de la arqueología alternativa: la pila de Bagdad, el mapa de Piri Reis, las “bombillas” de Dendera, las piedras de Ica, los discos Dropa, etc.
  • La Teoría del Antiguo Astronauta: la ya mencionada y omnipresente visión de los extraterrestres como antiguos dioses y creadores del ser humano (y/o de la civilización) dio muchísimo juego a casi todos los autores y acabó por tener un éxito popular global con Erich Von Däniken. Asimismo, esta tendencia supuso una reinterpretación completa de la Prehistoria y de las antiguas civilizaciones, afirmando incluso que éstas tenían conocimientos que resultan incomprensibles (o inalcanzables) para la moderna ciencia.
  • La arqueoastronomía: a partir sobre todo del trabajo de Alexander Thom, hubo un gran interés por reivindicar los conocimientos astronómicos de los antiguos y por remarcar la relación entre los megalitos y las observaciones astronómicas.
  • Los episodios históricos alternativos: propuestas que retaban la versión oficial de la historia, introduciendo con frecuencia elementos polémicos, paranormales o esotéricos, como por ejemplo el falso descubrimiento de América por Colón, la existencia de gigantes en un remoto pasado, el misterio de Rennes-le-Chateau, los cátaros, el Santo Grial, el significado oculto de las catedrales, el nazismo esotérico, los viajes en el tiempo, las desapariciones inexplicables, las maldiciones de faraones, etc.
  • Personajes históricos misteriosos o peculiares por algún motivo: el conde de Saint-Germain, Cagliostro, Nostradamus, Edgar Cayce, etc.


Los autores y los libros



A continuación repasaremos al menos someramente los autores más sobresalientes del género (centrándonos en el ámbito de la historia y la arqueología), que nació y creció en Europa occidental, sobre todo en Francia, aunque no tardó mucho en extenderse a América y a la Unión Soviética de aquella época.

Así por ejemplo, el escritor italiano Pietro Colosimo –que firmaba como Peter Kolosimo– ya en 1957 abrió las puertas al género con otro clásico, Il pianeta sconosciuto (“El planeta desconocido”), que era toda una oda al misterio científico, a aquello que se mantenía aún oculto para las ciencias naturales y sociales, proponiendo que podían existir en nuestro mundo diversas “rarezas” que seguían escapando a la comprensión racional o a las observaciones científicas habituales. Kolosimo sería uno de los autores más leídos y admirados del género, con obras que irían desde la parapsicología a la arqueología alternativa, y entre las que cabe destacar Tierra sin tiempo y No es terrestre.

Si saltamos a Francia, aquí tenemos un amplio plantel de autores de gran renombre, empezando por los ya citados Pauwels y Bergier, padres del género, de los cuales también se ha de destacar otras dos obras conjuntas: La rebelión de los brujos y El planeta de las posibilidades imposibles. Jacques Bergier también publicó en solitario otros trabajos relativamente menores y redundantes como El libro de lo inexplicable, Los extraterrestres en la Historia o Visado para otra Tierra.

Asimismo, se han de citar a otros notables autores franceses que gozaron de cierto éxito literario, como Robert Charroux (pseudónimo de Robert Grugeau), cuya obra más destacada fue sin duda Histoire inconnue des hommes depuis cent mille ans (“Cien mil años de historia desconocida”), publicada en 1963, si bien cabría citar igualmente El enigma de los Andes y El Libro de los Mundos Olvidados. Después tenemos al periodista y viajero Louis Charpentier, autor de los años 60 y 70 que escribió libros tan interesantes como El enigma de la catedral de Chartres, El misterio vasco, El misterio de los templarios y Los gigantes y el misterio de los orígenes.

Y aunque tal vez sean escritores un poco menos conocidos, es oportuno citar también a Serge Hutin, autor de Las civilizaciones desconocidas y Los gnósticos, y a Gerard de Sède, especializado en el tema medieval y esotérico, que escribió El tesoro cátaro y El oro de Rennes. Asimismo, vale la pena mencionar algunas obras específicas interesantes por determinados conceptos, como El enigma de la Gran Pirámide, de André Pochan; Desapariciones misteriosas, de Patrice Gaston; El misticismo, de Aimé Michel y La fantástica isla de Pascua, de Francis Mazière.

Si pasamos al ámbito anglosajón, quizá el realismo fantástico no tuvo tanto impacto debido a la clara frontera que separaba allí la ciencia de la fantasía literaria, pero aun así hay que citar a algunos autores como el británico Raymond Drake que en 1964 publicó Gods or spacemen? (“¿Dioses o astronautas?”) o a su compatriota Peter Tompkins, que en 1972 escribió Secrets of the Great Pyramid (“Los secretos de la Gran Pirámide”). También es destacable el extensísimo trabajo del filósofo y escritor Colin Wilson, que tocó el género desde los años 70 hasta bien entrados los 90, en lo que podríamos denominar el “post-realismo fantástico”.

En los EE UU prácticamente no existió el género como tal, pero es imposible no referirse a Charles Hapgood, cuya obra heterodoxa de 1966 Maps of the ancient sea kings (“Mapas de los antiguos reyes del mar”) fue ampliamente citado por los autores europeos del género y se convirtió en todo un referente para muchísimos autores de arqueología alternativa posteriores. Asimismo, el zoólogo de origen escocés Ivan T. Sanderson puso su granito de arena con investigaciones en diversos campos heterodoxos como la ufología, la criptozoología, las desapariciones y los ooparts. Entre otros libros, publicó en 1972 Investigating the Unexplained (“Investigando lo inexplicado”). Y todavía podríamos citar al famoso autor Charles Berlitz, que escribió best-sellers relacionados con los fenómenos paranormales y las civilizaciones perdidas, siendo su obra cumbre la dedicada al Triángulo de las Bermudas. En cuanto a la América Latina, la aportación al género prácticamente se quedaría en una sola persona: el investigador peruano Daniel Ruzo, que escribió sobre las profecías de Nostradamus y las civilizaciones desaparecidas[5].

En cuanto a Rusia, cabe destacar básicamente a dos autores: el físico y matemático Matest Agrest y el escritor Andrew Tomas (un pseudónimo), ambos centrados en las civilizaciones desaparecidas, el cosmos, las presencias extraterrestres y los fenómenos científicos situados en las fronteras del paradigma. La influencia de Agrest en famosos autores posteriores –como Von Däniken y Sitchin– fue muy notable, al ser uno de los primeros proponentes de la Teoría del Antiguo Astronauta.

E. Von Däniken
Y precisamente es obligado hablar ahora del suizo Erich Von Däniken, que para muchos no sería en realidad un escritor de realismo fantástico, sino un simple aprovechado con visión comercial. En efecto, frente a la pátina intelectual y minoritaria del género en estado puro, Von Däniken se muestra como un fenómeno cultural de masas que explotó los temas ya conocidos con habilidad, espectáculo y sensacionalismo, incluyendo el salto al medio audiovisual. De hecho, su aportación en contenidos fue más bien escasa y llegó a ser acusado de plagio por los editores de Charroux, aunque al final se alcanzó un acuerdo amistoso entre las partes.

De alguna manera, Von Däniken representa al mismo tiempo la culminación y la decadencia del género, pues su primer libro Recuerdos del futuro[6] (1968) fue todo un best-seller mundial que recogía la mayoría de tópicos ya expuestos por otros autores y le daba la enésima vuelta de tuerca al tema de los dioses-astronautas. Detrás de esta obra vino Regreso a las estrellas y luego otras muchas que ampliaron los temas originales pero sin aportar nada radicalmente nuevo. Con todo, y a pesar de las múltiples críticas que recibió el polémico trabajo de Von Däniken, sus obras –al menos las primeras– son una muestra genuina de los últimos coletazos del género, que se reinventó poco después con la aparición de Zecharia Sitchin, otro autor de referencia, aunque ya difícilmente podríamos hablar ya de realismo fantástico “clásico”.

Finalmente, nos referiremos de forma breve a la aportación española, que más bien fue una secuela relativamente tardía del género, con una fuerte influencia de la temática ufológica y de la Teoría de los Antiguos Astronautas. Así, es obligado mencionar a los pioneros Antoni Ribera y Andreas Faber-Kaiser, autor de ¿Sacerdotes o cosmonautas? (1971) y luego de otras muchas obras de referencia de la ufología y de la arqueología alternativa. También destacaron en esa primera época otros investigadores como Fernando Jiménez del Oso, J. J. Benítez y Juan G.ª Atienza, que tocaron básicamente los mismos asuntos que el realismo fantástico original: civilizaciones desaparecidas, dioses alienígenas, fenómenos paranormales, magia y esoterismo, etc.

En cuanto a la iniciativa editorial en España, cabe reseñar que Ribera –aparte de publicar muchos libros y traducir a varios autores extranjeros– fue editor de una efímera revista alternativa llamada Horizonte, que se inspiraba directamente en la publicación Planète, de Bergier y Pauwels. A su vez, Faber-Kaiser fundó años más tarde, junto con A.Vignati, otra mítica revista de referencia: Mundo desconocido. Asimismo, es muy reseñable el esfuerzo de la editorial barcelonesa Plaza y Janés, que lanzó en los años 70 e inicios de los 80 dos amplias colecciones sobre el realismo fantástico internacional: Otros Mundos y Realismo fantástico. Obviamente, estos títulos se dejaron de imprimir hace más de 30 años y son muy buscados por los coleccionistas.

La herencia



G. Hancock
A mediados de los 70, justo cuando Von Däniken empezó su declive y la mayoría de autores fantásticos escribían sus últimas obras, aparecieron Temple y Sitchin para dar un fuerte impulso a la arqueología alternativa, retomando conceptos ya expuestos muchos años atrás. El género como tal se extinguió entonces, pero a inicios de los 90 nuevos autores volvieron a encender la llama de los antiguos temas y las antiguas reflexiones sobre el pasado. Y así renació la vieja rebelión de los brujos contra la ciencia académica, con nombres como Bauval, Hancock, Collins, West, Cremo, Alford y tantos otros. Así pues, es muy posible que sin la influencia del realismo fantástico no se hubiera retomado la crítica de cientos de verdades históricas y arqueológicas que el estamento académico actual aún defiende a muerte, mientras envía a los autores alternativos al limbo de los descarriados, los ignorantes o los aprovechados.

Y si bien es cierto que nunca podremos negar la parte de negocio cultural de este género –antes y ahora– ni la irresistible atracción por el misterio, la rebeldía intelectual y la negación de los dogmas, hemos de admitir que hay algo más. Pauwels y Bergier nos dejaron bien claro que la ciencia actual, inmersa completamente en el paradigma materialista-reduccionista, no sólo no tiene todas las respuestas sino que desconoce, ignora o aparca muchos temas incómodos, para los cuales sus herramientas teóricas y metodológicas son totalmente inservibles. Hay otros modos de saber, hay vías de conocimiento reservadas para unos pocos. Esto ya lo dijeron los proponentes del realismo fantástico hace más de medio siglo, y en la actualidad autores como Jonathan Black reinciden en esta misma idea. No será por casualidad.

© Xavier Bartlett 2017


Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor





[1] En realidad, ninguno de los dos era francés de origen. Pauwels tenía origen belga y Bergier, de estirpe judía, había nacido en Ucrania y su verdadero nombre era Jacob Mijailovich Berger.

[2] Sin ir más lejos, de Bergier se ha dicho que tuvo un fugaz encuentro en los años 30 con el misterioso (y famoso) alquimista que usaba el pseudónimo de Fulcanelli, autor de “El misterio de las catedrales”.

[3] Incidente ocurrido en Roswell (Nuevo México, EE UU) en 1947, en que hipotéticamente se habría estrellado un platillo volante y se habrían recuperado los cuerpos de los tripulantes alienígenas.

[4] Out-of-Place-Artifact: artefacto fuera de lugar (o de tiempo)

[5] En concreto, identificó en Marcahuasi (Perú) los restos de una civilización perdida que llamó Masma.


[6] El título original era Erinnerungen an die zukunft, y en inglés apareció como Chariots of the Gods?