miércoles, 25 de diciembre de 2013

La civilización matriarcal


¿Existió alguna vez una gran civilización matriarcal sobre nuestro planeta? Aunque la antropología reconoce la existencia de modelos matriarcales en pequeñas comunidades, desde el punto de vista histórico no se ha dado crédito a la existencia de una civilización muy antigua basada en el matriarcado. No obstante, y como notable excepción dentro del mundo académico, apareció una figura de fuerte personalidad que defendió con entusiasmo la existencia de una sociedad o civilización de carácter matriarcal en la Europa neolítica, con características muy diferentes a la sociedad que vendría después marcada por el patriarcalismo, que es básicamente la misma sociedad en la que vivimos actualmente.

Esta figura fue la destacada arqueóloga Marija Gimbutas (1921-1994), que también era una gran experta en lenguas antiguas e historia de las religiones. Nació en Lituania y se doctoró en arqueología en Tübingen (Alemania) en 1946. Después, huyendo del régimen estalinista de la URSS, se refugió en Estados Unidos en 1949. Allí trabajó como investigadora y docente en la Universidad de Harvard de 1950 a 1963, y posteriormente se trasladó a la Universidad de California Los Angeles (UCLA), donde continuó su actividad hasta que se retiró en 1989. En cuanto al trabajo de campo, fue directora de cinco grandes excavaciones arqueológicas entre 1967 y 1980 en diversos países como la antigua Yugoslavia, Macedonia, Grecia e Italia. A lo largo de su vida, Marija Gimbutas publicó cerca de veinte libros y más de 300 artículos sobre la prehistoria europea. De entre toda su obra destaca particularmente tres libros: The Goddesses and Gods of Old Europe (1974, 1982 ), The Language of the Goddess (1989 ), y The Civilization of the Goddess (1991).

Gimbutas fue realmente una gran profesional, muy valorada por sus investigaciones en el estudio de la Prehistoria europea, sobre todo en lo que respecta a las llamadas sociedades pre- indoeuropeas y las posteriores invasiones indoeuropeas. Sin embargo, es de justicia afirmar que Gimbutas es mucho más conocida -y polémica - por sus teorías sobre una supuesta civilización matriarcal que prácticamente nadie del ámbito académico ha querido reconocer. Así pues, quien escribe estas líneas apenas tuvo noticia de sus trabajos porque o bien no era mencionada o bien era mencionada de forma marginal como una investigadora más o menos herética, no aceptada por el llamado consenso científico.
  
Efectivamente , Marija Gimbutas fue más allá de lo que admitía el paradigma científico en arqueología y propuso una visión diferente de la Prehistoria europea, convencida de que había existido una gran civilización matriarcal en Europa hace miles de años. Así , Gimbutas dedicó una buena parte de su vida a analizar determinadas representaciones o figuras femeninas de los períodos Paleolítico y Neolítico, y las vinculó al culto de una diosa madre o un conjunto de varias divinidades femeninas. Para desarrollar esta enorme trabajo, Gimbutas tuvo que superar el ámbito de los trabajos arqueológicos convencionales incorporando estudios filológicos, mitología, religiones comparadas y fuentes históricas, dando como resultado una investigación multidisciplinar que la misma arqueóloga llamó arqueomitología.

Su teoría trataba de demostrar que en la Europa neolítica había existido una sociedad pre- indoeuropea de carácter matriarcal y pacífico con una extensa difusión por el continente (un territorio que ella llamó la Vieja Europa). Esta civilización habría desaparecido por la acción violenta de una cultura patriarcal indoeuropea, que ella misma identificó como originaria del este de Europa. Así, a partir de los restos arqueológicos conocidos, Gimbutas estableció tres grandes rasgos que probarían la existencia de estas sociedades matriarcales pre- indoeuropeas, haciendo especial énfasis en su carácter pacífico y creativo:
  • Los primeros poblados neolíticos eran bastante anteriores a las primeras ciudades, de inequívoco origen patriarcal.
  • Algunos de estos poblados no tenían murallas defensivas, enterramientos de guerreros ni expresión artística referida a la guerra.
  • Los diseños artísticos de estas culturas podrían constituir un sofisticado sistema de símbolos (un meta-lenguaje) que permitía la transmisión y difusión de los valores matriarcales.
     
Este último punto es sin duda es el más apasionante de su visión, pues de alguna forma Gimbutas debía reconstruir todo un mundo social, cultural y religioso a partir de los restos arqueológicos, de relatos mitológicos y de una gran diversidad de símbolos que debían leerse en clave global. En conjunto, vendría a ser como un enorme rompecabezas con muchas piezas que hay que encajar perfectamente para obtener una única imagen. En palabras de Gimbutas, estos símbolos de la Vieja Europa "constituían un complejo sistema en el que cada unidad está entrelazada con las otras en categorías específicas, según parece. Ningún símbolo puede tratarse aisladamente, en el entendido de que las partes llevan al todo, que a su vez conduce a identificar más partes." 



Así, donde los otros expertos veían sólo motivos decorativos, Gimbutas creía que se ocultaba un lenguaje simbólico en forma de figuritas femeninas, diosas-madre o diosas de la fertilidad, así como en múltiples representaciones naturalistas o en dibujos abstractos. Por ejemplo, son muy frecuentes (y en lugares muy alejados geográficamente) las representaciones de dos espirales confrontadas, que podrían significar el ciclo de vida, muerte y renacimiento o simplemente un sentido de eternidad. Marija Gimbutas era bien consciente de que el desciframiento de este lenguaje era una tarea enorme y pesada, pero no consideraba imposible llegar a una comprensión global de esta religión neolítica.

Pero ... ¿cómo serían estas sociedades matriarcales neolíticas? Según Marija Gimbutas, en estas sociedades agrícolas no habría predominio del hombre sino que habría un equilibrio social fundamentado en la igualdad entre el hombre y la mujer, y existiría un culto a las diosas de la fertilidad, como símbolo del ciclo vital nacimiento-muerte. Estas culturas, que vendrían a ser un referente de la mítica Edad de Oro, habrían desaparecido por la irrupción de los invasores indoeuropeos, pastores y guerreros, de ideología claramente patriarcal. Sólo se habrían salvado algunos vestigios de esta antigua religión en forma de cultos mistéricos o esotéricos que subsistieron marginalmente a pesar de la imposición del dios masculino. Esta divinidad violenta masculina habría tenido varias versiones según las culturas y los periodos históricos, una de las cuales sería el mismo cristianismo, pero también tendría formas aparentemente no religiosas como el comunismo estalinista, asesino y represor.

Gimbutas puso como ejemplos de esta religión matriarcal los cultos eleusinos en Grecia, el culto a las Matres celtas, así como otras diosas de la fertilidad germánicas, eslavas, bálticas, etc. e incluso pensaba que la brujería medieval europea fue duramente perseguida porque también era una expresión tardía de estas antiguas creencias. En este último punto, Marija Gimbutas fue terriblemente beligerante contra la persecución de la diosa por parte del cristianismo más intolerante. Según escribió ella misma en The Language of the Goddess ("El lenguaje de la diosa"):
"La Regeneradora - Destructora, supervisora ​​de la energía cíclica, personificación del invierno y Madre de los Muertos, se convirtió en una bruja de la noche, dedicada a la magia que, en tiempos de la Inquisición, era considerada como discípula de Satanás. El destronamiento de esta Diosa [...] está manchado de sangre y es la mayor vergüenza de la Iglesia cristiana: la cacería de brujas de los siglos XV a XVIII fue un acontecimiento de los más satánicos en la historia europea, llevada a cabo en nombre de Cristo; la ejecución de las mujeres acusadas de brujas ascendió a más de ocho millones, y la mayoría de ellas, colgadas o quemadas, eran simplemente mujeres que aprendieron la sabiduría y los secretos de la diosa de sus madres o abuelas."

En resumen, Marija Gimbutas planteó la existencia de un complejo lenguaje simbólico femenino tomando como indicio la interpretación de determinados diseños artísticos prehistóricos. A partir de este punto, imaginó una sociedad pacífica, no represiva y dominada por los valores espirituales , lo que rompía del todo los esquemas clásicos de la Prehistoria académica, ya que ponía en duda la supuesta brutalidad y primitivismo de las comunidades humanas de aquellos tiempos.


Su trabajo no fue reconocido ni aceptado por la gran mayoría del estamento científico del ámbito de la arqueología, pero algunas pocas voces académicas, como el prestigioso arqueólogo Joseph Campbell, lamentaron que su investigación sobre este meta-lenguaje neolítico no hubiera tenido el eco o la continuidad que merecía.  En todo caso, debemos reconocer que Marija Gimbutas no sólo abrió las puertas a nuevas interpretaciones del pasado remoto del ser humano, sino que también promovió de alguna manera un cierto revival de las corrientes neo- paganistas, que se tradujo en movimientos tan conocidos como la famosa New Age.

Finalmente, podríamos preguntarnos si todas estas teorías fueron puras especulaciones debidas a un prejuicio cognitivo o bien si podían tener un sólido fundamento. Por desgracia, en arqueología, la evidencia física y la interpretación de ésta no son la misma cosa, y la falta de fuentes escritas en aquella época nos ha dejado bajo un velo de silencio que nos resulta difícil de superar. El rompecabezas propuesto por Gimbutas sigue allí esperando que alguien sea capaz de encontrar una clave definitiva que nos lleve a un redescubrimiento de nuestra historia más remota.

(c) Xavier Bartlett 2013

jueves, 5 de diciembre de 2013

Nibiru y el catastrofismo cósmico


Si bien Immanuel Velikovsky es sin duda el principal referente alternativo en cuanto al catastrofismo cósmico, con toda polémica que aún persiste en nuestros días, el no menos controvertido autor Zecharia Sitchin, el hombre que interpretaba la civilización sumeria en clave extraterrestre, también abordó el tema del origen del Sistema Solar a partir de los relatos mitológicos. Así pues, Sitchin retomó la estela de Velikovsky un cuarto de siglo más tarde y presentó en su obra El 12º planeta su particular versión del catastrofismo en el Sistema Solar, dedicando dos capítulos a desvelar la enigmática presencia de un planeta desconocido, Nibiru, como actor protagonista del drama cósmico.

Sitchin se aferraba a la idea de que los sumerios –y luego los caldeos– tenían grandes conocimientos astronómicos y que habían reconocido hasta doce planetas (incluyendo el Sol y la Luna). Basándose en el Antiguo Testamento y en otras antiguas fuentes, Sitchin observó una repetida simbología del doce en varias culturas, tanto en el terreno astrológico-astronómico como en el mitológico: doce constelaciones del Zodíaco, doce dioses principales hittitas, doce titanes griegos, doce tribus de Israel, etc. A este respecto, Sitchin creía que los sumerios no sólo conocían cinco planetas –como se admite habitualmente–, sino que hablaban de un conjunto de doce astros llamado mulmul (que la ciencia había atribuido previamente a las Pléyades, un grupo de estrellas de la constelación de Tauro), y que serían en realidad los componentes del sistema solar. Naturalmente, aun sumando la Luna y el Sol a este grupo, tenemos un planeta de más, que no encaja en nuestro conocimiento del Sistema Solar.

Este sería el 12º planeta, Nibiru, situado más allá de Plutón, que la ciencia actual no ha reconocido. Sin embargo, los sumerios –pese a no disponer de instrumentos de observación como los nuestros– estaban al tanto de todo, porque según ellos mismos, sus dioses (los Anunnaki) les habían transmitido el conocimiento de todo lo concerniente al Sistema Solar.
Sitchin recurrió a ciertas representaciones de astros en un antiguo sello acadio del tercer milenio a. C. para reafirmar su propuesta. No obstante, también afirmaba que debió existir otro planeta entre Marte y Júpiter, en el espacio que actualmente ocupa el cinturón de asteroides. Ello supondría añadir un nuevo planeta a nuestra lista, lo que daría un total de trece. Pero entonces, ¿cómo se explica la afirmación de los doce planetas? Esta es la pieza clave de la teoría catastrofista del autor, que se aparta de lo propuesto por Velikovsky, para crear su propia versión del origen del Sistema Solar. Sitchin se apoyó una vez más en la mitología para dar una explicación distinta sobre el origen de los planetas. Concretamente, tomó la epopeya de la creación sumeria, el Enuma Elish, para narrar toda una serie de catástrofes cósmicas disfrazadas de meros acontecimientos de carácter divino. Tomando los textos míticos en los que los dioses representarían a los astros, Sitchin dibujó el siguiente escenario cósmico primigenio:

En el inicio de los tiempos sólo había dos grandes cuerpos celestes y uno más pequeño. Por un lado, Apsu (el Sol), que existía desde el principio, junto con su pequeño emisario Mammu (Mercurio) y por otro, un gran planeta llamado Tiamat. Las aguas de Apsu y Tiamat se fusionaron posteriormente para dar vida a otros dos planetas intermedios, que serían Lahmu y Lahamu (Marte y Venus, los planetas masculino y femenino). Más tarde, se formaron los dioses «de mayor tamaño» Kishar y Anshar (Júpiter y Saturno). Finalmente, el escenario cósmico se completó con el nacimiento de dos nuevos planetas, Anu y Ea (o Nudimmud), que serían Urano y Neptuno, más otro pequeño emisario, hijo de Anshar, que era Gaga (Plutón). El lector ya habrá notado que aún no tenemos noticias de la Tierra ni de la Luna. Esta es la segunda parte del drama.

Al parecer ser, la diosa Tiamat estaba molesta con los avances, retiradas y cabriolas de sus hermanos, los nuevos planetas (lo que Sitchin interpreta como órbitas erráticas que se interferían en el camino de Tiamat). Para poner paz, Ea neutralizó el papel generador de materia primordial que tenía Apsu, con lo cual el sistema adquirió una cierta estabilidad. Sin embargo, el propio Ea engendró un nuevo planeta de gran tamaño, exterior al sistema. Este nuevo planeta sería llamado Nibiru por los sumerios y Marduk por los babilonios. No obstante, por otro lado, Tiamat había creado al satélite Kingu –su hijo primogénito– sin la aquiesciencia del resto de dioses.

Y llegamos al acto final. Cito literalmente a Sitchin en su referencia a los mitos mesopotámicos:
«El dios [Ea] que dirigió la revuelta contra el Padre Primigenio [Apsu] tuvo una nueva idea: invitar a su joven hijo [Marduk] a unirse a la Asamblea de los Dioses y darle la supremacía, para que fuera a combatir así, sin ayuda, al “monstruo” en que se había convertido su madre [Tiamat]. Aceptada la supremacía, el joven dios Marduk, según la versión babilonia, se enfrentó al monstruo y, tras un feroz combate, la venció y la partió en dos. Con una parte de ella hizo el Cielo, y con la otra la Tierra.»
Este episodio, traducido al ámbito astronómico, ocurrió según Sitchin de esta forma: Marduk, en su movimiento retrógrado (al revés que el resto de planetas), penetró en el sistema solar causando toda una serie de transtornos, incluyendo la creación de nuevos satélites y alteraciones en las órbitas. Así pues, Marduk se fue acercando a la órbita de Tiamat y –en un primer paso muy cercano– le arrancó hasta once satélites. Finalmente tuvo lugar una batalla cósmica, un tremendo choque entre Tiamat, Kingu y Marduk, si bien Sitchin puntualiza que Tiamat y Marduk no llegaron a colisionar entre sí. Los que hicieron impacto sobre Tiamat fueron los satélites de Marduk. Éste aprovechó la herida producida para lanzar una flecha (una gran descarga eléctrica), de tal forma que partió a Tiamat en dos, creando por un lado un nuevo cuerpo celeste (Ki, la Tierra) y por otro un conjunto de pequeños restos esparcidos por el espacio, que daría lugar al cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter, así como a algunos astros errantes, los cometas. Por lo que respecta a Kingu, se acabaría convirtiendo en el satélite del nuevo planeta, es decir, la Luna. A su vez, Marduk, o Nibiru, quedó en una órbita muy excéntrica alrededor del Sol, estableciéndose un periodo de cruce con el resto del sistema de 3.600 años.

El resultado final ya se deja ver fácilmente. El Sol, la Luna y los nueve planetas que conocemos continúan en sus posiciones mientras que Nibiru, el 12º planeta o el planeta «X», se mantiene expectante fuera del sistema, si bien pasa a vigilarlo regularmente –en calidad de «jefe supremo»– cada 3.600 años.

Bonita historia, sin duda. Zecharia Sitchin estaba convencido de que los mitos y la astronomía de las culturas mesopotámicas describieron la historia real del sistema solar y que todas las incógnitas que todavía se plantea la moderna ciencia tienen su explicación si interpretamos correctamente esos relatos mitológicos. 

Pero... ¿qué ha dicho la ciencia de todo esto? En primer lugar, los astrónomos no han reconocido la existencia de ningún planeta exterior, si bien ha habido noticias sobre la observación de supuestas anomalías o perturbaciones que sugerirían la presencia del tal planeta. Lo más aproximado a un posible Nibiru son unos cálculos realizados por unos investigadores japoneses de la Universidad de Kobe en 2001 que auguraban el descubrimiento de un nuevo planeta en los próximos años. Por otro lado, los científicos opinan que, de existir, Nibiru sería un planeta de tipo gaseoso, extremadamente oscuro y frío, y sin posibilidad de que tuviera formas de vida semejantes a las de la Tierra. Pero a día de hoy, a no ser que recurramos a las consabidas teorías conspirativas, especulando sobre lo que la NASA oculta o deja de ocultar, no hay ninguna confirmación de que Nibiru exista.

Sobre las afirmaciones de Sitchin con respecto al origen del sistema solar, los científicos presentan, entre otros, los siguientes hechos:
  • Las teorías actuales afirman que la Luna se creó a partir de materia de la Tierra, posiblemente desgajada a causa del impacto sobre la Tierra de un astro del tamaño de Marte.
  • Actualmente se cree que el cinturón de asteroides no formó parte de ningún astro. Se trata de un conjunto de materiales que no llegaron a consolidarse como planeta, debido a los efectos gravitacionales de Júpiter; y aun juntando todos ellos, apenas tendríamos el tamaño de un pequeño planeta.
  • Aseverar que el paso próximo de Nibiru fue capaz de arrancar materiales (satélites) de Tiamat por acción de las fuerzas gravitatorias se considera un atentado a la Física.
  • Un encuentro tan próximo entre dos grandes cuerpos celestes debería haber variado la órbita de ambos, dado que su movimiento se habría visto frenado de forma significativa. Un segundo escenario de colisión sería altamente improbable.
  • También es muy improbable que el impacto de Nibiru sobre Tiamat hubiese provocado la formación de un planeta en una órbita regular (en la posición donde está la Tierra) sin ninguna aceleración adicional.
  • Asimismo, no se explica bien cómo es que Nibiru no haya perturbado la órbita de los planetas más exteriores en su paso regular por el sistema cada 3.600 años.
Pero hay más. Algunos críticos dudan también de la interpretación que hace Sitchin de su sello acadio. Para el astrónomo Tom Van Flandern no es más que una representación artística de una estrella rodeada de otros astros, ya que resulta complicado establecer relaciones seguras entre la proporción y posición de los astros y dar por supuesto que reproducen el sistema solar. Asimismo, se ha puesto en duda la identificación que hizo Sitchin de los dioses-planetas. Tomando fuentes sumerias, acadias y babilonias, otros especialistas en las civilizaciones de Mesopotamia han asignado distintos nombres a los planetas.

Así pues, como mínimo, la opinión de Sitchin quedará en el terreno de lo (muy) discutible.  Sea como fuere, el tema del catastrofismo ligado a Nibiru tuvo un reciente renacimiento con las polémicas ligadas al año fatídico 2012, pues Sitchin estimó que el último cruce de este planeta fue hacia el 1600 a. C. –lo que habría causado diversos cataclismos– y se le esperaba en consecuencia hacia inicios del tercer milenio, o sea más o menos en estos tiempos. ¿Todavía sin noticias de Nibiru? ¿No debería haber llegado ya?

(c) Xavier Bartlett 2013