lunes, 29 de octubre de 2018

La paleoantropología, en caída libre (1ª parte)


En los últimos tiempos he ido comentando una serie de novedades del mundo de la arqueología y la paleoantropología para mostrar que, si bien la arqueología alternativa especula, divaga y patina a menudo, los defensores del paradigma no se lucen precisamente a la hora de proponernos alternativas o avances significativos para despejar las muchas incógnitas sobre el origen del hombre que aún quedan pendientes. Antes bien, considero que la ciencia de la prehistoria se ha sumergido en una mezcla de espectáculo, divismo y autocomplacencia, y bañada muy a menudo en un cierto barniz bio-tecnológico, por no hablar de las manipulaciones de tipo ideológico que subyacen en muchos planteamientos.

Y, naturalmente, todo ello se mueve en los límites del marco de la sacrosanta religión evolucionista, que es un dogma de fe que no puede tocarse ni cuestionarse o criticarse. En efecto, cualquier propuesta debe encajar en términos “evolutivos”, aunque rascando un poco se vea que los principios científicos más elementales son vulnerados para poder mantener el edificio creado por Darwin y sus secuaces. En el presente artículo –dividido en dos partes dada su extensión– voy a presentar cuatro temas del ámbito de la Prehistoria que recientemente han sido presentados por científicos de varios países con la intención de impresionar a sus colegas y al público en general, pues todos ellos han saltado a las páginas de la prensa generalista, cada vez más llena de propaganda ideológica pseudocientífica (perdón, obviamente quise decir “divulgación científica”).

Un cerebro salido de la chistera

 

La ciencia paleoantropológica lleva muchas décadas insistiendo en el papel decisivo del desarrollo del cerebro humano como factor clave en el proceso de hominización que ha producido las mejoras evolutivas hasta llegar a nosotros, el Homo sapiens. En efecto, no cabe duda de que nuestro cerebro es más grande y más complejo que el de nuestros parientes primates, y ello nos ha permitido adquirir una serie de indiscutibles ventajas en términos de dominio del medio y expansión por todo el planeta. Otra cosa distinta sería dilucidar si realmente somos inteligentes o si dicha inteligencia sirve realmente para algo positivo, pero ello nos llevaría a discusiones que ahora no vienen a cuento.

 

Cráneo de australopiteco

El caso es que la ortodoxia nos dice que en algún momento de un lejano pasado, quizá hace unos tres millones de años, algunos primates –seguramente australopitecinos–empezaron a experimentar una serie de cambios profundos en su cerebro, lo que sería el pistoletazo de salida de una cierta evolución imparable en nuestro avance intelectual. Ahora bien, a la hora de justificar el motivo último de estos cambios, que se enmarcarían en el proceso de selección natural, la ciencia debe recurrir al terreno de las conjeturas e hipótesis, pues no hay forma humana de replicar, experimentar y contrastar tales cambios biológicos sucedidos durante extensísimos periodos de tiempo en un laboratorio moderno. Es algo parecido al tema de las enfermedades mentales, que son diagnosticadas (en realidad etiquetadas) mediante una mera descripción de síntomas y atribuidas luego a un desequilibrio electro-químico en el cerebro. ¡Y todo ello sin la más mínima prueba científica fehaciente!

 

Sea como fuere, la ciencia actual es incapaz de responder a la pregunta de por qué nuestra inteligencia es bastante superior a la de nuestros parientes más próximos, si estuvimos expuestos a unas condiciones ambientales muy semejantes, por no decir idénticas. Y, desde luego, tampoco tiene la menor idea de cómo se produjo ese proceso supuestamente gradual, si es que hemos de creer que los diferentes Homo descubiertos hasta la fecha encajan en una perfecta cadena evolutiva en que se produjeron pequeños cambios genéticos a lo largo de millones o cientos de miles de años. Ello por no hablar de la enfermiza obsesión por el tamaño del cerebro y el aspecto físico en general de los humanos que todavía arrastra el prejuicio racista con el que nació el darwinismo. Así, los científicos tuercen el gesto cuando ven que un individuo muy pequeño y de rasgos simiescos como el llamado hobbit (de la isla de Flores, Indonesia), con una capacidad craneal poco mayor que la de un chimpancé, era capaz de realizar utensilios de piedra tan buenos como los del Homo sapiens europeo.

 

En fin, ahora alguien parece haber descubierto la piedra filosofal de esos cambios en el cerebro, o al menos una pista por la cual empezar a tirar del hilo[1]. En concreto, el científico belga Pierre Vanderhaeghenat, del Instituto Biotecnológico de Flandes, ha identificado recientemente –como parte del proyecto GENDEVOCORTEX– hasta 35 secuencias genéticas que se activan en el feto del ser humano y de algunos simios, pero no en el chimpancé, lo cual llama la atención por ser éste considerado nuestro pariente más semejante (compartimos hasta un 98% del ADN).

 

¿cambios mágicos en el cerebro por error?
De esas secuencias, Vanderhaeghenat se ha fijado en tres que ha bautizado como NOTCH 2NL, que a su juicio se crearon en realidad no por un mecanismo normal de replicación genética sino por un error de copia y pega de una secuencia denominada NOTCH. Dicho de otro modo, esas tres secuencias fueron copias defectuosas de un proceso normal que había funcionado inalterado durante millones y millones de años. Sin embargo, esta feliz circunstancia provocó el nacimiento de nuevas proteínas que a su vez facilitaron un cambio en la manera en que las neuronas se enviaban mensajes entre ellas y de ahí se produjo una evolución en córtex cerebral. Finalmente, este proceso de expansión impactó directamente en el desarrollo del lenguaje, la imaginación y la capacidad de resolver problemas, lo que nos hace bien distintos de los otros primates.

En principio, todo parece cuadrar, pues es precisamente en el feto cuando se dan los mayores cambios en el crecimiento de los órganos (el cerebro incluido, por supuesto). Así, el investigador belga ha constatado que estos genes NOTCH 2NL permitieron un aumento en el crecimiento y diferenciación de las células troncales que dan lugar a las neuronas de nuestro cerebro. Además, estos genes están presentes en nosotros –los humanos modernos– pero también en los neandertales y en los misteriosos denisovanos, los cuales aparecieron antes que los sapiens. En cambio, los pobres chimpancés –por alguna razón desconocida– se quedaron sin su fallo de copia y pega y se quedaron estancados en su actual estado.

No voy a entrar a valorar los resultados del terreno biológico, para los cuales me limito a  realizar un acto de fe y suponer que la investigación se ha realizado de forma correcta y ajustada al método científico. Ahora bien, hay varios elementos en esta historia que me llaman la atención y que a mi entender ponen en evidencia la clase de “ciencia” que nos tratan de vender a bombo y platillo. Lo primero que debemos poner de manifiesto es que, una vez más, se presenta un hecho biológico como un hecho evolutivo, sin que podamos comprobar –como ya se ha insistido previamente– de qué modo tuvo lugar un proceso evolutivo concreto a partir de mutaciones genéticas a lo largo de millones de años. Esto es, se está suponiendo que una determinada secuencia genética “errónea” provocó necesariamente un determinado resultado gradual en un tiempo y lugar indefinidos. Tampoco se explica por qué este cambio repentino afectó a unos determinados australopitecos (los supuestos ancestros del ser humano) y a otros simios, pero no, por ejemplo, a los chimpancés. Igualmente, queda en el limbo la cuestión de por qué motivo los otros simios no desarrollaron el mismo camino evolutivo intelectual que los humanos. 

A continuación, como ya es habitual en el argumentario evolucionista, nos encontramos ante el factor del error –se supone que aleatorio– en una copia genética, que por sorpresa y contra toda lógica conduce a una mejora sustancial en el cerebro. Esto es, el orden natural es roto y, en vez de provocar empeoramiento, deficiencias o carencias, resulta ser una “ventaja evolutiva” que permite un espectacular desarrollo del cerebro en unas determinadas direcciones (lenguaje, imaginación, etc.). En fin, la ortodoxia nos dice que se trata del aprovechamiento de un hecho fortuito que permite que la selección natural avance hacia formas más complejas, más capacitadas y más competitivas.

¿Respuestas en el laboratorio?
No obstante, lo que de verdad violenta todos los principios de la razón es la actuación de ese caprichoso azar que provoca cambios a través de mutaciones y que guía la evolución de las especies. En este punto, cabría preguntar al señor Vanderhaeghenat por la causa de ese inesperado error de copia y pega genético en las secuencias NOTCH 2NL. ¿Recurrirá al habitual azar o caos presente en la naturaleza y el cosmos? ¿Todavía nos quieren hacer creer que determinados cambios ocurren porque sí, por la presión de las condiciones ambientales u otros mecanismos mágicos? Digan mejor que no tienen ni idea de por qué se dan esos cambios o la variedad enorme del mundo natural, en que es tan complicado definir exactamente el concepto de “especie”.

El caso es no se quiere admitir que el azar o el caos no explican realmente nada, pero eso es mejor que reconocer la existencia de un diseño inteligente, detrás del cual debe haber algún tipo de conciencia que crea la materia y rige sobre ella. No señores, esto no es religión; es la ciencia que ustedes quieren ocultar celosamente mientras nos venden un cuento chino.

Por cierto, el cerebro humano –más allá de una mera descripción funcional y operativa– sigue siendo un gran misterio para los científicos, y ya no digamos cuando se quiere profundizar en el tema de la mente, la creación de la realidad y la conciencia.

¡Los homínidos se mezclaron entre ellos!


Hace no mucho apareció una noticia científica en la prensa generalista que destacaba que por primera vez se había hallado a un descendiente directo de dos especies humanas distintas. El artículo de referencia[2], firmado por varios científicos entre los cuales sobresale el finlandés Svante Pääbo, difundía el hallazgo de un hueso humano –datado en unos 120.000 años de antigüedad– denominado Denisova-11 (de la cueva siberiana donde se hizo el descubrimiento de los primeros denisovianos), que pertenecería a un ser humano híbrido de dos especies distintas, los neandertales y los denisovanos. En realidad, dicho hueso se halló en 2012, pero los largos estudios realizados han retrasado la publicación hasta hace escasas fechas.

Cráneo de neandertal
Esta investigación ha sido llevada a cabo por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) y ha podido confirmar mediante un análisis del genoma del mencionado individuo que se trata de una joven de unos 13 años y que sus progenitores directos pertenecían a dos especies de homínidos diferentes, siendo la madre neandertal y el padre denisovano. Este descubrimiento vendría a confirmar lo que ya se sostenía desde hace poco tiempo: que ambas especies coincidieron durante muchos miles de años en ciertas regiones de Eurasia. Además, según los resultados genéticos, sus progenitores tampoco serían puros, pues al menos en el padre denisovano se ha identificado un marcado rastro genético neandertal.

Mi reflexión ahora es: ¿no se habrá hecho demasiado ruido para tan pocas nueces? Mucho me temo que sí. El caso es que en plena era bio-tecnológica se está dando en arqueología un valor enorme a estos estudios paleogenéticos por encima incluso de la importancia de los restos físicos hallados. A partir de aquí se han producido más y más análisis de este tipo tratando de identificar las relaciones filogenéticas entre los diversos especimenes de homínidos reconocidos. Sin embargo, en vez de avanzar, parece que los prejuicios y la obsesión por la tecnología impiden ver el bosque. Sin ir más lejos, la investigadora Viviane Slon, encargada de realizar los análisis genéticos, tuvo que repetir hasta seis veces las pruebas porque no se acababa de creer los resultados: ¡un descendiente directo de denisovano y neandertal! ¡Vaya notición!

El prestigioso profesor finés Pääbo, que en 2010 fue el primer científico en secuenciar el genoma completo de un Homo neanderthalensis, incidía en este factor sorpresa sexual con las siguientes declaraciones:

“Resulta sorprendente que, entre los pocos individuos antiguos cuyos genomas han sido secuenciados, nos encontremos precisamente con esta niña Neandertal/Denisovana. Neandertales y Denisovanos pueden no haber tenido muchas oportunidades de encontrarse. Pero cuando lo hicieron, debieron aparearse con frecuencia, mucho más de lo que pensábamos hasta ahora.”

A partir de aquí se me ocurre una serie de consideraciones para dejar en evidencia a los ilustres académicos que han promovido toda esta investigación y que están del todo enfrascados en el estudio de genes y cromosomas como la vía que ha desentrañar definitivamente los orígenes y (supuesta) evolución del ser humano.

¿Dónde ponemos aquí a los denisovanos?
En primer lugar, no entiendo por qué motivo en cuestión de pocos años los llamados denisovanos son mencionados como pieza clave de la evolución humana en muchísimos estudios antropológicos, cuando en realidad parece que toda esta cuestión está muy sobredimensionada, como ya ocurrió con el famoso Homo naledi. Para empezar, hay que constatar que la aparición de los denisovanos en escena apenas tiene unos 10 años, a partir de un solo yacimiento en el mundo (la cueva Denisova, en las montañas Altai de Siberia). Realmente, las pruebas físicas son escasas, apenas unos dientes y unos pocos fragmentos de huesos, pero los modernos análisis del ADN mitocondrial permitieron diferenciarlos como especie frente a neandertales y sapiens, con los cuales sin duda convivieron. De hecho, la investigación genética de los datos disponibles indica que los denisovanos y los neandertales se separaron “evolutivamente” de un ancestro común hace unos 390.000 años y que ambas especies decayeron hasta desaparecer hace unos 40.000 años. Por lo demás, nadie sabe qué aspecto tenían al no disponer de un espécimen mínimamente completo. En realidad se ha montado una gran entelequia a partir de unos análisis genéticos, y no sabemos hasta qué punto estamos ante una “especie” distinta o simplemente una comunidad humana relativamente aislada, al menos durante un importante periodo de tiempo.

En segundo lugar, resulta desconcertante el hecho de remarcar que los homínidos de distintas “especies” tuvieran sexo entre ellos, como si fuera algo inaudito. (Claro que con la reciente ingeniería social contra la heterosexualidad, tales afirmaciones no me sorprenden demasiado...) En fin, parece más que evidente que el contacto entre comunidades distintas a lo largo de la historia –y prehistoria– se tradujo habitualmente en apareamiento y mestizaje, como ocurrió en América a partir de finales del siglo XV. Si los grupos de homínidos distintos entraron en contacto en un tiempo y un espacio comunes no parece nada descabellado identificar la progenie directa de estas uniones. Además, este rebombo no está justificado en absoluto porque ya se sabía desde hace tiempo que el sapiens y el neandertal “se fusionaron” hace decenas de miles de años en diversas regiones. Ahora se sabe que también los misteriosos denisovanos participaron del mestizaje à trois y que por lo tanto estaríamos hablando de grupos humanos interrelacionados.

En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, la ciencia de la Prehistoria ya tiene que ir admitiendo que los diversos homínidos identificados como especies se cruzaron y compartieron su genética, quizá desde los tiempos del Homo heilderbergensis o del Homo antecesor (por no citar al viejo erectus), y ello sería factible porque estaríamos hablando más propiamente de razas y no de especies. Recordemos como punto crucial que el evolucionismo defiende la evolución de las especies por el mágico proceso de selección natural, en el cual interviene decisivamente el factor de las mutaciones genéticas aleatorias. Asimismo, se ha insistido durante mucho tiempo que los más adaptados al medio, los más fuertes, los más competitivos sobrevivían porque su descendencia progresaba mientras que la de los débiles o inadaptados entraba en recesión y acababa por desaparecer.

Pues bueno, parece obvio que los homínidos no fueron ajenos a la hibridación y que hubo mezcla genética y que a lo mejor tal mezcla no fue decisiva para el avance o retroceso de las comunidades en términos de “mejora”. Desde esta perspectiva, tal vez la diversidad anatómica que observamos no se debió a ningún proceso de “evolución”, sino a un proceso de hibridación a lo largo de extensísimos periodos[3]. De todos modos, en según qué circunstancias, la progresiva mezcla de comunidades muy grandes numéricamente frente a otras más pequeñas haría factible que la genética de un grupo se fuera apagando y diluyendo a través de las generaciones (estamos hablando de muchos miles de años). Esta podría ser una explicación perfectamente razonable para entender por qué los neandertales “puros” se extinguieron hace unos 30.000 años, si bien quedaron algunos reductos locales que pervivieron hasta finales de la última Edad de Hielo.

Esqueleto y figuración de neandertal
Ahora bien, para ser exactos, deberíamos decir que no hubo tal extinción: nosotros somos neandertales. La realidad, reconocida por los propios científicos, es que gran parte de la población europea es de origen neandertal; eso sí, en un porcentaje genético muy reducido frente a la mayor aportación de los sapiens. En suma, mientras aún se siguen lanzando múltiples teorías competitivas para explicar cómo los sapiens “eliminaron” completamente a sus rivales neandertales, es bien posible que la historia fuera muy distinta y se fundamentase en la unión, la cooperación y el mestizaje, en vez de la lucha despiadada por los recursos, que siempre me ha parecido un argumento muy flojo en un continente prácticamente despoblado de humanos.

Para finalizar, debo admitir que al menos una afirmación de Svante Pääbo en este asunto me ha parecido muy honesta y bien encaminada, al aceptar la difícil lógica exacta que permite identificar o separar especies, tanto en los humanos como en otros seres vivos:

“Es una discusión académica estéril hablar de si los neandertales y los humanos modernos o los denisovanos son especies separadas o no. Para el experto esta cuestión no tendría sentido puesto que no existe una definición universal de especie.”

Dicho todo esto, y enlazando con la primera cuestión tratada en este artículo, reconozco no tener explicaciones para esa diversidad anatómica en los humanos desde los distantes tiempos del H. habilis (si es que realmente fue “Homo”, lo que no veo muy claro) y sobre todo para la disparidad en el volumen craneal –y en consecuencia de tamaño del cerebro– que va desde los 600 cm.3 del habilis hasta los 1.500 del neandertal, quedando nosotros alrededor de los 1.400 cm.3  Puesto que no creo en el caos y el azar, pienso que debió existir algún diseño inteligente de por medio, pero su origen último y su forma de actuación se me escapan completamente.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Fuente: https://phys.org/news/2018-08-genetic-error-humans-evolve-bigger.html
[2] Fuente: https://www.nature.com/articles/s41586-018-0455-x
[3] En este blog ya comenté la teoría de la antropóloga Susan Martínez sobre la hibridación de los homínidos como contrapunto a la diversidad explicada por evolución. También hay autores alternativos como Michael Cremo que defienden que el hombre anatómicamente moderno y otros homínidos más “primitivos” convivieron desde tiempo extraordinariamente remotos.

sábado, 20 de octubre de 2018

La historia alternativa en el cine


Como cualquier otra disciplina relacionada con la literatura y la cultura en general, la historia (o arqueología) alternativa ha sido objeto de interés por parte de Hollywood –y de otras industrias cinematográficas en menor medida– por lo menos desde finales del siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI. Eso sí, como era de esperar, el recurso a argumentos “alternativos” ha sido siempre en función del puro entretenimiento; esto es, presentando esta arqueología o historia alternativa como un espectáculo fantástico que trata de jugar con la imaginación. Así, en este tipo de cine podemos apreciar una mezcla, en dosis variables, de realidad, ficción, mito y aventura, sin demasiado ánimo de ajustarse a criterios de rigor, realismo y mucho menos “pretensiones científicas”. Además, cabe tener en cuenta –y lo sé por experiencia– que la arqueología científica real (la de campo, laboratorio o biblioteca) es bastante tediosa, lenta y metódica, y difícilmente puede resultar atractiva para un público ávido de acción y misterio.

La excepción a la regla de la ficción desatada serían los muchos documentales sobre este tema que en realidad han sido directamente producidos para la televisión o para el consumo en Internet. Ahora bien, no por ello debemos dejar de citar a un antiguo clásico de la gran pantalla como el documental Chariots of the Gods de Von Däniken  basado en sus primeros dos libros (“Recuerdos del futuro” y “Regreso a las estrellas”) que aprovechó muy bien el tirón de sus best-sellers para atraer a bastantes personas a las salas de cine. Hoy en día se puede visionar dicho documental en el portal youtube, y aunque pueda parecer una antigualla en comparación con series actuales como Ancient Aliens, sigue siendo muy recomendable para entender todo el fenómeno de la Teoría de los Antiguos Astronautas.

Si nos centramos ya en la propia ficción, podemos ver que hay diferentes categorías en función también de los diferentes subgéneros de la historia e arqueología alternativa. Para empezar, tenemos los exponentes más populares de la arqueología fantástica en forma de aventureros que persiguen misterios, tumbas, tesoros y reliquias, entre los cuales destacan con mucho el famoso Indiana Jones y la explosiva Lara Croft (de la saga Tomb Raider). De esta última nada voy a decir, pues me parece mucho más cercana al cine de acción y de aventuras, en que la arqueología es más o menos es un mero pretexto para mostrar una historia trepidante. Asimismo, dejo a un lado otras sagas fantasiosas como La momia, en que se han tomado unos cuantos tópicos egipcios al uso desarrollados en flojas –y bien poco alternativas– narrativas; eso sí, muy cargadas de efectos especiales. 

La última película de Indiana Jones
En Indiana Jones, una creación del dúo Lucas-Spielberg, sí se quiso dar más empaque al trasfondo arqueológico del guión con materias clásicas de la historia alternativa como el Arca de la Alianza, el Santo Grial, la mitología hindú o las calaveras de cristal, aparte de otras varias referencias a la arqueología más tópica de hace muchas décadas. Sin embargo, una vez más, la trama aventurera predomina con mucho sobre la investigación de los hechos históricos y en el fondo se apela a aquel dicho de “que la verdad no te estropee una buena historia”. 

En una antigua entrada ya me referí a esta saga de Indiana Jones como un fallido intento de mezclar la arqueología académica con la alternativa, y la verdad es que ambas salen malparadas de la amalgama. Sólo por recordar algunos rasgos de este personaje y sus películas, podemos decir lo siguiente:

  • Indiana tiene más bien un perfil de cazador de tesoros (o clandestino, en la terminología profesional), no de un arqueólogo. Busca piezas de coleccionista y, en caso de no encontrarlas, recurre al mercado negro, todo ello a golpe de látigo y de revólver. ¡Y además, resulta que es profesor universitario y que debe dar ejemplo!
  • Precisamente, como profesor, hay una escena en la que habla en general de “Neolítico”, mientras se dedica a describir unas tumbas etruscas ¡y que parecen más bien megalíticas!
  • Resulta que todas las cámaras o salas en donde entra Indiana no están sepultadas bajo tierra; es decir, no hay que excavar, todo está en perfecto estado de revista (con un poco de polvo y unos cuantos bichos indeseables...).
  • Indiana siempre tiene a mano algún libro que le soluciona todo, pero necesita la ayuda de un viejo destartalado para descifrar unos símbolos antiguos en una joya egipcia. ¡Ese viejo debía ser el mejor arqueólogo de los años 30, pero de incógnito! Sin embargo, los signos en cuestión no guardan relación con ninguna de las antiguas escrituras egipcias. 
  • ¿Cómo es posible que a mediados de los años 30 los nazis excavaran a lo grande en Egipto –entonces un país pro-británico– con todo un ejército del Afrika Korps (no creado hasta 1941)? 

Evidentemente, todo esto son licencias concedidas al espectáculo, y cualquier estudiante de arqueología –yo lo era cuando se estrenaron las películas– sonríe a gusto ante tanto disparate y fantasía. Lo cierto es que los argumentos sugeridos violentan en gran parte los conocimientos y métodos de la arqueología académica pero tampoco muestran claramente las teorías y propuestas alternativas más en boga. De todas maneras, flota sobre el ambiente de la saga un cierto aire misterioso o reverencial ante ciertas incógnitas del pasado, y en su última película –la más alternativa– se hace un directo alegato a la intervención de los alienígenas en épocas inmemoriales, lo que propiamente es uno de los puntales de la arqueología alternativa.

La estación espacial en 2001,
una odisea del espacio
No obstante, existen otras muchas ficciones cinematográficas en que de un modo u otro aparecen los extraterrestres en nuestro más remoto pasado. Sólo por citar algunas, tenemos Stargate (1994) con el dios Ra en funciones de malvado tirano, y con la consabida teoría de que fueron los alienígenas los que construyeron las pirámides y fundaron la civilización egipcia. En una línea más elaborada está la reciente película Prometheus (2012), que enlaza con la serie de ciencia-ficción Alien, y que presenta el misterio del origen del ser humano, que vendría a ser el producto de unos ciertos “dioses”. Igualmente cabría citar la obra maestra de Kubrick 2001, una odisea del espacio (1968) basada en la novela de Arthur C. Clark, que si bien no saca a la palestra a los extraterrestres sí incluye una profunda reflexión sobre el origen, evolución y destino del hombre ­a partir de una misteriosa intervención inteligente en forma de perfecto monolito paralelepípedo.

En cuanto a la presencia de extraterrestres en tiempos actuales (o incluso futuros), en realidad ya deberíamos referirnos a la ufología y no a la historia alternativa, pero ya sabemos que las presencias de seres de otros mundos constituyen un discurso paralelo al de la historia de la Humanidad (si aceptamos la perspectiva de Vallée y otros clásicos). Así pues, vale la pena mencionar que la cantidad de películas en este ámbito desde los años 50 es enorme y contempla todas las posibles variantes, que van desde el terror a la comedia, pasando por la conspiración, la aventura, la ciencia-ficción y la fantasía. Sólo por citar algunas películas de referencia (algunas de las cuales han sido objeto de remake): La cosa (1951), Ultimátum a la Tierra (1951/2008), La guerra de los mundos (1953/2005), El planeta prohibido (1956), La invasión de los ultracuerpos (1956/1978), La semilla del espacio (1962), El hombre que cayó a la Tierra (1976), Encuentros en la tercera fase (1977), Alien (1979), E.T. (1982), Predator (1987), Expediente X (1993), Men in Black (1997), Señales (2002), etc.

Percy H. Fawcett
Dejando a los extraterrestres aparte, existe un subgénero de películas centradas en el hallazgo de antiguos tesoros o de ciudades perdidas, que ha sido explotado a través de bastantes producciones sin demasiadas pretensiones –como la moderna película Congo (1995)– pero también ha sido objeto de proyectos más ambiciosos. En una línea más bien sobria estarían las producciones dedicadas al mito de El Dorado, entre las cuales destacan Aguirre, la cólera de Dios (1972), con una notable actuación de Klaus Kinski, y la bella película del director español Carlos Saura El Dorado (1987). Muy recientemente, el mito de El Dorado (o Paititi, u otros muchos nombres) ha sido rescatado de nuevo en una producción de Hollywood titulada Z, la ciudad perdida (2017), un biopic sobre la figura del coronel Percy Fawcett, el explorador británico que en 1925 se perdió en la jungla brasileña cuando iba en busca de “Z”. Por último, cabe citar en este apartado un clásico de los años 30, relacionado con los reinos secretos u ocultos donde reina el amor y la sabiduría, como el famoso Shambala o Agartha, que fue llevado al cine en la película Lost horizon (1937), cuyo argumento giraba en torno a la llegada de unos aviadores accidentados a una tierra mítica en el corazón del Himalaya llamada Shangri-La.

También existe una filmografía un poco más sofisticada que mezcla las historias de tesoros con otros temas típicos de la historia alternativa como las sociedades secretas, los templarios, los poderes ocultos, etc. En esta línea estarían dos grandes éxitos de taquilla como La Búsqueda (2004) y El Código da Vinci (2006). Esta última, además, enlaza con el asunto siempre polémico del llamado linaje sagrado y la controversia sobre la historicidad o divinidad de Jesucristo, que también fue objeto de una película moderna: The body (“El cuerpo”, de 2001). En una rama colateral podríamos citar el tema de las leyendas medievales sobre el Grial y el rey Arturo, que ha ofrecido algunas películas de interés y calidad como por ejemplo Excalibur (1981), de John Boorman.

Piedra de Ica
En lo que se refiere a presentar el pasado prehistórico de la Humanidad, han habido películas relativamente próximas a la arqueología académica, como En busca del fuego (1981) del francés J. J. Annaud, pero también se ha fantaseado con otros escenarios que recordarían a las piedras de Ica, con humanos viviendo en la era de los dinosaurios, tal como se veía en la película Hace un millón de años (1966). Sobre esta producción, aparte de la herejía de los dinosaurios, cabe resaltar que –según la ortodoxia– los seres humanos de hace un millón de años difícilmente tendrían el aspecto de Homo sapiens, sino más bien de Homo erectus. De todos modos, en algunas corrientes de arqueología alternativa se plantea que el H. sapiens podría ser mucho más antiguo de lo que se ha reconocido hasta la fecha... En fin, en épocas más recientes se ha vuelto a fantasear sobre la Edad de Piedra, como en el film 10.000 B. C. (2008), en que los cazadores de mamuts se ven envueltos en una trama que les lleva a descubrir una civilización avanzada, regida por un ser gigante, que construía grandes pirámides hace 12.000 años.

T. Heyerdahl
Y si avanzamos un poco más en el tiempo, se han realizado varias películas sobre esas civilizaciones del pasado, en especial sobre Egipto, pero con poco o nulo contenido alternativo[1]. A ello cabría sumar las diversas producciones realizadas entre los 50 y los 60 que se sumergieron directamente en las antiguas mitologías, y que en gran medida fueron películas más propias del género del peplum (“de romanos”), con alguna digna excepción como Atlantis, The lost continent (1961) que abordaba directamente el mito de la Atlántida desde el relato platónico, pero sobre todo con una fuerte influencia de las visiones de Edgar Cayce, mostrando una civilización muy desarrollada en determinados aspectos tecnológicos. Y ya en tiempos más actuales se ha retomado algún típico icono alternativo como la famosa isla de Pascua y sus moai en Rapa Nui (1994), o las teorías sobre los viajes transoceánicos en la Antigüedad, plasmadas en las expediciones del explorador noruego Thor Heyerdahl y en parte reflejadas en la película Kon Tiki (2012).

Para finalizar, hay que admitir que se han realizado otras múltiples producciones –más bien de serie B– sobre muchos temas de ciencia-ficción o bien puntos oscuros de la historia que podrían llevar la etiqueta de alternativos, como el Triángulo de las Bermudas, el Experimento Filadelfia, el incidente de Ayers Rock, el monstruo del lago Ness, las criaturas humanoides, las profecías de Nostradamus, los viajes en el tiempo, etc. pero en general, salvo contadas excepciones, todas estas películas inciden en el misterio como un fin en sí mismo, y en realidad desprestigian cualquier enfoque relativamente riguroso de la historia alternativa.

En suma, los arqueólogos académicos no tienen razones para estar muy satisfechos del tratamiento de su ciencia en el cine, pero hay que admitir que tampoco las visiones alternativas han tenido un enfoque escrupuloso o veraz. Desde luego que existe un cine “historicista” que trata de ajustarse lo más posible a los hechos, pero llegados a ciertos temas tópicos, el puro espectáculo predomina y los argumentos se toman todas las licencias que consideran oportunas. Más bien da la impresión de que, dado lo anodina que resulta la arqueología, el cine ha tenido que echar mano de las fantasías y aventuras para atraer al público con relatos fascinantes y muy movidos.

En este sentido, cualquier intento de mostrar ideas o hechos de un modo científico está condenado al fracaso porque el cine –sobre todo el de Hollywood– debe ser comercial y no se puede permitir que la gente se aburra (o peor aún, que piense...). Nos guste o no, la gran mayoría del público tiene nociones muy vagas de historia y de arqueología y por lo general suele desconocer las controversias que mantienen los ortodoxos con los alternativos. En consecuencia, tanto la arqueología académica como la alternativa han quedado relegadas al minoritario mundo de los documentales, que pueden dar un cierto aire de seriedad y rigor a sus respectivas propuestas para los pocos interesados en la materia. No nos engañemos: los debates intelectuales entre Graham Hancock y Nick Flemming (arqueólogo subacuático británico) sobre ciudades sumergidas bajo las aguas atraen a cuatro gatos...

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Cabe señalar que para muchos críticos del bando alternativo, estas películas en que se ven a miles de esclavos, capataces con látigos, trineos y rampas para construir las grandes pirámides son sólo un vano intento de apuntalar socialmente las versiones académicas que no han podido ser demostradas fehacientemente.

martes, 9 de octubre de 2018

Desmontando (científicamente) a Darwin


En numerosas ocasiones me he referido aquí al evolucionismo, dejando patente que se trata más bien de un dogma de fe y no de una teoría científica demostrada. Lamentablemente, esta especie de verdad religiosa ha sido impuesta a la sociedad como algo incuestionable, pues no en vano representa uno de los núcleos duros del actual paradigma. A estas alturas, el darwinismo está sostenido por una mayoría de científicos que no osan revisar o desafiar sus principios teóricos. Antes bien, se han dedicado a construir en los últimos 150 años un complejo edificio para proteger el dogma, en el cual intervienen desde las matemáticas hasta la biología, pasando por la química o la física.

No obstante, cabe recordar que siempre ha existido una minoría de científicos que han puesto de manifiesto la falta de consistencia científica del darwinismo. Dicha minoría ya existía a mediados del siglo XIX y entre esos pocos críticos hubo científicos de gran talla y prestigio. Pero el darwinismo se fue blindando rápidamente y basó su defensa en que la oposición a sus tesis era puro creacionismo, religión o superstición. Cualquier cosa menos ciencia. En este punto ya sería hora de recordar que la crítica a la evolución por selección natural no se reduce a furibundos fundamentalistas sino que ha tenido entre sus filas a muchos científicos metódicos y rigurosos que han desestimado el darwinismo simplemente porque no se ajusta a los criterios reconocidos y aceptados del método científico moderno.

Como muestra de esta posición firme, me complace adjuntar seguidamente un artículo del biólogo español Emilio Cervantes, del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), en el cual se deja bien claro que no hay forma de validar el darwinismo porque no admite experimentación ni es refutable, y lo que es peor, ha tratado de violentar el conocimiento del mundo natural, esperando que la biología se adapte dócilmente a los principios sagrados del evolucionismo, cuando en realidad eso es empezar la casa por el tejado. Como dice el propio Cervantes: “La biología no puede someterse a las teorías especulativas de la evolución, sino al contrario.”


El Traje Nuevo de Darwin: Una opinión personal y otros puntos de vista sobre la Teoría de Evolución por Selección Natural


“Son vanas y están plagadas de errores las ciencias que no han nacido del experimento, madre de toda certidumbre.” (Leonardo Da Vinci).

“El principio de la ciencia, casi la definición, es el siguiente: La prueba de todo conocimiento es el experimento. El experimento es el único juez de la "verdad" científica.” (Richard P. Feynman)

1. Un cuento chino


Hay un viejo cuento chino titulado en inglés “The emperor’s new clothes” y en español, “El traje nuevo del emperador”, que aun siendo bien conocido, no por ello deja de suscitar en quien lo escucha una sensación como de familiaridad o de “déjà vu”. Encontramos en el cuento algo que nos trae a la puerta de la memoria una situación familiar, pero a veces resulta difícil dar el último paso, definir cuál es esa situación y describirla; cerrar el círculo completamente y establecer la correspondencia exacta entre elementos de la ficción y sus correspondientes en la realidad. Para quien no recuerde el cuento, comenzaré por hacer un breve resumen.

El emperador desnudo
El emperador parte del palacio a un desfile con su séquito. Va desnudo, pero tanto entre su séquito como en la población de su imperio, se ha hecho correr la voz de que va vestido con un maravilloso traje nuevo. La voz ha corrido por las calles de tal manera que, aún viendo al emperador desnudo al paso de la comitiva, todo el mundo comenta cuán maravilloso es su nuevo traje. El desfile va transcurriendo con el emperador desnudo entre las multitudes que lo aclaman, admiradas, hasta que un niño rompe el encanto al exclamar: “El emperador está desnudo”. Entonces, todo el pueblo ve la realidad y reconoce que había sido víctima de un engaño.

El relato nos conmueve. Todos hemos sido víctimas, alguna que otra vez, de engaños, ora directos y malintencionadamente premeditados, ora más leves, parecidos a espejismos. Todos encontraríamos algún ejemplo. Pero, pienso yo, que la historia del emperador nos conmueve más que por el hecho de reconocernos víctimas de algún engaño en el pasado, por sugerir que el engaño es continuo; que, en cualquier momento, el niño que hay dentro de cada uno de nosotros puede saltar y advertirnos de “otro nuevo caso”, porque nuestra educación y, de alguna manera, nuestra civilización y cultura, podría consistir en alguna medida en respetar y guardar silencio ante, algunas de estas situaciones “engañosas”, sostenidas por consenso, por tradición, pero difícilmente defendibles.

A mi entender, la extensión, difusión y reafirmación de la Teoría de Evolución por Selección Natural constituye un magnífico ejemplo que ilustra este punto de vista. Se nos ha dicho: “He ahí una gran teoría científica”, “He ahí una genial idea que cambió la historia”... Lo admitimos y nadie se toma la molestia de analizar estas afirmaciones. Pero, tal vez, la hora llegada permite otro análisis...

He mencionado dos conceptos, ambos importantes, pero diferentes: “Gran teoría científica”, “Genial idea”. Para empezar, existen diferencias enormes entre ambos. ¿A cuál de ellos se aproxima más la teoría darwinista de Evolución por Selección Natural? ¿Es, en realidad, una genial idea? ¿Constituye una Teoría Científica? No me preocupa saber si es genial o no. En esto cada uno será libre de opinar, pero en cuestiones de ciencia, no, aquí no se trata de opinar. Por eso, como científico sólo estoy interesado en responder adecuadamente a la segunda pregunta.

Como tantas palabras, Teoría tiene hoy dos acepciones, dos significados bien diferentes. La primera es general, la segunda se aplica exclusivamente al ámbito científico en las modernas ciencias experimentales. En su acepción general, Teoría es todo conjunto de conocimientos o de ideas. En este sentido, diremos que “La Teoría” se refiere al conocimiento en sentido amplio y no tiene, necesariamente, que poseer aspectos que sean experimentalmente demostrables. En su segunda acepción, “Una Teoría” es la explicación científica de un fenómeno natural. Por el hecho de ser científica, esta teoría debe poder someterse a experimentación. Su veracidad podrá ser refutada, si la experimentación no confirma lo esperado (predicho). Si, por el contrario lo confirma, la teoría se mantendrá como la mejor explicación posible, pero en cualquier caso su veracidad no quedará nunca absolutamente demostrada y permanecerá como la mejor explicación posible en tanto en cuanto no surjan nuevas aproximaciones al problema, momento en el que llegará su refutación, destino final e inevitable de toda teoría (Popper, 1963).

Sólo en este sentido hablaremos de Teoría Científica y lo haremos teniendo en cuenta el Método Científico tal y como se aplica hoy en las ciencias experimentales. Si la teoría no implica a elementos bien conocidos o mesurables, entonces su comprobación será imposible y por lo tanto no será una Teoría Científica en el sentido estricto del término. Si, por el contrario, nuestra teoría pone en juego relaciones entre elementos bien descritos y cuantificables, entonces podrá terminar en forma de una ley expresable por un enunciado matemático en el que intervendrán las representaciones de dichos elementos. Por todo ello, antes de responder taxativamente a las preguntas arriba planteadas, conviene entrar en detalles acerca del Método Científico.

2. El Método Científico


Galileo Galilei
Aproximadamente desde Galileo, se propone un método nuevo para conocer los mecanismos que operan en la naturaleza y las leyes que los rigen. Como todo el conocimiento precedente, el Método Científico se basa en la observación de los fenómenos. Conociendo algo acerca de cómo ocurren las cosas, se identifican y aíslan elementos variables que operan en los hechos. Se tiende a identificar y definir nuevas relaciones entre dichos elementos que, a partir de ahora, puedan ser comprobadas mediante la experimentación. A diferencia de la Teología, que marcó en buena medida la pauta del conocimiento medieval, en Ciencia no se parte de verdades establecidas, sino de elementos, cuya existencia está demostrada por los sentidos y perfectamente consensuada (el sol, la tierra, el tiempo, la distancia). De la cuidadosa y repetida observación del comportamiento de dichos elementos se pueden deducir nuevas relaciones, surgiendo teorías que contradicen lo establecido.

Las teorías serán aceptables si su contenido se confirma mediante la experimentación. En este caso, Galileo, propone no entrar en el terreno teológico. En definitiva, indica Galileo que lo que muestra la experiencia es cierto, y las escrituras pueden bien tener motivos para expresar las cosas de otro modo. Se crea así un cisma, una división entre lo “Científico” y lo que no lo es (Teología, fe, adivinación, especulación…).

La ciencia, viene a proponer así, el método para ir más allá de los nombres e investigar en las relaciones comprobables entre las cosas. Galileo muestra su disconformidad, por ejemplo con que la gravedad sea la causa de la caída de los cuerpos:

Te equivocas, Simplicio; debías decir que todos saben que se llama gravedad. Pero yo no te pregunto por el nombre, sino por la esencia de la cosa. De ésta tu no conoces ni un ápice más de lo que conoces sobre la esencia del motor de los astros que giran. Excluyo el nombre que se le ha atribuido y que se ha hecho familiar y corriente por las malas experiencias que tenemos de él mil veces al día. Realmente no comprendo cuál poder o qué principio sea el que mueve una piedra hacia abajo, ni comprendemos lo que la mueve hacia arriba una vez que ha dejado al proyector o lo que hace girar a la luna...”

La gravedad es un nombre. Pero, ¿En qué consiste? Se tardó muchos años en llegar hasta el punto en que hoy nos encontramos en esta cuestión, ciertamente más avanzado que en tiempos de Galileo; pero, en el cual, la cuestión no ha quedado ni mucho menos zanjada, agotada. La ciencia no agota cuestiones, sino que aporta nuevas interpretaciones cada vez más acordes con la actualidad en una realidad cambiante. Los avances se basan en dos puntos: 1) Una correcta definición de los elementos que intervienen y 2) El establecimiento de las relaciones entre ellos, verificables mediante la observación y la experimentación. Finalmente, en el caso de la gravedad, las matemáticas han contribuido a dar una formulación adecuada. ¿Estimamos la cuestión resuelta hoy? No del todo. Para recorrer el camino fue necesario, en primer lugar, distinguir lo que es un nombre de lo que es una nueva relación entre elementos conocidos y definidos. A continuación, fue necesaria buscar esa relación, que se encontraría con Newton y la fórmula de la ley de atracción gravitatoria, pero hoy el camino sigue y pueden surgir nuevas interpretaciones. Vemos así, en éste y podríamos ver en otros ejemplos, cómo el Método Científico se fue aplicando a partir de Galileo a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX. Sus éxitos fueron notables en física y química y, sobre todo a partir del siglo XX, también en biología.

No existen muchos ejemplos de la aplicación del Método Científico en las Ciencias Naturales durante los siglo XVIII y XIX: Joseph Priestley, Claude Bernard, Gregor Mendel, y, muy a finales de siglo, Buchner. Existen más ejemplos, incluyendo tal vez algunos experimentos de Charles Darwin en relación con los movimientos de las plantas, pero ninguno de ellos en relación con el estudio de la evolución de las especies.

La Teoría de Evolución por Selección Natural no responde a los criterios básicos del método Científico. Varias razones sostienen esta afirmación:

1. Los elementos que intervienen en ella no están bien definidos. En particular, las especies. La biología moderna muestra lo difícil que es la definición de especie.
2. Es imposible someter a experimentación la evolución. Cualesquiera que sean los resultados de laboratorio no son extrapolables a los tiempos geológicos.

Por lo tanto, comparando el término Selección Natural con gravedad, decimos, con Galileo que la Selección Natural es una palabra, un nombre y que la teoría darwinista de Evolución por Selección Natural no aporta ninguna explicación, nada nuevo. Se trata de una tautología, una verdad de Perogrullo, una manera de ver las cosas, más próxima a una explicación de la naturaleza propia de la era pre-científica que del Método Científico.

Georges Cuvier
La idea de transformación en la naturaleza aparece en distintas formas muchos años antes de Darwin (Diderot, D’Alembert, Maupertuis, Goethe, Cuvier...) que no habían sido muy difundidas, probablemente por ser contrarias con el dogma religioso del relato bíblico de la creación. Quizás Darwin estuvo en el lugar apropiado y en el momento apropiado para que su visión de la naturaleza, de gran relevancia en la creciente concepción materialista del mundo, fuese ampliamente difundida. En este caso lo que triunfó no fue la teoría científica, de la cual Darwin hubiese sido responsable, sino la difusión de una teoría metafísica de la que Herbert Spencer, el filósofo de Darwin, fue también responsable (Hodge, 1874). Así, el nombre de evolución, cuyo uso fue promovido por Herbert Spencer, autor contemporáneo de Darwin y responsable del “darwinismo social y metafísico”, se asocia con progreso y también con descendencia lineal, de unas especies a partir de otras, como en una genealogía continua, conceptos ambos asociados en una interpretación muy limitada y de difícil comprobación experimental.

El paleontólogo alemán Karl von Zittel expresó: “La ciencia aspira ante todo a la verdad. Cuánto más convencidos estemos de la fragilidad de nuestro conocimiento teórico, más deberemos consolidarlo mediante hechos y observaciones nuevas.Y, en su obra “Les transformations du monde animal”, Charles Déperet comenta así esta frase:

“Sages conseils que feraient bien de méditer et de suivre les paleontologistes a l’esprit aventureux, enclins a construire, avec une hâte febrile, des arbres genealogiques sans nombre, donc les troncs pourris, suivant l’expression imaginée de Ruteimeyer, aussitôt demolis que dressés, jonchent le sol de la fôret et en rendent l’accés plus difficile pour les progrés de l’avenir.

[“Sabios consejos que harían bien de meditar y seguir los paleontólogos con el espíritu aventurero, inclinados a construir, con una prisa febril, innumerables árboles genealógicos, por lo que los troncos podridos, según la expresión imaginada de Ruteimeyer, tan pronto demolidos como erigidos, se esparcen por el suelo del bosque y hacen el acceso más difícil para el progreso del futuro.”]

Por circunstancias históricas y sociales, la teoría darwinista tuvo un importante éxito que fue potenciado todavía más en el siglo XX y hoy constituye la base del paradigma neo-darwinista en biología. Una teoría con una base dogmática más propia de la filosofía medieval que de la ciencia moderna, rige hoy, en buena medida, los experimentos que conciernen la sanidad, la herencia, la agricultura y la alimentación y en los que intervienen elementos genéticos que pueden ser transferidos entre especies diferentes. Curiosa, pero no excepcionalmente, la teoría tuvo críticas mucho más severas en el pasado que en la actualidad. Veamos algunas.

3. Comentaristas críticos de Darwin


Es de destacar que, entre los contemporáneos de Darwin, muchos de los críticos con su teoría lo fueron desde un ámbito religioso, lo cual dio pie a numerosas defensas que, en realidad, no defendían la Teoría de Evolución por Selección Natural que es la aportación original de Darwin, sino la evolución considerada en general, la transformación de los seres vivos con el tiempo o aspectos puntuales como la edad de la tierra. Muchos de los argumentos de Huxley en defensa de Darwin, en realidad defienden la evolución frente a argumentos dogmáticos y religiosos y no defienden la Selección Natural. Su réplica va dirigida frente a argumentaciones en contra de Darwin procedentes de puntos de vista teológicos y por eso Huxley cita a San Agustín, Santo Tomás o Suárez. Nada tiene que ver esto con la teoría propuesta por Darwin. Huxley, llamado el bulldog de Darwin, nunca se definió a si mismo ni se manifestó como defensor de la Teoría de Evolución por Selección Natural. Uno de los críticos más divertidos y menos citados de Darwin es Karl Marx. En una carta a Lasalle del 16 de Enero de 1861 hace un comentario que hemos reproducido del texto de Manuel Cruz citado abajo y que no es anecdótico:

Naturalmente, hay que dejar a un lado la tosca manera inglesa de exposición” (citado en Cruz, 1989, p. 160)

En una carta a Engels:
Thomas Malthus
“Me divierto con Darwin, al que he echado una nueva ojeada, cuando afirma aplicar la teoría de Malthus tambien a las plantas y a los animales, como si el jugo del señor Malthus no estuviera precisamente en el hecho de que esa teoría no se aplica a las plantas y a los animales, sino –con geométrica progresión– sólo a los hombres, en contraste con las plantas y animales. Es notable el hecho de que en las bestias y en las plantas, Darwin reconoce a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, la competición, la apertura de nuevos mercados, los inventos y la maltusiana lucha por la existencia. Es el bellum omnium contra omnes de Hobbes y hace pensar en la Fenomenología de Hegel cuando se configura la sociedad burguesa como “reino animal ideal”, mientras que en Darwin el reino animal se configura como sociedad burguesa” (citado en Cruz, 1989, p. 162).

En su introducción a la dialéctica de la naturaleza, Engels tampoco se quedó corto con una frase que invita a la reflexión:

“Darwin no sabía qué áspera sátira de la humanidad y especialmente de sus conciudadanos escribía al demostrar que la competencia libre, la lucha por la vida, celebrada por los economistas como la conquista más alta de la historia, es el estado moral del reino animal.” (Tomado de “La comedie inhumaine” de André Wurmser)

Nietzsche fue también crítico con Darwin. En su libro El crepúsculo de los ídolos, en el capítulo titulado “Incursiones de un intempestivo” (pp. 122-123), Nietzsche opinaba así acerca del darwinismo:

“Anti-Darwin. En lo que respecta a la famosa “lucha por la vida”, me parece que de momento está más afirmada que demostrada. Se da, pero como excepción; el aspecto global de la vida no es el del estado de necesidad, el de la hambruna, sino más bien el de la riqueza, el de la exuberancia, incluso el del absurdo derroche: donde se lucha, se lucha por poder... no se debe confundir a Malthus con la naturaleza. Ahora bien, suponiendo que exista –y en verdad, se da– esa lucha transcurre, por desgracia, de modo inverso al deseado por la escuela de Darwin, al que quizá sería lícito desear con dicha escuela: a saber, en contra de los fuertes, de los privilegiados, de las excepciones felices. Las especies no crecen en perfección: Los débiles se enseñorean siempre de los fuertes, y esto es porque son el mayor número y también porque son más listos... Darwin se ha olvidado del espíritu (¡qué inglés es esto!), los débiles tienen más espíritu... Hay que necesitar espíritu para obtener espíritu, y se pierde cuando ya no se necesita. Quien tiene la fuerza se desprende del espíritu...”

Otros críticos de Darwin fueron reputados profesionales de la Ciencia, entre ellos naturalistas, como Karl Ernst von Baer y Louis Agassiz; paleontólogos como Richard Owen; geólogos como Charles Lyell y Adam Sedgwick. Von Baer (1792-1876) pasó sus últimos años dedicado a la crítica del darwinismo. Su crítica de Darwin está basada en principios morales, filosóficos y científicos. Entre estos últimos, destacó la complejidad de los procesos evolutivos. Louis Agassiz (1807-1873), un reputado naturalista y paleontólogo nunca admitió la evolución, sino que más bien fue creacionista. Escribió:

“The combination in time and space of all these thoughtful conceptions exhibits not only thought, it shows also premeditation, power, wisdom, greatness, prescience, omniscience, providence. In one word, all these facts in their natural connection proclaim aloud the One God, whom man may know, adore, and love; and Natural History must in good time become the analysis of the thoughts of the Creator of the Universe…”

[“La combinación en el tiempo y el espacio de todas estas concepciones reflexivas no solo muestra el pensamiento, sino que también muestra premeditación, poder, sabiduría, grandeza, presciencia, omnisciencia, providencia. En una palabra, todos estos hechos en su conexión natural proclaman en voz alta al Único Dios, a quien el hombre puede conocer, adorar y amar; y la Historia Natural debe convertirse a su debido tiempo en el análisis de los pensamientos del Creador del Universo...”]

Charles Lyell
Richard Owen (1804-1892) fue favorable al evolucionismo, pero se opuso firmemente a la teoría de la Selección Natural. Charles Lyell (1797-1875) era evolucionista, pero nunca aceptó la teoría de Evolución por Selección Natural. Adam Sedgwick (1785-1873), fue profesor y mentor de Darwin. Nunca apoyó la Teoría de Evolución por Selección Natural y escribió a Darwin en una carta el 24 de Noviembre de 1859:

“If I did not think you a good tempered & truth loving man I should not tell you that… I have read your book with more pain than pleasure. Parts of it I admired greatly; parts I laughed at till my sides were almost sore; other parts I read with absolute sorrow; because I think them utterly false & grievously mischievous. You have deserted –after a start in that tram-road of all solid physical truth– the true method of induction…”

[“Si no le considerara un hombre de buen temperamento y amante de la verdad, no debería decirle que... He leído su libro con más dolor que placer. Partes de él admiré grandemente; partes de las que me reí hasta que mis costados estaban casi adoloridos; Otras partes las leí con absoluta tristeza; porque las considero absolutamente falsas y gravemente dañinas. Ha abandonado –después de un comienzo en ese camino de toda verdad física sólida– el verdadero método de inducción...”]

No sorprende entonces, que, un año después de la publicación de su obra en una carta al respetado profesor Lyell, Darwin dijese:

I have heard by round about channel that Herschel says my book is the law of higgledy-pigglety” (Tomado de Peter Dear, 2006).

[“He oído por medios indirectos que Herschel dice que mi libro es la ley del sin ton ni son.”]

Finalmente, una opinión rotunda. El filósofo de la ciencia Karl Popper, en su libro titulado “Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge” dice:

No existe ninguna ley de la evolución, sino sólo el hecho histórico de que las plantas y los animales cambian, o, más precisamente, que han cambiado. La idea de una ley que determine la dirección y el carácter de la evolución es un típico error del siglo XIX que surge de la tendencia general a atribuir a la “Ley Natural” las funciones tradicionalmente atribuidas a Dios.” (p. 408)

4. Conclusión


Si se mira desde un punto de vista estrictamente científico, experimental, entonces la Teoría de Evolución por Selección Natural de Darwin no es una teoría científica, porque no es demostrable mediante experimentación y no es refutable (Popper, 1963). No pone de manifiesto nuevas relaciones entre elementos bien descritos de la naturaleza, sino que, por el contrario, en ella intervienen elementos que la biología actual ha demostrado que son muy complejos y difíciles de describir (las especies). La Evolución de las especies no es fácilmente reducible al método experimental. Sus mecanismos implican elementos que la bioquímica, la genética y la biología molecular intentan ahora describir. La definición de virus, transposones, multitud de ARN catalíticos, y la posible participación de éstos elementos en procesos de epigenética, poliploidización, reorganizaciones del genoma, silenciamiento génico, etc. son algunas de las tareas en que se ocupa la biología actual.

Cualquier teoría evolutiva deberá contar con la participación de estos elementos, porque la frase de Dobzhansky: “En biología nada tiene sentido si no se considera bajo el prisma de la evolución” debe hoy ser justamente convertida en: “En evolución nada tiene sentido si no se considera bajo el prisma de la biología”. La biología es la ciencia experimental poderosa y predominante en nuestro tiempo. Por lo tanto, la biología no puede someterse a las teorías especulativas de la evolución, sino al contrario.

5. Referencias


Cruz, M. 1989. Por un naturalismo dialéctico. Anthropos, Barcelona.

Dear, P. 2006. The Intelligibility of Nature: How Science Makes Sense of the World. The University of Chicago Press.

Depéret, Ch. 1929. Les transformations du monde animal. Eds Flammarion, Paris. 

Hodge. 1874. What is Darwinism? Scribner, Amstrong and co. New York. 

Huxley, TH. Collected essays. http://aleph0.clarku.edu/huxley/guide4.html
 
Nietzsche. 2002. El crepúsculo de los ídolos. Biblioteca EDAF. Madrid.

Popper, K. 1963. Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge.  

Wurmser, A. 1965. La comedie inhumaine. Gallimard. Paris.

© Emilio Cervantes (IRNASA-CSIC)

Fuente original: Digital CSIC

Fuente imágenes: Wikimedia Commons