¿Es el origen del hombre y de la civilización tal como nos la
cuentan en la escuela o en la universidad? ¿Qué grado de certeza tenemos
respecto de algunas concepciones ya consolidadas? Frente a la investigación
académica, numerosos autores han explotado un género literario, conocido como historia
o arqueología alternativa, que reta el conocimiento aceptado según
el consenso científico. Este fenómeno, que pretende “rescribir la historia”, ha
sido sin duda un éxito de ventas durante mucho tiempo, pero... ¿hasta qué punto
sus postulados son creíbles? ¿Es posible que algunas de las propuestas
alternativas apunten a nuevas líneas de investigación o bien son meras
especulaciones basadas en la atracción por el misterio? ¿Pueden aportar
algo al debate científico o son simples productos culturales de consumo?
Todas estas cuestiones me
llamaron la atención hace ya algunos años y se plasmaron en un proyecto de
documentación e investigación que a su vez se tradujo finalmente en el libro
“La historia imperfecta: una introducción a la historia alternativa”, publicado
el pasado mes de mayo de 2015 por Ediciones Obelisco.
A modo de muestra de los
contenidos incluyo aquí unos breves fragmentos de diversos capítulos:
Capítulo 1: El fenómeno de la Historia Alternativa
«Finalmente,
cabe citar un cierto aire de vuelta al misticismo o espiritualismo, que bordea
la frontera del ámbito de los temas ocultos antes mencionados. En efecto,
muchos autores de la Historia Alternativa han visto el pasado remoto como una
época de valores espirituales superiores. Esta visión no es estrictamente
religiosa, sino más bien filosófica o antropológica, enfocada a una comprensión
diferente del universo, en la que predomina la idea de una armonía entre el
hombre, su entorno natural y el cosmos, lejos de los principios materialistas y
consumistas que dominan la sociedad occidental de hoy en día. Así, el estudio
de antiguas civilizaciones ha supuesto para algunos autores el redescubrimiento
de cierta espiritualidad perdida, que en bastantes casos es reivindicada para
poder explicar correctamente muchos rasgos esenciales de esas culturas. De este
modo, han surgido nuevas interpretaciones que se alejan de los enfoques
científicos ortodoxos –más “materialistas”– y que en general no han hecho más
que agrandar la distancia entre la historia académica y la Historia Alternativa.
Como variante del
punto anterior tenemos una Historia Alternativa con múltiples conexiones con el
conocimiento esotérico o hermético. Varios autores han explorado estas vías,
como Jonathan Black, que en su libro La historia secreta del mundo (2010) nos muestra un camino bastante
distinto al científico para abordar el conocimiento de la humanidad. Black cree
que la Historia Alternativa tiene una clara orientación hacia las últimas
preguntas que se hacen los hombres y así, en lugar de discutir las verdades
científicas, ofrece una historia interpretada desde las sociedades secretas o
las tradiciones esotéricas, que
empuja a considerar que lo oculto
puede ser lo verdadero. En este
sentido, Black afirma que muchas personas que a lo largo de los siglos
accedieron a altos conocimientos no utilizaron el método científico, sino que
se valieron de enseñanzas ocultas. Lo cierto es que en muchas ocasiones los
investigadores alternativos que estudian los misterios del pasado acaban por
verse inmersos en este tipo de literatura que combina el análisis histórico con
una interpretación de tipo esotérico, entendiendo el esoterismo como una forma
de pervivencia de las antiguas creencias. Por poner un ejemplo, dos autores tan
entregados al estudio de las antiguas civilizaciones como Graham Hancock y
Robert Bauval coescribieron el libro Talismán:
arquitectura y masonería (2004), un repaso histórico de la influencia de
las sociedades secretas –básicamente la masonería– en la arquitectura desde la
Edad Media.»
Capítulo 6: De la leyenda a la realidad
«En su obra Hamlet’s Mill (1969), Giorgio de Santillana y Hertha Von Dechend
realizaron un exhaustivo estudio comparativo de la mitología de muchas antiguas
culturas del planeta y descubrieron –según su punto de vista– que la mayoría de
relatos míticos escondían un inesperado saber más o menos codificado sobre
diversos aspectos del ámbito de la astronomía. Este libro, escrito por dos
personas procedentes del mundo académico, causó cierto revuelo porque lo que
proponían era bastante heterodoxo y audaz, en particular porque su material de
trabajo era algo tan intangible y manipulable como la antigua mitología.
El título del libro aludía a la leyenda
nórdica del molino de Amlodhi o
Amleth (nombre arcaico de Hamlet). Este molino era un símbolo de abundancia y
estabilidad en una plácida época, la famosa Edad de Oro. Pero cuando finalizó
esta época, el molino se rompió y produjo sal. Tras ser robado por dos
gigantes, el barco que lo transportaba se hundió y acabó siendo tragado por las
aguas del mar. Allí empezó a moler roca y arena, creando de este modo un
tremendo remolino llamado maelstrom. Los
autores identificaron esta historia con un proceso astronómico. Así, el molino,
como instrumento circular, representaría el paso del sol por todas las
constelaciones del Zodíaco y las alteraciones del molino serían una alegoría de
los cambios precesionales.
De Santillana y Von Dechend, en un capítulo
expresamente titulado Historia, mito y
realidad, proponen la tesis de que el saber reservado a unos pocos (tal vez
una élite científico-religiosa) era transmitido a toda la comunidad mediante
una simple historia que todo el mundo podía entender, aprender y transmitir,
del mismo modo que se enseñan los cuentos a los niños. A veces estas historias
pueden parecer absurdas o incoherentes hasta que uno se da cuenta de que están
construidas con piezas que forman parte de un sistema, y que una vez realizadas
las conexiones correctas entre dichas piezas, todo encaja perfectamente (esto
es, el mito adquiere un sentido determinado). En efecto, del estudio de los
mitos los autores extrajeron la conclusión de que en tiempos muy remotos los
antiguos conocían fenómenos astronómicos relativamente complejos como la
precesión de los equinoccios, que teóricamente no fue descubierta por la
ciencia hasta el siglo II a. C. por Hiparco de Nicea. Y lo que es más, detrás
de ese saber mitológico, sugirieron que había un único origen, una cultura
avanzada que existió en tiempos arcaicos (hacia el 4000 a.C. aproximadamente).»
Capítulo 11: La piramidología
«Por otra parte, algunos autores alternativos han sacado
a colación algunas características especialmente portentosas de la Gran
Pirámide, que no les acaban de encajar en lo que sería la ciencia y la
tecnología de la edad del Bronce. Por un lado, está la casi perfecta nivelación
del terreno para un área tan grande, tarea que no debía resultar fácil y para
la que se ha especulado con el simple uso del agua como instrumento de nivel.
También se suele incidir en la escasa capacidad de las herramientas de los
egipcios (de cobre, bronce, o piedra) para tallar grandes bloques de caliza y
sobre todo de granito. Asimismo, muchos resaltan que la gran exactitud en la orientación
a los puntos cardinales resulta admirable para unos instrumentos topográficos
muy simples. Nadie discute que no pudieran orientar con precisión las
estructuras a los puntos cardinales, sino cómo cometieron un error tan ínfimo,
cosa más propia de los modernos aparatos de topografía. Y, en resumen, se
afirma a menudo que al menos las enormes pirámides de piedra de la IV dinastía
parecen ser toda una afrenta al sentido común por su sublime maestría y
particularmente por haber sido realizadas –teóricamente– durante el tiempo de
reinado de cada uno de los faraones (¡y a Sneferu se le atribuyen al menos tres
pirámides!).
Lógicamente, si se desecha la versión oficial, deben ofrecerse hipótesis
alternativas que resulten creíbles. En este ámbito, lo más parecido a un
intento de explicación basada en pruebas científicas fue la iniciativa, ya
mencionada, del ingeniero francés Joseph Davidovits, que realizó diversas
pruebas con muestras de piedra caliza de la Gran Pirámide y propuso una
solución en la que pocos habían reparado: la construcción fue más fácil
simplemente porque se usó “cemento” en vez de piedra tallada.
La teoría de Davidovits se fundamenta en que los egipcios poseían la
técnica de realizar bloques prefabricados, a partir de una especie de un conglomerado
artificial que él denomina geopolímero. Quizá el resultado más
sorprendente que obtuvo, aparte de reproducir un bloque de caliza con esta
técnica, fue el de una muestra tomada en el canal ascendente de la Gran
Pirámide, en la cual se hallaron burbujas de aire y fibras orgánicas (una de
las cuales podría ser un cabello humano). Asimismo, otros autores han llamado
la atención sobre la diferente densidad de las piedras analizadas o la
presencia de trazas de moldes o tablas utilizados para el fraguado. De todos
modos, la propuesta de Davidovits, aunque ha sido objeto de amplia discusión,
no ha sido aceptada por la comunidad arqueológica.»
© Xavier Bartlett 2015
© Ediciones Obelisco 2015
1 comentario:
Saludo la publicación de un libro que señala las nuevas líneas de investigación abiertas, cuando hasta hace poco, verbigracia, se sostenía oficialmente que el hombre de Neanderthal y el homo sapiens no convivieron. Espero poder respaldar con un blog en ciernes, enigmasinexplicados, el inconsiderado pero apasionante buceo en la sabiduría antigua de Xavier Bartlett.
Le felicito por su afán.
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