domingo, 17 de marzo de 2019

Las pirámides de Guiza y el huevo de la discordia


Una de las principales polémicas agitadas por la arqueología alternativa sobre el antiguo Egipto es la asignación y datación de las grandes pirámides de Guiza, que a juicio de varios autores no se corresponden con el Egipto faraónico “histórico” sino a una época anterior. En este punto, hay opiniones para todos los gustos que incluyen algunas teorías francamente muy extremas, en las que no falta la presencia de gigantes, extraterrestres (anunnakis incluidos) o atlantes. Toda esta parafernalia crítica sigue siendo para el estamento académico un motivo de molestia y hastío, aunque muchas veces se lo toman a broma. Desde su perspectiva, esta cuestión quedó ya más que zanjada en el siglo XIX al asignar con seguridad los monumentos a los faraones Khufu (Keops), Khafre (Kefrén) y Menkaure (Micerino) de la 4ª dinastía, con una cronología aproximada de 2500 a. C., según los estudios aceptados más recientes.

Cabe recordar ahora que en realidad la asignación y datación de las pirámides de Guiza se sustenta fundamentalmente en documentos históricos que no pueden corroborarse por sí mismos. La datación intrínseca de los monumentos debería partir del estudio de los restos físicos observables y aquí hay que señalar que estas pirámides se hallaron prácticamente vacías (aparte de algún sarcófago y otros pequeños objetos) desde tiempos antiguos y sin ningún artefacto o resto humano claramente atribuible a la época en cuestión. Además, como es sabido, las pirámides más antiguas no contenían jeroglíficos, lo que las hacía mudas a efectos históricos. Por lo tanto, es oportuno recalcar que a menos que los restos físicos –incluidas marcas o signos de escritura– estén en un contexto arqueológico estable e inalterado relacionado con la época de edificación del monumento, es bien posible que tales restos sean intrusivos (o sea, posteriores al momento de construcción de la pirámide), y de hecho sabemos positivamente que en varias pirámides se produjo este fenómeno de la intrusión.

Uno de los cartuchos hallados por Vyse
Con todo, como es bien conocido, la egiptología alude al famoso descubrimiento de escritura jeroglífica en la Gran Pirámide a cargo del coronel Richard Howard-Vyse, que a efectos científicos supondría una prueba arqueológica indiscutible[1]. Me refiero, por supuesto, a los cartuchos[2] con el nombre del faraón Khufu hallados en 1837 en las cámaras de descarga y que se supone que son marcas pintadas de cantería, lo que implicaría que fueron realizadas en la cantera por los artesanos picapedreros y no durante (o después de) la colocación de los bloques. No obstante, en tiempos recientes la sombra del fraude se ha proyectado sobre este hallazgo y no pocas voces alternativas creen firmemente que Vyse falsificó los jeroglíficos para obtener fondos y prestigio, o por lo menos consideran que la sospecha de malas prácticas es razonable y que no se puede dar por buena esta prueba hasta que se practiquen in situ análisis científicos concluyentes que descarten por completo el supuesto fraude[3].

De momento, los egiptólogos han desestimado realizar tales análisis físico-químicos y dan por bueno el trabajo de Vyse sin más corroboración que la propia descripción de los signos hallados en las cámaras (y, curiosamente, en la única cámara que no descubrió Vyse no había ni un solo jeroglífico o marca). Además, Vyse también halló un sarcófago con el nombre de Menkaure escrito en la tapa, en su correspondiente pirámide, pero estudios más modernos revelaron que el sarcófago –y la momia que contenía– pertenecían a una era muy posterior (el periodo saíta), lo que vuelve a incidir en la cuestionada conducta profesional del egiptólogo británico. Sobre esta cuestión ya escribí un largo artículo en tres partes, basándome en particular en la investigación independiente del autor escocés Scott Creighton, y me remito a estos documentos para los que deseen tener todos los detalles de la controversia.

En cuanto a una datación relativa, no tiene sentido hablar de ella pues se trata de una estructura en superficie, sin estratigrafía, y con un contexto arqueológico próximo que no tiene porqué ser necesariamente contemporáneo, como los restos de las chozas de los supuestos operarios constructores de la pirámide. Así pues, nos quedaría como última solución acudir a la datación absoluta de las escasas muestras disponibles mediante los métodos radiométricos habituales. En este caso debemos hablar del recurso al consabido Carbono-14, que sólo puede emplearse con materiales de origen orgánico (esto es, que contienen trazas de carbono), hasta un tope de unos 50.000 años, si bien a partir de los 30.000 años el margen de error ya es considerable. Que yo sepa, sólo se han realizado dos dataciones de restos de estas pirámides mediante este método: un hueso humano y un fragmento de madera de la pirámide de Khafre y la argamasa de varias hiladas de piedra exteriores de las tres pirámides.

Pirámide de Khafre
Empezaremos por el análisis más reciente, que fue un encargo de los investigadores alternativos R. Bauval y J. Sierra en el año 2000 sobre una falange de mano humana y un pedazo de madera hallados por Herbert Cole a mediados del siglo XX en la pirámide de Khafre, cuando se realizaban labores de limpieza y fumigación del monumento. Esta prueba arrojó un resultado desalentador: el dedo pertenecía a un humano del siglo XIX y el fragmento de madera tenía “sólo” unos 2.200 años (la época ptolemaica). Lo más chocante, empero, es que ambos objetos fueron hallados en la junta entre dos bloques, lo que constituye una extraña coincidencia para unas cronologías tan dispares.

El otro análisis se practicó en los años 80 del pasado siglo en materiales de las tres grandes pirámides para corroborar la datación histórica, sobre la base de que la argamasa entre los bloques contenía algunos restos orgánicos. El resultado apuntó a que los tres grandes monumentos eran –de media– unos cuatro siglos más antiguos que lo establecido por la cronología convencional, si bien algunas muestras aisladas de la pirámide de Khufu dieron fechas mucho más antiguas, de hasta 3809 a. C. ± 160 años, lo cual ya es un desfase tremendo. En general, el abanico de fechas obtenidas resultó demasiado amplio y confuso como para poder extraer alguna conclusión válida. Visto este panorama, el estudio radiométrico no se tomó demasiado en serio y se hizo hincapié en los conocidos márgenes de error de este método.

Lo más grave es que, como ya viene siendo costumbre, cuando las dataciones radiométricas de Carbono-14 u otros métodos no concuerdan con las propuestas iniciales de los arqueólogos, se descartan o relativizan los resultados por ser erróneos (sobre todo apelando a la contaminación de las muestras) o incluso se llega a poner en duda toda la metodología. De hecho, el antiguo mandamás del Servicio de Antigüedades egipcio, Zahi Hawass, rechazaba de pleno la validez del método del C-14.  Llegados a este punto, ya podemos apreciar las grandes dificultades de probar con absoluta seguridad que las tres grandes pirámides datan de la 4ª dinastía, con una cronología de alrededor de 2500 a. C., por no mencionar la agria polémica geológica sobre la antigüedad de la Gran Esfinge (presunta contemporánea de las pirámides), que también he abordado extensamente en este blog.

Tumba 96 con su ajuar funerario
Y en este nebuloso contexto, un curioso objeto ha venido a apuntalar las dudas de muchos autores alternativos sobre las supuestas firmezas de la egiptología. Se trata de un huevo de avestruz decorado hallado en Dakka (Nubia, al sur de Egipto) en 1907 por el egiptólogo británico Cecil Mallaby Firth. Este huevo se encontró concretamente en la tumba 96 del cementerio 102 de Dakka, en el contexto de la llamada cultura de Nagada I, la etapa neolítica previa al periodo histórico o dinástico egipcio, datada entre 4000 a. C. y 3500 a. C.[4] Actualmente está expuesto en el Museo Nubio de Asuán, fundado en 1913 por el propio Firth.

Cabe señalar que estos huevos decorados con diversos motivos eran típicos de esa época y esa zona –si bien tal costumbre se remontaba a los inicios del neolítico egipcio, hacia el 9000 a. C.– y solían formar parte de ajuares funerarios. Ahora bien, ¿qué tiene de particular dicho huevo? Este objeto muestra una decoración zoomórfica y también geométrica, hecho bastante corriente desde los tiempos más antiguos. Sin embargo, esa decoración geométrica llama la atención por su gran parecido con la efigie de las tres grandes pirámides. Así, en una cara tenemos tres triángulos isósceles rayados en su interior junto a una línea vertical en zigzag. Por la otra cara se repite el motivo de los tres triángulos prácticamente unidos junto a lo que parece la representación de un avestruz.

Para los egiptólogos esta decoración no tiene más interés que lo puramente artístico, pero para algunos investigadores alternativos[5] los tres triángulos no son simple motivos de decoración ni representación (en signo jeroglífico) de montañas, sino un dibujo estilizado de las tres pirámides de Guiza, idea reforzada por la presencia de líneas horizontales (“hiladas”) en su interior. Aparte, en esta visión se alega que la línea zigzagueante que pasa al lado de los triángulos se parece mucho al propio curso del río Nilo de sur a norte, y la posición de las pirámides queda bien fijada con respecto al Nilo, en su orilla izquierda (al oeste). Con todos estos elementos, no es de extrañar que se formulasen sólidas sospechas acerca de tanta coincidencia, pues si damos un significado geográfico a esos dibujos estaríamos hablando de algo parecido a un mapa que alguien (¿un viajero nubio?) trazó sobre un huevo de avestruz.

El huevo decorado de la tumba 96
Por supuesto, este es el punto donde saltan todas las alarmas. Si esa atrevida interpretación fuese correcta, estaríamos hablando de que existiría un testimonio arqueológico de la presencia de las pirámides de Guiza muchos siglos antes de la fecha convencional aceptada. En otras palabras, el dibujo sugeriría que dichas pirámides ya estaban allí antes de que arrancase la civilización egipcia. Este hecho convertiría automáticamente al controvertido huevo en un oopart (artefacto fuera de lugar), aunque en realidad las que quedarían desplazadas de su tiempo serían las pirámides, pues el objeto en cuestión fue localizado en un contexto arqueológico inalterado y datado en un periodo claramente predinástico. Y, desde luego, no se trata de una falsificación: el artefacto es real y no fue retocado o manipulado; eso nadie lo ha discutido.

No obstante, es preciso realizar una serie de reflexiones antes de corroborar o defenestrar sin más esta propuesta alternativa. Por de pronto, como no me sorprende, los comentarios al respecto por parte del estamento académico son prácticamente nulos, pues no suele rebajarse a ese tipo de polémicas. Sí he encontrado en Internet unas pocas opiniones de expertos y escépticos que insisten básicamente en que ese tipo de decoración con triángulos era bastante habitual y que las mentes calenturientas ven pirámides cuando en realidad se trata de montañas. Y si uno se pone a estudiar este tipo de objetos verá que, en efecto, la decoración geométrica a base de triángulos fue cosa corriente y no merece mayor comentario. Sin embargo, casi todas las fotos que he visto en estas páginas defensoras del oficialismo no muestran la cara en que aparece la línea vertical en zigzag, sino la de las “montañas” aisladas. Por lo demás, me he fijado en unas cuantas imágenes de esos huevos decorados, y no he apreciado un patrón similar de tres triángulos aislados. En resumen, me siguen llamando la atención los siguientes elementos:

  1. Sólo aparecen tres triángulos isósceles en ambas caras, en la parte superior (¿una indicación del norte?)
  2. Dichos triángulos están rayados con líneas que parecen hiladas de piedra.
  3. Los triángulos aparecen a la izquierda de una línea vertical en zigzag (¿el Nilo?), que recuerda mucho la posición de las pirámides de Guiza con respecto a un observador del extremo sur de Egipto (o sea, Nubia).
Pero antes de lanzar las campanas al vuelo, debemos ser muy cautos y rigurosos, y relativizar las “evidencias”. Contra estos argumentos podríamos también aportar algunas observaciones como éstas:

a)     La posición y forma de los triángulos podría deberse a factores arbitrarios.
b)     El rayado interior puede ser una simple decoración, como se aprecia en muchos otros motivos.
c)     El tamaño de los tres triángulos es prácticamente idéntico, lo que no se corresponde con la dimensión claramente inferior de la pirámide de Menkaure con respecto a las otras dos.
d)     La interpretación de la línea vertical en zigzag como el río Nilo puede ser sólo un lejano parecido con la realidad natural.

La lápida de la tumba del rey Pakal
En suma, es muy complicado objetivizar completamente esta decoración y darle una interpretación geográfica segura, independientemente de que en términos cronológicos sea herética o no. El sesgo de querer ver según qué cosas nos puede jugar una mala pasada, y este es un defecto típico de la arqueología alternativa más imaginativa, como pudo ser el caso de Von Däniken y su famosa lectura en clave de antiguos astronautas de la lápida del rey Pakal de Palenque. No obstante, el prejuicio también puede darse por el lado académico, en el caso de querer descartar esa visión heterodoxa sólo porque es “imposible”, aunque de cara a la galería se aleguen motivos puramente formales.

En realidad, el tema es más complejo, pues la controversia planteada no se va a los extremos, que serían, por un lado, la aceptación a pies juntillas de la cronología ortodoxa y, por otro, la propuesta de que las pirámides fueron construidas en una era antediluviana, muchos miles de años antes del Egipto histórico. Si nos movemos en el contexto de la cultura Naggada I, vemos que su cronología nos lleva a unas fechas que vienen a coincidir más o menos con las dataciones más extremas de C-14 de la pirámide de Khufu, esto es, cerca del 4000 a. C., como ya vimos. O sea, que el propio método de C-14 (¡tan cuestionado por tanta gente!) avalaría unas pirámides contemporáneas del periodo Naggada I, lo cual nos empujaría a diseñar un escenario en que una civilización (no le pongamos adjetivos) habría construido grandes pirámides mientras que en algunas partes remotas de Egipto la gente viviría aún en un estadio neolítico[6].

W. M. Flinders Petrie
A todo esto, he de señalar que desde mediados del siglo XIX hasta bien avanzado el pasado siglo XX –aun después de la introducción de las dataciones absolutas– no existió un consenso científico total en torno a la cronología del antiguo Egipto y, según los diversos eruditos, las cronologías podían diferir en muchos siglos e incluso milenios. Sólo por centrarnos en la cronología del reinado de Khufu (que supone por extensión la datación de la Gran Pirámide), veremos hasta qué punto los diversos criterios histórico-arqueológicos –e incluso astronómicos– han influido en la determinación de las cronologías. Por ejemplo, Piazzi Smyth, en 1877, databa la pirámide de Khufu hacia el 2170 a. C. Flinders Petrie, unos años más tarde, dató el reinado de Khufu entre 4748 a. C. y 4685 a. C. Proctor, ya en el siglo XX, propuso unas fechas para la construcción de la pirámide que oscilarían entre el 3440 a. C. y el 3350 a. C. A mediados del siglo XX, André Pochan situaba los inicios de la civilización egipcia (faraón Narmer) hacia el 5600 a. C. y al faraón Sufis (Khufu), hacia el 4800 a. C. Y ya en tiempos más próximos (1980), Baines y Malek establecían para el reinado de Khufu las fechas más aceptadas actualmente, entre 2551 a. C y 2528 a. C., si bien El Mahdy (2003) aún corregía un poco a la baja dichas cifras y calculaba la construcción de la Gran Pirámide hacia 2425 a. C.

Como vemos, tras dos siglos de investigación egiptológica, aún tenemos un amplio abanico de cronologías con grandes diferencias (de hasta más de dos milenios) que podrían estar sometidas a nuevas comprobaciones, pues ya hemos constatado que nunca se han acabado de cerrar las dudas y los vacíos de conocimiento. Aparte, quedarían las dataciones heréticas de los autores alternativos que en su mayor parte se van a una era antediluviana, con muchos milenios de desfase con respecto a la cronología convencional. Sólo como ejemplo cabe citar que el vidente norteamericano Edgar Cayce, a partir de sus trances lúcidos, situaba la edificación de la Gran Pirámide hacia el 10490 a. C., mientras que otros autores se remontaban a ciclos precesionales anteriores, lo que supone docenas de miles de años antes. Otros investigadores, empero, son menos esotéricos y aluden a factores erosivos observables para alejar las pirámides de sus dataciones convencionales. Vamos a dejarlo ahí.

Vista aérea de la pirámides de Guiza
Para cerrar el tema, podríamos conceder el beneficio de la duda al famoso huevo de Nubia y admitir –al menos como hipótesis– que en efecto representaba las tres pirámides de Guiza. En este contexto, podemos imaginar que algún viajero de la cultura Naggada las debió ver en la meseta de Guiza y luego las situó en un tosco mapa dibujado sobre un huevo de avestruz, que se convirtió en ofrenda funeraria. Esto implicaría que hacia el 4000 a. C. (o, para simplificar, en la era predinástica) ya estaban allí los tres grandes monumentos, cuando la egiptología ortodoxa nos dice que aún no había despegado la civilización egipcia. Pero… ¿desde cuándo? ¿Unas pocas décadas, siglos, milenios tal vez? Es imposible saberlo.

Finalmente, los escenarios históricos que se derivan de esta hipótesis son múltiples. Puede que las cronologías del antiguo Egipto estén equivocadas y que deban revisarse (hacia épocas más antiguas). Asimismo, cabe la posibilidad de que las pirámides fuesen obra de una civilización anterior y que los faraones de la 4ª dinastía simplemente “adoptasen” los monumentos existentes y los restaurasen. Aunque también es factible, como ya expuse en una entrada reciente, que el Egipto mítico –que se remontaba muchos miles de años atrás– fuese mucho más real e histórico de lo que el estamento académico quiere admitir. En cualquier caso, y a pesar de todo lo que nos diga la ciencia oficial, no hay pruebas definitivas ni concluyentes de la edad de las pirámides de Guiza ni mucho menos claro resulta que fueran construidas como tumbas para los faraones.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor


[1] Dejo aparte el llamado tetragramatón, cuatro símbolos situados en la antigua entrada de la pirámide que nadie ha podido descifrar, y que no se sabe cuándo fueron grabados.

[2] Los cartuchos eran unos óvalos que rodeaban y destacaban el nombre oficial de un faraón, tanto si el jeroglífico era pintado –como este caso– como grabado sobre piedra.

[3] Incluyo aquí una cita atribuida a Scott Creighton tomada de mi libro “La historia imperfecta” para aclarar en qué consistirían dichas pruebas, a partir del hecho de que Vyse entró en las cámaras a golpe de explosiones de pólvora. Dice Creighton: “Lo que sucede con la pólvora es que deja un finísimo residuo sobre las superficies que se encuentran en las proximidades de la explosión y también puede dejar trazas de explosión específicas (salpicaduras). El residuo resultante puede ser microscópico, pero se podría someter a pruebas forenses para hallar proporciones específicas de nitratos y plomo en las superficies afectadas por la explosión (el suelo, las paredes y el techo de estas cámaras). Si el patrón de los residuos es significativamente más bajo –o nulo– en las inscripciones, esto sugeriría en consecuencia que dichas inscripciones fueron escritas después de la explosión de la pólvora y no antes, reivindicando así la palabra de Humphries Brewer. Si el residuo sobre la superficie de las marcas es el mismo que en otras partes de la cámara, entonces, creo yo, esto reivindicaría a Howard-Vyse.”

[4] En otras fuentes he encontrado cronologías distintas, que remontan el inicio de Naggada I a 4400 a. C. o incluso a 5.000 a. C., pero he optado por los datos más modernos reconocidos por la egiptología.

[5] La primera noticia que tuve al respecto proviene de un documental de la serie “El planeta encantado” del investigador J.J. Benítez, pero no puedo asegurar que se tratase de la primera persona que se fijase en lo anómalo del objeto en cuestión.
[6] De hecho, esta especie de mezcla cultural con constructores de pirámides y comunidades primitivas aparece en la película “10.000” como eje del argumento, si bien en tal caso la sociedad primitiva era de cazadores-recolectores.