Muchos autores alternativos hace tiempo que vienen
insistiendo en que el Mundo Antiguo era bastante más avanzado de lo que la
ciencia convencional nos ha mostrado. Esta distorsión aparece en varios
aspectos, siendo uno de los más destacados la tecnología constructiva. En este
sentido, dichos autores han puesto el dedo en la llaga al afirmar que la
realidad observable sobre el terreno, en forma de monumentos de todo tipo, y
muy en particular los realizados con enormes bloques, no casa con lo que nos
dice la teoría ortodoxa histórico-arqueológica. De este modo, no se explican
cómo los antiguos pudieron realizar ciertas proezas con los recursos y
la tecnología que tenían a su alcance (o la que se les atribuye) en su época, y
sugieren que disponían de unos altos conocimientos y técnicas que la
arqueología ortodoxa no quiere aceptar de ninguna manera.
En la mayoría de estos casos, la arqueología académica ha
ofrecido diversas respuestas, si bien muchas de estas no pasan de ser de meras
especulaciones basadas en los propios hallazgos arqueológicos, en antiguos
documentos escritos o bien en ensayos de arqueología experimental[1].
Por otra parte, a veces se admite –con cierta honestidad digna de reconocer–
que todavía no se sabe bien cómo hicieron determinadas cosas, pero que tal vez
en el futuro las investigaciones sobre esta materia puedan dar respuestas más
sólidas.
Obeliscos de Karnak |
A modo de ejemplo muy significativo vamos a referirnos ahora
a los famosos obeliscos del Antiguo Egipto, cuyo tallado, transporte y
colocación ha sido objeto de numerosas conjeturas y polémicas. Y antes de
adentrarnos en esta controversia, desearía dejar claro que una cosa es
deslegitimar las explicaciones académicas y otra cosa bien distinta es poder
proponer una teoría alternativa firme y viable. De este modo, el trabajo
realizado por muchos autores alternativos se ha centrado en observar los restos
arqueológicos y luego contrastarlos con la (presunta) tecnología de su época, a
fin de destapar las contradicciones e incongruencias de las explicaciones
oficiales. Desde luego, el objetivo final sería poder hallar respuestas
certeras sobre el modo concreto en que se hicieron las cosas, pero eso ya es
otro nivel. Lo cierto es que, a falta de pruebas arqueológicas contundentes, la
mayoría de los investigadores alternativos también se encogen de hombros, si
bien unos pocos se atreven a lanzar osadas hipótesis de alta tecnología
–digamos– de “ciencia-ficción”, aparte de otras propuestas de gran imaginación[2].
Pero vayamos al origen de la polémica y veamos las dos caras
de la moneda. La arqueología convencional nos dice que los obeliscos eran unas
esbeltas columnas monolíticas de sección cuadrada que se asentaban sobre una
base prismática y que estaban rematadas por una especie de mini-pirámide,
llamada piramidión o piedra benben. Los obeliscos, que eran de
granito o cuarcita, se decoraban con extensos textos jeroglíficos[3]
y solían colocarse a la entrada de los grandes templos, normalmente a pares. En
cuanto a su función, parece ser que los obeliscos ofrecían una cierta
protección simbólica[4]
a los templos y, al igual que las pirámides, tenían una relación directa con el
culto solar. De hecho, el piramidión estaba recubierto de oro –u otro metal
brillante– y tenía un fuerte efecto resplandeciente al ser iluminado por el
Sol.
El ejemplar más antiguo de obelisco se remonta al Imperio
Antiguo (en tiempos del faraón Userkaf, 5ª dinastía), pero su época dorada fue
el Imperio Nuevo, aproximadamente entre 1500 y 1100 a. C. En lo que se respecta
a su evolución, prácticamente no hubo grandes cambios a lo largo de los siglos,
aunque sí cierta variación en sus proporciones. Así, encontramos bastantes
obeliscos relativamente “modestos” de escasos metros de altura, hasta los 10,
12 ó 15. Sin embargo, hay algunos de tamaño muy considerable, que se sitúan
entre los 20 y los 32 metros, y con un peso de unos cuantos cientos de
toneladas.
Es muy destacable el hecho que ya desde la Antigüedad, los
diversos imperios y naciones quisieron llevarse los obeliscos de su
emplazamiento original, lo cual comportó enormes esfuerzos de transporte y
colocación, no sólo en la Roma de los Césares sino también en la Europa moderna
e incluso contemporánea. Los romanos, empero, fueron los primeros en comprobar
la gran dificultad de tal tarea. Por ejemplo, a finales del siglo I a. C. el emperador Octavio Augusto fracasó en su
intento de trasladar a Roma el obelisco del templo de Karnak (cuyo peso se ha
calculado entre 320 y 450 toneladas, según diversas estimaciones realizadas),
aunque sí pudo llevarse otros dos, cada uno con un peso no superior a las 235
toneladas. El emperador Constantino, tres siglos más tarde, sí consiguió
llevarse de Egipto el obelisco mencionado, pero con la salvedad de que parte de
la base resultó destruida en el intento. Otra hazaña de esa época fue el
transporte de un gran obelisco a Constantinopla en tiempos del emperador
Teodosio (hacia 390 d. C.); se trataba de un monolito de casi 30 metros y unas
380 toneladas de peso.
Obelisco de la Plaza de San Pedro (El Vaticano) |
Más adelante, otros
obeliscos fueron llevados a Roma y posteriormente a otras grandes ciudades como
París, Londres, o Nueva York. El mayor obelisco transportado fuera de Egipto es
el que actualmente está frente a la Basílica Laterana (Roma), con una altura de
unos 32 metros y un peso de unas 455 toneladas. También es muy conocido otro
obelisco de Roma, el que está en la Plaza de San Pedro (Ciudad del Vaticano),
llevado allí en el siglo XVI, cuya erección costó no pocos esfuerzos de
ingeniería y logística. Se dice que necesitó de unos 1.000 hombres, 140 carros
de caballos y 47 grúas.
Ahora bien,
volviendo al Antiguo Egipto y su “limitada” tecnología, surge el problema de
cómo tallaron estos monolitos de mayor dimensión y peso, y sobre todo cómo los
manejaron, esto es, cómo los extrajeron, transportaron y alzaron en su
emplazamiento definitivo. Los antiguos egipcios no dejaron ningún documento
escrito en que se explicasen estos procesos y tan sólo tenemos algunos grabados
en que se muestran ciertas operaciones constructivas. Por tanto, existe aún un
gran campo de especulación e incógnitas, y de hecho, los propios expertos no se
ponen de acuerdo a la hora de determinar los métodos y recursos empleados por
los egipcios. Sin embargo, la arqueología nos ha proporcionado un resto material
muy destacado, como es el enorme obelisco inacabado de Aswan (datado en el
Imperio Nuevo), que podría darnos algunas pistas acerca de los procesos
implicados, aunque, como luego veremos, los problemas son tan grandes como las
mismas dimensiones de este monumento.
La explicación
académica para el tallado se sustenta en los artefactos hallados en la propia
cantera. Así, se da por hecho que los egipcios usaron una especie de mazas o
martillos para picar o golpear la piedra. Estas mazas eran en realidad unas
bolas de dolerita[5] de tamaño
diverso (entre 12 y 55 cm. de diámetro) unidas a una baqueta o bastón, que al
golpear repetidamente la roca irían produciendo un progresivo desgaste. De este
modo se acabarían por crear unos fosos o pasillos alrededor del núcleo o cuerpo
del obelisco. Una vez creadas las tres caras del obelisco sobre la roca madre,
se procedería a ir rebajando la parte inferior dejando una estrecha franja en
el centro, que luego sería desmoronada mediante el uso de palancas y piedras.
Asimismo, para acabar de liberar el cuerpo del obelisco, se podrían haber
empleado cuñas de madera de sicómoro que se insertarían en pequeñas hendiduras
de la piedra. Luego, serían humedecidas y, tras exponerse al sol, provocarían
la progresiva fractura del granito[6].
En lo referente a
la extracción y transporte, el egiptólogo británico Reginald Engelbach propuso
que el alzamiento del obelisco de la cantera se podía haber hecho con palancas
y grandes cuerdas, si bien esto sólo resultaría factible para obeliscos de pequeño
tamaño. En el caso de los grandes obeliscos, sugirió que el monolito era
desplazado poco a poco por una rampa o terraplén artificial de cierta
pendiente, si bien la fase final de colocarlo sobre su pedestal habría sido muy
problemática debido al enorme peso del monolito. Para salvar esta dificultad,
Engelbach propuso como mejor opción la construcción de un gran canal o foso en
forma de embudo y relleno de arena, en el cual se deslizaría el obelisco. Seguidamente,
se iría desalojando progresivamente la arena del canal hasta que el monumento
adquiriera la posición vertical deseada.
Después tenemos el
problema de mover el monolito hasta su emplazamiento final, cuando éste no
estaba junto a la cantera. Aquí, se supone que el desplazamiento inicial se
realizaba sobre trineos, sobre rampas o pistas preparadas, y con cientos o
miles de personas tirando mediante cuerdas. Este escenario se sustenta, por
ejemplo, en la representación de la tumba de un mandatario llamado Djehutihotep
(12ª dinastía), en la que se ve cómo la gran estatua de este personaje es
tirada mediante trineos por 172 hombres. También se aprecia cómo un hombre
situado en la base de la estatua va tirando agua para reducir la fricción. De
todas formas, esta explicación no deja de ser una hipótesis más de difícil
comprobación. Finalmente, quedaría el complejo transporte del monolito a gran
distancia, que se haría en barco por el Nilo, lo cual también comportaría
enormes dificultades.
Lo que sí es cierto es que a finales del siglo XX se
realizaron unos ensayos de arqueología experimental para tratar de ratificar las
supuestas técnicas usadas por los egipcios, y los resultados fueron más bien
pobres. Los ensayos realizados en 1994 y 1999 (en Aswan) fracasaron con un “ligero”
monolito de 25 toneladas, peso muy respetable en sí mismo, pero que se quedaría
en la gama más baja de los antiguos obeliscos. Finalmente, un tercer intento
–con el mismo peso– a finales de 1999 llevado a cabo por un equipo de
ingenieros y arqueólogos en Massachussets (EE UU) para la cadena de TV Nova
terminó satisfactoriamente, pudiendo mover y alzar el obelisco con un método
similar al procedimiento del canal de Engelbach[7].
Obelisco inacabado de Aswan |
En definitiva, los propios egiptólogos reconocen que,
en el caso de los obeliscos de gran altura y peso, el reto debió ser enorme
para los antiguos egipcios, lo que hace acrecentar todavía más la admiración
por esta gran civilización del pasado. No obstante, para algunos autores
alternativos, el asunto de los grandes obeliscos, como el de Aswan, que mide
más de 40 metros y pesa casi 1.200 toneladas, va más allá de la admiración y
entra directamente en el terreno de lo inexplicable. Así, en opinión de
estos autores, existen graves problemas y vacíos en las explicaciones
académicas, que no resisten determinadas pruebas del ámbito de la ingeniería y
la arquitectura.
En este contexto, quisiera destacar una recientísima
aportación de Rik Negus, un técnico en arquitectura norteamericano, que en 2015
ha realizado cierto trabajo de campo en Egipto, plasmado luego en un artículo publicado en el sitio web de Graham Hancock. Negus
ha tomado como referencia académica la conocida obra del egiptólogo egipcio Labib Hamachi The Obelisks of
Egypt (1984), que a su vez se fundamenta en estudios anteriores y en
particular en los trabajos ya citados de Engelbach. Su enfoque ha consistido en
ir a los lugares arqueológicos y contrastar detalladamente la realidad
observable en piedra con las apreciaciones de los arqueólogos, a fin de
confirmar o desmentir sus hipótesis.
Sobre
el obelisco de Aswan, la versión académica considera que la primera labor sería
obtener una superficie lisa mediante la colocación de miles de ladrillos que se
calentarían a alta temperatura y luego se enfriarían con agua, creando
fracturas en el granito, con lo que la capa superficial de roca se podría
romper sin mucha dificultad y se podría dejar razonablemente lisa. Luego, se
insiste en el uso de las bolas de dolerita como medio para golpear y erosionar
(que no cortar) la roca, lo que conllevaría la creación de las trincheras o
fosos laterales que darían la forma básica al monolito. Para realizar dicha
tarea, se emplearían miles de hombres, agrupados en equipos de tres, al objeto
de que el golpe fuera dado con la fuerza y la precisión necesarias sobre la
zona escogida.
Para
Negus, estas explicaciones caen por su propio peso. Por un lado, se pregunta
cómo pensaban calentar un área tan grande y con qué, y luego enfriarla, lo que
requeriría una gran masa de agua. Además, es muy dudoso que se tuviera control
sobre el proceso de fractura, nada fácil –por otro lado– al ser el granito una
piedra particularmente dura. En cuanto al uso de las bolas de dolerita, Negus
cree que la precisión y efectividad de este proceso serían muy bajas y que
debería hacerse un experimento científico para comprobar si se podría o no
erosionar de verdad el granito con este sistema.
Obelisco inacabado de Aswan |
En todo
caso, si hubiese empleado esta técnica, se debería observar un aspecto muy
irregular en el foso, pero lo cierto es que el aspecto de éste es bastante
regular, como si se hubiera cortado verticalmente, dejando un espacio mínimo
uniforme de unos 50 cm. Asimismo, los lados del monolito muestran franjas de
corte a espacios regulares de unos 20-25 cm., lo cual tampoco podría ser
resultado del uso de las bolas de dolerita. El problema, desde luego, es que no
tenemos idea de qué artefactos y qué técnicas se utilizaron para producir esos
cortes, y Negus no tiene mejor respuesta. Finalmente, el tema de los miles (ni
siquiera cientos) de trabajadores, no tendría pies ni cabeza dado el reducido
espacio existente para maniobrar con eficacia.
En lo
referente a la extracción del obelisco, la ortodoxia dice que se iría rebajando
el fondo del obelisco y se iría sosteniendo con vigas o troncos de madera. No
obstante, Negus, observando el lugar, estima que la tarea de romper la base de
piedra central y poner palancas o vigas hubiera sido casi imposible dada la
gran estrechez del espacio disponible. Y aun en el caso de que hubiesen podido
poner las maderas, luego debían alzarlo y transportarlo aproximadamente unos 65
metros al área nivelada adyacente, unos 6 metros por debajo de la posición
original del monolito. Por otra parte, para todas estas operaciones se hubiese
necesitado mucha madera de grandes árboles, que son inexistentes en aquella
región.
El
siguiente paso sería el traslado del obelisco. Según la teoría de Engelbach,
una vez despejado y nivelado el camino, el obelisco se habría arrastrado hasta
el embarcadero, junto al río. Esta labor se podría haber realizado con trineos
o rodillos de madera y unas 6.000 personas tirando del monolito mediante 40
grandes sogas de un diámetro de 18,4 cm. Rik Negus toma estos datos y extrae
las siguiente conclusiones:
- Debería haber 150 hombres por soga. Dando 1 metro de espacio por persona, estaríamos hablando de unos 150 metros de soga de casi un palmo de grosor (en sí mismo, un peso nada despreciable). Habría que ver cómo se podía agarrar bien semejante soga y luego tirar de un peso enorme ligado a ésta. Ello supone que cada hombre debía tirar de un peso de unos 154 kilos, sin contar el peso de la propia soga.
- Existe la evidente paradoja de atar las sogas directamente al obelisco, pues si así se hiciese, las sogas interferirían con los rodillos. Pero es que, además, dado el gran diámetro de la soga, parece prácticamente imposible que se pudieran hacer nudos con ella alrededor del monolito.
- La madera sigue siendo un problema; se necesitarían unos 40 enormes rodillos (uno por metro) de 6 metros de longitud y del mismo grosor, para que se produjera un rodamiento uniforme.
- La superficie hasta el embarcadero debería ser perfectamente lisa y ligeramente inclinada, pero ¿cómo se maneja en bajada una mole de 1.200 toneladas sostenida sobre rodillos?
![]() |
Obelisco de Luxor |
Finalmente,
Negus analiza las hipótesis de erección de otros obeliscos más modestos,
como los del templo de Karnak (Tutmosis I y Hapshepsut), que no obstante son de
casi 20 metros y unas 143 toneladas (el primero) y de 29 metros y 323 toneladas
(el segundo). La explicación académica para esta tarea ya la hemos esbozado
anteriormente: la construcción de una rampa y de un canal o foso lleno de
arena, donde se acabaría colocando el obelisco en su emplazamiento definitivo.
Negus examina esta hipótesis y –teniendo en cuenta el tamaño y peso de los
obeliscos mencionados– aprecia una serie de inconsistencias.
En
primer lugar está la propia construcción de la rampa que acabaría en un ángulo
de unos 45º para el deslizamiento del obelisco en el canal de arena, todo lo
cual ya sería una obra tremenda. Es complicado imaginar con qué material se
construiría, pues debería aguantar el peso del obelisco y de los miles de hombres
que tirarían de él, y la arena sería muy difícil de compactar para que pudiera
resistir ese peso. Adicionalmente, Negus ha comprobado que en el lugar donde se
erigió el obelisco de Hapshepsut, ya había allí antes otras estructuras, lo
cual no habría dejado espacio para una rampa o construcción similar[8].
Sea
como fuere, para arrastrar eficazmente el monolito y llevarlo al foso se
debería hacer una rampa de un 10% (más inclinación comprometería mucho la labor
de arrastre); eso supondría crear una rampa de unos 20 metros de alto, 210
metros de longitud y unos 6 metros de ancho, con unos 37.250 m.³ de tierra o
material compactado. En todo caso, acomodar a tantos miles de hombres allí ya
sería un problema, y también cabe pensar que al final de la rampa ya no sería
posible que todos pudiesen tirar del monolito para completar el tramo restante[9].
Ahora
bien, una vez llegados al final, de la manera que fuese, el obelisco caería en
el foso de arena y no es de esperar que fuese de manera perfecta. Posiblemente,
la arena quedaría aplastada y dispersada, y no habría forma de controlar bien
la posición del obelisco. Para evitar esto, Negus sugiere que sería mejor
construir una estructura de madera o piedra alrededor de la base, pero aún así
no se podría garantizar la manejabilidad del obelisco.
En
suma, para concluir su estudio, el investigador americano considera que el
trabajo llevado a cabo por los egipcios fue de gran mérito, no sólo en el
tallado y manejo de los obeliscos, sino en la precisión y calidad de los acabados,
en la perfecta simetría de las caras y en el pulimento y grabado de las
superficies, y todo ello realizado (supuestamente) con mazas de madera,
martillos de dolerita y cinceles de cobre. Con todo, una vez vistos los
resultados sobre el terreno, Negus afirma que debió existir una tecnología
desconocida capaz de llevar a cabo estas tareas, y que la vía propuesta por los
expertos de la egiptología jamás aportará las respuestas adecuadas.
Y bien,
volviendo a las consideraciones iniciales, podemos decir que la civilización
egipcia sigue en medio de una batalla entre la egiptología tradicional y las
visiones alternativas. Lo que está claro a estas alturas es que muchas de las
explicaciones convencionales cada vez se sostienen menos, a la vista de los
argumentos de tipo técnico que van apareciendo. Sin embargo, como hemos visto,
los alternativos no pueden aportar aún una versión consistente sobre “la
verdad” de la antigua tecnología egipcia. Podemos decir que muy probablemente
no lo hicieron del modo que nos muestra la egiptología, pero tampoco hay pistas
claras sobre una cierta tecnología fabulosa que se escapa a nuestro
entendimiento. De aquí surgen los dos escenarios en liza: ¿Estamos simplemente
minusvalorando las capacidades de la civilización egipcia tal como la concebimos?
O bien, ¿Tendremos que admitir que los antiguos egipcios disponían de una
tecnología tan avanzada o más que la nuestra, lo cual choca frontalmente con la
visión evolutiva y progresiva de la historia?
Para finalizar, creo oportuno exponer una visión
que aúna en su justa medida el conocimiento técnico con el egiptológico. El
famoso autor Robert Bauval, egiptólogo amateur, es también ingeniero
profesional, lo cual le permite opinar con conocimiento de causa en el tema del
movimiento y erección de grandes pesos. Así, con respecto al obelisco inacabado
de Aswan dijo lo siguiente:
«Esto va más allá de mi entendimiento: hoy en día no hay medio de transporte capaz de mover tal objeto; se tiene que diseñar una plataforma específica para mover esta clase de peso. Tenemos, primero, que tallar tal objeto en la roca viva –que ya es un problema– y luego extraerlo y alzarlo, y finalmente transportarlo hasta el templo y erigirlo. No sé cómo podríamos hacerlo.»[10]
No hace
falta añadir mucho más. Si para la modernísima y avanzada tecnología del siglo XXI, el obelisco de
Aswan es todo un reto, qué podemos decir para una civilización de la Edad del
Bronce...
©
Xavier Bartlett 2015
[1] Estos
ensayos son muy loables por cuanto se intenta imitar o reconstruir al máximo
los medios técnicos de las antiguas culturas de hace miles de años. Con todo,
en bastantes casos, tales ensayos incluyen especulaciones, expectativas y
factores que pueden estar marcados por el sesgo de nuestro pensamiento actual.
A veces estos experimentos funcionan y a veces fracasan estrepitosamente, pero
incluso cuando son exitosos es prácticamente imposible asegurar que en el
pasado las cosas se hicieron de tal modo. Simplemente, se aporta una
explicación razonable basada en la propia experimentación, pero no se puede
decir que “seguramente se hizo así”. Además, cabe destacar que –en lo referente
a grandes construcciones– muchas veces las pruebas se hacen en pequeña escala,
lo cual desvirtúa en gran parte la validez del experimento.
[2] Una de estas
propuestas “imaginativas” fue la de la doctora Maureen Clemmons,
que hizo una serie de experimentos con cometas para comprobar si la fuerza del
viento podía elevar un obelisco. Tras varias pruebas pudo alzar un monolito,
pero de tan solo 11 toneladas.
[3] Normalmente,
dichos textos aludían al nombre y títulos del faraón que había promovido la obra,
al dios al que se dedicaba el monumento o a ciertos eventos históricos.
[4] De hecho, la
palabra egipcia para obelisco era “tejen”, que significaba defensa o protección.
[5] Material más
duro incluso que el granito.
[6] En realidad,
este sistema se ha propuesto para todas las obras megalíticas de la prehistoria
y el Mundo Antiguo
[7] De todas
formas, es oportuno mencionar que el trabajo de preparación se realizó con
tecnología moderna, lo cual introduce una distorsión en la reconstrucción del
método antiguo, y afecta a la validez del experimento.
[8] Según la
fuente Karnak Digital
Time Map
(http://dlib.etc.ucla.edu/projects/Karnak/timemap)
[9] Negus cree
que para un obelisco de 323 toneladas, se necesitarían muchísimos hombres para
arrastrarlo –aún con rodillos– por una superficie levemente inclinada y que tal
vez no cabrían en la propia rampa, por no hablar del problema ya citado de atar
grandes sogas al monolito.
[10]
Afirmaciones realizadas en una entrevista concedida a la revista digital Dogmacero,
nº 2 (2013)
2 comentarios:
Genial como siempre.
Lo mejor de todo es que los egipcios hacían monolitos y estatuas gigantescas como churros, no es que se esté hablando de una sola obra.
Tampoco se preocupaban demasiado de hacerla en determinado lugar, pensando después que deberían transportarla a otro, como si no les preocupase el peso ni la distancia lo más mínimo.
Y otro aspecto interesante es que oficialmente lo hacían porque "eran tontos supersticiosos", pero está claro que tenía un propósito importante como para dedicar tantos medios y esfuerzo, como está claro que todos aquellos que se llevaron alguno de los obeliscos a su país, saben muy bien de que va la cosa.
Como siempre, aunque no haya una respuesta incuestionable, lo único seguro es que la versión oficial tampoco lo es.
Saludos.
Gracias una vez más por tu comentario, que comparto en gran medida.
Bueno, la verdad es que son muchas otras cosas, aparte de los obeliscos, que merecerían varios artículos específicos. Está el tema de las grandes pirámides, los sarcófagos del Serapeum, las obras megalíticas, la increíble precisión y simetría de las estatuas (Christopher Dunn dijo que aquello parecía más un trabajo de maquinaria que de artesanos), los trépanos en piedra de gran dureza, etc.
Y por un lado nos dicen que no hay que subestimarlos y que era una gran civilización. Pero por otro lado, nos dicen que eran relativamente primitivos y supersticiosos. Mientras tanto, algunos de los "alternativos" ven extraterrestres por todas partes... En fin, como dijo Schwaller -y han dicho muchos otros- todavía estamos lejos de comprender correctamente la civilización egipcia, sobre todo con nuestro patrón de pensamiento actual.
Saludos,
X.
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