(Reseña del libro "La serpiente celeste", aparecida en el n.º 2 de la revista Dogmacero)
La serpiente celeste es sin duda uno de esos libros que permiten al
lector abrir el pensamiento a nuevas maneras de ver la ciencia y en este caso
podemos decir sin exageración que es además una de las obras de referencia y
lectura obligada para todos aquellos interesados en la llamada arqueología
alternativa.
Frente a la imagen del
Antiguo Egipto que nos ofrece la egiptología oficial, el escritor y egiptólogo
amateur norteamericano John Anthony West presenta en este libro un Egipto
completamente distinto, que exige una lectura pausada y reflexiva para superar
prejuicios y visiones estereotipadas y así poder vislumbrar esa otra realidad.
Lo que West propone en La
serpiente celeste (publicada originalmente en 1993) es la existencia de un Egipto
simbolista, que debe ser estudiado e
interpretado con un modelo de pensamiento bastante distinto del patrón
científico convencional. Este concepto no es en realidad nada estrictamente
nuevo; su obra es un homenaje y reivindicación del trabajo previo del filósofo
y matemático francés René Schwaller de Lubicz (1887-1961), que estudió la
civilización del antiguo Egipto durante muchos años pero desde un ángulo
completamente heterodoxo. Concretamente, Schwaller
realizó múltiples investigaciones en el templo de Luxor durante 15 años, que
constituyeron la base de su libro Le
temple de l’homme (“El templo del hombre”), una
referencia obligada para muchos investigadores alternativos.
Esta
propuesta simbolista se fundamenta en la idea de que la cultura egipcia estaba
enormemente avanzada y que su conocimiento procedía de una cultura anterior que
se remontaría al tiempo de los dioses. Según West, toda la civilización egipcia
destilaba una sabiduría ancestral y sofisticada, llena de armonía y proporción,
que impregnaba todos los aspectos de la vida, desde la arquitectura a la
ciencia y el arte, pasando por la escritura, la literatura, las matemáticas, la
medicina, la astronomía... En suma, la gran cultura egipcia debería estudiarse
como un todo simbólico interrelacionado, como una ciencia sagrada holística, y no sólo como una suma de
partes.
Para
West, existen algunos principios clásicos de la historia y arqueología que
falsean o tergiversan la auténtica realidad de las antiguas civilizaciones. En
resumen, estos principios se sustentan en la idea de que el hombre “progresa” y que la evolución es consustancial con todo lo humano. Asimismo, la
civilización implica progreso, y a mayor grado de civilización, mayor grado de
progreso, y en consecuencia, no hay nada que los antiguos supieran y que
nosotros no sepamos o comprendamos mejor. La obra de West trata de refutar esta
concepción y comienza por plantear un concepto de civilización bastante
distinto al que se enseña en universidades y escuelas. En sus propias palabras:
“Por civilización entiendo una
sociedad organizada sobre la convicción de que la humanidad está en la Tierra
con un propósito. En una civilización, los hombres están más preocupados por la
vida interior que por las condiciones
de la existencia cotidiana.” Y West todavía va más allá,
cuando afirma que la la egiptología ha malinterpretado completamente la esencia
del Egipto faraónico:
«Según la explicación
habitual, Egipto es una civilización de arquitectura asombrosa, reyes
egocéntricos y populacho serviI y supersticioso. La visión simbolista ve Egipto
de forma bastante diferente, como una civilización filosófica y espiritualmente
(y en ciertas áreas, incluso científicamente) más avanzada que la nuestra, de
la cual tenemos mucho que aprender.»
Para
construir su discurso, West combina su propia interpretación de Schwaller con
lo que afirma la egiptología ortodoxa y trata de ofrecernos una visión distinta
de la civilización egipcia, una sabiduría o ciencia sagrada que trasciende de
lo material y se insinúa en todos los órdenes de la vida, con una magnífica
expresión en las representaciones artísticas. En el camino, West fustiga a la
egiptología clásica por su falta de respuestas y por sus ideas preconcebidas y
se acoge a numerosos ejemplos de perfección matemática y técnica de los
egipcios, como expresiones inequívocas de armonía, proporción y equilibrio de
esta antigua sabiduría. Esto nos conduce a la inevitable referencia a un arte sagrado (en especial, la
arquitectura) que –gracias a una minoría de iniciados– se perpetuó en Egipto
durante muchos siglos sin apenas cambios, y que tuvo su continuación a lo largo
de la historia con altas dosis de simbolismo y esoterismo.
Desde
este punto de vista, se nos hace difícil adentrarnos en esta civilización con
una mentalidad racional, dado que los símbolos nos conducen inexorablemente por
una vía mística, en consonancia con el alma profundamente religiosa –o mágica–
de los antiguos egipcios. West enfatiza precisamente el carácter mágico del
arte egipcio, que es una parte indivisible del todo (la sabiduría o el
conocimiento), siendo la expresión artística la muestra genuina de esa
sabiduría sagrada, la cual apenas se plasmó explícitamente por escrito. Así
pues, West desgrana a lo largo del libro numerosos ejemplos de las
manifestaciones de esa sabiduría holística en diversas facetas de la ciencia y
la cultura egipcias, como la astronomía, las matemáticas, la medicina o la
escritura jeroglífica. En todos estos casos, West se apoya en las
investigaciones de Schwaller para mostrarnos que los egipcios tenían una forma
de pensar y actuar sobre el mundo distinta a la actual, pero sorprendentemente
avanzada en algunos aspectos, como se puede apreciar a través de algunos textos
que se han conservado (por ejemplo, los papiros Rhind y Smith).
Para
finalizar su obra, West lanza un órdago completo a la egiptología, ya que presenta
la teoría de que la civilización egipcia, que arrancó perfectamente formada en
casi todas sus características, no fue más que el legado de una civilización
previa, la Atlántida. Entre otras observaciones, West menciona la famosa
controversia de la datación de la Esfinge de Guiza, que ya fue insinuada por
Schwaller, y que se basa en el patrón de erosión por agua que presenta el propio
monumento y la cubeta donde se encuentra. Así, dado que en la época dinástica
Egipto tenía un clima muy seco, parecido al actual, la erosión sólo pudo darse
en épocas anteriores, cuando el norte de África tenía un mayor régimen de
lluvias. Además, tanto la esfinge como su templo anexo no tienen parangón en
tamaño y estilo con estructuras posteriores.
En
definitiva, La serpiente celeste no es un libro fácil de digerir ni aceptar si se
lee exclusivamente con los ojos del paradigma científico imperante. Sea como
fuere, y sin necesidad de coincidir con todos los planteamientos de West, esta
obra puede aportar fructíferas reflexiones que nos permitan avanzar hacia una
comprensión global de la civilización egipcia. De hecho, para muchos
investigadores procedentes del campo alternativo, el auténtico Antiguo Egipto todavía
está por descubrir.
© Xavier Bartlett 2013