Hace ahora medio siglo que De Santillana y Von Dechend lanzaron en su
famoso libro “Hamlet’s Mill” una interpretación heterodoxa de muchos antiguos
mitos de todo el mundo, proponiendo un significado común (e inesperado) para unas
leyendas aparentemente banales o sin un mensaje profundo. Y, en fin, la
arqueología alternativa lleva muchos años buceando en las antiguas mitologías a
la búsqueda de pistas sobre una hipotética civilización primigenia global que
de algún modo explicara las no pocas coincidencias entre los mitos de culturas
diversas separadas por miles de kilómetros y
veces miles de años, si bien el factor temporal es muy difícil de
estimar. Esta es, sin duda, una labor ardua y compleja, que debe escrutar y
comparar datos entre antiguas lenguas, simbolismos, cosmologías, religiones,
creencias, iconografías, etc.
Laird Scranton |
Dado que ninguno de sus libros se ha traducido aún a lengua castellana, me
permito adjuntar a continuación el artículo de Scranton que publicó en versión
española la revista digital Dogmacero en su primer número (2013).
Un
cosmólogo comparativo es una persona que aspira a aprender más sobre las
antiguas tradiciones de la creación estudiando cada tradición en los términos
de las que más se le parecen. Este proceso no es diferente del empleado por los
eruditos de la literatura para reconciliar las diversas versiones de las obras
de Shakespeare, que dieron origen a las ediciones autorizadas conocidas de esas
obras. La suposición subyacente del cosmólogo comparativo es que —al igual que
las versiones más tempranas de estas obras, que a menudo eran garabateadas a
toda prisa por el empleado de un editor durante una representación
shakesperiana— estas tradiciones antiguas compartieron una fuente común que
pueden ser reconstruida satisfactoriamente mediante una esmerada comparación
cruzada.
El enfoque
de un cosmólogo comparativo puede parecer ir en contra de algunas otras
perspectivas habituales acerca de estas tradiciones antiguas. Por ejemplo, el
célebre psicólogo Carl Jung atribuyó las semejanzas de sus arquetipos a un
patrón de pensamiento innato, o a un inconsciente colectivo que él creyó que
compartimos sin saberlo. Por su
parte, el catastrofista puede ver estas
tradiciones como una especie de artefacto, resucitado de alguna civilización
perdida hace mucho tiempo. A su vez, el historiador académico podría ver estas
tradiciones como una herencia transmitida de una sociedad primigenia a un
linaje detectable de otras culturas posteriores. Pero cuando adoptamos un
enfoque alternativo y nos dejamos guiar por las creencias establecidas de las
culturas que se esforzaron en conservar estas tradiciones antiguas, veremos que
aparecen una y otra vez, caracterizadas por estar estrechamente vinculadas al
concepto de profesores míticos, y a lo que a menudo se describe como un plan de transmisión de la
civilización.
Si, como defensores del principio de la navaja de Occam, nuestro
instinto se queda con la más simple de las posibles soluciones equivalentes
para esclarecer un misterio no resuelto, nos inclinaríamos a aceptar la teoría
de poligénesis como la mejor explicación para la gran concordancia que
encontramos entre las antiguas formas simbólicas de todo el mundo. Así pues, si
dos culturas de desarrollo similar usaban la piedra como material de
construcción primario, sólo habría sido cuestión de tiempo que cada una de
ellas pensara en apilar unas piedras sobre otras para formar una pirámide. Sin
embargo, pronto queda claro que esta teoría sólo sirve para explicar la concordancia
de forma. El cosmólogo comparativo observa que, como se ha reconocido
asiduamente, las antiguas pirámides
expresaban un conjunto diverso de significados simbólicos.
Por ejemplo, el
cuerpo de la pirámide era comúnmente asociado con el concepto de “útero”,
y así —desde esta perspectiva— la estructura podría ser conceptualizada como
una mujer que yace sobre su espalda. En muchas sociedades existía una relación
simbólica entre la pirámide y la noción de estrella, así como un mal entendido
imperativo cultural para situar las pirámides de forma que representaran
imágenes sobre la tierra de importantes estrellas del cielo. También existían a
veces asociaciones simbólicas entre las cuatro caras de una pirámide y ciertos
grupos de estrellas, cuyas salidas y puestas se emplearon para regular la
sucesión de siembras y cosechas en el calendario agrícola de una cultura. La
teoría de poligénesis, que sirve con gran eficacia para explicar la forma de la
pirámide, falla a la hora de explicar razonablemente cómo estos complejos temas
simbólicos podrían derivarse del simple impulso de apilar unas piedras sobre
otras.
Pirámides de Guiza |
Stupa budista |
Los sistemas dogon y budista se dan en lenguas que son fundamentalmente
diferentes entre sí, lo que implica que ninguna de las dos adoptó en conjunto
su sistema cosmológico de la otra, ya que los sistemas no están expresados con
las mismas palabras. Los términos budistas tienen su origen en el sánscrito,
mientras que —según hemos demostrado en nuestros estudios— los términos dogon reflejan
coherentemente las antiguas pronunciaciones y significados egipcios. Sin
embargo, gracias a la forma en que se estructura la tradición de la creación, podemos correlacionar
objetivamente los conceptos budistas y dogon. Este proceso de correlación viene
facilitado por un rasgo muy importante de los antiguos términos cosmológicos:
cada uno conlleva al menos dos definiciones distintas. Lógicamente, estas
definiciones están tan distanciadas entre sí que, por el simple hecho de
conocer una, no permite normalmente a una persona adivinar las otras. Un
ejemplo de estas ambigüedades se encuentra en la palabra dogon Amma, que
es el nombre oculto de su dios-creador, y que puede significar “comprender”, “sostener” o “establecer”.
Otro ejemplo lo tenemos en el término po, que es el nombre dado a
un componente fundamental de materia, y que también puede referirse al concepto
de “tiempo primigenio”. Los valores
fonéticos de estas palabras, en combinación con los dos significados lógicamente
alejados, nos permiten correlacionar categóricamente estos términos
cosmológicos con las antiguas palabras egipcias Amen y pau,
respectivamente.
Los lingüistas nos dicen que la simple coincidencia en dos lenguas
diferentes del mismo valor fonético con un significado similar no es prueba
suficiente para deducir un origen etimológico común para las dos palabras. Esto
es así a causa del relativamente reducido número de valores fonéticos
utilizados por la mayor parte de lenguas habladas, lo que permite manifiestamente que las posibilidades
de coincidencia sean muy grandes. Sin embargo, al incluir en nuestras
comparaciones una segunda definición —aparentemente sin conexión— en ambas lenguas, las posibilidades
estadísticas de relación entre las palabras se hace casi segura. No obstante,
en el caso de nuestras cosmologías, esta relación entre palabras no se define
por la etimología tradicional de un lingüista, sino que más bien se presenta
dentro del contexto de lo que parece ser una tradición de la creación
compartida. El mismo conjunto coherente de pruebas que nos permite
correlacionar un símbolo, un ritual, una deidad o una forma arquitectónica
entre culturas puede ser aplicado fundamentadamente a estas palabras. A menudo
estas comparaciones entre palabras se sustentan en pruebas adicionales, como la
conexión de la palabra en cada cultura a un dios mítico que posee un lugar
concreto dentro de un panteón mítico, o al que se le atribuye la realización de
actos específicos en ambas culturas. Asimismo, algunas veces ambas palabras
están asociadas a la misma forma o figura dibujada.
La cosmología dogon se nos presenta con un sistema completo de palabras
cosmológicas bien definidas que —como rasgo evidente de la tradición de la
creación— muestra este tipo de dobles o múltiples significados. En cada caso, a
pesar de que los Dogon no tienen una lengua propia escrita, hemos sido capaces
de asignar la palabra dogon a una probable pareja fonética en la lenguaje
jeroglífico egipcio. Sin embargo, dado que el núcleo de la tradición de la
creación descansa sobre términos conceptuales y no en cómo esos términos se
expresan en última instancia en una lengua específica, se puede aplicar un
conjunto similar de correlaciones a otras tradiciones similares —como el
budismo— a veces independientemente de los valores fonéticos utilizados para
pronunciar esas palabras.
Ceremonia dogon |
Una convención similar parece aplicarse a la tribu sacerdotal Na-Khi
o Na-xi, quienes residen en la remota zona fronteriza entre el Tíbet y
China y son los custodios de la última lengua jeroglífica que sobrevive en el
mundo. Argumentamos en The
Cosmological Origins of Myth and Symbol (“Los orígenes cosmológicos del mito y el símbolo”) que el
término Na, que puede significar “madre” en la lengua Na-Khi, se refiere
a una diosa madre similar a Neith, y que el fonema complejo que
alternativamente se transcribe como Khi o Xi (que significa
“celebrar”) refleja nuevamente el sigi/skhai dogon y egipcio. Si
es así, entonces el término combinado —una vez más designado como el nombre de
la tribu— comportaría el significado esperado de “celebra a Na”. Encontramos una convención similar en la
antigua China conectada a los términos permutables Fu-xi o Pau-xi,
que datan aproximadamente de esta misma época, hacia el 3000 a.C.. Los
investigadores tradicionales de la cosmología china discrepan sobre si estos
términos se refieren a un individuo divino, a una serie de emperadores míticos,
o a una tribu antigua. El término Fu se refiere al concepto cosmológico
de “los cuatro”, que es la base de la mayor parte de la cosmología antigua
china, mientras el término Pau representa un componente fundamental de
materia que es definida dentro de nuestro antiguo plan cosmológico. Tanto uno
como otro término cumplen nuestro requisito simbólico para el nombre de una
tribu sacerdotal que preservó aspectos de esta misma tradición de la creación.
Si tales convenciones en los nombres fueran de hecho un rasgo común del
plan civilizador en tiempos antiguos, sería factible hallar términos similares
conectados a otras tribus o grupos contemporáneos. Conforme a esta visión,
encontramos el nombre antiguo de Egipto Mera, que combina el jeroglífico
de la palabra egipcia para “amor” (mer) con el nombre de una deidad
principal egipcia (el dios del sol Ra), lo que nos conduce al significado “ama
a Ra”. Mirado de una perspectiva similar, Yahuda era el antiguo nombre
atribuido a las tribus hebreas. Yah es un nombre habitual de Dios en el
Judaísmo, y la palabra hebrea huda significa “alabar”; tomados juntos,
expresan el concepto de “alaba a Yah”.
Descubrimos una convención similar en el nombre de la tribu norteafricana Mande, que, a partir de los significados de las palabras de la propia lengua Mande, nos lleva al sentido de “los hijos de Ma”. Incluso en un lugar tan lejano como Nueva Zelanda encontramos la tribu indígena maorí, que conserva una tradición esotérica que, según las detalladas descripciones de Elsdon Best, era bastante similar a la de los Dogon. La antigua tradición maorí definía en los mismos términos que los Dogon un componente fundamental de materia llamada po. Nuevamente interpretamos el término maorí como un compuesto de dos palabras que significan “abraza a Ma”. Una vez que hemos reconocido esta evidente convención, se hace posible identificar las tribus antiguas que probablemente compartieron nuestro mismo antiguo plan cosmológico, basado simplemente en la forma de su nombre.
Descubrimos una convención similar en el nombre de la tribu norteafricana Mande, que, a partir de los significados de las palabras de la propia lengua Mande, nos lleva al sentido de “los hijos de Ma”. Incluso en un lugar tan lejano como Nueva Zelanda encontramos la tribu indígena maorí, que conserva una tradición esotérica que, según las detalladas descripciones de Elsdon Best, era bastante similar a la de los Dogon. La antigua tradición maorí definía en los mismos términos que los Dogon un componente fundamental de materia llamada po. Nuevamente interpretamos el término maorí como un compuesto de dos palabras que significan “abraza a Ma”. Una vez que hemos reconocido esta evidente convención, se hace posible identificar las tribus antiguas que probablemente compartieron nuestro mismo antiguo plan cosmológico, basado simplemente en la forma de su nombre.
Granero dogon |
El trazado sistemático de esta línea y la observación de su movimiento permite al iniciado seguir las estaciones del año, medir la duración total de un año y predecir las fechas de los próximos solsticios y equinoccios. Desde la perspectiva de un plan civilizador, estos instrumentos de medición del tiempo pueden considerarse como el prerrequisito para una agricultura eficiente, cuya implantación depende del conocimiento proactivo del agricultor de la progresión de las estaciones, del ritmo de los cambios estacionales de la climatología y de la comprensión correcta de cuándo sembrar y cuándo cosechar.
Visto de este modo, vemos que la base circular de estos santuarios rituales
orientados evocan la misma forma que el jeroglífico del sol egipcio, el
jeroglífico del sol chino y el jeroglífico del sol tibetano Na-Khi, que vienen
a simbolizar el mismo conjunto de conceptos tradicionalmente asignados a esos
jeroglíficos: el sol, el día, y los conceptos simbólicos del tiempo en general.
Además, estas asociaciones refuerzan varias nociones importantes: la primera es
que los símbolos y los conceptos cosmológicos precedieron considerablemente al
advenimiento de lengua escrita en estas culturas; la segunda es que ciertas
formas significativas ya definidas dentro del contexto cosmológico pudieron
haber sido adoptadas como jeroglíficos de las lenguas escritas más tempranas;
la tercera es que, al menos en cuanto al jeroglífico del sol en sí mismo, los
conceptos asociados con la forma en la cosmología parecen haberse incorporado
al simbolismo del jeroglífico en las lenguas escritas.
Escritura jeroglífica egipcia |
Nuestro ejemplo del jeroglífico del sol sugiere que, al menos en un nivel,
los primeros jeroglíficos egipcios estaban destinados a representar conceptos. Para
ilustrar cómo podría haber funcionado una lengua basada principalmente en
conceptos, más que en la fonética, examinemos la estructura de la palabra
jeroglífica egipcia met, que significa “semana”. Estructuralmente es una
palabra muy directa, formada solamente por dos jeroglíficos. El primero es el
signo jeroglífico del sol, un círculo con un punto central, de cuyo simbolismo
ya hemos hablado. El segundo se parece a una U invertida y representa el número
egipcio 10. Cuando observamos la palabra desde una perspectiva conceptual, más
que fonética, se hace evidente que el término conlleva el significado simbólico
de “diez días”, la definición real de la antigua semana egipcia. La forma de la
palabra representa una verdad efectiva sobre la vida de los antiguos egipcios
que de otra manera no hubiéramos podido entender, la duración real de una
semana en días.
Asimismo, cuando interpretamos la palabra basada simbólicamente en los conceptos asociados con su signo —esto es, al sustituir conceptos por signos para formar una frase simbólica— nos damos cuenta de que se no requiere ninguna vocal para analizar su significado, y por tanto no se incluye ninguna explícitamente. Así, la propuesta es que cualquier lengua escrita que omitió sistemáticamente las vocales pudo haber sido originalmente de naturaleza simbólica o conceptual.
Asimismo, cuando interpretamos la palabra basada simbólicamente en los conceptos asociados con su signo —esto es, al sustituir conceptos por signos para formar una frase simbólica— nos damos cuenta de que se no requiere ninguna vocal para analizar su significado, y por tanto no se incluye ninguna explícitamente. Así, la propuesta es que cualquier lengua escrita que omitió sistemáticamente las vocales pudo haber sido originalmente de naturaleza simbólica o conceptual.
Basándonos en lo que encontramos con la palabra egipcia met,
confrontamos nuestra noción de lengua conceptual con otras palabras egipcias
cuyos significados también contenían conceptos de tiempo y que utilizaban el
mismo jeroglífico del sol. En cada caso, fuimos capaces de producir una
definición razonable para la palabra simplemente substituyendo conceptos por signos. La palabra para “mes” se
define esencialmente como el período de un “día” lunar, el tiempo de órbita de
la luna alrededor de la Tierra. La forma de la palabra “estación” nos informa
que los antiguos egipcios observaron tres estaciones, como así fue. En última
instancia se hizo claro que el patrón definido por nuestros ejemplos de palabras
se repite de modo comprensible para prácticamente cada término cosmológico que
correlacionemos entre la lengua dogon y la egipcia.
Texto jeroglífico con determinativos |
Por ejemplo, la palabra egipcia “agarrar” incluye el jeroglífico adjunto de un puño apretado. Difícilmente la asociación simbólica entre el significado de palabra y el jeroglífico podría ser más próxima. Desde nuestra perspectiva, estas palabras nos ofrecen una definición conceptual para el jeroglífico adjunto. Esta noción, una vez asimilada, nos proporciona un mecanismo con el cual establecer definiciones conceptuales para multitud de antiguas formas jeroglíficas egipcias, y podemos alegar que estas definiciones se fundamentan sobre la autoridad de la propia lengua jeroglífica egipcia.
Finalmente, esta visión de la naturaleza conceptual de la lengua
jeroglífica egipcia tomó el aspecto de una firma de nuestra tradición de
la creación. Lo que queremos expresar con ello es que interpretamos la
presencia de un sistema antiguo de escritura en otra cultura que muestra estos
mismos atributos como señal de la probable influencia de la misma antigua
tradición de la creación. Y así, cuando comenzamos a examinar las tradiciones
de la creación de la antigua China y encontramos la palabra china “semana”
escrita con signo del sol chino y el número 10 chino, podemos proseguir con un
alto grado de confianza, sabiendo que probablemente encontraremos otras pruebas
patentes del mismo sistema cosmológico que hemos encontrado en otras grandes
culturas antiguas que hemos estudiado.
© Laird Scranton 2012
[1] Los Dogon son una tribu primitiva de nuestros días de Malí, en una remota
región del noroeste de África.
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