Cuando hace no
muchos años, el autor británico Gavin Menzies se atrevió a sugerir en su obra 1421: el año que China
descubrió el mundo que una gran flota china había
explorado buena parte de las costas de América en el siglo XV, la ortodoxia
académica se le tiró a la yugular desprestigiando y ridiculizando su
investigación, porque tal hecho –según la versión oficial– era insostenible y
disparatado. Menzies fue acusado de todo lo posible, empezando por no ser un
profesional de la arqueología y por haber caído en la mera especulación y el
sensacionalismo –con el único ánimo de vender libros– pero sin aportar ninguna prueba
creíble. Por supuesto, esta reacción no es sorprendente. Se lleva repitiendo
desde hace décadas ante cualquier propuesta de “visitas marítimas” a América
previas al famoso descubrimiento de
Colón. De hecho, desde los mismos principios de la arqueología americana,
nacida en el siglo XIX, se establecieron tres sólidos dogmas que –con muy poca
alteración– se han mantenido hasta el día de hoy; a saber:
- Que el poblamiento humano del continente tuvo lugar exclusivamente a través del estrecho de Bering por parte de comunidades mongoloides, hace unos 30.000 años[1].
- Que América no fue objeto de ningún contacto cultural foráneo por vía marítima hasta la llegada de Colón al Caribe en 1492.
- Que el proceso de neolitización y civilización en América fue un fenómeno completamente autóctono, sin aportaciones exteriores, precisamente por la aplicación de los dos dogmas anteriores.
Sobre el primero de
los dogmas ya he tenido oportunidad de aportar datos en artículos anteriores y
no me extenderé en comentarios. Sólo cabe recordar que a lo largo del siglo XX
se excavaron varios yacimientos arqueológicos, desde Canadá hasta Chile, con
cronologías del todo anómalas –para el patrón de pensamiento imperante– y que
fueron ignoradas o desestimadas por el estamento oficial, por ser “demasiado
antiguas”. Me estoy refiriendo a yacimientos que sobrepasarían con mucho los
25.000 años que actualmente se dan como “admisibles” para culturas humanas en
América. Asimismo, a partir de ciertos restos humanos hallados, existe la grave
sospecha de que la América antigua o prehistórica estuvo poblada por gentes
distintas de las típicas razas amerindias conocidas, los supuestos
descendientes de los asiáticos procedentes del estrecho de Bering. Todo esto ha
sido objeto de numerosas polémicas que ya relaté en su momento.
Ahora bien,
llegados al segundo dogma, todo parece muy claro para la arqueología académica.
América estaba demasiado lejos del resto de tierras habitadas y la única forma
viable de alcanzar el continente fue por el estrecho de Bering, y sólo cuando
éste fue franqueable gracias a la presencia de hielos. Este es sin duda el gran
pilar que defiende el autoctonismo americano y que yo calificaría de negacionismo marítimo. La inmensidad de
los dos océanos –a este y oeste– harían inviable cualquier navegación en época
antigua y ya no digamos prehistórica, dada la enorme precariedad de las
embarcaciones en dichas épocas, por no hablar de la dificultad de la propia
navegación (orientación) en alta mar. En suma, el Atlántico y el Pacífico
actuarían de “aislantes” frente a cualquier contacto con otras culturas, pues
se trataría de un viaje demasiado largo y peligroso, tanto desde las costas
asiáticas como desde las europeas o africanas.
El clásico de C. Hapgood |
Lo que considero
que sí tiene un valor mucho más firme para derribar el dogma mencionado es el
recurso a la arqueología, la antropología y la historia de la navegación. Sobre
los hallazgos arqueológicos, existe una lista no pequeña de yacimientos y
objetos que deberían despertar más de una reflexión. El más conocido es el
yacimiento canadiense de L’Anse aux Meadow, excavado a finales del
siglo pasado y que confirmó la presencia de un asentamiento vikingo en
Terranova. Este hallazgo venía a dar crédito a las crónicas nórdicas que
hablaban de las expediciones de Leif Erikson a una región llamada Vinlandia
–ubicada al oeste de Groenlandia– hacia el año 1000. Por tanto, y por mucho que
se quiera calificar este hecho como algo anecdótico, es innegable que
navegantes europeos ya habían llegado a América 500 años antes que Colón.
Inscripción semítica hallada en Estados Unidos |
Y si ahora tomamos
la vía oeste (Asia-el Pacífico), existen otras sólidas pistas de contactos
transoceánicos en épocas muy antiguas. Por ejemplo, tenemos rasgos culturales
comunes con pueblos asiáticos, como el nombre de constelaciones, construcciones
muy similares (templos en plataformas escalonadas), algunas técnicas textiles,
la domesticación de ciertas plantas y animales, el trabajo del jade, figuras o
temas artísticos muy semejantes, coincidencias lingüísticas, etc. Dicho todo
esto, está claro que siempre se podría recurrir a la mera coincidencia o a la
intrusión para salvaguardar el autoctonismo americano.
De todos modos, lo
que me gustaría destacar más en este artículo es el asunto de la navegación
antigua, para tratar de demostrar que los axiomas planteados hasta el momento
sobre la imposibilidad de llegar a América hace miles de años están basados en
tópicos, prejuicios, o simple cerrazón intelectual ante los hechos y datos
incómodos. Resulta evidente que, si hay indicios de la presencia de varias
culturas foráneas en América, éstas debieron llegar por mar y de ahí que sea
necesario explorar de forma racional la posibilidad de los viajes
transoceánicos, porque si determinamos que esos pueblos pudieron llegar a las costas americanas, es factible y explicable
que encontremos ciertas huellas de su paso por el Nuevo Mundo. Es una cadena
lógica que admite poca discusión.
Nave de carga romana |
Si nos fijamos en
culturas de distintas partes del planeta, veremos que eran capaces de fabricar
botes o barcos no siempre de gran tamaño, pero sí de buenas condiciones
marineras. Por ejemplo, los pueblos del Pacífico empleaban la vaka, una canoa muy estable, con la que
podían desplazarse a grandes distancias. Así, hemos de suponer que fue con
estas embarcaciones con las que se pudo llegar a la remota la isla de Pascua,
situada a miles de kilómetros de cualquier otra tierra firme. A su vez, los
chinos tenían la tradición del junco,
un navío a vela de fondo plano también de buenas cualidades en alta mar. En
Europa y el Mediterráneo predominaba antiguamente el modelo de barco de quilla,
llamado nao, que a decir de los
expertos no era tan eficaz en la navegación oceánica como los dos modelos
anteriores. Con todo, dichos barcos recorrieron las aguas mediterráneas y las
atlánticas e incluso se habla de una expedición egipcio-fenicia que
circunnavegó África muchos siglos antes de que los hicieran los portugueses.
Lo que hay que
destacar es que las naves de finales de la Edad Media (o sea, las de Colón)
apenas eran un poco mejores que los navíos de carga –o militares– empleados en
el mundo antiguo por griegos, romanos, fenicios y cartagineses. Otra cosa sería
hablar de la famosa nave vikinga, el drakar,
que se mostró muy marinera y capaz de enfrentarse a mares muy complicados como
el Atlántico. Así, no cabe duda de que la expansión vikinga hacia el oeste
(Islandia, Groenlandia, y finalmente Terranova) se realizó con este tipo de
barcos. Por tanto, en términos de tecnología naval, no había una distancia
enorme entre el Mundo Antiguo y la época de Colón. Por
otro lado, y pese a los tópicos, desde antiguo ya existía el concepto de que la
Tierra era redonda y que no acababa de golpe como si fuera un disco (según una
visión “terraplanista”). Esa era una creencia popular, pero Eratóstenes –tres siglos antes
de la era cristiana– ya había demostrado la esfericidad de la tierra y había
hecho un cálculo bastante aproximado de su circunferencia.
Réplicas de la nao y las carabelas de Colón |
Por si todo lo
anterior fuera poco, tenemos algunos datos y experimentaciones que nos inclinan
a pensar en la perfecta viabilidad de esos viajes oceánicos incluso con naves
pequeñas y sencillas en tiempos remotos. El ejemplo más citado en este ámbito
es sin duda la investigación llevada cabo por el marino y antropólogo noruego
Thor Heyerdahl. En este punto, hay que destacar que Heyerdahl precisamente
quería demostrar de forma práctica –y no teórica– la posibilidad de viajes de
larga distancia entre América y la Polinesia y entre África y América. Para
ello impulsó dos famosas expediciones, la Kon
Tiki y la Ra, en las cuales fue
muy estricto a la hora de construir las naves según las técnicas antiguas
tradicionales y empleando estrictamente los materiales disponibles en aquellas
épocas, lo cual eliminaba cualquier sesgo o contaminación en los resultados
finales. El caso es que construyó una balsa y una barca de papiro, ambas de
reducidas dimensiones, y pudo completar sus proyectos, aunque no sin grandes
dificultades[3].
Réplica de la nave Ra de Thor Heyerdahl, en el Museo de las pirámides de Güímar (Tenerife) |
Además, es preciso
resaltar que en tiempos recientes muchos navegantes y aventureros se han
atrevido a cruzar –con éxito– grandes océanos como el Atlántico y el Pacífico en
embarcaciones pequeñas y con escasa o ninguna ayuda tecnológica moderna. Sólo
por citar algunas de estas empresas:
- En 1972 John Fairfax y Sylvia Cook realizaron una travesía de 8.000 millas náuticas desde la costa de California hasta Australia en una embarcación a remo de unos 10,5 metros de eslora.
- En 1980 el francés Gerard d’Aboville cruzó en solitario todo el Atlántico norte en 72 días, yendo de continente a continente (EE UU-Francia) en una barca de seis metros de eslora.
- Ese mismo año, seis japoneses cruzaron el Pacífico de Japón a Chile en un catamarán de 14 metros de eslora, tardando seis meses y medio en la travesía.
- En 1982 el americano Bill Dunlop fue de las costas de Maine (EE UU) a la costa inglesa de Falmouth en un bote de sólo tres metros de eslora; tardó 78 días.
- En 1988 Rüdiger Nehberg cruzó en 74 días el Atlántico, de Senegal a Brasil, empleando una pequeña embarcación a pedales hecha en fibra de vidrio.
- En 1987 Ed Gillet navegó en un kayak desde la bahía de Monterrey (costa oeste americana) hasta las islas Hawái en 63 días.
- En 1991 el marino inglés Tom McNally fue de Portugal a San Juan de Puerto Rico en un pequeño bote que ni llegaba a dos metros.
- En 2001 el británico Jim Shekhdar remó desde las costas de Perú hasta Brisbane (Australia), en un viaje de 274 días.
Si ahora juntamos
todas piezas, vemos que es completamente factible que se realizasen viajes
marítimos de gran distancia en épocas antiguas y que fueran a parar a América,
ya fuera de forma intencionada o por un azar del destino. Y si es posible que
pequeños botes, barcas o balsas crucen actualmente enormes distancias en alta
mar, qué podemos decir de grandes naves de carga, con velas y remos, no muy
distintas de la nao y las dos carabelas de Colón. Así pues, es del todo razonable
considerar que las antiguas civilizaciones ubicadas al este y oeste de América
arribasen en algún momento a diversos puntos del continente (¡es muy grande de
norte a sur!) al desplazarse fijamente a rumbo este u oeste, según el punto de
partida. Resulta obvio que, manteniendo tal rumbo y con la ayuda de las
corrientes, al final debían topar forzosamente con alguna tierra comprendida
entre el mar ártico y el antártico.
Por supuesto,
llegados aquí surgen las preguntas y los problemas. Si damos por hecho que los
contactos oceánicos tuvieron lugar desde tiempos remotos, ¿por qué hay tan
pocas pruebas de la presencia extranjera, que además son ignoradas o
discutidas? Aquí deberíamos recurrir a una suposición, pero que parece bastante
lógica. Dada la dificultad real de llegar a tierras americanas, sería posible
que el contacto fuese puntual y esporádico en el tiempo. Ahora bien, viendo la
fuente de recursos y materias primas disponibles en el continente, no sería
descabellado pensar que la ruta americana se hubiese ocultado para preservar
los intereses de unos pocos. Eso explicaría la inexistencia de documentación o
mapas (dejando aparte muy contadas excepciones), así como la práctica ausencia de
asentamientos estables o de una amplia cultura material foránea. De este modo,
América hubiera podido ser una especie de “secreto a voces” para una minoría,
en un contexto en que la influencia colonizadora existió, pero fue poco
perceptible, porque no había intención de establecerse allí, ni tampoco de explorar
todas las tierras ignotas, ni mucho menos conquistarlas.
Finalmente, como ya
expuse en el artículo sobre Quién descubrió América, creo que lo que hizo Colón en el siglo XV fue oficializar de algún modo lo que ya era
sabido por unos pocos: que existía una gran tierra al oeste del Occidente
europeo. En este sentido, no veo “descubrimiento” por ninguna parte. Su empresa
más bien sería un proyecto bien trazado y organizado para dar paso a la
conquista entera del continente, que cayó en manos europeas de forma sorprendentemente
rápida en unas pocas décadas. Desde luego, este enfoque nos mete de lleno en un
cierto conspiracionismo histórico, pese
a que la historia nos dice que Colón murió todavía convencido de que había
llegado a las Indias y no a un nuevo mundo. Sin embargo, sigo pensando que si
el conocimiento de América existía –y por lo menos los mapas anómalos nos
confieren alguna pista al respecto– Colón tenía una idea clara de a dónde iba[4],
y ese lugar no era el Lejano Oriente.
© Xavier Bartlett
2019
Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor
[1] Sin embargo, la primera cultura humana reconocida como tal en América
se desplaza a sólo hace unos 12.000 años, la llamada cultura Clovis.
[2] Dejo aparte los indicios acerca de la presencia egipcia o sumeria a
partir de ciertos objetos, sobre los cuales la información es bastante confusa
o más bien apunta al fraude.
[3] De hecho, la expedición Ra I naufragó antes de llegar a América. No
obstante, el marino noruego repitió la apuesta y en la segunda intentona, con
la barca Ra II, consiguió su objetivo.
[4] Algunos autores alternativos, como J. J. Benítez, han escrito sobre la
teoría del pre-nauta, que coloca el
conocimiento de América en fechas no muy anteriores a Colón. Según esta teoría,
un marinero superviviente de un barco que supuestamente llegó a costas
americanas le habría trasladado a Colón la seguridad de que iba a encontrar
tierra navegando en un determinado rumbo; también se menciona la existencia de
un mapa secreto que Colón habría consultado para emprender su viaje hacia el
Caribe, su destino final.
8 comentarios:
Hola Xavier
Muy buen artículo.
Cuando mencionas que, "existe una lista no pequeña de yacimientos y objetos que deberían despertar más de una reflexión", me hace acordar de una frase que leí hace mucho tiempo: si se encuentra un cuervo blanco se desmorona la teoría de que todos los cuervos son negros.
Saludos
Roberto
Gracias Roberto
En efecto, en la ciencia no se pueden ignorar las anomalías que desmoronan o al menos cuestionan un axioma indiscutible. Pero por lo que he ido viendo desde hace algunos años la ciencia moderna no funciona así... Por desgracia, en arqueología se siguen negando o discutiendo las evidencias. La verdad es que cuesta mucho entender esa cerrazón: ¿qué tratan de ocultar o negar?
Saludos
X.
Muy interesante el tema. Me ha recordado a las pinturas de barcos en la cueva de Laja Alta, que se pensaba que eran barcos fenicios pero luego resulta que las pinturas tienen unos... 6.000 años.
Gracias Cobalt
No conocía el interesante dato que mencionas, pero sí te diré que en la cultura neolítica de Naggada, anterior al Egipto dinástico, en algunas vasijas vemos pintadas figuras de naves de aspecto oceánico, no simples barcas. Y todo ello nos remite a Slosman y Hapgood...
Saludos,
X.
Sí, creo recordar haber leído que los barcos egípcios eran los más antiguos conocidos hasta ese momento, pero éstos tienen al menos 5 siglos más de antiguedad.
También recuerdo haber visto en el documental del Resurgir de la Atlántida que en las islas Azores se han encontrado restos megalíticos (y romanos), cuando los portugueses pensaban que fueron los primeros en llegar.
Recuerdo haber visto también ese documental, con la inevitable referencia a la Atlántida. En todo caso, los restos están ahí y su antigüedad es dudosa, como ocurre con gran parte del megalitismo. Lo dicho, me parece que la navegación en tiempos muy remotos fue posible incluso en grandes océanos.
Saludos,
X.
Hola buenas.
Muy buen articulo. Tambien prueba de los viajes transoceanicos: los restos de coca y tabaco en una mortaja funeraria egipcia hallada por la Dra. Balabanova de la Dinastía XXI o los posibles restos fenicios hallados en el 2003 en la Graciosa, Tenerife (las Canarias podían haber sido usado de "Trampolín" para llegar más lejos, tal como hizo Colón siglos más tarde)es posible que esten relacionados con los "supuestos" restos encontrados en las Azores; y que algunos autores alternativos los enlaza con la "Atlantida". Aunque podría ser que los emporios fenicios llegaran más alla de las "Columnas de Hércules" de todas maneras con la destrucción de las bibliotecas de la antiguedad es posible que parte de dicha información al respecto se halla perdido.
Un saludo y gracias.
Apreciado José Luis,
Gracias por el comentario. Sí, conocía esos datos, pero no los he citado pues quería centrarme en la cuestión puramente marítima. De todas formas, es evidente que tanto las Canarias como las Azores pudieron ser descubiertas en tiempos antiguos y empleadas como trampolín hacia el oeste. En todo caso, sigo creyendo que el conocimiento de un gran continente era más bien un secreto a voces para salvaguardar ciertos intereses.
Saludos,
X.
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