miércoles, 25 de diciembre de 2013

La civilización matriarcal


¿Existió alguna vez una gran civilización matriarcal sobre nuestro planeta? Aunque la antropología reconoce la existencia de modelos matriarcales en pequeñas comunidades, desde el punto de vista histórico no se ha dado crédito a la existencia de una civilización muy antigua basada en el matriarcado. No obstante, y como notable excepción dentro del mundo académico, apareció una figura de fuerte personalidad que defendió con entusiasmo la existencia de una sociedad o civilización de carácter matriarcal en la Europa neolítica, con características muy diferentes a la sociedad que vendría después marcada por el patriarcalismo, que es básicamente la misma sociedad en la que vivimos actualmente.

Esta figura fue la destacada arqueóloga Marija Gimbutas (1921-1994), que también era una gran experta en lenguas antiguas e historia de las religiones. Nació en Lituania y se doctoró en arqueología en Tübingen (Alemania) en 1946. Después, huyendo del régimen estalinista de la URSS, se refugió en Estados Unidos en 1949. Allí trabajó como investigadora y docente en la Universidad de Harvard de 1950 a 1963, y posteriormente se trasladó a la Universidad de California Los Angeles (UCLA), donde continuó su actividad hasta que se retiró en 1989. En cuanto al trabajo de campo, fue directora de cinco grandes excavaciones arqueológicas entre 1967 y 1980 en diversos países como la antigua Yugoslavia, Macedonia, Grecia e Italia. A lo largo de su vida, Marija Gimbutas publicó cerca de veinte libros y más de 300 artículos sobre la prehistoria europea. De entre toda su obra destaca particularmente tres libros: The Goddesses and Gods of Old Europe (1974, 1982 ), The Language of the Goddess (1989 ), y The Civilization of the Goddess (1991).

Gimbutas fue realmente una gran profesional, muy valorada por sus investigaciones en el estudio de la Prehistoria europea, sobre todo en lo que respecta a las llamadas sociedades pre- indoeuropeas y las posteriores invasiones indoeuropeas. Sin embargo, es de justicia afirmar que Gimbutas es mucho más conocida -y polémica - por sus teorías sobre una supuesta civilización matriarcal que prácticamente nadie del ámbito académico ha querido reconocer. Así pues, quien escribe estas líneas apenas tuvo noticia de sus trabajos porque o bien no era mencionada o bien era mencionada de forma marginal como una investigadora más o menos herética, no aceptada por el llamado consenso científico.
  
Efectivamente , Marija Gimbutas fue más allá de lo que admitía el paradigma científico en arqueología y propuso una visión diferente de la Prehistoria europea, convencida de que había existido una gran civilización matriarcal en Europa hace miles de años. Así , Gimbutas dedicó una buena parte de su vida a analizar determinadas representaciones o figuras femeninas de los períodos Paleolítico y Neolítico, y las vinculó al culto de una diosa madre o un conjunto de varias divinidades femeninas. Para desarrollar esta enorme trabajo, Gimbutas tuvo que superar el ámbito de los trabajos arqueológicos convencionales incorporando estudios filológicos, mitología, religiones comparadas y fuentes históricas, dando como resultado una investigación multidisciplinar que la misma arqueóloga llamó arqueomitología.

Su teoría trataba de demostrar que en la Europa neolítica había existido una sociedad pre- indoeuropea de carácter matriarcal y pacífico con una extensa difusión por el continente (un territorio que ella llamó la Vieja Europa). Esta civilización habría desaparecido por la acción violenta de una cultura patriarcal indoeuropea, que ella misma identificó como originaria del este de Europa. Así, a partir de los restos arqueológicos conocidos, Gimbutas estableció tres grandes rasgos que probarían la existencia de estas sociedades matriarcales pre- indoeuropeas, haciendo especial énfasis en su carácter pacífico y creativo:
  • Los primeros poblados neolíticos eran bastante anteriores a las primeras ciudades, de inequívoco origen patriarcal.
  • Algunos de estos poblados no tenían murallas defensivas, enterramientos de guerreros ni expresión artística referida a la guerra.
  • Los diseños artísticos de estas culturas podrían constituir un sofisticado sistema de símbolos (un meta-lenguaje) que permitía la transmisión y difusión de los valores matriarcales.
     
Este último punto es sin duda es el más apasionante de su visión, pues de alguna forma Gimbutas debía reconstruir todo un mundo social, cultural y religioso a partir de los restos arqueológicos, de relatos mitológicos y de una gran diversidad de símbolos que debían leerse en clave global. En conjunto, vendría a ser como un enorme rompecabezas con muchas piezas que hay que encajar perfectamente para obtener una única imagen. En palabras de Gimbutas, estos símbolos de la Vieja Europa "constituían un complejo sistema en el que cada unidad está entrelazada con las otras en categorías específicas, según parece. Ningún símbolo puede tratarse aisladamente, en el entendido de que las partes llevan al todo, que a su vez conduce a identificar más partes." 



Así, donde los otros expertos veían sólo motivos decorativos, Gimbutas creía que se ocultaba un lenguaje simbólico en forma de figuritas femeninas, diosas-madre o diosas de la fertilidad, así como en múltiples representaciones naturalistas o en dibujos abstractos. Por ejemplo, son muy frecuentes (y en lugares muy alejados geográficamente) las representaciones de dos espirales confrontadas, que podrían significar el ciclo de vida, muerte y renacimiento o simplemente un sentido de eternidad. Marija Gimbutas era bien consciente de que el desciframiento de este lenguaje era una tarea enorme y pesada, pero no consideraba imposible llegar a una comprensión global de esta religión neolítica.

Pero ... ¿cómo serían estas sociedades matriarcales neolíticas? Según Marija Gimbutas, en estas sociedades agrícolas no habría predominio del hombre sino que habría un equilibrio social fundamentado en la igualdad entre el hombre y la mujer, y existiría un culto a las diosas de la fertilidad, como símbolo del ciclo vital nacimiento-muerte. Estas culturas, que vendrían a ser un referente de la mítica Edad de Oro, habrían desaparecido por la irrupción de los invasores indoeuropeos, pastores y guerreros, de ideología claramente patriarcal. Sólo se habrían salvado algunos vestigios de esta antigua religión en forma de cultos mistéricos o esotéricos que subsistieron marginalmente a pesar de la imposición del dios masculino. Esta divinidad violenta masculina habría tenido varias versiones según las culturas y los periodos históricos, una de las cuales sería el mismo cristianismo, pero también tendría formas aparentemente no religiosas como el comunismo estalinista, asesino y represor.

Gimbutas puso como ejemplos de esta religión matriarcal los cultos eleusinos en Grecia, el culto a las Matres celtas, así como otras diosas de la fertilidad germánicas, eslavas, bálticas, etc. e incluso pensaba que la brujería medieval europea fue duramente perseguida porque también era una expresión tardía de estas antiguas creencias. En este último punto, Marija Gimbutas fue terriblemente beligerante contra la persecución de la diosa por parte del cristianismo más intolerante. Según escribió ella misma en The Language of the Goddess ("El lenguaje de la diosa"):
"La Regeneradora - Destructora, supervisora ​​de la energía cíclica, personificación del invierno y Madre de los Muertos, se convirtió en una bruja de la noche, dedicada a la magia que, en tiempos de la Inquisición, era considerada como discípula de Satanás. El destronamiento de esta Diosa [...] está manchado de sangre y es la mayor vergüenza de la Iglesia cristiana: la cacería de brujas de los siglos XV a XVIII fue un acontecimiento de los más satánicos en la historia europea, llevada a cabo en nombre de Cristo; la ejecución de las mujeres acusadas de brujas ascendió a más de ocho millones, y la mayoría de ellas, colgadas o quemadas, eran simplemente mujeres que aprendieron la sabiduría y los secretos de la diosa de sus madres o abuelas."

En resumen, Marija Gimbutas planteó la existencia de un complejo lenguaje simbólico femenino tomando como indicio la interpretación de determinados diseños artísticos prehistóricos. A partir de este punto, imaginó una sociedad pacífica, no represiva y dominada por los valores espirituales , lo que rompía del todo los esquemas clásicos de la Prehistoria académica, ya que ponía en duda la supuesta brutalidad y primitivismo de las comunidades humanas de aquellos tiempos.


Su trabajo no fue reconocido ni aceptado por la gran mayoría del estamento científico del ámbito de la arqueología, pero algunas pocas voces académicas, como el prestigioso arqueólogo Joseph Campbell, lamentaron que su investigación sobre este meta-lenguaje neolítico no hubiera tenido el eco o la continuidad que merecía.  En todo caso, debemos reconocer que Marija Gimbutas no sólo abrió las puertas a nuevas interpretaciones del pasado remoto del ser humano, sino que también promovió de alguna manera un cierto revival de las corrientes neo- paganistas, que se tradujo en movimientos tan conocidos como la famosa New Age.

Finalmente, podríamos preguntarnos si todas estas teorías fueron puras especulaciones debidas a un prejuicio cognitivo o bien si podían tener un sólido fundamento. Por desgracia, en arqueología, la evidencia física y la interpretación de ésta no son la misma cosa, y la falta de fuentes escritas en aquella época nos ha dejado bajo un velo de silencio que nos resulta difícil de superar. El rompecabezas propuesto por Gimbutas sigue allí esperando que alguien sea capaz de encontrar una clave definitiva que nos lleve a un redescubrimiento de nuestra historia más remota.

(c) Xavier Bartlett 2013

jueves, 5 de diciembre de 2013

Nibiru y el catastrofismo cósmico


Si bien Immanuel Velikovsky es sin duda el principal referente alternativo en cuanto al catastrofismo cósmico, con toda polémica que aún persiste en nuestros días, el no menos controvertido autor Zecharia Sitchin, el hombre que interpretaba la civilización sumeria en clave extraterrestre, también abordó el tema del origen del Sistema Solar a partir de los relatos mitológicos. Así pues, Sitchin retomó la estela de Velikovsky un cuarto de siglo más tarde y presentó en su obra El 12º planeta su particular versión del catastrofismo en el Sistema Solar, dedicando dos capítulos a desvelar la enigmática presencia de un planeta desconocido, Nibiru, como actor protagonista del drama cósmico.

Sitchin se aferraba a la idea de que los sumerios –y luego los caldeos– tenían grandes conocimientos astronómicos y que habían reconocido hasta doce planetas (incluyendo el Sol y la Luna). Basándose en el Antiguo Testamento y en otras antiguas fuentes, Sitchin observó una repetida simbología del doce en varias culturas, tanto en el terreno astrológico-astronómico como en el mitológico: doce constelaciones del Zodíaco, doce dioses principales hittitas, doce titanes griegos, doce tribus de Israel, etc. A este respecto, Sitchin creía que los sumerios no sólo conocían cinco planetas –como se admite habitualmente–, sino que hablaban de un conjunto de doce astros llamado mulmul (que la ciencia había atribuido previamente a las Pléyades, un grupo de estrellas de la constelación de Tauro), y que serían en realidad los componentes del sistema solar. Naturalmente, aun sumando la Luna y el Sol a este grupo, tenemos un planeta de más, que no encaja en nuestro conocimiento del Sistema Solar.

Este sería el 12º planeta, Nibiru, situado más allá de Plutón, que la ciencia actual no ha reconocido. Sin embargo, los sumerios –pese a no disponer de instrumentos de observación como los nuestros– estaban al tanto de todo, porque según ellos mismos, sus dioses (los Anunnaki) les habían transmitido el conocimiento de todo lo concerniente al Sistema Solar.
Sitchin recurrió a ciertas representaciones de astros en un antiguo sello acadio del tercer milenio a. C. para reafirmar su propuesta. No obstante, también afirmaba que debió existir otro planeta entre Marte y Júpiter, en el espacio que actualmente ocupa el cinturón de asteroides. Ello supondría añadir un nuevo planeta a nuestra lista, lo que daría un total de trece. Pero entonces, ¿cómo se explica la afirmación de los doce planetas? Esta es la pieza clave de la teoría catastrofista del autor, que se aparta de lo propuesto por Velikovsky, para crear su propia versión del origen del Sistema Solar. Sitchin se apoyó una vez más en la mitología para dar una explicación distinta sobre el origen de los planetas. Concretamente, tomó la epopeya de la creación sumeria, el Enuma Elish, para narrar toda una serie de catástrofes cósmicas disfrazadas de meros acontecimientos de carácter divino. Tomando los textos míticos en los que los dioses representarían a los astros, Sitchin dibujó el siguiente escenario cósmico primigenio:

En el inicio de los tiempos sólo había dos grandes cuerpos celestes y uno más pequeño. Por un lado, Apsu (el Sol), que existía desde el principio, junto con su pequeño emisario Mammu (Mercurio) y por otro, un gran planeta llamado Tiamat. Las aguas de Apsu y Tiamat se fusionaron posteriormente para dar vida a otros dos planetas intermedios, que serían Lahmu y Lahamu (Marte y Venus, los planetas masculino y femenino). Más tarde, se formaron los dioses «de mayor tamaño» Kishar y Anshar (Júpiter y Saturno). Finalmente, el escenario cósmico se completó con el nacimiento de dos nuevos planetas, Anu y Ea (o Nudimmud), que serían Urano y Neptuno, más otro pequeño emisario, hijo de Anshar, que era Gaga (Plutón). El lector ya habrá notado que aún no tenemos noticias de la Tierra ni de la Luna. Esta es la segunda parte del drama.

Al parecer ser, la diosa Tiamat estaba molesta con los avances, retiradas y cabriolas de sus hermanos, los nuevos planetas (lo que Sitchin interpreta como órbitas erráticas que se interferían en el camino de Tiamat). Para poner paz, Ea neutralizó el papel generador de materia primordial que tenía Apsu, con lo cual el sistema adquirió una cierta estabilidad. Sin embargo, el propio Ea engendró un nuevo planeta de gran tamaño, exterior al sistema. Este nuevo planeta sería llamado Nibiru por los sumerios y Marduk por los babilonios. No obstante, por otro lado, Tiamat había creado al satélite Kingu –su hijo primogénito– sin la aquiesciencia del resto de dioses.

Y llegamos al acto final. Cito literalmente a Sitchin en su referencia a los mitos mesopotámicos:
«El dios [Ea] que dirigió la revuelta contra el Padre Primigenio [Apsu] tuvo una nueva idea: invitar a su joven hijo [Marduk] a unirse a la Asamblea de los Dioses y darle la supremacía, para que fuera a combatir así, sin ayuda, al “monstruo” en que se había convertido su madre [Tiamat]. Aceptada la supremacía, el joven dios Marduk, según la versión babilonia, se enfrentó al monstruo y, tras un feroz combate, la venció y la partió en dos. Con una parte de ella hizo el Cielo, y con la otra la Tierra.»
Este episodio, traducido al ámbito astronómico, ocurrió según Sitchin de esta forma: Marduk, en su movimiento retrógrado (al revés que el resto de planetas), penetró en el sistema solar causando toda una serie de transtornos, incluyendo la creación de nuevos satélites y alteraciones en las órbitas. Así pues, Marduk se fue acercando a la órbita de Tiamat y –en un primer paso muy cercano– le arrancó hasta once satélites. Finalmente tuvo lugar una batalla cósmica, un tremendo choque entre Tiamat, Kingu y Marduk, si bien Sitchin puntualiza que Tiamat y Marduk no llegaron a colisionar entre sí. Los que hicieron impacto sobre Tiamat fueron los satélites de Marduk. Éste aprovechó la herida producida para lanzar una flecha (una gran descarga eléctrica), de tal forma que partió a Tiamat en dos, creando por un lado un nuevo cuerpo celeste (Ki, la Tierra) y por otro un conjunto de pequeños restos esparcidos por el espacio, que daría lugar al cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter, así como a algunos astros errantes, los cometas. Por lo que respecta a Kingu, se acabaría convirtiendo en el satélite del nuevo planeta, es decir, la Luna. A su vez, Marduk, o Nibiru, quedó en una órbita muy excéntrica alrededor del Sol, estableciéndose un periodo de cruce con el resto del sistema de 3.600 años.

El resultado final ya se deja ver fácilmente. El Sol, la Luna y los nueve planetas que conocemos continúan en sus posiciones mientras que Nibiru, el 12º planeta o el planeta «X», se mantiene expectante fuera del sistema, si bien pasa a vigilarlo regularmente –en calidad de «jefe supremo»– cada 3.600 años.

Bonita historia, sin duda. Zecharia Sitchin estaba convencido de que los mitos y la astronomía de las culturas mesopotámicas describieron la historia real del sistema solar y que todas las incógnitas que todavía se plantea la moderna ciencia tienen su explicación si interpretamos correctamente esos relatos mitológicos. 

Pero... ¿qué ha dicho la ciencia de todo esto? En primer lugar, los astrónomos no han reconocido la existencia de ningún planeta exterior, si bien ha habido noticias sobre la observación de supuestas anomalías o perturbaciones que sugerirían la presencia del tal planeta. Lo más aproximado a un posible Nibiru son unos cálculos realizados por unos investigadores japoneses de la Universidad de Kobe en 2001 que auguraban el descubrimiento de un nuevo planeta en los próximos años. Por otro lado, los científicos opinan que, de existir, Nibiru sería un planeta de tipo gaseoso, extremadamente oscuro y frío, y sin posibilidad de que tuviera formas de vida semejantes a las de la Tierra. Pero a día de hoy, a no ser que recurramos a las consabidas teorías conspirativas, especulando sobre lo que la NASA oculta o deja de ocultar, no hay ninguna confirmación de que Nibiru exista.

Sobre las afirmaciones de Sitchin con respecto al origen del sistema solar, los científicos presentan, entre otros, los siguientes hechos:
  • Las teorías actuales afirman que la Luna se creó a partir de materia de la Tierra, posiblemente desgajada a causa del impacto sobre la Tierra de un astro del tamaño de Marte.
  • Actualmente se cree que el cinturón de asteroides no formó parte de ningún astro. Se trata de un conjunto de materiales que no llegaron a consolidarse como planeta, debido a los efectos gravitacionales de Júpiter; y aun juntando todos ellos, apenas tendríamos el tamaño de un pequeño planeta.
  • Aseverar que el paso próximo de Nibiru fue capaz de arrancar materiales (satélites) de Tiamat por acción de las fuerzas gravitatorias se considera un atentado a la Física.
  • Un encuentro tan próximo entre dos grandes cuerpos celestes debería haber variado la órbita de ambos, dado que su movimiento se habría visto frenado de forma significativa. Un segundo escenario de colisión sería altamente improbable.
  • También es muy improbable que el impacto de Nibiru sobre Tiamat hubiese provocado la formación de un planeta en una órbita regular (en la posición donde está la Tierra) sin ninguna aceleración adicional.
  • Asimismo, no se explica bien cómo es que Nibiru no haya perturbado la órbita de los planetas más exteriores en su paso regular por el sistema cada 3.600 años.
Pero hay más. Algunos críticos dudan también de la interpretación que hace Sitchin de su sello acadio. Para el astrónomo Tom Van Flandern no es más que una representación artística de una estrella rodeada de otros astros, ya que resulta complicado establecer relaciones seguras entre la proporción y posición de los astros y dar por supuesto que reproducen el sistema solar. Asimismo, se ha puesto en duda la identificación que hizo Sitchin de los dioses-planetas. Tomando fuentes sumerias, acadias y babilonias, otros especialistas en las civilizaciones de Mesopotamia han asignado distintos nombres a los planetas.

Así pues, como mínimo, la opinión de Sitchin quedará en el terreno de lo (muy) discutible.  Sea como fuere, el tema del catastrofismo ligado a Nibiru tuvo un reciente renacimiento con las polémicas ligadas al año fatídico 2012, pues Sitchin estimó que el último cruce de este planeta fue hacia el 1600 a. C. –lo que habría causado diversos cataclismos– y se le esperaba en consecuencia hacia inicios del tercer milenio, o sea más o menos en estos tiempos. ¿Todavía sin noticias de Nibiru? ¿No debería haber llegado ya?

(c) Xavier Bartlett 2013

sábado, 16 de noviembre de 2013

"La serpiente celeste", de John Anthony West


(Reseña del libro "La serpiente celeste", aparecida en el n.º 2 de la revista Dogmacero)

La serpiente celeste es sin duda uno de esos libros que permiten al lector abrir el pensamiento a nuevas maneras de ver la ciencia y en este caso podemos decir sin exageración que es además una de las obras de referencia y lectura obligada para todos aquellos interesados en la llamada arqueología alternativa.


Frente a la imagen del Antiguo Egipto que nos ofrece la egiptología oficial, el escritor y egiptólogo amateur norteamericano John Anthony West presenta en este libro un Egipto completamente distinto, que exige una lectura pausada y reflexiva para superar prejuicios y visiones estereotipadas y así poder vislumbrar esa otra realidad.



Lo que West propone en La serpiente celeste (publicada originalmente en 1993) es la existencia de un Egipto simbolista, que debe ser estudiado e interpretado con un modelo de pensamiento bastante distinto del patrón científico convencional. Este concepto no es en realidad nada estrictamente nuevo; su obra es un homenaje y reivindicación del trabajo previo del filósofo y matemático francés René Schwaller de Lubicz (1887-1961), que estudió la civilización del antiguo Egipto durante muchos años pero desde un ángulo completamente heterodoxo. Concretamente, Schwaller realizó múltiples investigaciones en el templo de Luxor durante 15 años, que constituyeron la base de su libro Le temple de l’homme (“El templo del hombre”), una referencia obligada para muchos investigadores alternativos.



Esta propuesta simbolista se fundamenta en la idea de que la cultura egipcia estaba enormemente avanzada y que su conocimiento procedía de una cultura anterior que se remontaría al tiempo de los dioses. Según West, toda la civilización egipcia destilaba una sabiduría ancestral y sofisticada, llena de armonía y proporción, que impregnaba todos los aspectos de la vida, desde la arquitectura a la ciencia y el arte, pasando por la escritura, la literatura, las matemáticas, la medicina, la astronomía... En suma, la gran cultura egipcia debería estudiarse como un todo simbólico interrelacionado, como una ciencia sagrada holística, y no sólo como una suma de partes.



Para West, existen algunos principios clásicos de la historia y arqueología que falsean o tergiversan la auténtica realidad de las antiguas civilizaciones. En resumen, estos principios se sustentan en la idea de que el hombre “progresa” y que la evolución es consustancial con todo lo humano. Asimismo, la civilización implica progreso, y a mayor grado de civilización, mayor grado de progreso, y en consecuencia, no hay nada que los antiguos supieran y que nosotros no sepamos o comprendamos mejor. La obra de West trata de refutar esta concepción y comienza por plantear un concepto de civilización bastante distinto al que se enseña en universidades y escuelas. En sus propias palabras: “Por civilización entiendo una sociedad organizada sobre la convicción de que la humanidad está en la Tierra con un propósito. En una civilización, los hombres están más preocupados por la vida interior que por las condiciones de la existencia cotidiana.” Y West todavía va más allá, cuando afirma que la la egiptología ha malinterpretado completamente la esencia del Egipto faraónico:



«Según la explicación habitual, Egipto es una civilización de arquitectura asombrosa, reyes egocéntricos y populacho serviI y supersticioso. La visión simbolista ve Egipto de forma bastante diferente, como una civilización filosófica y espiritualmente (y en ciertas áreas, incluso científicamente) más avanzada que la nuestra, de la cual tenemos mucho que aprender.»



Para construir su discurso, West combina su propia interpretación de Schwaller con lo que afirma la egiptología ortodoxa y trata de ofrecernos una visión distinta de la civilización egipcia, una sabiduría o ciencia sagrada que trasciende de lo material y se insinúa en todos los órdenes de la vida, con una magnífica expresión en las representaciones artísticas. En el camino, West fustiga a la egiptología clásica por su falta de respuestas y por sus ideas preconcebidas y se acoge a numerosos ejemplos de perfección matemática y técnica de los egipcios, como expresiones inequívocas de armonía, proporción y equilibrio de esta antigua sabiduría. Esto nos conduce a la inevitable referencia a un arte sagrado (en especial, la arquitectura) que –gracias a una minoría de iniciados– se perpetuó en Egipto durante muchos siglos sin apenas cambios, y que tuvo su continuación a lo largo de la historia con altas dosis de simbolismo y esoterismo.



Desde este punto de vista, se nos hace difícil adentrarnos en esta civilización con una mentalidad racional, dado que los símbolos nos conducen inexorablemente por una vía mística, en consonancia con el alma profundamente religiosa –o mágica– de los antiguos egipcios. West enfatiza precisamente el carácter mágico del arte egipcio, que es una parte indivisible del todo (la sabiduría o el conocimiento), siendo la expresión artística la muestra genuina de esa sabiduría sagrada, la cual apenas se plasmó explícitamente por escrito. Así pues, West desgrana a lo largo del libro numerosos ejemplos de las manifestaciones de esa sabiduría holística en diversas facetas de la ciencia y la cultura egipcias, como la astronomía, las matemáticas, la medicina o la escritura jeroglífica. En todos estos casos, West se apoya en las investigaciones de Schwaller para mostrarnos que los egipcios tenían una forma de pensar y actuar sobre el mundo distinta a la actual, pero sorprendentemente avanzada en algunos aspectos, como se puede apreciar a través de algunos textos que se han conservado (por ejemplo, los papiros Rhind y Smith).



Para finalizar su obra, West lanza un órdago completo a la egiptología, ya que presenta la teoría de que la civilización egipcia, que arrancó perfectamente formada en casi todas sus características, no fue más que el legado de una civilización previa, la Atlántida. Entre otras observaciones, West menciona la famosa controversia de la datación de la Esfinge de Guiza, que ya fue insinuada por Schwaller, y que se basa en el patrón de erosión por agua que presenta el propio monumento y la cubeta donde se encuentra. Así, dado que en la época dinástica Egipto tenía un clima muy seco, parecido al actual, la erosión sólo pudo darse en épocas anteriores, cuando el norte de África tenía un mayor régimen de lluvias. Además, tanto la esfinge como su templo anexo no tienen parangón en tamaño y estilo con estructuras posteriores.



En definitiva, La serpiente celeste no es un libro fácil de digerir ni aceptar si se lee exclusivamente con los ojos del paradigma científico imperante. Sea como fuere, y sin necesidad de coincidir con todos los planteamientos de West, esta obra puede aportar fructíferas reflexiones que nos permitan avanzar hacia una comprensión global de la civilización egipcia. De hecho, para muchos investigadores procedentes del campo alternativo, el auténtico Antiguo Egipto todavía está por descubrir.



© Xavier Bartlett 2013

lunes, 28 de octubre de 2013

Las pirámides desconocidas


Pirámide del Sol, Teotihuacán (México)
Cuando hablamos de pirámides, a todo el mundo le vienen inmediatamente a la mente las típicas imágenes de las enormes pirámides de Guiza o las no menos notables pirámides de Teotihuacán o tal vez las pirámides mayas, en América del Norte y Central. Estos son sin duda arquetipos o lugares comunes que todos reconocemos por su grandeza y fama, pero hay que decir que las pirámides no son un patrimonio exclusivo de Egipto y de Centroamérica. De hecho, se puede encontrar estructuras piramidales antiguas en muchos otros lugares del planeta, que son -por decirlo de alguna manera- de "segunda división", o incluso prácticamente desconocidas para el gran público, ya sea porque no se les ha dado publicidad, ya porque las investigaciones realizadas sobre tales monumentos han sido escasas o nulas. Así por ejemplo, quien escribe estas líneas tuvo muy reciente conocimiento de que en la lejana isla de Mauricio en el océano Índico existe un pequeño conjunto de pirámides escalonadas de las que (casi) nadie habla.


Así, podemos decir que el fenómeno de las pirámides en el Mundo Antiguo es prácticamente global, aunque aparece en épocas y lugares bastante separados en el tiempo y el espacio. Además, hay que decir que, a pesar de los puntos comunes, no existe un único patrón arquitectónico (salvo la propia forma piramidal) ni tampoco una misma finalidad. Desde hace muchas décadas se ha establecido una batalla entre difusionistas y autoctonistas para tratar de explicar las similitudes de ciertos rasgos culturales -incluidos los grandes monumentos- de culturas muy distantes entre sí (a veces, con océanos de por medio). En los primeros tiempos de la arqueología las tendencias difusionistas tuvieron bastante éxito, pero desde mediados del siglo XX se ha impuesto la autoctonismo como teoría que defiende la coincidencia como explicación más razonable, es decir, en diferentes épocas y territorios, los humanos han llegado a unas soluciones similares, sin que haya habido ningún contacto cultural, directo o indirecto.


Sea como sea, las formas piramidales están presentes en diversas culturas de todo el mundo, e incluso se ha hablado de posibles grandes pirámides bajo la nieve y el hielo de los continentes polares, el Ártico y la Antártida, aunque parece que son noticias con poca credibilidad... hasta el momento. La mayor parte de estas construcciones ha sido reconocida por los arqueólogos y no conlleva ningún tipo de misterio, lo que sí es cierto es que a menudo se trata de estructuras aún poco investigadas, algunas en mal estado de conservación o simplemente menos impactantes en términos arquitectónicos o artísticos. Ahora bien, en ciertos casos puntuales que comentaremos en este artículo, se ha creado una cierta polémica porque algunos investigadores alternativos afirman haber identificado auténticas pirámides en lugares insólitos, ante la oposición del estamento académico, que ignora o ridiculiza estas afirmaciones.


Las otras pirámides de América


Pirámide de Cholula (México)
Hay que decir que, aparte de los grandes conjuntos piramidales de América, tenemos algunas pirámides relativamente poco conocidas porque no son objeto de un turismo masivo, y entre ellas cabe destacar muy especialmente el caso de la pirámide de Cholula (México), que sólo ha sido excavada en un pequeño porcentaje, pues se trata de una estructura realmente gigantesca, enterrada bajo tierra y vegetación y ... ¡con una iglesia en la cima! Algunos autores alternativos le han asignado una antigüedad muy superior a la convencionalmente establecida, y eso le ha añadido un cierto aire de misterio, pero lo que sí está claro es que con unos 450 metros de lado (prácticamente el doble que la Gran Pirámide de Keops), es una pirámide impresionante, con un volumen estimado de aproximadamente 3 millones de metros cúbicos.

Por otra parte, todavía es menos conocida la existencia en los EE UU de un conjunto de estructuras piramidales en el parque nacional de Cahokia (Illinois). Se trata de una docena de estructuras orientadas a los cuatro puntos cardinales y construidas a base de piedra, arcilla y grava, aunque actualmente están cubiertas de tierra y vegetación. La mayor de ellas es el llamado Monks Mound ("túmulo de los Monjes"), que tiene una imponente base de 295 x 255 metros, con una altura de 26 metros; ocupa una superficie total de unos 60.000 metros cuadrados.


"Huaca" de la cultura moche (Perú)
Si nos desplazamos al sur del continente, encontraremos un buen número de  pirámides -casi todas en la zona de Perú- que son más bien desconocidas para el gran público (no para los arqueólogos, obviamente). Entre las pirámides sudamericanas más destacadas tenemos las huacas o pirámides de adobe de la antigua cultura moche (en el valle de Lambayeque, al norte de Perú), que pasaron desapercibidas por los expertos durante mucho tiempo por la simple razón de que todos pensaba que eran colinas naturales, dado su aspecto muy deteriorado. Estas pirámides son una especie de grandes túmulos hechos de ladrillos de adobe secados al sol que fueron levantados a lo largo de muchos siglos. También cabe mencionar las pirámides escalonadas de la región de Túcume, de tamaño bastante relevante. Se calcula que fueron necesarios más de 130 millones de ladrillos de adobe para erigir la pirámide de mayor tamaño, de base rectangular (450 x 100 metros) y unos 40 metros de altura. Actualmente se han catalogado en la zona hasta 26 pirámides.


Por otra parte, en 1994 se identificó un conjunto de túmulos o pirámides de una antiquísima cultura preincaica en la localidad de Caral, en la costa norte peruana. En cuanto a su razón de ser, todavía no se ha establecido claramente cuál sería la funcionalidad de estos monumentos; se supone que en la plataforma superior se situarían templos ceremoniales, pero no deja de ser una hipótesis de trabajo. En este caso, las estructuras no son especialmente impactantes, pero sí llama mucho la atención una datación -comprobada- excepcionalmente antigua. Se trataría, de hecho, de la civilización más arcaica de América, con unos inicios situados hacia el 2900 a. C. (según la cronología convencional, anterior a las primeras pirámides de Egipto), que dejaría las pirámides mesoamericanas casi en la categoría de  monumentos modernos.

Pirámide de Akapana (Bolivia)
También vale la pena destacar la llamada pirámide de Akapana, que forma parte del monumental conjunto de Tiahuanaco (Bolivia). Esta pirámide es una estructura escalonada, perfectamente orientada al cuatro puntos cardinales, cuya función no ha sido nunca determinada. En opinión del autor alternativo Graham Hancock no parece un edificio religioso ni ceremonial, sino más bien una especie de "máquina". En efecto, según descubrieron las investigaciones arqueológicas, su interior alberga una compleja y precisa red de conductos de piedra para la canalización del agua -a modo de sistema hidráulico- cuyo propósito es incierto, aunque Hancock especula sobre la idea de un sistema de procesamiento de mineral.


Aparte de todos estos restos, ya estudiados por la arqueología, corren rumores provenientes del ámbito alternativo sobre la existencia de otras pirámides medio ocultas por las gran selvas de la Amazonia. Así, en Internet podemos encontrar especulaciones sobre la localización mediante fotos de satélite de un gran complejo de pirámides desfiguradas por la vegetación en la zona de Pantiacolla. Sin embargo, no existen referencias científicas sobre estas supuestas estructuras; antes bien, se considera que no son obra humana, sino formaciones naturales.


Conjunto de pirámides en Asia


Para los expertos, las únicas estructuras asiáticas medianamente comparables a las pirámides egipcias serían los zigurats mesopotámicos y no hay nada más que decir. No obstante, hay que hacer notar que existen en el Lejano Oriente algunos templos similares a pirámides escalonadas, como los de Koh Ker (Camboya), Candi Sukuh (Java) o Andong (Corea). Asimismo, se han identificado en el Pacífico (en las islas de Tongabatu, Tauhala y Tahiti, por ejemplo) algunas pirámides escalonadas de no mucha altura construidas con bloques de piedra.


Pirámides en Shaanxi (China)
Ahora bien, desde la arqueología alternativa, se ha ido mucho más allá en el reconocimiento de auténticas pirámides en el corazón del continente asiático, concretamente un importante conjunto de pirámides en la región de Shaanxi (China). Estas estructuras, que son prácticamente desconocidas para el gran público, fueron objeto de difusión en el mundo occidental hace sólo un par de décadas, y aunque no hay ningún tipo de secretismo sobre su existencia, es bien cierto que no tenemos apenas datos procedentes de una investigación científica.


El origen de este "descubrimiento occidental" se remonta a mediados del siglo XX, cuando un piloto de las Fuerzas Aéreas de los EE.UU., James Gaussman, fotografió cerca de la ciudad de Xian una pirámide -que luego se bautizó como "pirámide blanca"- de enormes dimensiones: unos 450 metros de lado y unos 300 metros de altura, lo que la haría bastante más grande que la Gran Pirámide de Guiza. El tema estuvo detenido durante bastantes años hasta que en la década de 1990 comenzaron a correr ríos de tinta -y de bytes en Internet- sobre fotografías por satélite que confirmaban este hallazgo, así como la presencia de muchas más estructuras en la zona, casi todas de forma troncopiramidal (es decir, con la cima truncada) y recubiertas de tierra y vegetación. En concreto, se habla de más de 100 pirámides de diverso tamaño en un área aproximada de unos 2.000 km2. También se da por hecho que las autoridades chinas no están muy interesadas en difundir la existencia de estas pirámides ni tampoco en llevar a cabo un estudio sistemático de los monumentos. Sin embargo, hoy en día cualquiera puede observar este conjunto de pirámides a través del programa Google Earth.

"Pirámide blanca" (China)
Algunos investigadores alternativos europeos como Peter Krassin o Hartwig Hausdorf han tratado de recopilar datos y material gráfico sobre estas construcciones, pero de hecho hay muy poca información fiable y contrastada. Además, se han propuesto teorías fantásticas sobre un supuesto origen extraterrestre de estas construcciones, lo cual no ayuda precisamente a un estudio serio. Sin embargo, las informaciones más recientes y menos heterodoxas afirman que estas estructuras eran grandes túmulos funerarios de antiguos emperadores, incluyendo la famosa pirámide blanca que, en opinión del investigador Walter Hain, se trataría del conocido mausoleo del emperador Maoling.


Las polémicas pirámides europeas


Pirámide guanche, Islas Canarias
También se puede hablar de pirámides en Europa, aunque -una vez más- con los matices correspondientes. Si nos referimos a pirámides de caras lisas, sólo tenemos la modesta imitación romana llevada a cabo en la tumba de Caius Cestius en Roma. Sobre otros tipos de estructuras, sabemos, por ejemplo, que el gran túmulo de Silbury Hill (Gran Bretaña) contiene un núcleo piramidal escalonado en espiral, cubierto por unos 250.000 m3 de tierra compactada. En cuanto a estructuras piramidales escalonadas, tenemos no pocos ejemplos en varias regiones europeas. Así, cabe destacar las pequeñas pirámides guanches, en las Islas Canarias, aparte de otros monumentos similares en otros países, como Alemania, Italia o Grecia.


Ahora bien, en el campo alternativo se habla de otras posibilidades que no son aceptadas por la ciencia y que han conllevado altas dosis de controversia. Los dos casos más significativos los encontramos en Italia y Bosnia, y el quid de la cuestión radica en averiguar si estamos ante estructuras artificiales o formaciones naturales. De las pirámides italianas, tres colinas cerca de la localidad de Montevecchia, apenas se habla; de hecho, aparte de una breve intervención a cargo de unos investigadores checos, no se ha hecho ningún estudio a fondo. En el caso de Bosnia, el tema ha tomado cierta importancia debido a la intervención de Semir Sam Osmanagic, un empresario bosnio-americano en funciones de arqueólogo amateur, que defiende apasionadamente la autenticidad de una gran pirámide -la "Pirámide del Sol"- cercana a la localidad de Visoko, e incluso reivindica la existencia de otras cuatro estructuras piramidales y un templo. Las fotografías muestran ciertamente una montaña de cierta altura (más de 200 metros), con cuatro caras triangulares inclinadas y con una orientación bastante precisa los puntos cardinales, rasgo muy característico de las pirámides.


"Pirámide del Sol", Visoko (Bosnia)
Osmanagic ha realizado algunas excavaciones en esta montaña a fin de demostrar que se trata de una estructura artificial y ha encontrado algunos restos que podrían identificarse como muros o pavimentos e incluso una red de túneles, aparte de unos pocos artefactos prehistóricos. Algunos expertos en geología y en arqueología han visitado este lugar y en general no han encontrado ningún rastro de intervención humana; en todo caso, podrían haber algunos restos artificiales, pero sobre una montaña perfectamente natural. En 2007 el egiptólogo egipcio Nabil Swelim, tras realizar un completo estudio in situ,redactó un informe en el que otorgaba cierto crédito a las afirmaciones de Osmanagic, pero consideraba que el núcleo de las supuestas pirámides sería del todo natural. 

[Para información más detallada y actualizada sobre este caso, véase mi extenso artículo en este blog: La controversia de las pirámides de Bosnia]


¿Pirámides bajo los océanos?


Estructuras submarinas de Yonaguni (Japón)
Finalmente, y ya en el terreno 100% alternativo, hay que decir que desde hace unos años salen de vez en cuando noticias sobre posibles pirámides sumergidas bajo las aguas de los océanos. De hecho, ya hace tiempo que algunos autores alternativos han incidido en el hecho que hay más que posibles indicios de grandes estructuras artificiales en el fondo marino que podrían pertenecer a una civilización desaparecida. Estas estructuras habrían sido cubiertas por las aguas como consecuencia de un fuerte crecimiento del nivel de los mares, hacia el 10000 a. C. aproximadamente. Por ejemplo, cabe mencionar los supuestos restos de Yonaguni (Japón), del Golfo de Cambay (India), de Malta o del Caribe (cerca de Cuba y de las islas Bimini, principalmente).


Por otra parte, en los últimos tiempos han aparecido noticias sensacionalistas sobre el hallazgo de grandes pirámides submarinas, especialmente en el área atlántica donde se había especulado sobre la presencia de los restos del mítico continente de la Atlántida. Así, se ha llegado a hablar de una enorme pirámide (¡de cristal!) en la zona del famoso "Triángulo de las Bermudas". En estos casos, sin embargo, todo apunta a fuentes de información más bien oscuras (un síntoma de la enorme rumorología que corre por Internet) ya montajes gráfico-informáticos no muy complicados de hacer. Sin embargo, aún tenemos una información muy reciente sobre una pirámide de unos 90 metros de lado y 60 m. de altura encontrada a unos 40 metros de profundidad cerca de las islas Azores. Lamentablemente, una vez más, nos faltan datos e investigaciones fiables sobre este caso por poder emitir un sólido veredicto.

(c) Xavier Bartlett 2013 

Actualización 2015 

 

Pirámide de Dvin (Armenia)
He tenido muy reciente conocimiento de otra pirámide desconocida en un lugar relativamente insólito: Armenia. Este país tiene un gran patrimonio histórico y arqueológico que en gran parte sigue siendo bastante ignorado fuera de sus fronteras. El autor escocés Graham Hancock visitó el país el pasado año para documentar su nuevo libro Magicians of the Gods y encontró en la localidad de Dvin una estructura artificial en forma de pirámide, pero cubierta de tierra. La pirámide de Dvin parece ser que es harto conocida por los lugareños pero el gobierno armenio no ha dado aún permiso para investigarla. Sin embargo, en la cima se ha practicado una excavación ilegal que ha dejado al descubierto una estructura de piedra debajo de la superficie. Es más, en las ruinas de la antigua ciudad de Dvin se halló una piedra grabada con un relieve que muestra de forma clara una típica pirámide escalonada (ver foto adjunta). Lamentablemente, hasta que no se puedan realizar allí trabajos arqueológicos sistemáticos, no se puede decir mucho más sobre esta estructura.

Fuente: http://timeofanewera.com/tour-armenia-tour-with-graham-hancock,27.html

lunes, 7 de octubre de 2013

Immanuel Velikovsky y el catastrofismo


Introducción



Las teorías sobre el catastrofismo se contraponen al llamado gradualismo (o uniformismo), que defiende la visión de un mundo que evoluciona lentamente durante millones de años al ritmo de pequeños cambios, a excepción de momentos puntuales en que se producen cambios más rápidos y más radicales que podrían explicar ciertos saltos abruptos en registro fósil de las especies (lo que el paleontólogo Stephen Jay Gould calificó de “equilibrio puntuado”). No hay que ser muy perspicaz para observar que, detrás de esta dualidad, podemos ver un conflicto entre las tesis más o menos creacionistas (o interpretaciones influidas por creencias religiosas) y las tesis evolucionistas. Así no es de extrañar que el catastrofismo más extremo y cercano a las lecturas mitológicas tenga muy pocos adeptos entre las filas científicas ortodoxas.


El catastrofismo, como cabe suponer, no es precisamente un tema reciente. De hecho se podría remontar incluso hasta la Edad Media, pero para referirnos a tiempos cercanos, digamos que en el siglo XVIII el teólogo inglés William Whiston ya propuso un escenario catastrófico en la Antigüedad, sugiriendo que el gran Diluvio Universal fue causado por el encuentro de nuestro planeta con un gran cometa. Posteriormente, el jesuita Franz Kugler (1862-1929) retomó el tema y lo relacionó con la antigua mitología, que estaba plagada de referencia a batallas celestes, protagonizadas por seres divinos. Por otro lado, en el terreno estrictamente biológico y geológico, también se defendió el catastrofismo para explicar los cambios observables en la Naturaleza. El padre científico de este catastrofismo natural fue el francés Georges Cuvier (1769-1832).

El catastrofismo más reciente propugna que el Sistema Solar es mucho menos estable de lo que imaginamos y que desde tiempos inmemoriales se han producido tremendas catástrofes que han afectado a varios planetas del Sistema Solar (y la Tierra entre ellos, obviamente). Dichos desastres habrían tenido lugar desde épocas prehistóricas muy lejanas ­–prácticamente en los tiempos en que se formó la Tierra– hasta épocas históricas relativamente próximas (el primer milenio antes de nuestra era), configurando finalmente el Sistema Solar que observamos hoy en día, incluyendo el aspecto actual de nuestro planeta.

 

Mundos en colisión


I. Velikovsky
Estudiar las teorías catastrofistas en el ámbito de la historia alternativa supone hablar forzosamente de Immanuel Velikovsky (1895-1979). Este investigador ruso-norteamericano, médico psiquiatra de formación y psicoanalista de profesión, fue –y sigue siendo– la figura más destacada en el terreno del catastrofismo, gracias a su obra principal que lleva por título Worlds in collision («Mundos en colisión»), publicada en los EE UU en 1950. El libro ya tuvo graves problemas para ver la luz, ya que fuertes presiones obligaron a la editorial McMillan –que lo publicó por primera vez– a desecharla al año siguiente y cederla a una empresa competidora, sin que ello impidiera una destacada difusión entre el público, a pesar de las numerosas críticas de la comunidad científica.

El origen de las teorías de Velikovsky se remonta a 1939, a partir de un estudio titulado Freud y sus héores sobre algunos personajes de la antigüedad como Moisés, Edipo y Akhenaton. Cuando preparaba este trabajo, se dio cuenta que podía usar las referencias a antiguas catástrofes como medio para obtener un cuadro histórico sincrónico de diversas culturas de la Antigüedad. Desde ahí empezó a construir sus teorías utilizando multitud de fuentes, y no todas estrictamente mitológicas. Aparte de analizar extensamente la Biblia, el Talmud y los mitos y tradiciones de varias culturas de todo el mundo (Babilonia, Grecia, Roma, Persia, India, China, Japón, islas de Pacífico, México, Perú, entre otras), también recurrió a papiros egipcios y a otros textos históricos. Sin embargo, dicho sea de paso, su obra de 1956 Earth in Upheaval («La Tierra en conmoción») estaba basada en estudios de tipo geológico y biológico, evitando expresamente la referencia a las fuentes míticas, para aportar un sólido apoyo empírico a sus propuestas.

¿Qué tenemos pues en sus mundos en colisión? Lo que propone Velikovsky es que algunas de las catástrofes citadas en los textos antiguos no fueron en modo alguno invenciones o exageraciones sino que fueron sucesos reales que tuvieron un gran impacto en la Humanidad de aquellos tiempos. En su obra, Velikovsky presenta básicamente dos hechos: por un lado, un enorme cometa causó una gran catástrofe en los tiempos de las siete plagas de Egipto (hacia el año 1500 a. C.) –según se narra en el Éxodo bíblico– en su primer paso cerca de la Tierra. Cincuenta y dos años más tarde, en tiempos de Josué, se produjo otro terrible fenómeno. El Sol y la luna se pararon durante un día, tras un nuevo paso del mismo cometa. Por otro lado, se produjeron otros eventos catastróficos en el primer milenio antes de Cristo, unos 700-800 años después de los primeros hechos, a causa de otro cuerpo celeste que se acercó a la Tierra. Las narraciones en este caso se refieren a la destrucción del ejército de Senaquerib en el sitio de Jerusalén.

Todo ello debido al paso de un gigantesco cometa, pero... ¿cuál? Velikovsky lanzó la teoría de que una gran explosión en el planeta Júpiter habría originado este cometa y lo habría expulsado hacia el interior del Sistema Solar, donde habría pasado muy cerca de Marte y la Tierra. Y este cometa –y aquí viene el gran desafío a la astronomía– se convirtió, una vez adquirida una órbita estable alrededor del Sol, en el planeta Venus.

Efectivamente, para Velikovsky el acercamiento de Venus fue tal que su gran cola barrió el planeta, provocando toda esta serie de hecatombes. Y a escala cósmica provocó una alteración en la órbita de la Tierra alrededor del Sol (que hasta entonces era de 360 días, como los grados de la circunferencia), de tal manera que se vio incrementada hasta los actuales 365 días y un cuarto aproximadamente. En realidad, muchas culturas antiguas utilizaban un calendario basado en un año de 360 días, a los que luego hubo que adjuntar unos días especiales. Velikovsky añadió a esta variación orbital otros efectos no menos importantes como diversos cambios de posición del eje terrestre, un desplazamiento de los polos o alteraciones en la órbita de la Luna.

Pero Velikovsky no sólo recurrió al mito, sino que también siguió el rastro de Venus en la antigua astronomía. Verificó las observaciones astronómicas de las tablillas de Ammizaduga (Asiria) en las que se señalaban extrañas irregularidades en los movimientos de Venus. Asimismo, tuvo en cuenta que en la tradición brahmánica de la India no se citaban más que cuatro planetas (esto es, no estaba Venus). Y lo mismo ocurre en la astronomía babilónica más antigua: sólo cuatro planetas. Solamente en una época posterior hay una referencia a Venus como «la gran estrella que se reunió con las otras estrellas». De hecho, para los babilonios Venus (Ishtar) era un astro con cabellera. A su vez, los antiguos indígenas americanos apodaban a Venus la estrella que echa humo.

El universo eléctrico de Velikovsky


Pero lo que sin duda provocó tanta polémica y rechazo fue su órdago a la astronomía ortodoxa de origen newtoniano. Velikovsky propuso un Sistema Solar inestable y convulso, no perfectamente regulado por las fuerzas gravitacionales, sino profundamente afectado por las fuerzas electromagnéticas. (Este fue precisamente un tema que despertó gran interés en Einstein, que intercambió una extensa correspondencia con Velikovsky sobre el papel de estas fuerzas en la mecánica celeste). De hecho, Velikovsky equiparó el Sistema Solar al átomo, siendo el Sol el núcleo y los planetas los electrones que giraban alrededor de éste, según fuerzas eléctricas. Para el autor ruso-americano, los movimientos erráticos de los planetas, en vez de ser el resultado de colisiones, se deberían a alteraciones en los niveles cuánticos de energía de los planetas, causados por la absorción de uno o varios fotones.

En fin, frente a un universo ordenado por las leyes de la gravedad, Velikovsky dio crédito a unas viejas historias que hablaban de grandes conmociones cósmicas. Cabe señalar que, además de citar todos los desastres provocados por el errático Venus, también destacó el hecho de que al paso del cometa se produjo –según los textos antiguos– un tremendo relámpago, una descomunal descarga eléctrica entre la Tierra y el cometa. Al parecer, tuvo lugar a continuación una batalla eléctrica entre la cabeza del cometa y su cola, que la mitología recordó con diversos nombres: Zeus contra Tifón, Isis frente a Seth, Marduk contra Tiamat, etc. Y lo peor de todo es que el hombre habría borrado de su memoria estos terribles hechos tan traumáticos que pusieron al a Tierra al borde de la completa destrucción y los habría ocultado en forma de mito, dando lugar a una amnesia cultural, una auténtica amnesia histórica, argumento que luego ha sido utilizado extensamente por muchos otros autores alternativos.

Predicciones polémicas


Llegados a este punto, y si dejamos la mitología a un lado, nos podemos preguntar qué hay de cierto, en términos de pruebas científicas, en el escenario propuesto por Velikovsky. Pues bien, el propio Velikovsky realizó una serie de predicciones sobre Venus, a tenor de su agitado origen, así como de otros astros. En resumen tendríamos lo siguiente
  • Al ser aún un planeta muy joven, su superficie debería ser extraordinariamente caliente.
  • Su atmosfera debería ser muy densa, compuesta principalmente de nubes de hidrocarbono (los restos de la cola del cometa).
  • Debería tener anomalías orbitales con respecto al resto de planetas, en particular en lo que se refiere a su movimiento de rotación.
  • El planeta Júpiter emitiría señales de radio dentro del espectro electromagnético.
  • El campo magnético de la Tierra llegaría hasta la misma órbita de la Luna.

Todas estas prediciones fueron realizadas entre 1950 y 1953, cuando la ciencia de la época no tenía todavía confirmación de estos hechos. Sin embargo, con la llegada de la era espacial se fueron despejando algunas incógnitas. En efecto, desde las primeras misiones a Venus por parte de las sondas espaciales rusas y americanas a partir de la década de 1960 hasta las más recientes exploraciones, se ha ido acumulando información de primera mano sobre este planeta, lo que ha permitido verificar la certeza de algunas de estas predicciones.

Ciertamente, hasta mediados del siglo XX, se creía que Venus y la Tierra eran planetas muy semejantes, casi gemelos, pero las investigaciones posteriores desmontaron esta imagen. Básicamente se ha verificado que Venus es un planeta con ciertos rasgos específicos muy particulares. Tiene un movimiento de rotación retrógrado, que además es muy lento. Esto hace que su día (243 días terrestres) sea más largo que su año (225 días terrestres). Su órbita alrededor del Sol, a diferencia del resto de planetas, es una circunferencia casi perfecta. Finalmente, se ha comprobado que tiene una elevada temperatura en su superficie (de hasta 480º C) y que su atmósfera es muy densa y está compuesta esencialmente por dióxido de carbono. Con respecto a las otras predicciones, en 1955 los astrónomos Burke y Franklin verificaron la existencia de señales de radio emitidas por Júpiter. Posteriormente, en 1965, se confirmó el alcance del campo magnético de la Tierra, que llegaría a las proximidades de la Luna.

La crítica a Velikovsky


Aún a día de hoy existe una amplia polémica sobre la validez o la precisión de esas predicciones, con valoraciones que van de un extremo a otro: desde los que opinan que Velikovsky acertó en todo lo que escribió hasta los que rechazan prácticamente todos sus trabajos, pasando por visiones intermedias que reconocen algún mérito al autor ruso-americano pero negando la mayoría de sus propuestas. Veamos al menos tres voces solventes contrarias a Velikovsky.

Para Martin Gardner, que abordó superficialmente las teorías de Velikovsky en su libro de 1957 Fads and fallacies in the name of science («Modas y falacias en el nombre de la ciencia»), el trabajo de Velikovsky simplemente consistía en buscar y copiar las las historias adecuadas –y omitir las inconvenientes– que coincidieran con su teoría, con la ventaja de poder adecuarlas a su fin, dada la incierta datación de los relatos míticos. Por ejemplo, para Velikovsky, a la fecha del hundimiento de la Atlántida –9.000 años antes de Solón– «le sobraba un cero», lo cual situaba este hecho sólo 900 antes, es decir, coincidiendo con las convulsiones producidas por el primer paso de su cometa. En su opinión, Worlds in Collision –cimentada casi totalmente en mitos y leyendas– sería una obra totalmente pseudocientífica, fruto de un intento de racionalizar las creencias judías del autor.

Otro científico, en este caso bastante receptivo a las visiones heterodoxas, el químico Henry Bauer, realizó una extensa crítica a Velikovsky en su libro Beyond Velikovsky: The History of a Public Controversy (1984) y, entre otras cosas, se preguntó sobre el sorprendente éxito popular de Worlds in Collision pese a la evidente falta de solvencia científica de su autor. Y en esto coinciden varios de los que le han juzgado: el estilo de Velikovsky es erudito, coherente y seductor, lo cual induce a dar por buenos sus argumentos sin plantearse posibles defectos (y aquí tendríamos otro de los grandes males que se le achacan a la arqueología alternativa: el lector medio no detecta las falsedades detrás de un discurso aparentemente impecable.

Por su parte, el afamado Carl Sagan, también rebatió a Velikovsky en su libro de 1979 Broca’s brain («El cerebro de Broca»), al que le dedicó todo un capítulo. Básicamente, Sagan aceptaba el catastrofismo, entendido como una serie de colisiones entre astros o de impactos de meteoritos o cometas en el dilatado periodo de 4.600 millones de años, pero no admitía que se hubieran producido ciertas catástrofes en tiempos relativamente recientes. Luego aportó hasta diez argumentos basados en la más pura ciencia astrofísica, desde la imposibilidad de eyección de Venus por parte de Júpiter hasta la inviabilidad física del “parón” y retroceso de la rotación de la Tierra. Sin embargo, para muchos expertos ortodoxos la refutación de Sagan tal vez no fue lo suficientemente clara y decisiva como podría haber sido. El hecho es que a día de hoy, los escasos partidarios de Velikovsky todavía pueden esgrimir pruebas científicas que avalan ciertos aspectos del escenario velikovskiano.

 

El arquetipo del defensor de la heterodoxia


Más allá de la polémica, es justo reconocer que la controvertida figura de Velikovsky es todo un arquetipo en la defensa de la heterodoxia, pues sin duda reúne muchos de los rasgos típicos de los autores alternativos que se enfrentan al estamento académico desde múltiples enfoques: 
  •  Trabajó solo y fuera de los círculos científicos; escribió para el gran público.
  •  Se opuso a las teorías científicas dominantes.
  • Realizó un estudio multidisciplinar a partir de materiales míticos o religiosos, a los que concedió validez científica.
  • Fundamentó sus tesis en aspectos mucho más cualitativos que cuantitativos (medibles o comprobables).
  • Denunció ser perseguido por los guardianes del paradigma y ser víctima de la intolerancia y estrechez de miras de sus oponentes.
  • En general, encajaba mal las críticas.

Velikovsky, además, despertaba bastantes antipatías por ser contrario a Darwin y a las tesis evolucionistas, a las que consideraba dogmáticas. Para él, el evolucionismo, al que acusaba de suprimir pruebas incómodas, no era más que otro retroceso científico provocado por la vuelta al aristotelismo. Por si fuera poco, pensaba que toda la ciencia oficial era más bien pseudocientífica, al omitir las pruebas y evitar las discusiones sobre el dogma. Sin duda, una actitud poco propicia para hacer amigos dentro del mundo científico...

(c) Xavier Bartlett 2013