domingo, 27 de octubre de 2019

Salvador Freixedo (1923-2019)


Me ha llegado la triste noticia del reciente fallecimiento de Salvador Freixedo, ex sacerdote jesuita, escritor e investigador independiente especializado en ufología. Para los seguidores de la historia alternativa, Freixedo fue todo un referente durante décadas porque, desde su enfoque ufológico, propuso un escenario de la historia humana dominado por unos seres superiores venidos de otros mundos que se hicieron pasar por dioses y controlaron a los humanos mediante varias estrategias, muy especialmente por las religiones.

Para los que conozcan poco el trabajo y la trayectoria de Freixedo, me complace adjuntar un amplio extracto de una de las últimas entrevistas que concedió. Se trata de una entrevista a cargo de mi amigo y experto ufólogo David Álvarez (con algunas aportaciones mías), y que fue publicada en la revista digital Dogmacero en 2014. Tuve la oportunidad de conocer en persona a Freixedo hace unos pocos años y todavía seguía tan lúcido y combatiente como siempre, aunque su discurso apenas había evolucionado ya en este siglo XXI. Sea como fuere, Salvador Freixedo marcó una época y mostró un camino a los investigadores que vinieron después. Además, obtuvo un gran reconocimiento nacional e internacional por su trabajo, con el que se puede estar de acuerdo o no, pero que nunca podremos tachar de incoherente u oportunista. Su legado merece ser tenido en cuenta y por ello le dedico este sencillo homenaje. Descanse en paz, Don Salvador.

Entrevista a Salvador Freixedo



Nacido en Carballino (Orense) en 1923, cursó estudios de Humanidades, Filosofía y Teo­logía en diversas universidades españolas, así como Psicología en la Universidad de Los Ángeles y en la Universidad de Fordham (Nueva York). Fue sacerdote y miembro de la Compañía de Jesús desde la que defendió postulados muy críticos frente a buena parte de la jerar­quía de la Iglesia Católica. En los años 50 y 60 escribió diversos libros de marcado carácter social que le acarrea­ron serios problemas –pena de cárcel incluida– con las autoridades de la época en la Cuba de Batista y en Venezuela. En 1968 publicó Mi Iglesia duerme (libro que fue prohibido en España), una obra demoledora en la que denunciaba la irracionalidad de algunos de los principios tenidos como dogmas por la Iglesia Católica, así como el esca­so espíritu evangélico de parte de su jerarquía.

A partir de 1970, y tras su desvinculación de la Compañía de Jesús, inició sus trabajos en el campo de la Parapsicología y el estudio de los no identificados en el que des­plegó una labor intensa y apasionada con libros considerados de referencia obligada para el estudioso de estos temas, entre los que destacamos: El diabólico inconsciente (1973), Israel pueblo contacto (1978), ¡Defendámonos de los dioses! (1984), La granja humana (1988, recientemente reeditada), Los contactados (1991) y Teovnilogía (2012).

En palabras del desaparecido Gordon Creighton, antiguo redactor-jefe de la tal vez mejor publicación y la más seria que ha existido en el estudio del fenómeno ovni, la Flying Saucer Review, “Salvador Freixedo es un hombre de una profunda erudición y de una gran sabiduría que ha realizado un estudio a fondo del impacto que el fenómeno ovni puede tener en el pensamiento religioso y en particular en el cristianismo. En este supremo nivel cósmico-filosófico yo creo que sólo Aimé Michel[1] se le puede parango­nar, por sus puntos de vista holísticos, y creo que Salvador Freixedo debe ser consi­derado como una de las mentes más perspicaces dedicadas en la actualidad al estudio del fenómeno ovni.”

Charles Fort
DogmaCero: Una pregunta obligada, aunque pueda parecer ingenua, ¿estamos solos en el universo?

Salvador Freixedo: En absoluto. La premisa cierta de la que hay que partir y que hace años ya traté de explicar en uno de mis libros, “La granja humana”, es que en este pla­neta hay otros seres –normalmente invisibles- más inteligentes que nosotros, que son los que desde las sombras nos dominan sin que nos demos cuenta. Charles Fort, a principios de siglo pasado lo resumió genialmente en tres palabras we are property, tres palabras que en español se convierten en dos: “somos propiedad”. Quien no sepa que en este planeta que consideramos tan nuestro hay otras inteligencias extrahuma­nas que son las verdaderas dueñas de él, le diré que no va a creer nada de lo que digo. Pero le diré que se ha dejado engañar por las afirmaciones de ciertos científicos, por las mentiras de la prensa y de las perversas autoridades de este mundo, y que ignora algo que es fundamental en la historia humana. Yo también estuve engañado durante casi setenta años.

DC: ¿Qué papel juega la religión en este planteamiento?

SF: En lo único en lo que todas las religiones están de acuerdo es en creer que por en­cima de nosotros hay unos seres espirituales e inmateriales, pero reales, que se inmis­cuyen en nuestras vidas, ayudándonos o castigándonos. Dependiendo de las religiones se les llama de muy diversos nombres: dioses, ángeles, demonios, espíritus, devas, iblis, ninfas, sílfides… La sociología ha tratado muy a la ligera el hecho religioso y la megaciencia intenta explicar las religiones como fruto del miedo a la muerte, mal fun­cionamiento del cerebro o simples fabulaciones del mismo. Pero es un intento vano, porque en la actualidad, cuando las masas están sufriendo un rápido y destructivo pro­ceso de “desespiritualización” y perdiendo la fe en las creencias de nuestros antepa­sados, en nuestros cielos aparecen unos seres que, a primera vista, parecen ser los visi­tantes de otros planetas pero que cuando se les conoce a fondo se comportan igual que los espíritus en los que creían las gentes del pasado y como el dios o los dioses en los que creen las religiones del presente.

DC: ¿Y por qué no se nos presentan abiertamente?

SF: La razón por qué no se presentan abiertamente es que prefieren que sigamos cre­yendo que nosotros somos los dueños de este planeta y que actuamos con entera libertad. De esta manera, no nos rebelaremos y podrán seguir aprovechándose de nosotros. Sin embargo, ellos son y han sido siempre los auténticos señores de nuestro planeta y las diferentes razas humanas no somos más que una especie de animales de granja. Nos usan de maneras muy diferentes (lo mismo que los humanos usamos a otros animales de maneras muy diferentes) y sin que caigamos en cuenta de ello.

DC: ¿Qué opinión le merece la teoría del antiguo astronauta?

E. Von Däniken
SF: La teoría de los Antiguos Astronautas, defendida por Kolosimo, Charroux y sobre todo inicialmente por Taylor Hansen y últimamente por Von Däniken, sostiene que a lo largo de muchos milenios seres de otros astros visitaron nuestro planeta. De esto hoy ya no podemos tener duda a juzgar por las muchas muestras que ellos dejaron de su estancia y que se pueden encontrar a todo lo ancho del planeta, como por ejemplo en las pirámides, de las que hay ejemplares no sólo en los cinco continentes sino incluso sumergidas bajo el mar. Además, poseemos restos muy claros de otras razas, aparen­temente humanas, muy diferentes a la raza humana actual, algunas de ellas de una enorme estatura. 

DC: ¿Cree que hubo en un remoto pasado una intervención genética sobre ciertos homínidos para crear los humanos modernos, según defienden autores como Von Däniken o Sitchin?

SF: Parece indudable que en la antigüedad hubo intervenciones de extraterrestres para crear las diferentes razas humanas que en la actualidad existen. A pesar de que algu­nos explican estas intervenciones con todo lujo de detalles, no podemos estar seguros de cómo ni en qué fechas fueron hechas en concreto esas intervenciones. Algunas pueden haber sucedido hace millones de años. En la actualidad, según nos dicen no pocos contactados, algunas de las razas que nos visitan, parece que están repitiendo la tarea de lograr híbridos de su raza con la nuestra, a juzgar por lo que ellos han visto en las ciudades subterráneas a donde han sido llevados.

Estas inteligencias suprahumanas son las que han creado las diferentes razas humanas a lo largo de los milenios a partir de algunos simios. A juzgar por los abundantes restos fósiles, en nuestro planeta han vivido diversas razas humanas muy diferentes (algunas de ellas gigantes y otras minúsculas, como el ejemplar que posee en Barcelona el gran investigador ovni Ramón Navia-Osorio) que han existido y se han extinguido a lo largo de millones de años, contrariamente a lo que afirman arqueólogos y paleontólogos.

DC: ¿Cree que las religiones (o, por lo menos, las grandes religiones) han sido instru­mentos de manipulación mental para convertir la espiritualidad en un sistema de creencias opresivo basado en el pecado y la necesidad de redención?

SF: Mi opinión personal, que reflejo en mi libro “Teovnilogía”, es que las religiones fue­ron creadas inicialmente por seres extraordinarios enviados por el Creador para ayu­dar a los humanos a liberarse de las fuerzas malignas que dominan el mundo, pero esas mismas fuerzas malignas intervinieron enseguida para utilizar las religiones como un instrumento de confusión y de división entre las diferentes razas y culturas. Por lo tanto, todas las religiones tienen elementos positivos que ayudan a los seres huma­nos a evolucionar espiritualmente, y al mismo tiempo tienen aspectos negativos que impiden esta evolución.

DC: ¿Identifica Vd. a los dioses y demonios (o “ángeles caídos” de la Biblia) con los seres extraterrestres que controlan y manipulan a la Humanidad, según afirman al­gunos teóricos de la conspiración?

SF:  Efectivamente yo creo que lo que el cristianismo llama Satanás (y del que piensa que es un ser real, idea que comparto) y que otras religiones llaman espíritus malig­nos, son unas pocas razas extraterrestres multidimensionales que interactúan con noso­tros y que nos dominan, impidiendo nuestra evolución y haciendo que luchemos entre nosotros y contra nosotros mismos.

DC: De sus palabras se desprende la íntima relación entre las religiones y el fenómeno ovni…

SF: La relación de las religiones con los ovnis es mucho mayor de lo que creen los auto­denominados “ufólogos”. En realidad, el fenómeno ovni, considerado en su totalidad, es la explicación que más nos acerca al verdadero origen de todas las religiones actua­les. Y viceversa, las religiones, o más bien el fenómeno religioso considerado global­mente, son lo que mejor explica la presencia de estos misteriosos visitantes a los que inocentemente llamamos objetos volantes no identificados. Y entre los dos podrán decirnos por qué hay tanto dolor y tanta injusticia en el mundo y por qué el ser hu­mano tiene tanta inclinación a la maldad.

Se puede decir que las creencias del cristianismo en cuanto a la existencia, a la esencia y a la presencia de Satanás en este mundo coinciden totalmente con lo que la ovnilogía sabe, no por creencias ni por suposiciones o conjeturas ni por dogmas preestablecidos sino por repetidas experiencias de cientos de miles de hombres y mujeres en todo el mundo –entre los que me cuento– por más que la megaciencia pretenda ignorarlos y por más que las grandes autoridades lo nieguen.

DC: ¿Piensa Vd. que toda la historia de la Humanidad ha sido dirigida y controlada por estos “dioses” y que, por tanto, el hombre no ha gozado nunca de libertad real?

SF: Creo que toda la historia de la humanidad ha sido dirigida y controlada por estos seres malignos, y por eso es tan espantosa e inexplicable en un ser racional que por otro lado ha sido capaz de grandes obras tanto materiales como espirituales. El origen de tantos males en el mundo se debe a la constante influencia de estos seres. Teóricamente tenemos libertad, pero ésta está muy condicionada por la intromisión de estos seres malignos. Para dirigir la marcha de la historia, se han valido siempre de las mentes de las grandes autoridades a las que han tenido completamente dominadas sin que ellas se den cuenta.

John Lash
DC: Algunos autores como John L. Lash consideran que los seres manipuladores de otras dimensiones se pueden equiparar a los arcontes, citados en los textos gnósticos. ¿Es­tá de acuerdo con esta visión?

SF:  Los arcontes de los gnósticos son los mismos seres indeterminados, aunque reales, de los que nos hablan todas las culturas y religiones. Digo indeterminados porque de ninguna manera son todos iguales, sino que tienen orígenes muy diversos, dado que en el Universo hay una infinidad de seres diferentes, dotados de formas e inteligencias diversas.

DC: Según las informaciones extraídas de los casos de abducción, parece existir por parte de esos seres de otros mundos una fijación por las cuestiones sexuales o gené­ticas o, más específicamente, por la hibridación. Desde su punto de vista, ¿qué senti­do tendrían tales experiencias?

SF: El interés de los seres extrahumanos por todo lo relacionado con la reproducción de las especies –y a nivel humano con el sexo– es algo en lo que coinciden tanto las nume­rosas experiencias de los contactados como lo que en el cristianismo conocemos por el Génesis. Los elohim se encapricharon con las “hijas de los hombres” y se mezclaron con ellas, procreando seres extraños y por ello fueron castigados. Por otro lado, conoz­co personas, hombres y mujeres, que han sido llevados a los profundos túneles donde viven muchos de estos seres, y allí han visto largas filas de pequeñas cunas donde crían a sus descendientes. Christa Tilton, una muy famosa contactada norteamericana me contó muy pormenorizadamente cómo vio en los túneles a los que fue llevada muchas veces, muy largas filas de cunitas. Y no es el único contactado que me ha hablado de este tema. Algu­nos tratan desesperadamente de conseguir híbridos con los humanos aunque tienen grandes dificultades en lograrlo; otros contactados, en cambio, han visto híbridos procedentes de semen u óvulos que anteriormente les habían extraído a ellos. El deseo de algunas de estas razas parece que se debe a que algunas de ellas están desapareciendo porque han perdido la capacidad de reproducirse debido a guerras entre los habitantes de diversos astros. Hasta qué punto todas estas noticias son exactas es un misterio, pero lo que sí es cier­to es que provienen de muchas fuentes distintas, muchas de las cuales son muy de fiar. Lo que no sabemos es si les han dicho la verdad o han tratado de engañarlas, como ha sucedido en muchas ocasiones.

DC: ¿Cómo ve el panorama actual de investigación OVNI?

SF: Hay ovnílogos que todavía siguen investigando casos con la finalidad de convencer a la gente y a las autoridades científicas de que los ovnis son una realidad. Ese fue un primer paso en la ovnilogía y su resultado después de más de sesenta años de investi­gaciones es la certeza de que en este planeta hay otros seres inteligentes que no son humanos. Pero ese paso ya ha quedado atrás. Es muy triste que, en congresos impor­tantes, famosos “ufólogos” sigan todavía insistiendo en la presentación de casos y en el interés por convencer a las autoridades civiles y científicas, cuando la verdad es que ninguna de las dos quiere prestarles oídos. Y es igualmente triste ver cómo investiga­dores serios se han dejado acomplejar por las afirmaciones de los científicos de que no hay pruebas de la realidad del fenómeno, y lo repiten muy convencidos, cuando la realidad es que hay más pruebas de la presencia de los ovnis entre nosotros que de muchos postulados de la ciencia oficial.

El nivel en el que actualmente se encuentra la ovnilogía avanzada es el de averiguar cuáles son las intenciones de esos seres (vengan o no vengan en ovnis) y ver qué es lo que, de una manera muy disimulada, están haciendo en nuestro planeta. Hoy, una de las principales tareas de la ovnilogía debería consistir en tratar de averi­guar hasta qué punto los secretos dirigentes del planeta están en connivencia con es­tas inteligencias extrahumanas y cuáles son sus propósitos finales. Si los ovnílogos quieren estar en la vanguardia de las investigaciones de tan misterioso, profundo y trascendental fenómeno, sin dejar de estar atentos a la casuística puntual pero secundaria, deberían fijarse más en el creciente estado caótico –en el fondo antihumano y suicida– en que rápidamente está cayendo la humanidad, que es produc­to de la agenda y de las inteligentísimas estrategias de estos seres malignos, llamados “nefilim” según el Génesis, “Satanás” o “demonios” según el cristianismo, “demiurgos” según los gnósticos, “jinas” o “eblis” según el Islam o “malos espíritus” en todas las religiones sin excepción. El origen de todos estos malos espíritus es un tema fascinante que requiere ser tratado con detenimiento y que nos llevará hasta los límites de lo creíble y aceptable.
 
© David Álvarez-Planas / Xavier Bartlett 2014

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor



[1] Aimé Michel (1919-1992) Licenciado en psicología y filosofía. Miembro del “Colegio Invisible” de Jacques Vallée. Miembro del comité editorial de la revista Lumieres dans la nuit (a partir de 1969), realizó numerosos trabajos sobre ufología que se publicaron en diversas revistas de la época. Autor de diversos libros entre los que destaca Misterieux objets celestes (1958) en el que planteó la conocida teoría de las “ortotenias”. Pero Michel es también autor de una obra sensacional, menos conocida del gran público, “El misticismo. El hombre interior y lo inefable”, en la cual realiza un “estudio de los fenómenos emanantes de la mística, del ascetismo riguroso y de los milagros”.

domingo, 20 de octubre de 2019

La arqueología americana y el negacionismo marítimo


Cuando hace no muchos años, el autor británico Gavin Menzies se atrevió a sugerir en su obra 1421: el año que China descubrió el mundo que una gran flota china había explorado buena parte de las costas de América en el siglo XV, la ortodoxia académica se le tiró a la yugular desprestigiando y ridiculizando su investigación, porque tal hecho –según la versión oficial– era insostenible y disparatado. Menzies fue acusado de todo lo posible, empezando por no ser un profesional de la arqueología y por haber caído en la mera especulación y el sensacionalismo –con el único ánimo de vender libros– pero sin aportar ninguna prueba creíble. Por supuesto, esta reacción no es sorprendente. Se lleva repitiendo desde hace décadas ante cualquier propuesta de “visitas marítimas” a América previas al famoso descubrimiento de Colón. De hecho, desde los mismos principios de la arqueología americana, nacida en el siglo XIX, se establecieron tres sólidos dogmas que –con muy poca alteración– se han mantenido hasta el día de hoy; a saber:
  1. Que el poblamiento humano del continente tuvo lugar exclusivamente a través del estrecho de Bering por parte de comunidades mongoloides, hace unos 30.000 años[1].
  2. Que América no fue objeto de ningún contacto cultural foráneo por vía marítima hasta la llegada de Colón al Caribe en 1492.
  3. Que el proceso de neolitización y civilización en América fue un fenómeno completamente autóctono, sin aportaciones exteriores, precisamente por la aplicación de los dos dogmas anteriores.
Sobre el primero de los dogmas ya he tenido oportunidad de aportar datos en artículos anteriores y no me extenderé en comentarios. Sólo cabe recordar que a lo largo del siglo XX se excavaron varios yacimientos arqueológicos, desde Canadá hasta Chile, con cronologías del todo anómalas –para el patrón de pensamiento imperante– y que fueron ignoradas o desestimadas por el estamento oficial, por ser “demasiado antiguas”. Me estoy refiriendo a yacimientos que sobrepasarían con mucho los 25.000 años que actualmente se dan como “admisibles” para culturas humanas en América. Asimismo, a partir de ciertos restos humanos hallados, existe la grave sospecha de que la América antigua o prehistórica estuvo poblada por gentes distintas de las típicas razas amerindias conocidas, los supuestos descendientes de los asiáticos procedentes del estrecho de Bering. Todo esto ha sido objeto de numerosas polémicas que ya relaté en su momento.

Ahora bien, llegados al segundo dogma, todo parece muy claro para la arqueología académica. América estaba demasiado lejos del resto de tierras habitadas y la única forma viable de alcanzar el continente fue por el estrecho de Bering, y sólo cuando éste fue franqueable gracias a la presencia de hielos. Este es sin duda el gran pilar que defiende el autoctonismo americano y que yo calificaría de negacionismo marítimo. La inmensidad de los dos océanos –a este y oeste– harían inviable cualquier navegación en época antigua y ya no digamos prehistórica, dada la enorme precariedad de las embarcaciones en dichas épocas, por no hablar de la dificultad de la propia navegación (orientación) en alta mar. En suma, el Atlántico y el Pacífico actuarían de “aislantes” frente a cualquier contacto con otras culturas, pues se trataría de un viaje demasiado largo y peligroso, tanto desde las costas asiáticas como desde las europeas o africanas.

El clásico de C. Hapgood
Precisamente es aquí donde muchos autores alternativos han fijado el dedo acusador, alegando que –a la vista de ciertas pruebas e indicios– es muy difícil sostener aún que América fue un continente aislado por mar hasta el siglo XV; antes bien, estos autores aseguran que la navegación oceánica en tiempos muy remotos fue posible. Con respecto a este último punto, los seguidores de la historia alternativa suelen mencionar la atrevida teoría de Charles Hapgood, que creó escuela durante décadas. Esta teoría, que se fundamentaba en el estudio de las rarezas de varios mapas antiguos, proponía un escenario casi fantástico en que una civilización desaparecida hace miles de años –la de los reyes del mar– fue capaz de navegar por todos los mares y océanos del planeta y además de realizar cartografías muy precisas. Al decaer esta civilización, se habría perdido todo rastro de estas hazañas, pero al menos algunas trazas de este arcaico saber se habrían fosilizado en forma de mapas que fueron conservados y copiados durante milenios hasta llegar a la actualidad, como el famosísimo mapa de Piri Reis. Sin duda, esta es una visión fascinante y abierta a todo tipo de especulaciones, pero no quiero ahora insistir en esta vieja controversia y me remito a los artículos que escribí sobre Hapgood.

Lo que considero que sí tiene un valor mucho más firme para derribar el dogma mencionado es el recurso a la arqueología, la antropología y la historia de la navegación. Sobre los hallazgos arqueológicos, existe una lista no pequeña de yacimientos y objetos que deberían despertar más de una reflexión. El más conocido es el yacimiento canadiense de L’Anse aux Meadow, excavado a finales del siglo pasado y que confirmó la presencia de un asentamiento vikingo en Terranova. Este hallazgo venía a dar crédito a las crónicas nórdicas que hablaban de las expediciones de Leif Erikson a una región llamada Vinlandia –ubicada al oeste de Groenlandia– hacia el año 1000. Por tanto, y por mucho que se quiera calificar este hecho como algo anecdótico, es innegable que navegantes europeos ya habían llegado a América 500 años antes que Colón.

Inscripción semítica hallada en Estados Unidos
Luego tenemos el pecio con ánforas romanas en aguas brasileñas (la bahía de Guanabara), sobre el cual prácticamente no se habla. O la estatuilla también de estilo romano encontrada en Toluca (México) hace 90 años. La lista se alargaría con varias inscripciones semíticas halladas desde Estados Unidos hasta Brasil, e incluso también inscripciones célticas o rúnicas. Asimismo, hay otros indicios muy sospechosos como las minas de cobre de la isla Royal (en los grandes lagos entre Canadá y Estados Unidos), explotadas masivamente de un modo y en una época impensables para los indígenas. También existen en Norteamérica algunas construcciones muy antiguas de dudosa atribución a los nativos americanos. Todo ello hace pensar que pudo haber un amplio contacto atlántico desde la Antigüedad hasta la Edad Media, de procedencia mediterránea[2] pero también nórdica.

Y si ahora tomamos la vía oeste (Asia-el Pacífico), existen otras sólidas pistas de contactos transoceánicos en épocas muy antiguas. Por ejemplo, tenemos rasgos culturales comunes con pueblos asiáticos, como el nombre de constelaciones, construcciones muy similares (templos en plataformas escalonadas), algunas técnicas textiles, la domesticación de ciertas plantas y animales, el trabajo del jade, figuras o temas artísticos muy semejantes, coincidencias lingüísticas, etc. Dicho todo esto, está claro que siempre se podría recurrir a la mera coincidencia o a la intrusión para salvaguardar el autoctonismo americano.

De todos modos, lo que me gustaría destacar más en este artículo es el asunto de la navegación antigua, para tratar de demostrar que los axiomas planteados hasta el momento sobre la imposibilidad de llegar a América hace miles de años están basados en tópicos, prejuicios, o simple cerrazón intelectual ante los hechos y datos incómodos. Resulta evidente que, si hay indicios de la presencia de varias culturas foráneas en América, éstas debieron llegar por mar y de ahí que sea necesario explorar de forma racional la posibilidad de los viajes transoceánicos, porque si determinamos que esos pueblos pudieron llegar a las costas americanas, es factible y explicable que encontremos ciertas huellas de su paso por el Nuevo Mundo. Es una cadena lógica que admite poca discusión.

Nave de carga romana
Para empezar, hay que citar que la navegación de alta mar ya fue posible en tiempos paleolíticos, pues sólo así se explica que el Homo sapiens poblara la multitud de islas del Pacífico. A veces los saltos entre terrenos firmes serían cortos, pero otros implicarían largos desplazamientos, y todo ello hace decenas de miles de años. Estamos hablando del uso de primitivos botes o canoas por lo menos hace unos 60.000 años, cuando se produjo el poblamiento humano de Australia. Del mismo modo, sabemos que las civilizaciones antiguas ya eran capaces de construir barcos propulsados con velas y remos con ciertas capacidades marineras, si bien la mayor parte de la navegación era de cabotaje, esto es, siguiendo rutas costeras. Sin embargo, y por necesidades básicamente comerciales, esas rutas se fueron extendiendo progresivamente hasta llegar a convertirse en trayectos largos y difíciles, como el que realizaban los pueblos del Mediterráneo en la Edad de Bronce para obtener el estaño del norte de Europa.

Si nos fijamos en culturas de distintas partes del planeta, veremos que eran capaces de fabricar botes o barcos no siempre de gran tamaño, pero sí de buenas condiciones marineras. Por ejemplo, los pueblos del Pacífico empleaban la vaka, una canoa muy estable, con la que podían desplazarse a grandes distancias. Así, hemos de suponer que fue con estas embarcaciones con las que se pudo llegar a la remota la isla de Pascua, situada a miles de kilómetros de cualquier otra tierra firme. A su vez, los chinos tenían la tradición del junco, un navío a vela de fondo plano también de buenas cualidades en alta mar. En Europa y el Mediterráneo predominaba antiguamente el modelo de barco de quilla, llamado nao, que a decir de los expertos no era tan eficaz en la navegación oceánica como los dos modelos anteriores. Con todo, dichos barcos recorrieron las aguas mediterráneas y las atlánticas e incluso se habla de una expedición egipcio-fenicia que circunnavegó África muchos siglos antes de que los hicieran los portugueses.

Lo que hay que destacar es que las naves de finales de la Edad Media (o sea, las de Colón) apenas eran un poco mejores que los navíos de carga –o militares– empleados en el mundo antiguo por griegos, romanos, fenicios y cartagineses. Otra cosa sería hablar de la famosa nave vikinga, el drakar, que se mostró muy marinera y capaz de enfrentarse a mares muy complicados como el Atlántico. Así, no cabe duda de que la expansión vikinga hacia el oeste (Islandia, Groenlandia, y finalmente Terranova) se realizó con este tipo de barcos. Por tanto, en términos de tecnología naval, no había una distancia enorme entre el Mundo Antiguo y la época de Colón. Por otro lado, y pese a los tópicos, desde antiguo ya existía el concepto de que la Tierra era redonda y que no acababa de golpe como si fuera un disco (según una visión “terraplanista”). Esa era una creencia popular, pero Eratóstenes –tres siglos antes de la era cristiana– ya había demostrado la esfericidad de la tierra y había hecho un cálculo bastante aproximado de su circunferencia.

Réplicas de la nao y las carabelas de Colón
Así pues, Colón ya sabía de sobra que se podía llegar a “las Indias” navegando hacia el oeste, pero ese conocimiento era muy anterior y seguramente pudo ser usado desde tiempos remotos. Por consiguiente, tenemos un escenario en que la exploración marítima desde el Pacífico y desde el Atlántico fueron viables mucho antes de la aventura de Colón, pues las naves antiguas podían realizar esos trayectos y se podía navegar mediante la orientación proporcionada por el sol y las estrellas, aunque fuese de forma muy precaria. Otra cosa es que la llegada a América fuera fruto de un accidente (por el arrastre de las corrientes, por tempestades, etc.), pero si al menos uno solo de los navegantes hubiera podido regresar, ya se hubiera abierto la puerta a expediciones intencionadas de exploración. Este sería el contexto en que se podría explicar la presencia de un bajel romano hundido en la costa brasileña, que desde luego debería merecer la consideración de “prueba flagrante del delito”.

Por si todo lo anterior fuera poco, tenemos algunos datos y experimentaciones que nos inclinan a pensar en la perfecta viabilidad de esos viajes oceánicos incluso con naves pequeñas y sencillas en tiempos remotos. El ejemplo más citado en este ámbito es sin duda la investigación llevada cabo por el marino y antropólogo noruego Thor Heyerdahl. En este punto, hay que destacar que Heyerdahl precisamente quería demostrar de forma práctica –y no teórica– la posibilidad de viajes de larga distancia entre América y la Polinesia y entre África y América. Para ello impulsó dos famosas expediciones, la Kon Tiki y la Ra, en las cuales fue muy estricto a la hora de construir las naves según las técnicas antiguas tradicionales y empleando estrictamente los materiales disponibles en aquellas épocas, lo cual eliminaba cualquier sesgo o contaminación en los resultados finales. El caso es que construyó una balsa y una barca de papiro, ambas de reducidas dimensiones, y pudo completar sus proyectos, aunque no sin grandes dificultades[3]


Réplica de la nave Ra de Thor Heyerdahl, en el Museo de las pirámides de Güímar (Tenerife)

Además, es preciso resaltar que en tiempos recientes muchos navegantes y aventureros se han atrevido a cruzar –con éxito– grandes océanos como el Atlántico y el Pacífico en embarcaciones pequeñas y con escasa o ninguna ayuda tecnológica moderna. Sólo por citar algunas de estas empresas:
  • En 1972 John Fairfax y Sylvia Cook realizaron una travesía de 8.000 millas náuticas desde la costa de California hasta Australia en una embarcación a remo de unos 10,5 metros de eslora.
  • En 1980 el francés Gerard d’Aboville cruzó en solitario todo el Atlántico norte en 72 días, yendo de continente a continente (EE UU-Francia) en una barca de seis metros de eslora.
  • Ese mismo año, seis japoneses cruzaron el Pacífico de Japón a Chile en un catamarán de 14 metros de eslora, tardando seis meses y medio en la travesía.
  • En 1982 el americano Bill Dunlop fue de las costas de Maine (EE UU) a la costa inglesa de Falmouth en un bote de sólo tres metros de eslora; tardó 78 días.
  • En 1988 Rüdiger Nehberg cruzó en 74 días el Atlántico, de Senegal a Brasil, empleando una pequeña embarcación a pedales hecha en fibra de vidrio.
  • En 1987 Ed Gillet navegó en un kayak desde la bahía de Monterrey (costa oeste americana) hasta las islas Hawái en 63 días.
  • En 1991 el marino inglés Tom McNally fue de Portugal a San Juan de Puerto Rico en un pequeño bote que ni llegaba a dos metros.
  • En 2001 el británico Jim Shekhdar remó desde las costas de Perú hasta Brisbane (Australia), en un viaje de 274 días.
Si ahora juntamos todas piezas, vemos que es completamente factible que se realizasen viajes marítimos de gran distancia en épocas antiguas y que fueran a parar a América, ya fuera de forma intencionada o por un azar del destino. Y si es posible que pequeños botes, barcas o balsas crucen actualmente enormes distancias en alta mar, qué podemos decir de grandes naves de carga, con velas y remos, no muy distintas de la nao y las dos carabelas de Colón. Así pues, es del todo razonable considerar que las antiguas civilizaciones ubicadas al este y oeste de América arribasen en algún momento a diversos puntos del continente (¡es muy grande de norte a sur!) al desplazarse fijamente a rumbo este u oeste, según el punto de partida. Resulta obvio que, manteniendo tal rumbo y con la ayuda de las corrientes, al final debían topar forzosamente con alguna tierra comprendida entre el mar ártico y el antártico.

Por supuesto, llegados aquí surgen las preguntas y los problemas. Si damos por hecho que los contactos oceánicos tuvieron lugar desde tiempos remotos, ¿por qué hay tan pocas pruebas de la presencia extranjera, que además son ignoradas o discutidas? Aquí deberíamos recurrir a una suposición, pero que parece bastante lógica. Dada la dificultad real de llegar a tierras americanas, sería posible que el contacto fuese puntual y esporádico en el tiempo. Ahora bien, viendo la fuente de recursos y materias primas disponibles en el continente, no sería descabellado pensar que la ruta americana se hubiese ocultado para preservar los intereses de unos pocos. Eso explicaría la inexistencia de documentación o mapas (dejando aparte muy contadas excepciones), así como la práctica ausencia de asentamientos estables o de una amplia cultura material foránea. De este modo, América hubiera podido ser una especie de “secreto a voces” para una minoría, en un contexto en que la influencia colonizadora existió, pero fue poco perceptible, porque no había intención de establecerse allí, ni tampoco de explorar todas las tierras ignotas, ni mucho menos conquistarlas.

Finalmente, como ya expuse en el artículo sobre Quién descubrió América, creo que lo que hizo Colón en el siglo XV fue oficializar de algún modo lo que ya era sabido por unos pocos: que existía una gran tierra al oeste del Occidente europeo. En este sentido, no veo “descubrimiento” por ninguna parte. Su empresa más bien sería un proyecto bien trazado y organizado para dar paso a la conquista entera del continente, que cayó en manos europeas de forma sorprendentemente rápida en unas pocas décadas. Desde luego, este enfoque nos mete de lleno en un cierto conspiracionismo histórico, pese a que la historia nos dice que Colón murió todavía convencido de que había llegado a las Indias y no a un nuevo mundo. Sin embargo, sigo pensando que si el conocimiento de América existía –y por lo menos los mapas anómalos nos confieren alguna pista al respecto– Colón tenía una idea clara de a dónde iba[4], y ese lugar no era el Lejano Oriente.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor



[1] Sin embargo, la primera cultura humana reconocida como tal en América se desplaza a sólo hace unos 12.000 años, la llamada cultura Clovis.
[2] Dejo aparte los indicios acerca de la presencia egipcia o sumeria a partir de ciertos objetos, sobre los cuales la información es bastante confusa o más bien apunta al fraude.
[3] De hecho, la expedición Ra I naufragó antes de llegar a América. No obstante, el marino noruego repitió la apuesta y en la segunda intentona, con la barca Ra II, consiguió su objetivo.
[4] Algunos autores alternativos, como J. J. Benítez, han escrito sobre la teoría del pre-nauta, que coloca el conocimiento de América en fechas no muy anteriores a Colón. Según esta teoría, un marinero superviviente de un barco que supuestamente llegó a costas americanas le habría trasladado a Colón la seguridad de que iba a encontrar tierra navegando en un determinado rumbo; también se menciona la existencia de un mapa secreto que Colón habría consultado para emprender su viaje hacia el Caribe, su destino final.