miércoles, 27 de julio de 2016

El enigma de los cráneos alargados


Introducción



Desde hace ya tiempo la arqueología nos ha revelado la existencia en el pasado de ciertos individuos con cráneos que –como poco– podríamos calificar de muy inusuales. No se trata exactamente de la típica dolicocefalia, rasgo común en muchas personas aun en la actualidad, sino de cráneos extraordinariamente alargados (o abombados hacia atrás) que se salen de los parámetros habituales. La arqueología y la antropología convencionales han explicado la existencia de tales cráneos en el marco de una antigua costumbre de diversos pueblos primitivos de alargar artificialmente el cráneo mediante la aplicación de un entablillado[1] en los niños pequeños, de tal modo que según va creciendo la criatura, el cráneo –sometido a fuerte presión– se ve forzado a tomar una forma marcadamente achatada o alargada. Esta práctica estuvo extendida en diversos puntos del globo hasta épocas muy recientes, desde el Congo (África) hasta la Melanesia, en el Pacífico.

Hasta aquí podríamos decir que “todo normal”, pero lo que ocurre es que varios autores alternativos han señalado que, aun reconociendo que este fenómeno cultural existe desde hace siglos y no admite discusión, en muchos casos de cráneos hallados en antiguas tumbas, el volumen craneal es espectacularmente más grande que el del Homo sapiens normal, hasta el punto de poder hablar de cabezas cónicas. Dicho de otro modo, el entablillado puede modificar la forma original del cráneo pero no aumentar su tamaño, esto es, no justifica que éste tenga un volumen bastante superior al habitual.

En efecto, la arqueología alternativa lleva décadas viendo cosas raras en estos extraños individuos, que también han sido considerados como posibles casos de patologías o malformaciones genéticas específicas. No obstante, tal singularidad o excepcionalidad se vendría abajo ante la cantidad y concentración de estos ejemplares en determinadas comunidades, como por ejemplo en la región de Paracas (Perú) o en la isla de Malta. Lo cierto es que estos cráneos aparecen en varios lugares del mundo (Norteamérica, Sudamérica, Rusia, Malta, Egipto...) y han producido cierta perplejidad en los investigadores, dado que muestran unas  anormalidades similares que se repiten de forma constante y que suelen ir acompañadas de otros rasgos peculiares, lo que ha dado lugar a la especulación de que estamos ante una raza humana distinta, con algunas características genéticas bien diferentes de las del Homo sapiens.

Cráneos de H. sapiens y H. neanderthalensis
Por de pronto sabemos que en la lejana prehistoria, los humanos tuvieron una gran capacidad craneal que fue decreciendo según avanzaba el Paleolítico (en sus etapas media y superior). Así, se sabe que el volumen  craneal medio de los neandertales y de los sapiens arcaicos –entre ellos, los Cro-Magnon– oscilaba entre los 1.500 y los 1.700 cm.3 aproximadamente, frente a la media del sapiens moderno de unos 1.400 cm.3. Sin embargo, los individuos con cráneos alargados presentan volúmenes enormes que se sitúan bien por encima de los 2.000 cm.3, hasta alcanzar incluso los 2.500. Pero, aparte del volumen, estos cráneos presentan características tan inusitadas como las órbitas oculares más grandes, la ausencia de sutura sagital[2], el marcado desplazamiento hacia atrás del foramen mágnum[3] o el arco zigomático[4] muy pronunciado. Finalmente, cabe destacar que estos cráneos a veces presentan restos de pelo rojo o rubio y que forman parte de esqueletos de gran altura. De hecho, se tiene noticia de la presencia de estos cráneos en tumbas de túmulo de Norteamérica (la llamada cultura de los Mound Builders) excavadas desde el siglo XIX, que algunos autores alternativos atribuyen a antiguos gigantes, individuos bien por encima de los dos metros y en ocasiones por encima de tres[5].  Por cierto, también existen rumores (no contrastados) de que el famoso rey Pakal de Palenque –cuya tumba se excavó hace más de medio siglo– era un gigante de 2,70 metros con seis dedos en manos y pies y con un pronunciado cráneo cónico.

Hipótesis sobre el origen de estos cráneos



La arqueología convencional ha pasado de puntillas sobre estos cráneos, no dándoles excesiva importancia y atribuyendo las anormalidades a los argumentos ya expuestos, sobre todo haciendo hincapié en la consabida deformación artificial. Sin embargo, algunos investigadores independientes no comparten esta visión, y creen que los cráneos alargados forman parte de una página aún no escrita de nuestra historia más remota, si bien difieren al interpretar la naturaleza de este fenómeno.

Lo que tienen en común estas opiniones heterodoxas es la convicción de que, por un lado, estamos ante unas pequeñas comunidades con rasgos genéticos propios, distintos a los de la población humana “normal” y, por otro, que las versiones oficiales del entablillado y las patologías no se sostienen. Ahora bien, a la hora de profundizar en los orígenes de estos cráneos anómalos, aquí ya hay valoraciones para todos los gustos. Mientras algunos autores apuestan por hablar de una antigua élite humana de origen desconocido, tal vez surgida de una hipotética serie de mutaciones, otros plantean abiertamente que tales individuos no eran humanos, o sea, que eran seres extraterrestres o –al menos– híbridos de humano y alienígena. Vayamos, pues, por partes y estudiemos ambas propuestas.

El libro de M. Pizzuti
Como ejemplo de la primera corriente, tenemos al investigador italiano Marco Pizzuti, que abordó este tema en su libro Descubrimientos arqueológicos no autorizados[6]. Pizzuti, al igual que otros autores anteriormente, presta atención a las imágenes de algunos faraones o miembros de la realeza egipcia con cabezas muy alargadas, como por ejemplo la famosa familia de Akenatón[7], representada según el típico canon estilístico de El-Amarna. Pero tales rasgos podrían ser mucho más antiguos, porque en las excavaciones realizadas por el egiptólogo inglés Walter Emery (sobre todo en Saqqara) ya habían aparecido tumbas de individuos con estos cráneos, datadas en la época predinástica. Pero hay más, según apunta Pizzuti. En Mesopotamia tenemos muchas antiguas estatuillas de ciertos individuos de carácter divino o semidivino, una especie de Diosas-Madre con cráneo muy alargado y rostro de serpiente. Además, Pizzuti se fija especialmente en los cráneos de Malta, en particular los del hipogeo de Hal Saflieni, un lugar de culto dedicado a la Diosa-Madre. Estas gentes de grandes cráneos estarían relacionadas con el espectacular periodo megalítico de la isla, que los expertos datan tradicionalmente en el Neolítico, pero que Pizzuti sitúa en una época bastante anterior, a partir de ciertos indicios arqueológicos y geológicos.

Cráneo de la familia de Akenatón (Egipto)
Para el autor italiano, todos estos individuos pertenecerían a una estirpe o casta dirigente de carácter político-religioso –a la que llama “sacerdotes-serpiente”– que mantenía su aspecto atípico mediante la celosa conservación de su genética, lo que se traducía en una estricta endogamia, algo bien distintivo de la antigua realeza egipcia pero en general de toda la realeza hasta prácticamente nuestros días. Dicha estirpe estaría extendida por diversos lugares del planeta y no tendría relación genética con la población súbdita. Así, Pizzuti –citando a Emery– concluye que la antigua estirpe pre-dinástica egipcia tenía rasgos nórdicos[8] y que por ello no sería oriunda de Egipto. En cuanto a su origen, podría estar relacionada con los míticos Shemsu Hor (“Seguidores de Horus”), gobernantes de Egipto durantes miles de años antes de la llegada de la primera dinastía “histórica”. En todo caso, según Pizzuti, esta casta se habría conservado pura y aislada durante milenios hasta que empezó a mezclarse con la aristocracia local, tanto en Malta como en Egipto, hacia el 2.500 a. C.

En cuanto a los defensores de la intervención de seres no humanos, su versión de los cráneos alargados pasa por la irrupción de una raza alienígena en los asuntos terrestres en algún momento de nuestra prehistoria. Para estos autores, las cabezas cónicas serían propias de una raza extraterrestre y los casos históricos de elongación artificial de cráneos serían precisamente un intento de las élites gobernantes de parecerse a los antiguos reyes-dioses venidos del espacio. En este sentido sabemos que ya en varias culturas y civilizaciones antiguas (el valle del Indo, Sumer, Egipto, los olmecas, los mayas, los incas, etc.) se practicó este tipo de deformación.

Sobre estas teorías no hay mucho que explicar, pero en pocas palabras podemos decir que la mayoría de ellas se inspiran en el trabajo de Zecharia Sitchin y otros autores afines, que consideran que los dioses sumerios Anunnaki eran los mismos Nefilim de la Biblia, ángeles caídos a la Tierra, que posteriormente dieron lugar a la mítica raza de gigantes. Por ejemplo, en esta línea tenemos al autor americano L. A. Marzulli, que insiste en la tesis de que los individuos de Paracas eran los híbridos Nefilim (resultado de la unión de las hijas de los hombres con los hijos de los dioses), a partir de la combinación de los datos científicos con los relatos bíblicos. Asimismo, hay incontables webs de ufología y de ciencias ocultas que de vez en cuando sacan a la luz noticias sin ton son, como el supuesto hallazgo de tres cráneos alargados ¡en la Antártida!, que indefectiblemente han de ser de alienígenas[9].

En cualquier caso, las argumentaciones para intentar demostrar que los cráneos no son propios de este mundo reinciden en la gran extrañeza o excepcionalidad de los casos y en la improbabilidad de que sean deformaciones artificiales o mutaciones aleatorias. Pero, por supuesto, para tratar de sustentar estas hipótesis y despejar las incógnitas, los partidarios del origen extraterrestre de los cráneos debían recurrir a pruebas aportadas por una ciencia más dura o empírica, y esto es lo que ha sucedido –a su parecer– con unos recientes análisis de ADN, obtenidos a partir de muestras de los cráneos de Paracas, que pasamos a comentar en el siguiente apartado.

Los recientes (y polémicos) análisis de ADN



Cráneos alargados del Museo de Paracas
El investigador norteamericano Brien Foerster se ha interesado especialmente por los cráneos de la península de Paracas (Perú), y su enfoque se sitúa en las hipótesis extraterrestres; de hecho, él es colaborador asiduo de la serie Ancient Aliens. Pues bien, estos cráneos –e individuos– fueron hallados en tumbas de una gran antigüedad excavadas a finales de los años 20 del pasado siglo por el arqueólogo peruano Julio Tello (1880-1947). Este reputado experto creía que dichos restos humanos pertenecían a la antigua cultura megalítica de Chavín de Huantar, a partir de ciertas semejanzas en los artefactos e iconografías, y que no había que atribuirles una antigüedad superior a los 3.000 años, pero Foerster señala que nunca se han identificado tales cráneos en la zona de Chavín y que se han hallado en Paracas útiles de piedra de hasta 8.000 años de antigüedad. Al parecer, los habitantes de Paracas eran básicamente pescadores, pero –a juicio de Foerster– podrían haber sido navegantes en épocas muy antiguas. En todo caso, los estudios sobre esta cultura apenas han avanzado desde la intervención de Tello, y gran parte de la zona arqueológica –el llamado Cerro Colorado, donde estaba enterrada la clase dirigente y sacerdotal– no es accesible al público para prevenir, según las autoridades, el saqueo sistemático de este lugar.

Así las cosas, en 2013 Foerster se planteó ir más lejos y para ello pidió al propietario del Museo de Paracas, don Juan Navarro, que le permitiera extraer unas  muestras de los cráneos alargados[10] para ser analizadas con la más moderna tecnología bioquímica. Esta empresa fue impulsada gracias a la financiación conseguida por el ya mencionado Marzulli, e implementada por unos laboratorios de EE UU y Canadá, los mismos que habían realizado las pruebas sobre otro controvertido cráneo, el llamado Starchild[11]. Los resultados de los análisis se dieron a conocer en 2014 y levantaron –como era de esperar– una gran polémica. Según Foerster, las pruebas preliminares llevadas a cabo sobre la muestra 3A, de la cual se extrajo el ADN mitocondrial (sólo procedente de la madre), revelaron la presencia de mutaciones desconocidas hasta ahora en humanos, primates o cualquier otro animal. Esto sería prueba fehaciente de la existencia de unas criaturas diferentes de los conocidos sapiens, neandertales o los recientes Denisovanos, y que –dadas las fuertes disimilitudes– no podrían cruzarse con los humanos “normales”, lo que les habría llevado a una cerrada endogamia y posterior degeneración.

Naturalmente, ante estas proclamas, los “escépticos oficiales” y los académicos saltaron a la yugular de Foerster, poniendo de manifiesto su falta de profesionalidad, su relación con Pye (otro creyente en intervenciones alienígenas) y el sospechoso anonimato del técnico genetista que realizó las pruebas. Además, le recordaron que la deformación artificial de los cráneos en varias culturas es un hecho antropológico harto conocido y que también se debía contemplar la enfermedad de la craneosinostosis, una anomalía bien estudiada por la comunidad científica. Y finalmente, los críticos aducían que la no explicación de determinados rasgos genéticos (y eso aceptando que las pruebas de ADN se hubiesen efectuado correctamente[12]) no implicaba de ningún modo la presencia de una raza alienígena en nuestro planeta.

¿Una pista sobre el origen de los cráneos?



Si aparcamos por un momento las tópicas menciones a extraterrestres, Nefilim o dioses de cualquier tipo, veremos que sin embargo los análisis de ADN arrojaron otros datos que sí podrían tener un notable significado arqueológico, bastante menos “etéreo” que el recurso a los alienígenas, y siempre dando –obviamente– un mínimo voto de confianza a la calidad científica de los análisis realizados.

Cráneo de Paracas con restos de cabellera
Así, Foerster afirma que por otras pruebas (se supone que por C-14) se habían datado dos cráneos empleados en las muestras, uno en unos 2.000 años de antigüedad y otro en unos 800. Y lo mejor viene ahora, porque en las muestras de pelo se detectó la presencia de un haplogrupo (grupo de población genética) de tipo H2A, muy típico de Europa Oriental y algo menos de la Occidental. Asimismo, otra muestra de polvo de hueso reveló la presencia del haplogrupo T2B, originario de Mesopotamia. Ello implica, lógicamente, que el origen de las gentes de Paracas podría vincularse a poblaciones de Oriente Medio y de Europa, echando por tierra la teoría académica sobre el poblamiento de América, que insiste en que la población nativa de América era de origen asiático y que entró por el estrecho de Bering hace unos 20.000 años, sin que hubiera ninguna nueva aportación hasta la llegada de los europeos a finales del siglo XV.

Por otro lado, Foerster insiste en que la presencia de pelo rojo o rubio en la población nativa americana es del todo inusual, porque se sabe que los indios son de pelo oscuro, en todo el continente. Esta característica identificada en los cráneos alargados sería prueba de la intrusión de gentes venidas de tierras lejanas; para ello solicitó los servicios de dos expertos en temas de cabello, que confirmaron que no había habido decoloración y que el pelo analizado era un 30% más fino que el de la población nativa americana, lo cual es propio del pelo rojo o rubio.

Se podría objetar aquí que los datos de Foerster son erróneos o sesgados, pero lo cierto es que tenemos otros datos que apuntan en una dirección parecida. Así, cabe reseñar que un estudio genético sobre el ADN de la comunidad india norteamericana realizado en 1997 reveló la existencia de un pequeño porcentaje de individuos que poseen un grupo muy extraño de ADN mitocondrial (“haplogrupo X”) que sólo existe en unas pocas zonas de Europa y Oriente Medio. ¿Coincidencia? Además, pruebas posteriores demostraron que este ADN atípico no provenía de la época de la conquista europea, sino de una población foránea que llegó a América hace 36.000-12.000 años[13]. En suma, estaríamos apuntalando la tesis de que determinadas gentes venidas de allende los mares se instalaron en América hace muchos miles de años, desmontando la clásica versión del “descubrimiento” a cargo de Colón, que aún persiste como teoría científica válida en el mundo académico.

Conclusiones


Al estudiar el tema de estos cráneos me he encontrado con muchas conexiones con otro asunto polémico, el de los gigantes, que ya traté extensamente en este mismo blog. Las pruebas e indicios apuntan en direcciones semejantes, si bien la falta de estudios sistemáticos y la reticencia del mundo académico a adentrarse en ciertas vías heterodoxas dificulta bastante cualquier investigación seria. Lo que parece que podemos afirmar con seguridad es que existe un cierto porcentaje de antiguos cráneos alargados que no es fruto de deformaciones artificiales, sino que constituye un rasgo genético propio, y por lo tanto estaríamos hablando de dos fenómenos diferentes, siendo la deformación una consecuencia del contacto con las gentes de los cráneos alargados “originales”. Por otro lado, la existencia de niños muy pequeños, incluso fetos[14], con cráneos alargados demostraría que estamos ante una característica natural en ciertos individuos.

En cuanto al hipotético conjunto de mutaciones que pudo haber dado lugar a esta raza, es poco menos que vender humo, pues hoy por hoy no hay pruebas científicas que puedan sustentar esta tesis. A su vez, las malformaciones genéticas excepcionales –ya lo sabemos– pueden existir, pero cuando van todas en la misma dirección y en tantos individuos y en lugares tan distantes entre sí tenemos que reconocer que la hipótesis patológica tiene una base más bien endeble.

Sin embargo, la pregunta fundamental sigue siendo su origen y su relación con el resto de la población. La hipótesis de que fueran realmente una élite gobernante –y además relacionada con el fenómeno del megalitismo[15]– parece tener sentido vistos los ejemplos presentados, y el caso de Egipto es bastante significativo al respecto. Ahora bien, ¿de dónde salieron? ¿Por qué vía evolutiva (si es que creemos en la evolución humana)? ¿Cuál fue su origen geográfico? ¿Cómo llegaron a extenderse por varios continentes? No tenemos realmente respuestas a estas preguntas, a excepción de los indicios aportados por las pruebas genéticas, que señalan a la Europa Oriental y a Oriente Medio como una posible localización original de este pueblo[16].

Por último, cualquier mención a alienígenas o a Nefilim puede parecernos una fácil salida de tono, y por desgracia hay que reconocer que se ha hecho mucho espectáculo y negocio sobre esta cuestión, sobre todo a base de falacias y especulaciones. Pero, sea como fuere, lo que tenemos entre manos es una raza desconocida presente en nuestro mundo hace miles de años, que desapareció o degeneró, y que no sabemos cómo conectarla con los humanos modernos. Con todo, no podemos despachar la cuestión con el dogma y la negación; está claro que esta raza tuvo que venir de algún lugar; de este planeta, de otro, o de otra dimensión, y aquí no deberíamos cerrar ninguna puerta antes de tiempo. La buena arqueología alternativa requiere rigor y prudencia, pero también precisa de apertura de miras porque si no nos quedaremos estancados en las “tranquilas aguas” del paradigma imperante.

© Xavier Bartlett 2016 




[1] Normalmente consiste en presionar el cráneo con dos tablas de madera y una pieza de tela bien apretada. La duración de esta práctica se sitúa entre los seis meses y los tres años de edad.
[2] Esta característica es considerada por la medicina como casi imposible y es compartida por los cráneos de Paracas, Malta y Egipto
[3] Punto de unión o articulación entre el cráneo y la columna vertebral.
[4] El hueso de la mejilla.
[5] La arqueología académica no reconoce la existencia de tales gigantes, pero la gran mayoría de restos humanos de estas tumbas ha desaparecido o no está disponible para su estudio o exposición, lo que ha levantado graves sospechas de ocultación entre los investigadores independientes.
[6] PIZZUTI, M. Descubrimientos arqueológicos no autorizados. Ed. Obelisco. Barcelona, 2013.
[7] Por otro lado, en bastantes casos, los restos de momias reales egipcias no son de cráneos enormes, pero sí muy marcadamente dolicocéfalos.
[8] Por ejemplo, una altura media muy superior a la de los nativos, constitución robusta y pelo claro.
[9] Véase: http://www.ufosightingsdaily.com/2016/07/alien-remains-in-antarctica-three-new.html
[10] Las muestras incluían fragmentos de hueso, dientes, pelo y piel.
[11] Cráneo anómalo hallado en el siglo XX en México e investigado a fondo por el autor alternativo Lloyd Pye. Para más detalles, véase: https://somniumdei.wordpress.com/2016/03/16/el-extrano-starchild-rareza-biologica-o-ser-hibrido/
[12] Muchos escépticos derriban directamente todas las afirmaciones heterodoxas al considerar que los análisis presentados por Foerster no tienen ninguna validez o credibilidad científica, dando por hecho que se cometieron errores o que las muestras estaban contaminadas.
[14] Por ejemplo, recientemente se dio el hallazgo en Bolivia de dos esqueletos: una joven madre y un feto de entre 7 y 9 meses, ambos con marcado cráneo alargado.
[15] No debe ser casual que exista una más que notable casuística megalítica en Perú, Malta y Egipto, coincidiendo con la aparición de estos cráneos extraordinarios.
[16] Ello podría presuponer que su dispersión por diversos rincones del planeta desde épocas muy antiguas se debería a una difusión a partir de un hipotético centro, más que a núcleos autóctonos independientes.

domingo, 17 de julio de 2016

El fascinante megalitismo de Irlanda


El fenómeno del megalitismo –antiguas construcciones realizadas con enormes piedras– lleva siendo estudiado sistemáticamente (o científicamente) desde hace más o menos siglo y medio, pero todavía encierra muchos más interrogantes que respuestas. Podemos afirmar que se ha hecho un gran trabajo en la identificación, excavación, conservación y estudio de los restos, pero más allá de las descripciones objetivas y del rescate de estructuras y artefactos, el fenómeno sigue sin ser comprendido en su totalidad. Lo cierto es que, aparte de las estructuras con finalidad funeraria[1], las interpretaciones sobre el sentido de estos monumentos han sido diversas, y en muchos casos especulativas. Con todo, con el paso del tiempo y gracias a la influencia de algunas visiones alternativas, se ha admitido que existe una cierta correlación entre los megalitos, el paisaje circundante y el firmamento y que se pueden observar claros alineamientos astronómicos en algunas estructuras.

Indudablemente, uno de los grandes focos de este fenómeno se sitúa en la mayor parte de la fachada atlántica europea, con numerosos monumentos de diversa tipología (menhires, trilitos, cromlechs, dólmenes, tumbas de corredor...) que se han datado convencionalmente entre el Neolítico y la Edad del Bronce. Así, son mundialmente conocidos algunos imponentes monumentos como las interminables hileras de menhires de Carnac (Francia) o el cromlech de Stonehenge (Inglaterra). Sin embargo, es muy destacable también el abundante megalitismo presente en la isla de Irlanda, que quizás es algo menos “mediático” pero muy sobresaliente por la gran antigüedad y complejidad de sus estructuras, destacando con mucho el notorio túmulo de Newgrange.

P. Coppens
Precisamente, para aportar una nueva visión del megalitismo de Irlanda (más allá de Newgrange) y su posible significado, me complace adjuntar aquí un artículo del investigador independiente belga Philip Coppens, un destacado referente para entender la arqueología alternativa en los últimos tiempos. Coppens, que falleció en 2012 a la temprana edad de 41 años, fue autor de varios libros y numerosos artículos sobre los más diversos aspectos de la arqueología alternativa, combinando a menudo un enfoque audaz y especulativo con un tono riguroso y escéptico[2]. Además, mantuvo un especial interés con todo lo relacionado con el megalitismo, especialmente en las Islas Británicas, y fruto de ese afán es este artículo en que nos sugiere posibles conexiones entre ciertos megalitos irlandeses y determinadas creencias o saberes que podríamos relacionar con lo sagrado o lo mágico, y siempre con el firmamento como telón de fondo. 

(Posdata: Dedico esta entrada a las gentes de Eire (Irlanda), país que visité dos veces siendo adolescente y que me fascinó por la belleza de su paisaje y la hospitalidad de sus habitantes.) 


Los gigantes estelares irlandeses


La región de Knocknarea y Carrowmore, al oeste de Irlanda, forma un enigmático pero increíblemente antiguo paisaje sagrado, que la arqueología sólo recientemente ha comenzado a comprender.

Knocknarea es la mágica montaña coronada por un túmulo[3] situada justo al oeste de la ciudad de Sligo, en el extremo de la península de Coolrea. La montaña, de 320 metros de altura, es una joroba de piedra caliza esculpida por los glaciares en retroceso al final de la última Edad de Hielo. El área alrededor de Knocknarea está cubierta de restos antiguos, entre ellos Carrowmore, que es uno de los yacimientos megalíticos más grandes de Europa occidental, y el más grande de Irlanda.

Subí la colina en una gris y húmeda mañana de julio. Esos eran los días que los antiguos egipcios habían marcado como “días de perros”, a finales de julio, cuando las temperaturas son normalmente las más calurosas del año; pero Irlanda estaba empapada de gris humedad.

Vista de la montaña de Knocknarea
La vista panorámica desde la cima de la montaña admite pocas comparaciones y cierto número de viajeros han grabado sus impresiones, pero ninguno más elocuentemente que William Bulfin en sus viajes por Eirinn. Obviamente haciendo su ascenso en condiciones más soleadas, escribió: “Knocknarea tiene una sugestión épica que no te puedes perder si  subes a la montaña. Mirando hacia abajo, está el amplio Tir Fiachra[4], donde moraban los paisanos amantes de la música de fieros combates. Lejos, hacia el norte, el este y el sur hay montañas y valles y ríos y lagos y bosques. Hacia el oeste, se mueve el océano estruendoso. La montaña no tiene par en su gloria. Se destaca con orgullo sobre la costa rocosa en solitaria grandeza. Los dolientes que erigieron el túmulo funerario en su cima majestuosa no podría haber elegido un trono más real para sus regios muertos.”

En un buen día, se pueden ver grandes cantidades de terreno (cinco condados) desde la parte superior. Originalmente, se creía que la colina y el terreno estaban bajo el “patronazgo” de la diosa Maebh. La colina se convirtió en el lugar central de culto de ésta, y como tal, la colina y el túmulo quedaron identificados con ella a lo largo de los siglos.

¿Quién era Maebh? Era la Reina Guerrera, que vivía en Crúachain, en Roscommon, con su marido Ailill. La reina forma parte de una de las sagas más famosas de Irlanda, el Saqueo del Ganado de Cooley o Táin Bó Cúailnge, que está vinculado con otro condado irlandés, Louth. Hay leyendas similares en Connacht que afirman que Maebh no está enterrada bajo el túmulo, sino que –en cambio– se mantiene erguida, esperando, lanza en mano, con sus mejores guerreros, dispuesta a atacar al Ulster, el condado que no permitió que ella tuviese su Toro Marrón, como se indica en las leyendas.

El vínculo entre la diosa y Knocknarea se debe a un gigantesco túmulo en su parte superior, conocido como la “Tumba de la reina Maebh”, un gran apilamiento de piedras de mediano a gran tamaño. Más de 40.000 piedras hacen que el monumento alcance los 35 pies (10,5 metros) de alto y mida 200 pies (60 metros) de ancho. “Tal inmenso trabajo aplicado a la realización de este monumento sólo se habría llevado a cabo para perpetuar la memoria de alguna persona o evento de la importancia más destacada”, escribió Richard Hayward. Así pues, tenía que ser una tumba, y tenía que haber una importante figura enterrada allí.

Aunque el túmulo es visible desde muchos kilómetros a la redonda, incluso en las grises condiciones en que lo encontré, no se ha producido ninguna investigación arqueológica en dicho apilamiento, si bien se han implementado algunas excavaciones de túmulos mucho más pequeños de los alrededores, próximos a la cima de la colina. La fecha más antigua registrada hasta ahora sugiere que el monumento se construyó aproximadamente hacia 3.000 a. C., lo que lo hace mucho más antiguo que, por ejemplo, Stonehenge.

La tradición dice que los restos de Maebh están enterrados en una cámara interna del túmulo, y por lo tanto los arqueólogos han afirmado que el túmulo probablemente cubre una tumba de corredor similar a las de Carrowkeel y el valle del Boyne. Pero, a falta de excavaciones, esto es una especulación.

Yacimiento megalítico de Carrowmore
En los valles de los alrededores Knocknarea se sitúa el importante yacimiento neolítico de Carrowmore (del gaélico Ceathrú Mór, que significa gran trimestre), uno de los cementerios neolíticos más importantes, junto con Carrowkeel, más hacia el interior, en las montañas de Bricklieve. Carrowmore alberga los restos de una de las mayores y más antiguas colecciones de estructuras de la Edad de Piedra en Europa Occidental. Hoy en día restan en pie 27 monumentos, en diferentes estados de conservación, y se tiene noticia de restos de al menos 65 monumentos, si bien se cree que pudo haber habido originalmente hasta 120 monumentos en Carrowmore. Las tumbas eran construidas en un anillo que rodeaba el monumento más grande, llamado Listoghil, y sus entradas se orientaban al interior (hacia el monumento).

Carrowmore fue cartografiado por diversos anticuarios, incluyendo a Beranger, Petrie y Wood Martin. Un terrateniente local, el notorio R. C. Walker, saqueó muchos de los monumentos y vendió sus hallazgos a los coleccionistas. El yacimiento ha sido muy recientemente excavado por arqueólogos suecos que han hecho una serie de interesantes descubrimientos. La fecha más antigua recuperada hasta ahora de Carrowmore es de 5.400 a. C., una fecha muy temprana, que la mayoría de los arqueólogos irlandeses han rechazado. La opinión general hoy en día es que Carrowmore es un yacimiento temprano, del tiempo en que los cazadores-recolectores del Mesolítico se estaban convirtiendo en agricultores neolíticos.

En Carrowmore, las tumbas de corredor y las piedras verticales se alzan con la montaña y la Tumba de Maebh de fondo. Cuando ya había descendido de Knocknarea y emprendía el camino hacia Carrowmore, las nubes grises se habían disipado suavemente gracias a los vientos del océano, revelando así la relación única entre las piedras megalíticas del valle, la montaña sagrada de Knocknarea y la tumba en la cima.  

El centro de visitantes en Carrowmore señala cómo la interacción entre el paisaje y el lugar de enterramiento neolítico no fue casual. Las tumbas en el cementerio se han orientado hacia salidas y puestas solares clave, como los equinoccios de primavera y otoño y los solsticios de verano e invierno, los cuatro puntos del calendario que marcan las cuatro estaciones del año. Ello demostraba cómo los constructores de las tumbas rendían una reverencia específica al sol, y aparentemente trasladaban esa reverencia a las almas de los difuntos.

Al mismo tiempo, las observaciones de los científicos y de los arqueólogos aficionados habían revelado lo que posiblemente podría haber diferenciado a Knocknarea de todas las otras colinas del condado, es decir, lo que le dio la colina su carácter sagrado. En la documentación que se facilitaba en el centro de visitantes se afirmaba que “el espectador que se sitúa en el túmulo de Maeve en Knocknarea puede ver la salida del sol o la luna llena sobre Lough Gill, que se traduce como «El Lago del Resplandor», en el equinoccio. Luego, al atardecer, el observador puede pararse en Cairns Hill, otro yacimiento megalítico importante justo al sur de la ciudad de Sligo, y ver el alineamiento de Knocknarea.” Otras observaciones han demostrado que la cumbre del túmulo de Maebh estaba a la misma altura que el Túmulo K en Carrowkeel, el otro cementerio megalítico, que se orienta hacia túmulo de la reina Maebh. “Si se traza un círculo desde el Túmulo K que toque la cumbre de Maeve en Knocknarea, se verá que también toca el Palacio de Maeve, el montículo de Rathcroghan en Roscommon. ¿Coincidencia? Cualquiera que sea el caso, es uno de los monumentos neolíticos más importantes y visualmente dominantes que quedan en Irlanda.”

El autor Cary Meehan añade las observaciones de Martin Byrne a esta ya impresionante lista de interrelaciones entre los yacimientos megalíticos y el paisaje: “Él [Byrne] ha observado que la parada lunar es un momento importante en Knocknarea. El ciclo de la Luna tarda 18,6 años en completarse, al moverse desde su posición más al norte hasta la más al sur. En su posición ascendente más al sur, que tuvo lugar el pasado verano de 1987, la luna, vista desde el túmulo de Maebh, se alzaba sobre los yacimientos de Carrowkeel en las montañas Bricklieve. Si el corredor interno del túmulo de Maebh estaba abierto, tal vez la luna –estando en su punto más al sur– podría brillar en su interior.” La observación no se puede probar, dado que los arqueólogos no han excavado el túmulo de Maebh ni han verificado la existencia de un corredor.

Knocknarea está vinculada con Cairns Hill. El nombre de esta última, obviamente, se deriva de los túmulos neolíticos descubiertos en sus laderas. Es importante destacar que Cairn Hill está justamente al este de Knocknarea. La alineación este-oeste es importante, ya que la salida y la puesta de sol en los equinoccios son siempre hacia el este y el oeste, independientemente de dónde esté uno (en cualquier punto de la Tierra).

Knocknarea también está relacionada con la reina Maebh, pero se dice que el túmulo occidental de Cairn Hill, visible desde Knocknarea, es la tumba de Daghdha, marido de Maebh, jefe de los Tuatha de Danann y Dios padre de los celtas. Está claro cómo se transportó la interacción de los fenómenos solares y lunares al paisaje y se relacionó específicamente con las colinas sagradas, en cuyas cimas estaban los túmulos, que más tarde fueron identificados con las tumbas de los dioses, especialmente vinculados con la luna y el sol. Como tal, Knocknarea (Knock na Ré en irlandés) es conocida como la “Colina de la Luna” y Maebh debe ser vista como la diosa de la luna. 

El gran túmulo de Newgrange
Si efectivamente fueron construidos alrededor del 5.400 a. C., serían más antiguos que los yacimientos prehistóricos irlandeses más famosos, como Knowth y Newgrange. Además, las recientes dataciones por radiocarbono han apoyado el horizonte mesolítico para el inicio de Carrowmore, pero siendo la arqueología tan conservadora, se sitúa el núcleo de la construcción megalítica entre el 4.300 y el 3.500 antes de Cristo, más acorde con la datación neolítica, pero aun así inusualmente antigua. La excavación de otras tumbas en la zona ha indicado que, a pesar de que (los constructores) emplearon diferentes estilos arquitectónicos, todos eran contemporáneos de Carrowmore, lo que muestra la extensa presencia de una cultura megalítica en la zona.

Casi todos los enterramientos en Carrowmore fueron cremaciones, habiéndose hallado inhumaciones solamente en Listoghil. Incluso a partir de los restos cremados, se hace evidente que los muertos fueron sometidos a una compleja secuencia de tratamientos, incluyendo la descarnación[5] y el segundo entierro. Los ajuares funerarios incluyen broches de asta con cabeza en forma de seta y bolas de piedra o arcilla, si bien otras tumbas fuera de Carrowmore presentan conjuntos de elementos completamente diferentes. La disposición del cementerio sugiere una cuidadosa selección, en la cual los muertos parecían estar durmiendo a la sombra de la diosa, la cual, a su vez, estaba situada dentro de un intrincado paisaje sagrado. Esto demuestra cómo, hace muchos años, las gentes de la isla occidental ya parecían ser capaces de basarse en las observaciones aún más antiguas de los fenómenos estelares, y cómo interactuaron con su entorno. Pero casi siete mil años después, la arqueología de estos lugares está por desgracia todavía en su infancia...

© Philip Coppens


Fuente imágenes: artículo original y Wikimedia Commons


[1] Se han excavado muchos megalitos con tumbas o restos humanos en su interior, lo cual, empero, no implica que fueran diseñados originalmente para ser tumbas, o bien es posible que tuvieran otras funciones aparte de la meramente funeraria.
[2] Para más detalle sobre su obra, recomiendo visitar su sitio web que sigue activo tras su deceso: http://philipcoppens.com
[3] En el original, cairn: túmulo, mojón, hito o simple apilamiento de piedras.
[4] El territorio de los Fiachra (un clan irlandés).
[5] En arqueología, la descarnación se refiere a la antigua costumbre de extraer la carne y las vísceras del difunto, enterrando sólo los huesos.

miércoles, 6 de julio de 2016

Últimos hallazgos sobre el mecanismo de Antikythera



Hace poco más de 2.000 años, una nave mercante romana de gran tamaño partió de las costas del Asia Menor griega (de Éfeso o Pérgamo, posiblemente) con un cargamento variado que incluía obras de arte y objetos muy selectos, quizás destinados a un alto personaje romano (¿Julio César?). La nave iba muy sobrecargada y, tras hacer dos escalas, tomó la ruta habitual hacia Roma pasando por la costa norte de Creta pero, al llegar a la altura de la isla de Antikythera, fue sorprendida por un violento temporal que produjo su rápido hundimiento. De no haber sido por este hecho, y por la feliz casualidad de que en el siglo XX unos pescadores encontraron unos imponentes restos sobre el fondo marino, no sabríamos nada sobre la portentosa ciencia griega que hizo posible un objeto único en el mundo, y que, en palabras del matemático Tony Freeth, “nos debería impulsar a rescribir la historia de la tecnología”.

En efecto, el artefacto de metal llamado mecanismo de Antikythera (o Anticitera) es uno de los objetos del pasado remoto que más admiraciones y especulaciones ha levantado en los últimos 50 años. Además, su impacto ha sobrepasado con mucho el ámbito de la ciencia ortodoxa, llegando a convertirse un objeto de culto para la arqueología alternativa, que lo ha considerado como uno de los ooparts[1] más importantes jamás hallados sobre el planeta. Por desgracia, ante tal maravilla, algunos de los defensores de la teoría del Antiguo Astronauta se apresuraron a ver la mano alienígena en un objeto “imposible para su época”. En fin, lo que viene a continuación tal vez aclare un poco las cosas.

Pero empecemos por el principio. Aunque este singular objeto es harto conocido por los aficionados a la arqueología heterodoxa, me permitiré realizar un breve resumen de la historia de su descubrimiento y sus características más notables para luego comentar los últimos hallazgos.

Todo empezó hace más de un siglo, en abril de 1900, cuando unos buscadores de esponjas encontraron en aguas próximas a la isla de Antikythera (Grecia) diversos restos de estatuas y otros objetos (cerámica, vidriería, joyas, monedas, etc.) que pertenecían a un pecio, un mercante romano hundido a unos 42 metros de profundidad, que fue empezado a excavar al siguiente año. Una vez estudiados y datados estos primeros restos se pudo determinar que el barco se había hundido en el siglo I a. C. (alrededor del 80 a. C. más concretamente[2]). Pero enseguida llamaron la atención una serie de fragmentos de bronce corroído de diferentes tamaños, con tres piezas principales[3] que presentaban una serie de “ruedas”. Además, se observaban unas difusas marcas o escalas sobre las placas metálicas y ciertos restos de escritura prácticamente ilegible. No obstante, los arqueólogos que examinaron las piezas no supieron interpretar correctamente el artefacto[4], que fue a parar al Museo Arqueológico Nacional de Atenas, donde estuvo expuesto durante décadas como una rareza o curiosidad arqueológica.

El fragmento A, el mayor conservado
Hubo que esperar hasta 1955, momento en que el catedrático de Historia de la Ciencia Derek de Solla Price, de la Universidad de Yale, examinó a fondo el objeto y observó que el artefacto estaba compuesto de varios engranajes que interactuaban entre sí, a modo de mecanismo de relojería. Estos primeros descubrimientos fueron publicados en 1959 en la revista Scientific American, si bien el científico estadounidense prosiguió con sus estudios hasta bien entrados los años 70, en que se realizaron las primeras radiografías con rayos X sobre el artefacto, las cuales le permitieron identificar hasta 27 engranajes[5] en la pieza principal llamada fragmento A. Del mismo modo, Price trató de contar con exactitud el número de dientes triangulares de los engranajes, pero su mal estado de conservación le impidió alcanzar resultados seguros.

Con todo, gracias al trabajo de Price se pudo recomponer la estructura general del objeto y se demostró que se trataba de un complejo mecanismo que se utilizaba para determinar ciertos cálculos astronómicos, como los ciclos solares y lunares, o el movimiento de los planetas[6]. Asimismo, calculaba la periodicidad de los principales Juegos del mundo helénico y predecía con exactitud los eclipses lunares y solares. En suma, estaríamos hablando de un computador analógico o de un sofisticado reloj astronómico. Y habría que esperar hasta casi el final de la Edad Media para encontrar mecanismos de relojería semejantes...

Ahora centrémonos en revisar los últimos resultados que se han producido en la pasada década y que han llevado a conclusiones inusitadas. Las más modernas investigaciones realizadas sobre el mecanismo tuvieron lugar hace muy pocos años y contaron con la aportación de un equipo multidisciplinar internacional, el Antikythera Mechanism Research Project, que echó mano de la más moderna tecnología de fotografía y de rayos X en 3D (TAC). Cabe señalar que todavía se siguen excavando los restos del barco, que en las últimas campañas han ofrecido más restos de estatuas, restos de muebles, joyas, etc. pero por desgracia no se han localizado nuevos fragmentos del mecanismo.

Reconstrucción virtual


El primer logro destacado es que, a partir de todos los datos acumulados, se pudo formular una razonable propuesta de reconstrucción. Así, los expertos determinaron que el mecanismo iría montado en una caja rectangular de madera de unos 30 cm. de alto, con una base de 18 x 9 cm. aproximadamente. El mecanismo se accionaría mediante una manivela lateral (ahora desaparecida) que movería los engranajes internos. A su vez, los resultados de la computadora se obtendrían manipulando unas varillas o punteros que se desplazaban a través de unos diales localizados en la parte anterior y posterior de la caja. Asimismo, se comprobó que el mecanismo estaba literalmente cubierto de textos explicativos; esto es, que llevaba incorporado una especie de “manual de instrucciones”, tanto en la cara anterior como en la posterior. Según los expertos, los textos explicaban el funcionamiento de los diales y su significado. Aparte, estaban marcados los nombres de los meses egipcios y griegos, y unas letras que indicaban con exactitud los eclipses lunares (marcados con Σ de Selene = Luna) y solares (con Η, de Helios = Sol). Pero lo más interesante es que se pudo confirmar que el artefacto incorporaba en su maquinaria un engranaje epicicloidal, un sistema comparable a un moderno diferencial[7], esto es, un mecanismo que permite regular la velocidad de rotación de un eje según ciertas constantes.

Además, con estos últimos estudios se dio una curiosa combinación de enfoques científicos que resultaron muy útiles a la hora de testar las hipótesis planteadas. Así, por un lado, el Antikythera Mechanism Research Project utilizó el más moderno software informático para crear algunos modelos virtuales del mecanismo, pero, por otro lado, el ingeniero y antiguo conservador del Museo de la Ciencia de Londres Michael Wright recurrió a su conocimiento y habilidad técnica para construir una réplica física del objeto, completamente “artesanal”, con su caja de madera y sus complejos engranajes metálicos realizados manualmente.

En cuanto a su origen y datación, los expertos finalmente han concluido que posiblemente el mecanismo era obviamente un producto de la ciencia griega más avanzada y que –por los rasgos dialectales observados en las inscripciones– procedía de alguna colonia de Corinto, muy probablemente Siracusa. También se supone que fue construido en el siglo II a. C., posiblemente como evolución de un modelo previo más grande y quizá menos sofisticado, que tal vez podría haber sido ideado por el genio de Siracusa, el gran Arquímedes. De cualquier manera, es bien posible que no estemos hablando de un único artefacto porque el propio Cicerón (siglo I a. C.) menciona la existencia de al menos dos objetos de procedencia griega capaces de mostrar el movimiento del Sol, la Luna y los cinco planetas conocidos entonces.

Y, sobre todo, ¿para qué se construyó? A diferencia de algunas opiniones que aseguraban que fue un objeto empleado para la navegación, el profesor Alexander Jones, de la New York University, considera que más bien se trataba de un sofisticado artilugio creado con fines educativos, para mostrar a ciertas personas –obviamente cultas– los principios de la cosmología de aquella época, lógicamente aún en un sistema geocéntrico. Por tanto, ¿una especie de divertimento para ricos, sabios o poderosos? No es una idea tan descabellada...

Y para ir concluyendo, sería muy conveniente que dejáramos atrás el concepto de oopart referido a este objeto. No hay mentes superiores de otro planeta ni viajeros en el tiempo que valgan. Estamos ante una ciencia aplicada a un portentoso objeto diseñado por un genio. No es un objeto “fuera de su tiempo”; antes bien, el mecanismo parece ser la máxima expresión de la tecnología de una era, la culminación de un saber astronómico, matemático y mecánico acumulado por egipcios, babilonios y los propios griegos a lo largo de miles de años.

Aun así, los propios científicos de nuestra época se quedaron asombrados al ir descubriendo la tremenda sofisticación y conocimiento que encerraba el artefacto, algo que realmente podemos equiparar a un computador u ordenador moderno... y que lamentablemente se perdió en la noche de los tiempos para no volver a resurgir hasta pasados muchos siglos después[8].  Como dijo Derek De Solla Price: “Da un poco de miedo saber que justo antes de la caída de su gran civilización, los antiguos griegos habían llegado tan cerca de nuestra era, no sólo en su pensamiento sino también en su tecnología científica.”

Finalmente, recomiendo el visionado de este magnífico documental (en castellano) que expone muy visualmente y con mucho detalle la historia del mecanismo y las últimas investigaciones protagonizadas principalmente por el equipo del Antikythera Mechanism Research Project y por Michael Wright.



© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y Scientific American (december 2009) 
 

[1] Oopart: contracción de “out-of-place-artefact”, o sea, un objeto supuestamente desplazado de su contexto espacio-temporal.
[2] Sin embargo, en la exploración del pecio realizada en los años 70 por el famoso submarinista francés Jacques Cousteau, se extrajeron nuevas monedas con una datación de 70-60 a. C., un poco más moderna de la aceptada hasta entonces.
[3] Hasta el momento se han catalogado 82 fragmentos, siendo sólo siete de ellos relativamente importantes.
[4] Los arqueólogos de aquel tiempo se quedaron muy sorprendidos porque creían que los antiguos sólo eran capaces de usar burdos engranajes para máquinas simples. De todos formas, al menos un estudioso, el alemán Albert Rhem, lanzó ya en 1905 la hipótesis de que se podía ser una computadora astronómica.
[5] Hoy se estima que el artefacto pudo tener alrededor de 60 engranajes.
[6] Toda esta información, empero, procedía de las observaciones realizadas por los astrónomos babilonios durante muchos siglos.
[7] El diferencial, tal como lo conocemos, es un invento relativamente reciente, patentado en 1828.
[8] Los investigadores creen que al menos parte del conocimiento del mecanismo fue a parar al mundo bizantino y luego al mundo islámico para retornar así a Occidente a finales de la Edad Media.