miércoles, 28 de diciembre de 2016

Anécdotas y curiosidades del mundo de la arqueología


Llegamos a fin de año y cerramos ya la 4ª temporada de La otra cara del pasado. A modo de divertimento y regalo navideño me permito ofrecer a todos los lectores una serie de pequeñas historias o anécdotas del mundo de la arqueología oficial  que por uno u otro motivo tienen su punto curioso o insólito. Que ustedes lo disfruten.
 

Ante la duda... los romanos


Cromlech de Stonehenge
Hasta hace no muchas décadas el ahora emblemático y famoso yacimiento megalítico de Stonehenge (Gran Bretaña) era apenas un montón de notables ruinas que nadie comprendía bien. Para el pueblo llano, las piedras “siempre habían estado allí”, mientras que para los eruditos la identidad de los constructores de tal monumento constituía todo un misterio. Ya desde los inicios de la Edad Moderna se habían sugerido las más diversas hipótesis, con poco o ningún fundamento. Pero quien se llevó la palma en propuestas imaginativas fue el arquitecto real Iñigo Jones (siglo XVII), buen conocedor –en teoría– del arte clásico, que se despachó a gusto afirmando seriamente que se trataba de las ruinas de un templo romano, dedicado concretamente al dios Caelus (Urano) ¡y de orden toscano![1]

La cosa tiene su gracia, porque precisamente Jones era reconocido por realizar obras de estilo clásico (renacentista), y además debía conocer algunos restos romanos todavía en pie en diversos puntos del país. No obstante, Jones apreció en la disposición de los megalitos un determinado patrón geométrico, que atribuyó sin duda a arquitectos romanos.

Una colina muy sospechosa


Es bien sabido en arqueología que muchas colinas aparentemente naturales se han formado por la constante ocupación humana de un mismo espacio, esto es, la sucesiva superposición de asentamientos a lo largo de los siglos o milenios. Esto se traduce en una acumulación de estratos de origen artificial que finalmente, con el abandono y la erosión natural, se acaban transformando en suaves colinas.

Sin embargo, existe un caso muy curioso en que la colina en cuestión no estaba formaba por restos de estructuras y capas de sedimentos. El arqueólogo alemán Heinrich Dressel tuvo la fortuna de excavar por primera vez –a finales del siglo XIX– el llamado Monte Testaccio, en Roma, una colina de poco menos de 40 metros de altura, con una base de unos 20.000 metros cuadrados. Y allí pudo comprobar cómo el nombre tradicional dado a este monte (“de los tiestos”) tenía pleno sentido: toda la colina, recubierta de vegetación superficial, ocultaba un enorme vertedero de época romana, compuesto básicamente por millones de cascotes de ánforas romanas, principalmente procedentes de la Bética y de África, y que transportaban aceite o vino. En aquella época no existía el reciclaje de envases[2], y una vez vaciado el contenido, las ánforas se rompían y –tras recubrirse con capas de cal para evitar malos olores– se amontonaban a las afueras de la ciudad.

Así es como creó este gigantesco apilamiento de desechos entre los siglos I a. C. y III d. C. que progresivamente se fue abandonando hasta convertirse en una auténtica colina de aspecto “natural”. Sea como fuere, gracias a los restos de unos 26 millones de ánforas, Dressel pudo componer la primera tipología de estos artefactos, que todavía es vigente con pequeños cambios y que un servidor de ustedes estudió religiosamente en su día.

Entre la piratería y la arqueología


Aunque las películas del famoso Indiana Jones han distorsionado grandemente la imagen de la arqueología como ciencia, no van muy desencaminadas en cuanto a presentar cierto arquetipo de buscador de tesoros –y a la vez erudito– que hacía lo posible y lo imposible para conseguir sus objetivos, recurriendo a las males artes cuando procedía. Lo que ocurre es que esos personajes no vivieron a inicios o mediados del siglo XX (la época de Indiana) sino un siglo antes, cuando casi todo estaba por hacer y la arqueología era más bien cosa de anticuarios, viajeros y aventureros, sobre todo en el ámbito de la arqueología “exótica” de redescubrimiento de las antiguas civilizaciones.

Giovanni Batista Belzoni
Entre estos pioneros cabe destacar a Giovanni Batista Belzoni (1778-1823), un forzudo y pintoresco italiano que ejerció de “egiptólogo” a inicios del siglo XIX. En realidad, Belzoni fue un aventurero que se estableció en Egipto en 1815 y que enseguida apreció que el mercado de las antigüedades podía ser un negocio muy rentable. Así pues, se puso al servicio del cónsul británico en El Cairo y trabajó para él en calidad de “conseguidor de antigüedades”, con sus propios agentes y ayudantes. Esta actividad, en aquellos tiempos, era poco menos que una lucha sin reglas entre bandas mafiosas para obtener objetos a cualquier precio y sin el menor escrúpulo científico o legal[3].

En su libro Narrative of the Operations and Recent Discoveries within the Pyramids, Temples, Tombs and Excavations in Egypt and Nubia, Belzoni narró varios episodios tragicómicos de sus andanzas y negocios, entre los cuales cabe destacar, por ejemplo, su peculiar manera de “asaltar” las antiguas tumbas, sin rigor ni metodología pero sí con mucha torpeza y avidez por hacerse con las preciadas antigüedades:

“Tras el esfuerzo de entrar en semejante lugar, por un corredor de 50, 100, 300 o quizás 600 yardas, casi deshecho, busqué un lugar de descanso, y cuando lo encontré me senté en él; pero al caer mi peso[4] sobre el cuerpo de un egipcio lo aplastó como si se tratase de una sombrerera. Busqué con las manos algún apoyo, pero al no hallarlo me hundí por completo entre la momia rota, entre un crujir de huesos, andrajos y féretros de madera y levantando una polvareda que me mantuvo paralizado durante un cuarto de hora esperando a que desapareciese. No podía, sin embargo, levantarme de aquel lugar sin aumentarla y a cada paso espachurraba alguna de las momias. [...] La intención de mis investigaciones era robarle a los egipcios sus papiros, algunos de los cuales encontré escondidos en los pechos, bajo los brazos, entre las nalgas o en las piernas, y cubiertos de telas dobladas que envolvían a las momias.”[5] 

Una mica muy valiosa


Leopoldo Batres (1852-1926) fue un famoso antropólogo y arqueólogo mexicano de finales del siglo XIX e inicios del XX que tuvo el honor de excavar importantes yacimientos de las civilizaciones precolombinas de su país. Batres fue uno de los típicos sabios nacionales de aquellos tiempos que trabajó bajo la protección del régimen de Porfirio Díaz (el Porfiriato), y que gozó de grandes prerrogativas en sus labores. Además, se le reconoce haber dado un gran impulso a la arqueología del país y haber promovido instituciones y legislaciones en este ámbito.

Trabajos en Teotihuacan a inicios del siglo XX
Sin embargo, su vasta actividad arqueológica no siempre resultó metódica ni honesta, y ciertamente se puede decir que estuvo rodeada de polémica, ya desatada en su época y que ha llegado prácticamente hasta nuestros días. En concreto, se habla mucho de su controvertida intervención en Teotihuacan entre finales del siglo XIX y principios XX, cuyo propósito era desbrozar, dejar a la vista y recuperar el gran complejo monumental –pirámides incluidas– de este famoso yacimiento arqueológico, tarea que le llevó varios años. Sobre este caso, se dice que llegó enfrentarse a los campesinos de la zona –que reclamaban el cese de las obras por el impago de las indemnizaciones– y que ante sus quejas llegó a echar mano de un rifle, disparando al aire, para hacer valer su posición. 

Entre otras críticas, también se le atribuye el uso generoso de dinamita para “acelerar” los trabajos[6] y el abuso de su cargo para hacerse con un terreno en el propio enclave de Teotihuacan, en el cual luego edificaría un hotel. Asimismo, se le acusó de apropiarse de objetos auténticos extraídos del lugar y de crear una fábrica de falsos artefactos antiguos, todo ello lógicamente con fines lucrativos. Pero entre sus correrías y malas prácticas cabe mencionar su lamentable excavación de la famosa “Pirámide del Sol”, la cual según muchos expertos, sufrió deterioros irreparables, especialmente en su capa de revestimiento. El monumento era entonces una colina “natural” que tuvo que ser desbrozada laboriosamente para poder acceder a su estructura de piedra. Y al llevar a cabo tal empresa, Batres apreció que la pirámide mostraba un grueso recubrimiento de mica en una de sus terrazas superiores. Y ni corto ni perezoso, Batres decidió extraer este material de su localización original, saltándose cualquier criterio de conservación y estudio científico, para venderlo en su beneficio, dada su alta cotización en el mercado. Sin comentarios...

El vino embotellado más antiguo del mundo


Como es bien reconocido, los romanos eran grandes productores y consumidores de vino. De hecho, ya desde épocas muy antiguas el comercio de vino fue una de las actividades económicas más importantes del área mediterránea y europea. Los romanos, concretamente, transportaban el vino a grandes distancias por vía marítima en los clásicos contenedores de cerámica que conocemos como ánforas. Y así es normal que en casi cualquier excavación de un asentamiento romano se encuentren muchos fragmentos de ánforas. Pero para los arqueólogos subacuáticos del siglo XX fue todo un evento encontrar bajo los aguas algunas ánforas intactas que aún tenían el tapón sellado. Me consta que al menos en un caso una ánfora intacta, extraída de un pecio hundido cerca de la costa de Marsella, fue abierta, pero los investigadores se quedaron con las ganas de catar el añejo vino romano, pues ya se había convertido en un brebaje totalmente imbebible.

Lo que es mucho menos conocido por la gente es la existencia de “vino embotellado romano”[7]. De hecho, en Alemania se conserva la botella de vino (intacta) más antigua conocida hasta la fecha, a la que se ha bautizado como Römerwein. Se trata de un hallazgo del siglo XIX; concretamente de la tumba de un noble romano descubierta en la localidad de Speyer (Renania-Palatinado) en 1867. Entre el ajuar funerario se encontraron hasta 16 botellas de cristal, y lamentablemente todas estaban rotas... menos una, que se conservaba en buen estado. En efecto, los arqueólogos pudieron comprobar que dentro de la botella todavía quedaba líquido, de un tono más bien blanquecino. Se rumorea que a inicios del siglo XX se analizó el líquido para comprobar que fuera vino, pero esto parece muy improbable pues la botella permanece aún sellada.

Los investigadores han concluido, por el contexto arqueológico, que la botella data del siglo IV d. C. y que muy probablemente se trata de auténtico vino, pero de momento no hay intención de abrirla para proceder a un análisis del líquido pues se teme que el contacto con el aire pueda estropear el contenido. La enóloga germana Monika Christmann considera que tal vez el vino no esté microbiológicamente estropeado, pero que resultaría repulsivo para el paladar. Además, es bien posible que este vino contenga aceite y hierbas aromáticas, según el gusto y los hábitos de la época. Y para los que no conozcan el dato, es procedente recordar que –por si fuera poco– los romanos solían mezclar el vino con agua, servirlo caliente... ¡y hasta endulzarlo con miel!

El dios egipcio que ayudó a Gaston Maspero


A finales del siglo XIX, en Egipto ya se habían explorado numerosas pirámides de diversas épocas y dinastías y el resultado había sido bastante frustrante. El célebre egiptólogo francés Auguste Mariette ya daba por hecho que las pirámides eran monumentos ruinosos, saqueados mayoritariamente en tiempos remotos, y que apenas ofrecían información al ser edificios mudos, pues prácticamente no se habían hallado inscripciones en su interior, a diferencia de los templos y tumbas, los cuales solían estar literalmente recubiertos de jeroglíficos.

Así las cosas, en 1880 Mariette –ya hacia el final de su vida– emprendió la exploración de varias pirámides en Saqqara a la búsqueda de esas escurridizas inscripciones, aparte de otros posibles restos. Pero Mariette falleció al año siguiente sin haber logrado reconocer los increíbles resultados de esas exploraciones. Fue su sucesor, Gaston Maspero, el que se llevó toda la fama de haber descubierto, junto con otros miembros de su equipo, el extenso conjunto de inscripciones egipcias que hoy conocemos como los Textos de la Pirámides, el texto religioso-funerario[8] de la Humanidad más antiguo hallado hasta la fecha. Así, se identificaron algunos fragmentos de estos textos en pirámides de faraones de la VI dinastía como Pepi I o Merenre.

Pirámide del faraón Unis (Saqqara)
Pero quien se llevó el premio gordo fue el propio Maspero, que estaba tratando –sin éxito– de hallar la entrada al interior de la pirámide del faraón Unis (o Unas), último faraón de la V dinastía. No obstante, un día observó con gran asombro cómo un chacal se acercaba al pie de dicha pirámide y luego desaparecía entre las arenas del desierto. El egiptólogo francés pensó entonces que el chacal, de algún modo, había logrado introducirse en la pirámide por alguna obertura en la base del monumento. Y viendo que allí podía haber “algo”, Maspero envió a uno de sus ayudantes nativos para que explorara la zona por donde había desparecido el animal. El ayudante encontró entonces el inicio de un pequeño túnel que más adelante se hacía más grande hasta permitir el paso de una persona. De este modo, el egipcio se fue abriendo paso por el subsuelo de la pirámide hasta ir a parar a la cámara funeraria del monumento... que estaba llena –en sus paredes y techo– de miles de signos jeroglíficos con los Textos de las Pirámides. Maspero procedió de inmediato a su estudio y conservación, y ofreció al mundo la primera traducción de tales escritos en 1892.

Pero lo mejor de esta historia es la bella metáfora del descubrimiento, pues en el antiguo Egipto, el chacal era el animal que representaba al dios funerario Upuaut, que literalmente se traduce como “el abridor de caminos”[9]. Así pues, no sería exagerado afirmar que Upuaut echó una mano al bueno de Maspero para recuperar una importantísima porción del legado cultural del Egipto de los faraones.

© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons e INAH



[1] El orden toscano es un estilo arquitectónico de origen etrusco adaptado por los romanos, y que básicamente consiste en una simplificación del estilo griego dórico. Tal vez Jones, al ver la simplicidad de los megalitos, pensó que el monumento original habría sido de ese estilo.
[2] Simplemente por razones logísticas y económicas; no salía rentable.
[3] A este respecto, Belzoni tenía como enemigo acérrimo a un tal Drovetti, que trabajaba en un cargo similar al suyo para el cónsul de Francia. Cada banda pugnaba por obtener los mejores tesoros y no dudaban en recurrir a las armas, a las amenazas o a todo tipo de artimañas para lograr sus propósitos.
[4] Belzoni era muy corpulento y medía unos dos metros.
[5] DANIEL, G. Historia de la arqueología. Alianza Editorial. Madrid, 1986. (pp. 50-51)
[6] En realidad, esta fue una práctica muy en boga durante todo el siglo XIX, llevada a cabo por insignes arqueólogos, que tenía como fin acelerar y economizar los trabajos más pesados para llegar a la meta deseada, aun a costa de causar una gran destrucción en el propio yacimiento arqueológico. De todas formas, otras fuentes consultadas afirman que Batres no empleó dinamita en Teotihuacan.
[7] Fuente: http://www.labrujulaverde.com/2016/12/la-botella-de-vino-sin-abrir-mas-antigua-que-se-conserva-tiene-mas-de-1-500-anos
[8] No obstante, algunos autores alternativos han rebatido esta interpretación y opinan que se trata en gran parte de un tratado de astronomía (Bauval) o bien un compendio de una especie de ciencia metafísica, relacionada con la conciencia y la física cuántica (Harvey) Véase al respecto mi artículo sobre visiones alternativas de los Textos de las Pirámides en este mismo blog.
[9] Precisamente un siglo después, el ingeniero alemán Rudolf Gantembrink bautizaría como “Upuaut” a los dos robots que empleó para explorar los conductos de la Gran Pirámide. 

viernes, 16 de diciembre de 2016

La arqueología fantástica de la Cueva de los Tayos


Es un hecho que lo misterioso atrae –y vende– mucho más que lo cotidiano o rutinario y esa es una buena razón por la cual una parte de la arqueología alternativa se ha dedicado a explotar literariamente multitud de historias fantásticas relacionadas con ciertos descubrimientos asombrosos. De este modo, no es de extrañar que hayan proliferado historias –primero en libros y más recientemente en Internet– al más puro estilo “Indiana Jones”, en las que podemos hallar los elementos más típicos de este subgénero: antiguas leyendas o maldiciones, dioses astronautas, civilizaciones perdidas, escrituras desconocidas, tesoros increíbles, objetos sagrados, túneles secretos, tenebrosas tumbas, templos ocultos en medio de la selva, oscuras conspiraciones, aventureros en busca de fama y fortuna, y un largo etcétera.  

A todo esto habría que añadir el interés de ciertos personajes y medios, sobre todo en televisión y prensa escrita, de montar un espectáculo a costa de la arqueología alternativa, saltándose el rigor y los criterios científicos cuando conviene, no sea que la realidad (o al menos la duda razonable) estropee una buena historia. Todo el mundo tiene en mente el perfil de esos mediáticos apóstoles del misterio, los cuales, aunque merecen mi respeto, creo que hacen un flaco favor a las posiciones verdaderamente heterodoxas o disidentes. Ello por no hablar de los populares documentales de tipo “Ancient Aliens”, cuya credibilidad y seriedad están bajo mínimos y que más bien deberían calificarse de simples programas de entretenimiento, con poca o ninguna pretensión científica.

En fin, un servidor de ustedes ha leído bastantes de estos episodios más o menos fantásticos y reconozco que no dejan de tener su atractivo y fascinación, porque a veces lo que sugieren nos hace disparar la imaginación y la curiosidad, y esos son factores que muchas veces han hecho avanzar la ciencia en todas las épocas, pasando por encima de las posturas más críticas o escépticas. No obstante, todo tiene un límite; hay que ser abierto de mente pero también cauto. Por tanto, es vital separar la ficción de la realidad y tener los pies en el suelo, porque si adoptamos una ciega actitud de creyente y luego descubrimos “el pastel”, la caída se hace mucho más dura. Esto no quiere decir de ninguna manera que haya que mantener una postura a la defensiva (incluso hostil) ante lo insólito, pues el buen científico –o cualquier investigador mínimamente riguroso– debe estar atento a todas las posibilidades, pero lógicamente no quiere que le den gato por liebre.

Así pues, considero que la gran mayoría de estas historias tienen mucho humo y muy poco fundamento y producen bastante más daño que beneficio a la genuina arqueología alternativa, dado que desvirtúan los esfuerzos de los investigadores más meticulosos que luchan por doblegar la cerrazón del estamento académico aportando datos y hechos contrastados, por lo menos hasta donde es humanamente posible. Porque lo que es evidente es que las historias de arqueología fantástica constituyen para los más inmovilistas un vehículo perfecto para descalificar y desacreditar a todos los herejes, enviando a la totalidad de los autores alternativos al saco de los indeseables que sólo quieren crear expectación y hacer negocio.

Interior de la Cueva de los Tayos
Lo cierto es que la lista de estas historias fabulosas es muy larga y va desde la búsqueda de las ciudades perdidas de Akakor o “Z” en la Amazonia a los curiosos discos Dropa hallados en China, pasando por la civilización gliptolítica del Dr. Cabrera o las tablillas naacal del coronel Churchward. Pero para exponer un ejemplo ilustrativo en detalle de este fenómeno, he escogido la compleja historia de la Cueva de los Tayos (Ecuador), que realmente tiene todos los ingredientes para hacer una atractiva película de aventuras y misterio con un motivo central presuntamente arqueológico. En el primer número de la revista Dogmacero le dedicamos un breve artículo, que ahora reproduzco[1], junto con una entrevista realizada por Eduard Pi a dos exploradores españoles que se adentraron en la Cueva hace unos pocos años y nos trasladaron las impresiones de su experiencia. Que ustedes disfruten de la película; y como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato.

  

La Cueva de los Tayos


Situación geográfica de la Cueva de los Tayos
En la selva del estado sudamericano de Ecuador se cree que existen alrededor de unas 400 cavidades subterráneas, algunas de ellas protegidas por tribus de la Amazonia, y que en su mayor parte apenas han sido exploradas por los investigadores. Entre todas ellas destaca poderosamente la Cueva de los Tayos, un lugar legendario, que fue la primera en ser estudiada por numerosas expediciones de arqueólogos, exploradores y aventureros. Esta cueva está situada en la provincia ecuatoriana de Morona Santiago, en pleno territorio indígena shuar (también conocidos como jíbaros). Su nombre se debe a unas aves nocturnas llamadas tayos o guacharos que habitan en esas cuevas.

Según ciertos rumores que se remontan a hace décadas, en la Cueva de los Tayos, o bien en otra de las cuevas existentes en esta zona de la selva ecuatoriana, podría hallarse una biblioteca metálica con grabados e inscripciones que narrarían la historia de la Humanidad antigua, y que obligarían a rescribir la historia de pies a cabeza. Ciertamente, esta cueva ha generado mucha controversia en algunos sentidos, al afirmarse que allí fue donde, en la década de los 60, el explorador húngaro-argentino Juan (Janos) Moricz encontró supuestamente una biblioteca metálica con el registro completo de la historia de la Humanidad grabada en láminas de oro.

La historia se remonta al año 1964 cuando Juan Moricz aseguró que en el interior de unas extensas galerías de túneles de cientos de kilómetros de largo y de origen artificial, había encontrado un fabuloso tesoro en forma de láminas metálicas (algunas de ellas de oro) grabadas con unos indescifrables símbolos, que él atribuía a una antiquísima civilización, de la que hasta entonces nadie tenía conocimiento, y que el propio Moricz calificó de auténtica biblioteca metálica. Moricz llevaba desde 1950 buscando la entrada a un supuesto mundo intraterreno de cuya existencia estaba convencido. Esta convicción le había llevado a recorrer Argentina, Bolivia, Perú y, finalmente, Ecuador, donde entró en contacto con la etnia shuar. Moricz afirmaba que una de las entradas a ese supuesto mundo subterráneo era la conocida como Cueva de los Tayos.

Cinco años después, en 1969, Moricz y el abogado Dr. Gerardo Peña Matheus, organizaron una expedición a los Tayos con el objetivo de localizar y mostrar a la opinión pública esa llamada biblioteca metálica que, siempre según Moricz, relataría la historia de la humanidad de los últimos 250.000 años. Desgraciadamente, no lo consiguieron… o, al menos, eso dijeron públicamente. Asesorado por el Dr. Peña, Moricz protocolizó ante una notaría de Guayaquil una declaración de fecha 21 de julio de 1969 en la que afirmaba haber descubierto en la Cueva de los Tayos “objetos preciosos de gran valor cultural e histórico para la humanidad que consisten en láminas de metal grabadas con signos y escritura ideográfica, verdadera biblioteca metálica que contiene la relación cronológica de la historia de la humanidad.”

E. Von Däniken
La noticia del descubrimiento[2] llegó a oídos del escritor suizo Erich Von Däniken, quien viajó a Ecuador y entró en contacto con Moricz. Este le dirigió al padre Paolo Carlo Crespi, misionero italiano de la orden salesiana y afincado en Cuenca,  que al parecer había sido obsequiado por los indios shuar con láminas similares a las que Moricz había visto en su primera expedición a los Tayos, hasta el punto de llegar a crear una especie de museo-almacén en las dependencias del patio de la Iglesia Maria Auxiliadora de Cuenca. Däniken viajó hasta allí, visitó a Crespi y pudo fotografiar la gran cantidad de placas grabadas con los extraños símbolos que Moricz le había descrito. El fruto de este trabajo fue recogido en su libro El oro de los dioses en el que Von Däniken cometió multitud de inexactitudes, por decirlo de una forma amable. La publicación del libro, repleto de datos cuando menos dudosos y de afirmaciones que posteriormente se demostraron ser falsas, provocó una controversia importante a nivel mundial que hizo que el autor suizo (y con él buena parte de toda esta historia) cayera en el descrédito, siendo acusado por sus detractores de mentiroso.

La obra, sin embargo, atrajo la atención del ingeniero escocés Stanley Hall que, con apoyo del gobierno británico, y tras rechazar las condiciones que Moricz le puso para encabezarla, organizó en 1976 una expedición británico-ecuatoriana en la que participaron 126 personas (35 científicos expertos en las más variadas disciplinas) con un presupuesto superior a los dos millones de dólares. El presidente honorario de esta expedición fue Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna y cuya participación atrajo a los medio de comunicación de todo el mundo. La expedición de Hall se desarrolló durante 35 días y en ella participaron, aparte de los científicos citados, militares ecuatorianos (lógico hasta cierto punto dado el carácter de la expedición y el contexto socio-político de la época), militares ingleses y miembros de los servicios de inteligencia británica, lo cual no deja de ser sorprendente. 

Neil Armstrong en el interior de la cueva
La conclusión a la que llegó dicha expedición fue la siguiente: “La Cueva de los Tayos no constituye un monumento arqueológico como se ha venido afirmando sino geológico. Son formaciones milenarias cuya morfología natural no ha sido modificada por el hombre. Se puede calificar la cueva como una de las más importantes en América del Sur.” Esta declaración fue un auténtico jarro de agua fría para muchos. Sin embargo, no tardaron en dejarse oír voces que aseguraban que todo era un montaje para encubrir el auténtico alcance de lo que se había encontrado[3]. Y, ciertamente, hay indicios razonables de que en este asunto no se ha dicho toda la verdad. Apoyaría esta sospecha el hecho de que de la Cueva de los Tayos fueron sacadas por los miembros de la expedición cuatro cajas de madera, cerrada y selladas, que nadie supo exactamente qué contenían y que provocó enfrentamientos con los indígenas shuar.

Para añadir más leña al fuego, el espeleólogo argentino Julio Guillén Aguado —que estuvo presente en esta expedición y, al parecer, también en la anterior dirigida por Moricz— sostuvo en su día que la expedición de Stanley Hall había sido en realidad financiada por la Iglesia Mormona, dado el extraordinario parecido entre el presunto descubrimiento de unas planchas metálicas (alguna de ellas, al parecer, de oro) con misteriosas inscripciones y dibujos y las planchas (también de oro) que recibiera el profeta Joseph Smith, de manos del ángel Moroni y que propiciaron la fundación de la iglesia mormona. Aguado, que siempre desconfió de las conclusiones oficiales a las que llegó la expedición, destacó la pertenencia de Hall a la francmasonería inglesa, así como el hecho de que también Neil Armstrong era masón, de lo cual dedujo el interés y la implicación de estas órdenes discretas en las investigaciones en la Cueva de los Tayos.

Nunca se supo qué hizo Juan Moricz con su descubrimiento. Se piensa que él mismo lo escondió en algun lugar secreto antes de morir en 1991, pero esto no deja de ser una especulación. Otros autores afirman que el supuesto tesoro sería un objetivo secundario de todos los que lograron entrar en los Tayos y que lo realmente destacable de esta cueva es que se trataría de una de las entradas a la mítica Agartha, el mítico mundo subterráneo en donde residirían los auténticos dueños del mundo, herederos de una antiquísima y evolucionada civilización que, previendo la proximidad de una cataclismo a nivel planetario, buscaron refugio en las entrañas de la Tierra, fundando diversas ciudades entre las cuales destacaría Shambalah, la capital de Agartha. Mito o realidad, todo indica que Moricz sí creía en la existencia de este mundo paralelo, al que dedicó buena parte de su vida intentando localizar una entrada al mismo. ¿Lo encontró finalmente en Los Tayos? Es algo que nunca sabremos.

Entrada a la Cueva de los Tayos, vista desde el interior

Lamentablemente para los investigadores con una mentalidad abierta, este episodio de los Tayos contiene muchas más sombras que luces, con rumores, datos sin corroborar y un aire de aventura fantástica más que de investigación científica seria. Con todo, y pese a esta falta de evidencias, no deberíamos restar importancia al estudio de estos mundos subterráneos y a la posibilidad de que existiera una civilización antigua primigenia de la cual no tenemos más que referentes mitológicos.

Seguidamente, DogmaCero tiene el honor de ofrecer a sus lectores una entrevista con los integrantes de la única expedición española que se ha internado en Los Tayos,  a fin de ofrecer sus impresiones de primera mano sobre este singular paraje y sobre toda la controversia que hemos presentado.


Entrevista a Francisco Serrat y Ángela de Dalmau 

por Eduardo Pi

Francisco Serrat y Angela de Dalmau comparten la pasión por las leyendas y los mitos que encierra Sudamérica. Él es fotógrafo y naturalista, ella es psicóloga. Su espíritu aventurero les ha llevado a recorrer América en una constante búsqueda.

Francisco Serrat adentrándose en la Cueva de los Tayos con la ayuda de los indígenas shuar

Pregunta: ¿Qué buscan ustedes  en esos viajes?

Respuesta: Buscamos respuestas. Sudamérica, sobre todo los pueblos de la Amazonía, está llena de leyendas acerca de ciudades y civilizaciones perdidas. Nos fascinan las historias que encuentras por doquier acerca de una supuesta red de túneles que atravesaría todo el continente. Cuando uno viaja por Perú, Ecuador o Bolivia no es difícil encontrarse con relatos acerca de esos túneles, de supuestas entradas a ese mundo interior, de comunidades de hombres sabios que se encontrarían ocultos a la civilización, en lugares remotos de la selva o los Andes.

Pregunta: ¿Lugares como la Cueva de los Tayos?

Respuesta: Sí, sí… Nosotros tuvimos conocimientos de esa cueva a través de una carta que recibió un buen amigo de Andreas Faber-Kaiser, el escritor y periodista que dirigió la revista Mundo Desconocido. El había estado en esa cueva, en Ecuador, había hablado con Juan Moricz, el investigador que había estado en el interior de la Cueva de los Tayos que nosotros luego pudimos explorar.

Pregunta: Y  deciden  viajar a Los Tayos…

Respuesta: En efecto, en 1990 bajamos a la Cueva de los Tayos. Queríamos verificar sobre el terreno la información de la que disponíamos, comprobar la existencia de la mítica biblioteca de metal de la que hablaba Erich Von Daniken en su libro El oro de los Dioses.

Pregunta: ¿Y?

Respuesta: Estuvimos allí, recorrimos las galerías, verificamos la existencia de unos lugares ciertamente enigmáticos; de hecho, fotografiamos los mismos lugares que Moricz y Daniken describieron.

Pregunta: Supongo que esta expedición debió llamar la atención de los medios de comunicación de la época…

Respuesta: En absoluto. Y no deja de sorprendernos. En julio de 1994 la revista Mas Allá publicó nuestra experiencia. ¡Y eso fue todo! Es como si nuestra información hubiese desaparecido, siendo nosotros los únicos españoles, que sepamos, que han estado en el interior de la Cueva de los Tayos.

Pregunta: En aquella época ¿cuántas personas habían entrado en la Cueva de los Tayos?

Respuesta: Por lo que nosotros conocíamos, en 1990 eran muy pocas: la expedición de Juan Moricz, que había estado en la década de los 60 y, la más señalada, la de 1976; una expedición ecuatoriano-británica en la que participaron Neil Amstrong y Stanley Hall.

Pregunta: Imagino que hubo muchas dificultades para conseguir entrar en la cueva...

Respuesta: Desde luego. Primero llegar hasta ella, luego bajar (y volver a subir) por un pozo de unos 60 metros de caída vertical, junto con cuatro shuaras cargados con el equipo de espeleología, equipo que era la primera vez que veían. Y además, naturalmente, estaba el peligro de que lloviera y entrara agua por la boca del pozo y no pudiéramos salir.

Pregunta: ¿Y el acceso a esta cueva no está vigilado?

Ángela de Dalmau en el descenso a la cueva
Respuesta: Estas cuevas están en territorio Shuar (jíbaro). Si alguien las guarda o custodia son ellos mismos, los Shuaras. Evidentemente nosotros tuvimos que pedir permiso y apoyo a los Shuaras que habitaban el lugar para poder descender a las cuevas. No tuvimos ninguna oposición, contando que nuestro guía era hijo de madre Shuar y padre misionero laico. Es más, todo el poblado tuvo mucha curiosidad de ver cómo nos las apañábamos para descender, ya que el Cacique, al ver nuestro equipo de espeleología, decidió que no podríamos bajar. Todos nos acompañaron a la boca de la cueva y a indicaciones del Cacique cortaron unos troncos que servirían de soporte para montar el equipo. Una vez vieron que lo conseguíamos, el Cacique se retiró y dejamos de ser curiosidad. No lo volvimos a ver hasta el día de nuestra partida.

Pregunta: Han hablado ustedes de Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna ¿Qué encontraron él y la expedición dirigida por Stanley Hall?

Respuesta: No lo sabemos. Únicamente conseguimos la información de un libro del padre Porras, conocido arqueólogo ecuatoriano que participó en la misma expedición, en 1976, con un equipo de arqueólogos ecuatorianos. De hecho, la expedición no era únicamente británica sino en colaboración con Ecuador. Según el padre Porras, encontraron cerámicas y piezas ornamentales que databan del 1200 a. C., hallazgos arqueológicos que no tenían nada que ver con la actual cerámica Shuar, ni tampoco inca.

Pregunta: En su día, Juan Moricz aseguró haber encontrado unas láminas de oro y piedra, la que algunos denominaron “biblioteca de metal” ¿Dónde creen que podrían hallarse actualmente?

Respuesta: Parece ser que no lo sabe nadie y, si alguien conocía el paradero, ese era su notario y abogado, que guardaba todos sus secretos.

Pregunta: Si es cierto que dentro de la cueva se encontraba una biblioteca hecha de láminas de oro, que podría contener parte de la verdadera historia de la Humanidad, ¿cuál sería el motivo de que no haya aparecido?

A. Faber-Kaiser
Respuesta: Que no fuera la cueva a la que se refiere Juan Moricz, ni Erich von Däniken, ni Andreas Faber-Kaiser. Lo curioso es que, según Faber-Kaiser, Moricz le reveló la verdad. Y nosotros estuvimos en la misma boca de la cueva que estuvo Andreas, solo que él no descendió y nosotros sí. Lo único que podemos decir es que a nuestro regreso, compartimos nuestra experiencia con Andreas y él únicamente nos dijo: "las entidades que allí habitan no se han puesto en contacto con vosotros". Esta respuesta nos marcó definitivamente para apartarnos del tema.

Pregunta: ¿Y qué papel juega en todo esto el Padre Crespi?

Respuesta: El padre Crespi era un sacerdote salesiano, que se hizo famoso por recopilar todo tipo de objetos que le llevaban los indios. A su muerte, en 1994, su comunidad en la ciudad ecuatoriana de Cuenca, vendió toda su colección al Museo de Arqueología de la misma ciudad. Al padre Crespi lo hizo famoso Däniken en su libro El oro de los Dioses. Según nuestras averiguaciones en el Museo, supimos que se hizo una selección descartando casi todas las piezas por estar hechas con materiales modernos sin ningún valor. De todas maneras, según el libro de Däniken, Moricz sólo le dijo que las piezas que coleccionaba el padre Crespi tenían un parecido con las que él había encontrado en las cuevas.

Pregunta: ¿Podría ser que la Cueva de los Tayos fuera solamente un anzuelo para los medios de comunicación,  a fin de desviar la atención de otra entrada cercana donde supuestamente estaría guardado este preciado tesoro que encontró Juan Moricz?

Respuesta: Sí, hoy en día lo creemos, y si es así, Andreas Faber-Kaiser también nos desvió o fue desviado él también.

Museo del padre Crespi
Pregunta: ¿Qué opinan acerca de la teoría de Juan Moricz y algunos filólogos sobre una lengua madre en América del Sur que pudo ser el origen del húngaro y del jeroglífico egipcio  y cuneiforme sumerio? Dicho de otra manera, que una civilización Americana muy antigua y muy avanzada viajara hacia el este, a Europa y África y Asia, e influenciara a sus pobladores, tal y como afirmaba el ya fallecido investigador peruano Alfredo Gamarra.

Respuesta: Esto se escapa de nuestro tipo de investigaciones y por ello no estamos capacitados para responder adecuadamente. Pero sí nos parece una teoría interesante. Sugerimos leer nuestro artículo de la Cueva de los Tayos, donde Javier Sierra hace unos comentarios muy interesantes sobre el lenguaje grabado que se encuentra en las supuestas láminas de oro halladas en estas cuevas.

Pregunta: ¿Creen necesario que las instituciones académicas y universitarias propusieran una revisión en según qué acontecimientos históricos del pasado antiguo, e intentar llegar a un acuerdo sobre rescribir la historia antigua de la humanidad?

Respuesta: Sí, lo creemos absolutamente necesario, ya que con el actual y obsoleto sistema se hace imposible avanzar en cualquier investigación. Lo que más cuesta es aceptar la antigüedad de según qué lugares, anteriores a nuestra propia civilización.

Pregunta: Una de las grandes cuestiones íntimamente relacionada con la Cueva de los Tayos radica en saber si quienes escondieron esa biblioteca dentro de la cueva fueron los mismos que la fabricaron, o bien si fue escondida allí por una cultura posterior. Dicho de otra forma: ¿Creen que fueron los incas quienes la fabricaron? 

Respuesta: No. No las relacionamos en absoluto con los incas. Por lo menos en esa zona del Amazonas de Ecuador, y que sepamos, no se han encontrado indicios incas.


Fuente: Dogmacero n.º 1 (enero-febrero 2013)

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y Serrat/de Dalmau



[1] Para completar el relato, he añadido a pie de página algunas notas con información relevante que no apareció en el documento original.
[2] Cabe señalar que Moricz nunca confesó en vida quién le había revelado la existencia de la biblioteca metálica y guiado hasta la cueva. Tras su muerte, apareció el nombre de Petronio Jaramillo, la persona que presuntamente habría conducido a Moricz a la cueva. Al parecer, el tal Jaramillo había estado dos veces en el interior de la cueva y había visto una vastísima biblioteca metálica con pesados libros de gran tamaño y otra secundaria realizada con tablillas de cristal de menor tamaño, así como varias estatuas zoomórficas y antropomórficas. Sin embargo, según Jaramillo, los tesoros no estarían exactamente en la Cueva de los Tayos, sino en otra cavidad próxima, con un acceso secreto situado bajo el río Pastaza.
[3] “Oficialmente”, consta que la expedición, aparte de identificar 400 nuevas especies vegetales, localizó una antigua cámara funeraria en la que se halló un cadáver sentado. Pero, en principio, no se halló rastro de la famosa biblioteca metálica.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Los insólitos hallazgos de los hermanos Ameghino en Argentina


Introducción


El pasado 2015 dediqué un extenso artículo a la figura de James Reid Moir, un brillante arqueólogo inglés que es totalmente desconocido para las recientes –y no tan recientes– generaciones de prehistoriadores. En dicho texto ya puse de manifiesto que el trabajo de Moir tenía sólidos fundamentos científicos pero acabó siendo desacreditado por la comunidad académica a inicios del siglo XX y posteriormente relegado al olvido. ¿Cuál fue su pecado? Simplemente, defender –a partir de pruebas geológicas y arqueológicas– la existencia de seres humanos en Europa en una época extraordinariamente remota. En otras palabras, cuestionar los modelos teóricos evolucionistas que se estaban empezando a consolidar e imponer en todo el mundo como paradigma científico en prehistoria y paleontología.

El caso de Moir nos podría parecer aislado, pero lo cierto es que, según revelaron los autores Cremo y Thompson en la polémica obra Forbidden Archaeology, entre finales del siglo XIX e inicios del XX unos cuantos prehistoriadores dieron a conocer una serie de hallazgos en diversas partes del mundo de restos presuntamente “anómalos”, que podrían retrasar el inicio de la Humanidad en muchos cientos de miles –o incluso millones– de años. Entre esta casuística, quisiera destacar ahora el esforzado trabajo de los hermanos Florentino y Carlos Ameghino, dos sabios argentinos de reconocido prestigio en su época, cuyos hallazgos más controvertidos han sido arrinconados por la ortodoxia académica, porque no en vano su aceptación pondría en entredicho las teorías sobre el poblamiento humano de América y la evolución humana en general. Pero vayamos a los hechos[1]

Los trabajos paleontológicos de Florentino Ameghino


Florentino Ameghino
Florentino Ameghino (1854-1911) fue un naturalista y paleontólogo argentino nacido en Luján, en la provincia de Buenos Aires. Desde joven mostró gran interés por las ciencias naturales y en su carrera profesional compaginó su trabajo de maestro y librero con extensas y fructíferas investigaciones en el ámbito de la geología, la zoología y la paleontología, lo que le llevó a dirigir el Museo Nacional de Buenos Aires al final de su vida.

En lo que aquí nos ocupa, cabe decir que Ameghino se dedicó a explorar especialmente las provincias costeras de Argentina en busca de fósiles u otros restos paleontológicos, así como de restos de presencia humana (Homo sapiens o sus antepasados evolutivos), pues estaba interesado en identificar indicios de la existencia de un cierto hombre-fósil, según su terminología. Así, en 1887 localizó en Monte Hermoso (a unos 60 km. al noreste de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires) un interesante yacimiento paleontológico caracterizado por la presencia de huesos de antigua fauna ya extinta, así como por indicios de actividad humana en la zona. Dichos indicios se componían de una vértebra humana, restos de hogueras, arcilla cocida, escoria, huesos rotos, trabajados y quemados, y bastantes utensilios líticos muy toscos. El problema es que todos estos materiales estaban juntos en unos mismos estratos y eran pues contemporáneos... pero de una época tremendamente antigua. Según la observación geológica efectuada por el propio Ameghino, dichos estratos debían datarse en el Plioceno[2] (entre 5,2 y 1,6 millones de años), que es el último periodo del Terciario. Estos primeros descubrimientos fueron publicados en el diario La Nación, de Buenos Aires.

Estas noticias fueron realmente impactantes, pues en aquella época –aunque el árbol genealógico del ser humano estaba todavía muy verde– se tenía el convencimiento de que el hombre era una criatura propia del Cuaternario, ya fuera del más antiguo Pleistoceno o del más próximo Holoceno (nuestro actual periodo geológico). Pero Ameghino, si bien estaba influido por tales concepciones, creía que las pruebas eran concluyentes y que por tanto había encontrado algún tipo de precursor del hombre extremadamente antiguo y que lógicamente debía ser el ancestro humano más antiguo del continente, e incluso del mundo entero[3]. Y lo que es más, esta antigüedad del ser humano en América podría ser mucho mayor, remontándose incluso al Mioceno (entre 24 y 5,2 millones de años). Para sustentar esta propuesta se refería a los artefactos de pedernal hallados, que tenían un claro paralelismo con otros semejantes descubiertos en Portugal y ubicados en el Mioceno.

Vista de la costa de Monte Hermoso
En 1889 publicó una descripción más detallada de sus hallazgos en Monte Hermoso y en ella hizo notar que había encontrado en medio de los restos de un esqueleto de un Macrauchenia antiqua (una especie de camello de inicios del Plioceno) un artefacto de cuarcita con inequívocas muestras de percusión. En cuanto a la presencia de fuegos y tierra cocida, Ameghino afirmó que no había huellas de actividad volcánica o de incendios accidentales sobre el terreno que justificasen un origen natural de tales restos. Además, la presencia en la zona de huesos quemados junto a las hogueras sería una casualidad demasiado forzada para pensar en el mero azar.

De todos modos, es de justicia apuntar que, en conjunto, los esfuerzos de Ameghino en el campo de la Prehistoria fueron más bien confusos y especulativos, en un intento de diseñar una compleja –y a la vez coherente– cadena evolutiva humana a partir de sus hallazgos. En este afán llegó a hablar de varios ancestros simiescos del hombre con curiosos nombres como Prothomo, Diprothomo, Tetraprothomo, Homo Pampeus[4], etc. Incluso, siguiendo una tendencia claramente darwinista, rozó el racismo al hablar de dos grandes especies humanas modernas, el Homo sapiens (los caucásicos) y el Homo áter (básicamente razas primitivas africanas, australianas, etc. incluyendo los “negritos”). 

La intervención de Ales Hrdlicka

 

Ales Hrdlicka
Lo cierto es que las investigaciones de Florentino Ameghino despertaron el interés de muchos expertos internacionales, y ello provocó el desembarco en Argentina de toda una celebridad de la época, el paleontólogo Ales Hrdlicka, del Smithsonian Institution, que ya había realizado en Norteamérica una intensa campaña de descrédito hacia cualquier propuesta de un poblamiento demasiado antiguo del continente. Así pues, Hrdlicka se presentó con un ánimo altamente crítico y escéptico, y de hecho sus conclusiones –publicadas tras la muerte de Ameghino– pusieron en total entredicho la validez de los hallazgos. Vale la pena que repasemos someramente la controversia creada sobre esta intervención.

En efecto, en 1910, poco antes de fallecer Ameghino, Hrdlicka se desplazó a Argentina para ver por sí mismo los restos y emitir un veredicto definitivo. Por de pronto, Hrdlicka examinó la vértebra hallada en Monte Hermoso (atlas, la primera vértebra, situada en la base del cráneo) y admitió que no era de tipo primitivo o simiesco –como creía su colega argentino– sino que pertenecía a un humano anatómicamente moderno. Pero más allá de esta apreciación, no estaba dispuesto a reconocer una gran antigüedad para los primeros americanos; en todo caso, unos pocos miles de años[5]. Así, tras una rigurosa inspección del yacimiento y de los restos, no puso en duda la artificialidad de los bastos implementos, pero sí de la interpretación geológica de la formación geológica (llamada Puelchense) donde se habían hallado los materiales, que consideraba errónea. En su libro Early Man in South America (1912), Hrdlicka rebatió las dataciones de los descubrimientos de Ameghino con el apoyo de la opinión cualificada del geólogo Bailey Willis, que apreció una “inconformidad” estratigráfica, y del prehistoriador del Smithsonian William H. Holmes, que –además de insistir en la supuesta modernidad de los estratos en cuestión–­ afirmó que Ameghino había confundido artefactos de los nativos con utensilios de unos improbables hombres de un remotísimo pasado.

No obstante, cabe señalar que Florentino Ameghino halló restos similares –sobre todo fuegos y arcillas cocidas y endurecidas– en otros lugares que exploró en la costa argentina y que igualmente los atribuyó a una población humana del Plioceno. Además, según Michael Cremo, Ameghino descubrió en la misma provincia de Buenos Aires la parte superior de un cráneo de un hombre anatómicamente moderno en un estrato de una formación geológica denominada Pre-Ensenadense, datada en 1,5 millones de años.
 

Los descubrimientos de Carlos Ameghino en Miramar


Carlos Ameghino
Tras el fallecimiento de Florentino Ameghino en 1911, su hermano Carlos (1865-1936) –que lo había acompañado en la mayoría de sus investigaciones[6]– prosiguió con los trabajos de paleontología iniciados y emprendió nuevas exploraciones en la costa sur de Buenos Aires, entre las cuales cabe destacar con mucho el yacimiento de Miramar.

Así, entre 1912 y 1914 Ameghino estuvo excavando en dicha zona bajo los auspicios del Museo de Historia Natural de Buenos Aires y del Museo de la Plata. Concretamente se centró en una barranca que se extendía frente a la costa, en la cual halló numerosas herramientas de piedra. Para determinar su datación recurrió a cuatro reconocidos expertos geólogos de la Dirección General de Geología y Minas de Buenos Aires y del Museo de la Plata. Tras examinar la zona, los geólogos establecieron que los artefactos se hallaban en sedimentos inalterados del Chapadmalenense, una formación típica del Plioceno, con una antigüedad de unos 2-3 millones de años (según estimaciones recientes de geólogos como Anderson y Marshall). Además, durante su visita pudieron ver la extracción in situ de restos de tierra quemada, escoria, un cuchillo de pedernal y una bola (pequeña piedra esférica con una estría central usada como proyectil).

Bolas halladas en Miramar
Animado por estos resultados, Carlos Ameghino continuó sus excavaciones en Miramar y así pudo desenterrar los restos de un toxodon, un mamífero del Plioceno parecido a un rinoceronte, con la particularidad de que el fémur de este animal tenía clavada una punta de piedra, una pieza bien trabajada[7], lo que mostraba que hacía 2-3 millones ya había humanos capaces de realizar tales artefactos en aquella parte del mundo. Algunos críticos adujeron entonces que el toxodon había sobrevivido hasta hacía unos pocos miles de años en Sudamérica, lo que es del todo cierto, pero Ameghino observó que el ejemplar hallado era un adulto de pequeño tamaño, una especie muy antigua llamada Toxodon chapalmalensis, antecesora de los toxodones de mayor tamaño de épocas posteriores. Finalmente, cabe destacar que en el mismo yacimiento de Miramar, en 1921, el investigador Milcíades Alejo Vignati descubrió una mandíbula humana de aspecto “moderno” en un estrato del citado Chapadmalenense, que también fue objeto de polémica. 

Reacciones escépticas a los hallazgos de Carlos Ameghino


Al igual que ya había sucedido con su hermano Florentino, Carlos Ameghino topó enseguida con una fuerte oposición académica a sus propuestas, tanto desde Argentina como desde el extranjero. Así, el geólogo argentino Antonio Romero, en un artículo de 1918, ya aludió a que las formaciones geológicas visibles en Miramar eran recientes y que la erosión por agua había provocado el desplazamiento y mezcla de los diversos fósiles y capas en la inconsistente estratigrafía de la barranca. Sin embargo, otros geólogos –incluyendo al crítico Willis– no habían apreciado tal dislocación de estratos, sino una secuencia estratigráfica horizontal que se mantenía intacta en casi toda la extensión de la barranca, a excepción de una zona afectada por una marcada hondonada.

Reconstrucción de un toxodon
A su vez, el paleontólogo francés Marcellin Boulle, afirmó que el fémur de toxodon con la punta incrustada se había desplazado de lechos superiores a otros inferiores, y que la pieza se debía asignar a un paradero, un antiguo asentamiento indígena. Asimismo, remarcaba que los artefactos hallados eran escasos y dispersos y muchos podrían ser fruto de fracturas naturales. También pensaba que algunos artefactos –en concreto las bolas– se correspondían con los mismos modelos usados por las tribus nativas locales, según había documentado el antropólogo de origen sueco Eric Boman. No obstante, esta observación eliminaba la posibilidad real de que los artefactos apenas hubieran evolucionado a lo largo de cientos de miles (o millones) de años, y por consiguiente no se puede considerar un argumento definitivo en contra de la antigüedad de las piezas halladas[8]. Por otro lado, Boman llegó a sugerir la sospecha de que uno de los colaboradores más cercanos de Ameghino, Lorenzo Parodi, hubiera cometido fraude en el hallazgo de las bolas, e incluso en el de la punta clavada en el fémur de toxodon, y ello a pesar de que el propio Ameghino le había dicho que Parodi era una persona de su entera confianza.

Así las cosas, Boman se desplazó a Miramar en noviembre de 1920 y pudo observar cómo el propio Parodi hallaba in situ y extraía cuidadosamente varias bolas (de origen inconfundiblemente humano) incrustadas en estratos inalterados del Plioceno. Así pues, Boman acabó por abandonar la tesis del fraude y dejó la puerta abierta a la hipotética existencia de población humana en Miramar durante el Plioceno. 

Reflexiones sobre las investigaciones de los Ameghino


A día de hoy, los hermanos Ameghino gozan sin duda de una buena reputación y reconocimiento popular y científico por su abnegada labor pionera en los estudios geológicos y paleontológicos en Argentina. Esto nadie lo discute y los méritos son los que son. Sin embargo, por lo que he podido comprobar en una somera aproximación a su trabajo, sus hallazgos más polémicos –referentes a la existencia de seres humanos en el Terciario– son muy poco citados en las fuentes modernas. En los escasos comentarios recientes sobre esta cuestión, he apreciado que se suele recurrir básicamente a tres argumentaciones:

  1. Se produjeron errores en la interpretación y datación de las formaciones geológicas observadas, lo que se trasladó a una incorrecta interpretación arqueológica de los restos. Para varios expertos, lo que los Ameghino interpretaron como Plioceno era en realidad Pleistoceno (en el Cuaternario).
  2.  Es muy posible que los hallazgos “anómalos” simplemente se debieran a intrusiones o desplazamientos de materiales modernos a estratos inferiores más antiguos, por la acción de los agentes naturales.
  3.  Los Ameghino estaban muy influenciados por el incipiente evolucionismo y por ciertos hallazgos prehistóricos, y seguramente estaban obsesionados por descubrir ancestros del hombre extremadamente antiguos, como el llamado hombre de Java o Pithecanthropus, identificado a finales del siglo XIX. Además, en aquella época la posibilidad de remontar el origen de la Humanidad al Terciario todavía era objeto de serios debates en los círculos de prehistoriadores.

Artefactos hallados por F. Ameghino
Así, los paleontólogos Eduardo Tonni y Laura Zampatti[9], consideran que esta obsesión por hallar el hombre-fósil fue la causa de la aceptación de unas pruebas en principio inconsistentes. Por otro lado, opinan que ya en su época los hallazgos de Miramar fueron objeto de debate y controversia, e incluso de sospecha de fraude o manipulación, como ya se ha apuntado previamente. En cuanto a la supuesta gran antigüedad de los hallazgos, estos autores afirman que incluso ya en aquella época era inadmisible suponer que los artefactos líticos no habían sufrido variación a lo largo de cientos de miles de años, cuando la propia prehistoria europea había mostrado a las claras tal evolución a través de las diversas industrias líticas, que incluso el propio Florentino Ameghino había reconocido en un viaje a Europa. Y en el caso concreto del “fémur flechado”, niegan que la punta estuviera engastada en el hueso. A su juicio, se trataba realmente de una raedera fragmentada, similar a otras que se han hallado en estratos superficiales de la región y que tienen una antigüedad máxima (obtenida por radiocarbono) de unos 5.700 años AP[10]. Finalmente, Tonni y Zampatti acaban lamentando que mientras en Gran Bretaña se investigó y se destapó la verdad sobre el caso del Hombre de Piltdown, en Argentina unos hechos similares fueron escondidos u olvidados durante décadas[11].

Obras completas de F. Ameghino
 
A su vez, el arqueólogo argentino Mariano Bonomo, en un artículo dedicado al Hombre fósil de Miramar[12], plantea cuatro escenarios para explicar el revuelo provocado por las propuestas de los Ameghino: 1) que se tratase de un hallazgo genuino; 2) que los estratos correspondiesen en realidad al Cuaternario temprano; 3) que los materiales en cuestión no estuviesen in situ (o sea, que fueran intrusivos); y 4) que todo fuese un burdo fraude perpetrado presuntamente por Lorenzo Parodi. 

En cualquier caso, en sus conclusiones, Bonomo destaca que la aparición de ese homínido tan antiguo se debería enmarcar en “la construcción artificial de una identidad nacional”, que ofrecía a la comunidad científica y al pueblo unos ilustres ancestros del mismo nivel (o superior) que otros notables descubrimientos prehistóricos en otros países, lo cual sería motivo de una especie de orgullo científico-patriótico.

En suma, para estos expertos modernos, los hermanos Ameghino estaban imbuidos por la ciencia positivista de la época y fueron sobrevalorados como sabios nacionales, una tendencia muy de moda en aquellos tiempos. Así pues, poca gente en su país se atrevió a alzar la voz contra sus errores y prácticas amateurs, al tiempo que se rechazaban mayoritariamente las críticas procedentes del extranjero. Lo que sí se aprecia, en retrospectiva, es que quizás sus grandes logros en el terreno geológico y paleontológico pudieron tapar de algún modo los supuestos “patinazos” cometidos en el ámbito de la Prehistoria.

En definitiva, se podría acusar a los Ameghino de cierta impericia o falta de rigor en determinadas prácticas o investigaciones, pero en su favor podemos decir lo siguiente:

a)   Aplicaron los métodos científicos disponibles en la época como mejor pudieron y supieron. Al respecto, cabe decir que –a pesar de ser autodidacta– Florentino Ameghino acumuló un notable conocimiento y experiencia a lo largo de los años y estuvo en Europa para aprender de los eruditos más destacados del momento en el ámbito de la Prehistoria.
b)  Nadie ha podido demostrar fehacientemente, ni entonces ni en la actualidad, que los Ameghino fueran responsables del más mínimo intento de fraude o tergiversación de las pruebas (a pesar de los múltiples ataques sobre el proceder de Parodi)[13].
c)     La geología de aquella época no estaba tan desarrollada como en la actualidad. Además, no había dataciones radiométricas y el terreno estaba por explorar en su casi totalidad. En cualquier caso, consultaron sus hallazgos paleontológicos con expertos geólogos de la época que corroboraron mayoritariamente sus conclusiones.
d)  Los Ameghino tenían como referencia otros múltiples hallazgos de restos humanos de extrema antigüedad en diversos puntos del planeta realizados a finales del siglo XIX e inicios del XX, por lo que disponían de un contexto relativamente coherente donde encajar sus descubrimientos.
e)   No se puede aplicar a rajatabla el criterio de que los trabajos de aquella época no eran metódicos ni fiables. Muchos defectos que se achacan a esas investigaciones no aceptadas recaerían también sobre muchos hallazgos prehistóricos y paleontológicos desde mediados del siglo XIX que aún se siguen dando por válidos. 

Conclusiones


Florentino Ameghino sin duda fue muy audaz al proponer un origen sudamericano para la población humana de todo el continente (y del planeta entero), y más aún al citar una antigüedad que se podía ir a los dos millones de años. Se le podría achacar cierto chauvinismo y ganas de protagonismo a la hora de marcar un hito en la investigación de la evolución humana, y parece claro que, a la hora de lanzar sus osadas propuestas, se dejó llevar por su estricta concepción darwinista y por las eventuales pruebas que había encontrado sobre el terreno. Por lo demás, de su trabajo –y el de su hermano Carlos– se deduce cierta honestidad y amplitud de miras, y en ese sentido no se le puede acusar más que de posibles errores y confusiones en unas ciencias que todavía se estaban construyendo a trompicones, no sólo en América, sino también en todo el mundo.

De todas formas, repasando el exhaustivo trabajo de Cremo y Thompson, vemos que el caso de los Ameghino no fue ni mucho menos único en aquellos tiempos. En varias partes del mundo, incluyendo la vieja Europa, diversos investigadores bien preparados y con sólidos conocimientos geológicos y paleontológicos hallaron restos atribuidos a humanos modernos (tipo sapiens) –ya fueran huesos o artefactos– en estratos de una enorme antigüedad, de cientos de miles o incluso millones de años. Tales hallazgos fueron aceptados entonces por gran parte de la comunidad académica, si bien también recibieron fuertes ataques, que acabaron por hacerlos desaparecer prácticamente de la literatura científica, al igual que los casos de Monte Hermoso y Miramar. Cabe la posibilidad, por supuesto, de que estos científicos se equivocasen, pero... ¿todos?

Artefactos de la cultura Clovis
Es evidente que en algún momento de inicios del siglo XX se produjo una ruptura con ciertos datos “anómalos” y desde ese punto la evolución humana se fue modelando a partir de determinados hallazgos con determinadas dataciones, conformando un cuadro en el cual todo (o casi todo) debía encajar. De esta manera, el estamento académico americano, ya desde la época de Hrdlicka, fue rechazando sistemáticamente una presencia humana muy antigua en el continente, a la vez que apostaba por un poblamiento reciente, de sólo unos pocos miles de años. Esta filosofía se afianzó con el hallazgo de la llamada cultura Clovis[14] (supuestamente la más antigua de América), datada en unos 12.000 años de antigüedad. Con el tiempo, el paradigma tuvo que doblegarse ante la realidad, al menos parcialmente, pues diversas excavaciones habían revelado la existencia de asentamientos humanos más antiguos, y eso provocó en los círculos arqueológicos la aceptación de un horizonte “Pre-Clovis”, con un límite que se ha fijado aproximadamente en unos 25.000 años de antigüedad[15]. Todo lo que va más allá es simplemente imposible, no existe.

Yacimiento de Hueyatlaco (México)
Ante esta posición, puede que las propuestas de los Ameghino nos parezcan fuera de lugar, al hablar de humanos –ya sean modernos o arcaicos– en el Terciario, pero lo que no se puede obviar es que durante el siglo XX se llevaron a cabo varias excavaciones en América que arrojaron datos contrastados[16] que invalidaban el modelo impuesto por el paradigma. Así, tenemos yacimientos medio olvidados o polémicos desde Alaska a la Patagonia que han dado indicios de presencia humana en unas épocas muy remotas. Por ejemplo, basta citar los casos de Monte Verde (Chile) con 33.000 años; Sheguiandah (Canadá), entre 65.000 y 125.000 años; Texas Street (EE UU), entre 80.000 y 90.000 años; Calico (EE UU), unos 200.000 años; Toca da Esperança (Brasil), entre 200.000 y 290.000 años; y Hueyatlaco (México), entre 250.000 y 400.000 años.

En la mayor parte de estos casos cabe señalar que los propios científicos a cargo de las excavaciones –o de las dataciones en particular– fueron ignorados, marginados, represaliados o defenestrados. Entre estas víctimas del dogmatismo estuvo nada menos que Louis Leakey, el gran paleontólogo de fama mundial, que apoyó las dataciones obtenidas en Calico –donde estuvo trabajando varios años–  frente a una gran mayoría de “expertos” que le dijeron que se había equivocado por completo: o los estratos donde se habían hallado los objetos no eran tan antiguos o bien los objetos no eran artefactos sino geofactos (piedras modificadas por agentes naturales, no por el hombre).

Así pues, tal vez las apreciaciones geológicas realizadas en la época de los Ameghino se hubieran excedido al apuntar a unas dataciones tan extremas, pero es bien posible que los hallazgos fueran genuinos y muy antiguos, coincidiendo con el resto de evidencias en todo el mundo y sobre todo con los datos posteriores obtenidos en el propio continente americano. Todo ello nos indica que tanto la teoría del poblamiento humano de América como el modelo establecido de la evolución humana podrían estar muy equivocados y que deberían replantearse a fondo.

© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y artículo de M. Bonomo


[1] La mayor parte del siguiente contenido está basado en la obra de Cremo y Thompson, que ciertamente puede ser considerada partidista o sesgada en el sentido que, como mínimo, otorga el beneficio de la duda a unas propuestas que actualmente o son directamente ignoradas o son consideradas un disparate por el estamento académico.
[2] En realidad, Ameghino identificó incorrectamente esos estratos, atribuyéndolos al Mioceno, pero hoy se cree que pertenecen al Plioceno temprano y medio.
[3] Al respecto, algunos han alegado que Ameghino hizo un ejercicio de “nacionalismo científico”, pero cabe recordar que a lo largo del siglo XX otros prehistoriadores de África, Rusia o China han realizado afirmaciones similares sobre el origen “único” (o como mínimo, compartido) de los humanos en sus respectivos territorios.
[4] Este sería, según Ameghino, el antecesor del Homo sapiens, que habría pasado de Sudamérica al norte del continente y luego a Asia y Europa.
[5] En cambio, los prehistoriadores europeos de esa época parecían más receptivos a la idea de una humanidad extremadamente antigua (también en América), a la vista de algunos descubrimientos.
[6] De hecho, Carlos realizó mucho más trabajo de campo que su hermano, viajando hasta la Patagonia y otras regiones en busca de fósiles para luego enviarlos a Florentino.
[7] Ameghino la describe como “una lasca de cuarcita obtenida por percusión, de un solo golpe, y retocada en sus bordes laterales, pero sólo en una superficie, y luego apuntada en sus dos extremos por el mismo proceso de retoque, dándole una forma aproximada de hoja de sauce, y por consiguiente semejante a las dobles puntas de tipo Solutrense.”
[8] A este respecto, los antropólogos han identificado en África algunas toscas piezas talladas por tribus actuales que tienen una gran semejanza con artefactos localizados en los mismos territorios con antigüedades de hasta dos millones de años.
[9] TONNI, E.; ZAMPATTI, L. El “Hombre Fósil” de Miramar. Comentarios sobre la correspondencia de Carlos Ameghino a Lorenzo Parodi. Revista de la Asociación Geológica Argentina. vol. 68 no.3 Buenos Aires, setiembre 2011.
[10] Antes del Presente, o sea, alrededor de 3700 a. C.
[11] Sin embargo, para ser justos, el fraude de Piltdown se aclaró ¡más de 30 años después de salir a luz pública!, y mientras tanto fue un exponente capital de la evolución humana, aunque ciertamente el caso fue motivo de controversia durante esos 30 años.
[12] BONOMO, M. El Hombre fósil de Miramar. Intersecciones en antropología, n.º 3. ene./dic. 2002
[13] Hay que remarcar que en muchos hallazgos notables y aceptados (sobre todo a lo largo del siglo XIX e inicios del XX), fueron los operarios o colaboradores del científico los que de hecho recuperaron o extrajeron los objetos y nunca se habló de malas prácticas o fraudes.
[14] Yacimiento arqueológico de Nuevo México (EE UU), excavado en los años 20 del pasado siglo.
[15] Fecha aportada por la National Science Foundation, ante la pregunta del arqueólogo disidente Chris Hardaker sobre qué máxima antigüedad se debía atribuir a los primeros americanos.
[16] Incluyendo dataciones radiométricas, a veces confirmadas con más de un método, como en Hueyatlaco.