domingo, 20 de octubre de 2019

La arqueología americana y el negacionismo marítimo


Cuando hace no muchos años, el autor británico Gavin Menzies se atrevió a sugerir en su obra 1421: el año que China descubrió el mundo que una gran flota china había explorado buena parte de las costas de América en el siglo XV, la ortodoxia académica se le tiró a la yugular desprestigiando y ridiculizando su investigación, porque tal hecho –según la versión oficial– era insostenible y disparatado. Menzies fue acusado de todo lo posible, empezando por no ser un profesional de la arqueología y por haber caído en la mera especulación y el sensacionalismo –con el único ánimo de vender libros– pero sin aportar ninguna prueba creíble. Por supuesto, esta reacción no es sorprendente. Se lleva repitiendo desde hace décadas ante cualquier propuesta de “visitas marítimas” a América previas al famoso descubrimiento de Colón. De hecho, desde los mismos principios de la arqueología americana, nacida en el siglo XIX, se establecieron tres sólidos dogmas que –con muy poca alteración– se han mantenido hasta el día de hoy; a saber:
  1. Que el poblamiento humano del continente tuvo lugar exclusivamente a través del estrecho de Bering por parte de comunidades mongoloides, hace unos 30.000 años[1].
  2. Que América no fue objeto de ningún contacto cultural foráneo por vía marítima hasta la llegada de Colón al Caribe en 1492.
  3. Que el proceso de neolitización y civilización en América fue un fenómeno completamente autóctono, sin aportaciones exteriores, precisamente por la aplicación de los dos dogmas anteriores.
Sobre el primero de los dogmas ya he tenido oportunidad de aportar datos en artículos anteriores y no me extenderé en comentarios. Sólo cabe recordar que a lo largo del siglo XX se excavaron varios yacimientos arqueológicos, desde Canadá hasta Chile, con cronologías del todo anómalas –para el patrón de pensamiento imperante– y que fueron ignoradas o desestimadas por el estamento oficial, por ser “demasiado antiguas”. Me estoy refiriendo a yacimientos que sobrepasarían con mucho los 25.000 años que actualmente se dan como “admisibles” para culturas humanas en América. Asimismo, a partir de ciertos restos humanos hallados, existe la grave sospecha de que la América antigua o prehistórica estuvo poblada por gentes distintas de las típicas razas amerindias conocidas, los supuestos descendientes de los asiáticos procedentes del estrecho de Bering. Todo esto ha sido objeto de numerosas polémicas que ya relaté en su momento.

Ahora bien, llegados al segundo dogma, todo parece muy claro para la arqueología académica. América estaba demasiado lejos del resto de tierras habitadas y la única forma viable de alcanzar el continente fue por el estrecho de Bering, y sólo cuando éste fue franqueable gracias a la presencia de hielos. Este es sin duda el gran pilar que defiende el autoctonismo americano y que yo calificaría de negacionismo marítimo. La inmensidad de los dos océanos –a este y oeste– harían inviable cualquier navegación en época antigua y ya no digamos prehistórica, dada la enorme precariedad de las embarcaciones en dichas épocas, por no hablar de la dificultad de la propia navegación (orientación) en alta mar. En suma, el Atlántico y el Pacífico actuarían de “aislantes” frente a cualquier contacto con otras culturas, pues se trataría de un viaje demasiado largo y peligroso, tanto desde las costas asiáticas como desde las europeas o africanas.

El clásico de C. Hapgood
Precisamente es aquí donde muchos autores alternativos han fijado el dedo acusador, alegando que –a la vista de ciertas pruebas e indicios– es muy difícil sostener aún que América fue un continente aislado por mar hasta el siglo XV; antes bien, estos autores aseguran que la navegación oceánica en tiempos muy remotos fue posible. Con respecto a este último punto, los seguidores de la historia alternativa suelen mencionar la atrevida teoría de Charles Hapgood, que creó escuela durante décadas. Esta teoría, que se fundamentaba en el estudio de las rarezas de varios mapas antiguos, proponía un escenario casi fantástico en que una civilización desaparecida hace miles de años –la de los reyes del mar– fue capaz de navegar por todos los mares y océanos del planeta y además de realizar cartografías muy precisas. Al decaer esta civilización, se habría perdido todo rastro de estas hazañas, pero al menos algunas trazas de este arcaico saber se habrían fosilizado en forma de mapas que fueron conservados y copiados durante milenios hasta llegar a la actualidad, como el famosísimo mapa de Piri Reis. Sin duda, esta es una visión fascinante y abierta a todo tipo de especulaciones, pero no quiero ahora insistir en esta vieja controversia y me remito a los artículos que escribí sobre Hapgood.

Lo que considero que sí tiene un valor mucho más firme para derribar el dogma mencionado es el recurso a la arqueología, la antropología y la historia de la navegación. Sobre los hallazgos arqueológicos, existe una lista no pequeña de yacimientos y objetos que deberían despertar más de una reflexión. El más conocido es el yacimiento canadiense de L’Anse aux Meadow, excavado a finales del siglo pasado y que confirmó la presencia de un asentamiento vikingo en Terranova. Este hallazgo venía a dar crédito a las crónicas nórdicas que hablaban de las expediciones de Leif Erikson a una región llamada Vinlandia –ubicada al oeste de Groenlandia– hacia el año 1000. Por tanto, y por mucho que se quiera calificar este hecho como algo anecdótico, es innegable que navegantes europeos ya habían llegado a América 500 años antes que Colón.

Inscripción semítica hallada en Estados Unidos
Luego tenemos el pecio con ánforas romanas en aguas brasileñas (la bahía de Guanabara), sobre el cual prácticamente no se habla. O la estatuilla también de estilo romano encontrada en Toluca (México) hace 90 años. La lista se alargaría con varias inscripciones semíticas halladas desde Estados Unidos hasta Brasil, e incluso también inscripciones célticas o rúnicas. Asimismo, hay otros indicios muy sospechosos como las minas de cobre de la isla Royal (en los grandes lagos entre Canadá y Estados Unidos), explotadas masivamente de un modo y en una época impensables para los indígenas. También existen en Norteamérica algunas construcciones muy antiguas de dudosa atribución a los nativos americanos. Todo ello hace pensar que pudo haber un amplio contacto atlántico desde la Antigüedad hasta la Edad Media, de procedencia mediterránea[2] pero también nórdica.

Y si ahora tomamos la vía oeste (Asia-el Pacífico), existen otras sólidas pistas de contactos transoceánicos en épocas muy antiguas. Por ejemplo, tenemos rasgos culturales comunes con pueblos asiáticos, como el nombre de constelaciones, construcciones muy similares (templos en plataformas escalonadas), algunas técnicas textiles, la domesticación de ciertas plantas y animales, el trabajo del jade, figuras o temas artísticos muy semejantes, coincidencias lingüísticas, etc. Dicho todo esto, está claro que siempre se podría recurrir a la mera coincidencia o a la intrusión para salvaguardar el autoctonismo americano.

De todos modos, lo que me gustaría destacar más en este artículo es el asunto de la navegación antigua, para tratar de demostrar que los axiomas planteados hasta el momento sobre la imposibilidad de llegar a América hace miles de años están basados en tópicos, prejuicios, o simple cerrazón intelectual ante los hechos y datos incómodos. Resulta evidente que, si hay indicios de la presencia de varias culturas foráneas en América, éstas debieron llegar por mar y de ahí que sea necesario explorar de forma racional la posibilidad de los viajes transoceánicos, porque si determinamos que esos pueblos pudieron llegar a las costas americanas, es factible y explicable que encontremos ciertas huellas de su paso por el Nuevo Mundo. Es una cadena lógica que admite poca discusión.

Nave de carga romana
Para empezar, hay que citar que la navegación de alta mar ya fue posible en tiempos paleolíticos, pues sólo así se explica que el Homo sapiens poblara la multitud de islas del Pacífico. A veces los saltos entre terrenos firmes serían cortos, pero otros implicarían largos desplazamientos, y todo ello hace decenas de miles de años. Estamos hablando del uso de primitivos botes o canoas por lo menos hace unos 60.000 años, cuando se produjo el poblamiento humano de Australia. Del mismo modo, sabemos que las civilizaciones antiguas ya eran capaces de construir barcos propulsados con velas y remos con ciertas capacidades marineras, si bien la mayor parte de la navegación era de cabotaje, esto es, siguiendo rutas costeras. Sin embargo, y por necesidades básicamente comerciales, esas rutas se fueron extendiendo progresivamente hasta llegar a convertirse en trayectos largos y difíciles, como el que realizaban los pueblos del Mediterráneo en la Edad de Bronce para obtener el estaño del norte de Europa.

Si nos fijamos en culturas de distintas partes del planeta, veremos que eran capaces de fabricar botes o barcos no siempre de gran tamaño, pero sí de buenas condiciones marineras. Por ejemplo, los pueblos del Pacífico empleaban la vaka, una canoa muy estable, con la que podían desplazarse a grandes distancias. Así, hemos de suponer que fue con estas embarcaciones con las que se pudo llegar a la remota la isla de Pascua, situada a miles de kilómetros de cualquier otra tierra firme. A su vez, los chinos tenían la tradición del junco, un navío a vela de fondo plano también de buenas cualidades en alta mar. En Europa y el Mediterráneo predominaba antiguamente el modelo de barco de quilla, llamado nao, que a decir de los expertos no era tan eficaz en la navegación oceánica como los dos modelos anteriores. Con todo, dichos barcos recorrieron las aguas mediterráneas y las atlánticas e incluso se habla de una expedición egipcio-fenicia que circunnavegó África muchos siglos antes de que los hicieran los portugueses.

Lo que hay que destacar es que las naves de finales de la Edad Media (o sea, las de Colón) apenas eran un poco mejores que los navíos de carga –o militares– empleados en el mundo antiguo por griegos, romanos, fenicios y cartagineses. Otra cosa sería hablar de la famosa nave vikinga, el drakar, que se mostró muy marinera y capaz de enfrentarse a mares muy complicados como el Atlántico. Así, no cabe duda de que la expansión vikinga hacia el oeste (Islandia, Groenlandia, y finalmente Terranova) se realizó con este tipo de barcos. Por tanto, en términos de tecnología naval, no había una distancia enorme entre el Mundo Antiguo y la época de Colón. Por otro lado, y pese a los tópicos, desde antiguo ya existía el concepto de que la Tierra era redonda y que no acababa de golpe como si fuera un disco (según una visión “terraplanista”). Esa era una creencia popular, pero Eratóstenes –tres siglos antes de la era cristiana– ya había demostrado la esfericidad de la tierra y había hecho un cálculo bastante aproximado de su circunferencia.

Réplicas de la nao y las carabelas de Colón
Así pues, Colón ya sabía de sobra que se podía llegar a “las Indias” navegando hacia el oeste, pero ese conocimiento era muy anterior y seguramente pudo ser usado desde tiempos remotos. Por consiguiente, tenemos un escenario en que la exploración marítima desde el Pacífico y desde el Atlántico fueron viables mucho antes de la aventura de Colón, pues las naves antiguas podían realizar esos trayectos y se podía navegar mediante la orientación proporcionada por el sol y las estrellas, aunque fuese de forma muy precaria. Otra cosa es que la llegada a América fuera fruto de un accidente (por el arrastre de las corrientes, por tempestades, etc.), pero si al menos uno solo de los navegantes hubiera podido regresar, ya se hubiera abierto la puerta a expediciones intencionadas de exploración. Este sería el contexto en que se podría explicar la presencia de un bajel romano hundido en la costa brasileña, que desde luego debería merecer la consideración de “prueba flagrante del delito”.

Por si todo lo anterior fuera poco, tenemos algunos datos y experimentaciones que nos inclinan a pensar en la perfecta viabilidad de esos viajes oceánicos incluso con naves pequeñas y sencillas en tiempos remotos. El ejemplo más citado en este ámbito es sin duda la investigación llevada cabo por el marino y antropólogo noruego Thor Heyerdahl. En este punto, hay que destacar que Heyerdahl precisamente quería demostrar de forma práctica –y no teórica– la posibilidad de viajes de larga distancia entre América y la Polinesia y entre África y América. Para ello impulsó dos famosas expediciones, la Kon Tiki y la Ra, en las cuales fue muy estricto a la hora de construir las naves según las técnicas antiguas tradicionales y empleando estrictamente los materiales disponibles en aquellas épocas, lo cual eliminaba cualquier sesgo o contaminación en los resultados finales. El caso es que construyó una balsa y una barca de papiro, ambas de reducidas dimensiones, y pudo completar sus proyectos, aunque no sin grandes dificultades[3]


Réplica de la nave Ra de Thor Heyerdahl, en el Museo de las pirámides de Güímar (Tenerife)

Además, es preciso resaltar que en tiempos recientes muchos navegantes y aventureros se han atrevido a cruzar –con éxito– grandes océanos como el Atlántico y el Pacífico en embarcaciones pequeñas y con escasa o ninguna ayuda tecnológica moderna. Sólo por citar algunas de estas empresas:
  • En 1972 John Fairfax y Sylvia Cook realizaron una travesía de 8.000 millas náuticas desde la costa de California hasta Australia en una embarcación a remo de unos 10,5 metros de eslora.
  • En 1980 el francés Gerard d’Aboville cruzó en solitario todo el Atlántico norte en 72 días, yendo de continente a continente (EE UU-Francia) en una barca de seis metros de eslora.
  • Ese mismo año, seis japoneses cruzaron el Pacífico de Japón a Chile en un catamarán de 14 metros de eslora, tardando seis meses y medio en la travesía.
  • En 1982 el americano Bill Dunlop fue de las costas de Maine (EE UU) a la costa inglesa de Falmouth en un bote de sólo tres metros de eslora; tardó 78 días.
  • En 1988 Rüdiger Nehberg cruzó en 74 días el Atlántico, de Senegal a Brasil, empleando una pequeña embarcación a pedales hecha en fibra de vidrio.
  • En 1987 Ed Gillet navegó en un kayak desde la bahía de Monterrey (costa oeste americana) hasta las islas Hawái en 63 días.
  • En 1991 el marino inglés Tom McNally fue de Portugal a San Juan de Puerto Rico en un pequeño bote que ni llegaba a dos metros.
  • En 2001 el británico Jim Shekhdar remó desde las costas de Perú hasta Brisbane (Australia), en un viaje de 274 días.
Si ahora juntamos todas piezas, vemos que es completamente factible que se realizasen viajes marítimos de gran distancia en épocas antiguas y que fueran a parar a América, ya fuera de forma intencionada o por un azar del destino. Y si es posible que pequeños botes, barcas o balsas crucen actualmente enormes distancias en alta mar, qué podemos decir de grandes naves de carga, con velas y remos, no muy distintas de la nao y las dos carabelas de Colón. Así pues, es del todo razonable considerar que las antiguas civilizaciones ubicadas al este y oeste de América arribasen en algún momento a diversos puntos del continente (¡es muy grande de norte a sur!) al desplazarse fijamente a rumbo este u oeste, según el punto de partida. Resulta obvio que, manteniendo tal rumbo y con la ayuda de las corrientes, al final debían topar forzosamente con alguna tierra comprendida entre el mar ártico y el antártico.

Por supuesto, llegados aquí surgen las preguntas y los problemas. Si damos por hecho que los contactos oceánicos tuvieron lugar desde tiempos remotos, ¿por qué hay tan pocas pruebas de la presencia extranjera, que además son ignoradas o discutidas? Aquí deberíamos recurrir a una suposición, pero que parece bastante lógica. Dada la dificultad real de llegar a tierras americanas, sería posible que el contacto fuese puntual y esporádico en el tiempo. Ahora bien, viendo la fuente de recursos y materias primas disponibles en el continente, no sería descabellado pensar que la ruta americana se hubiese ocultado para preservar los intereses de unos pocos. Eso explicaría la inexistencia de documentación o mapas (dejando aparte muy contadas excepciones), así como la práctica ausencia de asentamientos estables o de una amplia cultura material foránea. De este modo, América hubiera podido ser una especie de “secreto a voces” para una minoría, en un contexto en que la influencia colonizadora existió, pero fue poco perceptible, porque no había intención de establecerse allí, ni tampoco de explorar todas las tierras ignotas, ni mucho menos conquistarlas.

Finalmente, como ya expuse en el artículo sobre Quién descubrió América, creo que lo que hizo Colón en el siglo XV fue oficializar de algún modo lo que ya era sabido por unos pocos: que existía una gran tierra al oeste del Occidente europeo. En este sentido, no veo “descubrimiento” por ninguna parte. Su empresa más bien sería un proyecto bien trazado y organizado para dar paso a la conquista entera del continente, que cayó en manos europeas de forma sorprendentemente rápida en unas pocas décadas. Desde luego, este enfoque nos mete de lleno en un cierto conspiracionismo histórico, pese a que la historia nos dice que Colón murió todavía convencido de que había llegado a las Indias y no a un nuevo mundo. Sin embargo, sigo pensando que si el conocimiento de América existía –y por lo menos los mapas anómalos nos confieren alguna pista al respecto– Colón tenía una idea clara de a dónde iba[4], y ese lugar no era el Lejano Oriente.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor



[1] Sin embargo, la primera cultura humana reconocida como tal en América se desplaza a sólo hace unos 12.000 años, la llamada cultura Clovis.
[2] Dejo aparte los indicios acerca de la presencia egipcia o sumeria a partir de ciertos objetos, sobre los cuales la información es bastante confusa o más bien apunta al fraude.
[3] De hecho, la expedición Ra I naufragó antes de llegar a América. No obstante, el marino noruego repitió la apuesta y en la segunda intentona, con la barca Ra II, consiguió su objetivo.
[4] Algunos autores alternativos, como J. J. Benítez, han escrito sobre la teoría del pre-nauta, que coloca el conocimiento de América en fechas no muy anteriores a Colón. Según esta teoría, un marinero superviviente de un barco que supuestamente llegó a costas americanas le habría trasladado a Colón la seguridad de que iba a encontrar tierra navegando en un determinado rumbo; también se menciona la existencia de un mapa secreto que Colón habría consultado para emprender su viaje hacia el Caribe, su destino final.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Xavier

Muy buen artículo.
Cuando mencionas que, "existe una lista no pequeña de yacimientos y objetos que deberían despertar más de una reflexión", me hace acordar de una frase que leí hace mucho tiempo: si se encuentra un cuervo blanco se desmorona la teoría de que todos los cuervos son negros.

Saludos

Roberto

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Roberto

En efecto, en la ciencia no se pueden ignorar las anomalías que desmoronan o al menos cuestionan un axioma indiscutible. Pero por lo que he ido viendo desde hace algunos años la ciencia moderna no funciona así... Por desgracia, en arqueología se siguen negando o discutiendo las evidencias. La verdad es que cuesta mucho entender esa cerrazón: ¿qué tratan de ocultar o negar?

Saludos
X.

CobaltUDK dijo...

Muy interesante el tema. Me ha recordado a las pinturas de barcos en la cueva de Laja Alta, que se pensaba que eran barcos fenicios pero luego resulta que las pinturas tienen unos... 6.000 años.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Cobalt

No conocía el interesante dato que mencionas, pero sí te diré que en la cultura neolítica de Naggada, anterior al Egipto dinástico, en algunas vasijas vemos pintadas figuras de naves de aspecto oceánico, no simples barcas. Y todo ello nos remite a Slosman y Hapgood...

Saludos,
X.

CobaltUDK dijo...

Sí, creo recordar haber leído que los barcos egípcios eran los más antiguos conocidos hasta ese momento, pero éstos tienen al menos 5 siglos más de antiguedad.

También recuerdo haber visto en el documental del Resurgir de la Atlántida que en las islas Azores se han encontrado restos megalíticos (y romanos), cuando los portugueses pensaban que fueron los primeros en llegar.

Xavier Bartlett dijo...

Recuerdo haber visto también ese documental, con la inevitable referencia a la Atlántida. En todo caso, los restos están ahí y su antigüedad es dudosa, como ocurre con gran parte del megalitismo. Lo dicho, me parece que la navegación en tiempos muy remotos fue posible incluso en grandes océanos.

Saludos,
X.

José Luis Calvo Zabalza dijo...

Hola buenas.
Muy buen articulo. Tambien prueba de los viajes transoceanicos: los restos de coca y tabaco en una mortaja funeraria egipcia hallada por la Dra. Balabanova de la Dinastía XXI o los posibles restos fenicios hallados en el 2003 en la Graciosa, Tenerife (las Canarias podían haber sido usado de "Trampolín" para llegar más lejos, tal como hizo Colón siglos más tarde)es posible que esten relacionados con los "supuestos" restos encontrados en las Azores; y que algunos autores alternativos los enlaza con la "Atlantida". Aunque podría ser que los emporios fenicios llegaran más alla de las "Columnas de Hércules" de todas maneras con la destrucción de las bibliotecas de la antiguedad es posible que parte de dicha información al respecto se halla perdido.
Un saludo y gracias.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado José Luis,

Gracias por el comentario. Sí, conocía esos datos, pero no los he citado pues quería centrarme en la cuestión puramente marítima. De todas formas, es evidente que tanto las Canarias como las Azores pudieron ser descubiertas en tiempos antiguos y empleadas como trampolín hacia el oeste. En todo caso, sigo creyendo que el conocimiento de un gran continente era más bien un secreto a voces para salvaguardar ciertos intereses.

Saludos,
X.