viernes, 14 de septiembre de 2018

El Arca de la Alianza: entre el mito y la historia


Hace unos pocos años tuve el honor de entrevistar al afamado investigador escocés Graham Hancock para la revista Dogmacero y al preguntarle cómo se había introducido en el mundo de la arqueología alternativa me explicó esta asombrosa anécdota ocurrida en Etiopía en los años 80 del pasado siglo. Permítanme que trascriba este fragmento:

“Yo era el corresponsal de África Oriental para The Economist, por lo cual viajaba regularmente a Etiopía para realizar informes de actualidad (la guerra civil, la hambruna de 1984...). Y en uno de mis viajes regulares me encontré en la ciudad de Axum, al norte de Etiopía. Pasé unos días en la ciudad, y –a pesar de la situación de guerra civil– me pareció que tenía un ambiente extraordinario, con notables monumentos históricos, enormes estelas (tan altas como los obeliscos egipcios) y una catedral muy antigua. Y en los jardines de esa catedral, había una capilla y fuera de esa capilla, un monje, con el que finalmente llegué a conversar a través de mi traductor. Me dijo nada menos que era el guardián del Arca de la Alianza, y –como hacía poco que había visto la película En busca del Arca perdida­– tal afirmación me intrigó inmediatamente. Como periodista, siempre he tenido olfato para una buena historia y pensé: «Esto es increíble, en medio de las guerras de Etiopía, este monje me dice que tiene el Arca de la Alianza en la capilla detrás de él». Este encuentro, que relaté en mi libro The Sign and the Seal[1], fue el comienzo de un largo camino para mí, cuando comencé a indagar en este misterio de que los etíopes afirman poseer el Arca de la Alianza, y si bien los eruditos se habían mostrado muy desdeñosos al respecto, gradualmente comencé a pensar que había algo cierto en todo aquello.”

En fin, no cabe duda de que con el paso de los siglos el Arca de la Alianza se ha convertido en un artefacto fascinante que cabalga entre el mito y la historia, y cuyo influjo va mucho más allá del terreno puramente religioso. En efecto, la Biblia –aparte de su evidente condición de texto religioso– contiene elementos históricos y otros más bien legendarios o muy dudosos, cuya autenticidad o fiabilidad están bajo sospecha a falta de datos históricos o arqueológicos que puedan corroborarlos. Este es el escenario en que se mueve el Arca, que ha sido objeto de numerosas búsquedas y pesquisas desde que desapareció de Jerusalén en tiempo inmemorial, supuestamente llevada a un lugar seguro para no ser objeto de expolio. Sea como fuere, a día de hoy el enigma persiste: ¿Existió realmente el Arca? ¿Qué clase de objeto sagrado era? ¿Realmente se perdió para siempre o está custodiada en Etiopía, como nos apuntaba Hancock? ¿O tal vez permanece oculta en otro lugar? Vamos a hacer un poco de historia para situar la polémica y arrojar un poco de luz sobre estas cuestiones.

Réplica moderna del Arca
Lo que la propia Biblia nos cuenta es que fue el dios Jehová o Yahvé el que ordenó a Moisés la construcción de este objeto, que sería el símbolo o representación física de la divinidad entre los israelitas. Y en este “encargo” sorprende la exactitud de las instrucciones dadas por Yahvé para la fabricación del Arca, que podemos leer en Éxodo 25:10. Básicamente se trataba de una caja de madera de acacia de unas dimensiones aproximadas de 1,14 x 0,68 x 0,68 metros[2]. Estaba completamente forrada de oro puro en su interior y exterior y tenía una tapa en forma de trono con una marcada moldura o cornisa y dos querubines –también de oro– en los extremos, cuyas alas se extendían hacia el centro y se unían a modo de protección. Aparte tenía cuatro anillos (dos a cada lado) por los cuales se introducían dos barras o bastones de madera de acacia recubierta de oro que eran empleados para izar y mover el arca. Con todo, en la Biblia se menciona que el Arca era a veces transportada en un carro tirado por bueyes debido a su peso. Y sobre lo que había en el interior de la caja, existen varias opiniones al respecto, pero se acepta generalmente que contenía reliquias sagradas, principalmente las Tablas de la Ley o la Alianza (los Diez Mandamientos) dadas por Yahvé a Moisés en el Monte Sinaí, durante el Éxodo. No obstante, otra versión apunta a que el Arca guardaba en su interior la misteriosa máquina del maná (conocida también como El ancestro de los días), que proporcionó alimento al pueblo de Yahvé en su larga travesía por el desierto. Y también hay algunos expertos que aseguran que el Arca estaba vacía, pues era simplemente la morada del Señor.

El dios de los israelitas había dado también órdenes de que el Arca debía acompañar siempre al pueblo de Israel y que tenía que ir por delante siempre que el pueblo se desplazase. En lo referente a su custodia en los momentos de acampada o asentamiento, el Arca debía morar en un espacio sagrado o santuario llamado tabernáculo, cuyo diseño y materiales también venían muy especificados por Yahvé. Los únicos hombres capacitados para manipular el Arca eran los sacerdotes levitas, los cuales debían vestir de un modo especial y cumplir unos rituales o medidas de seguridad. Al parecer, el Arca era un artilugio peligroso físicamente, pues quienes estaban cerca de ella durante cierto tiempo se exponían a enfermar y padecer vómitos, así como llagas, escamas y eczemas. Además, existe un relato inequívoco (II Samuel 6, 3-7) en el cual se narra que un hombre llamado Oza (o Uzza) tocó el arca imprudentemente cuando ésta se balanceaba sobre un carro y cayó fulminado al instante. Con todo, se sabe que incluso algunos sacerdotes también fueron víctimas de accidentes relacionados con el Arca.

En cuanto a su función, parece que tenía una doble misión. Por un lado, servía de aparato “trasmisor” entre la divinidad y los líderes israelitas, pues al parecer Yahvé se comunicaba en forma de nube justo por encima de la cubierta. Por otro lado, ejercía de artefacto milagroso para proteger al pueblo de Israel mediante su inmenso poder destructivo. De hecho, en el Antiguo Testamento tenemos relatos específicos del poder del Arca, utilizada para destruir a los ejércitos enemigos –en particular los filisteos– e incluso para derribar murallas (como el caso de Jericó). No obstante, en una ocasión los filisteos consiguieron capturarla y la llevaron a la ciudad de Asdod como trofeo de guerra. Sin embargo, al cabo de siete meses la devolvieron en un carro a los israelitas pues no sólo se habían visto incapaces de sacarle partido sino que habían sufrido varios desastres, como la destrucción de su ídolo Dagón, una plaga y una invasión de ratones, aparte de numerosas muertes y problemas físicos.

Representación antigua del Arca en un carro filisteo, lista para ser devuelta a los hebreos

El caso es que, una vez vencidos los filisteos e instalados en Canaán, los israelitas ya no tuvieron que hacer uso de su objeto sagrado por excelencia y lo depositaron en diversas ubicaciones temporales. Finalmente, el Arca fue rescatada por el rey David hacia el año 1000 a. C., que decidió alojarla en un espacio sagrado apropiado, en la capital del reino, Jerusalén, si bien la tarea fue finalmente emprendida por su hijo Salomón. De este modo, el Arca se instaló de forma definitiva en un recinto especialmente protegido (el sanctasanctorum) del templo de Salomón, de donde no salía a excepción de su uso en combate contra los enemigos de Israel. Existe una breve referencia del tiempo del rey Josías (siglo VII a. C.) en que se ordena que el Arca vuelva a alojarse en el templo, sin que sepamos con certeza cuándo ni por qué abandonó su recinto habitual. El caso es que en el 597 a. C.[3] el rey babilónico Nabucodonosor invadió Israel y saqueó Jerusalén. Y es a partir de este punto donde se pierde toda pista del Arca. Según Richard E. Friedman, profesor de hebreo y religión comparada de la Universidad de California, no hay constancia histórica ni arqueológica de que el Arca fuera ocultada, robada, destruida o llevada a otro lugar. Simplemente no hay ninguna información fiable sobre el destino del Arca desde tiempos del rey Salomón (970 a. C. – 931 a. C.), lo que deja las puertas abiertas a varios escenarios.

El Arca transportada por los sacerdotes levitas
En efecto, esta indefinición o niebla histórica ha sido el inicio de varias hipótesis o especulaciones sobre lo que pudo sucederle al Arca durante el primer milenio antes de Cristo y aún en épocas posteriores. Como ya hemos señalado, las fuentes no clarifican con detalle qué ocurrió en Jerusalén durante la conquista babilónica, si bien en la Biblia[4] se dice que los conquistadores se llevaron del templo todo lo que era de oro, de plata o de bronce, lo cual sugeriría que el Arca pudo ser llevada a Babilonia como un trofeo más. En cambio, otra versión apunta a que el profeta Jeremías –avisado por un ángel del Señor– habría puesto el Arca a buen recaudo antes de la toma de la capital de Israel, llevándola, junto con el tabernáculo, a una cueva del Monte Nebo, en la actual Jordania. Por otra parte, también corrieron historias de que el Arca había sido ocultada en el Monte Sinaí (donde Moisés recibió las Tablas) o incluso que consiguieron esconderla en un espacio recóndito bajo el templo de Salomón que no fue afectado por la destrucción y el pillaje.

De todos modos, existen otros episodios de conquista de Jerusalén que han puesto el Arca de por medio. Así, podemos citar la incursión en Canaán del faraón egipcio Shishak (o Sesonquis), que reinó entre el 945 a. C. y 924 a. C., y que según algunos autores podía haber arrebatado el Arca a los hebreos al entrar en Jerusalén. Un milenio después tuvo lugar la intervención romana en Judea para aplastar una rebelión contra el poder imperial. En este contexto, los romanos saquearon el segundo templo en época del emperador Vespasiano (70 d. C.) y se llevaron a Roma importantes objetos –tal como se aprecia en el arco de Tito– como por ejemplo el candelabro de siete brazos o Menorah. Ahora bien, según una teoría reciente, los romanos no se llevaron el Arca, ya que ésta habría sido puesta a salvo en la zona de Qumrán, si bien nos seguimos moviendo en el terreno de las conjeturas. Finalmente, cabe mencionar otra historia que roza la leyenda, que es la aparición en escena de los cruzados en Jerusalén durante la Edad Media. Según esta tradición, los caballeros templarios habrían buscado y encontrado el Arca en las ruinas del templo de Salomón y se la habrían llevado a Occidente a inicios del siglo XII, lo que viene a coincidir con la no menos famosa historia del Santo Grial[5]. Otras versiones colaterales afirman que la búsqueda no tuvo fruto o que el Arca fue a parar al final a las criptas del Vaticano.

Todo esto correspondería a escenarios relacionados con invasiones extrajeras, pero en paralelo tenemos otra tradición o explicación para el destino del Arca, y que se remonta a los propios tiempos de Salomón. Esta nueva visión sería la pista etíope, que prácticamente ha pervivido hasta la actualidad y ha dado paso a la investigación a cargo de Graham Hancock, si bien ésta difiere ligeramente de la versión ortodoxa. Prácticamente toda la historia descansa en un relato etíope llamado Kebra Nagast, una especie de epopeya nacional de incierta datación medieval y que describe el nacimiento de la monarquía etíope. Concretamente, se dice que Salomón y la Reina de Saba tuvieron un hijo llamado Baina-lehkem, que luego cambió su nombre por Menelik, tal como sería conocido como primer rey de Etiopía. Pues bien, este Menelik, nacido en África, emprendió un viaje a Jerusalén a los 22 años para conocer a su padre Salomón. Allí, el espabilado Menelik aprovechó su estancia para pedir a Salomón el Arca, a lo que éste accedió siempre y cuando se simulase que el Arca era robada del templo y fuese sustituida por una falsa. Salomón, oficialmente, se dio cuenta de los hechos demasiado tarde y no pudo capturar a Menelik, y luego se esmeró en mantener el tema del robo en secreto, pues no le interesaba que los enemigos de Israel conocieran la pérdida del poderoso artefacto. De este modo, el Arca fue llevada discretamente a Etiopía, acompañada por nativos judíos que luego se convertirían en el pueblo falasha etíope. Más adelante, con la implantación del cristianismo en el país, el Arca habría sido custodiada durante siglos por la Iglesia etíope y estaría actualmente a resguardo en la ciudad de Axum.

La capilla de Sta. María de Sión, en Axum
La versión de Hancock se sitúa unos tres siglos más tarde y propone un escenario en que los propios sacerdotes del templo se llevaron el Arca a un lugar seguro ante la impiedad del rey Manasés (697 a. C. – 642 a. C.). Este lugar fue un templo construido a propósito en la isla Elefantina (Egipto). Allí habría pasado unos 200 años hasta que de nuevo fue trasladada a Etiopía. Concretamente, se habría ubicado el Arca en un tabernáculo situado en una islita del lago Tana, quedando bajo el cuidado de la comunidad judía etíope hasta que en el siglo V d. C. la Iglesia cristiana copta se hizo cargo de ella y la alojó en la capilla de la iglesia de Santa María de Sión en Axum, donde nadie estaba –ni está a día de hoy– autorizado a entrar, ni siquiera los antiguos emperadores del país. Sólo un sacerdote, hipotéticamente descendiente de los antiguos levitas, puede entrar en la capilla y ver la reliquia. Ese sacerdote guardián le dijo a Hancock que en ocasiones especiales el Arca sale de la capilla y es llevada en procesión pero nadie puede verla directamente pues él mismo se ocupa de envolverla con densas telas “para proteger a las personas de ella”. Por cierto, cabe citar que la crítica especializada y los eruditos expertos en el tema consideraron el trabajo de Hancock como un fantasioso relato sin ninguna fiabilidad histórica o arqueológica.

Existen otras teorías diversas sobre el paradero actual del Arca que no comentaré para no extenderme en demasía, pero que podríamos resumir en dos grandes ámbitos. Por un lado, algunos autores creen que el Arca habría salido de Israel para ir a parar a tierras muy lejanas, como Zimbabwe (siendo una antigua reliquia de una tribu llamada Lemba) o bien Oak Island en Escocia, con la intervención de los templarios. Por otro lado, los más puristas –siguiendo las antiguas tradiciones ya citadas– defienden que el Arca permanece aún oculta en algún lugar de Tierra Santa: el Monte Nebo, el Monte de la Calavera o en lo más profundo del templo de Jerusalén).

Llegados a este punto, podemos comprobar que toda la historia del Arca se fundamenta en antiguos relatos o tradiciones de muy difícil comprobación empírica. Incluso si aceptáramos que los etíopes disponen de algún tipo de “arca”, nada nos asegura que sea el Arca original, que debería tener bastante más de 3.000 años si nos remontamos a los tiempos de Moisés. Es bien posible que el objeto custodiado en Axum no sea más que una copia, réplica o simple representación de un objeto mucho más antiguo que, o bien se perdió en la noche de los tiempos o bien no existió nunca. Es oportuno mencionar ahora que en toda Etiopía el culto al Arca está muy extendido, hasta el punto de existir unas 20.000 réplicas del Arca en otros tantos templos. A este respecto, cabe resaltar que ya en la Edad Media aparecieron numerosas reliquias cuya autenticidad era más que dudosa[6], incluyendo piezas “duplicadas”. Por lo demás, la época del rey Salomón fue fructífera en toda clase de leyendas y objetos prodigiosos, como –por ejemplo– otro famoso artefacto llamado La mesa de Salomón, sobre cuya naturaleza y paradero se ha especulado mucho, sin que haya visos de sacar nada en claro más allá de las brumas del misterio.

Moisés en el Tabernáculo frente al Arca
En todo caso, para muchos científicos y eruditos el relato bíblico no puede tomarse de forma literal, ya que contiene una mezcla de elementos religiosos o legendarios junto con referencias históricas del pueblo hebreo no exentas de imprecisión. Asimismo, no hay que olvidar que los libros de la Biblia fueron redactados muchos siglos después de acontecieran los hechos narrados (hacia el siglo VII a. C.) y que más bien fueron un compendio de diversas tradiciones, sobre todo la sumeria, cuya influencia en el Génesis es del todo evidente. Incluso el arqueólogo Israel Finkelstein aseguró que, a la luz de las investigaciones arqueológicas, no se puede sostener la historicidad del Éxodo de Egipto, puesto que no hay prueba alguna de que los hebreos estuvieran esclavizados en Egipto, ni que viajaran por el Sinaí ni que ocuparan Palestina, por la simple razón de que “ya estaban allí”. Por tanto, prácticamente todo lo que en él se cita sería más bien producto de una ficción literaria. De todo ello podríamos deducir que el Arca de la Alianza carece de soporte histórico y arqueológico, y que en realidad habría sido un mito construido en el siglo VII a. C. por los escribas y que pervivió por la mera repetición de la tradición.

Ahora bien, si nos adentramos de pleno en el campo de la arqueología alternativa, hay un elemento del Arca que viene llamando la atención desde hace décadas, que no es otro que sus extraños poderes, tras los cuales algunos autores no han visto ninguna mano divina sino una ciencia y tecnología altamente avanzadas, propias de una civilización superior. No hay más que leer el texto bíblico para comprobar que del Arca salía una poderosa energía, rayos, fuego, descargas, etc[7]. De hecho, ya a finales del siglo XVIII un erudito judío alemán llamado Lazarus Bendavid insinuó que “el Arca de la Alianza de los tiempos mosaicos debió contener un grupo bastante completo de instrumentos eléctricos, cuyas influencias se hacían sentir en el exterior.” Esta idea fue retomada en el siglo XX en pleno auge del realismo fantástico y la Teoría de los Antiguos Astronautas, cuyo núcleo central consistía en plantear que los antiguos dioses no fueron más que astronautas de una civilización avanzada llegados de algún lejano planeta.

E. Von Däniken
En este sentido, destaca con mucho la aportación del suizo Erich Von Däniken, que prácticamente interpretó todo el Antiguo Testamento en clave alienígena, considerando a los ángeles como astronautas extraterrestres y al propio Yahvé como el autoritario jefe de la misión. En su libro Profeta del pasado (1979), Von Däniken tocó en profundidad el tema del Arca y planteó la hipótesis de que era un artefacto de origen extraterrestre que contenía la máquina del maná, esto es, un reactor nuclear capaz de producir un alimento albuminoide a partir de algas microscópicas y rocío, según la teoría de los autores G. Sassoon y R. Dale, que tomaron como base la descripción del libro místico judío Zohar[8]. Para realizar esta síntesis sería precisa una considerable dosis de radiación y de ahí la peligrosidad del aparato y la necesidad de tenerlo aislado en una caja perfectamente protegida (y recordemos que el oro es mejor protector que el plomo contra las radiaciones). Además, Von Däniken aludía al argumento de que un artefacto tan extraño y delicado debía estar bien protegido de los rigores del desierto y de los ojos curiosos del pueblo.

El escritor suizo creía que los extraterrestres descargaron la máquina en cuestión de su nave (¿la “Gloria de Yahvé”?) y que luego dieron completas instrucciones a Moisés y a su hermano Aarón para una correcta manipulación y mantenimiento. El caso es que, tal como nos muestra el relato bíblico, muchas personas perecieron o enfermaron al exponerse a la radiación o electricidad del Arca. Sea como fuere, la máquina milagrosa cumplió con su cometido durante 40 años en el desierto, pero una vez llegados los hebreos a la Tierra Prometida –llena de recursos naturales– cayó en desuso, por lo que fue postergada y luego alojada en el templo de Salomón. Von Däniken insiste, empero, en que el Arca seguía siendo un artefacto más o menos “activo” y que por ello tuvo que ser bien resguardado en un lugar especial (“blindado”) del templo. En cuanto al destino final del Arca, Von Däniken echa mano del Kebra Nagast y cree que, en efecto, el artefacto pudo ser llevado a Etiopía, y nada menos que mediante un carro volador facilitado por el propio Salomón. Ahí es nada.

Hasta aquí podríamos decir que todo esto no es más que una retahíla de las clásicas fantasías y especulaciones del investigador suizo, si no fuera porque el tema despertó el interés de algunos profesionales académicos con amplitud de miras. Me refiero en particular a dos expertos en Física, ya fallecidos, que además tenían un notable conocimiento de las civilizaciones antiguas (de Egipto en particular). Por una parte tenemos al profesor argentino José Álvarez López (1914-2007), doctorado en Física y Química, que abordó el tema del Arca y el templo de Salomón en su libro El hombre, un náufrago del Cosmos. En dicha obra, Álvarez, afirma seriamente que el Arca fue el primer condensador eléctrico de la historia, según los propios datos citados en el Éxodo. Así, el experto argentino estima que el Arca tenía una capacidad de un microfaradio y una tensión superior a 20.000 voltios. Álvarez, pese a observar ciertas lagunas en la descripción del artefacto, identifica unas claras carencias en términos de aislamiento, lo cual explicaría los muchos accidentes sufridos por los incautos a causa de la carga estática del Arca, como le sucedió a Uzza. En cualquier caso, Álvarez considera que, montada encima de un carro, el Arca se convertiría en un arma eléctrica infernal, lo que cuadra con las descripciones de su enorme poder en el campo de batalla.

Reconstrucción del Templo de Jerusalén, con las dos columnas
Finalmente, Álvarez también analiza la estructura, diseño y materiales del templo de Salomón y concluye que también se trataría de un condensador, a mayor escala, con un alto pórtico que era en verdad un acelerador electroestático y dos grandes columnas de bronce (Jachin y Boaz) rematadas con esferas cuya misión era proteger el templo de las descargas atmosféricas, puesto que en realidad eran electrodos de efluvios. El científico argentino, ante este despliegue de antigua tecnología, no pudo evitar el elogio: “La solución de Salomón es técnicamente perfecta y debe asombrarnos que modernamente no haya sido aplicada. Evidentemente Salomón sabía más de electroestática que nosotros los modernos.” En suma, la Biblia nos muestra algunos retazos de una ciencia y técnica muy avanzadas, del todo incomprensibles en su contexto antiguo, y que lamentablemente se perdieron en un pasado remoto, sin que podamos dilucidar de dónde salieron tales conocimientos.

Por otra parte, cabe citar al físico norteamericano Clesson Harvey (1925-2012), que estudió el antiguo idioma egipcio y sus jeroglíficos y ofreció una traducción alternativa de los Textos de las Pirámides. Pero para lo que nos interesa, Harvey aportó una interesante visión del Arca y su relación con el antiguo Egipto. Harvey, releyendo la descripción de las cuatro capillas que protegían el sarcófago del faraón Tutankhamon, llegó a la conclusión de que se trataba de modelos o réplicas del Arca de la Alianza de los israelitas y que tales capillas, de madera y recubiertas de oro puro, detuvieron a los ladrones o intrusos debido a su alto poder disuasorio. En concreto, Harvey señala que las proporciones en las dimensiones de ambos objetos son exactamente las mismas, así como sus elementos y materiales, y todo ello remitía a instrucciones que aparecen en los antiquísimos Textos de las Pirámides. Harvey, por ejemplo, destaca lo siguiente:

“La forma requerida de la caja rectangular de terrible poder para tal monstruoso instrumento tenía que ser construida en sus correctas dimensiones, para que el modelo de Arca pudiera activarse por y entre los dos arquetípicos querubines de Isis y Neftis, como se describe repetidamente en los Textos de la Gran Pirámide para activar el Ojo de Heru.”[9]

El faraón Akhenatón
En suma, para Clesson Harvey, las cuatro capillas protectoras de la momia del faraón eran prototipos del Arca de la Alianza y su poder residía no tanto en las fórmulas mágicas como en un conocimiento técnico preciso. A partir de aquí, podríamos especular con la idea de que si la historia del Arca fuese cierta, su origen debería fijarse en la antigua tradición egipcia, que traspasó su saber a los futuros “israelitas”. A este respecto, debemos mencionar la teoría de que el Éxodo ha sido malinterpretado y que en realidad no se trató de la huida de los hebreos, sino del exilio forzoso del faraón hereje Akhenatón (¿Moisés?) junto con sus partidarios atonianos, lo cual pondría todos los hechos en un contexto “egipcio”[10]. Sobre esto, no es ninguna novedad señalar que varios autores han puesto de manifiesto la gran deuda de la cultura y la religión judías con la tradición egipcia, con la que comparte demasiadas similitudes.

Concluyendo: no cabe duda de que el mito y el misterio son muy atractivos, tal y como nos mostraba la famosa película de Indiana Jones, pero por desgracia no disponemos de suficientes elementos objetivos para confirmar (pero tampoco desmentir) la existencia del Arca ni mucho menos su hipotético paradero actual, si es que resistió el paso de tantos siglos. Otra cosa sería preguntarse por qué motivo los escribas iban a fantasear sobre tal objeto e iban a poner en boca de la divinidad unas instrucciones tan precisas. Para el mundo académico no hay respuesta para esta cuestión, e insiste en que o bien no existió nunca el Arca o bien fue un simple objeto litúrgico con un simbolismo religioso y nada más.

Sin embargo, ya hemos visto que algunos científicos han interpretado esas descripciones “técnicas” y han dejado claro que el Arca pudo haber sido un artefacto tecnológico, en vez de un mero contenedor de reliquias. Y aquí volvemos una vez más a la conocida tesis de la arqueología alternativa según la cual existió una civilización superior, muy avanzada tecnológicamente, que desapareció en un pasado remoto, pero cuyo tenue legado fue aprovechado por las antiguas civilizaciones conocidas, tal y como se puede apreciar en múltiples objetos y construcciones en diversas partes del mundo. Ello por no mencionar a los inevitables extraterrestres de nuestro viejo amigo Von Däniken...

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] “Símbolo y señal: en busca del Arca de la Alianza”, en edición española.
[2] No obstante, existen otras versiones –según la interpretación de los eruditos– sobre las dimensiones, haciendo la caja un poco más grande: 1,75 x 1 x 1 metros, o bien 1,25 x 0,75 x 0,75 metros.
[3] Según otras fuentes, se cita la fecha de 587 a. C. para el mismo hecho histórico.
[4] La caída y saqueo de Jerusalén se narra en Cuarto Libro de los Reyes, capítulo XXV.
[5] G. Hancock es de la opinión de que ambas reliquias eran un mismo objeto, según dedujo del estudio comparado del Parsifal de Von Eschenbach, la iconografía de la catedral de Chartres y el relato épico etíope Kebra Nagast.
[6] No hay más que referirse a la famosa Sábana Santa de Turín, que ha sido analizada por expertos durante décadas y que sigue en el limbo de la indefinición, si bien la gran mayoría de científicos cree que se trata de una falsificación de origen medieval.
[7] También se le atribuye en la Biblia el poder para separar las aguas del río Jordán, lo cual más bien parece excesivo o fantasioso.
[8] Para más detalles, véase: http://www.antiguosastronautas.com/articulos/Sassoon01.html
[9] Artículo original en inglés (The Great Pyramid Texts) en: www.pyramidtexts.com
[10] Véase el artículo de este mismo blog sobre “El enigmático faraón Akhenatón”.

4 comentarios:

alarico dijo...

¡ Jope ! vaya galimatias,si seguimos proponiendo teorias,vamos a terminar ubicando el arca,en Padron,debajo de la casa de Camilo Jose Cela.
¡Hay...el enigma,el misterio ! ¿ que tendran para ensimismarnos y conducirnos al deseo continuo de conocer lo mas recondito ?
En el momento en que el misterio deja de serlo,se pierde el interes,el misterio es el combustible del conocimiento.
Gracias por su interesantisimo articulo,muchas de sus aportaciones,las desconocia por completo.

Un saludo efectuoso.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias por el comentario

Bueno, la arqueología alternativa sobrevive en gran parte debido a la atracción por el misterio, pero al menos en mi caso no puedo evitar el deseo de separar lo ficticio de lo histórico y tratar de extraer alguna conclusión razonable. Es más, muchos académicos reconocen que detrás de muchos mitos existe un poso de realidad perdida en la noche de los tiempos... Por lo demás, me gustaría ver qué tienen en esa capilla de Etiopía.

Cordiales saludos,
X.

Piedra dijo...

Mi opinión personal es que una vez entendido que no existieron las tablas de la ley, Yaveh, no representa a Dios, ni siquiera a una forma de Dios o un dios menor, los cuarenta años en el desierto tampoco son reales y ni siquiera el pueblo de Israel se refiere tampoco al pueblo judío... Quiere decir que todo es alegórico e interpretado de forma supersticiosa por aquellos (mayoría) que no se preocupan de indagar en el fondo de los conocimientos y a la vez son confundidos, aun más por otros que aprovechan esa ignorancia y esa falta de preocupación para sacar partido.

Al margen de esto, es posible que en algún momento de la historia, se construyese un objeto siguiendo las indicaciones de la biblia, para o confundir a los devotos y rentables fieles o como simple icono religioso y este haya sido tomado por los nuevos "incultos" como el objeto divino original.

PD; por supuesto es solo mi opinión personal y basada en lo que a día de hoy doy por cierto sobre mis conocimientos "religiosos".

Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias piedra

Bueno, ya has leído que hasta los propios arqueólogos israelíes ponen en entredicho la historicidad del Éxodo, y de buena parte del Antiguo Testamento, a falta de pruebas. Con todo ello, la historia bíblica se nos vendría abajo como una mera mitología. Otra cosa ya sería profundizar en la religión judía, la supuesta divinidad de Jehová y sus detalladas instrucciones para construir el Arca. Pero dado que no podemos estudiar el objeto que custodian en Axum, pues nos quedamos igual.

Saludos,
X.