martes, 25 de septiembre de 2018

La Inquisición no fue lo que nos han contado



Después de algunos años de reflexión y lecturas, me cabe poca duda de que la llamada historia oficial y las diversas historias nacionales no sólo están lejos de presentar verdades objetivas (lo cual sería una quimera), sino que ni siquiera son capaces de construir un cuadro equilibrado y contrastado de lo que fueron los hechos acaecidos en el pasado. En parte esto se debe a la falta de documentos y pruebas, a lo que ha de sumarse la influencia de los inevitables sesgos y prejuicios. Sin embargo, todo ello es poco cuando descubrimos que la historia ha sido constante objeto de manipulación y tergiversación –realizadas por motivos ideológicos, políticos o religiosos– a lo largo de los siglos. En este sentido, existen varios episodios históricos que se han dado por verdaderos e indiscutibles durante siglos, pero que en los tiempos recientes algunos historiadores han empezado a desmontar gracias a un meritorio ejercicio de rigor y honestidad profesional.

Uno de ellos ha sido la famosísima leyenda negra sobre la España imperial y católica del tiempo de los Austrias, que fue construida hábilmente como una auténtica maniobra de propaganda política por parte de los países anglosajones y protestantes en general, si bien otras potencias, como Francia, se subieron a este carro por puro interés, dado el conflicto de intereses con España. Y como siempre suele ocurrir en estos casos, para que la mentira sea más creíble e impactante, debe contener una parte de verdad. Esto hace más perversa la maniobra, dándole un aire de credibilidad al explicar sólo un parte de los hechos o retorciendo y exagerando otros para consolidar un relato devastador.

Sólo para recordar los elementos básicos, diremos que según esta leyenda negra, tejida en Europa (particularmente en Holanda e Inglaterra) a partir del siglo XVI, los españoles –imbuidos en el oscurantismo y fanatismo de su fe católica– se habían dedicado a matar y esclavizar a los indígenas americanos y habían perseguido con saña a brujas, herejes y librepensadores, llevando a muchos de estos a la cárcel, la tortura y el patíbulo. Y desde luego, existe una parte de verdad en ello, pues en América existieron los asesinatos, brutalidades, abusos y explotaciones. Y por otro lado, la actuación implacable de los tribunales contra los herejes y sobre todo contra las brujas durante varios siglos es bien conocida. No obstante, aquí subyacen dos factores que distorsionan todo el relato. En primer lugar, los demás –las naciones civilizadas cristianas (también las protestantes)– no fueron mejores en su relación con indígenas, herejes y brujas. Y en segundo lugar, los abusos y crímenes supuestamente cometidos contra los “inocentes” no fueron tantos, o fueron convenientemente exagerados o falseados[1].

En el presente artículo me centraré en la desmitificación de una parte de esa leyenda negra, que fue el controvertido papel de la Inquisición, principalmente en España, pero también en otros países. Lo cierto es que nada más citar la palabra “Inquisición” a muchas personas les viene a la memoria un escenario de severos autos de fe, tétricos calabozos, instrumentos de tortura, hogueras donde se quemaban a las brujas, etc. Y esta imagen de crimen y brutalidad en nombre de la religión católica ha permanecido en la mente de generaciones como muestra de la intolerancia y la prepotencia de la Iglesia frente a cualquiera que osara retarla. Sin embargo, ¿realmente fueron así las cosas? Ya a finales del siglo XX algunos historiadores como Peters y Kamen habían profundizado en la cuestión y habían empezado a derribar algunos clichés y tópicos populares que no se ajustaban a los hechos contrastados. Pero hay más. Poca gente sabe que hacia la misma época, en los últimos años del papado de Juan Pablo II, el Vaticano –por deseo expreso del Papa Wojtyla– facilitó el acceso a los archivos del Santo Oficio[2] a un equipo de 30 investigadores para que dilucidaran qué había de verdad en esa visión tópica de una Inquisición que funcionaba como una máquina de ejecutar herejes.

El Papa Lucio III
El resultado de dicha investigación se publicó en 2004 en un grueso informe de casi 800 páginas editado por Agostino Borromeo y, para sorpresa de muchos, desveló a modo de conclusión que la Inquisición, tanto en España como en otros lugares, no había sido tan perversa y asesina como se había repetido durante siglos. Vayamos por partes. Como punto de partida, hay que señalar que la Inquisición no fue un invento español ni de la Edad Moderna, sino que fue promovida por el papado y se remonta a la Edad Media. Concretamente, fue creada por el Papa Lucio III en 1184 y el motivo de su implementación fue doble: por un lado, combatir la expansión de las doctrinas heréticas que campaban por Europa en aquella época; y por otro, ofrecer cobertura legal a los acusados de herejía, que llevaban siglos siendo objeto de persecución y ejecución por parte del poder secular; es decir, el poder político.

El propósito de esta institución era pues la de marcar claramente la línea de la doctrina ortodoxa católica frente las herejías y evitar que los juicios contra los herejes fueran del todo arbitrarios. Como se puede ver en la película “El nombre de la rosa”, el fraile Guillermo de Baskerville incidía en que la Inquisición se había creado para orientar y hacer que los desviados volviesen al redil del catolicismo, no para castigar y destruir enemigos político-religiosos. Para entender esto, hay que señalar que el poder político se había fusionado con el poder religioso como si fuesen una misma cosa, nada nuevo en la historia, por otra parte. De hecho, esta unión de intereses entre cristianismo y autoridad política se remontaba al primer concilio de Nicea (en el 325), convocado oportunamente por el emperador Constantino. En efecto, el emperador tuvo un papel muy destacado en la sombra, al fomentar una religión cristiana unificada –la que en adelante sería católica– como religión imperial, impuesta a todos los súbditos. De este modo, la autoridad del soberano derivaba directamente de la autoridad divina y no estaba sujeta a crítica ni oposición, al haber una equiparación entre ambos conceptos[3]. Por otra parte, apelar a Dios ya era suficiente para montar y justificar cualquier maniobra política, así como guerras y conquistas.

Ahora empezamos a tener un contexto histórico adecuado. En realidad, la herejía era perseguida por el estado, ya que religión y política eran inseparables. Así pues, la herejía –que a menudo iba más allá de la crítica religiosa y se adentraba en la denuncia social, política y económica– era un crimen contra la autoridad estatal y debía ser perseguida y castigada con dureza. Recordemos al respecto que ya en el código legal del emperador Justiniano (siglo VI) la herejía era considerada un delito capital contra el estado. Esto provocó que mucha gente desafecta, levantisca, conflictiva o con ideas propias fuera a parar ante un noble o señor local que impartía un simulacro de justicia que solía acabar muy mal para el acusado. Y cabe suponer que muchas personas fueron acusadas de herejía por motivos espurios o interesados, y que los señores no estaban por labor de enzarzarse en discusiones teológicas –para las cuales no estaba preparados– sino más bien de dictar sentencias condenatorias hacia la gente presuntamente hostil para la comunidad (y el poder).

Escarnio público de condenados por la Inquisición
Esta habría sido la causa que movió al Papa Lucio III a crear la Inquisición como instrumento de justicia, para distinguir a los verdaderos herejes de los que no lo eran y facilitar así sentencias apropiadas y justas al dogma católico. Así pues, la Inquisición debía disponer de jueces cualificados –sobre todo lo fueron los monjes dominicos– que debían proceder con arreglo a las pruebas presentadas. El objetivo en sí de esta práctica no era castigar sin más, sino corregir y mostrar el camino recto a las ovejas que se habían descarriado. 

Aquí, la información desplegada en el informe nos muestra que, en efecto, se produjeron muchas condenas a diversas penas o penitencias, pero que la tortura para obtener confesiones fue esporádicamente aplicada y que las ejecuciones (penas de muerte llevadas a cabo por el brazo secular), por lo menos en el caso español, rondaron apenas el 1% de los casos tratados, que se han cifrado en unos 125.000. Y, aparte, muchos acusados salieron del tribunal libres de culpa o con sus sentencias suspendidas. De aquí que podamos decir que la acción de la Inquisición salvó a muchos acusados de acabar linchados por las turbas o sentenciados por la autoridad secular.

Ahora bien, en los casos en que no había remedio (los herejes que no se retractaban), la Inquisición no se quedaba de brazos cruzados. Así, aunque no quemaba a nadie directamente, excomulgaba al reo y acto seguido lo entregaba a la autoridad secular para que ella procediera a aplicar la pena máxima. Lo que ocurrió es que según avanzaba la Edad Media, sobre todo a partir del siglo XIV, se consolidaron los poderes absolutos reales y el papado fue perdiendo autoridad y control sobre el Santo Oficio. De este modo, la Inquisición cayó en la órbita de las realezas de cada país y en cada reino se aplicó de forma distinta con más o menos dureza. En el caso de España, los documentos apuntan a que la Inquisición procedió con rigor pero con justicia y benevolencia.

Precisamente a partir del siglo XVI, cuando se desató en Europa una histeria colectiva por los casos de brujería, la Inquisición –en España e Italia– se mostró ecuánime y desestimó muchos casos que no tenían fundamento. Sin embargo, el tópico mantenido a lo largo de siglos es que la Inquisición española mató a miles de brujas, hecho que sucedió realmente en países protestantes, ya fuera por la acción de los tribunales civiles o los religiosos. En lo referente a la persecución de herejes y científicos audaces, bien es cierto que la Iglesia católica quemó a Giordano Bruno, pero los calvinistas habían quemado décadas antes a Miguel Servet. E incluso los puritanos protestantes ingleses que colonizaron América no dudaron en mantener la caza de brujas y los juicios a mujeres sospechosas, como sucedió en el conocido episodio de las brujas de Salem a finales del siglo XVII, en que la histeria religiosa desatada llevó a la horca a 19 personas. En suma, el llamado mundo civilizado de aquella época fue intolerante y justiciero en cualquier forma de religión, y la labor de la Inquisición no fue peor a lo que se hizo en muchas otras partes.

Batalla naval entre la Armada y la flota inglesa
En cuanto a lo que aconteció históricamente con la Inquisición española, cabe decir que el predominio del Imperio español en Europa y América en el siglo XVI se había hecho tan grande que sus enemigos, vencidos en el campo de batalla, recurrieron a la propaganda masiva en forma de libros y panfletos para desgastar políticamente a España y unir voluntades contra ella, llegando más allá de la crítica religiosa cuando era necesario. Así, como ya expuse en su momento en un artículo específico, el desastre naval de la mal llamada “Armada Invencible” fue tergiversado y magnificado por los ingleses de la época, que lo vendieron como una grandiosa victoria militar sobre un enemigo muy superior. Eso sí, los que pasaron a la historia como unos héroes se cuidaron muy mucho de airear el hecho de que en Irlanda asesinaron sin más a 2.000 náufragos de la Armada, indefensos y exhaustos. En todo caso, el mito de la Armada se mantuvo como algo indiscutible durante siglos hasta prácticamente nuestros días[4]. En fin, el resultado de esta campaña de propaganda fue que buena parte de Europa asumió que el imperio católico español y su ominosa Inquisición eran depravados y crueles, y que cometían terribles atrocidades con los indios de América y con los no-católicos.

Con todo, es innegable que la intolerancia y las persecuciones existieron, y que la Iglesia ya acumulaba un largo historial de ejecuciones de paganos o de herejes desde la época de Constantino, si bien sería más exacto decir que fue el poder secular el que llevó a cabo las peores purgas y matanzas con excusas teológicas o doctrinales. Lo que está claro es que en aquellos tiempos, al estar unidos el poder religioso y el político, se podía justificar todo tipo de maniobras para obtener los fines deseados, y más aún teniendo en cuenta que los disidentes religiosos eran considerados a la vez disidentes políticos. Esto se pudo ver en la tristemente célebre cruzada contra los albigenses (los cátaros) en el siglo XIII, que en realidad fue la toma de Occitania por parte del poder real francés. De igual modo, las diversas cruzadas en Tierra Santa, bajo la excusa de retomar los Santos Lugares, tenían como meta la conquista de territorios estratégicos en Oriente. Y en ambos casos la Iglesia, que actuaba como una gran potencia más, promovió, apoyó y bendijo las operaciones militares y todos los excesos cometidos, que no fueron pocos.

En conclusión, es posible que la Inquisición no fuera tan terrible como nos han pintado habitualmente, por lo menos a la vista de las pruebas recuperadas, y que buena parte de su pésima imagen –en especial en España– se debiera a la ya mencionada propaganda en forma de leyenda negra. Ahora bien, es evidente que la alta jerarquía eclesiástica estuvo metida de lleno en asuntos terrenales, en luchas por el poder y en influencias de todo tipo, por lo menos hasta el siglo XIX. Lo que la historia nos muestra es que la Iglesia institucionalizada surgió como un aliado del poder político y que incluso todos los cismas y separaciones fueron provocados por cuestiones meramente políticas. Ello no obsta a que la Iglesia tuviera su propia opinión o sus propios métodos, lo que llevó a no pocos choques con el poder secular o incluso entre los clérigos “de base” y la jerarquía católica, algo que se ha venido repitiendo prácticamente hasta la actualidad.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons




[1] Sólo por ejemplificar este doble rasero, cabe citar que en América los anglosajones mataron indígenas a mansalva, los llevaron al borde de la extinción y apenas se mezclaron con ellos. Aparte, hicieron buen negocio con los esclavos en sus grandes plantaciones, donde no eran precisamente muy bien tratados. Frente a esto, las misiones españolas se mostraron más integradoras y humanitarias, y la propia Iglesia defendió los derechos de los indios. Y si bien es cierto que los españoles acabaron con muchos indígenas, la mayoría de muertes se debió a las enfermedades. Por lo demás, no hubo genocidio y sí bastante mestizaje. Y aunque es poco sabido, en las guerras de independencia de las colonias americanas a inicios del siglo XIX, la gran mayoría de indígenas tomó partido por los realistas, no por los criollos terratenientes americanos.

[2] Nombre dado al organismo continuador de la Inquisición desde 1904. En 1965 pasó a denominarse Congregación para la doctrina de la fe.

[3] Aún hoy, existe el formulismo de considerar a un rey o emperador como puesto en el cargo “por la gracia de Dios”, como si fuera una legitimación indiscutible. Véanse, por ejemplo, las monedas británicas en que junto a la efigie de la reina aparece la fórmula “D.G.” (Dei Gratia, por la gracia de Dios).
[4] Véase el artículo sobre dicho tema en este mismo blog.

viernes, 14 de septiembre de 2018

El Arca de la Alianza: entre el mito y la historia


Hace unos pocos años tuve el honor de entrevistar al afamado investigador escocés Graham Hancock para la revista Dogmacero y al preguntarle cómo se había introducido en el mundo de la arqueología alternativa me explicó esta asombrosa anécdota ocurrida en Etiopía en los años 80 del pasado siglo. Permítanme que trascriba este fragmento:

“Yo era el corresponsal de África Oriental para The Economist, por lo cual viajaba regularmente a Etiopía para realizar informes de actualidad (la guerra civil, la hambruna de 1984...). Y en uno de mis viajes regulares me encontré en la ciudad de Axum, al norte de Etiopía. Pasé unos días en la ciudad, y –a pesar de la situación de guerra civil– me pareció que tenía un ambiente extraordinario, con notables monumentos históricos, enormes estelas (tan altas como los obeliscos egipcios) y una catedral muy antigua. Y en los jardines de esa catedral, había una capilla y fuera de esa capilla, un monje, con el que finalmente llegué a conversar a través de mi traductor. Me dijo nada menos que era el guardián del Arca de la Alianza, y –como hacía poco que había visto la película En busca del Arca perdida­– tal afirmación me intrigó inmediatamente. Como periodista, siempre he tenido olfato para una buena historia y pensé: «Esto es increíble, en medio de las guerras de Etiopía, este monje me dice que tiene el Arca de la Alianza en la capilla detrás de él». Este encuentro, que relaté en mi libro The Sign and the Seal[1], fue el comienzo de un largo camino para mí, cuando comencé a indagar en este misterio de que los etíopes afirman poseer el Arca de la Alianza, y si bien los eruditos se habían mostrado muy desdeñosos al respecto, gradualmente comencé a pensar que había algo cierto en todo aquello.”

En fin, no cabe duda de que con el paso de los siglos el Arca de la Alianza se ha convertido en un artefacto fascinante que cabalga entre el mito y la historia, y cuyo influjo va mucho más allá del terreno puramente religioso. En efecto, la Biblia –aparte de su evidente condición de texto religioso– contiene elementos históricos y otros más bien legendarios o muy dudosos, cuya autenticidad o fiabilidad están bajo sospecha a falta de datos históricos o arqueológicos que puedan corroborarlos. Este es el escenario en que se mueve el Arca, que ha sido objeto de numerosas búsquedas y pesquisas desde que desapareció de Jerusalén en tiempo inmemorial, supuestamente llevada a un lugar seguro para no ser objeto de expolio. Sea como fuere, a día de hoy el enigma persiste: ¿Existió realmente el Arca? ¿Qué clase de objeto sagrado era? ¿Realmente se perdió para siempre o está custodiada en Etiopía, como nos apuntaba Hancock? ¿O tal vez permanece oculta en otro lugar? Vamos a hacer un poco de historia para situar la polémica y arrojar un poco de luz sobre estas cuestiones.

Réplica moderna del Arca
Lo que la propia Biblia nos cuenta es que fue el dios Jehová o Yahvé el que ordenó a Moisés la construcción de este objeto, que sería el símbolo o representación física de la divinidad entre los israelitas. Y en este “encargo” sorprende la exactitud de las instrucciones dadas por Yahvé para la fabricación del Arca, que podemos leer en Éxodo 25:10. Básicamente se trataba de una caja de madera de acacia de unas dimensiones aproximadas de 1,14 x 0,68 x 0,68 metros[2]. Estaba completamente forrada de oro puro en su interior y exterior y tenía una tapa en forma de trono con una marcada moldura o cornisa y dos querubines –también de oro– en los extremos, cuyas alas se extendían hacia el centro y se unían a modo de protección. Aparte tenía cuatro anillos (dos a cada lado) por los cuales se introducían dos barras o bastones de madera de acacia recubierta de oro que eran empleados para izar y mover el arca. Con todo, en la Biblia se menciona que el Arca era a veces transportada en un carro tirado por bueyes debido a su peso. Y sobre lo que había en el interior de la caja, existen varias opiniones al respecto, pero se acepta generalmente que contenía reliquias sagradas, principalmente las Tablas de la Ley o la Alianza (los Diez Mandamientos) dadas por Yahvé a Moisés en el Monte Sinaí, durante el Éxodo. No obstante, otra versión apunta a que el Arca guardaba en su interior la misteriosa máquina del maná (conocida también como El ancestro de los días), que proporcionó alimento al pueblo de Yahvé en su larga travesía por el desierto. Y también hay algunos expertos que aseguran que el Arca estaba vacía, pues era simplemente la morada del Señor.

El dios de los israelitas había dado también órdenes de que el Arca debía acompañar siempre al pueblo de Israel y que tenía que ir por delante siempre que el pueblo se desplazase. En lo referente a su custodia en los momentos de acampada o asentamiento, el Arca debía morar en un espacio sagrado o santuario llamado tabernáculo, cuyo diseño y materiales también venían muy especificados por Yahvé. Los únicos hombres capacitados para manipular el Arca eran los sacerdotes levitas, los cuales debían vestir de un modo especial y cumplir unos rituales o medidas de seguridad. Al parecer, el Arca era un artilugio peligroso físicamente, pues quienes estaban cerca de ella durante cierto tiempo se exponían a enfermar y padecer vómitos, así como llagas, escamas y eczemas. Además, existe un relato inequívoco (II Samuel 6, 3-7) en el cual se narra que un hombre llamado Oza (o Uzza) tocó el arca imprudentemente cuando ésta se balanceaba sobre un carro y cayó fulminado al instante. Con todo, se sabe que incluso algunos sacerdotes también fueron víctimas de accidentes relacionados con el Arca.

En cuanto a su función, parece que tenía una doble misión. Por un lado, servía de aparato “trasmisor” entre la divinidad y los líderes israelitas, pues al parecer Yahvé se comunicaba en forma de nube justo por encima de la cubierta. Por otro lado, ejercía de artefacto milagroso para proteger al pueblo de Israel mediante su inmenso poder destructivo. De hecho, en el Antiguo Testamento tenemos relatos específicos del poder del Arca, utilizada para destruir a los ejércitos enemigos –en particular los filisteos– e incluso para derribar murallas (como el caso de Jericó). No obstante, en una ocasión los filisteos consiguieron capturarla y la llevaron a la ciudad de Asdod como trofeo de guerra. Sin embargo, al cabo de siete meses la devolvieron en un carro a los israelitas pues no sólo se habían visto incapaces de sacarle partido sino que habían sufrido varios desastres, como la destrucción de su ídolo Dagón, una plaga y una invasión de ratones, aparte de numerosas muertes y problemas físicos.

Representación antigua del Arca en un carro filisteo, lista para ser devuelta a los hebreos

El caso es que, una vez vencidos los filisteos e instalados en Canaán, los israelitas ya no tuvieron que hacer uso de su objeto sagrado por excelencia y lo depositaron en diversas ubicaciones temporales. Finalmente, el Arca fue rescatada por el rey David hacia el año 1000 a. C., que decidió alojarla en un espacio sagrado apropiado, en la capital del reino, Jerusalén, si bien la tarea fue finalmente emprendida por su hijo Salomón. De este modo, el Arca se instaló de forma definitiva en un recinto especialmente protegido (el sanctasanctorum) del templo de Salomón, de donde no salía a excepción de su uso en combate contra los enemigos de Israel. Existe una breve referencia del tiempo del rey Josías (siglo VII a. C.) en que se ordena que el Arca vuelva a alojarse en el templo, sin que sepamos con certeza cuándo ni por qué abandonó su recinto habitual. El caso es que en el 597 a. C.[3] el rey babilónico Nabucodonosor invadió Israel y saqueó Jerusalén. Y es a partir de este punto donde se pierde toda pista del Arca. Según Richard E. Friedman, profesor de hebreo y religión comparada de la Universidad de California, no hay constancia histórica ni arqueológica de que el Arca fuera ocultada, robada, destruida o llevada a otro lugar. Simplemente no hay ninguna información fiable sobre el destino del Arca desde tiempos del rey Salomón (970 a. C. – 931 a. C.), lo que deja las puertas abiertas a varios escenarios.

El Arca transportada por los sacerdotes levitas
En efecto, esta indefinición o niebla histórica ha sido el inicio de varias hipótesis o especulaciones sobre lo que pudo sucederle al Arca durante el primer milenio antes de Cristo y aún en épocas posteriores. Como ya hemos señalado, las fuentes no clarifican con detalle qué ocurrió en Jerusalén durante la conquista babilónica, si bien en la Biblia[4] se dice que los conquistadores se llevaron del templo todo lo que era de oro, de plata o de bronce, lo cual sugeriría que el Arca pudo ser llevada a Babilonia como un trofeo más. En cambio, otra versión apunta a que el profeta Jeremías –avisado por un ángel del Señor– habría puesto el Arca a buen recaudo antes de la toma de la capital de Israel, llevándola, junto con el tabernáculo, a una cueva del Monte Nebo, en la actual Jordania. Por otra parte, también corrieron historias de que el Arca había sido ocultada en el Monte Sinaí (donde Moisés recibió las Tablas) o incluso que consiguieron esconderla en un espacio recóndito bajo el templo de Salomón que no fue afectado por la destrucción y el pillaje.

De todos modos, existen otros episodios de conquista de Jerusalén que han puesto el Arca de por medio. Así, podemos citar la incursión en Canaán del faraón egipcio Shishak (o Sesonquis), que reinó entre el 945 a. C. y 924 a. C., y que según algunos autores podía haber arrebatado el Arca a los hebreos al entrar en Jerusalén. Un milenio después tuvo lugar la intervención romana en Judea para aplastar una rebelión contra el poder imperial. En este contexto, los romanos saquearon el segundo templo en época del emperador Vespasiano (70 d. C.) y se llevaron a Roma importantes objetos –tal como se aprecia en el arco de Tito– como por ejemplo el candelabro de siete brazos o Menorah. Ahora bien, según una teoría reciente, los romanos no se llevaron el Arca, ya que ésta habría sido puesta a salvo en la zona de Qumrán, si bien nos seguimos moviendo en el terreno de las conjeturas. Finalmente, cabe mencionar otra historia que roza la leyenda, que es la aparición en escena de los cruzados en Jerusalén durante la Edad Media. Según esta tradición, los caballeros templarios habrían buscado y encontrado el Arca en las ruinas del templo de Salomón y se la habrían llevado a Occidente a inicios del siglo XII, lo que viene a coincidir con la no menos famosa historia del Santo Grial[5]. Otras versiones colaterales afirman que la búsqueda no tuvo fruto o que el Arca fue a parar al final a las criptas del Vaticano.

Todo esto correspondería a escenarios relacionados con invasiones extrajeras, pero en paralelo tenemos otra tradición o explicación para el destino del Arca, y que se remonta a los propios tiempos de Salomón. Esta nueva visión sería la pista etíope, que prácticamente ha pervivido hasta la actualidad y ha dado paso a la investigación a cargo de Graham Hancock, si bien ésta difiere ligeramente de la versión ortodoxa. Prácticamente toda la historia descansa en un relato etíope llamado Kebra Nagast, una especie de epopeya nacional de incierta datación medieval y que describe el nacimiento de la monarquía etíope. Concretamente, se dice que Salomón y la Reina de Saba tuvieron un hijo llamado Baina-lehkem, que luego cambió su nombre por Menelik, tal como sería conocido como primer rey de Etiopía. Pues bien, este Menelik, nacido en África, emprendió un viaje a Jerusalén a los 22 años para conocer a su padre Salomón. Allí, el espabilado Menelik aprovechó su estancia para pedir a Salomón el Arca, a lo que éste accedió siempre y cuando se simulase que el Arca era robada del templo y fuese sustituida por una falsa. Salomón, oficialmente, se dio cuenta de los hechos demasiado tarde y no pudo capturar a Menelik, y luego se esmeró en mantener el tema del robo en secreto, pues no le interesaba que los enemigos de Israel conocieran la pérdida del poderoso artefacto. De este modo, el Arca fue llevada discretamente a Etiopía, acompañada por nativos judíos que luego se convertirían en el pueblo falasha etíope. Más adelante, con la implantación del cristianismo en el país, el Arca habría sido custodiada durante siglos por la Iglesia etíope y estaría actualmente a resguardo en la ciudad de Axum.

La capilla de Sta. María de Sión, en Axum
La versión de Hancock se sitúa unos tres siglos más tarde y propone un escenario en que los propios sacerdotes del templo se llevaron el Arca a un lugar seguro ante la impiedad del rey Manasés (697 a. C. – 642 a. C.). Este lugar fue un templo construido a propósito en la isla Elefantina (Egipto). Allí habría pasado unos 200 años hasta que de nuevo fue trasladada a Etiopía. Concretamente, se habría ubicado el Arca en un tabernáculo situado en una islita del lago Tana, quedando bajo el cuidado de la comunidad judía etíope hasta que en el siglo V d. C. la Iglesia cristiana copta se hizo cargo de ella y la alojó en la capilla de la iglesia de Santa María de Sión en Axum, donde nadie estaba –ni está a día de hoy– autorizado a entrar, ni siquiera los antiguos emperadores del país. Sólo un sacerdote, hipotéticamente descendiente de los antiguos levitas, puede entrar en la capilla y ver la reliquia. Ese sacerdote guardián le dijo a Hancock que en ocasiones especiales el Arca sale de la capilla y es llevada en procesión pero nadie puede verla directamente pues él mismo se ocupa de envolverla con densas telas “para proteger a las personas de ella”. Por cierto, cabe citar que la crítica especializada y los eruditos expertos en el tema consideraron el trabajo de Hancock como un fantasioso relato sin ninguna fiabilidad histórica o arqueológica.

Existen otras teorías diversas sobre el paradero actual del Arca que no comentaré para no extenderme en demasía, pero que podríamos resumir en dos grandes ámbitos. Por un lado, algunos autores creen que el Arca habría salido de Israel para ir a parar a tierras muy lejanas, como Zimbabwe (siendo una antigua reliquia de una tribu llamada Lemba) o bien Oak Island en Escocia, con la intervención de los templarios. Por otro lado, los más puristas –siguiendo las antiguas tradiciones ya citadas– defienden que el Arca permanece aún oculta en algún lugar de Tierra Santa: el Monte Nebo, el Monte de la Calavera o en lo más profundo del templo de Jerusalén).

Llegados a este punto, podemos comprobar que toda la historia del Arca se fundamenta en antiguos relatos o tradiciones de muy difícil comprobación empírica. Incluso si aceptáramos que los etíopes disponen de algún tipo de “arca”, nada nos asegura que sea el Arca original, que debería tener bastante más de 3.000 años si nos remontamos a los tiempos de Moisés. Es bien posible que el objeto custodiado en Axum no sea más que una copia, réplica o simple representación de un objeto mucho más antiguo que, o bien se perdió en la noche de los tiempos o bien no existió nunca. Es oportuno mencionar ahora que en toda Etiopía el culto al Arca está muy extendido, hasta el punto de existir unas 20.000 réplicas del Arca en otros tantos templos. A este respecto, cabe resaltar que ya en la Edad Media aparecieron numerosas reliquias cuya autenticidad era más que dudosa[6], incluyendo piezas “duplicadas”. Por lo demás, la época del rey Salomón fue fructífera en toda clase de leyendas y objetos prodigiosos, como –por ejemplo– otro famoso artefacto llamado La mesa de Salomón, sobre cuya naturaleza y paradero se ha especulado mucho, sin que haya visos de sacar nada en claro más allá de las brumas del misterio.

Moisés en el Tabernáculo frente al Arca
En todo caso, para muchos científicos y eruditos el relato bíblico no puede tomarse de forma literal, ya que contiene una mezcla de elementos religiosos o legendarios junto con referencias históricas del pueblo hebreo no exentas de imprecisión. Asimismo, no hay que olvidar que los libros de la Biblia fueron redactados muchos siglos después de acontecieran los hechos narrados (hacia el siglo VII a. C.) y que más bien fueron un compendio de diversas tradiciones, sobre todo la sumeria, cuya influencia en el Génesis es del todo evidente. Incluso el arqueólogo Israel Finkelstein aseguró que, a la luz de las investigaciones arqueológicas, no se puede sostener la historicidad del Éxodo de Egipto, puesto que no hay prueba alguna de que los hebreos estuvieran esclavizados en Egipto, ni que viajaran por el Sinaí ni que ocuparan Palestina, por la simple razón de que “ya estaban allí”. Por tanto, prácticamente todo lo que en él se cita sería más bien producto de una ficción literaria. De todo ello podríamos deducir que el Arca de la Alianza carece de soporte histórico y arqueológico, y que en realidad habría sido un mito construido en el siglo VII a. C. por los escribas y que pervivió por la mera repetición de la tradición.

Ahora bien, si nos adentramos de pleno en el campo de la arqueología alternativa, hay un elemento del Arca que viene llamando la atención desde hace décadas, que no es otro que sus extraños poderes, tras los cuales algunos autores no han visto ninguna mano divina sino una ciencia y tecnología altamente avanzadas, propias de una civilización superior. No hay más que leer el texto bíblico para comprobar que del Arca salía una poderosa energía, rayos, fuego, descargas, etc[7]. De hecho, ya a finales del siglo XVIII un erudito judío alemán llamado Lazarus Bendavid insinuó que “el Arca de la Alianza de los tiempos mosaicos debió contener un grupo bastante completo de instrumentos eléctricos, cuyas influencias se hacían sentir en el exterior.” Esta idea fue retomada en el siglo XX en pleno auge del realismo fantástico y la Teoría de los Antiguos Astronautas, cuyo núcleo central consistía en plantear que los antiguos dioses no fueron más que astronautas de una civilización avanzada llegados de algún lejano planeta.

E. Von Däniken
En este sentido, destaca con mucho la aportación del suizo Erich Von Däniken, que prácticamente interpretó todo el Antiguo Testamento en clave alienígena, considerando a los ángeles como astronautas extraterrestres y al propio Yahvé como el autoritario jefe de la misión. En su libro Profeta del pasado (1979), Von Däniken tocó en profundidad el tema del Arca y planteó la hipótesis de que era un artefacto de origen extraterrestre que contenía la máquina del maná, esto es, un reactor nuclear capaz de producir un alimento albuminoide a partir de algas microscópicas y rocío, según la teoría de los autores G. Sassoon y R. Dale, que tomaron como base la descripción del libro místico judío Zohar[8]. Para realizar esta síntesis sería precisa una considerable dosis de radiación y de ahí la peligrosidad del aparato y la necesidad de tenerlo aislado en una caja perfectamente protegida (y recordemos que el oro es mejor protector que el plomo contra las radiaciones). Además, Von Däniken aludía al argumento de que un artefacto tan extraño y delicado debía estar bien protegido de los rigores del desierto y de los ojos curiosos del pueblo.

El escritor suizo creía que los extraterrestres descargaron la máquina en cuestión de su nave (¿la “Gloria de Yahvé”?) y que luego dieron completas instrucciones a Moisés y a su hermano Aarón para una correcta manipulación y mantenimiento. El caso es que, tal como nos muestra el relato bíblico, muchas personas perecieron o enfermaron al exponerse a la radiación o electricidad del Arca. Sea como fuere, la máquina milagrosa cumplió con su cometido durante 40 años en el desierto, pero una vez llegados los hebreos a la Tierra Prometida –llena de recursos naturales– cayó en desuso, por lo que fue postergada y luego alojada en el templo de Salomón. Von Däniken insiste, empero, en que el Arca seguía siendo un artefacto más o menos “activo” y que por ello tuvo que ser bien resguardado en un lugar especial (“blindado”) del templo. En cuanto al destino final del Arca, Von Däniken echa mano del Kebra Nagast y cree que, en efecto, el artefacto pudo ser llevado a Etiopía, y nada menos que mediante un carro volador facilitado por el propio Salomón. Ahí es nada.

Hasta aquí podríamos decir que todo esto no es más que una retahíla de las clásicas fantasías y especulaciones del investigador suizo, si no fuera porque el tema despertó el interés de algunos profesionales académicos con amplitud de miras. Me refiero en particular a dos expertos en Física, ya fallecidos, que además tenían un notable conocimiento de las civilizaciones antiguas (de Egipto en particular). Por una parte tenemos al profesor argentino José Álvarez López (1914-2007), doctorado en Física y Química, que abordó el tema del Arca y el templo de Salomón en su libro El hombre, un náufrago del Cosmos. En dicha obra, Álvarez, afirma seriamente que el Arca fue el primer condensador eléctrico de la historia, según los propios datos citados en el Éxodo. Así, el experto argentino estima que el Arca tenía una capacidad de un microfaradio y una tensión superior a 20.000 voltios. Álvarez, pese a observar ciertas lagunas en la descripción del artefacto, identifica unas claras carencias en términos de aislamiento, lo cual explicaría los muchos accidentes sufridos por los incautos a causa de la carga estática del Arca, como le sucedió a Uzza. En cualquier caso, Álvarez considera que, montada encima de un carro, el Arca se convertiría en un arma eléctrica infernal, lo que cuadra con las descripciones de su enorme poder en el campo de batalla.

Reconstrucción del Templo de Jerusalén, con las dos columnas
Finalmente, Álvarez también analiza la estructura, diseño y materiales del templo de Salomón y concluye que también se trataría de un condensador, a mayor escala, con un alto pórtico que era en verdad un acelerador electroestático y dos grandes columnas de bronce (Jachin y Boaz) rematadas con esferas cuya misión era proteger el templo de las descargas atmosféricas, puesto que en realidad eran electrodos de efluvios. El científico argentino, ante este despliegue de antigua tecnología, no pudo evitar el elogio: “La solución de Salomón es técnicamente perfecta y debe asombrarnos que modernamente no haya sido aplicada. Evidentemente Salomón sabía más de electroestática que nosotros los modernos.” En suma, la Biblia nos muestra algunos retazos de una ciencia y técnica muy avanzadas, del todo incomprensibles en su contexto antiguo, y que lamentablemente se perdieron en un pasado remoto, sin que podamos dilucidar de dónde salieron tales conocimientos.

Por otra parte, cabe citar al físico norteamericano Clesson Harvey (1925-2012), que estudió el antiguo idioma egipcio y sus jeroglíficos y ofreció una traducción alternativa de los Textos de las Pirámides. Pero para lo que nos interesa, Harvey aportó una interesante visión del Arca y su relación con el antiguo Egipto. Harvey, releyendo la descripción de las cuatro capillas que protegían el sarcófago del faraón Tutankhamon, llegó a la conclusión de que se trataba de modelos o réplicas del Arca de la Alianza de los israelitas y que tales capillas, de madera y recubiertas de oro puro, detuvieron a los ladrones o intrusos debido a su alto poder disuasorio. En concreto, Harvey señala que las proporciones en las dimensiones de ambos objetos son exactamente las mismas, así como sus elementos y materiales, y todo ello remitía a instrucciones que aparecen en los antiquísimos Textos de las Pirámides. Harvey, por ejemplo, destaca lo siguiente:

“La forma requerida de la caja rectangular de terrible poder para tal monstruoso instrumento tenía que ser construida en sus correctas dimensiones, para que el modelo de Arca pudiera activarse por y entre los dos arquetípicos querubines de Isis y Neftis, como se describe repetidamente en los Textos de la Gran Pirámide para activar el Ojo de Heru.”[9]

El faraón Akhenatón
En suma, para Clesson Harvey, las cuatro capillas protectoras de la momia del faraón eran prototipos del Arca de la Alianza y su poder residía no tanto en las fórmulas mágicas como en un conocimiento técnico preciso. A partir de aquí, podríamos especular con la idea de que si la historia del Arca fuese cierta, su origen debería fijarse en la antigua tradición egipcia, que traspasó su saber a los futuros “israelitas”. A este respecto, debemos mencionar la teoría de que el Éxodo ha sido malinterpretado y que en realidad no se trató de la huida de los hebreos, sino del exilio forzoso del faraón hereje Akhenatón (¿Moisés?) junto con sus partidarios atonianos, lo cual pondría todos los hechos en un contexto “egipcio”[10]. Sobre esto, no es ninguna novedad señalar que varios autores han puesto de manifiesto la gran deuda de la cultura y la religión judías con la tradición egipcia, con la que comparte demasiadas similitudes.

Concluyendo: no cabe duda de que el mito y el misterio son muy atractivos, tal y como nos mostraba la famosa película de Indiana Jones, pero por desgracia no disponemos de suficientes elementos objetivos para confirmar (pero tampoco desmentir) la existencia del Arca ni mucho menos su hipotético paradero actual, si es que resistió el paso de tantos siglos. Otra cosa sería preguntarse por qué motivo los escribas iban a fantasear sobre tal objeto e iban a poner en boca de la divinidad unas instrucciones tan precisas. Para el mundo académico no hay respuesta para esta cuestión, e insiste en que o bien no existió nunca el Arca o bien fue un simple objeto litúrgico con un simbolismo religioso y nada más.

Sin embargo, ya hemos visto que algunos científicos han interpretado esas descripciones “técnicas” y han dejado claro que el Arca pudo haber sido un artefacto tecnológico, en vez de un mero contenedor de reliquias. Y aquí volvemos una vez más a la conocida tesis de la arqueología alternativa según la cual existió una civilización superior, muy avanzada tecnológicamente, que desapareció en un pasado remoto, pero cuyo tenue legado fue aprovechado por las antiguas civilizaciones conocidas, tal y como se puede apreciar en múltiples objetos y construcciones en diversas partes del mundo. Ello por no mencionar a los inevitables extraterrestres de nuestro viejo amigo Von Däniken...

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] “Símbolo y señal: en busca del Arca de la Alianza”, en edición española.
[2] No obstante, existen otras versiones –según la interpretación de los eruditos– sobre las dimensiones, haciendo la caja un poco más grande: 1,75 x 1 x 1 metros, o bien 1,25 x 0,75 x 0,75 metros.
[3] Según otras fuentes, se cita la fecha de 587 a. C. para el mismo hecho histórico.
[4] La caída y saqueo de Jerusalén se narra en Cuarto Libro de los Reyes, capítulo XXV.
[5] G. Hancock es de la opinión de que ambas reliquias eran un mismo objeto, según dedujo del estudio comparado del Parsifal de Von Eschenbach, la iconografía de la catedral de Chartres y el relato épico etíope Kebra Nagast.
[6] No hay más que referirse a la famosa Sábana Santa de Turín, que ha sido analizada por expertos durante décadas y que sigue en el limbo de la indefinición, si bien la gran mayoría de científicos cree que se trata de una falsificación de origen medieval.
[7] También se le atribuye en la Biblia el poder para separar las aguas del río Jordán, lo cual más bien parece excesivo o fantasioso.
[8] Para más detalles, véase: http://www.antiguosastronautas.com/articulos/Sassoon01.html
[9] Artículo original en inglés (The Great Pyramid Texts) en: www.pyramidtexts.com
[10] Véase el artículo de este mismo blog sobre “El enigmático faraón Akhenatón”.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Rennes-le-Château: ¿enigma o farsa?


Una de las vertientes más prolíficas –y exitosas– de la reciente historia alternativa ha sido una cierta historia esotérica, que puede incluir aspectos diversos relacionados con sociedades secretas, templarios, cátaros, tesoros ocultos, linajes sagrados, etc. Este subgénero no es en realidad nada nuevo, pues hace ya medio siglo que despegó gracias a la difusión del llamado “misterio de Rennes-le-Château” junto con otros temas colaterales. Este fue el principio de una literatura popular que mezclaba lo histórico (o político) con lo religioso y lo oculto, cuyo punto culminante tuvo lugar a finales del pasado siglo con la publicación de Holy Blood, Holy Grail[1], de los investigadores británicos Baigent, Leigh y Lincoln, que fue un notable éxito de ventas. Veinte años más tarde, el escritor Dan Brown se inspiró directamente en dicha obra –siendo incluso acusado de plagio– y saltó a la celebridad con su famosa novela (y luego película) El código da Vinci, que reincidía en la misma temática, pero con una elaborada trama de corte policíaco. Lo cierto es que a día de hoy se han publicado sobre el tema miles de libros y artículos en varios idiomas, y ya es todo un clásico de la historia alternativa.

Con tal éxito popular, podemos afirmar sin reservas que –más allá de una compleja investigación de trasfondo histórico– estamos ante todo un fenómeno cultural de masas, y en este punto sería lícito preguntarse qué hay de especulación y de realidad en este asunto y si se han manipulado o exagerado las cosas por motivos simplemente comerciales o de otra índole. En fin, por desgracia, vemos aquí la habitual sombra que planea sobre muchas obras de historia alternativa, en que se acusa a los autores de fantasía o tergiversación de los hechos para crear y vender historias fascinantes pero que tendrían escasa veracidad, con mucha más carga literaria que científica.

Esta controversia, empero, no es fácil de abordar y resolver, pero aquí al menos trataré de aportar algunos argumentos e impresiones personales, a partir de mi condición de lector de tales obras y de historiador con bagaje académico. Y como aviso a navegantes, remarco que la introducción al “misterio de Rennes” que ofrezco seguidamente está basada en las versiones convencionales y en los hechos más o menos probados. Otra cosa muy distinta son las interpretaciones, que están sujetas a crítica y revisión por las razones que luego expondremos. Vayamos pues a la presentación de los elementos esenciales.

Bérenger Saunière
Todo empezó el 1 de junio de 1885, cuando un sacerdote de 33 años llamado Bérenger Saunière fue destinado a Rennes-le-Château, un pequeño pueblo de unos 300 habitantes en la comarca de El Razès (departamento de Aude), cerca de la ciudad de Carcassonne, en el sur de Francia. El nuevo párroco, que conocía bien el pueblo pues había nacido en la cercana aldea de Montazels, vio que tenía mucha labor por hacer, empezando por restaurar la maltrecha iglesia de Santa Magdalena, que estaba casi en ruinas. El problema era grande pues las autoridades eclesiásticas no le facilitaron fondos y la gente del pueblo tenía muy poco dinero. Pese a esas dificultades, entre 1887 y 1888 emprendió los arreglos más urgentes con un dinero de la parroquia. No fue hasta 1891 en que se decidió a dar mayor alcance a las obras, gracias a una donación privada y a un préstamo del consistorio municipal. Y a partir de ese punto todo iba a cambiar de forma dramática.

De repente, Saunière pasó a tener dinero a espuertas y no reparó en gastos. De este modo, aceleró las obras en curso y a finales de siglo se permitió acabar a lo grande la restauración de la iglesia local, introduciendo algunos elementos o símbolos desconcertantes, como por ejemplo la pila de agua bendita sustentada por una estatua del demonio Asmodeo, la inscripción del tímpano Locus iste terribilis est (“Este lugar es terrible”), la presencia de dos figuras del niño Jesús (uno con José y el otro con María), e incluso un típico suelo masónico, con baldosas blancas y negras, en forma de tablero de ajedrez orientado a los puntos cardinales. Para algunos autores, en realidad la reforma convirtió la iglesia en un criptograma lleno de mensajes subliminales para iniciados, algo mucho más próximo al ocultismo que a la religión católica. Y no es menos paradójico que el obispo de Carcassonne, Félix-Arsène Billard, hiciera la vista gorda ante tantas rarezas y ante la incierta procedencia de la súbita riqueza del párroco.

La Villa Betania
Por otra parte, Saunière decidió emprender entre 1900 y 1906 otras costosas obras en el entorno. Así, con unos fondos que parecían inagotables[2], compró terrenos, sufragó una carretera decente para acceder al pueblo y edificó una mansión (la Ville Bhétanie) donde agasajaba a sus visitas, pero que justificó como una futura residencia para sacerdotes ancianos. También mandó construir un parque, una terraza o mirador (el Belvedere), un invernadero, un pequeño zoológico y sobre todo la famosa Tour Magdala (una especie de “mini-castillo” neogótico), donde ubicó su despacho y su biblioteca personal. No obstante, Saunière tuvo por costumbre alojarse en la vieja casa rectoral.

En todo este tiempo, su conducta levantó no pocas quejas, desconfianzas y sospechas pues pasaba noches enteras excavando en el cementerio, recibía muchas visitas de personajes distinguidos[3], viajaba fugazmente a lugares indeterminados (y se preocupaba de simular que no había salido del pueblo), tenía cuentas bancarias e inversiones en varias entidades francesas y extranjeras, buscaba y recogía piedras –sin aparente valor– por la región, adquiría manjares y productos refinados, recibía giros postales de toda Europa para celebrar misas, etc.

Con el paso de los años, Bérenger Saunière empezó a tener serios problemas con sus superiores eclesiásticos a causa de su inexplicable riqueza y su tren de vida. Interpelado por Monseñor Beauséjour, el nuevo obispo de Carcassonne, Saunière se limitó a decir que su riqueza provenía de las generosas sumas que recibía por parte de pecadores en busca de penitencia que deseaban mantener el anonimato. Pero el obispo mantuvo su recelo y después de varios intentos fallidos por su parte de alejarlo de Rennes o de reconducirlo, finalmente logró que fuera suspendido a divinis en 1910, lo que no comportaba la excomunión (la expulsión de la Iglesia) pero sí la prohibición tajante de administrar sacramentos y celebrar oficios. Sin embargo, un año después Saunière apeló la sentencia ante el Vaticano, que lo reintegró en su cargo, desautorizando a Beauséjour. Pero esta fue una victoria parcial, pues en 1915 fue suspendido nuevamente y esta vez de forma definitiva.

El interior de la iglesia de Sta. Magdalena (Rennes-le-Chateau), tras las reformas de Saunière
En todo caso, el dinero seguía fluyendo y sabemos que Saunière, al iniciarse el año 1917, tenía previsto implementar grandes proyectos constructivos en Rennes y en toda la comarca, incluyendo la instalación de agua corriente para todo el pueblo y la edificación de una gran biblioteca en forma de torre de 70 metros de altura. Todo esto no es fantasía, pues nos consta que encargó los planos a un arquitecto e incluso llegó a firmar, con fecha 5 de enero de 1917, un presupuesto inicial de ocho millones de francos. Pero llegados al día 17 enero, Saunière padece un súbito ataque de apoplejía a las puertas de la Torre Magdala y fallece poco después, el día 22. Se sabe que antes de morir se confesó al padre Jean Rivière, amigo suyo. Al parecer, este quedó tan impresionado ante lo que le explicó Saunière que le negó la extremaunción, pasando el resto de su vida deprimido y turbado por el recuerdo de lo que escuchó. Y por supuesto, no podía decir ni media palabra, al estar atado por el secreto de confesión.

Marie Denarnaud
Saunière fue llorado por todo el pueblo de Rennes y enterrado en una tumba del cementerio local[4]. A su muerte, desaparecieron muchos de sus objetos personales (libros, cuadros, papeles...) y con cierta sorpresa se descubrió que él nunca había poseído nada, pues toda su fortuna y propiedades estaban a nombre de su ama de llaves –y tal vez pareja– de toda la vida, Marie Denarnaud. De esta mujer se sabe que hasta 1946 vivió de modo confortable, pero al instaurarse la nueva moneda (francos nuevos), se encontró que debía declarar el origen de todo su dinero antiguo. Frente a ese dilema, antes de revelar nada sobre la riqueza de Saunière, prefirió destruir toda una fortuna en billetes antiguos y sobrevivir en condiciones más bien precarias. En tales circunstancias, vendió la Villa Betania y le prometió a su comprador, Noël Corbu, que antes de morir le revelaría “un gran secreto que le haría un hombre rico y poderoso”, pero Marie –al igual que Saunière– sufrió un súbito derrame cerebral el 29 de enero de 1953 del que ya no se recuperó; poco antes de morir sólo pudo pronunciar unas palabras ininteligibles, llevándose a la tumba lo mucho que probablemente sabía.

Esta es la historia que popularizaron varios investigadores desde la segunda mitad del siglo XX, empezando por Gérard de Sède –que lanzó el caso en el ámbito francés y luego mundial­– y acabando con la exitosa obra de Dan Brown. Obviamente, el punto central de todo este asunto gira alrededor de una hipotética fuente de riqueza que pudo descubrir Saunière en Rennes-le-Château. ¿Se trataba de un clásico tesoro de piedras preciosas, joyas, monedas, oro y plata, o era más bien otra cosa, tal vez un conocimiento secreto? A partir de aquí ya tenemos las dos hipótesis principales que ofrece la historia alternativa en torno a Rennes, que paso a comentar seguidamente. (Dejo a un lado otras hipótesis minoritarias, como la que –por ejemplo– propone que Saunière encontró nada menos que la tumba de Jesús.)

La primera de las hipótesis, la del tesoro “físico”, fue defendida por el citado autor francés Gérard de Sède en su libro L’Or de Rennes (“El oro de Rennes”), publicado en 1967. De Sède tuvo la habilidad de retomar las habladurías e historias locales sobre Saunière y conectarlas con las antiguas leyendas sobre la existencia de un fabuloso tesoro en la región, atribuido a diversas culturas o poderes. Su intención no era otra que fomentar el misterio y desbaratar la versión oficial, sostenida por la Iglesia, según la cual Saunière se dejó llevar por la corrupción y aceptó suculentos donativos privados al tiempo que traficaba a gran escala con la cuestión de las misas. En efecto, para de Sède y otros muchos autores, resultaba más que evidente que todo esto, aun siendo cierto, no explicaría satisfactoriamente el gran volumen de dinero manejado por el párroco ni sus extrañas actividades, a no ser que se hubiera dedicado a despistar a todo el mundo[5].

Así, la versión difundida por de Sède incide en que hacia 1891, en plenas obras de restauración de la iglesia, el abad Saunière encontró algo insólito en el interior de uno de los pilares que sostenían el antiguo altar de la iglesia. El hallazgo consistiría, supuestamente, en cuatro viejos pergaminos guardados en tubos de madera. El más antiguo era de época medieval y había otro del siglo XVII, y ambos parecían ser genealogías reales. Los dos restantes databan del siglo XVIII, y habían sido escritos de forma críptica por Antoine Bigou, un párroco antecesor suyo en el puesto entre 1774 y 1790. Ahora bien, según otras fuentes fueron cinco los pergaminos, e incluso otra versión afirma que ya en 1887 el campanero de la iglesia le había cedido a Saunière un tubo de vidrio con un papel enrollado en su interior que había localizado en el interior de un pilar de madera. Además, también se halló –bajo una cierta “losa de los caballeros”[6]– un recipiente con algunos objetos valiosos, incluyendo monedas de oro. A partir de ese momento, Saunière, viendo lo que podría tener entre manos, se cuidó de desviar la atención y de alejar discretamente a los operarios y a los pueblerinos de cualquier pesquisa o hallazgo sobre el terreno.

"Los pastores de Arcadia", de Nicolas Poussin
El caso es que Saunière decidió quedarse con los pergaminos y en 1892 –tras obtener el permiso del obispo Billard– se trasladó a París para tratar de desvelar el significado e importancia de los documentos. Allí frecuentó círculos intelectuales y artísticos, e incluso esotéricos[7], y se dedicó a estudiar especialmente un famoso cuadro del Louvre llamado Los pastores de Arcadia (una escena de unos pastores alrededor de una tumba en la que se lee una enigmática inscripción: Et in Arcadia ego), del pintor del siglo XVII Nicolas Poussin. Al respecto, hay que señalar que Saunière, en sus andanzas nocturnas en el cementerio, había dañado intencionadamente dos lápidas funerarias de la tumba de Marie d’Hautpoul, marquesa de Blanchefort, alegando motivos espurios, pero quizás con la turbia finalidad de ocultar pistas sobre el paradero del hipotético tesoro, ya que en la lápida horizontal constaba –medio en latín, medio en griego– la misma inscripción: Et in arcadia ego[8]. El caso es que algunas fuentes sugieren que Saunière se hizo ocultista a raíz de su viaje y que incluso se unió a la Orden de los Rosacruces, pero no hay certeza sobre ello. En fin, nadie sabe exactamente qué clase de conocimientos, influencias o poderes adquirió el párroco, pero lo cierto es que al volver a Rennes-le-Château la situación dio un vuelco espectacular y Saunière empezó su carrera de millonario emprendedor.

Estatua del demonio Asmodeo
¿Pero de qué tesoro perdido estaríamos hablando? Lo que sabemos históricamente es que Rennes fue en época antigua un enclave mucho más importante de lo que ha sido en tiempos recientes. En la era romana se llamó Rhedae (o Reddae) y tras la caída del poder imperial llegó a ser una importante capital visigoda, con miles de habitantes, en un reino que se extendía por el sur de Francia y gran parte de la Península Ibérica. Y aquí nace el primer eslabón de la leyenda: al parecer, los visigodos habrían ido acumulando un gran tesoro, fruto de sus conquistas, pero sobre todo del saqueo de Roma del año 410 a cargo de Alarico, en que dieron con muchas de las riquezas que los romanos habrían ido rapiñando a lo largo de siglos, incluyendo el fabuloso tesoro judío aprehendido el 70 d. C. por el emperador Tito en Jerusalén. Y ahí se dispararon las elucubraciones por el hecho de que Saunière hiciera colocar en la iglesia la estatua de Asmodeo, que era el demonio custodio del templo de Salomón y sus tesoros...

Siguiendo esta cadena, otras leyendas apuntaban a que el gran tesoro de Rennes podría estar relacionado directamente con los cátaros o con los templarios, porque ambas comunidades –nacidas en la actual Francia– habían amasado grandes fortunas (sobre todo los templarios) en relativamente poco tiempo y se habían ganado muchos e influyentes enemigos. Como sabemos, tanto cátaros como templarios fueron ferozmente perseguidos y eliminados por los máximos poderes políticos y religiosos en los siglos XIII y XIV respectivamente y sus riquezas bien pudieron ser ocultadas antes de caer en manos enemigas. En cuanto al destino de este supuesto tesoro, existía una historia local que se remontaba al siglo XVII según la cual un pastor de Rennes llamado Ignace Paris, al buscar una oveja perdida, había encontrado una gruta llena de esqueletos y de pilas de monedas de oro, pero nadie le creyó y terminó siendo apedreado y muerto por ladrón. Asimismo, se sabía que desde antiguo se habían explotado en la región minas de oro y de otros metales, si bien no siempre resultaba claro si se trataba de yacimientos naturales o de depósitos “artificiales”[9].

En resumidas cuentas, nos encontramos con una serie de historias fantásticas sobre inmensas riquezas que durante siglos fueron aumentando y pasando de mano en mano: judíos, romanos, visigodos, francos, cátaros, templarios, etc. hasta que en un momento dado de la Edad Media se perdió su rastro por completo. (¿No les suena todo esto a la película de 2004 “La búsqueda”, protagonizada por Nicolas Cage, en la cual las sociedades secretas tenían un papel destacado?) Lo cierto es que las conexiones históricas y arqueológicas están ahí, como por ejemplo la presencia de los Blanchefort, uno de cuyos antepasados, Bertrand de Blanchefort, había sido Gran Maestre de la Orden del Temple. En este sentido, no se puede negar que la zona está cargada de historia –a veces turbulenta– y de conflictos de poder. 

La Torre Magdala
Sin embargo, a la hora de presentar pruebas determinantes sobre esta teoría, todo se queda más bien en conjeturas e indicios. Lo único que podríamos plantear, como mera hipótesis, es que Saunière tal vez halló una especie de “mapa del tesoro”, más o menos codificado, y que le llevó cierto tiempo descifrarlo y dar finalmente con las riquezas. En cuanto a los indicios, es cierto que existen algunas breves referencias al supuesto tesoro. Por ejemplo, Saunière le confesó en una ocasión a otro sacerdote amigo suyo, de nombre Antoine Beaux, que el tesoro existía y que él lo mantenía a buen recaudo, sin dar más explicaciones[10]. A su vez, Marie Denarnaud ofreció algunas pistas y llegó a decir que “la gente que vive aquí camina sobre oro sin saberlo” y que “con lo que había sobrado [del tesoro] se podría alimentar a todo el pueblo durante 100 años y aún quedaría dinero”. Por otro lado, un maestro de obras reconoció que Saunière le había encargado fabricar un espacio bajo la Torre Magdala para guardar allí una misteriosa caja. Por supuesto, nada se sabe de tal caja ni de su contenido. Asimismo, el propio Gérard de Sède tuvo la ocasión de entrevistarse con un anciano sacerdote llamado Joseph Courtauly que le aseguró que la historia del tesoro era auténtica, y para refrendar su afirmación le mostró una colección de antiguas monedas merovingias (datadas entre el 600 y 700), presuntamente procedentes de Saunière.

No obstante, es evidente que detrás de tantas palabras casi no hay nada sólido y que quizás estemos ante una enorme maniobra de distracción. En este sentido, resulta más que extraño que Saunière, que supuestamente tenía su disposición un gran tesoro, pasara por momentos delicados y fases de estancamiento, lo que le comportó algunos episodios de impago, como el que en 1903 hizo parar sus obras en marcha. Una cosa sí es cierta, y es que muchas personas han realizado excavaciones –tanto públicas como clandestinas– en el pueblo de Rennes y sus alrededores y aparentemente nadie ha dado con ningún tesoro. Cabe destacar que en 1958 el famoso autor alternativo Robert Charroux realizó en Rennes una búsqueda intensiva del tesoro con la ayuda de un detector de metales y no encontró nada. Un año después, el ingeniero Jacques Cholet llevó a cabo –con el permiso municipal– una investigación sistemática, incluyendo excavaciones en la iglesia, y tampoco obtuvo resultados positivos. Incluso a inicios de este siglo XXI se practicó una excavación bajo la Torre Magdala, y otra vez sin ningún éxito.

Así pues, la propuesta del tesoro físico, aunque a priori parece la más plausible, carece de firmes cimientos: no sabemos dónde ni qué cantidad de riqueza pudo hallar el abad, ni cuál era su naturaleza, ni cómo la vendió, ni si lo gastó todo o si ocultó una parte. Sea como fuere, los habitantes del pueblo creyeron en su día que el abad Saunière había hallado una fuente de riqueza oculta –llamémosla tesoro– y aún hoy en día en Rennes se mantiene esta opinión, sustentada por el gran gasto realizado y por algunas actividades sospechosas del párroco.

La segunda de las hipótesis alternativas, acerca de un supuesto conocimiento oculto, es más elaborada si cabe. Lo que los británicos Baigent, Leigh y Lincoln propusieron en 1982 en El enigma sagrado es realmente una trama muy compleja, pero para simplificar diremos que no niegan que Saunière pudiera haber hallado algo de valor material en Rennes, pero que su inmensa fortuna no se derivó de tal descubrimiento. Para estos autores, la historia de Rennes es algo mucho más grande, que podría poner en peligro los cimientos de la Cristiandad y del catolicismo en particular, aparte de otras derivaciones de tipo político. El centro de su propuesta se desplaza hacia una fantástica historia ocultada a lo largo de los siglos y que por un golpe del destino fue descubierta por el abad Saunière a través de los polémicos pergaminos. 

Dicha historia parte en realidad del evangelio apócrifo de Felipe, según el cual Jesús habría tenido una relación especial con María Magdalena (presentada en los evangelios canónicos como prostituta y pecadora), hasta el punto de constituir una compañera, con relación carnal entre ambos. Este es el punto de partida de un relato que prosigue en Occidente, pues las leyendas locales hablan de que Cristo sobrevivió a la crucifixión y huyó junto con María Magdalena desde Judea a la costa sur de Francia llevando ésta en su vientre al propio hijo de Cristo[11]. Allí Magdalena habría sido acogida y protegida de las garras del poder romano por una comunidad judía. Y naturalmente, una vez nacido el niño, se habría iniciado un linaje sagrado en forma de descendencia directa de Jesucristo, que varios siglos después se juntaría con el linaje real merovingio, de procedencia franca[12]. Dicho de otro modo, se habría producido una alianza entre el poder franco, recién convertido al cristianismo, y la familia descendiente de Cristo, que a su vez descendería de la casa real judía de los reyes David y Salomón.

Estatua de un caballero templario
La argumentación prosigue por otros derroteros insospechados, que tienen que ver con la búsqueda del Santo Grial y con los caballeros templarios. Desde antiguo, se había creído que el Grial era un objeto sagrado, la copa o cáliz que había usado Jesús en la Última Cena. Así pues, durante la Edad Media había existido un gran interés por poseer esta reliquia, que supuestamente todavía permanecía en Tierra Santa. De ahí que los caballeros templarios la buscasen afanosamente en el templo de Jerusalén, sin que quede claro lo que hallaron y se llevaron a Francia: ¿El propio cáliz? ¿El arca de la Alianza? ¿Otro objeto indeterminado? Para los proponentes de esta teoría, el auténtico Grial, empero, no era un objeto físico, sino el secreto del linaje sagrado de Cristo, pues la expresión Sant Greal sería en realidad Sang Real, o sea la sangre real del linaje crístico.

En este contexto, el propio caballero Godofredo de Bouillon, en tanto que descendiente de los merovingios (y por ende, de Jesucristo) habría encabezado la primera Cruzada en el siglo XI con el propósito de liberar el Santo Sepulcro de manos infieles y “recuperar” así lo que legítimamente sería suyo. Además, habría fundado una orden o sociedad llamada el Priorato de Sión, un precedente directo de los templarios, para salvaguardar el secreto y mantener la llama viva del linaje del Grial. De este modo, el Priorato, junto con los templarios, se habría dedicado a proteger este secreto durante siglos, no sólo en Francia sino también particularmente en Escocia donde al parecer encontraron refugio otros descendientes merovingios como los Sinclair o los Stuart (véase al respecto la famosa capilla de Rosslyn), y todo ello a causa de la persecución por parte de la corona francesa y del Papado. Además, ni que decir tiene que Escocia jugó un papel clave en la pervivencia de la Orden del Temple y en la posterior aparición oficial de la Masonería en esas mismas tierras... 

Y para cerrar el relato, es obvio que Saunière debió hallar en los pergaminos pruebas determinantes del linaje de Cristo presentes en la dinastía merovingia, lo que vendría a desmontar buena parte de la doctrina católica y supondría un auténtico maremoto en el ámbito religioso pero también en el social y político. Por todo ello, esta hipótesis defiende que el verdadero valor de lo hallado por el párroco era un secreto muy valioso, esto es, la confirmación de la descendencia del último rey merovingio, Dagoberto II, con lo cual el linaje habría proseguido su devenir histórico. Al parecer, Dagoberto –al que se había querido borrar de las crónicas históricas– habría tenido un hijo, Sigeberto IV, que habría dado continuidad a la estirpe, si bien el imperio franco, dominador de gran parte de Europa occidental, pasó a ser gobernado por la nueva dinastía carolingia con el inestimable apoyo de Roma.

Uno de los pergaminos "hallados" por Saunière
En todo caso, uno de los pergaminos descifrados por Berenguer Saunière confirmaría que Dagoberto estaría enterrado en Rennes, según esta frase: “Al rey Dagoberto II y a Sión pertenece este tesoro, y aquí yace muerto.” Y para complicar más el asunto, Dagoberto se habría alejado de la Iglesia católica para abrazar las creencias gnósticas, que precisamente iban a triunfar siglos después en la misma región de la mano de los cátaros... En suma, tenemos aquí una especie de lucha secular entre dos facciones o poderes, siendo la estirpe merovingia la que se considera perseguida y agraviada –aún en el siglo XX– y que cree tener derecho legítimo a ocupar el trono de Francia y de otros países. A partir de aquí, cabe suponer que –a cambio de ceder tales reveladores documentos y de mantener la discreción– Saunière recibió una ingente cantidad de dinero, lo que explicaría su repentina fortuna. Para reforzar esta versión, algunos autores hacen notar que Saunière no dispuso siempre de una continua liquidez, sino que pasó por ciertos altibajos, lo cual podría indicar que recibía pagos periódicos o irregulares. Y aquí tendríamos que especular con una figura en la sombra que deseaba que el párroco se mantuviese en Rennes y con la boca discretamente cerrada.

Hasta aquí he intentado resumir los hechos y destacar los aspectos más llamativos de esta complicada propuesta que navega entre la religión, la política y el esoterismo, y que en su mayor parte deriva de las explicaciones dadas por un personaje llamado Pierre Plantard de Saint-Claire (1920-2000) a los investigadores británicos. Plantard, que se consideraba a sí mismo descendiente del linaje merovingio y Gran Maestre del Priorato de Sión, fue en cierto modo el gran creador del mito popular de Rennes, pues también sirvió de fuente al ya citado Gérard de Sède. En cuanto a los pergaminos de Saunière (se entiende los originales), Plantard aseguró que estaban bien custodiados por el Priorato de Sión en un banco inglés y que allí permanecerían; lo cual es decir poco más que nada. En efecto, en cuanto uno se adentra un poco en el tema del famoso Priorato y de las historias de merovingios, cátaros, templarios y masones, se acaba por perder en un universo paralelo en que todo es difuso y las pruebas fehacientes brillan por su ausencia. Hoy en día, de hecho, muchos estudiosos del tema consideran que Plantard era más o menos un farsante o embaucador que reclamaba para sí el trono de Francia y que el Priorato de Sión no era más que una invención moderna[13].

"La otra versión" sobre Jesús
Si, como ya vimos, la primera de las hipótesis tenía innumerables vacíos o incógnitas, esta segunda versión resulta más indigesta, a pesar de presentar tantas facetas e historias interconectadas. Desde mi óptica personal y opinión como historiador, considero que Baigent, Leigh y Lincoln confundieron lo real con lo especulativo y lo histórico con lo legendario, y sobre todo creyeron el núcleo de la historia narrada por Plantard, incluyendo Les Dossiers Secrets, unos documentos antiguos modificados (¿o tal vez creados?) por Philippe de Chérisey, un colaborador de Plantard. Por de pronto, se les podría recordar que la historia de Jesucristo tiene dos visiones esenciales: o bien se trató de un reciclaje de antiguas religiones paganas (y por tanto no hubo ningún Jesucristo en Judea hace 2.000 años) o bien los evangelios sí tienen un trasfondo histórico, más o menos fiel a los hechos, y por tanto Jesús existió y fue personaje real de carne y hueso. Todo lo demás navega en el terreno de la leyenda, y me refiero aquí a la versión de Faber-Kaiser sobre un Jesús que viajó a Cachemira tras la crucifixión, así como a esta versión en la que María Magdalena desembarca en Francia y se muestra como una heroína con una aureola neo-pagana que la hace parecer más a una típica diosa-madre de la Antigüedad o a la propia diosa Isis antes que a un personaje histórico.

Además, si uno afronta el tema sosegadamente verá que difícilmente puede mezclarse el cristianismo, o al propio personaje de Jesús, con esta enrevesada historia que tiene su parte histórica pero también una gran parte especulativa o legendaria, que hace que todo el argumentario resulte bastante frágil. Así, dejando a un lado la historicidad de Jesucristo, si nos ceñimos a su mensaje espiritual está claro que cuesta casar aquellas palabras de “mi reino no es de este mundo” con las riquezas materiales y las disputas político-religiosas medievales, y aún menos con las sociedades secretas (o discretas). Dicho esto, a lo mejor la Iglesia –me refiero a la jerarquía– no es precisamente la mejor defensora del mensaje de Cristo, sino más bien lo contrario, pero eso sería tema para otro artículo...

El esoterista alemán Otto Rahn
Llegados a este punto, podemos concluir que esta segunda hipótesis se presenta como un extraño batiburrillo de enigmas históricos, creencias religiosas y rivalidades políticas con un buen aderezo de ocultismo e intriga, en el que no podían faltar los nazis, que en los años 30 encargaron al esoterista Otto Rahn la búsqueda del Grial en tierras cátaras. Lamentablemente, el quid de toda la historia reside en unos pergaminos que o bien se han perdido para siempre, o bien fueron guardados celosamente. Asimismo, según las diversas fuentes consultadas, no existe unanimidad en cuanto al número exacto de documentos y el significado de su contenido, por no hablar de la grave sospecha sobre su propia existencia o autenticidad. Es más, existen ciertas opiniones que aseguran que los “verdaderos pergaminos” no tienen nada que ver con lo que se difundió a partir del trabajo de Gerard de Sède (que sólo tuvo acceso a las supuestas copias de dos pergaminos). Por lo tanto, es más que posible que todo lo que se ha publicado sobre éstos –con su mensaje críptico o herético– carezca de la más mínima fiabilidad. En suma, este escenario está muy bien para una novela fantástica y de intriga, pero no para una investigación histórica seria.

Lo mismo podríamos decir sobre muchas de las pistas, que con frecuencia se pierden en el ámbito del esoterismo, el simbolismo, o incluso la conspiración, con extrañas muertes y sospechosos accidentes incluidos. De hecho, se han propuesto también oscuras tramas paralelas en las que estarían implicados otros religiosos, sobre todo los de la región, como el propio obispo Billard, el padre Boudet (párroco de Rennes-les-Bains) o el padre Gélis (párroco de Coustassa), que fue brutalmente asesinado en 1897. Y, yendo aún más allá, se han formulado tantas y tan audaces interpretaciones en clave oculta, apelando a menudo a la geometría sagrada, que necesitaría mucho más texto para analizarlas. Así pues, y aun a riesgo de decepcionar a algunos lectores, prefiero dejarlas aparcadas y remitir a los interesados a las búsquedas en Internet, donde se puede hallar una extensa información sobre éstas. Puedo estar equivocado, pero mi impresión es que hay demasiado ruido para tan pocas nueces y que a estas alturas cuesta una enormidad separar la fantasía de los hechos.

Fachada de la Villa Betania
Personalmente, un sexto sentido me sugiere que toda esta historia de Rennes-le-Château está contaminada, manipulada o fabulada para desviar la atención o quizá para introducir determinadas creencias en la población con fines insospechados. Aunque también podría ser que ciertas personas simplemente tuvieran necesidad de obtener notoriedad, fama, dinero u otras ventajas, empezando por el propio párroco. ¿Acaso no sería posible que las corruptelas y asuntos turbios de Saunière hubiesen sido mucho mayores de lo que se ha destapado y que él mismo hubiese fomentado la historia del tesoro para ocultar la verdad? Y más tarde, otros habrían retomado la historia para sacar provecho de ella. En este sentido, se ha comentado repetidamente que el propietario de Villa Betania en los años 50, el señor Corbu, avivó la leyenda para dar publicidad al pueblo y a su restaurante allí ubicado. De hecho, la espoleta estalló en 1956 con un artículo sensacionalista, publicado en La Dépêche du Midi[14], sobre  el “cura de los millardos” que había encontrado el tesoro de Blanca de Castilla. Todo el resto –con la posterior aparición de Plantard, de Sède y Lincoln (entre otros)– fue una consecuencia casi inevitable que acabó por crear una bola de nieve que fue creciendo con el paso de los años.

Ahora bien, ello no obsta a que en esta cuestión exista un fondo real e inalcanzable que los investigadores recientes han intentado sacar a la luz, aunque sin éxito hasta la fecha. Así, es pertinente mencionar que existe sobre Rennes-le-Château una cierta literatura desmitificadora que prácticamente es desconocida por el gran público porque en gran medida rompe el hechizo y aporta explicaciones más mundanas a las andanzas del abad Saunière, en un contexto mucho más próximo a los personajes, la época y los rituales religiosos. Para no extenderme, digamos que esta literatura crítica defiende que si bien hubo controversia a inicios del siglo XX por las actividades de Saunière, la mayor parte de la parafernalia de misterio y esoterismo fue construida artificialmente a partir de los años 50. De este modo, aunque en las últimas décadas ha prosperado una cierta “fiebre Rennes-le-Château” en la que muchos autores han optado por seguir la estela del misterio y el sensacionalismo, otros tantos se han dedicado a rebuscar hasta el último detalle sobre el terreno y sobre las fuentes documentales con espíritu casi científico.

La famosa inscripción "Locus iste terribilis est"
Como consecuencia de este afán, muchos datos –algunos bastante relevantes– que aparecían en las dos obras principales aquí citadas han sido revisados a fondo y puestos en tela de juicio. Por ejemplo, se cree que el famoso pilar del altar nunca albergó los pergaminos pues sólo tenía un pequeño hueco en el que no podían caber estos objetos. Aún así, se sigue afirmando que el hallazgo fue corroborado por los obreros que estaban en la iglesia en ese momento. Por otra parte, se ha comprobado que muchas de las inscripciones extrañas (como el famoso Locus iste terribilis est) no son nada esotéricas o enigmáticas, sino que forman parte de las escrituras y fórmulas rituales cristianas, en un sentido y contexto bien conocido. Incluso se ha llegado a cuestionar que Saunière llegara a viajar a París pues no existen pruebas definitivas e independientes de tal viaje.

¿Falló la memoria de los testigos? ¿Se han confundido circunstancias y momentos? ¿Han habido tergiversaciones intencionadas? Ya sólo consultando las múltiples fuentes disponibles comprobamos que no siempre casan nombres, fechas, situaciones, detalles... Desde luego, una vez más estamos ante la gran dificultad de valorar y contrastar versiones contradictorias, lo que puede provocar más desconcierto que otra cosa. Aquí topamos con el grave problema de fondo de no poder fiarse totalmente de las fuentes de información (libros o Internet), ante lo cual no quedaría otra solución que llevar a cabo personalmente una investigación periodística o histórica en toda regla.  

Por lo demás, en mi visita a Rennes hace unos años noté a veces una atmósfera extraña, opresiva o mágica, pero bien pudo ser la autosugestión, y ya sabemos que el peso de las creencias y los prejuicios es grande. Eso sí, tanta histeria por el tesoro ha provocado que las autoridades locales hayan puesto un cartel, nada más entrar en el pueblo, en el cual se advierte que las excavaciones en toda la zona están terminantemente prohibidas. No obstante, la expectación se reduce a medida que visitamos los lugares clave. Así, la impresión general que tuve es que allí hubo quizá mucha historia pero que ahora ya no queda casi nada. Todo está servido, por supuesto, bajo el paraguas del misterio –el que aportaron Saunière y otras personas– pero al final uno se queda con la sensación de haber pasado por un parque temático, pues en realidad lo que vemos actualmente no es más que un teatro o negocio turístico bien explotado. En ese contexto, casi resulta mejor olvidarse de pergaminos y tesoros y gozar de la belleza del pueblo –situado en una privilegiada y estratégica posición natural– así como del magnífico paisaje circundante que se puede observar desde el Belvedere construido por el propio Saunière. 

Entrada al pueblo de Rennes, con el cartel que recuerda la prohibición de realizar excavaciones
En fin, la pena que siento es que detrás de la farsa, fantasía o exageración sobre el asunto que se ha ido creando durante un siglo existe algo que se nos escapa –el verdadero enigma– y que Saunière se llevó a la tumba. ¿Realmente encontró algo importante? ¿De dónde salió su tremenda riqueza? ¿Se trató de una mera aventura personal o realmente había más personas o entidades implicadas? ¿Qué hizo Saunière en sus numerosos y misteriosos viajes? ¿Por qué aparecieron por medio personajes tan notables en Rennes? Creo que detrás de toda la polvareda que ha levantado este caso en más de 100 años se mantienen algunas sombras y no hay perspectiva cercana de que la luz llegue a disiparlas.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: archivo del autor / Wikimedia Commons


[1] Literalmente, “Santa sangre, santo grial”, que en España tomó el título de “El enigma sagrado”.
[2] De hecho, se ha calculado que sólo entre 1901 y 1917 Saunière dispuso de por lo menos 15 millones de francos-oro, aproximadamente poco más de tres millones de euros de la actualidad. De todas formas, según otras fuentes, la cantidad sería apreciablemente menor.
[3] Entre ellos se encontraban nobles, artistas, literatos, economistas, políticos y hasta el Archiduque Juan de Habsburgo, primo del emperador Francisco José de Austria. Con el tiempo, y ya muerto el párroco Saunière, personajes de gran relevancia siguieron visitando el pequeño pueblo.
[4] Cabe señalar que en 2004 sus restos fueron desplazados de su tumba original –construida en forma de dos cámaras sepulcrales en 1901– a una tumba moderna donde yacen bajo cinco toneladas de cemento. La decisión fue tomada por el alcalde de Rennes y los descendientes de la familia Saunière para evitar expolios o profanaciones.
[5] Sobre este asunto, las investigaciones modernas parecen demostrar que sí existió ese tráfico de misas y que aparte consiguió otras fuentes de ingresos como regalos, venta de postales, cepillos de la iglesia, restauración de muebles, conferencias, etc. Con todo, aun resultaría insuficiente para justificar todo el gasto que realizó el abad, lo que sugeriría la existencia de una fuente de recursos indeterminada.
[6] En dicha losa se representa a dos personas montadas sobre un caballo, lo que podría ser un clásico símbolo templario o bien la representación de la huida a caballo del hijo del rey Dagoberto II junto con su protector hacia tierras inglesas (lo que constituye una interpretación más del misterio de Rennes).
[7] Entre sus relaciones, mantuvo una íntima amistad (¿quizá algo más?) con Emma Calvé, una diva de la ópera de aquella época, que además de ser artista estaba muy versada en temas esotéricos.
[8] Y, por cierto, el ya citado padre Bigou había sido el capellán de los marqueses de Blanchefort y el autor del epitafio de la tumba de la marquesa.
[9] Sólo como ejemplo, en 1860 se llegó a encontrar un gran lingote de oro de más de 50 kilos de peso cerca de la localidad de Bézu.
[10] Esta anécdota fue recogida por de Sède en su libro. Según parece, Saunière dijo literalmente en lengua occitana: Me l’han donat, l’hay panat, l’hay parat é bé le téni. (“Me lo han indicado, le he echado mano, lo he arreglado y lo tengo bien seguro.”)
[11] Otras versiones apuntan a que sólo Magdalena viajó a Francia, acompañada de sus hijos (más de uno).
[12] Los francos eran una comunidad o tribu germánica que ocupó gran parte de la actual Francia tras la caída del Imperio Romano de occidente, en el siglo V d. C. Posteriormente acabaron con los reductos romanos y con la importante presencia visigoda al sur del país.
[13] Oficialmente, su fundación aparece registrada por la administración francesa en 1956. No obstante, cabe reseñar que en la Edad Media sí que existió una Orden de Sión.
[14] En concreto, un artículo titulado La Fabuleuse Découverte du Curé aux Milliards de Rennes-le-Château, publicado en tres partes los días 12, 13 y 14 de enero de 1956, a cargo del periodista Albert Salamon, siendo Corbu la fuente de su información.