Introducción
Dentro de la
historia alternativa existe un pequeño subgénero que está relacionado con el
estudio de ciertos libros, mapas o documentos de carácter mítico, secreto o
enigmático, y que suelen vincularse a saberes esotéricos, prohibidos, o –cuando
menos– controvertidos, sin que falte a veces la sombra del fraude. Y entre todos
ellos destaca poderosamente el llamado manuscrito
Voynich, muy conocido a nivel popular gracias a libros, documentales, reportajes y
noticias de prensa.
Este antiguo libro, escrito en clave, viene siendo objeto
de especial atención desde hace décadas y de vez en cuando salta a la primera
plana de los periódicos porque algún sesudo investigador dice haberlo
descifrado al fin. La última de estas grandes proclamas tuvo lugar
recientemente, pero enseguida quedó claro que había sido un nuevo intento
fallido, una conjetura más entre otras muchas. En fin, a estas alturas resulta
fútil hacerse ilusiones. Ya son muchos los intentos de desciframiento
acumulados, pero hasta el momento nadie ha podido dar con la solución… si es
que la hay.
Doy por hecho que
este tema es bastante conocido por los aficionados a la historia alternativa y
a los enigmas históricos, pero creo que vale la pena realizar una breve exposición
de hechos y luego pasaré a comentar las teorías más relevantes y los (escasos)
resultados obtenidos hasta el momento tras un siglo de estudios. Acabaré
añadiendo alguna conclusión final, con la humildad de admitir que prácticamente
ya está casi todo dicho en lo referente a este documento singular.
Wilfrid Voynich |
El manuscrito
Voynich recibe este nombre por uno de sus últimos propietarios, un anticuario bibliófilo
neoyorquino de origen polaco llamado Wilfrid Voynich (1865-1931), que compraba
y vendía libros antiguos muy selectos y para ello no dudaba en viajar lo que
hiciera falta para hacerse con los mejores ejemplares y colecciones. Fue
precisamente en uno de sus viajes por Italia a inicios del siglo XX cuando
adquirió un lote de libros en la Villa Mondragone, un convento de jesuitas de
la localidad de Frascati, cercana a Roma. Entre éstos se hallaba un extraño manuscrito
de aspecto medieval de un tamaño modesto (22 x 16 cm.) y que no tenía título ni
autor. Se trataba de un fascinante libro de 102 folios, con poco más de 200
páginas[1],
profusamente ilustrado, y escrito a mano en un sistema de escritura
completamente desconocido.
Aparte, el libro
contenía adjunta una carta fechada en agosto de 1666 que permitió reconstruir
un poco la historia del libro. Así, sabemos que a finales del siglo XVI había
pertenecido al emperador de Bohemia Rodolfo II, gran amante de la astrología y
las ciencias ocultas, que lo compró a un desconocido por 600 ducados de oro.
Más adelante, ya en el siglo XVII, fue cambiando de manos hasta ir a parar a un
gran sabio de la época, Athanasius Kircher, que tuvo el libro a su disposición durante
varios años pero que se vio incapaz de descifrarlo. Al final de su vida Kircher
se hizo jesuita y acabó cediendo el libro a un seminario jesuita al sur de
Roma, y de ahí que el libro reapareciese en suelo italiano unos 250 años
después. El caso es que Voynich dio con él en 1912 y, al morir éste, el
documento pasó a su viuda, y más tarde a otro coleccionista llamado Kraus, y éste
–al no poder venderlo– lo cedió en 1969 a la Universidad de Yale, que lo
conserva desde entonces en la Biblioteca
Beinecke de manuscritos y libros raros, bajo el código MS 408.
En principio, todos
los indicios apuntaban a que era una obra claramente medieval, y de hecho en la
carta se mencionaba que el libro, según creía el emperador Rodolfo, podía haber
sido escrito por el famoso filósofo inglés Roger Bacon, que vivió en el siglo
XIII. Lo cierto es que una vez estudiado el manuscrito por varios expertos,
algunas opiniones coincidían en que se podía datar en esa época por el estilo
de las imágenes, pero otras voces lo situaban más bien hacia el siglo XVI o
finales del XV. Hace pocos años se realizó un análisis de radiocarbono sobre el
pergamino y se pudo confirmar que el manuscrito era ciertamente antiguo y que
se podía descartar la falsificación moderna. No obstante, la fecha obtenida
–aun siendo razonable– supuso una cierta sorpresa, como veremos más adelante.
Fragmento de texto del manuscrito Voynich |
El caso es que
gracias a las profusas ilustraciones –figurativas y coloristas– se ha podido
dividir en libro en cuatro partes, más una sección final de texto que carece de
imágenes, a excepción de unas pequeñas estrellas. La primera se ha bautizado
como “Botánica” y contiene hasta 113 dibujos de plantas que, en su casi
totalidad, no han podido ser identificadas. La segunda se ha llamado “Astronómica”,
ya que muestra imágenes del Sol, la Luna y las estrellas, más unos 25 diagramas
o gráficos circulares que parecen ser cartas astrales y representaciones del
Zodíaco, lo que induce a incluir también la astrología[3].
La tercera, un tanto desconcertante, es la “Biológica”, con más de 200
ilustraciones de mujeres desnudas en un contexto de baño, con un complejo
sistema de cañerías o fuentes. Finalmente, la cuarta parte es la “Farmacológica”,
pues está ilustrada con raíces, hojas y unos frascos de supuestos fármacos (los
típicos de las antiguas boticas).
Historia de las investigaciones
Una vez repasada la
visión puramente descriptiva, surgen todas las preguntas fundamentales: ¿Quién
fue el autor del libro? ¿Cuándo se escribió? ¿Cuál es su contenido y por qué fue
objeto de codificación? ¿Estamos ante una obra secreta alquímica? ¿Qué lengua
se esconde tras los enigmáticos signos? ¿Podría tratarse de un burdo engaño o
fraude? Todo esto nos lleva a los múltiples estudios de desciframiento del
texto y de análisis de las ilustraciones, que es lo que vamos a abordar
seguidamente.
Athanasius Kircher (1602-1680) |
Uno de estos fue el
profesor William R. Newbold, de la Universidad de Pensilvania, que era un
destacado filósofo y medievalista. Tras dos años de estudios, en 1921 anunció a
la comunidad científica que había podido descifrar el texto, que atribuía a
Roger Bacon. Su solución se basaba en que, al estudiar el texto bajo el
microscopio, había identificado unas minúsculas letras que quedaban ocultas por
el galimatías del texto principal y que conformaban una especie de taquigrafía.
Con lo que poco que había descifrado, supuestamente en latín, Newbold aseguró
que se trataba de un tratado de ciencias naturales. No obstante, nadie más pudo
reproducir esas “visiones” de letras casi imperceptibles y su intento quedó
desacreditado a los pocos años[4].
Más adelante, y prácticamente
hasta la actualidad, muchos eruditos y especialistas en criptología y
descodificación (incluyendo personal muy cualificado del ámbito civil y
militar) se lanzaron a la tarea de romper la clave, pero sin llegar a convencer
a nadie ni presentar resultados creíbles. Sólo por citar algunos de los más
destacados:
- Joseph Feely: abogado que, siguiendo la estela de Newbold, creía que el texto era de Bacon y que estaba escrito en latín codificado. En 1943 publicó un intento –parcial– de descodificación basado en la frecuencia de los signos más empleados y su relación con determinadas imágenes, pero nadie más apoyó sus propuestas.
- Leonell Strong: reputado médico que en 1945 proclamó haber descifrado el manuscrito, que estaría escrito en inglés medieval y codificado con un sistema bien conocido en el siglo XVI. Su trabajo fue rechazado por otros expertos.
- Theodore Petersen: religioso experto en lenguas antiguas e historia que también estudió a fondo obras de tipo astrológico, esotérico, mágico o botánico para tener un contexto del manuscrito, pero sus trabajos –durante los años 50– no fueron más allá de un detallado análisis formal del texto.
- NSA: La Agencia de Seguridad Nacional de los EE UU emprendió el estudio del manuscrito mediante dos equipos de trabajo (el primero en los años 40 y el segundo en los 60), dirigidos por William Friedman. Se trataba de equipos multidisciplinares que abordaron el documento desde varios ángulos, pero no obtuvieron resultados concluyentes, si bien fueron los primeros en emplear computadoras como instrumento de trabajo. También citaron el probable empleo de algoritmos de sustitución en la encriptación, pero sin poder ir más allá.
- John Tiltman: militar británico experto en criptología, desde 1951 hasta los años 70 realizó amplios estudios estadísticos sobre los signos y llegó a la conclusión de que tal vez no se trataba de una lengua codificada sino de una especie de lenguaje sintético. Estudió también posibles paralelos en libros de botánica y medicina antiguos, pero no halló conexiones significativas con el manuscrito Voynich.
- Robert Brumbaugh: profesor de la Universidad de Yale que situó la redacción de texto en el siglo XVI. En 1974 ofreció una traducción muy discutida y desconcertante, que no parecía tener mucho sentido, incluidas repeticiones absurdas (si bien el propio original muestra muchas secuencias repetitivas). En cuanto al idioma, pensaba que era una lengua artificial basada en el latín, pero que realmente no había ningún contenido coherente, lo que le empujaba a creer que todo era un mero fraude.
- Mary D’Imperio: especialista en criptología, publicó una interesante obra en 1978 por encargo del gobierno de EE UU que resumía todo lo investigado sobre el misterioso libro. La aportación personal de D’Imperio se centró en el análisis de la escritura y la búsqueda –infructuosa– de sistemas semejantes. Asimismo, sugirió que debían abrirse nuevos campos de estudio como el análisis físico del documento, la profundización en la historia o recorrido del libro, la investigación colateral de los temas presentados, y la elaboración de hipótesis que puedan ser sometidas a prueba (lo que es la base del método científico).
- Leo Levitov: médico que en 1987 causó una pequeña revolución al proclamar que el manuscrito era un manual litúrgico cátaro –que incluía el culto a Isis– que por su contenido herético se había tenido que codificar con una escritura secreta. Levitov, trabajando sobre todo a partir de las ilustraciones, había deducido que las escenas de baño de las mujeres se correspondían con el sacramento cátaro de la endura, un suicidio ritual indoloro mediante la sección de las venas en un baño caliente. En cuanto al texto, creía que no había ninguna lengua conocida encriptada, sino una especie de lengua políglota, con altas dosis de flamenco, francés y alemán antiguos.
- Gordon Rugg: científico escocés firme partidario de que el manuscrito es un fraude. En 2003 presentó su tesis –basada en estudios estadísticos y criptográficos– de que el documento había sido “fabricado” en el siglo XVI por los ocultistas John Dee y Edward Kelley mediante un sistema de encriptación llamado rejilla de Cardano, creada en esa época por un matemático italiano. Así pues, el texto en realidad no tendría ningún sentido, pues sería el resultado de crear una serie de secuencias repetitivas según los patrones derivados del sistema ya citado. Sin embargo, sus críticos creen que no ha podido demostrar fehacientemente que se trate de una falsificación.
Página con texto e ilustración botánica |
Hoy sabemos que
fueron dos los escribas, y que escribieron de izquierda a derecha, de forma
fluida y sin cometer errores, lo que implica que estaban familiarizados con la
escritura, que se muestra muy simple y a la vez elegante. El estilo caligráfico
tampoco resulta fácil de datar y podría encajar en cualquiera de las
suposiciones realizadas hasta la fecha. Por su fluidez y rasgos estilizados se
ha sugerido que podría ser una especie de antigua taquigrafía o escritura
abreviada. Ciertamente, en la Edad Media se utilizaron este tipo de recursos
para redactar textos, pero de ningún modo pueden trasladarse a lo que vemos en
el manuscrito Voynich. Dicho esto, y viendo la fluidez de la escritura, existe la
posibilidad de que el libro fuera una copia fiel de un documento más antiguo, en
que el copista sólo tuviera que “entrenarse” con los signos antes de proceder a
escribir el texto definitivo, tanto si sabía el significado de lo que estaba
escribiendo como si no, aunque ello es una mera especulación. Sea como fuere, y
aunque Gordon Rugg opina que el manuscrito se pudo elaborar en unos pocos
meses, la mayoría de expertos cree que escribir el texto y dibujar/pintar las
ilustraciones implicó como mínimo un año de trabajo o probablemente varios más[5].
En todo caso, el inesperado
gran obstáculo ha sido la resistencia del texto a las habituales técnicas de
desciframiento que usan los criptólogos, y que fueron decisivas –por ejemplo–
en la exitosa descodificación del sistema silábico Lineal B. Así, a partir de
métodos estadísticos, se ha estudiado hasta la saciedad la posición,
combinación y repetición de los signos y de las palabras, a fin de intentar
identificar posibles vocales y consonantes. El resultado ha sido decepcionante,
incluso en tiempos recientes, pese a contar con la ayuda de potentes ordenadores
y programas informáticos. Lógicamente, se han buscado letras y estructuras que
casasen con idiomas conocidos, pero los análisis han mostrado que la lengua
subyacente no se corresponde –aparentemente– ni con el latín ni con ningún
idioma europeo, lo que sería lo más razonable. Aparte, se aprecian estructuras,
repeticiones y combinaciones absurdas que no hacen más que complicar el estudio
global del texto.
John Tiltman (primero por la derecha) |
Otra dificultad,
que no es rara en el encriptamiento de mensajes, es que el texto contenga un
parte real y otra de puro “ruido”, esto es, fragmentos que no tienen ninguna
lógica y sentido y que están intercalados según determinadas reglas para
confundir a los descodificadores. Existen, además, otras modificaciones o
trampas que pudo haber introducido el autor para dificultar más las cosas, como
–por ejemplo– eliminar las vocales, emplear abreviaturas arbitrarias, utilizar
algunos signos falsos (sin ninguna correspondencia real), recurrir a anagramas
(cambios de orden de las letras en una palabra), etc.
Sea como fuere, no
tenemos una idea clara sobre qué sistema empleó el autor para la presunta
codificación, si es hubo tal, ya que existe la posibilidad de que no haya
ninguna encriptación, sino una antigua lengua genuina escrita con un alfabeto o
sistema desconocido o perdido. Eso sí, la criptografía no era cosa precisamente
nueva, pues ya la conocían varias civilizaciones antiguas, y en el siglo XVI se
usaba ampliamente, sobre todo a partir de un tratado llamado Steganographia, escrito en 1499 por
Johannes Trithemius, en el cual se compilaba todo lo referente a sistemas de
encriptación de mensajes. Sin embargo, los expertos están desorientados en
cuanto al origen y naturaleza del sistema empleado, pues no guarda relación con
lo que se expone en dicho tratado.
El estudio de las ilustraciones
Como ya se ha
dicho, las ilustraciones han permitido lanzar especulaciones fundadas sobre el
contenido del libro y su división en cuatro materias principales. No obstante,
aunque “una imagen vale más que mil palabras”, tampoco se ha podido extraer
demasiada información de éstas y en muchos casos persiste el desconcierto y la
confusión. Lo primero que se puede decir es que las imágenes –que están presentes
en casi todo el libro– mantienen un mismo estilo y parecen ser obra de un solo
autor (o de unos pocos), pero se hace difícil asociarlas a otros estilos de
ilustración medievales conocidos, lo cual complica un intento de datación
fiable.
Para los expertos,
este tipo de ilustraciones no es comparable con el de otros manuscritos
ilustrados medievales, que estaban ricamente decorados y enfocados a la belleza
artística. Las ilustraciones del manuscrito Voynich tienen más bien un aire “científico”,
aunque su calidad intrínseca ha sido objeto de debate. Así, algunos
investigadores afirman que son de pobre calidad, sobre todo en la pintura, o que
en algunos casos hasta parecen infantiles. Ciertamente, los dibujos son más o
menos naturalistas y figurativos, pero su precisión o detalle –sobre todo
apreciable en las plantas– dejaría bastante que desear, aparte de la inclusión
de elementos más o menos desconcertantes o inexplicables, incluso fantásticos.
Texto e ilustración de la sección biológica |
En verdad, estas
escenas parecen tener un toque surrealista, mágico u onírico por los diversos elementos
que acompañan a las figuras humanas: cañerías o tuberías, bañeras, estanques, plataformas,
púlpitos (que asemejan “cuernos”), esferas, arcos, animales, vapores o nubes,
etc. Si tuviéramos que recurrir al tópico, diríamos que estamos ante una
atmósfera muy alquímica, en la que el simbolismo prevalece sobre la aparente
realidad. No obstante, los expertos han querido ver aquí aspectos medicinales o
terapéuticos, en que se podrían mezclar los baños medicinales con los remedios
a base de hierbas. Asimismo, se han realizado otras interpretaciones más
audaces, en las que se sugiere que en estos dibujos en realidad las figuras
humanas representarían órganos del cuerpo, algo mucho más biológico, por decirlo así. Tampoco han faltado especulaciones
sobre una posible representación de procesos químicos. En todo caso, hay una
presencia bastante recurrente de mujeres desnudas, pues también las vemos con frecuencia
en las ilustraciones de la parte astrológica-astronómica, y para varios
investigadores más bien se trataría de ninfas.
En cualquier caso,
tomando en conjunto todas las ilustraciones, vemos que las cuatro materias
principales parecerían formar una unidad en torno al tema de la salud o la
medicina, con un fuerte componente de herboristería y farmacopea, para
conformar lo que sería una especie de manual práctico. Todo ello, por supuesto,
teniendo en cuenta la doble suposición de que el texto tiene sentido y que está
directamente relacionado con las ilustraciones.
Autoría y datación
John Dee (1527-1608) |
Durante mucho
tiempo, las opiniones técnicas tendieron a situar el libro en el siglo XVI o finales
del XV, y en menor medida en los siglos XIII o XIV. No obstante, la datación
por Carbono-14 realizada sobre cuatro muestras (de cuatro folios distintos) por
la Universidad de Arizona en 2009 dio una fecha que oscilaba entre los años
1404 y 1438, con una seguridad del 95%. Esta cronología es factible, pero
desmonta no sólo la autoría directa de Bacon, sino también la de John Dee (y
cualquier otra autoría del siglo XVI), lo cual no excluye que Dee hubiera
poseído el manuscrito y lo hubiera vendido al emperador. En cualquier caso
sabemos que el C-14 no es un método infalible, que está bajo sospecha y que
incluso en arqueología ha provocado más de una polémica. Ahora no entraré a
valorar los elementos de la controversia, que se pueden resumir en el problema
de las contaminaciones y de la irregularidad de la cantidad de C-14 en el
ambiente, pero a falta de otra metodología válida de datación absoluta es lo
mejor que tenemos.
Con todo, se han
buscado pistas alternativas en el propio manuscrito sobre el autor, lugar de procedencia
y cronología, y en algunas imágenes aisladas se han podido hallar ciertas
indicaciones. Por ejemplo, tenemos un pequeño castillo –dibujado en una hoja de
rosetas– que se asemeja a construcciones típicas del norte de Italia, a partir
del siglo XIV. Otra imagen es la de un hombre con una ballesta (representando a
la constelación de Sagitario), que podría compararse con otros dibujos de
arqueros o ballesteros alemanes del siglo XV. Asimismo, un especialista italiano
en botánica, Sergio Toresella, afirma que las imágenes de plantas se asemejan
al estilo de ilustración de la Italia de mediados del siglo XV.
Juntando estos
datos gráficos y la datación de C-14 podríamos situar pues el manuscrito en el
siglo XV, siempre que descartemos la mencionada identificación de dos plantas
americanas. Sobre el origen geográfico del manuscrito, algunos expertos
especulan con que tal vez fue realizado cerca de la zona alpina (al norte,
Alemania, o al sur, Italia), aunque también se han propuesto otros lugares,
como Europa Central, Francia, Polonia e incluso España. En cuanto al autor, no
podemos decir mucho más; es posible que él mismo realizara el texto y las
ilustraciones, pero no es seguro, y también se puede contemplar la hipotética
intervención de un copista. Quizá el creador del texto fuera un médico, un
botánico, un humanista o un alquimista; en todo caso una persona con mucha
inteligencia e ingenio, si es que él mismo codificó el texto.
Conclusiones
Llegados a este
punto, es evidente que el manuscrito Voynich nos ofrece múltiples caras,
enfoques e hipótesis. Hay muchos frentes abiertos y casi ninguno cerrado, como
en una complicada investigación detectivesca digna de Sherlock Holmes.
Posiblemente la controversia principal gira en torno a la naturaleza del texto:
¿es realmente un contenido con sentido o se trata de una simple farsa, un
fraude? Desde hace décadas, varios investigadores contemplan seriamente la
posibilidad de que el manuscrito sea un elaborado fraude, un engaño realizado
para obtener influencia, prestigio o simplemente dinero[9].
Si así fuese, se trataría de una mera fachada, un cúmulo de signos –detrás de
los cuales no habría nada– apoyados por unas imágenes para dar un supuesto
“contexto”. ¿O tal vez fuese una especie de reto o juego diabólico para que
personas sabias e inteligentes intentasen dar con una solución (casi) imposible?
En tal caso, el autor –desde su tumba– todavía se debe estar riendo de los
esfuerzos de tantas personas en los tiempos recientes.
Los argumentos que
apoyan esta hipótesis tienen cierto peso y sobre todo descansan en la increíble
rareza del texto y en la imposibilidad de conectarlo con ninguna lengua
reconocible, aparte de que no ha aparecido hasta la fecha ningún otro documento
de esas mismas características. Todo es demasiado único y difícil de relacionar
con otros manuscritos contemporáneos. Ciertamente, es muy significativo que
personas de enorme cualificación en criptología se hayan estrellado contra el
texto y que los avances durante un siglo hayan sido mínimos. Las soluciones
propuestas han sido tantas y tan variadas que la impresión general es de
desconcierto y de no saber ya por dónde tirar. Y todavía resulta más frustrante
la impotencia de la investigación moderna, por cuanto los análisis por medios
informáticos tampoco han podido conducir a ninguna explicación razonable.
Página con ilustración astrológica |
Personalmente,
contemplo la posibilidad de que el libro pudiera contener un conocimiento
elevado y que por ese motivo fuese objeto de una compleja encriptación que
superaba todos los estándares conocidos de su época (¡y también de la
nuestra!). Se trataría quizás de una obra de tipo iniciático o mistérico, cargada
de simbolismos y relacionada con el entorno de los alquimistas o de las sociedades
secretas. Por consiguiente, sería un material destinado sólo a iniciados que
dispusiesen de la clave para leer la peculiar escritura creada por el autor o
por otra persona desconocida. Así pues, podríamos estar ante una obra alquímica
secreta que sólo debía moverse en círculos muy cerrados y que –por alguna
jugada del destino– afloró al mundo de los profanos, yendo a parar a la corte
de Rodolfo II. Por supuesto, todo esto no es más que una conjetura, como tantas
otras.
Para concluir,
adjunto un enlace para los que deseen echarle un vistazo al manuscrito. Se
trata de una presentación escaneada del libro a doble página, con posibilidad
de ampliación para fijarse en los detalles. Y, en fin, que cada cual juzgue por
sí mismo.
© Xavier Bartlett 2019
Fuente imágenes:
Wikimedia Commons
[1] Los folios se corresponden con la doble página, pero hay algunos
folios desplegables de 2, 3 y hasta 4 páginas. Lamentablemente, se pudo
comprobar que habían sido arrancadas 24 páginas, que se perdieron para siempre.
Las páginas están numeradas, pero los números no eran del original, sino que
fueron añadidos a posteriori.
[2] Existen algunos pocos términos en latín, pero parecen ser claramente
adiciones posteriores.
[3] Para algunos autores habría aquí una parte diferenciada, que califican
de “cosmológica”.
[4] La confirmación oficial del fracaso la dio 10 años más tarde John
Manly, colaborador de Newbold, que confirmó que la “taquigrafía” vista por
Newbold no eran más que grietas o impurezas sobre el pergamino.
[5] Theodore Petersen replicó a mano todo el texto del manuscrito y tardó
cuatro años, aunque no sabemos cuánto tiempo diario dedicaba a esta tarea.
[6] Y no podía faltar aquí alguna teoría más arriesgada, como la de
nuestro amigo Von Däniken que en el libro La
historia miente sugirió que el lenguaje en cuestión podría ser de origen
extraterrestre.
[7] Si, en efecto, hubiera representadas plantas originarias de América
obligaría a fechar el manuscrito en el siglo XVI, a menos que por alguna razón
dichas plantas hubieran llegado a Europa antes, lo cual encajaría con la
heterodoxa propuesta de que América ya era conocida –para unos pocos
occidentales– antes del viaje de Colón. De todos modos, la identificación de
dichas plantas, a cargo del experto Hugh O’Neill en los años 40, ha estado
envuelta en cierta polémica.
[8] Cabe apuntar que existen unas pocas figuras masculinas, o al menos
dudosas, pero la gran mayoría son indiscutiblemente femeninas.
[9] Esto sería más razonable si el manuscrito hubiera sido “fabricado” en el siglo XVI para venderlo a un gran personaje, como fue el caso del emperador Rodolfo, pero si admitimos que el manuscrito es del siglo XV, entonces no sabemos qué paso con él durante unos 150 años, si fue objeto de alguna compraventa o si tuvo otros propósitos.
[9] Esto sería más razonable si el manuscrito hubiera sido “fabricado” en el siglo XVI para venderlo a un gran personaje, como fue el caso del emperador Rodolfo, pero si admitimos que el manuscrito es del siglo XV, entonces no sabemos qué paso con él durante unos 150 años, si fue objeto de alguna compraventa o si tuvo otros propósitos.
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