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jueves, 20 de abril de 2017

Los extraños petroglifos de la Piedra Cochno


Según nos confirma la arqueología, desde la más remota Prehistoria las sociedades primitivas realizaron trazados o grabados sobre piedra, lo que técnicamente se denomina petroglifos. Estos trazados, que van de lo relativamente naturalista a lo más simbólico, vendrían a ser una representación de su mundo cotidiano y de su sistema de creencias, que no siempre podemos captar en su significado último. De hecho, existen en todo el mundo muchos petroglifos que todavía nos resultan bastante incomprensibles, pues o bien muestran objetos o seres que no acabamos de descifrar en su simbolismo o bien se trata de formas geométricas o abstractas cuya interpretación es a menudo un auténtico rompecabezas.

Entre estos petroglifos tan peculiares por su extraño simbolismo, vale la pena destacar los que figuran en la llamada Piedra Cochno, un objeto arqueológico ubicado en Escocia y que es muy poco conocido por el público en general más allá de las fronteras del Reino Unido. Vamos a comentar en este breve artículo las particularidades de este objeto megalítico, su curiosa historia y las diversas incógnitas que suscitan sus enigmáticos petroglifos.

Signos grabados sobre la Piedra Cochno
La Piedra Cochno[1], de forma más o menos ovoide, es un gran bloque de arenisca de unos 13 metros de largo por unos 8 de ancho. Fue descubierta por el reverendo James Harvey en 1887 en un lugar llamado Auchnacraig, en las cercanías de la urbanización Faifley (West Dunbartonshire), próxima a la ciudad de Glasgow. En realidad, la Piedra ya era conocida desde hacía mucho tiempo por los pastores y los guardabosques locales. De hecho, aún conservaba un antiguo nombre gaélico, Cochno o Cauchanach, que significa “lugar de tacitas”. En aquella época, la Piedra sobresalía apenas un poco sobre el terreno pero se podían apreciar ciertas marcas sobre su superficie, y precisamente tales marcas –que también aparecían en otras piedras del lugar– se asemejaban a pequeñas concavidades o tazas rodeadas por anillos concéntricos, lo que ha dado el nombre coloquial de “taza y anillo” a este estilo de petroglifo. Asimismo, se identificaron otras formas geométricas, como espirales, y unos raros pies de cuatro dedos[2].

A raíz del hallazgo, la Piedra fue totalmente despejada y se realizaron dibujos y calcos de las 90 marcas o surcos, que cubrían aproximadamente la mitad de la superficie. Este material fue publicado en el Journal of the Society of Antiquaries of Scotland en 1889. Posteriormente, la Piedra fue objeto de diversos estudios in situ, destacando la peculiar intervención realizada en los años 30 del siglo pasado por el arqueólogo amateur Ludovic Maclellan Mann, que consideraba que el arte rupestre poseía algún tipo de significado cosmológico. Y así, en un arrebato de excentricidad, se dedicó a pintar los anillos en blanco y los diferentes motivos de la Piedra en varios colores. Además, trazó una gran rejilla en amarillo por encima de los signos. De este modo, Mann trataba de encontrar algún patrón cosmológico que relacionara las figuras, pero no pudo llegar a ninguna conclusión. No obstante, aún en la actualidad algunos expertos no descartan que el conjunto de símbolos pudiera tener alguna significación astronómica.

En cuanto a su cronología, las investigaciones emprendidas concluyeron que la Piedra, así como el conjunto de petroglifos localizados en el área circundante, tenía una antigüedad de unos 5.000 años, y que debía ubicarse pues entre el Neolítico y la Edad del Bronce. Ahora bien, sobre los autores de los grabados y el significado de éstos no se pudo decir gran cosa, más allá de constatar el gran paralelismo con otros antiguos petroglifos de varias partes del planeta.

La Piedra Cochno convertida en espectáculo
Sea como fuere, la Piedra se convirtió en objeto de interés turístico local y empezó a ser visitada masivamente, lo que causó que muchas personas caminaran sobre su superficie y, lo que es peor, que realizaran graffiti en las partes más blandas de la roca. Así pues, en 1965, y a fin de evitar que fuera objeto de actos vandálicos, la Piedra fue vuelta a enterrar y quedó relegada a cierto olvido durante décadas. Esta situación se mantuvo hasta que en 2015, tras 50 años de abandono, un equipo de investigadores –con el apoyo de la Universidad de Glasgow– ha procedido a su “redescubrimiento” y limpieza[3], y ha impulsado un proyecto de investigación, el Cochno Stone Project, centrado en realizar una perfecta imagen en 3-D del objeto. El objetivo de esta iniciativa es doble. En primer lugar, se quiere disponer de una fiel representación tridimensional digital que permita estudiar en detalle los petroglifos sin necesidad de recurrir al objeto físico. Y en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, se pretende enterrar la Piedra de forma definitiva para preservarla de los elementos y de la acción del hombre.

Pero ¿qué tienen de especial los signos grabados en la roca? ¿Por qué los arqueólogos están tan faltos de explicaciones? Este es realmente el quid de la cuestión y lo que ha llevado a sugerir las más variadas teorías e interpretaciones, que van de las visiones académicas “habituales” a los planteamientos propios de la arqueología alternativa, siendo algunos de ellos relativamente moderados, como los del ya citado Mann u otros más radicales, como los que han relacionado los anillos concéntricos con los famosos crop circles de la campiña británica, incluyendo de paso intervenciones extraterrestres.

Y para que no falte el tono misterioso, el investigador alternativo Wayne Herschel (especialista en arqueoastronomía) sospecha que hay otros motivos para mantener la Piedra bajo tierra. En concreto, piensa que esta operación podría tratar de ocultar un evidente mapa estelar, que incluiría constelaciones tan destacadas como Orión o las Pléyades, aunque no queda claro qué podría de haber de comprometedor en tal mapa (si es que en efecto es un mapa cósmico). No obstante, Herschel profundiza en una línea conspirativa y afirma que los grabados han sido retocados en la actual restauración, pues a su juicio no coinciden con lo que se ve en las fotos antiguas.

En cuanto a las interpretaciones más o menos ortodoxas, el historiador Alexander McCallum ha reconocido que los enfoques son múltiples y que de momento no hay forma de confirmar ninguno de ellos. Además, cree que la Piedra podría haber tenido usos distintos a lo largo de los siglos. Sólo a modo de muestra, podemos citar algunas de estas interpretaciones más socorridas:

  •  Algún tipo de escritura primitiva.
  • Un marcador tribal o territorial, una especie de “hito”.
  • Un mapa del terreno, concretamente de los asentamientos del valle del Clyde.
  • Un mapa del firmamento.
  • Un lugar simbólico de celebración de la vida, muerte y renacimiento.
  • Un lugar de prácticas rituales, tal vez un altar en el cual se vertían líquidos sobre las “tazas” y los anillos.
  • Un objeto puramente decorativo o “artístico”.


Espirales grabadas sobre un gran megalito
Asimismo, se ha intentado abrir una vía de estudio a partir del entorno físico de estos petroglifos. Según esta visión, el paisaje circundante debería dar pistas sobre la función de los grabados, lo cual también se ha aplicado hasta cierto punto en la cuestión del megalitismo. Así, algunos expertos han apuntado a que los petroglifos están próximos a determinados montículos funerarios o cairns[4]. Además, se han hallado signos parecidos en monolitos verticales, cistas[5], cromlechs (círculos) y tumbas de corredor, monumentos a los cuales se les ha conferido también un sentido religioso y funerario. De algún modo, esto supondría establecer un vínculo entre los grabados y las prácticas funerarias, siendo los primeros algún tipo de referencia simbólica a los antepasados o al mundo de ultratumba. Pero, por supuesto, esto no es más que otra conjetura.

Como vemos, las propuestas son del todo variopintas –e incluso imaginativas– pero nadie ha ido mucho más allá en este tema y realmente tampoco se han aportado pruebas sólidas que puedan sustentar una u otra interpretación. En todo caso, se aprecia una gran desconexión cultural y mental con el supuesto primitivismo de los antiguos y por ello se suele recurrir con frecuencia al magnífico cajón de sastre de la magia, los rituales, las creencias, etc. sin llegar a entender en el fondo cuál era la verdadera mentalidad –o nivel de conciencia– de esas comunidades.

Sin embargo, antes de cerrar el comentario sería apropiado realizar una breve reflexión sobre dos elementos que podrían tener una cierta relevancia. El primero de ellos no representa ningún misterio ni ninguna novedad, pero tal vez haya sido despachado con demasiada ligereza por los investigadores. Y no es otro que la universalidad de este tipo de simbología (o iconografía). En efecto, los propios especialistas académicos han destacado que estos motivos de anillos concéntricos, espirales o laberintos circulares[6] aparecen con profusión en las Islas Británicas pero también en otras regiones del planeta muy distantes entre sí, como por ejemplo en la Europa continental (Portugal, España[7], Italia, Grecia, Suiza...), América (Brasil), Asia (India) y en algunos puntos de África y del Pacífico. En cuanto a su datación, estas simbologías parecen remontarse a culturas muy antiguas, por lo menos desde el neolítico hasta la Edad del Bronce y del Hierro, con especial incidencia en el fenómeno megalítico.

Petroglifo de Portaxes (Galicia), con la típica forma de anillos concéntricos

Lo cierto es que todavía nadie ha sabido acercarse al simbolismo de esas figuras, pero su presencia en tantas culturas y en tiempos tan remotos sugiere que hace milenios tal vez existió una cosmología común para la Humanidad, sin que podamos determinar si fue fruto de un gran difusionismo o bien de fenómenos autóctonos idénticos. La arqueóloga lituana Marija Gimbutas ya intentó –sin éxito– convencer al estamento académico de que estos símbolos en realidad constituían el complejo metalenguaje de una supuesta civilización matriarcal neolítica existente sobre todo en el Mediterráneo y buena parte de Europa y que habría sucumbido a manos de una cultura guerrera euroasiática. Y con respecto a los trazados en forma de anillos o espirales, Gimbutas recalcó que eran muy frecuentes las representaciones de dos espirales confrontadas, que quizás podrían simbolizar el ciclo de vida, muerte y renacimiento, o simplemente un sentido de eternidad. De todas formas, estas propuestas se quedaron en el terreno de la teoría, pues nadie en el mundo académico continuó la línea de los trabajos emprendidos por Gimbutas, tras su muerte hace unos 20 años.

Yacimiento de Cancho Roano (Jaén)
El segundo elemento de reflexión es una apreciación personal que se basa en unas hipotéticas conexiones entre el arte de las antiguas civilizaciones o las comunidades prehistóricas y el mito de la Atlántida. Como ya se ha comentado, los motivos de los anillos concéntricos aparecen en muchas culturas de varios rincones del planeta, pero es de destacar que en la Piedra Cochno algunas representaciones de estos anillos muestran un núcleo central (la “taza”) del que parte una línea recta[8] o canal que atraviesa los anillos. ¿A qué nos recuerda esto?  Al ver este modelo, me vino a la mente un tipo de decoración idéntica que podemos hallar en algunas antiguas cerámicas de la Península Ibérica. Y precisamente el investigador independiente Díaz-Montexano relacionó esta iconografía con la descripción platónica de la isla principal atlante, con su ciudadela rodeada de canales circulares de tierra y agua y su gran canal que comunicaba la ciudadela con el mar. A ello se debía añadir el descubrimiento de un poblado de la Edad del Bronce en Jaén, llamado Cancho Roano, que estaba estructurado en una serie de terrenos y fosos concéntricos.

Para Díaz-Montexano, este sería un indicio más que notable de que la Atlántida estaba en las cercanías de la Península Ibérica o que tendría una relación directa con la antigua cultura de Tartessos, en el sudoeste peninsular. De hecho, este investigador, como muchos otros a lo largo de décadas, se ha obsesionado con la literalidad de los diálogos platónicos y ha tratado de descubrir sobre el terreno las formas exactas –o al menos aproximadas– descritas por Platón. No obstante, la presencia de una simbología tan similar en un lugar tan distante como Escocia nos tendría que plantear dudas razonables sobre la correlación geográfica de estos trazados. ¿Es una simple casualidad? ¿O también los antiguos habitantes de aquella región nórdica tenían un conocimiento o recuerdo de la antigua (y perdida) Atlántida? Esa es una posibilidad, pero estamos aquí ante la vieja controversia de ubicar la Atlántida en algún lugar concreto de la Tierra, lo que ha derivado en opiniones y teorías para todos los gustos.

Representación "terrenal" de la Atlántida
Ahora bien, ¿y si cambiáramos nuestro clásico patrón de pensamiento y dejáramos de considerar la Atlántida como un lugar físico sobre el planeta? Dicho de otro modo, el relato platónico no sería una descripción geográfica “terrenal”, sino una sutil metáfora de otra realidad que deberíamos situar en otro plano, tal vez astronómico o astrológico, aunque también podría tratarse de un fenómeno cósmico o de otra dimensión, que se escapa de nuestro actual nivel de conciencia. Así pues, aquí se abriría un campo de interpretación insospechado para leer los extraños petroglifos de la Piedra, que quizás representarían realidades y conocimientos codificados a los que sólo podrían acceder ciertos iniciados, ya fuera en un estado de conciencia “normal” o en un estado alterado de ésta, probablemente mediante prácticas chamanísticas, incluyendo la ingestión de sustancias psicotrópicas. Desde este punto de vista, quizá esos grabados concéntricos o laberínticos podrían representar algún tipo de mandala, con una finalidad mística.

Naturalmente, esta visión no deja de ser una especulación más, pero a veces es preciso romper con los moldes establecidos para avanzar en las investigaciones. En este sentido, los análisis convencionales de estos petroglifos se han estancado en un callejón sin salida y no han aportado nada realmente convincente. Tal vez ya sería hora de plantear hipótesis más arriesgadas (de arqueología muy alternativa, si se quiere) que de alguna manera nos permitan salir de este paradigma tan dogmático que nos sigue insistiendo en la idea fija de que los antiguos eran primitivos, ignorantes y supersticiosos, y que no tenían un conocimiento científico de su entorno y del cosmos.

En cualquier caso, lo que es del todo evidente es que nosotros –anclados en la soberbia de una ciencia y una tecnología aparentemente avanzadas– somos incapaces de interpretar su profundo simbolismo. Porque está claro que los que grabaron esos signos sobre la piedra hace miles de años no lo hicieron para pasar el rato o para expresar cierto “arte”.

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Historic Environment Scotland. Wikimedia Commons





[1] También conocida localmente como Druid Stone o “Piedra de los druidas”.

[2] Según algunos expertos, estos pies podrían ser un añadido muy posterior a los trazados originales.

[3] Esta labor fue llevada por un pequeño equipo de trabajo ayudado por una excavadora. Tras desenterrar la Piedra, ésta fue rociada por los bomberos con 2.000 litros de agua. Luego se pudo comprobar que después de tantos años, todavía se conservaban restos de pintura del trabajo de Mann, así como de las inscripciones de los turistas.

[4] Cairn: túmulo, mojón, hito o simple apilamiento de piedras.

[5] Tumbas realizadas con grandes losas más o menos rectangulares, a modo de cajas.

[6] De hecho, muchos petroglifos se asemejan más al típico laberinto circular, que se perpetuó en la iconografía antigua y medieval, como por ejemplo el famoso laberinto de la catedral de Chartres.

[7] Son muy destacables los petroglifos de la zona noroeste, especialmente los de Galicia, con una gran similitud a los de Escocia.


[8] En algún caso, empero, tal línea se muestra ondulante.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

La civilización matriarcal


¿Existió alguna vez una gran civilización matriarcal sobre nuestro planeta? Aunque la antropología reconoce la existencia de modelos matriarcales en pequeñas comunidades, desde el punto de vista histórico no se ha dado crédito a la existencia de una civilización muy antigua basada en el matriarcado. No obstante, y como notable excepción dentro del mundo académico, apareció una figura de fuerte personalidad que defendió con entusiasmo la existencia de una sociedad o civilización de carácter matriarcal en la Europa neolítica, con características muy diferentes a la sociedad que vendría después marcada por el patriarcalismo, que es básicamente la misma sociedad en la que vivimos actualmente.

Esta figura fue la destacada arqueóloga Marija Gimbutas (1921-1994), que también era una gran experta en lenguas antiguas e historia de las religiones. Nació en Lituania y se doctoró en arqueología en Tübingen (Alemania) en 1946. Después, huyendo del régimen estalinista de la URSS, se refugió en Estados Unidos en 1949. Allí trabajó como investigadora y docente en la Universidad de Harvard de 1950 a 1963, y posteriormente se trasladó a la Universidad de California Los Angeles (UCLA), donde continuó su actividad hasta que se retiró en 1989. En cuanto al trabajo de campo, fue directora de cinco grandes excavaciones arqueológicas entre 1967 y 1980 en diversos países como la antigua Yugoslavia, Macedonia, Grecia e Italia. A lo largo de su vida, Marija Gimbutas publicó cerca de veinte libros y más de 300 artículos sobre la prehistoria europea. De entre toda su obra destaca particularmente tres libros: The Goddesses and Gods of Old Europe (1974, 1982 ), The Language of the Goddess (1989 ), y The Civilization of the Goddess (1991).

Gimbutas fue realmente una gran profesional, muy valorada por sus investigaciones en el estudio de la Prehistoria europea, sobre todo en lo que respecta a las llamadas sociedades pre- indoeuropeas y las posteriores invasiones indoeuropeas. Sin embargo, es de justicia afirmar que Gimbutas es mucho más conocida -y polémica - por sus teorías sobre una supuesta civilización matriarcal que prácticamente nadie del ámbito académico ha querido reconocer. Así pues, quien escribe estas líneas apenas tuvo noticia de sus trabajos porque o bien no era mencionada o bien era mencionada de forma marginal como una investigadora más o menos herética, no aceptada por el llamado consenso científico.
  
Efectivamente , Marija Gimbutas fue más allá de lo que admitía el paradigma científico en arqueología y propuso una visión diferente de la Prehistoria europea, convencida de que había existido una gran civilización matriarcal en Europa hace miles de años. Así , Gimbutas dedicó una buena parte de su vida a analizar determinadas representaciones o figuras femeninas de los períodos Paleolítico y Neolítico, y las vinculó al culto de una diosa madre o un conjunto de varias divinidades femeninas. Para desarrollar esta enorme trabajo, Gimbutas tuvo que superar el ámbito de los trabajos arqueológicos convencionales incorporando estudios filológicos, mitología, religiones comparadas y fuentes históricas, dando como resultado una investigación multidisciplinar que la misma arqueóloga llamó arqueomitología.

Su teoría trataba de demostrar que en la Europa neolítica había existido una sociedad pre- indoeuropea de carácter matriarcal y pacífico con una extensa difusión por el continente (un territorio que ella llamó la Vieja Europa). Esta civilización habría desaparecido por la acción violenta de una cultura patriarcal indoeuropea, que ella misma identificó como originaria del este de Europa. Así, a partir de los restos arqueológicos conocidos, Gimbutas estableció tres grandes rasgos que probarían la existencia de estas sociedades matriarcales pre- indoeuropeas, haciendo especial énfasis en su carácter pacífico y creativo:
  • Los primeros poblados neolíticos eran bastante anteriores a las primeras ciudades, de inequívoco origen patriarcal.
  • Algunos de estos poblados no tenían murallas defensivas, enterramientos de guerreros ni expresión artística referida a la guerra.
  • Los diseños artísticos de estas culturas podrían constituir un sofisticado sistema de símbolos (un meta-lenguaje) que permitía la transmisión y difusión de los valores matriarcales.
     
Este último punto es sin duda es el más apasionante de su visión, pues de alguna forma Gimbutas debía reconstruir todo un mundo social, cultural y religioso a partir de los restos arqueológicos, de relatos mitológicos y de una gran diversidad de símbolos que debían leerse en clave global. En conjunto, vendría a ser como un enorme rompecabezas con muchas piezas que hay que encajar perfectamente para obtener una única imagen. En palabras de Gimbutas, estos símbolos de la Vieja Europa "constituían un complejo sistema en el que cada unidad está entrelazada con las otras en categorías específicas, según parece. Ningún símbolo puede tratarse aisladamente, en el entendido de que las partes llevan al todo, que a su vez conduce a identificar más partes." 



Así, donde los otros expertos veían sólo motivos decorativos, Gimbutas creía que se ocultaba un lenguaje simbólico en forma de figuritas femeninas, diosas-madre o diosas de la fertilidad, así como en múltiples representaciones naturalistas o en dibujos abstractos. Por ejemplo, son muy frecuentes (y en lugares muy alejados geográficamente) las representaciones de dos espirales confrontadas, que podrían significar el ciclo de vida, muerte y renacimiento o simplemente un sentido de eternidad. Marija Gimbutas era bien consciente de que el desciframiento de este lenguaje era una tarea enorme y pesada, pero no consideraba imposible llegar a una comprensión global de esta religión neolítica.

Pero ... ¿cómo serían estas sociedades matriarcales neolíticas? Según Marija Gimbutas, en estas sociedades agrícolas no habría predominio del hombre sino que habría un equilibrio social fundamentado en la igualdad entre el hombre y la mujer, y existiría un culto a las diosas de la fertilidad, como símbolo del ciclo vital nacimiento-muerte. Estas culturas, que vendrían a ser un referente de la mítica Edad de Oro, habrían desaparecido por la irrupción de los invasores indoeuropeos, pastores y guerreros, de ideología claramente patriarcal. Sólo se habrían salvado algunos vestigios de esta antigua religión en forma de cultos mistéricos o esotéricos que subsistieron marginalmente a pesar de la imposición del dios masculino. Esta divinidad violenta masculina habría tenido varias versiones según las culturas y los periodos históricos, una de las cuales sería el mismo cristianismo, pero también tendría formas aparentemente no religiosas como el comunismo estalinista, asesino y represor.

Gimbutas puso como ejemplos de esta religión matriarcal los cultos eleusinos en Grecia, el culto a las Matres celtas, así como otras diosas de la fertilidad germánicas, eslavas, bálticas, etc. e incluso pensaba que la brujería medieval europea fue duramente perseguida porque también era una expresión tardía de estas antiguas creencias. En este último punto, Marija Gimbutas fue terriblemente beligerante contra la persecución de la diosa por parte del cristianismo más intolerante. Según escribió ella misma en The Language of the Goddess ("El lenguaje de la diosa"):
"La Regeneradora - Destructora, supervisora ​​de la energía cíclica, personificación del invierno y Madre de los Muertos, se convirtió en una bruja de la noche, dedicada a la magia que, en tiempos de la Inquisición, era considerada como discípula de Satanás. El destronamiento de esta Diosa [...] está manchado de sangre y es la mayor vergüenza de la Iglesia cristiana: la cacería de brujas de los siglos XV a XVIII fue un acontecimiento de los más satánicos en la historia europea, llevada a cabo en nombre de Cristo; la ejecución de las mujeres acusadas de brujas ascendió a más de ocho millones, y la mayoría de ellas, colgadas o quemadas, eran simplemente mujeres que aprendieron la sabiduría y los secretos de la diosa de sus madres o abuelas."

En resumen, Marija Gimbutas planteó la existencia de un complejo lenguaje simbólico femenino tomando como indicio la interpretación de determinados diseños artísticos prehistóricos. A partir de este punto, imaginó una sociedad pacífica, no represiva y dominada por los valores espirituales , lo que rompía del todo los esquemas clásicos de la Prehistoria académica, ya que ponía en duda la supuesta brutalidad y primitivismo de las comunidades humanas de aquellos tiempos.


Su trabajo no fue reconocido ni aceptado por la gran mayoría del estamento científico del ámbito de la arqueología, pero algunas pocas voces académicas, como el prestigioso arqueólogo Joseph Campbell, lamentaron que su investigación sobre este meta-lenguaje neolítico no hubiera tenido el eco o la continuidad que merecía.  En todo caso, debemos reconocer que Marija Gimbutas no sólo abrió las puertas a nuevas interpretaciones del pasado remoto del ser humano, sino que también promovió de alguna manera un cierto revival de las corrientes neo- paganistas, que se tradujo en movimientos tan conocidos como la famosa New Age.

Finalmente, podríamos preguntarnos si todas estas teorías fueron puras especulaciones debidas a un prejuicio cognitivo o bien si podían tener un sólido fundamento. Por desgracia, en arqueología, la evidencia física y la interpretación de ésta no son la misma cosa, y la falta de fuentes escritas en aquella época nos ha dejado bajo un velo de silencio que nos resulta difícil de superar. El rompecabezas propuesto por Gimbutas sigue allí esperando que alguien sea capaz de encontrar una clave definitiva que nos lleve a un redescubrimiento de nuestra historia más remota.

(c) Xavier Bartlett 2013