viernes, 21 de octubre de 2016

Sitchin, Nibiru y las dobles lecturas


Poco puede decirse del erudito judío Zecharia Sitchin que no se haya dicho ya. Para los que no lo conozcan, basta decir que Sitchin saltó a la fama hace ahora 40 años con su libro “El duodécimo planeta” en el cual proponía que los dioses sumerios (los Anunnaki) fueron en realidad alienígenas venidos a la Tierra hace cientos de miles de años desde un lejano planeta llamado Nibiru en busca de oro y que crearon a los seres humanos –mediante ingeniería genética– en calidad de trabajadores-esclavos.

En este mismo blog ya dediqué un extenso artículo a este autor y puse de manifiesto que el estamento académico rechazó a Sitchin por ser poco menos que un farsante y un iletrado que se permitía traducir a su gusto las antiguas tablillas mesopotámicas escritas en caracteres cuneiformes. Sin embargo, al igual que el no menos célebre Erich Von Däniken, obtuvo un enorme éxito como escritor popular de arqueología alternativa y generó toda una pléyade de seguidores, bastantes de los cuales (Alford, Pye, Tellinger, Freer, Martell, etc.) también fueron reputados autores de este género. Lo que sí es cierto es que con el paso del tiempo algunos empezaron a disentir de Sitchin e incluso a criticarlo abiertamente[1]. Así pues, todavía veo a muchos “sitchinistas”, que hasta hace poco habían escrito libros o producido vídeos con un material 100% Sitchin, que dicen haber abandonado a estas alturas la ortodoxia de su gran inspirador, simplemente porque las evidencias contra Sitchin se han vuelto bastante concluyentes, y porque en buena parte del campo alternativo ha caído en cierta desgracia.

Phillip Coppens
Sea como fuere, uno de sus temas estrella fue sin duda la existencia del planeta Nibiru y su periódico paso por el Sistema Solar. A este respecto, varios autores auguraron que hacia la fatídica fecha de finales de 2012, Nibiru reaparecería en el firmamento y causaría toda clase de eventos catastróficos; esta fue sin duda una de las historias e histerias del ya pasado 2012, que fue objeto de una amplia literatura alternativa que navegaba entre lo apocalíptico y lo especulativo. Una de los últimos en opinar sobre Sitchin y Nibiru fue el malogrado autor y periodista de investigación Phillip Coppens, que nunca cerró la puerta a la teoría intervencionista pero que se mostró muy crítico con según qué propuestas alternativas faltas de apoyo. En el breve artículo que adjunto a continuación, Coppens no sólo expuso las múltiples dudas acerca del escurridizo Nibiru, sino que lanzó un aviso a navegantes sobre cómo se debía interpretar a Sitchin: tal vez Nibiru sería una especie de metáfora para hablar no de seres de “otro planeta”, sino de otras realidades o dimensiones con las cuales nuestros antepasados parecían estar mucho más familiarizados que nosotros.

Por cierto, ni Coppens ni Sitchin vivieron para ver la frustrada llegada de Nibiru a nuestros cielos. Sitchin falleció en 2010 y Coppens el penúltimo día de 2012.


Sitchin: alienígenas y dioses


Como alguien que aparece con frecuencia en la serie de History Channel “Ancient Aliens”, una de las preguntas más frecuentes que recibo es la observación de si los extraterrestres mataron a Dios. Mi respuesta es un “no” definitivo, y permítanme que les explique por qué.

Zecharia Sitchin
Hay varias versiones de la teoría de los antiguos astronautas y creo que los que toman la más literal son los que más a menudo se equivocan, especialmente si chupan rueda de una mega-teoría. Tomemos el ejemplo más famoso en este campo: Zecharia Sitchin introdujo la noción de la existencia de un duodécimo planeta en nuestro sistema solar, argumentando que los antiguos sumerios tenían este conocimiento y que la raza que habitaba este planeta, llamado Nibiru, colonizó la Tierra y modificó genéticamente a nuestros ancestros. Y aunque durante cuatro décadas afirmó que sólo él podía traducir correctamente la lengua sumeria, hoy sabemos que, en el mejor de los casos, tradujo el sumerio de forma equivocada.

Según Sitchin, el planeta Nibiru tenía una órbita elíptica, que según los astrónomos —y la lógica común— es poco probable que sea posible, especialmente si ese planeta debiera ser propicio para albergar vida a lo largo de su órbita de 3.600 años a través de nuestro sistema solar. Pero cuanto menor es la evidencia de la existencia de Nibiru, mayor es el número de fundamentalistas que lo apoyan y creen en él.

Con la llegada del fenómeno 2012, los seguidores de Sitchin decidieron que tal vez era una buena idea vincular el 2012 con la idea de que este era el retorno de Nibiru. Pero la cuestión es que, si este fuera el caso, este planeta sería ahora claramente visible en nuestros cielos, incluso si hubiese un masivo encubrimiento científico orientado a “negar la verdad” como dirían algunos. Sin embargo, esto refuerza la idea, muy común, de que si dos misterios se complementan esto es prueba de que ambos tienen razón. 

Los seguidores de Sitchin argumentan que los astrónomos han observado un patrón inusual en la afluencia de los cometas que entran en nuestro sistema solar, lo que sugiere que tal vez hay un planeta lejos de allí, en la llamada Gran Nube de Oort. Las anomalías podrían explicarse si hubiera un planeta entre una y cuatro veces la masa de Júpiter. De hecho, algunos astrónomos sostienen esto aunque no haya ninguna evidencia de este planeta, a pesar de que debería ser fácilmente detectable, sobre todo si se espera su llegada cerca de la Tierra en el año 2012. De manera que, en resumen, los promotores del “Planeta X” —como se conoce comúnmente este planeta— no tienen pruebas.

Usted podría preguntarse por qué Sitchin y sus teorías no tienen un papel más destacado en la serie de History Channel, “Ancient Aliens”. La respuesta es muy simple: Sitchin tenía una teoría y trató de construir las pruebas que encajasen en ella. Así que, efectivamente, mientras se presenta la teoría de Sitchin “los extraterrestres estuvieron aquí”, se pierden los detalles de dicha teoría. Y me atrevería a decir que todo lo que él hizo en este campo le perjudicó, por lo vociferante y cascarrabias que fue en defensa de sus teorías. Sitchin tradujo mal, pero fue, sobre todo, mal interpretado. Incomprendido.

Nibiru es cualquier cosa, es sin duda un lugar de paso: el paso de un mundo a otro. Pero no del planeta Tierra al planeta Nibiru, sino del reino terrenal a la tierra de los muertos y los dioses. Esta es una explicación metafísica, y sí, me tomo literalmente la explicación del cruce del alma. No literalmente en un sentido físico, sino literalmente en un sentido metafísico. Por lo cual estoy convencido de que hay algo más en este universo que el mero universo físico, que hay tanto seres extraterrestres como seres de otros mundos... ambos, sin duda, ajenos a nuestra civilización, pero cuando se estudian temas como la creencia en las hadas de los antiguos celtas, está claro que estas civilizaciones antiguas estaban mucho más familiarizados con estas criaturas que nosotros.

Así, una vez más, vivimos en “un” universo: un universo con espacio para criaturas de otro mundo y extraterrestres. Porque no sólo tenemos un tema que la ciencia ha de explorar, sino varios, que hasta ahora ha rehuido y que sigue rehuyendo. Nosotros no sólo necesitamos preguntarnos si estamos o no solos, sino que también tenemos que hacernos preguntas acerca de otras dimensiones. La historia y la realidad son mucho más complejas que las pulcras teorías de la ciencia, o las de Sitchin. La realidad es compleja. Así es la historia. Pero eso hace que sea aún más hermosa.

© Philip Coppens 2012

Fuente: Dogmacero n.º 1 (2013)

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Esta deserción tuvo consecuencias insólitas en un caso, pues Sitchin quiso denunciar ante la justicia y pedir una altísima compensación económica a Alan Alford, antiguo seguidor suyo, por haber descalificado sus teorías en público, en una conferencia. Al final, todo quedó en la amenaza y no fue a más.

domingo, 9 de octubre de 2016

El enigmático faraón Akhenatón


Introducción

Si nos ceñimos al campo de la egiptología ortodoxa, no cabe duda de que el faraón Akhenatón[1] es una de las figuras históricas del antiguo Egipto que más estudios y debates ha suscitado a lo largo de siglo y medio, sobre todo por el pequeño o gran terremoto político, ideológico y religioso que provocó su reinado en el Egipto faraónico. 

Así, Akhenatón ha sido presentado tradicionalmente como una rareza –en todos los sentidos– en la civilización egipcia, y hasta su destino final ha sido objeto de largas controversias, en particular por lo incierto de su lugar de enterramiento y las incógnitas que rodean la llamada tumba KV 55 (Kings’ Valley n.º 55). Pero las especulaciones sobre este faraón han ido mucho más lejos y han llegado a la historia alternativa, dando lugar a hipótesis no poco audaces, algunas de ellas realmente insólitas: desde considerarlo un antiguo patriarca judío hasta... ¡un extraterrestre! En este artículo trataremos de arrojar un poco de luz sobre estas cuestiones y presentaremos esa otra faceta “alternativa” que ha sido especialmente explotada en los últimos tiempos. Pero empecemos por los datos históricos más conocidos de este personaje.

Los hechos históricos


El futuro Akhenatón nació como Neferjeperura Amenhotep[2], hijo del faraón Amenhotep (o Amenofis) III y de la reina Tiyi, de la XVIII dinastía (Imperio Nuevo). Él no era el primogénito del faraón –lo era su hermano mayor Tutmose– pero la muerte prematura de éste lo convirtió en príncipe heredero. Así, se da por hecho que, después de unos pocos años de corregencia al final de la vida de su padre, accedió al trono hacia el 1353 a. C.[3] como Amenhotep IV (su título “histórico”). En aquel momento, Egipto ya había superado la invasión de los pueblos asiáticos llamados hicsos, y se estaba consolidando como una gran potencia más allá de sus tradicionales fronteras, sobre todo en la región de Oriente Medio, y en menor medida en África; todo ello hizo que el país acumulara gran cantidad de recursos y riquezas.

En este contexto, Amenhotep IV sólo tenía que mantener la política de expansión, prosperidad y estabilidad labrada por sus antecesores, pero al cuarto año de reinado Amenhotep cambió su nombre por el de Akhenatón, que quiere decir “agradable a Atón”, y dio impulso a una serie de profundas reformas tanto en el ordenamiento religioso como en el político, que en el contexto de aquella época venían a ser prácticamente la misma cosa. Este fue el principio de un convulso episodio en la historia de Egipto.

busto de Nefertiti
Con todo, Akhenatón, casado con la bella reina Nefertiti, empezó su gobierno en una línea continuista, favoreciendo el culto a Atón (el disco solar), hasta entonces un dios secundario, pero sin desatender el omnipresente culto a Amón, cuyos sacerdotes gozaban de amplios poderes y prerrogativas en todos los asuntos del país. No obstante, una vez consolidado en el trono, decidió imponer el culto único al dios solar Atón, venerado principalmente en Tebas, en detrimento del arraigado politeísmo egipcio y muy en especial del culto al dios Amón, que llevaba tiempo siendo el dios principal de Egipto por razones sociales y políticas. Lo cierto es que no hay documentos de la época que expliquen los motivos últimos de ese cambio radical, aunque los historiadores creen que hubo una combinación de factores, en los que no faltaba la lucha por el poder efectivo ni tampoco una cierta revolución ideológica.

Para materializar su voluntad monoteísta y reformadora, Akhenatón puso todos sus esfuerzos en edificar una esplendorosa nueva capital, que estaría dedicada al gran dios solar, y por ello la llamó Akhet-Aton (“el horizonte de Atón”), también conocida por el nombre actual del lugar donde se hallaron sus ruinas: Tell-el-Amarna. Esta gran ciudad, construida de la nada en el desierto y situada a medio camino entre Menfis y Tebas, estaba delimitada por 15 grandes estelas y tenía una extensión de unos 5 x 10 kilómetros, con templos, palacios, avenidas, talleres, viviendas para ricos y pobres, etc. En su mejor momento llegó a tener más de 10.000 habitantes, pero fue abandonada al poco de la desaparición del faraón[4]. 

Ruinas del palacio norte de Tell-el-Amarna

En cuanto a la situación del país, la hasta entonces poderosa casta sacerdotal se volvió abiertamente hostil hacia el rey, dada la paulatina marginación y persecución a la que se vio sometida en el nuevo régimen. Esto no es de extrañar pues en el noveno año de reinado, Akhenatón prohibió los antiguos cultos, cerró los templos y cercenó las imágenes e inscripciones de los antiguos dioses. De hecho, con su reforma, el faraón había acabado con el clero como intermediario entre la divinidad y el pueblo, puesto que él mismo se había erigido en único representante del dios solar. Y por si fuera poco, el alto coste de la fundación de la nueva capital se había sufragado mayormente  con los bienes de los templos de los dioses tradicionales. Por otro lado, el ejército, en cual se había apoyado para contrarrestar el poder sacerdotal, también empezó a darle la espalda, porque el faraón –aparte de desatender los asuntos políticos y económicos– eludió ofrecer socorro a sus territorios vasallos y permitió que sus dominios fueran atacados sin ofrecer una respuesta adecuada. Sea como fuere, a los 17 años de reinado, hacia 1336 a. C., Akhenatón desapareció de escena sin que sepamos muy bien qué le ocurrió: si fue asesinado o derrocado, o si simplemente falleció de muerte natural.

Máscara de oro de Tutankhamon
Por desgracia, no hay apenas documentación histórica que explique esta etapa final de su reinado, con el agravante de que años después de su muerte tuvo lugar cierta persecución de su memoria a cargo de sus sucesores, que retornaron a los cauces de la antigua religión y trataron de borrar el nombre y la obra del faraón hereje de la faz de Egipto. Sin embargo, el atonismo no desapareció de inmediato. Las crónicas históricas hablan de dos soberanos sucesores, que más bien habrían sido corregentes al final del reinado de Akhenatón: Smenkhare y Neferneferuatón[5]. De estos monarcas se tiene muy poca información, y se duda de si podían haber sido una misma persona. De Smenkhare se sabe que reinó entre uno y tres años a la muerte de Akhenatón para dar paso a un joven príncipe, el famoso Tutankhamon, que anteriormente se había llamado Tutankhatón, siguiendo la ortodoxia atonista. Ambos tenían relación consanguínea con Akhenatón, pero a día de hoy no se sabe exactamente cuál, aunque se ha sugerido que podían ser hijos de segundas esposas (no de Nefertiti, que sólo tuvo hijas con el faraón).

Fue a partir del propio Tutankhamon –y sobre todo de los monarcas posteriores– cuando se abandonó el atonismo como culto oficial y se volvió a la antigua ortodoxia. Por cierto, también se ha hablado durante décadas del posible asesinato de Tutankhamon, a partir de ciertas lesiones que se observan en el cráneo de la momia, sin que haya aún un veredicto definitivo sobre esta cuestión.

La controversia de la tumba KV55


Sarcófago de la tumba KV55
Pero ¿qué fue de Akhenatón? Uno de los temas que más polémica ha despertado desde hace más de un siglo es el posible emplazamiento de la tumba de Akhenatón. En 1907, el egiptólogo norteamericano Theodore Davis excavó en el Valle de los Reyes una tumba de hipogeo relativamente sencilla, la KV55, que constaba de una escalinata de acceso, un corredor y una cámara única con un pequeño nicho. Esta tumba parecía dedicada a la reina Tiyi (madre de Akhenatón) pero allí se halló un sarcófago con una momia en mal estado a la que se había arrebatado las máscara de oro y que resultó ser de un varón de unos 35 años[6]. El problema es que las inscripciones del sarcófago habían sido borradas y no había certeza de a quién podía pertenecer el cuerpo, aunque se daba por hecho que era un personaje real.

Además, todo apuntaba que el enterramiento original había tenido lugar en Tell-el-Amarna[7] y que luego se había reubicado en esa tumba del Valle de los Reyes, muy posiblemente tras el abandono de la nueva capital, hecho que sucedió durante el reinado de Tutankhamon. Y para complicar más la situación se encontraron allí varios objetos funerarios atribuidos a otros personajes, como Tutankhamon, Smenkhare, el propio Akhenatón y Kiya, segunda esposa de éste. El sarcófago, de hecho, parecía haber sido preparado para una mujer (Kiya), pero había sido reaprovechado y adaptado a toda prisa para albergar la momia de un faraón... pero ¿cuál?

Cráneo hallado en la tumba KV55
Durante décadas se ha venido especulando sobre la identidad de los restos, habiendo dos hipótesis principales: o bien se trataba del propio Akhenatón o bien de su sucesor Smenkhare. Las pruebas anatómicas y arqueológicas no parecían ser concluyentes, así que hubo que esperar hasta hace pocos años a la realización de unos análisis de ADN de la momia para comparar los resultados con el ADN extraído y analizado en 2010 de la momia del joven faraón Tutankhamon. Estos análisis parecieron confirmar la relación consanguínea de ambos individuos, concretamente de relación padre-hijo, lo cual implicaría que la momia de la KV55 sería en verdad Akhenatón y que Tutankhamon fue su descendiente directo, posiblemente hijo de Kiya o de otra esposa secundaria.

Así pues, se podría reconstruir el siguiente escenario hipotético: el faraón Akhenatón fue enterrado en Tell-el-Amarna –en la tumba preparada para la familia real– pero tras el abandono de la ciudad por parte de la corte, su cuerpo fue trasladado a una tumba relativamente modesta del Valle de los Reyes y ubicado en un sarcófago que no era el suyo originalmente. Y posiblemente, ya en la dinastía XIX, una época de reyes más intolerantes hacia el atonismo, se habría saqueado parcialmente la tumba y se habría mutilado el sarcófago real.

Un arte peculiar para un faraón peculiar


No es exagerado decir que con Akhenatón se abrió una nueva etapa en el arte egipcio, que llevaba instalado en unos mismos cánones y convencionalismos desde el mismo inicio de la era dinástica. Así, la reforma religiosa del faraón no sólo se quedó en puros conceptos religiosos o espirituales sino que impactó en todas las facetas artísticas y monumentales, pues la forma y el fondo en el antiguo Egipto constituían una misma cosa indisociable. Esto es lo que algunos expertos han venido a llamar la “revolución amarniana”.

Akhenatón (como esfinge) recibe los rayos de Atón
Por ejemplo, en la arquitectura, la nueva concepción de un dios solar hizo que los templos atonianos de la nueva capital quedaran abiertos, al aire libre y expuestos a los rayos solares, a diferencia de los semicerrados (“oscurantistas”) templos politeístas. Pero los cambios realmente importantes vinieron de la mano de la escultura, el relieve y la pintura, y en general de un nuevo enfoque conceptual sobre las representaciones figurativas. Este enfoque se caracteriza por un marcado naturalismo frente al tradicional hieratismo y rigidez de los periodos anteriores. Los cánones de la figura humana fueron modificados, adoptando un patrón de cuadrícula de 9 x 12 unidades, que se mantuvo durante cierto tiempo aún después de la muerte de Akhenatón, con la aportación de cierto sentido de la perspectiva.

Escena afectuosa de la familia real
En cuanto a la iconografía y los motivos, destaca la omnipresencia de la representación del disco solar con rayos que acaban en pequeñas manos portadoras de la cruz ankh, el símbolo de la vida. Asimismo, las figuras de flora y fauna que decoraban las tumbas se hicieron más naturalistas y coloridas. Sin embargo, lo más impactante es sin duda la propia representación del faraón y de su familia. En este punto, el estilo amarniano rompe con los formalismos anteriores, en que se tendía a idealizar o “divinizar” la fisonomía de los monarcas y se los mostraba en posturas rituales o de autoridad. Frente a esto, el nuevo estilo exhibe a la familia del faraón de manera más “humana”, casi íntima y relajada, con claras escenas de afecto bajo el influjo de los rayos de Atón.

Busto de una de las hijas del faraón
Y ese naturalismo llega al extremo al representar al faraón con un aspecto del todo inusual, que ha despertado asombro y controversias a lo largo de décadas. En efecto, las estatuas y relieves nos muestran a un Akhenatón desfigurado, de aspecto enfermizo y femenino, con extraños rasgos no vistos hasta entonces en la representación de faraones. Así, Akhenatón aparece representado con cabeza de marcada dolicocefalia, pómulos salientes, ojos rasgados, labios gruesos y largo cuello. Su cuerpo es de formas voluminosas y redondeadas, con prominentes pechos femeninos, vientre abultado, cintura estrecha y amplias caderas. Se podría decir que su aspecto sería el de un ser hermafrodita o de sexo incierto. En general, estos rasgos se repiten en otros personajes de su familia, sobre todo en los cráneos dolicocéfalos[8] y el vientre abultado. En cambio, los bustos de su esposa Nefertiti parecen mostrar a una mujer de rasgos delicados y de enorme belleza.

Representación de Akhenatón
Este aspecto del faraón, que algunos han calificado de caricaturesco o monstruoso, ha sido objeto de largas discusiones. ¿Era así realmente Akhenatón? Algunos autores, como el egiptólogo Christian Jacque, opinan que el faraón tenía un aspecto físico más “normal”[9] y que esa apariencia no sería más que una imagen simbólica, una especie de unión mística de lo masculino y lo femenino según la ideología atoniana. Así pues, los artesanos habrían recibido instrucciones de representar una especie de efigie andrógina como ideal del faraón, sin ningún intento de ser realistas.

No obstante, otros expertos han tratado de ver alguna enfermedad concreta en esos rasgos. Algunos han insistido en que podría ser un caso de hermafroditismo, pero lo cierto es que el faraón se mostró bastante viril y fértil, y de hecho tuvo una numerosa progenie. Aparte de estar casado con Nefertiti, la “gran esposa real”, con la que tuvo seis hijas, tenía otras esposas secundarias (sobre todo Kiya), e incluso cohabitó al menos con tres de sus propias hijas y tuvo descendencia de ellas[10]. En cambio, otras hipótesis han ido a coincidir en una rara afección llamada “síndrome de Marfan”, caracterizada por crear formas alargadas (sobre todo en rostro y manos), pero no hay datos fehacientes que permitan confirmarla. También se podría dar el caso de un conjunto de enfermedades de origen genético que hubieran causado las diversas malformaciones, pero tampoco hay certezas al respecto.

Los perfiles alternativos de Akhenatón


¿aspecto alienígena?
Si entramos de lleno en el terreno de la arqueología alternativa, podemos afirmar que la heterodoxia de Akhenatón ha dado pie a numerosas interpretaciones y especulaciones, algunas con ciertos visos de realismo y otras que parecen “fuera de juego”. Lo más radical que se ha dicho se circunscribe al ámbito de la teoría de los antiguos astronautas, ya que según las teorías más extremas, el famoso disco solar de Atón sería en realidad... ¡un ovni! y el propio faraón sería de hecho un alienígena o al menos tendría una parte de ADN extraterrestre. Los defensores de esta visión se apoyan una vez más en el aspecto extravagante o andrógino del faraón y muy en particular en su cráneo alargado, que según varios autores estaría relacionado con una raza de “dioses” venidos de otros mundos. Además, el hecho de luchar contra el primitivo politeísmo e instaurar el culto monoteísta a una “bola de luz” reforzaría ese halo extraterrestre del faraón... En fin, en su momento ya toqué el tema de la dolicocefalia exagerada en ciertas elites antiguas y no es tema para bromear u obviar. Pero de ahí a construir una historia de ovnis y alienígenas en medio del antiguo Egipto hay un trecho altamente especulativo, siendo muy generosos.

En cambio, otra línea heterodoxa más moderada ha buceado en la historia de Akhenatón y en sus paralelismos con el Antiguo Testamento judío, buscando inesperadas conexiones, sobre todo centradas en la aparición de un líder carismático que promovía un monoteísmo relativamente abstracto en un mundo que adoraba a una pléyade de dioses antropomorfos o zoomorfos. De hecho, ya a inicios del siglo XIX el propio Jean François Champollion –el descifrador de los jeroglíficos– había apreciado semejanzas entre la historia bíblica y el periodo del faraón hereje. Este mismo enfoque fue retomado en el siglo XX por Sigmund Freud, destacado intelectual judío y padre del psicoanálisis, que se había interesado por el perfil monoteísta de Akhenatón y lo había relacionado con el patriarca bíblico Moisés[11]. Según su visión, Moisés (una adaptación del común nombre egipcio Mose) tal vez habría sido un egipcio seguidor de Atón que llevó consigo el culto a un dios único a la tierra de los hebreos. En sus propias palabras: “Si Moisés fue egipcio, si transmitió su propia religión a los judíos, fue la de Akenaton, la religión de Atón”.

El libro de los Sabbah
Sin embargo, en tiempos más recientes esta teoría ha ido bastante más lejos de la mano de los hermanos Roger y Messod Sabbah, rabinos judíos marroquíes, que escribieron un polémico libro titulado Los secretos del Éxodo. El punto de partida de estos dos investigadores era una incógnita aún no resulta: ¿cómo es que si los hebreos habían vivido y sufrido esclavitud en Egipto durante siglos no había ningún rastro arqueológico de ellos en el país del Nilo? Para obtener respuestas a la cuestión planteada, emprendieron un exhaustivo estudio multidisciplinar que les llevó 20 años, recurriendo fundamentalmente a la filología y a la arqueología[12].

Con esta premisa, empezaron a desmontar los textos bíblicos tradicionales y lanzaron la osada propuesta que los judíos del Éxodo eran en realidad los atonistas egipcios junto con otros fieles de distintas culturas o etnias (semitas, africanos...) que abandonaron o fueron expulsados de Akhet-Aton tras la caída de Akhenatón para dirigirse al exilio en la tierra de Canaán (la actual Palestina), que estaba entonces bajo dominio egipcio. Los Sabbah profundizaron concretamente en el Génesis y vieron que su contenido se parecía mucho a la cosmogonía egipcia y que además el patriarca “fundador” del pueblo hebreo, Abraham, tenía una biografía muy similar a la de Akhenatón, con el eje central del abandono del politeísmo para abrazar la fe monoteísta.

Así, el escenario reconstruido por estos autores identifica al patriarca Abraham con Akhenatón, el cual habría acabado por provocar un enfrentamiento civil entre sus partidarios y sus oponentes. Como resultado de este conflicto, fue derrocado y se le forzó a abandonar el país junto con sus sacerdotes y fieles, lo que le llevó a atravesar el Sinaí con estos seguidores, los llamados yahud (que significa precisamente “adoradores del faraón”), para acabar fundando en Canaán el reino de Yahuda (esto es, Judea). Como apoyo documental de esta teoría, existe una carta de la época escrita por el gobernador de Jerusalén denominada EA287, que se conserva en el Vorderasiatisches Museum de Berlín, en la cual quedaría constancia del confinamiento del faraón y sus fieles en dicho territorio[13]. Además, hay un cuerpo de numerosas pruebas adicionales en forma de semejanzas teológicas entre la religión egipcia y lo que se narra en el Antiguo Testamento, aparte de múltiples coincidencias en aspectos arquitectónicos, rituales o culturales que se extienden incluso hasta los tiempos de la religión cristiana.

Tumba de Tutankhamon
Y para acabar de rematar las teorías más extremas, otros investigadores han incidido en una línea pseudoconspirativa, afirmando que en la tumba de Tutankhamon se habrían hallado pruebas documentales de la expulsión de Akhenatón y sus fieles de Tell-el-Amarna (o sea, el “Éxodo”), concretamente unos papiros ubicados en la llamada Caja 101. Según esta hipótesis, defendida por el autor inglés Andrew Collins, el egiptólogo Howard Carter descubrió este polémico material y fue obligado a ocultar el asunto –con amenazas y contrapartidas– por las autoridades británicas (bajo presión del lobby sionista), mientras que otras personas fueron eliminadas para que no se fueran de la lengua; eso sí, bajo una oscura tapadera llamada “maldición de Tutankhamon”, que ha hecho correr muchos ríos de tinta durante décadas. Para quienes deseen profundizar en este asunto, les remito al artículo específico que escribí sobre la trastienda de esta supuesta maldición.

El difícil retrato de un faraón “atípico”


A la hora de intentar plantear alguna conclusión, resulta complicado establecer un retrato fiel, objetivo y bien documentado de Akhenatón porque precisamente no se dispone de mucha información histórica sobre él, y más teniendo en cuenta que su obra y su legado fueron perseguidos por los posteriores faraones, y que incluso en tiempos actuales los egiptólogos y eruditos han tendido a realizar interpretaciones más o menos libres o sesgadas de su reinado.

Lo cierto es que muchos autores han escrito sobre Akhenatón, básicamente por dos razones. La primera, porque dentro del tradicional Egipto –tan poco proclive a los cambios drásticos– el faraón hereje representó un movimiento radical para cambiar las cosas, desde todos los ángulos y poniendo en jaque a un orden establecido durante siglos, si bien es de justicia señalar que ya su padre Amenhotep III había intentado reducir el gran poder del clero de Amón. La segunda, porque su deriva hacia un culto religioso único (y oficial) parecía la avanzadilla de las grandes religiones monoteístas que tendrían que venir después, principalmente el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, cuyo impacto en la historia del mundo es del todo evidente.

Plano de Akhet-Atón (El Amarna)
En todo caso, durante mucho tiempo bastantes historiadores apuntaron a que Akhenatón puso por delante sus ideales religiosos por encima de cualquier otra consideración, lo que llevó a su pueblo a una cierta situación de confusión[14], mientras que las cuestiones de estado quedaban en segundo plano, causando un notable rechazo o incomprensión por parte de elites dirigentes, clero y ejército. En la práctica, el faraón, ya identificado plenamente como un dios, ejerció un poder absoluto centralizado en él mismo y en la reina, y se preocupó más de las cuestiones internas, dejando la política exterior reducida sólo a los temas que le afectaban personalmente por algún u otro motivo, tal como se deduce de las cartas de El-Amarna[15]. Así, para muchos expertos, Akhenatón se dedicó en cuerpo y alma a Atón mientras dejaba los asuntos políticos y administrativos en manos del competente Ay (posiblemente su suegro) y los asuntos militares en manos del general Horemheb[16].

Por lo menos esta ha sido la visión tradicional hasta hace no demasiado tiempo, porque recientemente se ha vuelto a revisar la historia de este periodo y algunos autores consideran que Akhenatón fue un rey firme y decidido, que mantuvo –más o menos– la política exterior de sus predecesores y que no fue tan hostil con los antiguos credos. Incluso un experto como el ya citado Christian Jacque opina que ni siquiera hubo un clima de enfrentamiento civil ni una gran tensión interna, y que se ha exagerado mucho sobre las circunstancias y las consecuencias de la “revolución atoniana”.

Llegados a este punto, podemos preguntarnos: ¿Fue Akhenatón un sabio, un filósofo, un megalómano, un soñador, un ególatra, un fanático, un místico...? Tal vez fuera un poco de todo, una persona de fuerte personalidad y convicciones, pero con escaso sentido práctico del poder, que fue sustituido por una visión mesiánica y ultra-religiosa. Así, no es aventurado pensar que la reforma de Akhenatón quizá estuviera movida en mayor proporción por cuestiones espirituales que por razones políticas, si bien es evidente que la imposición del culto oficial a Atón (y la prohibición de adorar a Amón y a los otros dioses) suponía el drástico recorte de los poderes del clero de Amón, con sus todas sus derivaciones de tipo político, social y económico. De este modo, podríamos considerar que el faraón, sin dejar de ser un hombre de estado, fue en gran medida un idealista y quiso llevar a la práctica sus ideales desde su posición de máximo poder.

Esta característica no es única en la Historia, y tenemos otro perfecto ejemplo en la Historia Antigua, que tuvo lugar unos 1.600 años después. Me estoy refiriendo a otro famoso “hereje”, el emperador romano Juliano (del siglo IV d. C.), llamado “el apóstata” por sus detractores. Al igual que Akhenatón, no estaba destinado a reinar en principio, pero acabó viéndose en el trono a una edad relativamente joven. Educado en el cristianismo –que ya era casi religión oficial del Imperio– se interesó por los antiguos cultos paganos y la filosofía y acabó rechazando el credo cristiano, por motivos espirituales e ideológicos pero sin duda también porque vio que el poder de la Iglesia y sus obispos se había hecho demasiado materialista y político. A partir de este punto, desencadenó una lucha constante contra el cristianismo, cerrando iglesias y escuelas cristianas, al tiempo que intentaba reinstaurar con energía –y con el apoyo de todo el aparato estatal– una religión neopagana con muchos tintes abstractos y filosóficos.

Moneda de oro del emperador Juliano Augusto
Pero, como le ocurrió a Akhenatón, Juliano se encontró solo y endiosado, con pocos apoyos y ganándose muchos enemigos entre diversos estamentos del Imperio, que se veían amenazados o perjudicados por sus nuevas políticas. Además, la mayoría del pueblo ya había abrazado el cristianismo mientras que los tradicionales paganos no entendían la nueva religión conceptual del emperador, algo que también sucedió con Akhenatón y su refundado y particular atonismo. Finalmente, Juliano murió en un lance de la guerra contra los persas, pero no está claro si fue por obra de las armas enemigas o si fue asesinado a traición por uno de los suyos (un soldado cristiano). El caso es que, a su muerte, su reforma se derrumbó rápidamente y sus sucesores abandonaron enseguida el episodio neopagano de un hombre al que veían como un fanático.

En suma, tanto Akhenatón como Juliano trataron de luchar contra un sistema del cual procedían y pese a su inmenso poder no fueron capaces de implantar entre la gente su ideal, más allá de su propia vida. Algunos autores han tratado de reivindicar sus figuras precisamente por ese empeño quijotesco, por demostrar que para ellos una idea era más importante que el mantenimiento del statu quo. Por supuesto, ello no quiere decir que fueran gobernantes ejemplares, puesto que no estuvieron exentos de carencias y errores, sin olvidar su semblante mesiánico y autócrata. En todo caso, su gran pecado fue la intención de ir a contracorriente de la Historia, no sabiendo apreciar que el tiempo de determinados cambios o ya había quedado muy atrás o todavía estaba demasiado verde para poder triunfar.

© Xavier Bartlett 2016
 
Fuente imágenes: Wikimedia Commons

[1] Existen multitud de formas para escribir el nombre de este monarca (Ajenatón, Akenatón, Ijnatón, Akhenaten, etc.) según los idiomas modernos y las convenciones ortográficas. Para mantener una coherencia, he optado por la grafía Akhenatón, reconocida en varias enciclopedias de habla hispana.
[2] Nombre que literalmente significa: “Hermosas son las manifestaciones de Ra, Amón está satisfecho”.
[3] Esta es la fecha más aceptada, pero existen otras cronologías un poco más antiguas defendidas por algunos egiptólogos.
[4] Posteriormente, sus edificios fueron demolidos, siendo sus bloques reutilizados en grandes obras de la XIX dinastía.
[5] En los últimos tiempos han cobrado fuerza las especulaciones de que Neferneferuatón podría haber sido la propia reina Nefertiti bajo otro título.
[6] Otras interpretaciones no concedían más de 25 años al difunto, con lo cual sería imposible que fuera Akhenatón, que vivió con seguridad más de 30 años.
[7] A finales del siglo XIX se halló una tumba real con decoración atoniana en un lugar agreste a varios kilómetros de Tell-el-Amarna, pero había sido saqueada y mutilada por los adversarios del atonismo. Aunque había varias cámaras previstas para toda la familia real, sólo se hallaron los restos de la princesa Meketatón.
[8] Este rasgo de los cráneos alargados (más allá de una dolicocefalia “normal”) parecería propio de la casta real y no fruto de deformaciones artificiales. Véase el artículo sobre este tema en este blog.
[9] Jacque alude a una máscara funeraria de yeso hallada en Tell-el-Amarna atribuida a Akhenatón.
[10] No debe escandalizar a nadie este dato, pues es bien sabido que las familias reales egipcias practicaron durante milenios una estricta endogamia e incesto y que las uniones dentro del núcleo familiar eran norma común. Por ejemplo, era habitual que el rey se casara con su hermana a la hora de compartir el trono. En nuestro caso, parece ser que la princesa Meritatón sucedió a su madre Nefertiti como gran esposa real, mientras que la princesa Ankhesenpaatón fue esposa real de su padre Akhenatón y más tarde fue esposa real de su hermanastro Tutankhamon.
[11] Este estudio se plasmó en su obra “Moisés y la religión monoteísta”, de 1939.
[12] Sobre todo se basaron en la obra del rabino Salomón Rashi, un erudito judío de la Edad Media, que trabajó sobre las fuentes bíblicas originales.
[13] Esto podría implicar que tal vez Akhenatón no murió en Egipto, sino en Canaán, lo que abriría nuevos interrogantes sobre su supuesta tumba y supuesta momia. De todos modos, cuando los Sabbah escribieron su libro todavía no se habían realizado las pruebas de ADN sobre la momia de la tumba KV55.
[14] Aparte de los fieles atonistas residentes en la nueva capital, la gran mayoría del pueblo –acostumbrado a un politeísmo milenario y no dogmático– no acabó de entender la transición a un culto único y oficial al disco solar, y apenas tardó en volver abiertamente a las antiguas costumbres y credos a la muerte de Akhenatón.
[15] Correspondencia oficial, en forma de tablillas principalmente, mantenida entre el faraón y los gobernantes de otras tierras.
[16] En este contexto de poder efectivo, no es de extrañar que ambos personajes llegaran a ser faraones a la muerte de Tutankhamon: Ay por unos pocos años y Horemheb durante más de dos décadas.