lunes, 27 de abril de 2015

La extinción de los neandertales (2): más leña al fuego




Muy recientemente publiqué en este blog un artículo sobre una nueva hipótesis (entre tantas) sobre la polémica extinción de los neandertales a cargo de Pat Shipman, una reconocida antropóloga. Para mi sorpresa, veo que este asunto parece estar de moda y muchos investigadores están abordando la cuestión en busca de una solución definitiva que les pueda reportar una buena dosis de reconocimiento y prestigio. En fin, hace muy poco he tenido noticia de un nuevo intento, protagonizado esta vez por la arqueóloga de la Universidad de Boston Anna Goldfield, que tuvo como marco la reunión anual de la Society for American Archaeology, este mes de abril de 2015.

Como viene siendo habitual, cualquier artículo sobre el tema viene introducido por el inevitable misterio de la desaparición de los neandertales, tema que viene suscitando controversias desde hace muchas décadas. En este caso, los datos tomados de la fuente original[1], presentan un escenario de extinción que habría tenido lugar hace unos 40.000 años, lo que ya sería harto discutible, porque muchas otras dataciones sitúan este evento unos diez mil años después, pero dejémoslo en el terreno de las apreciaciones académicas[2].

Luego, Goldfield saca a colación el famoso hecho de que los neandertales llevaban muchos miles de años viviendo en Europa cuando el Homo sapiens (el hombre moderno) llegó allí hace precisamente unos 45.000 años. La consecuencia lógica de estos dos eventos, a juicio de Goldfield, no puede ser más que esta: “La llegada de los humanos (sic) tuvo algo que ver con la extinción de los neandertales.” O sea, que los neandertales no eran humanos (¿o eran subhumanos?[3]) y que necesariamente desaparecieron por la irrupción de los “humanos”, pues tal coincidencia debe tener un significado claro. Sin comentarios. Por lo demás, Goldfield reconoce que las causas de esta extinción es un asunto muy complejo y cita brevemente algunas teorías manejadas hasta la fecha, como el dificultoso acceso a los recursos de subsistencia por parte de los neandertales o incluso el incierto canibalismo practicado por los humanos hacia sus primitivos parientes.

En este punto, la arqueóloga estadounidense expone su teoría personal, que no es otra que el distinto uso del fuego por parte de las dos variantes de homínidos. Goldfield recuerda la gran importancia del dominio del fuego, ya que éste ofrecía luz y calor, pero también permitía cocinar los alimentos, lo que hacía que éstos fueran más seguros y saludables, por ejemplo matando bacterias y desnaturalizando las proteínas (lo que supondría mayor obtención de calorías con la misma cantidad de comida). Además, esto sería un problema para los neandertales, porque dada su mayor masa corporal media, necesitarían muchas más calorías que los sapiens para sobrevivir. Por tanto, la menor necesidad de calorías de los humanos modernos habría facilitado su subsistencia en el entorno natural frío y “nutricionalmente escaso” de la Europa occidental de aquella época.

Para sustentar su argumentación, Goldfield ha incorporado los estudios de Ross Booton, bióloga matemática de la Universidad de Sheffield (Reino Unido), a fin de demostrar la vital importancia del uso del fuego en el proceso de competencia entre neandertales y sapiens. Como punto de partida, Goldfield afirma que –si bien existen algunas pruebas físicas de que los neandertales usaron el fuego– posiblemente no fue en todos los casos o no con regularidad. Goldfield se apoya también en las investigaciones del arqueólogo Dennis Sandgathe en dos yacimientos franceses[4], según las cuales se habrían encontrado multitud de artefactos y huesos pero prácticamente ningún indicio de fuego, lo que hacía deducir al prehistoriador que los neandertales se las arreglaban sin fuego.

A partir de aquí entrarían en acción los modelos matemáticos, que parecen conferir a la ciencia una aura de infalibilidad indiscutible, cuando en realidad no dejan de ser proyecciones especulativas, y que a menudo no son contrastadas (o contrastables) con la realidad observable[5]. Sea como fuere, Goldfield presenta unas estimaciones matemáticas comparativas del uso del fuego entre neandertales y humanos modernos en relación con la población de renos, que era una especie cazada por ambas comunidades.

Cráneo de neandertal
Y a partir de los datos obtenidos (el artículo no expone los detalles), Goldfield deduce que cuanto más usaban el fuego los sapiens, más parecía crecer su población. Eso habría provocado una disminución de los renos disponibles para sus competidores, los neandertales. Finalmente este progresivo declive en el acceso a los recursos alimenticios habría conducido a la inevitable desaparición de los neandertales. Sin embargo, incluso en el propio artículo se reconoce, por boca de Sandgathe, que no está del todo definida la cantidad de calorías que precisarían los neandertales y que ni siquiera existe una idea clara acerca de su dieta, especulando que podrían comer plantas pero también podrían ser ultracarnívoros, incluyendo el canibalismo (ahora los caníbales son ellos...).

Lamentablemente, el artículo es breve y se queda en las ideas principales sin profundizar en la parte técnica de los argumentos, pero a la vista de lo expuesto nos hallamos en una situación similar a la hipótesis de la fructífera alianza perros-sapiens con un inevitable perjudicado: el neandertal.

No voy a extenderme en excesivos comentarios, pues en gran parte repetiría lo ya dicho en el artículo precedente sobre esta misma cuestión, pero sí vale la pena remarcar algunos hechos:

  • Se sigue insistiendo de forma tozuda en la competencia a muerte entre ambas comunidades, y aunque podamos suponer que existió una cierta influencia de los sapiens (no necesariamente negativa) se continúa haciendo hincapié en la lucha por los recursos e incluso en el canibalismo entre especies. No se plantea en ningún caso un escenario de recursos para todos y de una cierta cohabitación.
  • Casi siempre se plantea como axioma indiscutible la pobreza de recursos naturales a finales del Plioceno, sin tener en cuenta que la población humana en Europa debía ser realmente escasa y relativamente dispersa, lo que podría facilitar el sustento de pequeñas comunidades. De cualquier modo, aplicando las tesis evolucionistas de supervivencia del más apto, si algún homínido estaba mejor adaptado a las duras condiciones climáticas y ambientales, ese era el robusto Homo Neanderthalensis.
  • El tema del uso del fuego podría estar sesgado, pues sabemos que el Homo erectus ya lo usaba y el neandertal también. En un artículo científico que cité previamente[6], se ofrecían pruebas de que los neandertales cocinaban su comida –con fuego, lógicamente– y que su dieta podría haber sido mucho más vegetariana que carnívora, si bien se había de tomar la prudencia de no extrapolar al 100% los resultados (de hecho, hay otros datos, de otros yacimientos, que muestran una dieta rica en carne). En todo caso, el tema del fuego, a falta de datos totales y representativos, parece tan poco firme como la especulación sobre la caza con perros (lobos domesticados).
  • Los horizontes temporales siguen sin casar. Según el escenario propuesto por la autora, en 5.000 años habría tenido lugar esa rápida desaparición, pero en otras fuentes se habla de una extinción situada entre 30.000 y 24.000 años. Además, parece que Goldfield sólo se fije en la caza de renos, cuando había otros animales y fuentes de alimentación disponibles; es muy arriesgado fundamentar la teoría en un único recurso, por muchas calorías que pudiera ofrecer a los homínidos de aquella época.


En suma, realmente es muy complicado asignar un solo factor clave a este declive de los neandertales, pues en tantos milenios pudieron pasar muchas cosas o se pudo dar un conjunto de circunstancias, y como algunos expertos sugieren, la progresiva hibridación entre ambas comunidades pudo haber diluido genéticamente la población neandertal en la población de hombres modernos, presumiblemente mucho más numerosa.


Prof. Máximo Sandín
Lo que sí es evidente es que la ciencia evolucionista ha presentado durante décadas a los neandertales con un innegable sesgo, dándoles un aspecto de brutos y subhumanos, incapaces de hablar (al menos articuladamente) y de tener un pensamiento elaborado. En este contexto, su evidente inferioridad intelectual respecto del sapiens habría sido la causa última de su desaparición. El prestigioso biólogo español Máximo Sandín ha sido muy crítico con estas visiones estereotipadas oficiales y ha sacado a la luz las incongruencias de este arquetipo. Para empezar, Sandín alude a que la primera reconstrucción física de los neandertales se basó en el espécimen de un anciano (¡y con artrosis!) del yacimiento de Chapelle-aux-Saints. Los neandertales, empero, serían humanos morfológicamente normales, pero con ciertos rasgos muy marcados procedentes de sus ancestros locales. Por otra parte, su típica industria lítica (conjunto de artefactos de piedra), llamada Musteriense, es todo un ejemplo de habilidad en la elaboración de utensilios diversos como punzones, cuchillos, raspadores, etc. a partir de lascas extraídas de un núcleo de sílex[7]. Asimismo, Sandín argumenta que los neandertales eran muy eficaces en otras labores como el curtido de pieles, la construcción de tiendas o la fabricación de instrumentos y armas de madera, y que indiscutiblemente dominaban y usaban el fuego normalmente; es más, considera que su supervivencia durante cientos de miles de años en condiciones extremas hubiera sido inviable sin este conocimiento.

Cráneos de neandertal (izq.) y de H. sapiens (der.)
Para concluir, Sandín no ve argumentos válidos que justifiquen la teoría de la sustitución de una población por otra. Más bien apuesta por validar lo que el registro fósil muestra: que los ejemplares de los últimos neandertales se muestran progresivamente más gráciles y que los primeros hombres de Cro-Magnon (de la cultura auriñaciense) presentaban una fisonomía arcaica y de mayor robustez. En definitiva, como ya se ha sugerido anteriormente, se habría producido un progresivo mestizaje que habría acabado por diluir los “típicos” rasgos morfológicos neandertales en el conjunto de la población humana prehistórica. Desde esta perspectiva, la diversidad evolutiva presentada por la ortodoxia sería en realidad la diversidad morfológica de una población mezclada a lo largo de cientos de miles de años, como hoy podemos ver en la actualidad con poblaciones aparentemente tan dispares como los caucásicos, los aborígenes australianos o los pigmeos[8].

Entonces, ¿qué hay de objetivo y empírico en el estudio de la evolución humana? Sandín se muestra muy contundente al respecto, como se puede apreciar en el siguiente párrafo:
«Y esto pone de manifiesto, una vez más, que en el campo de la evolución –pero muy especialmente en el de la evolución humana– los resultados obtenidos mediante metodologías, técnicas o materiales limitados o discutibles se pueden interpretar a gusto del investigador en función de lo que se quiere demostrar. Y lo que se quiere demostrar queda claro en la frase con que Paul Mellars (1998) zanja el debate sobre “El destino de los Neandertales”: La vehemencia de algunos científicos en reclamar la cercana relación con los Neandertales puede estar cercana a negar que la evolución humana está teniendo lugar en la actualidad. Es decir, que “la supervivencia de los más aptos” continúa.»[9]

En fin, me sigue sorprendiendo lo poco que sabemos con certeza sobre nuestros orígenes como especie y sobre nuestros parientes homínidos, y la poca consistencia de los intentos de la ciencia actual por explicar los hechos, que más bien parecen estar anclados en rígidos patrones ideológicos y en formulaciones pseudocientíficas (pese a su pátina de alta ciencia casi matemática).

© Xavier Bartlett 2015





[1] Artículo aparecido en: http://www.livescience.com/50532-neanderthals-died-no-fire.html

[2] No obstante, también ha surgido la especulación de que los neandertales no fueron “eliminados” por los humanos modernos, directa o indirectamente, por la simple razón de que no habrían coincidido en el tiempo, lo cual es una nueva vuelta de tuerca al asunto de las dataciones, en las que parece haber un gran desacuerdo, por no decir galimatías.

[3] Este tipo de apreciaciones me recuerda al enfoque ya comentado de Pat Shipman, en que parecía que este homínido fuese tratado como un competidor indeseable y muy primitivo de los hombres modernos.

[4] Roc de Marsal y Pech de l'Aze IV, en el sudoeste de Francia.

[5] Este enfoque mecanicista matemático ha sido durante criticado por muchos científicos que denuncian que se está vendiendo ciencia dura sobre bases no científicas, como en muchos aspectos de la biología, la química o la climatología, que justifican, por el ejemplo, las falsedades vertidas sobre el tema del calentamiento global antropogénico.

[6] HARDY, K. et alii. Neanderthal medics? Evidence for food, cooking and medicinal plants entrapped in dental calculus. Springer-Verlag, 2012

[7] Sandín señala, no obstante, que hay otras industrias “avanzadas” similares  a la Auriñaciense –atribuida tradicionalmente al Homo sapiens– que se han encontrado asociadas a restos de neandertales. Tal hecho, según los expertos ortodoxos, se explicaría por una mera imitación o incluso por robo (de los neandertales a los cromañones, claro está).

[8] La teoría de la hibridación en vez de la evolución humana ha sido desarrollada recientemente por la antropóloga norteamericana Susan Martinez en un audaz trabajo que comentaré en su momento, en un artículo específico.


[9] SANDÍN, M. Sobre el origen del hombre
Del sitio web: www.somosbacteriasyvirus.com/articulos

miércoles, 22 de abril de 2015

Las pirámides como “cámaras de salvación”



Scott Creighton
En este mismo blog publiqué hace año y medio un interesante artículo del investigador independiente escocés Scott Creighton sobre la posibilidad de que las grandes pirámides de las primeras dinastías egipcias nunca hubieran sido diseñadas para albergar las tumbas de los faraones. 

Creighton aportaba en su ensayo hasta diez argumentos basados en diferentes elementos (mitología, arqueología, religión, arquitectura, etc.) que le inclinaban a descartar como válida la clásica teoría de la pirámide-tumba, y todo ello sin recurrir a la tan manoseada ausencia de momias en el interior de estos monumentos.

Sólo a modo de breve recordatorio, incluyo un breve apunte de estos diez hechos:

1.    El incierto motivo de la evolución de la mastaba a la pirámide como monumento funerario.
2.   El cambio inexplicado en el ritual funerario de una base rectangular (mastaba) a una cuadrada (pirámide).
3.   La existencia reconocida de pirámides sin enterramiento: pirámides provinciales y cenotafios
4.  Las múltiples pirámides de Snefru: ¿hasta cuatro construcciones para una sola tumba?
5.  Las cámaras anónimas y los sarcófagos sin nombre (en el interior de las pirámides).
6.   La planificación unificada –en un solo momento– de las tres grandes pirámides de Guiza (que descarta la conjunción de tres monumentos funerarios aislados).
7.  El evidente fracaso de la seguridad de la pirámide para proteger la supuesta tumba (que se podía haber evitado con ciertas acciones que no se hicieron).
8.    La existencia de enterramientos no originales, sino intrusivos.
9.   La paradoja de que las reinas tuviesen también pirámides (pues no tenían acceso al Otro Mundo), y que el faraón necesitase barcos para alcanzar el Duat, si su alma ya salía –supuestamente– por los llamados conductos del alma de la pirámide. 
10.  El sarcófago que no sería tal, sino un “lecho de Osiris”[1].

En su momento, ya expresé mi opinión al respecto de este argumentario, concediendo cierta razón a Creighton en algunos puntos pero no en otros, y no voy a volver a incidir en esta controversia. Además, ya toqué ampliamente esta cuestión en  mi artículo previo ¿Dónde están las momias de los faraones? y me remito a él para los lectores interesados en profundizar en la polémica.

Lo que parece lógico ahora sería devolverle la pregunta a Creighton y discutir su planteamiento: si las pirámides (al menos las más antiguas) no fueron tumbas, entonces, ¿qué fueron? Lógicamente, el autor escocés ya había previsto esta cuestión y él mismo trató de darle respuesta en su libro “The Giza Prophecy” (2012) coescrito con Gary Osborn, en el cual desarrolló una teoría alternativa –­y muy poco común– para explicar el verdadero motivo, en su opinión, por el cual se construyeron esas grandes pirámides. Así pues, sin ánimo de ser exhaustivo, paso a comentar brevemente esta teoría, aportando al final algún razonamiento para valorar su viabilidad, dejando como siempre al lector la última palabra y el último juicio.

Básicamente, lo que Creighton admite es que las pirámides posteriores a la 4ª dinastía, más pequeñas y de factura más basta, probablemente sí fueron construidas como tumbas faraónicas. Sin embargo, considera que las pirámides anteriores no respondían a esa función, sino a una misión mucho más importante.

Para fundamentar su explicación, Creighton concede una vital importancia a dos conceptos trascendentales en la antigua religión egipcia. Por un lado, el ciclo eterno de nacimiento, muerte y renacimiento, plasmado en las simples observaciones de los ciclos naturales, como el día y la noche, el sol y la luna, las estrellas que se alzan y se ponen, el propio río Nilo, etc. Todo ello lo vemos recogido en el clásico mito de Osiris (el dios muerto) y Horus (el dios renacido). Por otro lado, era obvio que los faraones también vivían, morían y luego renacían. Esto sería el concepto de revivificación, esto es, el faraón –después de su muerte física– se transformaba para alcanzar un estado superior o perfecto que cerraba el círculo. En efecto, el rey muerto se convertía en un ente espiritual completo –el Akh– que gozaría de la vida eterna en el Más Allá. Desde este enfoque, la pirámide sería el instrumento que permitiría este acto de revivificación, o renacimiento en la Otra Vida.

Scott Creighton se preguntaba en este punto de dónde habían surgido tales ideas. En otras palabras, ¿qué había dado pie a los antiguos egipcios a desarrollar los conceptos de preservación y renacimiento? 

Las tres grandes pirámides de Guiza
A partir de aquí, Creighton sugiere que habría existido algún hecho o evento real –enterrado en el mito– que habría tenido lugar en un remotísimo pasado y que tuvo un fuerte impacto en los antepasados de los egipcios de la era dinástica. Este hecho no habría sido ni más ni menos que una gran catástrofe global, simbolizada por la construcción de los pilares sagrados djed (los cuatro pilares que sostenían el firmamento), y que habría amenazado totalmente la existencia de la primitiva civilización egipcia. En este contexto, los egipcios habrían sentido la necesidad de preservar el Ma’at (la Creación), mediante el acopio de semillas del renacimiento en unos contenedores enormes y fáciles de identificar a grandes distancias: las primeras grandes pirámides, que de algún modo vendrían a ser “cámaras de salvación”[2]. Esto lo habrían hecho con la esperanza de que los supervivientes de su civilización pudieran acceder fácilmente a ellas tras el desastre y obtener el sustento almacenado en su interior. De esta manera se aseguraría el renacimiento del Ma’at y el propio reino.

Para el autor británico, las conexiones entre el mito egipcio de la Creación y la arqueología no dejan lugar a dudas. Así, la llamada colina primigenia (el arquetipo de la pirámide), surgía de las aguas primigenias y desde ahí el dios creador podía vencer a las fuerzas del caos y –al abrir el promontorio o colina– provocar así el nacimiento del universo. Según este símil, las enormes pirámides no tendrían nada que ver con el renacimiento del monarca, sino que tratarían de imitar la colina primigenia de la Creación, lo que facilitaría el renacimiento del reino y la civilización o, en otros términos, de la propia Tierra.  

Al parecer, esta creencia en la muerte y renacimiento del mundo se habría mantenido durante milenios en la tradición religiosa egipcia, con un recuerdo muy explícito de la inmensa catástrofe natural provocada por los propios dioses. Veamos a tal efecto las palabras del dios de la sabiduría Toth:

"Voy a borrar todo lo que he hecho. Esta Tierra entrará en (es decir, será absorbida por) el abismo acuoso de Nu (o Nunu) por medio de una furiosa inundación, y será igual que lo fue en un tiempo primigenio. Yo mismo permaneceré junto a Osiris, pero me transformaré en una pequeña serpiente, que no puede ser ni vista ni comprendida... un día el Nilo se levantará y cubrirá todo Egipto con agua, y anegará el país entero; entonces, como en el principio, no habrá nada que ver excepto agua."

Por tanto, los antiguos egipcios habrían tenido esa obsesión por construir  grandes monumentos que permitiesen la recuperación de la civilización –la Tierra misma– tras un cataclismo que podría regresar como parte del inevitable ciclo cósmico. Más adelante, las pirámides, antes reverenciadas por su labor preservadora, habrían evolucionado con el tiempo hasta convertirse en iconos religiosos. De esta manera, en vez de ser símbolo de renacimiento de la Tierra se habrían transformado en instrumentos de renacimiento del rey.

Así pues, Creighton argumenta que el Imperio Antiguo –la época en que se construyeron las pirámides de gran tamaño– sufrió un colapso que también afectó a otras culturas de la Edad del Bronce, como el Imperio Acadio, que desapareció abruptamente de la historia. Este colapso, identificado en el llamado Primer Periodo Intermedio,  podría haber tenido su origen en un duro período de sequías, a causa de un fuerte cambio climático, del cual Egipto pudo renacer y recuperarse. Para el investigador escocés, la razón de tal recuperación sería la previsora construcción de las cámaras de salvación (las grandes pirámides), que habrían cumplido la misión para la cual fueron alzadas. Así, no sería nada casual que uno de los símbolos más sagrados de los egipcios, la piedra Benben (con forma de pequeña pirámide) estuviera asociada al pájaro Bennu, que tendría aproximadamente las mismas características que la famosa ave fénix, que siempre renacía de sus cenizas.

Complejo funearario del faraón Djoser (3ª dinastía)
Pero, volviendo al terreno arqueológico, nos topamos finalmente con la tan controvertida polémica de la ausencia (o no) de momias en las pirámides. Para Creighton, los egiptólogos han explicado la falta de momias reales en las grandes pirámides –anteriores a la 5ª dinastía– por la acción de los saqueadores. No obstante, se muestran algo confusos por la presencia de grandes cantidades de trigo, cebada, uva y otras semillas encontradas en dos galerías bajo la pirámide escalonada de Djoser, así como en varios silos subterráneos situados en el perímetro de la pirámide. Los egiptólogos tampoco se acabarían de explicar la existencia de un alijo de unos 40.000 vasos, bandejas, cacerolas y otros artefactos hallados bajo esta pirámide. En este caso, los expertos atribuyen la presencia de estos bienes y objetos a las vituallas imprescindibles para la vida del faraón en el Más Allá.

Esto no es nada nuevo ni sorprendente pues sabemos que desde la época predinástica los enterramientos iban acompañados de cierta cantidad de ajuar y víveres para el difunto. De hecho, se pudo apreciar un claro ejemplo de esta costumbre en la célebre tumba de Tutankhamon, que fue descubierta prácticamente intacta y que contenía este tipo de objetos. Sin embargo, es justo decir que la cantidad de artefactos y víveres era relativamente escasa, meramente simbólica, mientras que la gran cantidad de bienes hallados en la pirámide de Djoser da que pensar. Teniendo en cuenta que se encontró un escondite de enormes proporciones, podemos deducir que los otros espacios de almacenamiento habían sido vaciados ya en época antigua. Precisamente el hecho de haber hallado intacto uno de estos espacios bajo la pirámide, reforzaría la idea de que todo el complejo piramidal era una estructura diseñada y construida para ser una cámara de salvación, que podía ser empleada después de producirse un gran desastre, lo que supondría el renacimiento de la Tierra.

Representación de Osiris
Y lo que es más, la meticulosa disposición de las tres grandes pirámides de Guiza, siguiendo el patrón estelar de la constelación de Orión (no por casualidad asociada al dios Osiris, divinidad de la muerte y resurrección), reflejaría un preciso código precesional que se repite con regularidad. En otras palabras, las pirámides  funcionarían como una especie de marcador temporal del momento en que sucedió la gran catástrofe del pasado. Ello permitiría a las generaciones venideras conocer el ciclo de vida y muerte de la Tierra, lo facilitaría que estuviesen preparados para tal evento, asegurando el renacimiento de la civilización una vez más.

Una vez expuesta esta teoría, cabría realizar algunos comentarios sobre su validez desde el punto de vista arqueológico. En este sentido, aunque valoro muy positivamente el empeño de Scott Creighton en desmontar algunos mitos de la egiptología (como el polémico tema de las inscripciones de Khufu en las cámaras de descarga de la Gran Pirámide), creo que en esta ocasión ha ido demasiado lejos en sus conclusiones, aunque ello no interfiera, desde luego, en el cuestionamiento mismo de la teoría de la pirámide-tumba a partir de otros datos y pruebas.

En primer lugar, parece que Creighton se inspiró en antiguas leyendas árabes para su teoría, pero, de hecho, la tradición egipcia no recoge en ningún momento esa finalidad. Si bien la literatura egipcia sobre las propias pirámides es escasa, lo que se sabe con certeza es que la palabra utilizada para designar la pirámide era mr, que se traduce como “ascensión” o “lugar de ascensión”, siendo ésta una referencia directa a la ascensión del alma del faraón al reino del Más Allá, que es la interpretación convencional defendida por la egiptología[3].

En segundo lugar, Creighton sólo puede aportar los restos hallados en la pirámide de Djoser, que –aun siendo bastante impresionantes por su cantidad– no apuntan necesariamente a la finalidad indicada. Por cierto, resulta paradójico que un gran almacén o cámara supuestamente destinada a ser utilizada tras la catástrofe permaneciera oculta e intacta durante milenios. De todas formas, afirmar que no se han hallado otros restos porque precisamente los egipcios ya vaciaron estos espacios en su momento para recuperar su civilización no deja de ser una especulación más o menos gratuita.

Cámara en el interior de la Pirámide Roja (Dashur)
En tercer lugar, por lo que respecta al resto de pirámides, no hay prueba fehaciente de que se hubieran diseñado para albergar grandes cantidades de bienes y víveres. ¿Dónde exactamente? ¿En qué cámaras? ¿Tal vez en cámaras subterráneas por debajo de la propia pirámide o en sus alrededores? Desde luego, es muy difícil especular con lo que nunca se ha encontrado o comprobado. Además, si uno analiza las típicas estancias y corredores de las grandes pirámides le costará identificar grandes espacios destinados al almacenaje. Y por si fuera poco, las pirámides posteriores (de la 5ª dinastía en adelante) conservan una disposición similar en su estructura interna[4], cuando supuestamente ya no estarían ideadas para la función de “recuperación de la Tierra”.

En cuarto lugar, tenemos el problema de la propia conservación de los víveres. Si se supone que los monumentos debían servir para un tiempo futuro catastrófico, es muy improbable que pasado cierto tiempo, incluso siglos o milenios, el material orgánico llegase en buen estado de utilización. Aquí podríamos lanzar conjeturas sobre las supuestas cualidades de la pirámide para la preservación de dichos bienes perecederos[5], pero nuevamente nos movemos en el terreno especulativo, a falta de pruebas de restos de alimentos en el interior de las pirámides.

Textos de la Pirámides
En todo caso, tanto desde las visiones académicas como desde las alternativas, se reconoce que al final del Imperio Antiguo se produjo una época de fuerte crisis y de cambio que afectó a la sociedad egipcia en su conjunto. Es ese momento cuando habría tenido lugar cierta evolución de los conceptos religiosos e incluso políticos, sociales y económicos, lo que explicaría las diferencias en la construcción de las pirámides y en la aparición –por vez primera– de escritura jeroglífica en el interior de estos monumentos, los famosos Textos de las Pirámides. De todas formas, las interpretaciones sobre la naturaleza e impacto de estos cambios se mueven aún en el terreno especulativo, empezando por que nadie se explica muy bien la repentina aparición de unos textos religiosos que el propio mundo académico acepta que reflejaban un culto antiquísimo, que se remontaría a las primeras dinastías o incluso al mundo predinástico.

Finalmente, y aunque Creighton no lo menciona expresamente, nos queda la hipótesis defendida desde hace más de un siglo por la Piramidología, y es que las grandes pirámides, y muy particularmente la Gran Pirámide, sería en sí misma una especie de cápsula del tiempo (¿cámara de salvación?) construida en piedra con la misión de conservar no un mero sustento vital sino el legado de una civilización avanzada, en forma de conocimientos físicos, matemáticos, geométricos, geográficos, astronómicos, etc. Y aunque en este tema a veces se haya exagerado mucho y se hayan buscado los tres pies al gato, bien es cierto que muchas cualidades y datos contenidos en la pirámide de Khufu, nos invitan a pensar tal teoría quizá no esté tan desencaminada como sugiere la egiptología ortodoxa.

© Xavier Bartlett 2015


[1] Un objeto ritual que representaba simbólicamente el ciclo de nacimiento y renacimiento, ligado a la actividad agrícola. De hecho, este objeto era una especie de cajón con la forma del dios Osiris que se rellenaba con tierra y semillas que luego germinaban.
[2] Creighton usa la expresión recovery vaults, que también se podría traducir como “bóveda, cúpula, cripta...” de recuperación, regeneración o recobro.
[3] Algunos autores alternativos, como Clesson Harvey, sin negar este sentido de “ascensión”, creen que la interpretación ortodoxa es incorrecta. En su opinión, la pirámide no se enmarcaría en un contexto religioso-funerario, sino en un contexto metafísico, en que la pirámide sería un instrumento de elevación a un nivel de conciencia superior, sólo accesible a los iniciados.
[4] Sólo la Pirámide de Khufu tiene una estructura atípica y más compleja, y puede considerarse hasta cierto punto una anomalía en comparación con el resto de monumentos afines.
[5] Algunos científicos y varios investigadores alternativos han explorado tales propiedades y creen que son totalmente ciertas y demostrables.

martes, 7 de abril de 2015

La confusa identidad de los Nefilim



Introducción



Una de las tendencias recurrentes de la arqueología alternativa ha sido, desde hace décadas, la transformación de las antiguas mitologías o religiones en historia más o menos real. En este sentido, tenemos un magnífico ejemplo en los diversos estudios acerca de la identidad de unos seres –presuntamente míticos– que aparecen citados en la Biblia, concretamente en el Génesis: los Nefilim. Lo cierto es que la discusión sobre los Nefilim es antigua, pero siempre había estado fijada en un contexto religioso. Sin embargo, en tiempos recientes, los Nefilim se han vuelto a poner de moda por varios motivos y numerosos investigadores alternativos se han propuesto sacar a estos personajes de su aura mítica para situarlos en otros contextos mucho menos “etéreos”.


En fin... ¿quiénes eran estos Nefilim? ¿Cómo se relacionaron con la raza humana? ¿Qué perfil podemos extraer de estos seres a partir de los relatos religiosos? ¿Podemos atribuirles una identidad real (física), más allá del mito? Esta es la cuestión que trataremos de esclarecer en este artículo.

Los dioses que vinieron del espacio



Es bien sabido que la llamada teoría del antiguo astronauta ha dado pie a todo tipo de especulaciones y escenarios sobre ciertas figuras divinas de un remotísimo pasado que bien podrían ser seres llegados de otros mundos, a juicio de bastantes autores de este género.

Zecharia Sitchin
En este campo, es muy destacable la intervención que hizo el prolífico autor ruso Zecharia Sitchin, que quiso dar empaque científico a su teoría acerca de unos seres venidos de un lejano planeta llamado Nibiru y que crearon al ser humano “a su imagen y semejanza”. Estamos hablando de sus famosos dioses Anunnaki, que en opinión de Sitchin, se corresponderían exactamente con los Nefilim (“gigantes”) de la Biblia judeo-cristiana, más aún teniendo en cuenta que gran parte de la tradición hebrea más antigua –recogida en el relato bíblico confeccionado durante el primer milenio antes de Cristo– había bebido de las fuentes mesopotámicas.

Empecemos pues por el principio, que es la propuesta lanzada por Sitchin en su libro El duodécimo planeta (1976), en el cual identificaba a los Nefilim bíblicos con los dioses Anunnaki de la mitología sumeria. Su argumentación partía de la base de que la traducción clásica del término Nefilim era completamente errónea. Así, la versión griega de la Biblia había optado por traducir Nefilim como “gigantes”, cuando –según Sitchin– la traducción correcta del término hebreo debería ser “los que descendieron del cielo a la tierra”, que es precisamente el significado que él otorgaba también a los Anunnaki.

Véase el fragmento en el cual Sitchin expone su visión sobre los Nefilim: 
«Incluso los primeros recopiladores del Antiguo Testamento –que consagraron la Biblia a un único Dios– consideraron necesario reconocer la presencia en la Tierra de estos seres divinos en la antigüedad. La enigmática sección –a la que le tienen pánico tanto los traductores como los teólogos– es la que forma el comienzo del Capítulo 6 del Génesis. Ocupa el espacio que hay entre la reseña de la expansión de la Humanidad a lo largo de las generaciones después de Adán y el relato del desencanto divino con la Humanidad que precedió al Diluvio. Afirma, inequívocamente, que, en aquel tiempo,

los hijos de los dioses
vieron que las hijas de los hombres estaban bien;
y tomaron por esposas
a las que preferían de entre todas ellas.
Las connotaciones de estos versículos, y los paralelismos que hay con los relatos sumerios de los dioses, de sus hijos y nietos, y de la descendencia semidivina resultante de la cohabitación entre dioses y mortales, se acumula mientras seguimos leyendo los versículos bíblicos:
Los Nefilim estaban sobre la Tierra,
en aquellos días y también después,
cuando los hijos de los dioses
cohabitaban con las hijas de los Adán,
y ellas les daban hijos.
Ellos fueron los poderosos de la Eternidad,
El Pueblo del shem.

La traducción que figura aquí no es la traducción tradicional. Durante mucho tiempo, la expresión “Los Nefilim estaban sobre la Tierra” se tradujo como “Había gigantes sobre la tierra”; pero los traductores modernos reconocen el error, optando al final por dejar intacto el término hebreo Nefilim en la traducción. El versículo “El pueblo (gente) del shem”, como sería de esperar, se tradujo como “la gente que tenía un nombre”, y, de ahí, “los hombres famosos”. Pero, como ya hemos dicho, el término shem se debe tomar en su sentido original: un cohete, una nave espacial.
Entonces, ¿qué significa el término Nefilim? Derivado de la raíz semita NFL (“ser lanzado abajo”), significa exactamente lo que significa: ¡aquellos que fueron arrojados a la Tierra!»

Para Sitchin, existían muchas pruebas de que los Anunnaki (o Nefilim) eran, en efecto, el pueblo “de los shem” (naves espaciales, en su opinión), y que el susodicho descenso a la Tierra no habría sido una mera ficción religiosa sino un aterrizaje en toda regla. El motivo de tal descenso habría sido la búsqueda y obtención de recursos naturales, básicamente oro, necesario para la protección de la dañada atmósfera de su planeta original, Nibiru. Como resultado de esta empresa, se hizo necesario disponer de trabajadores esclavos que llevasen a cabo el duro trabajo de la extracción minera, y sería en este contexto en que los dioses habrían creado a un “trabajador primitivo” o lu.lu después de varios experimentos. Este prototipo exitoso, el primer hombre, habría sido llamado adamu o adapa, el Adán de la Biblia.

Tablilla con escritura cuneiforme
Por tanto, juntando todas las piezas, nos encontramos aquí con un típico escenario de antiguos astronautas que da pie a la llamada teoría intervencionista, que considera que el Homo sapiens no es fruto de un proceso evolutivo natural (según la ortodoxia darwinista) sino de la ingeniería genética aplicada por unos seres extraterrestres sobre un homínido primitivo. Así pues, Sitchin, tomando elementos del Antiguo Testamento y sobre todo de las antiguas tablillas mesopotámicas escritas en grafía cuneiforme, construyó una historia que bien podríamos llamar de “ciencia-ficción” en la cual los dioses Anunnaki habitaron el planeta Tierra durante más de medio millón de años, establecieron bases permanentes y crearon a la criatura humana para que trabajase a su servicio. Más adelante, tras el Diluvio universal, los dioses habrían concedido la civilización a la Humanidad y habrían partido de vuelta a su mundo tras una tremenda guerra nuclear entre facciones Anunnaki a finales del tercer milenio a. C.

A partir de esta teoría de Sitchin, surgió toda una legión de fieles seguidores que prosiguieron o ampliaron sus trabajos desde diversas perspectivas. Aún hoy en día, a los pocos años de fallecer el autor ruso, varios investigadores siguen la estela de los dioses Anunnaki, sobre todo en la vertiente intervencionista, esto es,  en la explicación del Homo Sapiens como un producto genético artificial, aparte de otras tendencias que ya caerían más en el terreno pseudoconspirativo. Por supuesto, también cabe mencionar que Sitchin tuvo fuertes opositores en el campo académico (en particular Michael Heiser), y que algunos de sus discípulos, como Alan Alford, acabaron por desmarcarse de sus ideas.

Y entre las múltiples propuestas recientes sobre los Nefilim, desearía destacar en este texto tres aportaciones sumamente significativas, que combinan distintos elementos como la mitología, la arqueología, la antropología, la tradición religiosa y la filología.

Los iniciadores de la civilización



En primer lugar, tenemos la visión del investigador británico Andrew Collins, que escribió un artículo sobre los bíblicos Vigilantes y sus descendientes los Nefilim titulado The forbidden legacy of a fallen race[1]. Collins se desmarca aquí del ámbito extraterrestre y plantea interesantes interrogantes sobre varias cuestiones relacionadas con los Vigilantes, unos seres superiores o semidivinos (“Hijos de Dios”), que de algún modo cayeron en desgracia, así como sus descendientes, los Nefilim. El autor inglés compara las citas bíblicas con el famoso Libro de Enoc –el libro que habla de los Vigilantes en calidad de “ángeles caídos”– y comprueba que hay cosas que no acaban de cuadrar y que oscurecen el perfil de los Nefilim. Por ejemplo, la doble mención del Génesis resulta algo confusa; cito literalmente:

«Y aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí todas las esposas que eligieron.
Por hijos de Dios, el texto quiere decir ángeles celestiales, siendo el original hebreo bene-ha-Elohim. En el versículo 3 del capítulo 6, Dios declara de forma inesperada que su espíritu no puede permanecer en los hombres para siempre, y que puesto que la humanidad es una creación de la carne, su vida útil en lo sucesivo se reduciría a “ciento veinte años”. Sin embargo, en el versículo 4, el tono vuelve de repente al tema original de este capítulo, ya que dice:
Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: los mismos valientes que desde la antigüedad fueron los varones de renombre

Según Collins, los teólogos, para tratar de resolver este tema, habrían optado por la hipótesis de que los ángeles habrían caído  en desgracia dos veces, primero por el orgullo y luego por la lujuria. Pero en opinión del autor británico estos dos fragmentos podrían pertenecer a tradiciones y épocas distintas, y de ahí la confusión entre los bene ha-elohim (Hijos de Dios) y los Nefilim. Los primeros serían un añadido muy posterior, con origen en Irán, mientras que los segundos serían propiamente los ángeles caídos de la tradición hebrea. En todo caso, y pese a estas contradicciones, este texto «mantuvo la firme creencia entre los antepasados de la raza judía de que, en algún momento del lejano pasado, una raza gigante había gobernado la Tierra.»

Por otro lado, Andrew Collins concede gran importancia al Libro de Enoc –que no sería posterior e inspirado en el Génesis, sino al revés[2]– pues vendría a ofrecer un relato bastante revelador en cuanto al origen de los Nefilim. Según este libro, doscientos de los Erin (“los que vigilan” o Vigilantes) se convirtieron en ángeles caídos, al descender al mundo terrenal de los mortales y cohabitar con mujeres humanas. Estos transgresores tuvieron descendencia fruto de su unión con éstas y tales seres híbridos fueron llamados Nefilim, un término hebreo que puede traducirse como “los que han caído”, y que luego se convirtió en “gigantes” en la versión griega.

Representación artística de Shemihaza
Al parecer, los Nefilim se dedicaron en principio a instruir y civilizar a los humanos, enseñándoles múltiples conocimientos y artes. Sin embargo, luego los Nefilim se volvieron contra los humanos, cometiendo toda clase de maldades y tropelías, tal y como se menciona en el propio Libro de Enoc: “Y cuando los hombres ya no pudieron mantenerlos, los gigantes se volvieron contra ellos y devoraron a la Humanidad. Y empezaron a pecar contra los pájaros y las bestias, y los reptiles y los peces, y a devorarse la carne unos a otros, y beberse la sangre. Luego la tierra estableció acusación contra los sin ley.” Entonces, los Vigilantes celestiales escucharon las quejas de los humanos y procedieron a juzgar y castigar duramente a los Nefilim, empezando por su líder Shemihaza. Así, los rebeldes fueron finalmente recluidos en una especie de prisión celestial, un abismo de fuego (¿el infierno?).

A partir de este punto, Collins se sumerge en una investigación a caballo entre la mitología y la arqueología, a fin de obtener un perfil más terrenal de los Nefilim, que tal vez no serían tan etéreos como se  podría suponer. Su investigación le lleva a relacionar a los Nefilim con unos seres (¿chamanes?) medio humanos medio pájaros, considerados por los hombres como demonios, que habrían habitado una determinada región de Oriente Medio, más concretamente las montañas de Media, al noroeste del actual Irán.

Véase el siguiente ejemplo de la presencia real de estos seres en las antiguas crónicas mesopotámicas:
«En una tablilla cuneiforme escrita en la ciudad de Kutha por un escriba “del templo de Sitlam, en el santuario de Nergal”, se describen las incursiones de una raza de demonios en Mesopotamia, impulsada por los dioses de una región inferior. Se dice que le hicieron la guerra a un rey no identificado durante tres años consecutivos y que tenían la apariencia de:
Hombres con cuerpo de pájaros del desierto,
seres humanos con rostros de cuervos,
los grandes dioses los crearon,
y en la tierra, los dioses crearon para ellos una morada... en medio de la tierra crecieron y se hicieron grandes, y aumentaron en número,
Siete reyes, hermanos de la misma familia,
seis mil en número fueron su pueblo.
Estos “hombres con cuerpos de pájaro” fueron considerados como “demonios”. Aparecerían sólo una vez que una tormenta de nubes hubiera consumido los desiertos y masacraría a aquellos a quienes tomarían cautivos, antes de regresar a una región inaccesible durante otro año.»

Estatuilla de la cultura el-Ubaid
Por otra parte, la literatura enoquiana y de los rollos del Mar Muerto también recogía otra descripción de estos seres, caracterizados fuertemente por tener el rostro de víbora, lo cual casa con la iconografía de ciertas estatuillas de la cultura neolítica mesopotámica de el-Obeid o Ubaid (datada hacia 5.000 a. C.), en las cuales aparecen unas divinidades con rasgos marcadamente reptiloides. 

A este respecto, Collins rechaza la versión clásica de la arqueología convencional que habla de diosas-madre y también de las especulaciones de Erich Von Däniken sobre la supuesta identidad extraterrestre de tales figuras. Según su opinión, estas efigies derivaban directamente de unas imágenes muy similares de la anterior cultura protoneolítica de Jarmo (en el Kurdistán), zona supuestamente habitada por los Vigilantes. Así, Collins especula con la idea de que fueron estos seres los que adiestraron a los primitivos habitantes de la región en las habilidades agrícolas.

En fin, adentrarnos en detalle en esta investigación sería ahora demasiado prolijo, por lo cual recomiendo la lectura de este artículo de A. Collins que puede hallarse libremente en Internet, tanto en versión inglesa como española. En todo caso, aun con todas las reservas por lo arriesgado de algunas propuestas, es muy loable este intento de dar contexto histórico-arqueológico a unos personajes presumiblemente míticos, buscando analogías y relaciones en elementos aparentemente inconexos.

Cuando los gigantes dominaban la tierra



En segundo lugar, tenemos el enfoque del investigador alternativo holandés L. C. Geerts, sustentado en varias fuentes religiosas, que trata de situar el tema en la oscura polémica sobre los gigantes, introduciendo en la controversia un nuevo elemento directamente relacionado con los Nefilim: los Anakim. Básicamente, lo que Geerts propone en su artículo Giants, Nephilim and Anakim es que la confusa dualidad expresada en el Génesis se debe a la yuxtaposición de tradiciones diferentes (como acabamos de ver en lo expuesto por Collins), pero incorporando la figura de los Anakim bíblicos como descendientes de los propios Nefilim.

Goliat, un gigante Anakim
Así pues, el escenario de Geerts es más o menos el siguiente: los hijos de Dios o “Vigilantes” se habrían unido a las hijas de los hombres, creando así una raza híbrida de gigantes. En este caso, los Nefilim serían propiamente los mismos Vigilantes (o sea, dos nombres distintos para una misma estirpe), mientras que su descendencia serían los llamados Anakim, raza de gigantes también citada en la Biblia. Así pues, los ángeles caídos o Nefilim serían gigantes, al igual que sus descendientes los Anakim, y no sólo en un sentido físico, sino también por tener capacidades superiores a los humanos “normales”. Así, aunque estos seres habrían ido decreciendo en tamaño con el paso de los siglos[3], habrían sido los responsables de las grandes obras y monumentos de la Antigüedad, sobre todo los de carácter megalítico, atribuidos (erróneamente, a juicio del autor holandés) a las primeras civilizaciones conocidas. En cualquier caso, esta raza o razas de gigantes habría caído en desgracia por haberse rebelado contra la gran autoridad divina y habría sido castigada consecuentemente, todo ello antes de la aparición del humano moderno (Homo sapiens).

En cuanto a su aspecto, algunos relatos hablan de increíbles alturas de hasta 900 metros, aunque otras referencias los sitúan en una franja más discreta de entre 10 y 100 metros, que todavía resulta del todo asombrosa. Y sobre su longevidad, y aun habiendo perdido su inmortalidad divina, los gigantes podrían haber vivido por períodos de hasta 500 años.

Por otra parte, en la mayoría de escrituras sagradas, todos estos ángeles caídos y razas derivadas serían denominados con diversos nombres, como gigantes, Anakim, demonios y monstruos, acentuando especialmente su faceta maligna y perversa. Esta tradición se fundamentaría en el hecho de que estos gigantes se habrían cruzado con diversos animales, creando así unas criaturas fantásticas (medio humanas medio bestias) que fueron adorados y temidos al mismo tiempo, y que están recogidos en mitos y leyendas de diversas culturas.

En definitiva, Geerts, a partir de los textos religiosos, reconstruye una historia supuestamente real sobre la presencia de gigantes sobre la tierra antes de que surgiera la raza de humanos actuales. Estos Nefilim, a pesar de haber sido castigados por sus creadores y de haber estado al borde de la desaparición a causa del Diluvio universal, habrían pervivido hasta épocas que podríamos calificar de históricas, según vemos en episodios bíblicos como la lucha de los israelitas contra los últimos representantes de estas razas (véase como ejemplo el famoso combate en David y Goliat).

La incierta influencia persa



Finalmente quisiera comentar el trabajo del investigador griego Petros Koutoupis, que en su artículo The Nefilim: Their origins and evolution se ha centrado en la cuestión propiamente filológica, descartando que los Nefilim fueran antiguos astronautas (versión Sitchin) o que pertenecieran a una cultura muy anterior a las conocidas convencionalmente (versión Collins).

Koutoupis parte de la interpretación propuesta por Sitchin y considera que su traducción es errónea, ya que la palabra correcta hebrea para “descender” es yārad, que no tendría pues relación con los Nefilim. En su opinión, la cuestión filológica tiene gran importancia para aclarar el auténtico origen del mito de los Nefilim. El autor griego aduce que se ha querido relacionar la palabra hebrea nāfal (“caer”, “sucumbir”) con los Nefilim, pero el plural de este término no puede ser nefilim de ningún modo.

Además, observa que en los escritos de la religión judía se aprecia una duplicidad en la escritura de la palabra Nefilim: נפילים (NFYLYM) / נפלים (NFLYM). La diferencia entre ambas grafías es que en la primera tenemos una yod adicional, que resulta muy excepcional, pues en la gran mayoría de textos aparece la segunda forma, sin esta yod. El asunto no es menor, pues Koutoupis, basándose en que la tradición hebrea más antigua no poseía letras para los sonidos vocálicos, cree que los escribas de épocas más recientes habrían añadido los signos vocálicos para preservar la pronunciación tradicional, y de aquí la aparición de la grafía nefilim (como se observa en Números 13:33). No obstante, lo que podría haber ocurrido aquí es una confusión de términos, pues en el Libro de Job (hallado en los rollos del mar muerto), escrito en arameo, hallamos el término nefilā referido a la constelación de Orión, cuyo masculino sería nāfil (plural nefilin), que se traduce literalmente como “gigante”. Así pues, pasando del arameo nefilin al hebreo nefilim, ya tendríamos la palabra que se tradujo normalmente como “gigantes”, y que en realidad podría tener un origen arameo[4].

Por otro lado, tomando las propias fuentes bíblicas y comparándolas con los relatos de otras culturas, vemos que el perfil de estos gigantes no está nada claro. Por un lado, serían los héroes de gran renombre, portadores de la cultura y la civilización como herencia de su origen divino, mientras que por otro se los presenta como seres demoníacos y malvados. ¿Cómo casamos ambas visiones? Koutoupis recurre a otra fuente, el Libro de Jasher (una obra compilada justo después del exilio judío en Babilonia), para tratar de esclarecer esta cuestión. En este libro se habla de Enoc como rey de la Humanidad pero no hay mención de los Hijos de Dios ni de los Nefilim. A juicio del autor griego, en realidad no hay conexión entre los hijos de Dios, los Nefilim y la corrupción de la Humanidad. Además, si los Nefilim eran responsables de esta corrupción, no queda nada claro cómo es que aparecen “sobre la Tierra en aquellos días y después de eso” (¿el Diluvio?). En vez de considerar que los gigantes Nefilim volvieron de alguna manera a la Tierra tras el Diluvio, sería mas adecuado considerar que nunca llegaron a ser barridos o apartados de ella.

Sello acadio en que se aprecia la diferencia de estatura
Siguiendo esta pista, el autor cree que es más correcto ceñirse a la mitología mesopotámica, que nos habla del héroe semidivino Gilgamesh, en dos tercios divino y en un tercio humano, y que tendría todo el aspecto de un gigante. En efecto, los semidioses de la mitología sumeria –que habrían existido antes y después del Diluvio– presentan un perfil que coincide básicamente con el de los Nefilim y son representados en un tamaño superior al de los humanos. Así pues, estos antiguos gigantes serían propiamente los “héroes de renombre”, guerreros y capaces de grandes gestas, pero no propiamente “demonios”.

Así, el paralelo entre la tradición sumeria y la Biblia sería indiscutible y reforzaría la identidad de estos seres como gigantes, especialmente desde el punto de vista físico. Como señala Koutoupis:
«Este énfasis en la altura fue extremadamente significativo [...] como en la versión hitita en la cual Gilgamesh es descrito como de once yardas de altura[5] y su pecho tenía nueve palmos de amplitud. En la épica nunca se menciona que los humanos normales fueran de la misma altura que estos semidioses. De hecho, los ciudadanos habituales de Uruk estaban asombrados ante las alturas tanto de Gilgamesh como de Enkidu. Los semidioses de la antigua Mesopotamia muestran innegables semejanzas con los Nefilim.»

Koutoupis concluye su propuesta apuntando a que en algún momento la tradición hebrea tomó el término arameo nāfil, y que eso pudo suceder en el periodo del post-exilio, bajo la fuerte influencia persa. La historia de la corrupción de la Humanidad por obra de los Nefilim habría sido pues una interpretación adquirida en época tardía por inspiración de la religión zoroástrica, que tenía un Dios supremo (Ahura Mazda) y unos demonios o ángeles caídos (daevas). De este modo, la religión judía habría adoptado un enfoque dualístico en que cualquier deidad que no fuera el único y buen dios Yahveh sería necesariamente malvada. Aquí el autor especula con la idea de que los escribas judíos no pudieran concebir que los hombres hubieran optado por el mal de forma libre, sino que hubieran sido inducidos al mal por fuerzas malignas superiores, lo cual hubiera hecho recaer todas las culpas sobre los gigantes semidivinos, pasando de ser héroes a ser demonios.

Conclusiones



Hemos visto varias interpretaciones sobre la figura de los Nefilim, que se mueven en los pantanosos terrenos del mito y la religión, pero con algunos ecos que podrían conectar con un remoto pasado que podríamos situar en un contexto histórico-arqueológico.


Ciertamente, la mitología sobre los Nefilim rompe todos los esquemas porque presenta un pasado totalmente distinto al que la historia y la arqueología -fundamentadas en el paradigma evolucionista- nos han mostrado como única verdad para explicar el origen del hombre y de la civilización. En esa historia (o prehistoria) convencional no caben dioses, ni semidioses, ni héroes ni gigantes, ni demonios, y todo ello a pesar de que las mitologías de muchos pueblos (no sólo el judío o el sumerio) insisten tozudamente en la presencia de estos seres superiores antes de que el hombre actual apareciera sobre la Tierra.

Para Sitchin, los Nefilim venían sin duda del espacio, aunque nunca pudo probar que el enigmático planeta Nibiru existiera, por no hablar de las licencias que se tomó para hacer una relectura sui generis de la Biblia y de los mitos sumerios. Por su parte, Andrew Collins ha tratado de situar un origen de la civilización en unos seres poco definidos y de aspecto desconcertante que habrían habitado físicamente el Medio Oriente en tiempos prehistóricos. Entretanto, Geerts también les concede una cierta historicidad a los Nefilim, que habrían sido los famosos gigantes citados en tantas mitologías, a veces con un sentido positivo y otras en un sentido muy peyorativo. Por último, los estudios de Koutoupis sobre las Escrituras judías nos podrían indicar que la identidad de los Nefilim se podría ligar a la de los personajes de renombre o héroes del principio de la civilización y que su supuesta vertiente demoníaca habría sido una reinterpretación muy posterior al propio origen de esta historia.

En fin, en el extenso artículo sobre los gigantes de este mismo blog ya toqué esta controversia, y a la vista de los relatos históricos, la mitología y ciertos restos arqueológicos, concluía que la existencia de gigantes podría tener un fondo real que se pierde en la noche de los tiempos. En todo caso, si diéramos alguna credibilidad a la historia de los Nefilim, nos quedarían muchos interrogantes por resolver. En muchas mitologías vemos que los gigantes se rebelan y se enfrentan a los dioses supremos y acaban por ser vencidos, juzgados y castigados. Pero... ¿Quién o quiénes eran esos dioses supremos? ¿Fue la corrupción de la humanidad el motivo de esa rebelión o fue otra causa? ¿Y qué papel juegan los humanos en esta historia? ¿Se mezcló genéticamente la raza humana con una raza de gigantes? ¿Fueron esos gigantes los que concedieron la civilización a los humanos?

Todas estas preguntas siguen a día de hoy en el dominio de la mitología y la religión, y pese a los esfuerzos de varios investigadores, todavía queda un largo trecho para que puedan tomar forma en el ámbito propiamente histórico.

© Xavier Bartlett 2015





[1] La versión española de este artículo (“El legado prohibido de una raza caída”) se publicó en la revista digital Dogmacero, en dos partes (números 5 y 6, 2013). El trabajo completo de Collins sobre esta temática se encuentra en un libro titulado From the ashes of angels: The forbidden legacy of a fallen race (1998).

[2] Según Collins, existen pruebas de que el Pentateuco (libro supuestamente escrito por Moisés) fue compilado en el cautiverio judío en Babilonia, hacia el siglo V a. C., mientras que el Libro de Enoc sería bastante más antiguo y por ello habría quedado fuera del Canon de las Escrituras.

[3] De hecho en la propia Biblia se habla de varias subrazas de Anakim, que se corresponderían con generaciones cada vez menos gigantes y más próximas a los humanos.

[4] De hecho, Koutoupis considera que los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco, no fueron obra de Moisés sino que fueron escritos y editados por varios escribas a lo largo del tiempo, y aquí podían haberse añadido influencias o temas no propiamente hebreos.
[5] Medida que vendría a ser casi 10 metros.