miércoles, 20 de noviembre de 2019

En busca del arca perdida (¿o hallada?)


En el mundo de la arqueología alternativa existen sin duda dos “arcas” por excelencia: una de ellas es un cofre y la otra es un barco. La primera, obviamente, es la famosa arca de la Alianza, perseguida por muchos tanto en la realidad como en la ficción cinematográfica, y que en su momento ya abordé en este mismo blog, valorando su difusa situación entre el mito y la realidad. La otra es la no menos popular arca de Noé.

Ambas son de evidentes resonancias bíblicas y han hecho correr ríos de tinta durante décadas, dando lugar a todo tipo de investigaciones y especulaciones que han sido objeto de innumerables artículos, libros, documentales y películas. Dado que esta última contiene una insólita mezcla de mitología, arqueología y conspiracionismo, voy a dedicarle esta breve entrada para que los lectores se hagan una idea general del tema y luego extraigan sus conclusiones.

En primer término, nos centraremos en el contexto mitológico de esta cuestión. Así, es obligado recalcar que –si bien el personaje de Noé es muy conocido en Occidente por la tradición judeo-cristiana– la historia original se sitúa en la mitología sumeria, de cuyas fuentes bebió el Génesis bíblico. Recordemos a grandes trazos la narración: Dios decide castigar a la Humanidad por su mala conducta y planea eliminarla en su totalidad mediante un colosal diluvio. No obstante, se propone salvar al menos a un hombre justo (Noé) y a su familia. Acto seguido, le da instrucciones precisas para que construya una gran nave o arca de madera –de unos 135 metros de eslora, 22 metros de manga y 13 metros de alto[1]– y se aloje allí junto con los suyos y una pareja de cada especie animal, hasta que cese el diluvio. Según el relato, después de 40 días y noches de terrible diluvio, se acabó el castigo divino y el nivel de las aguas fue bajando. Por fin, con la retirada de las aguas, el Arca fue a parar a lo alto de un monte. Desde allí Noé dejó ir una paloma para comprobar si las aguas ya habían descendido lo suficiente, cosa que pudo comprobar cuando el ave volvió con una rama de olivo en su pico. Al abandonar el Arca, Noé realizó un sacrificio a Dios, el cual instó a los supervivientes a que se multiplicaran y repoblaran de nuevo el mundo.

El mito del Diluvio también presente en Mesoamérica
Pues bien, este relato es casi calcado a lo que podemos leer en la Epopeya de Gilgamesh, cambiando a Noé por el héroe Utnapishtim (también conocido como Ziusudra). Hoy en día ya sabemos que, por puro orden cronólogico, fue la Biblia, escrita en el primer milenio antes de Cristo, la que tomó prestada esta historia de los antiguos sumerios. Y lo que es más sorprendente es que tenemos la misma historia reflejada en leyendas y mitos de casi todo el mundo que nos hablan de una gran destrucción global –debida a un diluvio– que acabó con la Humanidad, dejando a unos pocos supervivientes salvados en un barco, bote o arca, y que acabaron sus penalidades en lo alto de una montaña. Esto mismo lo podemos ver en el mito griego de Deucalión y Pirra, en la historia de los hermanos Fu Xi de China, en la leyenda azteca de Coxcoxtli y su esposa Xochiquetzal, o en la narración védica de Manu Vaisvasvata. Como ya he indicado en más de una ocasión, es precisamente esta coincidencia la que ha hecho pensar a diversos autores alternativos que el Diluvio existió en la realidad hace muchos miles de años y que tuvo un carácter global, ya que la difusión de la historia judeo-cristiana influyó ciertamente en unas pocas culturas, pero no en otras, muy separadas en el tiempo y el espacio.

Hasta aquí la parte estrictamente mitológica, que recordemos que es negada por la ciencia oficial. En concreto, no es que los académicos rechacen el tema del Arca en sí (que valoran como un mero episodio mítico propio del mundo de las creencias), sino que consideran como no probado que se diera un diluvio devastador de grandes proporciones en un tiempo limitado y que afectara a todo el planeta. No voy a centrarme ahora en esta compleja polémica, que ya he tratado en entradas anteriores, sino en los esfuerzos de los investigadores alternativos por validar la historia del Arca a partir de supuestos restos arqueológicos, dejando a un lado los múltiples esfuerzos dedicados a probar el desastre a partir de evidencias puramente geológicas, como ha hecho muy en particular el escocés Graham Hancock. 

Los estudiosos de la Biblia creían que el Arca se había posado en algún lugar del Kurdistán, al norte de Turquía o Irán, siendo el candidato más firme el monte Ararat, el pico más alto de Turquía, con unos 5.100 metros de altitud. Incluso el célebre viajero Marco Polo, al pasar por la región de Armenia en el siglo XIII, oyó la historia de este monte como sede de la famosa Arca. Lo cierto es que durante siglos la leyenda sobre esta montaña persistió, pero nadie se atrevió a subir a lo más alto de la cumbre a explorar el posible paradero del Arca. No fue hasta el siglo XIX en que se realizaron los primeros intentos de búsqueda en forma de expediciones más o menos “científicas”. En 1876 un lord inglés, llamado James Bryce, subió hasta los 4.000 metros y volvió a Inglaterra con un trozo de madera que atribuyó sin duda al Arca. Poco después, en 1880, un explorador armenio afirmó incluso haber estado dentro del Arca. Sin embargo, no sería hasta inicios del siglo XX cuando se desataría la fiebre por el Arca, a partir de un relato un tanto confuso sobre el descubrimiento de ésta.

Panorámica del Monte Ararat con sus dos picos


Según esta historia, en 1916 un oficial de la fuerza aérea imperial rusa –en misión de observar los movimientos de las tropas turcas– divisó desde su aparato un lago helado sobre la cumbre del Ararat y muy cerca de él advirtió lo que parecían ser los restos del casco de un barco que sobresalían entre los hielos. Más adelante, se repitió el vuelo con un oficial superior, que corroboró la observación y remitió un informe al Zar Nicolás II de Rusia, el cual ordenó enviar dos cuerpos de ingenieros a realizar una detallada inspección sobre el terreno, dando por hecho de que se trataba del Arca de Noé. Al parecer, esta expedición logró hallar el Arca, la midió, realizó dibujos y tomó fotografías. Sin embargo, no se conserva ningún registro documental de tal intervención, pues todo el material enviado directamente al Zar o nunca llegó a su destino o se perdió tras la revolución bolchevique. Tampoco se llevó a cabo ningún informe o publicación de los resultados. Como se puede comprobar, todo muy opaco. En todo caso, desde entonces la era de la aviación abriría la puerta a nuevas observaciones.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la fuerza aérea turca realizó dos avistamientos –en 1959 y 1960– de la supuesta Arca sobre una ladera baja del Ararat. Se hicieron fotografías en que se intuía la forma de un gran barco con unas dimensiones un poco superiores (150 x 50 metros) a las medidas citadas en la Biblia. Según las fotos de 1959, aparecía en el terreno una especie de contorno firme de lo que podía ser el Arca, dato que desde entonces los creyentes en el Arca han tomado como prueba decisiva de la existencia del Arca. Ahora bien, para el estamento oficial, dicho contorno no es más que una caprichosa formación geológica de lava volcánica que recuerda vagamente a la forma de una nave, y que por su peculiaridad se ha llamado la “anomalía del Ararat”. Este lugar específico –situado a unos 20 kilómetros al sur de la montaña– se conoce también como Durupinar, en honor al aviador turco con este apellido que realizó el avistamiento. Además, en otra fotografía aérea de 1965 realizada sobre el Ararat se detectó una forma ovalada que podría parecer una nave.

Fragmento de madera hallado por Navarra
El caso es que fue en esa época cuando se retomaron los esfuerzos por hallar el Arca in situ, y el alpinista francés Fernand Navarra escaló el Ararat varias veces entre 1952 y 1969 y dijo haber encontrado trozos de madera a gran altura, que luego encargó datar mediante el método del radiocarbono, si bien los resultados ofrecidos fueron contradictorios. En todo caso, se apuntó el tanto de haber descubierto el Arca, pese a disponer de tan pocas pruebas. Y para echar más leña al fuego de los datos perdidos y el secretismo, en 1973 un satélite occidental denominado ERTS tomó una imagen del monte Ararat en la que se podía apreciar la forma de un barco de proporciones similares a las bíblicas. No obstante, cuando los investigadores independientes solicitaron una copia de esta imagen recibieron la respuesta oficial de que no había registros de tal documento.

Posteriormente, en los años 80 el ex astronauta de la NASA James B. Irwin –motivado por sus creencias religiosas– participó en unas expediciones para localizar el Arca, pero sin ningún resultado. Asimismo, el aventurero y explorador norteamericano Ron Wyatt –un auténtico Indiana Jones a la búsqueda de reliquias– se lanzó a una extensa exploración del Ararat y zonas cercanas entre los años 70 y 90 e incluso llegó a realizar una excavación en el ya citado sitio de Durupinar. Tras sus pesquisas, afirmó haber encontrado varios restos materiales, como un remache fosilizado, trozos de metal o incluso anclas de piedra. Cabe decir, empero, que la famosa anomalía ya había sido excavada en los años 60 y que no se había encontrado ningún resto arqueológico reconocible, concluyendo que la formación era completamente natural. Un colaborador de Wyatt, David Fasold, compró también la historia del Arca de Durupinar, pero tras años de investigaciones tuvo que reconocer que la hipótesis geológica era la más firme y creíble, si bien antes de morir todavía insistía en que no se podía descartar del todo la idea de que los restos pudieran corresponder al Arca fosilizada.

Representación pictórica del Arca (posada tras el Diluvio)
Como vemos, sobre todo este asunto flota el sesgo y el prejuicio de las creencias, y de hecho el Arca ha sido objeto de obsesión por parte de fundamentalistas cristianos y creacionistas, dispuestos a hallar –a cualquier precio– pruebas arqueológicas de la verdad revelada en la Biblia. Incluso en tiempos muy recientes todavía se organizan expediciones a la región y se hacen declaraciones altisonantes, que suelen acabar en graves sospechas de error, manipulación o fraude, cuando no de mero sensacionalismo y ganas de llamar la atención, como una misión evangélica turco-china que en 2010 dijo haber identificado el Arca a unos 4.000 metros de altura “con un 99,9% de seguridad”.

Cabe decir, no obstante, que esta postura no es propia de fanáticos o visionarios, pues el mismo estado de Israel lleva tiempo intentando corroborar la historia bíblica judía a través de investigaciones históricas y arqueológicas, y pese a los deseos de cuadrar el mito con la arqueología, los resultados han sido a menudo decepcionantes, como cuando el profesor Finkelstein afirmó –a partir de la evidente falta de pruebas sobre el terreno– que el episodio del Éxodo hebreo nunca había existido… a menos que en el futuro aparezcan restos que contradigan esta aseveración.

En todo caso, me ha sorprendido que el asunto del Arca se haya visto envuelto en un halo conspirativo en que está involucrada hasta la CIA. Según el investigador Brad Steiger, un explorador llamado Charles P. Aaron pidió ayuda a la CIA en 1992, solicitando unas imágenes de alta tecnología que permitían reconocer objetos bajo gruesas capas de hielo. Para conseguir su propósito, Aaron venía avalado por la Tsirah Corporation[2], así como por James Irwin y varios congresistas y senadores estadounidenses. La CIA le respondió a inicios de 1993 sólo para alegar que las imágenes tomadas en la zona del Ararat no habían revelado la presencia de nada en particular. No obstante, los conspiranoicos interpretaron que la CIA sí había detectado algo y tras un cierto revuelo, un responsable del departamento científico de la CIA admitió finalmente en febrero de 1994 que se había identificado algo bajo el hielo y la nieve, pero que no podía tratarse del Arca de Noé, y que de hecho no había ninguna intención de realizar investigaciones adicionales. Para los más suspicaces, sin embargo, dicha declaración daba a entender que anteriormente la CIA sí había llevado a cabo investigaciones en la zona, supuestamente con la mayor discreción. De aquí se pasó a especular con que la CIA había estado en la región y había hallado el Arca, e incluso que había sido capaz de llevársela del monte Ararat, trasladando los restos a una base militar norteamericana. (¡Cómo nos recuerda esto a Indiana Jones!)

Reconstrucción moderna del Arca
Aparte, quien esto escribe también leyó en su día una teoría que afirmaba que un equipo especial estadounidense había aterrizado en la montaña y en un tiempo récord había extraído de allí todos los objetos o restos que podían ser considerados de máximo interés por razones indefinidas. Sea como fuere, planea la sombra de que el gobierno de EE UU mantiene en su poder material y documentación clasificada sobre el Arca que no tiene intención de poner a disposición de público, al menos de momento. Nuevamente, todo resulta muy turbio y sugerente, digno de una película de intriga o de aventuras, pero difícilmente algo parecido a arqueología seria. Eso sí, con todo este circo de sensacionalismo y ocultación, la arqueología académica se ha desentendido del tema o se ha dedicado a negar y ridiculizar a los investigadores alternativos.

En definitiva, deberíamos aplicar aquí el clásico refrán de mucho ruido y pocas nueces, porque realmente las pruebas aportadas son muy pobres y no disponemos de nada realmente sólido. Es bien posible que los restos apreciables en Durupinar sean en efecto sólo una formación natural, pero sobre lo que hay –o deja de haber– en lo alto de la montaña, bajo la nieve y el hielo, todavía estamos in albis, pues faltan imágenes o restos reconocibles que permitan ir más allá de las simples conjeturas. Por desgracia, parece que en los tiempos modernos se ha perpetuado la leyenda del Arca en el Ararat, con muchas historias oscuras o sensacionalistas. Si en verdad la expedición rusa descubrió y exploró a fondo el Arca en 1916, resulta bastante frustrante –o más bien sospechoso– que se perdiera toda la documentación. En realidad, estamos en una situación muy similar a lo que ocurre con el arca de la Alianza, en que hay muchas teorías y rumores, pero muy pocas certezas, por no decir ninguna.

La estructura de Durupinar que ha dado tanto que hablar sobre su posible asignación a los restos del Arca

Personalmente, creo posible que el Diluvio tuviera lugar (en las fechas dadas por Hancock y otros), pero que se hubiera construido una gran arca para que unos pocos se salvasen del desastre ya lo veo como mucho más especulativo y desde luego propio de una civilización avanzada, no de primitivas comunidades paleolíticas. Así pues, con respecto a este tema opino que apenas hemos salido del mito, pero al mismo tiempo reconozco que es asombroso que exista una mitología muy similar en varias partes del mundo. En todo caso, admito que es bien posible que el cataclismo de hace más de 12.000 años fuera tan descomunal como para devastar el planeta y privarlo de muchísimas especies animales, dejando a la población humana reducida a mínimos. Puestos a lanzar conjeturas, tal vez la historia del Arca fuese una respuesta común de muchos pueblos para explicar una tremenda catástrofe natural que –en una era no-científica– escapaba a su comprensión, por lo cual la atribuyeron a la ira de los dioses. Entretanto, veremos si en lo alto del monte Ararat acaba por aparecer algo digno de crédito.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Estas medidas pueden variar según cómo se valore la magnitud del codo en el texto original hebreo, pues no hay unanimidad en la asignación de un valor fijo (al haber varios “codos” en el Mundo Antiguo).
[2] Una compañía norteamericana del sector aeronáutico.

4 comentarios:

CobaltUDK dijo...

Otro tema interesante, Xavier.

Pero ya que la versión de la Biblia proviene de la sumeria, y no conocemos de otra más antigua (pese a que la leyenda es común en muchas civilizaciones), habría que buscarla en el monte Nisir en el Kurdistán iraquí (visto en Wikipedia), que es el que se menciona en la versión sumeria, en lugar del monte Ararat en Turquía de la versión bíblica. Todos esos hallazgos en Ararat de maderas fosilizadas, etc. no corresponderían al arca, si es que realmente hubo algún arca.

También es interesante lo del Kurdistán, recuerdo la entrada de los hombres-pájaro.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Cobalt

De hecho, aunque no lo he mencionado, el monte Nisir es la referencia original sumeria, pero no sé si pudo haber alguna confusión ya en el pasado o en tiempos modernos. En todo caso, todos los esfuerzos se han concentrado en el Ararat, pero ya ves que todo lo que ha aparecido por allí es muy confuso. Por otro lado, también existe la posibiidad, como defiende mi amigo Guillermo Caba, que la historia del Arca sea totalmente metafórica, así como el propio Diluvio, pero no soy capaz de evaluar dicha teoría.

Saludos,
X.

José Luis Calvo Zabalza dijo...

Hola buenas.
Gracias por el articulo, lo de las arcas "perdidas" es un tema muy manido y utilizado tanto por la arqueología "alternativa" o algunos elementos del "oficialismo" académico, a favor o en su contra (como el Filólogo Irving Finkel que la supuesta arca tendria forma circular como una especie de Kuphar mesopotámico, usado por los pescadores hoy en día, pero más grande, aunque el se muestra esceptico de la existencia de la misma) sin aportar nada tangible, y mucha leyenda "urbana" referente a conspiraciones.
Estoy de acuerdo con el articulo que tal vez sea la interpretación de un cataclismo a nivel global que afecto a diversas poblaciones que habitaban en diversas partes el mundo, y que fue transmitido durante generaciones ayudando a gestar su propios mitos respecto a sus culturas.
Un saludo y gracias.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias José Luis

Sí, también había oído algo de esa teoría, pero es tan inconsistente como el resto. Insisto en que, a menos en que parezcan pruebas fehacientes, estamos aún en el campo de los rumores y la leyendas. En todo caso, el Diluvio me parece bastante probable como hecho real (y global) si juntamos la mitología con los datos geológicos.

Saludos,
X.