En esta entrada me
voy a desviar un poco de la temática alternativa habitual, pero creo que vale
la pena incidir en uno de los mayores problemas que afrontan tanto los
investigadores académicos como los heterodoxos: el desciframiento de escrituras
que dejaron de usarse hace siglos o milenios. Este asunto es fundamental para
historiadores y arqueólogos, pues la escritura es el elemento que nos permite
definir la frontera entre la prehistoria (sin documentos escritos) y la
historia (con dichos documentos)[1].
Ni que decir tiene que disponer de esa documentación nos aporta un conocimiento más profundo de cualquier sociedad, pudiendo acceder a múltiples datos sobre su sistema político, su cosmovisión, sus creencias, su contexto social y económico, sus vivencias, sus hechos históricos, etc. Todo lo demás es la pura interpretación de los restos físicos que nos dejaron los humanos que nunca llegaron a desarrollar una escritura. Por eso, el descubrir una cultura antigua con alguna forma de escritura es todo un caramelo que invita a los máximos esfuerzos para poder extraer esa preciada información.
Sin embargo, la experiencia científica nos confirma que el desciframiento de escrituras arcaicas no es tarea fácil; generalmente ha sido un gran rompecabezas que a veces –tras muchos años de trabajo– ha podido ser resuelto… y otras tantas veces no. Ha habido grandes logros, pero también grandes fracasos. Más de un experto se ha devanado los sesos buscando las claves y jamás las ha encontrado, o ha lanzado alguna interpretación aventurada que no ha tenido el apoyo o consenso de sus colegas. Pero esta es la esencia de la arqueología, que suele trabajar con un material muy precario en cantidad y calidad, y por ello ni los mejores profesionales pueden alcanzar el éxito si no disponen de un marco de conocimiento sólido y suficiente, sin olvidar el papel de los golpes de suerte o las intuiciones. Después está el tema de los egos y la colaboración –o la falta de ella– a la hora de encarar el desciframiento, lo que puede acelerar o retardar los resultados.
Para situarnos, empezaremos por plantear los problemas más habituales que los especialistas han encontrado a la hora de descifrar con éxito una escritura desconocida:
1. Es necesario tener un mínimo de textos para poder emprender un desciframiento exitoso. Si no disponemos de un corpus abundante con el que trabajar en paralelo, hacer comparaciones y delimitar el alcance de la escritura, se hace muy complicado poder descifrarla. Hay que tener muchas palabras o signos, en textos variados y lo suficientemente largos. De lo contrario, podemos encontrarnos con interpretaciones parciales o pobres... o imposibles. Por ejemplo, la escritura del famoso disco de Faistos es única; no hay otro ejemplo de esta escritura en ninguna parte, aunque sí algunos signos parecidos hallados en otras inscripciones. Y a pesar de esta limitación, se han propuesto cientos de interpretaciones, algunas realmente muy audaces. Por cierto, hace años que planea la sombra del fraude sobre tal pieza, como ya expuse en otra entrada de este blog.
Ni que decir tiene que disponer de esa documentación nos aporta un conocimiento más profundo de cualquier sociedad, pudiendo acceder a múltiples datos sobre su sistema político, su cosmovisión, sus creencias, su contexto social y económico, sus vivencias, sus hechos históricos, etc. Todo lo demás es la pura interpretación de los restos físicos que nos dejaron los humanos que nunca llegaron a desarrollar una escritura. Por eso, el descubrir una cultura antigua con alguna forma de escritura es todo un caramelo que invita a los máximos esfuerzos para poder extraer esa preciada información.
Sin embargo, la experiencia científica nos confirma que el desciframiento de escrituras arcaicas no es tarea fácil; generalmente ha sido un gran rompecabezas que a veces –tras muchos años de trabajo– ha podido ser resuelto… y otras tantas veces no. Ha habido grandes logros, pero también grandes fracasos. Más de un experto se ha devanado los sesos buscando las claves y jamás las ha encontrado, o ha lanzado alguna interpretación aventurada que no ha tenido el apoyo o consenso de sus colegas. Pero esta es la esencia de la arqueología, que suele trabajar con un material muy precario en cantidad y calidad, y por ello ni los mejores profesionales pueden alcanzar el éxito si no disponen de un marco de conocimiento sólido y suficiente, sin olvidar el papel de los golpes de suerte o las intuiciones. Después está el tema de los egos y la colaboración –o la falta de ella– a la hora de encarar el desciframiento, lo que puede acelerar o retardar los resultados.
Para situarnos, empezaremos por plantear los problemas más habituales que los especialistas han encontrado a la hora de descifrar con éxito una escritura desconocida:
1. Es necesario tener un mínimo de textos para poder emprender un desciframiento exitoso. Si no disponemos de un corpus abundante con el que trabajar en paralelo, hacer comparaciones y delimitar el alcance de la escritura, se hace muy complicado poder descifrarla. Hay que tener muchas palabras o signos, en textos variados y lo suficientemente largos. De lo contrario, podemos encontrarnos con interpretaciones parciales o pobres... o imposibles. Por ejemplo, la escritura del famoso disco de Faistos es única; no hay otro ejemplo de esta escritura en ninguna parte, aunque sí algunos signos parecidos hallados en otras inscripciones. Y a pesar de esta limitación, se han propuesto cientos de interpretaciones, algunas realmente muy audaces. Por cierto, hace años que planea la sombra del fraude sobre tal pieza, como ya expuse en otra entrada de este blog.
El misterioso disco de Faistos, cuya escritura sigue sin ser descifrada (...suponiendo que sea auténtica) |
2. Es fundamental
identificar si los signos a descifrar representan conceptos o bien sonidos que se
agrupan para formar palabras. Así, podemos tener un sistema ideográfico (representaciones
de objetos o conceptos), o un sistema alfabético (fonemas), que a su vez puede
estar compuesto de letras o sílabas. Normalmente, el primer sistema puede tener
cientos –o incluso miles– de signos mientras que el segundo es mucho más
limitado, ya que se refiere a consonantes y vocales, o algunas combinaciones
entre ambas. Como norma, cuando la cantidad de signos identificados es muy alta
se da por hecho que estamos ante un sistema ideográfico y cuando la cantidad es
baja, ante un alfabeto. La cosa, no obstante, se puede complicar mucho, pues
a menudo no es fácil dilucidar si estamos ante signos distintos o bien ante variantes
de un mismo signo, y si esas variaciones tienen un impacto en términos de
significado.
3. También se debe tener en cuenta la existencia de sistemas mixtos (con parte fonética y parte conceptual), como de hecho lo era la escritura jeroglífica egipcia. Por tanto, muchas veces el descifrador se enfrenta a los “dibujillos”, “trazos” o “garabatos” sin saber exactamente qué son, y el primer paso debe ser precisamente aclarar si se está ante ideogramas puros o ante letras, teniendo en cuenta que el simple dibujo del objeto (pictograma) se convirtió por evolución en glifo[2] (o jeroglífico), que ya tenía un valor fonético, antes de llegar al estadio “abstracto” de letra, pero ésta no es una regla universal, ya que muchos glifos se mantuvieron como conceptos mientras que otros llegaron a funcionar como fonemas individuales.
3. También se debe tener en cuenta la existencia de sistemas mixtos (con parte fonética y parte conceptual), como de hecho lo era la escritura jeroglífica egipcia. Por tanto, muchas veces el descifrador se enfrenta a los “dibujillos”, “trazos” o “garabatos” sin saber exactamente qué son, y el primer paso debe ser precisamente aclarar si se está ante ideogramas puros o ante letras, teniendo en cuenta que el simple dibujo del objeto (pictograma) se convirtió por evolución en glifo[2] (o jeroglífico), que ya tenía un valor fonético, antes de llegar al estadio “abstracto” de letra, pero ésta no es una regla universal, ya que muchos glifos se mantuvieron como conceptos mientras que otros llegaron a funcionar como fonemas individuales.
Tablilla con texto cuneiforme |
4. Incluso cuando se
consigue identificar los signos y darles un valor fonético, existe la
dificultad obvia de no saber en principio a qué lengua representan. Muchos idiomas
actuales se escriben con el alfabeto latino y los podemos “leer” –con más o
menos acierto fonético– pero no sabemos lo que dicen a menos que conozcamos el código
oral (la lengua en cuestión). Asimismo, no resulta muy complicado escribir la
lengua que hablamos con las letras de un alfabeto distinto. Por ejemplo, puedo
escribir castellano –con algunas
adaptaciones– con el alfabeto griego; eso sí, no me pidan que traduzca un texto
en lengua griega, porque no lo voy a entender ni en caracteres latinos ni en
griegos. Esto se aplica igualmente a las lenguas arcaicas, pues algunos pueblos
compartieron sistemas de escritura idénticos o muy similares (por ejemplo, el cuneiforme), pero para
escribir lenguas bien distintas, con el agravante de que hace muchos siglos que
dejaron de hablarse. Esto, por decirlo así, es hacer la mitad del camino. Este
es el caso de la escritura etrusca, la cual podemos leer fácilmente (pues sus
signos procedían de alfabetos ya conocidos), pero que nunca ha sido interpretada,
a pesar de algunas certezas parciales.
5. Se debe trabajar con una hipótesis más o menos coherente sobre qué idioma puede haber detrás de una escritura, a partir de conocimientos históricos, arqueológicos y filológicos previos. Así, hay que suponer que la lengua a descubrir era propia de esa región en el tiempo en que se datan los textos, según las coordenadas espaciotemporales. De este modo, se pueden hacer intentos de comparación para casar los signos (o fonemas) de la escritura estudiada con los de la lengua base de la hipótesis. Este es un medio eficaz para avanzar en la labor, que incluye determinadas técnicas y métodos de estadística y criptografía para encontrar esas relaciones. En esta tarea a veces se dispone de inscripciones bilingües con una lengua conocida que puede ayudar mucho (pues se infiere que ambos textos deben decir lo mismo), pero raramente se dan estos casos, al menos en una cantidad representativa y útil. En otros, empero, resultan clave, como ocurrió con la Piedra de Rosetta.
5. Se debe trabajar con una hipótesis más o menos coherente sobre qué idioma puede haber detrás de una escritura, a partir de conocimientos históricos, arqueológicos y filológicos previos. Así, hay que suponer que la lengua a descubrir era propia de esa región en el tiempo en que se datan los textos, según las coordenadas espaciotemporales. De este modo, se pueden hacer intentos de comparación para casar los signos (o fonemas) de la escritura estudiada con los de la lengua base de la hipótesis. Este es un medio eficaz para avanzar en la labor, que incluye determinadas técnicas y métodos de estadística y criptografía para encontrar esas relaciones. En esta tarea a veces se dispone de inscripciones bilingües con una lengua conocida que puede ayudar mucho (pues se infiere que ambos textos deben decir lo mismo), pero raramente se dan estos casos, al menos en una cantidad representativa y útil. En otros, empero, resultan clave, como ocurrió con la Piedra de Rosetta.
Textos de las Pirámides |
6. Llegados a una
sólida comprensión sobre la escritura y la lengua que hay detrás de ella,
siempre está el factor de incertidumbre o margen de interpretación. Como se
trabaja con idiomas muertos que tienen –aunque no siempre– descendientes
modernos (los cuales nos permiten reconocer la lengua arcaica), hay que
considerar que la lengua ha evolucionado y que ha variado bastante con el paso
del tiempo. Esto implica que no se puede estar seguro de todas las palabras,
sonidos o significados, aparte de las pocas o muchas divergencias en cuestiones
morfológicas, sintácticas o gramaticales. Con todo esto, cada experto acaba
haciendo su propia interpretación según su conocimiento y criterio. Esta es la
razón por la que existen traducciones diferentes de un mismo texto antiguo (por
ejemplo, los Textos de las Pirámides).
A continuación, expondré a grandes rasgos algunas de las investigaciones más notables en este campo, que incluyen éxitos y fracasos, como es propio de la ciencia. Empezaremos por un caso muy famoso: el desciframiento de los antiguos jeroglíficos egipcios a cargo del francés Jean-François Champollion a inicios del siglo XIX.
A continuación, expondré a grandes rasgos algunas de las investigaciones más notables en este campo, que incluyen éxitos y fracasos, como es propio de la ciencia. Empezaremos por un caso muy famoso: el desciframiento de los antiguos jeroglíficos egipcios a cargo del francés Jean-François Champollion a inicios del siglo XIX.
A finales del siglo XVIII, la escritura egipcia jeroglífica era bien conocida por los eruditos europeos, pero eran incapaces de descifrarla pues había caído en desuso en época romana, y ya nadie la podía leer ni escribir. Todo cambió en 1799, cuando un oficial francés de la expedición napoleónica a Egipto descubrió la célebre piedra de Rosetta (Rashid), con una inscripción en tres escrituras: griego clásico, demótico y jeroglífico. Se intuía que el demótico era una evolución tardía del jeroglífico, pasando por el hierático, pero aún era tan ilegible como el jeroglífico. Por suerte, el griego era plenamente accesible, y así se supo que se trataba del llamado decreto de Menfis del año 196 a. C., que establecía el culto al faraón Ptolomeo V. El siguiente paso era pues comparar el texto griego con el jeroglífico (y secundariamente, el demótico). Muchos estudiosos iniciaron entonces una carrera por descifrar la escritura jeroglífica, pero sin conseguir grandes progresos ni una visión de conjunto. Entre estos, destacó el físico inglés Thomas Young, que avanzó con el demótico, identificó algunos nombres y aportó pistas muy acertadas, pero la fama estaba reservada para un solo hombre, el que obtuvo la clave definitiva.
Jean-François Champollion,
que era un joven erudito apasionado por Egipto, fue el que se llevó el gato al
agua gracias principalmente a dos factores que ya habían sido insinuados por
otros expertos: 1) considerar que la lengua de los jeroglíficos debía
corresponder al idioma copto hablado sólo en Egipto, y 2) plantear que el
jeroglífico era un sistema mixto, una mezcla de ideogramas puros (conceptos) y de
signos que equivalían a fonemas. Ahora bien, la chispa que encendió la
descodificación fue un golpe de intuición que no llegó hasta 1822. Champollion
supuso que el texto jeroglífico debía reflejar lógicamente el nombre del faraón
mencionado en el texto griego, que era Ptolomeo (Πτολεμαιοϛ -
Ptolemaios). Entonces se fijó en los famosos cartuchos que encerraban varios jeroglíficos en su interior y pensó
que podían contener el nombre del monarca. En tal caso, los jeroglíficos
representarían más o menos fielmente un nombre extranjero (griego), con lo cual
debería existir una correlación fonética entre los glifos egipcios y las letras
griegas. Así pues, sustituyó las letras griegas por los signos jeroglíficos… ¡y
casaban! No obstante, para estar seguro, tomó otra inscripción en jeroglífico
de un obelisco sito en Londres que incluía una mención en griego a una reina
Cleopatra y a otro Ptolomeo. Además, dado que ambos nombres tenían alguna letra
en común, podía sacar conclusiones sólidas. Y una vez más, Champollion sustituyó
las letras griegas de ambos nombres por los signos insertados en los cartuchos,
¡y de nuevo coincidían, con las letras comunes en sus correspondientes
posiciones!
Texto jeroglífico con determinativos |
Manuscrito copto |
Como vemos, el caso del antiguo Egipto es un ejemplo de éxito completo[4], pues de ser un montón de ruinas mudas, maltrechas y olvidadas, el país del Nilo se ha convertido en objeto constante de investigaciones arqueológicas en los últimos 200 años, con la posibilidad de leer con garantías todos los textos de época faraónica. Sin embargo, una pequeña parte de la historia de Egipto nos ha quedado velada porque no se ha conseguido descubrir el secreto de otra escritura, la llamada meroítica, propia del reino de Kush (o Nubia), entre el sur de Egipto y norte del Sudán, cuya capital era la ciudad de Méroe. Esta región estuvo siempre muy ligada al devenir del Egipto faraónico e incluso durante un tiempo dominó todo Egipto, en época tardía. Sabemos que la escritura meroítica se empleó durante muchos siglos y que duró al menos hasta el siglo IV de nuestra era.
Lo cierto es que esta escritura no parecía muy compleja, pues se asemejaba mucho a los jeroglíficos egipcios (por una lógica influencia cultural), pero a un nivel mucho más simple. De hecho, los expertos, gracias a las inscripciones bilingües egipcio-meroíticas, observaron que los antiguos nubios usaron sólo 23 glifos, casi todos de origen egipcio, y los adaptaron –incluyendo una versión cursiva– a un sistema alfabético, en funciones de consonantes y vocales. El egiptólogo inglés Francis L. Griffith, ya en 1909, pudo descifrar la escritura con cierta exactitud, pero el problema principal –que a día de hoy aún persiste– es que la lengua de base no es el egipcio, pero tampoco el idioma nubio conocido ni otras lenguas africanas de la zona. Y por desgracia, en este caso no tenemos ningún “copto”, en forma de nubio arcaico, ni tampoco ninguna inscripción bilingüe de cierta extensión. Así pues, la pronunciación no supone mayores dificultades, pero en la práctica apenas se han podido identificar unos cuantos nombres y algunas palabras comunes en estos textos.
Figura humana y caracteres del Indo (parte superior) |
En cuanto a su escritura, se conocen unas 4.000 inscripciones –sobre todo en sellos– pero muchas de éstas son en realidad fórmulas repetidas (y bastante cortas), por lo cual no hay tanta variedad de textos. Los signos empleados son unos 425, de tipo jeroglífico, que van de los más naturalistas y figurativos a los más abstractos. Los intentos de descodificación han sido muchos –más de cien– pero no han ofrecido resultados satisfactorios. Los investigadores se han mostrado desconcertados ante dos cuestiones de fondo. Por un lado, ha habido mucha polémica a la hora de identificar qué lengua podía haber detrás de los signos. A este respecto, se han señalado dos grandes familias lingüísticas como posibles aspirantes: el protoindoario (del norte de la India) y el protodravídico (del sur de la India), pero sin ir más allá de las especulaciones; hay argumentos en pro y en contra de ambas. Por otro lado, algunos expertos creen que tal vez esta escritura sea en gran medida ideográfica pura y no refleje un lenguaje oral concreto. Así pues, por el momento, la escritura del Indo ni se puede leer ni mucho menos interpretar. Tan sólo se ha podido determinar la dirección de la lectura en las inscripciones, que es un pobre consuelo para tantos esfuerzos.
Comparativa Indo - Pascua |
Aparte, en Pascua han existido otros problemas para el desciframiento, como la relativa escasez de textos (casi todos en tablillas de madera) y la indeterminación sobre la cronología de los textos conservados. La lástima es que sabemos que hasta hace un par de siglos aún había nativos que sabían escribir y leer el rongorongo, pero el conocimiento se perdió con la llegada de los occidentales a la isla a partir del siglo XVIII y sobre todo por el despoblamiento masivo producido a mediados del siglo XIX por la irrupción de los esclavistas. Así pues, por escaso margen de tiempo se nos escaparon las claves, que tal vez hubieran ayudado a aclarar también el tema del Indo. Para ampliar más los detalles de este asunto, recomiendo consultar el artículo que escribí sobre la isla de Pascua, disponible en este mismo blog.
© Xavier Bartlett 2019
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] Se considera que la escritura apareció hace unos 5.000 años en Oriente
Medio, si bien los expertos reconocen que en la Prehistoria ya existieron unas proto-escrituras
muy simples.
[2] Literalmente, “glifo” significa signo
tallado y, por extensión, escrito o pintado.
[3] El copto aún se emplea actualmente, pero sólo en el contexto religioso
y se escribe desde hace siglos con un sistema mezcla de griego y demótico.
[4] Cabe señalar, sin embargo, que para algunos autores independientes
críticos, como Slosman o Harvey, los jeroglíficos no fueron correctamente
interpretados y que la egiptología moderna arrastra ese error o sesgo inicial.
5 comentarios:
Interesante, hace poco ví unos documentales/películas de la BBC sobre Champollion, Carter y un italiano del que no recuerdo el nombre, muy interesantes también.
¿Y qué hay del Íbero?
Hola Cobalt
El tema del ibero va en la 2ª parte del artículo, que todavía está "en la cocina".
Sobre el italiano que mencionas, y tal vez referido a la egiptología, se me ocurren tres nombres: Belzoni, Caviglia y Schiaparelli. Sobre todo los dos primeros aportaron bastante al inicio de la egiptología, aunque tenían más de aventureros y anticuarios que de científicos.
Saludos,
X.
Sí, disculpas, justo tras enviar el mensaje me di cuenta de que en el título ponía "1ª parte" y pensé que lo del íbero lo dejabas para la siguente.
El italiano del documental era Belzoni. Un tipo simpático.
Hola buenas.
Lo que conocemos como escritura se podría haber originado en diversos lugares, no solo en oriente medio que es la tesis "oficial". Lo que me ha llamado mucho la atención y no se difundido mucho son la llamadas Tablas de Tărtăria que algunos estudios "academicos" le dan mayor antiguedad que a la escritura cuniforme y con una cierta semblanza al protosumerio; relacionadas con la Cultura Vinca en la zona de los balcanes y el mar Negro. Culutura esta también estudiada y poco comentada(no será que pone entre dicho el origen las primeras culturas urbanas precivilizadas en Mesopotamia).
Un saludo y gracias.
Apreciado José Luis
Gracias por el comentario. La verdad, no sabía nada de esas "tablas de Tartaria", pero ya me informaré al respecto. Sobre la cultura de Vinca, tengo algunas nociones superficiales; lo cierto es que ni en mi etapa académica ni en mis lecturas alternativas se hablaba apenas de esta notable cultura europea, e ignoro el motivo de esa falta de atención.
Saludos,
X.
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