Al profundizar en los entresijos de los hechos históricos
no es difícil reafirmarse en la idea de que la historia oficial, científica y
supuestamente objetiva es una quimera, pues en realidad estaríamos hablando
de un relato construido de forma grosera, parcial, subjetiva, interesada y
manipulada en el cual el vencedor –o el que ejerce el poder– escribe lo que le
conviene o bien simplemente ofrece a las masas una versión simplificada y
“teatralizada” de los hechos. Tras el estudio “en diagonal” de muchos episodios
históricos, sobre todo los momentos de mayores conflictos, crisis y cambios, he
podido intuir que –debajo del discurso histórico convencional– existe una
historia soterrada, una historia “tras el escenario” que no sale a la
superficie y que yo califico como metahistoria.
Desde esta perspectiva, no sólo resulta evidente que la
narración de los hechos (en el sentido genérico de “Historia” como ciencia) es
una visión escasa, parcial y partidista de lo que supuestamente ocurrió en un
espacio y tiempo determinados, sino que los propios hechos históricos (el otro
sentido de “Historia”) están sujetos a planificación e implementación por parte
de quien tiene capacidad para ello. Dicho de otro modo, no existen casualidades
ni hechos fortuitos, sino unas dinámicas intencionadas o proyectos que
bien podríamos calificar de “ingeniería histórica” en que todas las piezas se
mueven al unísono, a semejanza de la hoy ya familiar “ingeniería social”.
Lógicamente, siempre se podrá decir que detrás de este enfoque subyace una
visión conspirativa (por llamarla de algún modo) de la Historia, pero es
obvio que si detectamos que algo se mantiene en el trasfondo, se oculta y opera
secretamente para producir unos determinados resultados, al final hemos de
poner los calificativos que corresponden.
Pero, más que discursos teóricos, me gustaría bajar a la
realidad histórica y poner un ejemplo más o menos conocido para que cada cual
extraiga sus conclusiones y juzgue si determinados episodios no resultan ser
una perfecta conjunción de elementos políticos, económicos, sociales o
ideológicos que parecen formar parte de un proyecto bien diseñado y ejecutado.
Así pues, en este artículo expondré un caso paradigmático de esa posible ingeniería
histórica, un hecho que para muchos historiadores ha sido un verdadero
enigma durante siglos: ¿cómo pudo el Islam prosperar en tan poco tiempo y de
forma tan espectacular, de tal modo que –habiendo nacido en una región no
especialmente civilizada– fue capaz de crear un extenso y poderoso imperio en
menos de un siglo? Sólo para situarnos, cabe recordar que el Imperio Romano se
forjó durante varios siglos y que los romanos tardaron casi 200 años en
conquistar toda la Península Ibérica...
Oriente Medio repartido entre los imperios romano y sasánida |
Así pues, durante casi ocho siglos, romanos y partos
(luego persas sasánidas) fueron considerados como “los ojos gemelos del mundo”
y chocaron repetidamente por el control de Oriente Medio en interminables
guerras, conquistas, avances y retrocesos, sin que faltasen periodos de
diplomacia y pactos. En el siglo VI el emperador de Oriente Justiniano Augusto
(527-565) había establecido una política de contención en el este mientras se
lanzaba a la épica reconquista del Imperio de Occidente, tarea que pudo
completar sólo en parte y no sin grandes esfuerzos y gastos. Los persas, bajo el
mandato de Cosroes I (531-579), se mantenían a la expectativa para aprovechar
cualquier debilidad de su oponente y protagonizaron algunas ofensivas, si bien
no lograron ninguna ventaja decisiva.
Máxima expansión del imperio romano de Oriente bajo Justiniano I (siglo VI d. C.) |
Por aquella época, la península arábiga vivía no un
estadio de barbarie pero tampoco de plena civilización. Se trataba de un
territorio árido y con escasos recursos, que ningún imperio había considerado
relevante ni como amenaza ni como proyecto de conquista, al tener muchos
inconvenientes y muy pocas ventajas. En Arabia sólo había unas pocas ciudades
no muy populosas en la costa, algunos pequeños reinos y diversas tribus de
nómadas, que los grecorromanos llamaban sarakenoi (“sarracenos”). En
suma, una región sin unidad política ni proyecto común, con una población
dispersa entregada a los cultos politeístas locales. Eso sí, desde el norte, el
poderoso imperio persa ejercía una tutela o control indirecto sobre cualquier
actividad que tuviese lugar en Arabia, ya que dominaba completamente el Golfo
Pérsico y el sur de la propia Península, en particular el Yemen, conquistado por
los persas en 570. Tenía, además, un reino vasallo al norte de la Península
–los lakmidas– que ejercía de “tapón” o guardián ante cualquier incursión de
las tribus beduinas. A su vez, los romanos también tenían un territorio aliado
interpuesto al noroeste de Arabia, los árabes gasánidas.
En este contexto nace Mahoma en La Meca en el año 570 y
los acontecimientos en la región empiezan a sucederse rápidamente de forma
dramática, a caballo entre los siglos VI y VII. En el Imperio Romano de Oriente
(o Bizancio) las cosas empiezan a torcerse debido a la dificultad de defender
las conquistas realizadas en Occidente, a la presión de los pueblos bárbaros en
los Balcanes y a las disputas internas de carácter político-religioso, aparte
de los estragos causados por una tremenda epidemia de peste y por una fuerte
crisis económica. A finales de siglo
VI, la situación bélica se complica y el emperador Flavio Mauricio (582-602)
pierde el apoyo de sus tropas en los Balcanes y es destronado y asesinado por
el militar Nicéforo Focas (602-610). Con Focas, las tensiones y rebeliones
internas se agudizan y las amenazas exteriores se hacen muy graves, sobre todo
en los Balcanes. En ese momento, el imperio persa –comandado por el Sha
Cosroes II (590-628)– aprovecha la oportunidad para desencadenar una potente
ofensiva sin precedentes contra los dominios romanos, que Focas se ve incapaz
de contrarrestar en Mesopotamia.
Solidus de oro del emperador Heraclio |
Consciente de que el imperio está en una situación
crítica, Heraclio emprende una estrategia de todo o nada, reorganiza sus
territorios y fortalece lo que queda de su ejército. Su órdago consiste en
aplicar la máxima de que “la mejor defensa es un buen ataque” y en el 622 se
interna con su ejército en Asia Menor a fin de llevar a cabo una “guerra santa”
contra los paganos persas, que habían tomado Tierra Santa y se habían apoderado
de la reliquia de la Vera Cruz. Su táctica consistió en evitar una larga guerra
de desgaste y reconquista de todas las regiones perdidas. En vez de eso,
escogió una guerra móvil de incursiones y escaramuzas que se iba a prolongar
siete años en varias campañas. Heraclio supo utilizar bien sus exiguas fuerzas
–apoyadas por algunos poderosos aliados, como los jázaros, pueblo del Cáucaso–
y fue derrotando a los persas a fin de abrirse paso hasta el corazón de Persia
con la intención de golpear en el centro del poder enemigo.
Muralla teodosiana de Constantinopla |
Entretanto, ¿qué había ocurrido con Mahoma y el naciente
Islam? En la época en que Heraclio se
hizo con el poder, Mahoma ya había recibido sus primeras revelaciones y había
conseguido sus primeros seguidores (lo que sería el germen del Islam), aunque
su fuerza política y religiosa era mínima. Fue entonces cuando supo de las
victorias persas, y ello suponía malas noticias, pues los árabes musulmanes no
sentían ningún aprecio por los persas a causa de su paganismo zoroástrico,
aparte de ser el imperio que maniataba sus aspiraciones en Oriente Medio. Sin
embargo, según reza el Corán, Dios (Allah) había profetizado la futura victoria
de los bizantinos sobre los persas, pues esa era su voluntad.
Mahoma recitando el Corán (grabado s. XV) |
Y fue precisamente en el 629 cuando Mahoma, victorioso en
Arabia, envió a la corte de Constantinopla una carta al no menos triunfador
Heraclio. El texto de dicha misiva se ha conservado, y decía esto:
“Que la paz sea con aquellos que siguen el camino recto. Escribo esta invitación para llamarte al Islam. Si aceptas el Islam estarás a salvo, y Dios ha de duplicar tu recompensa; pero si rechazas esta invitación al Islam, sobrellevarás el pecado del desvío de tus súbditos. Por lo que te urjo a lo siguiente:
Di: ¡Oh, Gente del Libro! Convengamos en una creencia común a nosotros y a vosotros: No adoraremos sino a Dios, no Le asociaremos nada y no tomaremos a nadie de entre nosotros como divinidad fuera de Dios. Y si no aceptan, decid: Sed testigos de nuestro sometimiento a Dios.
Muhammad, el Mensajero de Dios”
Heraclio leyó la carta y la guardó, pero no le dio mayor
importancia, pues no se trataba más que de un cabecilla árabe, y las tribus
árabes nómadas no eran tenidas en cuenta por los grandes imperios. Cabe
remarcar que Cosroes II había recibido una carta similar, si bien este caso su
reacción fue más violenta, pues rompió la carta nada más leerla. ¿Era esa carta
una mera bravuconada o más bien la convicción de alguien que tenía una fe ciega
en lo que iba a pasar bajo la protección divina? Para cualquier
historiador serio, las profecías y las apelaciones a la divinidad están muy
bien pero no explican los hechos históricos. Sin embargo, todo pareció encajar
en apenas unos pocos años más, y ni los mejores “geoestrategas” de aquella
época hubieran podido imaginar el terremoto político, militar y religioso que
estaba a punto de desencadenarse.
Mahoma y sus seguidores |
A su vez, los bizantinos ya tuvieron un serio aviso en el
629 en forma de una potente incursión árabe al este del río Jordán; no
obstante, los musulmanes fueron rechazados en la batalla de Muta sin demasiados
problemas y quizá esto dio una falsa impresión de seguridad a Heraclio. Poco
después, ya en 631, los árabes traspasaron la frontera de la Arabia romana y
empezaron a mostrarse muy agresivos. Mahoma murió en el 632, pero el califato
ortodoxo, bajo el mandato de Abu Bakr (que acabó de unificar toda Arabia) y
luego de Omar, inició una política de expansión en toda regla que tuvo
Palestina y Siria como primer objetivo. Los romanos vieron entonces el peligro
que se cernía sobre sus territorios, pero siguieron sin reaccionar
adecuadamente. Así, tras la muerte de Mahoma, los musulmanes atacaron con
fuerza y fueron conquistando importantes enclaves del Levante mediterráneo.
Tras sufrir en 634 un duro descalabro en la batalla de Adjnadayn
(en que fue vencido Teodoro), Heraclio tuvo que reaccionar y en 636 envió un
gran ejército de unos 50.000 hombres[3]
para acabar de una vez por todas con la amenaza islámica. Pero para desgracia
para los bizantinos, Heraclio ya estaba débil, enfermo y envejecido, y no pudo
ponerse al frente de su ejército, una amalgama de tropas imperiales y diversos
aliados. A pesar de todas las ventajas y de superar en número al ejército islámico,
los bizantinos sufrieron una estrepitosa derrota junto al río Yarmuk, al
dejarse sorprender por ataques por los flancos en terreno agreste, aunque buena
parte del desastre se debió a la defección inesperada en las filas imperiales
de los armenios y de los gasánidas. La derrota marcó un antes y un después en
la guerra y selló la conquista de Palestina y Siria por parte del califato. A
partir de ese punto, el Imperio Romano de Oriente no tuvo posibilidad de
recuperar sus posiciones y se fue replegando estratégicamente. Heraclio murió
en el 641, viendo como todo lo que había recuperado se había vuelto a perder...
y esta vez de forma definitiva.
En su retirada, los bizantinos se vieron impotentes para
defender Egipto (que cayó en 642) y posteriormente sucumbió todo el norte de
África, en una larga campaña que se prolongó hasta finales del siglo VII. Por
otro lado, los musulmanes prosiguieron su avance por la península de Anatolia
(Turquía) y llegaron a amenazar Constantinopla varias veces[4]
pero finalmente fueron rechazados y en siglo VIII se pudo establecer una
frontera más o menos duradera en las montañas de la propia Anatolia. El gran
imperio bizantino quedó pues reducido a una parte importante de los Balcanes y
a Asia Menor, más algún territorio residual en Occidente. De todos modos, el
Mediterráneo oriental pasó a ser controlado en gran medida por el Islam, que se
permitió derrotar en el 655 a la otrora potente flota bizantina en la batalla
naval de Finike. Asimismo, el empuje islámico se extendió por todo el
Mediterráneo y sus islas y llegó hasta la Península Ibérica en 711,
aprovechando la situación de guerra civil en el reino visigodo[5].
Los musulmanes apenas tardaron nueve años en dominar casi toda la Península.
Expansión islámica entre los siglos VII y VIII |
En efecto, mientras ambos imperios aún se miraban de
reojo, los árabes fueron capaces de aunar voluntades para golpear con dureza a
unos y otros, manteniendo un férreo control sobre los territorios conquistados
y recurriendo a menudo al terror, con saqueos y masacres masivas. Además,
contaron con la adhesión de mercenarios profesionales, de varias comunidades locales
(sobre todo judías) y de algunas facciones disidentes de los grandes imperios,
lo cual permitió engrosar aún más sus filas y construir poderosos ejércitos de
conquista, adquiriendo la potencia en armas y equipo de las fuerzas imperiales[7].
En suma, su expansión fue más consecuencia de un tsunami bélico en busca de poder
y riquezas que de un proselitismo político-religioso (lo que era propiamente la
guerra santa o Yihad), pues la uniformidad y ortodoxia religiosa no llegó
hasta la consolidación del califato. Eso sí, una vez caídos los grandes
obstáculos, los árabes adoptaron las formas y estructuras del antiguo imperio
persa y de ese modo pudieron convertirse en una eficaz maquinaria estatal
imperial (el califato omeya).
Alegoría de la caída del imperio de Occidente |
Pero tras los acontecimientos narrados, todo cambió para
siempre. Heraclio abandonó en 629 el título romano de Augusto y adoptó el
título griego de Βασιλεύς (Basileus, “rey”). Además, sustituyó el latín –que ya
casi nadie hablaba en Oriente– por el griego como lengua oficial y
administrativa del Imperio. Finalmente, Heraclio fue el último emperador romano
que llevó a cabo personalmente campañas militares de gran envergadura. En
realidad, aunque aún se empleaba el término imperio de los romanos, la
continuidad con el pasado ya estaba rota y sería más ajustado hablar de un
imperio griego medieval. De este modo, contemplando la situación desde una
visión más global, se podría decir que la Antigüedad perduró en Oriente al
menos hasta mediados del siglo VII, con la destrucción del imperio persa, el
repliegue del Imperio Romano de Oriente y la gran expansión del Islam en tres
continentes.
Así pues, lo que quedó después del derrumbe persa y la
crisis romana fue el auge de un nuevo poder, el Islam, cuyo enfrentamiento con
la Cristiandad –dividida entre los reinos germánicos occidentales y el imperio
bizantino– iba a marcar profundamente los siglos venideros. Esta larga etapa
duraría unos ocho siglos y vendría a ser propiamente la Edad Media, cuyo fin
estaría marcado no por casualidad por el último suspiro del imperio bizantino,
con la caída de Constantinopla en 1453 a manos del imperio otomano.
Y volviendo ahora a las reflexiones iniciales, debemos
analizar lo ocurrido con otros ojos y plantearnos los elementos de metahistoria
que se vislumbran en el fenómeno del triunfo colosal del Islam. Vamos a
presentar pues la secuencia de hechos, en los que podremos observar ciertas felices
casualidades y algunas circunstancias que parecen orientarse en unas
direcciones bien definidas, a veces
contra toda supuesta lógica.
Primero. Con la llegada de Focas al poder (en 602), el imperio
romano sufre una fuerte sacudida y Persia aprovecha la ocasión para golpear con
fuerza. Justo a los pocos años de iniciado el conflicto, Mahoma experimenta sus
revelaciones divinas. ¿No es una gran casualidad que el inicio “divino” del
Islam tenga lugar justo en un tiempo y espacio anexo a la gran guerra
romano-sasánida del siglo VII, que posibilita que el fenómeno islámico pase desapercibido
para las grandes potencias de la zona?
Estatua ecuestre de Cosroes II |
Tercero. Acto seguido, Cosroes cede a Heraclio la
iniciativa, con un ejército bastante inferior, y le permite realizar varias
campañas en Asia Menor y Mesopotamia. De repente, los persas cometen torpeza
tras torpeza y dejan que Heraclio se adentre en Mesopotamia y siga avanzando
sin demasiados problemas. Cabe señalar que dos hechos clave no poco importantes
cayeron del lado bizantino en esta fase: la muerte por enfermedad en 626 de
Shahin, el mejor general persa, y la inacción completa del también competente
Sharvaraz. Ambos se habían mostrado como potentes rivales para Heraclio, pero
en plena guerra Sharvaraz dejó de intervenir y se parapetó en sus territorios,
y en consecuencia Heraclio tuvo el camino despejado hacia Ctesifonte.
Cuarto. Llegados al 628, nos encontramos con la situación
inversa al segundo punto. Heraclio ha derrotado a los persas, que están
divididos y confusos, y está a punto de tomar la capital Ctesifonte. ¿Cómo Heraclio,
después de haberse visto contra las cuerdas, no finalizó el trabajo y acabó con
el imperio sasánida después de tanto esfuerzo? En vez de esto, sabiendo de la
caída de Cosroes, Heraclio aceptó la paz ofrecida por su sucesor Cabades y
regresó sin demora a Constantinopla. La situación había vuelto aproximadamente
al marco habitual entre ambas potencias, pero con una enorme diferencia: esta
vez ambos imperios habían quedado destrozados y exhaustos de recursos humanos y
económicos. ¿Qué frenó al belicoso Heraclio?
Quinto. La ruina del imperio persa se derivó de la inacción
o pasividad de Sharvaraz. Según las fuentes, fueron los “servicios secretos”
bizantinos –a través de unas falsas cartas– los que hicieron creer a Sharvaraz
que Cosroes II quería asesinarlo, y por este motivo se mantuvo neutral en los
momentos decisivos. ¿Es esto creíble? Cabe señalar que en 629 Sharvaraz pactó
personalmente con Heraclio la entrega de los territorios que aún dominaba, y
que posteriormente llegó a ser por breve tiempo rey de Persia. Existía, de
hecho, un acuerdo entre Heraclio y Sharvaraz para retornar a una cierta
estabilidad y respeto mutuo entre ambas potencias, pero Sharvaraz –que tenía
prestigio y competencia militar– fue asesinado en 630, lo que provocó una nueva
lucha por el poder en Persia. ¿Facilitó Sharvaraz el desastre de su nación con la
intención de hacerse luego con el poder –en connivencia con los romanos– y, una
vez cumplida su misión, fue eliminado del escenario? ¿Cómo se explica tal
despropósito?
Sexto. Pese al fuerte golpe recibido, Persia aún no había
caído en 628. Sin embargo, las consecutivas muertes de Cosroes y Cabades en 628
y Sharvaraz en 630 sentenciaron el destino del imperio sasánida. Todos ellos
estaban en una situación muy difícil, pero no desesperada, y de haber vivido más
tal vez hubieran podido revertir el curso de los acontecimientos. Cabades, que
no llego a reinar ni un año, intentó reforzar el imperio, bajar los impuestos e
introducir reformas, pero murió de una peste que asoló el imperio antes de poder
consolidarse. A su muerte, fue sucedido por su hijo de 8 años –Ardashir III– que
en 630 fue eliminado por Sharvaraz, el cual a su vez fue asesinado por sus
rivales políticos. En suma, las tres personas más capaces murieron en el peor
momento posible, dejando un panorama de abierta guerra civil, cuando justo entonces
se producían las primeras incursiones musulmanas. ¿Cómo se pudo dar esa cadena
de acontecimientos nefastos cuando hacía falta la máxima unidad y firmeza?
Séptimo. Aparte del descalabro persa, todo se puso de cara
para los musulmanes en el oeste. Allí se dio la feliz circunstancia –para los
árabes– de que Heraclio vio los acontecimientos desde lejos, pues ya estaba
enfermo y viejo y no se puso al frente de su ejército. Primero estuvo en
Antioquía (Siria) y luego se retiró a Constantinopla cuando la derrota en
Yarmuk –en la que resultó determinante la defección de algunos de sus aliados– desbarató
cualquier plan de resistencia. Heraclio entró en una fase derrotista y de
pesimismo, e incluso aún tuvo que desbaratar una intentona de desalojarlo del
poder en 637. Entretanto, dividió sus fuerzas entre varios generales que se mostraron
bastante incompetentes. De golpe, se acabó el “milagro heracliano”. De este
modo, la suerte estaba echada y los musulmanes desarbolaron la mayor parte del
Imperio Romano de Oriente, dejándolo reducido a la mínima expresión.
Ruinas de Ctesifonte, la capital sasánida |
Noveno. En todo este tiempo del siglo VII, mientras las
luchas internas hacían mella en los dos grandes imperios –sobre todo en
Persia–, la nueva potencia islámica, que era en realidad un conglomerado de
tribus y reinos, se mantuvo sólidamente unida en su expansión político-militar
permitiendo una unidad de acción devastadora. Contra todo pronóstico, sin tener
un fondo estable de recursos económicos y humanos, el huracán militar islámico
–que todavía no es un poder solidificado– ataca a ambos imperios y los derrota
una y otra vez, sustentándose sólo en el botín y en los nuevos territorios
ocupados. Entretanto, Mahoma fue marginando o eliminando a sus rivales y
realmente no se produjeron disputas durante el gran periodo de expansión. No
fue hasta el 656 en que se produjo el primer problema interno grave en forma de
guerra civil musulmana, pero para entonces el imperio persa ya estaba
finiquitado y el imperio bizantino ya hacía bastante con subsistir y defenderse.
¿Cómo es posible que dos imperios centralizados y unificados durante siglos bajo
una fuerte administración y estructura estatal no supieran resolver sus conflictos
internos y en cambio la recién nacida amalgama árabe se mantuviera compacta en
plena época de guerra y reparto de conquistas?
Décimo. Asimismo, otros actores históricos no menos
importantes desempeñaron su papel por acción u omisión. De hecho, la historia
nos muestra que existió un complejo y oscuro juego de alianzas, intereses y
traiciones entre los grandes imperios y varios pueblos euroasiáticos, e incluso
entre facciones dentro de cada bando. Así por ejemplo, los jázaros –que habían
ayudado decisivamente a Heraclio en su lucha contra Persia– no le pudieron dar
su apoyo cuando se produjo la rápida expansión islámica a causa de graves
problemas internos. ¿Hubiera podido triunfar el Islam frente a esta alianza?
En suma, si existiera una lógica en el desarrollo de la
historia, el Islam, entendido como potencia político-militar aglutinada
básicamente en torno al factor religioso, nunca hubiera prevalecido de no ser
porque se le allanó el camino en todos los frentes. Tal coincidencia de sucesos
en el tiempo y el espacio no puede deberse al mero azar o a la casualidad, si
bien casi todos los expertos en el tema que he consultado coinciden
machaconamente en el hecho de que el Islam aprovechó la situación ruinosa de los
dos imperios en 630. Pero, como hemos visto, los hechos pudieron haber sido muy
distintos si se hubiera dado una cierta coherencia histórica, lo que no
fue el caso. De todos los resultados o efectos posibles, vemos que se dio el
más improbable e imprevisto por los propios actores en liza.
Más bien da la impresión de que sólo unas dinámicas
dirigidas pudieron ofrecer una resolución tan asombrosa en unas pocas décadas.
¿Cómo podía estar seguro Mahoma de que su religión iba a triunfar sobre los dos
grandes imperios de la región? ¿Cómo se permitió amenazar a ambos emperadores
cuando aún no había unificado del todo a las tribus árabes? ¿Estaba ya todo
prefijado? Sea como fuere, la explosión del Islam como factor religioso y
político de primer orden marcó ya para siempre la historia universal hasta
nuestros días.
© Xavier Bartlett 2018
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] El mayor de
ellos era el reino o imperio seléucida, que se extendía desde Anatolia (Asia
Menor) hasta las fronteras de la India.
[2] Gobernador
político y militar de un territorio bajo la corona bizantina.
[3] Según las
fuentes antiguas, esta cifra ascendía a 100.000 pero los historiadores modernos
la rebajan de forma más realista a la mitad.
[4] El ataque
más fuerte tuvo lugar entre 676 y 678, y la ciudad estuvo en grave riesgo de
sucumbir pero el emperador Constantino IV fue capaz de resistir y expulsar a
los musulmanes gracias a la flota de guerra.
[5] En este caso
otra vez se dio la feliz casualidad de una batalla decisiva junto a un río (Guadalete),
contra un ejército numéricamente superior y que también sufrió una importante
defección en sus filas, al pasarse parte del ejército godo a las filas
musulmanas.
[6] Cabe reseñar
que precisamente en 732 se frenó el empuje islámico en Occidente, al ser
derrotado el ejército del valí Al-Gafiqi por el líder franco Carlos Martel en
Poitiers.
[7] Aunque las
crónicas árabes hablan de pequeñas huestes musulmanas pobremente armadas y
equipadas venciendo a enormes ejércitos imperiales, la realidad confrontada es
que no había tanta diferencia ni en el tamaño ni en la calidad de las tropas,
pues de otro modo no hubieran podido derrotar a esas tropas tan profesionales y
bien equipadas con armaduras, cotas de malla, máquinas de guerra, etc.
7 comentarios:
Hola Xavier
Muy buen artículo.
¿Seremos el juego a "escala real" de "algo"?
Saludos
Roberto
Gracias Roberto
Bueno, yo no lo sé. Sólo tengo indicios e hipótesis de que estamos inmersos en un "gran teatro" que no manejamos; somos comparsas, víctimas o espectadores, como prefieras. Como habrás visto por el artículo, no hay pruebas de nada, sólo una inmensa conjunción de factores que parecen formar parte de un diseño o proyecto. Que algún día salga a la luz otra realidad ("la otra cara del pasado") queda más allá de mi conocimiento.
Saludos,
X.
No hay manera de librarse de tópicos y mantras en el revisionismo histórico de la peninsula Ibérica, que desde siglos nos ha impuesto la santisima iglesica católica apostólica y romana, junto al carpetovetónico régimen.
¿Qué desde Finisterre al Indo?. En Galicia no existe ningún resto, documento, palabro o gesta que refrende la supuesta ocupación musulmana. Las diocésis de Tuy, Lugo o Bretoña, funcionaron continuamente y sin ninguna interrupción musulmana, a lo largo de los siglos. Creo que en Xixón hubo un gobernador musulman, pero en Galicia no. Que Galicia no aceptára el Islam, aceptar que no invasión, tiene mucho que ver con el concilio de Nicea y Toledo. y una batalla en un rio asturiano.
Hola Xavier
Mi comentario era en realidad una casi afirmación, me faltaron los signos de admiración.
Me interesan y gustan los temas que no se cuentan en las historias oficiales. Por ejemplo la historia no oficial, ovnis y misterios varios.
Creo, desde hace muchos años, que "algo" juega con nosotros. Se dan muchas veces "casualidades" que parecen un guión de cine. Tanto en la historia de países, reinos, etc. como en la vida cotidiana de cada individuo. Para bien y para mal.
Saludos
Roberto
Hola Roberto
Gracias por tu comentario. Precisamente por esto que mencionas hace años que estoy revisando la historia y arqueología oficiales y cada vez veo más mentiras, incongruencias, especulaciones, "teatro", etc. No creo que sea preciso añadir más. El problema de fondo de la metahistoria es la falta de pruebas fehacientes; esto es, vemos humo, pero no hay forma de localizar el fuego, ni quién y cómo lo ha provocado...
Saludos,
X.
Hola buenas y feliz año que sea mejor que el pasado.
Doy el pesame con retraso por Manuel Fernández Saavedra, conocí algo su lavor gracias a este blog. aunque no me era desconocido ya que vi algun video de el por internet, descanse en paz.
en lo referente al articulo la historia y sus hechos bienen siempre de cosas no explicables de manera "logica", ejemplo el auge de imperios como como el Romano como una simple aldea de pastores de la edad del hierro, se combirtio con el paso de pocos siglos en una de las civilizaciones junto la griega determinante para el surgimiento de lo que se conoce como cultura occidental.
Un saludo y gracias.
Apreciado José Luis,
Gracias por el comentario y devuelvo los buenos deseos para este año. También gracias por el pésame por Manuel, que dejó tanto trabajo a medias. Ojalá algún día su obra obtenga el reconocimiento que merece.
Sobre las cosas no explicables, este tan sólo ha sido un ejemplo a partir de una serie de datos que coinciden en el espacio y el tiempo. Tampoco quisiera ver manos negras por todas partes, pero sí es cierto que las cosas no pasan porque sí sino porque detrás hay una intencionalidad (y esto lo reconoció un presidente de los EE UU). Lo complejo es determinar si las dinámicas históricas son dirigidas, y si es así, cómo lo hacen.
Saludos,
X.
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