sábado, 21 de septiembre de 2019

Homo sapiens: el desequilibrio por excelencia


Llevo ya muchos años leyendo obras de autores críticos con el evolucionismo y cada vez estoy más convencido de que la teoría de Darwin es un callejón sin salida en muchos aspectos. El proceso de selección natural –que supuestamente permite la supervivencia y el progreso de los más aptos– me parece un mecanismo más que discutible, y ya no digamos si está marcado por unas mágicas mutaciones aleatorias[1] que algunos organismos parecen aprovechar, pero otros no. 

Que los más aptos o los más fuertes sean los que sobrevivan y se reproduzcan me parece mucho decir. Si introducimos el azar en la ecuación, tendríamos que decir simplemente que las especies que han llegado hasta nuestros días son las que han sobrevivido, sin más. Pero claro, los evolucionistas tienen que convivir –y tratar de ser coherentes– con ese complicado juego de negar la conciencia, el orden y el diseño inteligente y al mismo tiempo darle un sentido al “caos ordenado” de la naturaleza.

Volviendo al polémico tema de la supuesta evolución en los homínidos y el brillante resultado final en forma de Homo sapiens, me gustaría plantear ahora una serie de breves reflexiones sobre la incoherencia de relato evolutivo y el incumplimiento de los mecanismos de equilibrio en la naturaleza en lo referente a nuestro origen y “progreso”. Así pues, si hemos de ponernos al mismo nivel que el resto de especies, veremos que –aplicando toda la lógica del mundo y ciñéndonos a la observación de la naturaleza– nuestra presencia en este planeta más bien parece una aberración, que por lo menos debería abrir nuevos debates y enfoques científicos.

El punto de partida de estas reflexiones está precisamente en el concepto de equilibrio, aquello que permite que una determinada especie se desarrolle en su entorno natural y le permita una supervivencia eficaz sin que por ello otras especies, ya sean competidores o presas, resulten afectadas en su propio subsistir. Para poner un ejemplo muy sencillo, en la sabana los leones están dotados de manera natural para poder correr rápidamente y cazar gacelas, mientras que éstas también están bien dotadas para detectar a tiempo a los leones, o en su caso, poder escapar ante un ataque. Generalmente, sólo los animales más jóvenes o viejos, o bien los lisiados, enfermos o menos capacitados físicamente sucumben ante el ataque de los depredadores. De este modo, los leones pueden sobrevivir cazando gacelas –u otros herbívoros– y los herbívoros pueden salvarse en gran número y reproducirse con éxito.

En este escenario que acabamos de exponer, se produce una situación de equilibrio. Mientras las gacelas tengan recursos naturales disponibles –pasto– podrán comer y reproducirse. Y sólo unos cuantas serán víctimas de los leones u otros depredadores. Si las gacelas fuesen animales muy débiles, lo que las haría presas muy fáciles, posiblemente ya se habrían extinguido. No obstante, tienen las capacidades físicas justas para salir adelante en cada generación. Igualmente, los leones han de poseer la visión, fuerza y rapidez precisa para aprovechar sus oportunidades de caza, a fin de alcanzar, inmovilizar y dar muerte a la presa escogida. Si no fuese así, los leones ya serían cosa del pasado, al ser incapaces de alimentarse y por tanto de subsistir. Por consiguiente, observamos que desde hace miles o millones de años la cadena alimentaria está en perfecto equilibrio para que los depredadores puedan cazar algunas presas y para que la mayoría de las presas tengan la oportunidad de evitar la depredación y puedan reproducirse. El resultado final es un empate beneficioso para todas las partes que evita la extinción de las especies. Y por mucho que nos produzca tristeza el ver a unos leones devorando a una gacela, hemos de entender que si no fueran capaces de cazar se morirían de hambre y tampoco habría ya leoncitos –que dependen de la caza de sus mayores para comer– para perpetuar la especie.

Alfred R. Wallace
El naturalista británico Alfred Wallace, contemporáneo de Darwin y defensor de una cierta idea de evolución, definió esta situación de equilibrio de este modo: “La naturaleza nunca mejora las especies más allá de las necesidades diarias”. Esto es, la propia vida pone a cada uno en su lugar y le permite disponer de las armas o capacidades para salir adelante, pero no más allá de lo que necesitan estrictamente para seguir viviendo y dar paso a nuevas generaciones. Podríamos decir que es algo así como la Ley del mínimo esfuerzo, en que una vez alcanzado el éxito y el equilibrio con el resto del hábitat natural, no hay ningún impulso o motivo que justifique una “mejora”.

Esto mismo se podría aplicar a la gran cantidad de primates que aún existen sobre el planeta. Ellos son nuestros parientes más próximos, con una genética muy pareja a la de los humanos, que llega hasta el 98% de ADN común en el caso de los chimpancés. Si estudiamos la vida de estos parientes, veremos que han coexistido con nosotros durante millones de años y que también se han adaptado exitosamente al entorno, siendo capaces de evitar a los depredadores en gran medida, a la vez que diversificaban su alimentación –generalmente omnívora– para sobrevivir y reproducirse sin problemas. ¿Necesitan pues los gorilas o los chimpancés ser más inteligentes? En términos de equilibrio, tienen todo lo preciso para subsistir y cubrir sus necesidades diarias. No tienen por qué “evolucionar” intelectualmente ni fisiológicamente. Y si fuera el caso… ¿hacia dónde y para qué deberían evolucionar? Todas estas especies de homínidos se han mantenido inalteradas durante cientos de miles de años y han proseguido con su existencia aun superando fuertes cambios ambientales en las épocas más duras.

Y ahora por fin nos hemos de referir al ser humano, cuya expresión moderna es el Homo sapiens. Si no somos una criatura divina, como decían las antiguas religiones, y somos un simple animal como los demás… entonces, ¿por qué con nosotros se rompe el equilibrio? Lo que nos diferencia fundamentalmente del resto de nuestros primates es el enorme salto existente en términos de inteligencia. Ahora tenemos un cerebro grande y complejo, mientras que nuestro cuerpo ha perdido muchas de las habilidades físicas que supuestamente tuvo en el pasado. Sólo mirando a otros homínidos antiguos, vemos que el H. sapiens es relativamente enclenque y poco robusto frente a la poderosa fuerza física y resistencia de un H. erectus o incluso un neandertal. Ello por no hablar en términos de comparación con otros animales, como los propios mamíferos, que tienen algunos sentidos muchísimo más desarrollados que nosotros, aparte de unas capacidades físicas que para nosotros resultan una quimera. ¿Por qué perdimos en un terreno y ganamos tanto en otro?

Cráneo de australopiteco
La teoría más aceptada sobre el proceso de hominización que ha conducido –supuestamente– hasta nosotros es la East Side Story del paleontólogo francés Yves Coppens. Según Coppens, la aparición hace millones de años de la falla del Rift en África dividió el continente en dos mitades y produjo fuertes cambios ambientales. Así, la barrera orográfica creada de norte a sur evitó que los vientos húmedos del Atlántico llegaran a la mitad este de África. De este modo, el clima de esta zona se fue haciendo más seco y también se fue deforestando el paisaje, lo que obligó a los primates a abandonar los árboles y desplazarse erguidos por la sabana en busca de comida y refugio. Este hecho habría favorecido la locomoción bípeda, que se considera uno de los factores clave en el proceso de hominización. En este punto ya tendríamos hace unos 4 millones de años el arranque de los llamados australopitecinos, que son colocados en el primer estadio de nuestra evolución humana. Por lo demás, muchos expertos aún dudan de que el australopiteco fuera nuestro antecesor e incluso que caminara habitualmente erguido, pero no entraremos ahora en esa polémica.

El problema está en que otros muchos primates también quedaron “atrapados” en la parte este (no todos estarían en el oeste, como es lógico) y sólo una rama concreta fue capaz de erguirse de forma eficaz y de desarrollar a posteriori una cierta inteligencia, que –por cierto– estaba ausente en el australopiteco, incapaz de fabricar herramientas. Así pues, hemos de suponer que los primates de esa vasta región africana pudieron sobrevivir pese a los cambios ambientales y algunos quizá se esforzaron por mantener una posición erguida, lo que –como sabemos– pueden hacer temporalmente muchos primates. Nada de esto cambió los términos de equilibrio natural y de supervivencia. Si seguimos en esta línea de evolución, hemos de aceptar que estos australopitecos “especiales” que caminaban erguidos se vieron favorecidos mágicamente por una mutación aleatoria que desarrolló su cerebro. Y ninguna otra rama de homínidos obtuvo ese mismo beneficio, pese a estar expuesta a las mismas condiciones ambientales...

El mágico cerebro humano
Podríamos llegar a la conclusión de que desarrollar un cerebro cada vez más grande sería una ventaja adaptativa indispensable para poder sobrevivir, pero la propia realidad nos muestra que el resto de primates, con su muy limitada inteligencia, sobrepasó los eventuales problemas y pervivió con una reproducción eficaz. ¿De qué le servía a un primate determinado disponer de más inteligencia? ¿Para qué? Tal vez, en una situación de debilidad física y mayor exposición a los depredadores, un mejor olfato, una visión más aguda, un oído más fino o unas extremidades más poderosas hubieran sido más eficaces en la supervivencia frente a los depredadores. Lo que desde luego no ayudaría nada sería erguirse, porque la locomoción cuadrúpeda es la mejor para la carrera. En suma, parecería que, en el caso humano, la evolución, en vez de darle un empujón, le hubiera puesto una zancadilla.

El caso es que, con el paso del tiempo, el ser humano fue acumulando varias mutaciones favorables en el desarrollo de su cerebro, pasando de los 400-500 cm3 de media de capacidad craneal del australopiteco a los 1.400-1.500 cm3 de media del cráneo del neandertal[2] en unos pocos millones de años. Esto ya de por sí sugiere que el azar de alguna manera ha recompensado en este ámbito a los humanos frente al resto de primates o mamíferos, y con mucha diferencia. Según los expertos, las macromutaciones, que pueden producir grandes cambios físicos, se pueden dar en escenarios de cientos de millones de años mientras que la micromutaciones tendrían lugar en decenas de millones de años. Viendo el escaso registro fósil, comprobamos que el resto de primates apenas ha variado en su fisiología, pero en cambio el homínido “exitoso” ha acumulado cambios muy importantes y decisivos –que podrían ser fruto de macromutaciones– en un marco temporal no superior a los seis millones de años. ¿Qué otras especies han experimentado semejantes saltos en un tiempo tan reducido a escala evolutiva?

¿Pudo el ser humano haber padecido un grave problema de desequilibrio en su entorno que justificase ese prodigioso avance por selección natural vía mutaciones? ¿Por qué el ser humano había de desarrollar esas capacidades espectaculares mucho más allá de lo que necesitaba para subsistir? Acumular esas mutaciones fantásticas en un solo sentido debería responder a una seria amenaza o condicionante del entorno, pero… ¿cuál? No puedo imaginar la necesidad de superar en inteligencia a ningún otro ser, incluidos los posibles depredadores. Esos homínidos de hace millones de años tenían los instrumentos precisos para sobrevivir en su día a día, como nos demuestra la propia realidad biológica.

La vida exitosa de las cavernas
Sea como fuere, el ser humano obtuvo esa inteligencia y la empleó para aprovecharse del medio y mejorar sus estrategias de supervivencia. Dominó el fuego, se vistió con pieles, desarrolló herramientas y armas, se refugió en cuevas, etc. Este proceso duró muchos miles de años y parece que el sapiens reencontró el equilibrio con su entorno, sin temer ya casi nada de los depredadores. Sin embargo, una vez más, el equilibrio de esta eficaz forma de vida cazadora-recolectora saltó por los aires y de golpe y porrazo el hombre se hizo agricultor y pastor y en unos pocos miles de años desarrolló lo que conocemos como civilización. Un logro ciertamente espectacular… ¿pero era necesario para la supervivencia? La última era glacial se llevó por delante la vida de bastantes especies, pero otras muchas resistieron y no precisaron de ninguna “mejora evolutiva” en forma de mutaciones o de lo que fuera.

Voy concluyendo. Vemos en la naturaleza que las especies conviven y comparten el hábitat y mantienen una situación de equilibrio que hace que todas puedan pervivir sin que tengan que desarrollar nada más allá de lo que su propia existencia necesite. Frente a esto, el humano tiene un cerebro grande y una mente superior que le permite alcanzar muchos hitos que son impensables para el resto de especies. Pero hay cosas que me siguen chirriando. ¿Por qué los científicos nos dicen que apenas aprovechamos un 10% de las capacidades intelectuales de nuestro complejo cerebro? ¿A qué se debe esa especie de sobreingeniería evolutiva? ¿Para qué tener un coche tan veloz si luego no podemos conducir a más de 30 km/h? ¿Por qué la naturaleza nos dota de esas facultades y luego nos las escamotea? Y si somos la especie más inteligente del planeta, ¿alguien me puede explicar por qué no tenemos un solo lenguaje para entendernos todos, como tiene el resto de animales de cada especie? ¿No les parece una incoherencia evolutiva?

Lo dicho, el evolucionismo se muestra como un callejón sin salida, una caja mágica donde todo es posible y explicable, si es que no queremos entrar en otros terrenos más especulativos… Y por cierto, a estas alturas ya deberíamos desterrar del ámbito de la ciencia las explicaciones basadas en el caos o el azar. Es realmente un insulto a la inteligencia y al sentido común.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Dejo aparte el hecho de que –según muchos biólogos– las mutaciones no suponen saltos cualitativos, sino más bien defectos o taras que normalmente perjudican a los individuos. Además, alguien nos debería explicar por qué motivo se producen los supuestos “errores de copia genética” que dan paso a esas mutaciones.
[2] Por su aspecto rudo y primitivo, durante décadas se pensó que los neandertales habían sido antecesores del más refinado Homo sapiens, pero ahora ya se los pone casi como coetáneos, según los restos hallados, y tal vez sería más justo decir que los neandertales no eran más que una raza peculiar de sapiens, igual que hoy lo son los aborígenes de Australia, por ejemplo. Sin embargo, los paleontólogos, en su ideal evolucionista, están obsesionados por marcar las diferencias físicas en los esqueletos que hallan y poner nuevas ramas en el “árbol evolutivo humano”.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Xavier permíteme hacer un comentario en tono ironico porque en este tema como en tantos otros la verdad esta ocultada que no escondida.
Hace mucho tiempo tal vez dos millones de años ,una extraña mutacion cromosomica separo las ramas de la evolucion humana.
La extraordinaria extension de la misma aislo esa rama del resto de "monos".
Ya era imposible que se mezclaran al tener distinto numero de cromosomas (23 pares en vez de 24)

La posibilidad de aparecer esta mutacion en un individuo y no ser deletérea es pequeñisima.
La posibilidad de que otro individuo de sexo opuesto y que viviera en las inmediaciones tuviera la misma mutacion es casi

un milagro.
Ademas tubieron descencencia y a partir de esta unica pareja surgio TODA la humanidad desplazando a TODA la poblacion

anterior ( de 24 pares de cromosomas ) que desaparecio para siempre.
Esto es lo que nos dicen que sucedio ,somos fruto de una probabilidad infinitamente pequeña.
Esta es la historia del cromosoma dos humano.
Como no se ha secuenciado ADN de homo erectus aun no sabemos si es de nuestro exclusivo club pero si lo son denisovanos y

nehardentales.

Xavier Bartlett dijo...

Amigo anónimo:

Esto que mencionas ya lo traté en otra entrada sobre las "rarezas" del ser humano. Todos los primates, en efecto, tienen 24 pares de cromosomas y los humanos tienen 23. El porqué de esta diferencia la achacan los evolucionistas a las famosas mutaciones aleatorias, mientras que los intervencionistas (Von Däniken, Sitchin, Pye, etc.) ven aquí la mano de los "dioses" en forma de ingeniería genética para transformar a un rudo homínido en un ser superior. Yo no creo en el azar pero no sé cómo se podría demostrar que una variación genética determinada puede atribuirse a una intervención de ingeniería genética. Desde luego sería muy interesante tener un análisis completo de ADN de nuestros supuestos antepasados para ver por dónde podrían ir los tiros.

De todos modos, existe la otra corriente (por ejemplo, Cremo) que dice que los humanos anatómicamente modernos existen desde hace millones de años y que todos los demás homínidos están en líneas diferentes, colaterales, y que no hay ninguna relación de "evolución". Ahí lo dejo.

Saludos,
X.

José Luis Calvo Zabalza dijo...

Hola buenas.
Interesante articulo y sobre todo reflexión.
De todas maneras sí se analiza de manera objetiva y usando el método científico, como tal como "oficialismo" académico le gusta. No tenia por que haber homínidos y sobre todo humanos; hay muchos interrogantes sin respuesta, interrogantes que el mundo "alternativo" intenta "resolver" con diversas teorías sin aclarar tampoco mucho.
Un saludo y gracias.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado José Luis,

Gracias por el comentario. En efecto, en muchas cuestiones principales estamos a dos velas, pues se trabaja con teorías, no con hechos comprobados (y el evolucionismo es una teoría que no admite contrastación ni refutación, como ya expuse en otra entrada). Es simplemente religión revestida de ciencia; una mera especulación para tratar de explicar la diversiad biológica y el origen de ésta. No creo que sea posible obtener respuestas definitivas desde el propio mundo material; sólo veo la visión trascendental o metafísica como el punto de partida para salir del limbo, pero la ciencia moderna no está por la labor.

Saludos

Anónimo dijo...

Hola Xavier

Muy buen artículo
Como ya expresé en anteriores comentarios, creo que es muy difícil saber de verdad que pasó con el ser humano tan distinto, en lo relativo a la evolución, con otras especies. Creo que en realidad los simios pueden ser "involución! del homo sapiens.

Saludos

Roberto

Xavier Bartlett dijo...

Gracias por el comentario Roberto

En efecto, seguimos en la niebla, pues ni la religión (o mito) ni la ciencia del evolucionismo nos dan respuestas certeras sobre el origen del ser humano. Estamos viviendo de creencias y suposiciones desde hace miles de años, e insisto en que el darwinismo no tiene coherencia y más bien se muestra como una cortina de humo. (Y que conste que cada vez son más los científicos materialistas que abandonan la teoría de la evolución por selección natural con las famosas mutaciones.)

Saludos,
X.