sábado, 9 de noviembre de 2019

¿Guerras atómicas en la Antigüedad?

Cuando hace años me adentré en el ámbito de la arqueología alternativa me sorprendió mucho un tema específico que en principio podría parecer del todo fantástico: la posibilidad de que se hubieran producido guerras atómicas en tiempos muy remotos, por no decir míticos. La verdad es que, en comparación con otras osadas teorías alternativas, este asunto da la impresión de estar completamente fuera de lugar, a menos que diésemos un revolcón radical a la historia de la Humanidad. 

Así, está claro que desde una postura convencional académica no cabe hablar de armamento ni de tecnología nuclear en el Mundo Antiguo o la Prehistoria, pues los estudios históricos y arqueológicos han dejado muy claro que hace miles de años la tecnología más avanzada era la metalurgia y que cualquier mención a tecnologías modernas nos lleva a un callejón sin salida o a un total disparate. No obstante, ya sabemos que en la historia alternativa hay visiones muy audaces que ponen de por medio a civilizaciones desaparecidas o a extraterrestres… En fin, vamos a ver ahora de dónde han surgido estas propuestas y qué credibilidad nos podrían merecer.

En primer lugar, hay que hacer notar que no existe una única fuente para esta teoría, sino tres: 1) los relatos mitológicos de varios pueblos antiguos; 2) las pruebas o muestras de tipo geológico; y 3) ciertos restos arqueológicos, sobre todo arquitectónicos. Posiblemente tomando cada una de estas fuentes por separado no tendríamos más que piezas sueltas e inconexas, con explicaciones más o menos plausibles. Sin embargo, para los autores alternativos, la combinación de estos tres elementos ofrece un fundamento más que sólido para formular seriamente la hipótesis de guerras atómicas muy antiguas, pues consideran que, si bien ellos no pueden aportar pruebas fehacientes y definitivas, tampoco el estamento académico ha podido ofrecer soluciones satisfactorias a ciertas anomalías o hechos que se han pasado por alto.

Recreación artística del Mahabharata
Si empezamos por el tema mitológico, sabemos que algunas culturas antiguas conservaron leyendas o historias de grandes devastaciones causadas por los “dioses”. No obstante, hay dos ejemplos bastante significativos que han sido sacados a colación en repetidas ocasiones. Primero podemos citar el conocido Mahabharata hindú, un compendio de 18 libros o parvasescritos en el primer milenio antes de Cristo, pero que se refieren a tiempos muy anteriores. Estos textos contienen narraciones de terribles confrontaciones entre dos clanes, los Pandavas y los Kauravas, en las cuales no faltan las referencias a máquinas voladoras (llamadas vimanas) y a varios tipos de armamento destructivo de increíble potencia. Así pues, algunos autores se han fijado en ciertos pasajes que parecen extrañamente modernos:
“(Fue) un solo proyectil, cargado con todo el poder del Universo. Se alzó en todo su esplendor una columna incandescente de humo y llamas, tan brillante como los mil soles [...] era un arma desconocida, un rayo de hierro, un enorme mensajero de la muerte que redujo a cenizas toda la raza de los Vrishnis y los Andhakas [...] Los cuerpos estaban tan quemados que eran irreconocibles. El pelo y las uñas se desprendieron, la cerámica se rompió sin causa aparente y los pájaros se volvieron blancos... después de unas horas todos los alimentos estaban infectados...”
Por otra parte, tenemos el relato bíblico de las destrucciones de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Recordemos que Yahveh estaba dispuesto a castigar a los impíos habitantes de estas ciudades mediante un exterminio total. Eso sí, decidió al menos salvar a un hombre justo, Lot, junto con su familia. Tras advertirlo previamente, envió a sus emisarios para sacar a sus protegidos lejos de la ciudad, en dirección a las montañas, con instrucciones claras de no volver la vista atrás cuando se desatase su ira sobre los malvados. La familia de Lot actuó en consecuencia excepto su esposa, que –al girar su rostro hacia la ciudad– quedó convertida en estatua de sal.

Paisaje aéreo de la región del Mar Muerto (Israel)
Tomando como base esta historia, el famoso investigador judío Zecharia Sitchin sacó sus propias conclusiones a partir de la mezcla del relato bíblico y la mitología sumeria, en el marco de sus inevitables dioses Anunnaki. Así, Sitchin presentó una elaborada teoría de guerras entre facciones divinas en la Antigüedad, que habrían comportado ataques atómicos. En su opinión, el episodio de la destrucción de Sodoma y Gomorra fue real y tuvo lugar en unos asentamientos situados al sur del Mar Muerto, e incluso se atrevió a fijar una cronología para tal hecho: el 2024 a. C. Por supuesto, la destrucción de las ciudades habría sido el resultado de la explosión de un ingenio nuclear –lanzado por los dioses– que habría arrasado por completo cualquier rastro de vida. En cuanto a la muerte de la mujer de Lot, Sitchin creía que la historia bíblica fue tergiversada o, mejor dicho, mal traducida. De este modo, consideraba que se vertió mal al hebreo un término de origen sumerio. Para él, la palabra sumeria nimur se refería tanto a “sal” como a “vapor”; así, la traducción correcta indicaría que la mujer de Lot se convirtió en realidad en un pilar de vapor, y no de sal, lo que vendría a decir que se habría vaporizado por efecto de la explosión[1]. Dejémoslo ahí…

El caso es que, más allá del mito, algunos autores alternativos han tratado de buscar pruebas físicas que sustenten la tesis de las guerras atómicas antiguas. Como ya citamos, existiría un cierto rastro geológico que podría apuntar a explosiones nucleares hace miles de años. Siguiendo a Sitchin, éste reforzaba su teoría citando el hecho de que aún en la actualidad los manantiales próximos al Mar Muerto estaban afectados por la radiactividad. Aparte, Sitchin añadió más argumentos físicos a una tremenda guerra nuclear en Oriente Medio que culminó –a su juicio– con la desaparición súbita de la civilización sumeria. Así, puso como prueba geológica una especie de enorme cicatriz en la Península del Sinaí observable desde gran altura, y que de hecho ha sido fotografiada por satélites. En su opinión, esa gran mancha negra que se puede apreciar rodeada de terrenos blanquecinos sería la “prueba del delito” de una potente devastación nuclear. Y, en efecto, el suelo de la llanura del Sinaí aparece lleno de rocas ennegrecidas, sin que exista a día de hoy una explicación científica sólida sobre la formación natural de tales rocas en su contexto geológico[2]

Tectita esferoide
Otros autores, como Brad Steiger o David H. Childress, han centrado su atención en determinadas huellas sobre el terreno que podrían tener similitudes con las dejadas por las diversas explosiones nucleares del siglo XX. Así pues, Steiger, autor del audaz libro Worlds before our own (1978), tomó como referencia la capa de vidrio verde fundido que dejó sobre el terreno la primera prueba atómica y relacionó dichos restos con similares materiales hallados en diversas regiones del planeta. Las explosiones atómicas, en efecto, habían provocado un efecto de fusión del silicio de la arena, creando así una capa de pequeñas esférulas vitrificadas denominadas tectitas. Para los geólogos, empero, la presencia de estas tectitas en zonas “no nucleares” se debería al choque de meteoritos sobre la superficie terrestre, dada la enorme cantidad de energía y calor acumulada en el impacto. Steiger consideraba que esto pudo ser cierto en algunos casos, pero no en otros donde no hay ningún rastro de impactos de meteoritos. Según sus investigaciones, hay extensas zonas desérticas en varias partes del mundo que presentan esta anómala capa de tectitas, como por ejemplo el desierto del Sahara, el desierto de Gobi, el desierto de Mojave, etc.

David H. Childress ha seguido la teoría de Steiger sobre las tectitas y ha destacado la gran pureza en sílice (de hasta un 98%) de un vidrio verde amarillento procedente del desierto libio –llamado técnicamente LDG o Libyan Desert Glass– y que ya fue utilizado por los antiguos egipcios para elaborar joyas. Según los datos del científico John O’Keefe, citado por Childress, el origen de este vidrio tan puro difícilmente se encontraría en meteoritos procedentes de la Luna, sino más bien en la propia Tierra[3]. Por otro lado, Childress ha recuperado las alusiones mitológicas del Mahabharata y ha sacado a la palestra el tema del gran cráter de Lonar, en la India. Se trata de un cráter casi circular de más 2 km. de diámetro, cuya antigüedad se remonta a por lo menos 50.000 años. En este cráter relativamente reciente no se han encontrado restos de partículas de meteoritos, pero sí indicios de un gran impacto y de un enorme calor en forma de esférulas de vidrio de basalto, lo cual dejaría una puerta abierta a todo tipo de especulaciones sobre su origen. En opinión del autor, retomando la hipótesis del consultor de la NASA Pat Frank, los cráteres sin aparente rastro cósmico podrían ser cicatrices de antiguas explosiones nucleares.

Panorámica del cráter Lonar en la India

Y sin movernos de la India, el fallecido investigador belga Philip Coppens mencionó en un artículo de su página web que –según diversas fuentes– en el Rajasthan se habría encontrado un estrato de ceniza radiactiva que cubría un área de cerca de 5 km.2, al oeste de la población de Jodhpur. Dicha radiactividad parecía repercutir en una alta tasa de defectos de nacimientos y de cáncer entre la población, lo que provocó que el gobierno acordonara la zona. Posteriormente, se descubrieron allí los restos de una ciudad enterrada, con hipotéticas pruebas de una explosión nuclear que habría tenido lugar en época prehistórica. Sin embargo, Coppens fue cauteloso a la hora de dar credibilidad a esta historia, y de hecho comprobó que muchos datos carecían de fuente fidedigna. Además, en las mismas regiones donde se localizaba la supuesta evidencia nuclear del pasado se podían observar las trazas de la negligencia moderna, esto es, contaminación producida por una seguridad defectuosa en una central nuclear. Coppens acababa por sugerir que tal vez el tema de una presunta radiactividad antigua podría ser una especie de cortina de humo para tapar problemas recientes.

Finalmente, nos queda por revisar el tercer pilar de la teoría atómica antigua, que no es otro que la propia arqueología. Según el ya citado Brad Steiger, aparte de las tectitas, resulta muy intrigante la presencia de antiguos fuertes en diversas partes del mundo (Islas Británicas, Oriente Medio, la India, Norteamérica, Sudamérica…) cuyos muros de piedra están vitrificados total o parcialmente, cosa que podría indicar que estuvieron sometidos a altísimas temperaturas. Incluso en el conocido yacimiento neolítico de Çatal Huyuk (Turquía) se habían hallado ladrillos de arcilla fundidos ante la supuesta exposición a una enorme fuente de calor. David H. Childress recogía aquí también el guante, pero no creía que tal efecto de vitrificación se debiera a explosiones nucleares de origen alienígena, sino al resultado de ataques con armas muy avanzadas de naturaleza química –de tipo “cañones de plasma”– empleadas por civilizaciones humanas desaparecidas como la Atlántida. Bueno, por especular que no quede…

Aparte de esto, Childress –al igual que Sitchin– creía que las aniquilaciones de Sodoma y Gomorra fueron de naturaleza atómica y no geológica, pues las exploraciones geológicas modernas no apoyan una destrucción por vulcanismo o actividad sísmica hace unos miles de años, ni tampoco en la zona donde supuestamente se ubicaban ambas ciudades, lo cual deja anulado el contexto geográfico y temporal bíblico. Frente a esto, Childress ponía como prueba algunas exploraciones subacuáticas del Mar Muerto, que indicarían la posibilidad de que los restos de las dos ciudades estuviesen en el fondo de dicho mar, cubiertos bajo una gruesa capa de sal. De hecho, tomando como guía las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, se pudo detectar allí la presencia de ciertas sustancias salinas derivadas de cambios químicos tras el impacto atómico. Childress citaba al experto L. M. Lewis para afirmar que la gran cantidad de sal del lugar, de haber sido sal común, debería haber sido eliminada por las lluvias a lo largo de los siglos, pero que no era el caso. Ello empujaba a pensar que más bien la sal, acumulada en formaciones a modo de pilares, habría sido un subproducto de una explosión atómica en tiempos remotos. Y aquí volveríamos a la historia de la mujer de Lot, convertida en un “pilar de sal”...

Ruinas de Mohenjo-Daro (Pakistán)
Ahora bien, uno de los casos más citados y discutidos –y a la vez el más confuso– en la cuestión de las guerras atómicas del pasado es, sin duda, el yacimiento pakistaní de Mohenjo-Daro, que literalmente significa “montículo de la muerte”. Se trata de una avanzada ciudad de la civilización del Valle del Indo –que floreció aproximadamente entre el 2500 y el 1500 a. C.– y que fue descubierta en el siglo XIX, aunque no se empezó a excavar hasta 1922, a cargo del arqueólogo británico John Marshall. En su época de esplendor se calcula que tuvo más de 30.000 habitantes, con notables construcciones de diverso tipo. Estaba rodeada de una muralla de ladrillo y se dividía en dos zonas: una ciudadela superior y una ciudad baja. Sobre los motivos de su destrucción y abandono, que ocurrió hacia el 1700 a. C., no hay una teoría predominante. Se habla de sequías, terremotos, inundaciones, e incluso de ataques por parte de otras culturas, pero no existe una completa certeza al respecto. Una de las hipótesis más aceptadas es que el cambio del curso del río Indo propició el abandono de la ciudad.

El caso es que un investigador independiente inglés llamado David W. Davenport se interesó por este yacimiento y realizó allí una serie de estudios sobre el terreno durante doce años. Pues bien, según Davenport, la destrucción de la ciudad tuvo lugar hacia el 2000 a. C. y se debió a una súbita explosión atómica. Sus conclusiones se basaron en la identificación de un cierto epicentro de la explosión; en esa zona, de unos 45 metros de diámetro, todos los materiales estaban cristalizados, fundidos o derretidos, y las piedras ennegrecidas. Al alejarse progresivamente de dicho epicentro se apreciaba que los ladrillos estaban fundidos por un lado a causa de la supuesta onda expansiva. Además, a petición de David Davenport, unos investigadores italianos del CNR (Consiglio Nazionale delle Ricerche) confirmaron que una destrucción tan descomunal sólo se explicaría por una exposición a temperaturas del orden de los 1.500º C. A ese dato se debía añadir un estudio de unos científicos rusos según el cual el nivel de radiactividad de los escasos esqueletos hallados en la zona sería de hasta 50 veces superior al normal.

El libro de Davenport y Vincenti
Para explicar este episodio, Davenport echó mano de la mitología védica que ya hemos citado e incluso de los extraterrestres, mezclando arios, mongoles y alienígenas en una guerra sin cuartel que dio como resultado la ruina completa de la ciudad tras un desastre nuclear. Así, Davenport publicó en 1979 un libro junto con el periodista italiano Ettore Vincenti (2000 a.C.: Distruzione atomica, en italiano) en que exponía esta teoría, pero esta obra no tuvo ninguna repercusión en la esfera científica, lo que no es de extrañar, al estar enfocada desde la teoría de los antiguos astronautas. De hecho, los habituales escépticos más activos de Internet, como Jason Colavito, consideran que esta investigación es pura pseudociencia.

Dicho todo esto, y dejando a un lado la interpretación altamente herética del investigador inglés, lo cierto es que –al documentar mi libro La historia imperfecta– estuve cierto tiempo buscando información adicional para poder contrastar los datos aportados y prácticamente no encontré nada sobre Davenport que no fueran unas mismas y escasas fuentes en Internet, sin otras referencias externas o confirmaciones de otro tipo. Así pues, hasta qué punto estas observaciones tienen validez o pueden leerse de otra manera, soy incapaz de valorarlo. Todo resulta demasiado opaco y confuso como para poder abordarlo con rigor. Por lo demás, parece que algunas personas que han tratado de validar la historia de Davenport no han llegado a ninguna parte o la han desmentido. Entre éstas, cabe citar al periodista italiano Enrico Baccarini que en 2013 se desplazó a Mohenjo-Daro y se encontró con graves lagunas e incoherencias en el relato del investigador inglés. Además, tampoco pudo corroborar los datos de radioactividad alegados tras haber encargado analizar unas muestras extraídas del yacimiento.[4]

Para cerrar este tema, quisiera aportar unas breves reflexiones. En primer lugar, es evidente que la mitología puede ser muy sugerente, incluso desconcertante, pero difícilmente puede aportarse como prueba a no ser que aparezcan datos históricos o arqueológicos fiables que apoyen de algún modo la literalidad de los relatos legendarios. Como casi siempre, detrás del mito suele haber un atisbo de realidad, pero en este caso se nos hace muy difícil convertirlo en “historia real”. Ciertamente es posible que hubieran existido grandes destrucciones en el Mundo Antiguo, pero muy posiblemente se debieron a factores naturales (terremotos, vulcanismo, inundaciones, impactos de meteoritos, catástrofes cósmicas, etc.) o a factores humanos (incendios o efectos de las guerras). Ello no obsta que los antiguos pudieran disponer de avanzadas tecnologías que hoy nos son desconocidas, como ya he apuntado a menudo en este blog, pero la tesis atómica me parece bastante floja en comparación con otros saberes o tecnologías perdidas.

En segundo lugar, el hecho de situar los supuestos conflictos atómicos en la Historia Antigua resulta muy forzado, pues tenemos un contexto histórico y arqueológico que no permite sospechar que en esa época existiera un mundo paralelo altamente tecnificado (a menos que estuviera muy oculto o que no perteneciera a este planeta). Así, si tuviera que hacer un esfuerzo especulativo por creer en guerras atómicas pasadas, no las situaría tan cerca en el tiempo, sino más bien hace cientos de miles o millones de años, en un contexto de humanidades anteriores a la nuestra. Por tanto, aplicando la navaja de Occam, hemos de tender a la explicación más simple para justificar las destrucciones de ciudades en la Antigüedad y no caer en la tentación de buscar lo más fantástico o sensacionalista. Si sabemos que en esas épocas los armamentos se reducían a espadas, lanzas, flechas, carros, caballos, elefantes, etc. sacar al primer plano destrucciones causadas por ingenios nucleares supone lanzar un órdago digno de la teoría de los antiguos astronautas más radical. Pero ya sabemos que especular es muy fácil; probar sólidamente es bastante más difícil.

Muestra de LDG (Libyan Desert Glass)
Finalmente, no soy un experto en cuestiones geológicas, pero creo que es aquí donde los defensores de las guerras nucleares antiguas podrían tener algún espacio por explorar. El tema de las tectitas –así como el de ciertos paisajes desolados– llama mucho la atención, pero se deberían hacer más esfuerzos para determinar su origen exacto y su cronología aproximada, a fin de establecer qué factores naturales están detrás de este fenómeno, sobre todo si se llegase a descartar el tema de los meteoritos. Y si, por el momento, las explicaciones “naturales” no resultan satisfactorias, se deben seguir buscando pistas y planteando hipótesis, como aún se hace a día de hoy para desentrañar lo que ocurrió exactamente en el evento de Tunguska hace poco más de un siglo.

Concluyendo, la historia alternativa está bajo el constante escrutinio de escépticos y académicos y cualquier salida de tono es aprovechada para desacreditar todas las investigaciones heterodoxas que retan al paradigma. En este sentido, considero que el asunto de guerras atómicas en un pasado remoto tiene todavía mucho camino por recorrer para ser creíble. Lanzarse a la piscina, falsear datos, apostar por el sensacionalismo o elucubrar con extraterrestres no ayuda precisamente a despejar incógnitas sino a desprestigiar cualquier intento de abordar seriamente este insólito tema. Ya saben los lectores que tengo la mente abierta a todas las posibilidades y teorías, pero hay que ser muy cautos en aquellas cuestiones que más frontalmente chocan con el paradigma, porque los académicos suelen aplicar aquella máxima tramposa de que “las afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias”.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Para ser justo cabe decir que la hipótesis de una intervención (atómica) de los alienígenas en Sodoma y Gomorra ya había sido planteada por el científico ruso Matest Agrest en los años 50 y que luego fue retomada por otras figuras del realismo fantástico, como Pauwels y Bergier, Charroux, o el mismísimo Erich Von Däniken.
[2] A todo esto, Sitchin se remitía unos antiguos textos sumerios llamados Lamentaciones, que citaban “vientos malignos, calor sofocante, dificultades para respirar, bocas llenas de sangre...”, como efectos evidentes de las explosiones atómicas entre la población.
[3] Según los datos que he consultado, la opinión académica es que el LDG procede seguramente del impacto de un meteorito, pero no se ha podido localizar ningún cráter de tamaño apreciable en la zona entre Libia y Egipto.
[4] Fuente de la información: https://codigooculto.com/2019/10/mohenjo-daro-y-harappa-evidencias-de-una-guerra-atomica-en-la-antiguedad/

6 comentarios:

Alarico dijo...

Si acepto como posible tal suceso,entonces he de plantearme lo siguiente,si alguien,sea quien sea,tiene el conocimiento de la fabricacion y uso de armas nucleares,es de suponer un conocimiento previo de armas altamente letales,capaces de aniquilar poblaciones y lugares enteros,sin necesidad del uso atomico y suponiendo que las ciudades de hace miles de años,no tienen nada que ver,con la New York actual,o Tokio,o Londres,o Paris etc,entonces el motivo de usar armas nucleares para destruir a 30,40,o 50 mil almas,queda bastante en entredicho por no decir ridiculo.
Por otro lado,es cierto que las vitrificaciones y la contaminacion radiactiva,aparecen sospechosamente en muchos lugares del planeta y eso nos plantea dudas y desconocimiento,pero si las consideramos evidencias,entonces son ¿evidencias de que..?,o nos equivocamos por completo a la hora de investigar anomalias,o el pasado remoto de la Tierra y del ser Humano,escapa totalmente a nuestro conocimiento y a nuestra comprension,o bien habra que tener encuenta a la Teologia en el campo de la investigacion.
Creo que no hay mas alternativas que puedan explicar el asunto y si las hay por fuerza tienen que ser mas fantasticas e increibles,que el hecho en si que se propone.
Gracias por su trabajo.Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado Alarico

Gracias por el comentario. Coincido en ese análisis e insisto en que los datos aportados hasta la fecha carecen de solidez en conjunto, aparte de todo aquello que podemos considerar como "anomalía". Como decía hacia el final, la navaja de Occam me impulsa a buscar respuestas más cercanas y menos fantásticas. Y ya se sabe que en cuanto uno pone a los alienígenas en juego, casi cualquier cosa es posible...

Saludos,
X.

CobaltUDK dijo...

Yo también aplicaría la navaja de Ockham y apostaría por impactos de meteoritos.

De ser armas nucleares me cuadraría más, como bien dices en el artículo, una civilización antiquísima que no una reciente de menos de 10.000 años.

Si fuese reciente, además de los restos de las supuestas explosiones, los residuos de su actividad nuclear (producción de energía) aún estarían por ahí, el periodo de semidesintegración del plutonio es de unos 20.000 años. Tanto una como otra posibilidades temporales son difíciles de creer. Pero bueno, quién sabe.

Es decir, toda la basura nuclear que estamos generando nosotros, contará nuestra "historia" a los que vengan dentro de 20.000 años o más.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Cobalt

Pues sí, coincidimos en la apreciación. Realmente es una teoría muy atrevida para las supuestas pruebas que hay sobre el terreno, pero de todos modos se deben despejar las incógnitas que aún quedan pendientes.

Saludos,
X.

José Luis Calvo Zabalza dijo...

Hola buenas.
Coincido con el articulo, que la "especulación" sobre supuestas guerras atomicas hace pocos miles de años entre dos bandos, bien sean alienigenas o habitantes de una hipotetica "civilización avanzada" ubicada en algun lugar no determinado del globo terrestre(la hipotesis de la supuestas guerras atomicas en los "dioses"fue planteada originalmente por autores y seguidores de la teosofia de Blavasky, posteriormente se subieron al carro autores de los "ancient aliens" como zecharia sitchin o Erich von Däniken)es muy endeble; ni si quiera hay algun indicio pueda indicar algo. Aquí la geologia desmonta de manera convincente dicha suposición(esto no quiere decir que halla ciertas "anomalías" geologicas que se tengan que investigar). Por cierto se ha reconocido recientemente de manera "oficial" la hipótesis (ya es un hecho contrastado) del cometa Clovis.
Un saludo y gracias.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias José Luis

No tengo más que añadir; es evidente que en este asunto se ha tirado mucho de fantasía y especulación y muy poco de pruebas sólidas. Por otro lado, es cierto que cada vez hay más información qu avala el tremendo impacto del cometa Clovis hace unos 12.000 años, que asoló regiones enteras y cambió el clima del planeta, lo que muestra el poder de los eventos cósmicos (frente a otras hipótesis más volátiles).

Saludos,
X.