domingo, 22 de mayo de 2016

La arqueología como espectáculo


Como es ya sobradamente sabido, la arqueología académica suele acusar a los investigadores alternativos de pervertir la arqueología y la historia con todo tipo de propuestas “atrevidas” y contenidos pseudocientíficos, con el inconfesado objetivo de crear expectación y hacer negocio mediante la venta de libros o la realización de documentales. En definitiva, los estamentos oficiales consideran que esa arqueología alternativa no se atiene a criterios de rigor y objetividad y que lo único que pretende es proporcionar un mero espectáculo o entretenimiento de cultura popular.

Sin embargo, si observamos imparcialmente cómo “se vende” muchas veces la arqueología científica a la sociedad, veremos que el factor espectáculo está bien presente en la difusión de numerosos hallazgos o investigaciones, y muy especialmente cuando se trata de grandes civilizaciones antiguas. Así, no es raro encontrar muchos productos culturales de elaborada factura que exponen un contenido más o menos realzado, pues de otro modo la arqueología real podría resultar quizás demasiado aburrida e ininteligible para el ciudadano medio. Del mismo modo, muchos medios de comunicación que transmiten información sobre arqueología han de recurrir a un planteamiento de grandes titulares y noticias impactantes, añadiendo toda clase de ingredientes estimulantes para despertar el interés del público. Y aun así, no nos engañemos, en la mayoría de casos son informaciones muy secundarias que no ocupan espacios preferentes ni tienen gran extensión.

Trabajo de campo no muy espectacular
Y, en efecto, hay que reconocer que la práctica arqueológica en general no es, ni de lejos, como en las películas del famoso Indiana Jones. Un servidor de ustedes participó en su día en varias excavaciones arqueológicas –básicamente de poblados ibéricos[1] y villas romanas– y ya les puedo adelantar que no había ostentosas estructuras, ni tesoros, ni piezas excepcionales, ni procelosas trampas, ni tumbas secretas ni otros tópicos al uso. La práctica arqueológica sobre el terreno suele ser una tarea polvorienta, dura y metódica, realizada principalmente a base de pico y pala, sacando tierra y cribándola para localizar pequeños objetos. Y luego está el apasionante trabajo de registro de los restos, dibujo de estructuras y artefactos, limpieza, marcado y restauración de objetos, etc. Y en cuanto a los hallazgos, lo que vi más habitualmente fue un montón de fragmentos de cerámica, huesos, unos pocos utensilios metálicos y muy excepcionalmente alguna moneda o artefacto destacable. Reconozco, en fin, que tales yacimientos estaban a menudo bastante deteriorados y tampoco presentaban muestras de una gran riqueza o esplendor, pero incluso en otros lugares más “llamativos” como yacimientos egipcios, mayas, mesopotámicos o chinos, la mayoría del trabajo arqueológico no constituye ningún espectáculo, porque no suelen aparecer cosas muy impactantes o novedosas, sino restos comunes que complementan un saber ya establecido y acumulado después de 200 años de ciencia arqueológica.

Lo que sí es cierto es que en los inicios de la arqueología se creó un aura de romanticismo y fascinación ante el descubrimiento de unos restos más o menos imponentes de unas culturas y civilizaciones que eran prácticamente desconocidas para las sociedades occidentales y que empezaban a ser recuperadas del olvido milenario a golpe de pico y –a veces– de explosivos. A este respecto, permítanme la inmodestia de que me cite a mí mismo:

“A lo largo del siglo XIX fue apareciendo una raza de arqueólogos, medio eruditos medio aventureros, que buscaron estos mundos del pasado con una innegable inclinación por la ruinas monumentales. En sus expediciones existía un fuerte componente romántico que empujaba a los arqueólogos entre el fetichismo por el objeto y el rescate de una historia perdida. [...] Es la época de Mariette, de Schliemann, de Petrie, de Evans y tantos otros. Son en parte herederos de Lord Elgin, el expoliador de la Acrópolis de Atenas en 1812, y en parte herederos de la tradición científica que inició la Description de l’Egypte. [...] Ciertamente, y a pesar de las corrientes racionalistas y positivistas del siglo, la arqueología continuó siendo considerada la ciencia romántica por excelencia hasta bien entrado el siglo XX.”[2]


Howard Carter examinando el sarcófago del faraón
De este modo, se consolidó el clásico estereotipo de la actividad arqueológica, repleta de palacios, tesoros, poderosos reyes, extrañas inscripciones, tumbas selladas, momias, maldiciones, etc. que llenó la imaginación del público y que tuvo su culminación con el hallazgo de la tumba de Tutankhamon en 1922 a cargo de Howard Carter. La espectacularidad de esta tumba real –la única prácticamente intacta excavada hasta la fecha– provocó ríos de tinta en la prensa mundial, que se vieron aumentados ante la sucesiva muerte de muchos protagonistas de la investigación, lo que hizo aflorar historias de antiguas maldiciones faraónicas, hecho que lógicamente atrajo todavía más la atención de los lectores[3]. Obviamente, la arqueología siguió su curso y se fueron acumulando nuevos conocimientos y resultados, pero para la mayoría de las personas lo que quedó grabado en el subconsciente fue la imagen de una arqueología fantástica y espectacular, que fue reforzada apenas hace unas pocas décadas por la saga cinematográfica de Indiana Jones, que volvió a incidir en los mismos y viejos tópicos de aventura y misterio.

Y así llegamos a finales del siglo XX y principios de este XXI, una época sin descubrimientos realmente impactantes, aparte de algunos hallazgos paleontológicos sobre la evolución humana que tienden a ser muy sobredimensionados. Así pues, cualquier detalle sobresaliente en la investigación arqueológica que pueda atraer la atención del público es aprovechado para presentar un atractivo producto cultural o una noticia llamativa que combine la divulgación científica con cierto grado de entretenimiento. Lo que ya sería objeto de discusión es dilucidar si esa difusión pública no sucumbe a veces al mero espectáculo y al sensacionalismo en perjuicio del rigor científico, de una forma no muy diferente de lo que supuestamente hace la llamada arqueología alternativa. Recordemos, por ejemplo, cuando el otrora mandamás de la arqueología egipcia, Zahi Hawass, patrocinó la exclusiva de un espacio televisivo de una cadena temática para descubrir –en riguroso directo mundial– qué había detrás de las puertas halladas por Rudolf Gantembrink en los conductos de la Gran Pirámide, en los años 90 del pasado siglo[4]. ¿Qué parte había en todo ello de ciencia y qué parte de simple venta de misterio e intriga?

Z. Hawass charlando con tres famosos autores alternativos: West, Bauval y Hancock

Sin duda, estas son las noticias que movilizan masivamente a la prensa generalista y que crean una gran expectación, la cual a menudo tiene su origen en el propio ego del descubridor, pues es lógico que los arqueólogos no quieran quedarse atrás con respecto de los colegas de otras disciplinas que anuncian espectaculares adelantos en medicina, biología, física, etc. En consecuencia, se crea una dinámica de “investigación orientada a grandes resultados”, que es la que en definitiva proporciona fama, reconocimiento, recursos, subvenciones, etc., pero que también bordea peligrosamente el riesgo de la precipitación y el error. Y en este contexto, y aun aceptando que los medios no desean tergiversar o exagerar el contenido conscientemente, siempre está presente la necesidad de vender grandes (y vistosas) novedades que susciten el interés del público. De este modo, en más de una ocasión se lanzan noticias espectaculares que se sitúan en las fronteras del paradigma imperante[5], con el ánimo de romper moldes y revolucionar un poco el panorama científico.

Ahora bien, dado que los medios no suelen tener elementos de criterio para sopesar adecuadamente la validez de lo que están transmitiendo, es factible que caigan en la trampa del espectáculo y de los grandes titulares, debido a la propia dinámica de inmediatez en la que viven, y más aún teniendo en cuenta que la mesura y la contención venden más bien poco. Lo que acaba ocurriendo en bastantes ocasiones es que, pasado un cierto tiempo, las expectativas creadas se reducen considerablemente o incluso se llega a desmontar completamente la propuesta inicial, y en tales circunstancias la honestidad científica queda retratada, si bien esto ya no suele ser objeto de noticia en los medios. Dicho de otro modo, el impacto mediático queda claramente por encima del rigor teórico y metodológico o el debate científico en curso. Por poner tres ejemplos de esto ocurridos en los últimos tiempos, podríamos citar el descubrimiento de la tumba de Alejandro Magno, la localización de la mítica Atlántida y la identificación de un nuevo homínido con características plenamente humanas.

El primer caso, de apenas hace unos pocos años, se centra en el descubrimiento de una majestuosa tumba en Amfípolis, al norte de Grecia, que enseguida fue candidata a ser la tumba de Alejandro (cuyo emplazamiento exacto es objeto de polémica desde hace siglos). Acto seguido, los medios promocionaron este enclave y le concedieron la máxima atención, aun cuando no había confirmación de que realmente fuera la tumba del gran gobernante macedonio. Más recientemente se ha comprobado que, en efecto, no se trata de la tumba de Alejandro, sino muy probablemente de Hefestión, uno de sus generales e íntimo amigo[6]. Pero entretanto, la expectación y difusión han sido máximas, con el beneplácito de las autoridades griegas, e incluso se ha llegado a crear para el yacimiento una web oficial y una página de Facebook. Por cierto, en los años 90, la arqueóloga griega Liana Souvaltzi, anunció a bombo y platillo que había localizado al fin la tumba de Alejandro en el oasis de Siwa (Egipto) pero luego resultó ser un monumento de época romana...

Paisaje del Parque de Doñana (Andalucía)
El segundo caso es un documental realizado por la popular y prestigiosa National Geographic Society, en el que el arqueólogo judeo-norteamericano Richard Freund (especialista en historia judía pero no clásica) argumentaba que había encontrado claros indicios de que la Atlántida estaba situada al suroeste de la Península Ibérica, más concretamente en el Parque de Doñana. Lo que ocurre es que el documental, presentado en 2011 bajo el sugestivo título de Finding Atlantis (“Hallando la Atlántida”), estaba plagado de especulaciones, medias verdades y algunos errores históricos y metodológicos. No obstante, el contendido venía acompañado de vistosas recreaciones y mediciones sobre el terreno, todo ello con la intención de dar una pátina científica a un mero entretenimiento televisivo sustentado en la fascinación por el mito atlántico. Por otra parte, como detalle de malas prácticas, cabe reseñar que Freund había tomado casi todo el material del documental de las investigaciones previas del autor Georgeos Díaz-Montexano, el cual ni siquiera fue citado en los créditos.

El último caso es el reciente hallazgo de unos huesos de homínidos en Sudáfrica a cargo del equipo del profesor Lee Berger, que se apresuró a proclamar a los cuatro vientos que había encontrado un nuevo homínido, extremadamente antiguo (2,5-2,8 millones de años) y que parecía tener un comportamiento funerario. Este es el famoso Homo naledi, al cual dediqué ya un artículo. Lo que sucedió después del revuelo y del espectáculo mediático es que surgieron muchos expertos que dijeron que no había prueba de que se tratara de un nuevo homínido, sino que podía ser un Homo erectus o una variante de éste, y lo que es más significativo, que no había forma de datar los esqueletos hallados, lo cual hacía que la antiquísima datación aportada por Berger –elaborada a partir de meras comparaciones anatómicas– fuera poco menos que humo. De hecho, este punto no es poco importante, pues las revistas científicas normalmente descartan la publicación de un artículo de paleontología que no contenga una datación de los restos basada en sólidas pruebas.

Sin embargo, estas no serían más que meras anécdotas en comparación con otros episodios más lamentables, en los que –en aras de vender una buena historia– se traspasan ciertos límites de la práctica profesional y de las responsabilidades culturales y políticas. En este sentido, me gustaría exponer como colofón otro caso acaecido en Egipto, en el cual se pueden apreciar ciertas formas de proceder que dejan bastante que desear desde el punto de vista científico, político e incluso periodístico[7]. Así, volviendo al entorno icónico de Tutankhamon, recientemente se ha desatado una polémica en el mundo académico que parecería más propia de guionistas de ficciones de enredo.

Busto de la reina Nefertiti
La historia arrancó a mediados del pasado año 2015 cuando el arqueólogo británico Nicholas Reeves proclamó, después de haber efectuado ciertas prospecciones en la tumba de Tutankhamon, que estaba convencido de que debían existir cámaras ocultas tras las paredes ya conocidas y estudiadas hasta la saciedad desde hace casi un siglo, y que muy posiblemente la estancia mayor podría ser nada menos que la tumba de la famosísima reina Nefertiti, madrastra de Tutankhamon e inmortalizada en un no menos famoso busto expuesto en el Museo de Berlín. Además, había otro aliciente: los egiptólogos mantenían la especulación de que la misma Nefertiti habría sido antecesora en el trono del joven Tutankhamon, pues las antiguas fuentes egipcias mencionaban a un oscuro personaje llamado Neferneferuatón, que habría sido –junto a Smenkhare– el sucesor efímero de Akhenatón, pero que nunca había sido propiamente identificado[8].

Sea como fuere, al Dr. Mamdouh Eldamaty, ministro de Antigüedades egipcio, le faltó tiempo para amplificar la noticia en una rueda de prensa realizada el mes de noviembre. Allí anunció que “había un 90% de posibilidades de que realmente hubiera tal cámara escondida”, si bien no quería especular aún sobre la validez de la teoría de Reeves, no al menos hasta que hubiera una certeza del 100% y se procediera a investigar la zona en cuestión, teniendo además en cuenta que podría tratarse de otros personajes reales femeninos como Kiya o Ankhsenamon[9]. Con todo, Eldamaty, ante los medios de comunicación, no pudo eludir la épica del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, haciendo inevitables comparaciones sobre la tremenda importancia de lo que podría haber en esos espacios aún desconocidos, augurando el “descubrimiento del siglo”. Y finalmente, para avanzar en la investigación, ese mismo mes de noviembre el japonés Hirokatsu Watanabe, reconocido especialista en prospección por radar, concluyó que sus escáneres confirmaban la presencia de unas claras anomalías, lo que podría traducirse en una cámara tras las paredes pintadas de jeroglíficos.

Pero, a pesar de que se habían despertado ya unas altísimas expectativas, no todo el mundo estaba tan seguro de que excavar allí fuese lo más adecuado para la conservación de los restos... suponiendo que los hubiera. Así, se dio una cierta controversia entre la Dra. Salima Ikram (de la Universidad Americana de el Cairo) y el arqueólogo Michael Jones (del Centro de Investigación Americano en Egipto). La primera demostraba un gran entusiasmo por los posibles hallazgos y declaraba en palabras textuales: “¡Todos los egiptólogos actualmente vivos nos perdimos lo de Tutankhamon, así pues nosotros queremos nuestro propio Tutankhamon! Queremos estar ahí, experimentarlo, estamos tremendamente emocionados y esperando que [la tumba] contenga tanto como sea posible.” Por otro lado, Ikram alegaba que era preciso excavar la cámara lo antes posible en previsión de pudieran producirse expolios, lo que supondría la pérdida de unos valiosos objetos que irían a parar al mercado ilegal de antigüedades. Jones, en cambio, no tenía tan claro cómo se debía proceder en este caso y apostaba por la prudencia, dado el riesgo de deteriorar materiales orgánicos y metálicos.

Vista tridimensional de la tumba de Tutankhamon
No obstante, a inicios de este año, el espectáculo sobre la volátil tumba de Nefertiti dio un giro inesperado cuando algunos expertos denunciaron que todo el asunto no era más que un bluff sin fundamento científico y que las autoridades egipcias estaban haciendo lo imposible para tapar o negar la verdadera realidad científica de este asunto (o sea, para evitar el ridículo). La causa de este coup de théâtre fue la intervención de la National Geographic Society, que se presentó allí para realizar unas pruebas con radar de alta penetración en el terreno (GPR) de la más avanzada tecnología, posiblemente con la intención de explotar un magnífico material para un documental. Pero, una vez efectuados los nuevos escáneres, y para disgusto de muchos, los resultados fueron completamente negativos. Así, el ingeniero Eric Berkenpas tomó in situ los datos, que luego fueron analizados en EE UU por el geofísico Dean Goodman, el cual no comentó los resultados –por un acuerdo de confidencialidad con la NGS– pero sí confirmó que no se habían localizado estancias (espacios huecos) tras las paredes[10]. Además, para concluir el sainete, también surgieron opiniones críticas acerca de la intervención técnica de Watanabe, que –pese a ser un veterano investigador– mantiene una conducta científica bastante atípica, pues nunca comparte con nadie los datos básicos de sus mediciones. Por otro lado, el propio Watanabe reconoce que él ha personalizado sus equipos de tal modo que sólo él puede interpretar los resultados... algo que contradice directamente los criterios más elementales de la experimentación científica.

Y a todo esto, Eldamaty fue apartado de su cargo en marzo... con rumores de agrias disputas políticas sobre la postura del ministerio de Antigüedades en todo el embrollo. En cualquier caso, el ministerio no dio más explicaciones ni tampoco las dio N. Reeves, el investigador que había lanzado las campanas al vuelo. (Aun así, se especula con la posibilidad de que en próximas fechas el ministerio encargue la realización de nuevos escáneres para “cerrar” la controversia.)

En suma, en cuestión de pocos meses se han dado noticias altisonantes, ruedas de prensa, expectativas enormes, ansias por excavar a toda costa, ganas de colgarse una medalla científica o política... y al final, claras intenciones de echar tierra sobre el asunto. En otras palabras, un perfecto ejemplo de globo desinflado que venía de la mano del “fenómeno Tutankhamon”, que aún hoy en día sigue causando admiración.

Tsoukalos, el paladín de los aliens
Y visto lo visto, uno se podría preguntar si todos estos espectáculos montados alrededor de la arqueología convencional, con la participación –voluntaria o involuntaria– de científicos, políticos y periodistas, no son una manera de contrarrestar la creciente moda de la arqueología alternativa, tan omnipresente en Internet pero también en la televisión con documentales del tipo “Ancient Aliens” y similares en los que aparecen los máximos exponentes de la investigación alternativa pero también ocasionalmente algún arqueólogo de carrera... aunque sólo sea para refutar a los herejes.

De todos modos, según he comprobado, todavía existe un importante porcentaje de profesionales académicos a los que no les gusta este tipo de espectáculos porque creen que perjudica la imagen de la arqueología científica que se hace sobre el terreno y se enseña en la aulas. Por ese motivo más bien reniegan de las actitudes de ciertos divos de la arqueología, al estilo del defenestrado Hawass, porque a la larga acaban por crear perplejidad o desconfianza entre el público aficionado a la arqueología. Y dicho sea de paso, una notable figura alternativa de corte más bien austero y riguroso como Robert Bauval también ha renunciado a participar en según qué documentales al darse cuenta de que lo que se trataba era de montar un circo y atraer a la audiencia con propuestas delirantes sin pies ni cabeza... pero muy sugerentes.

© Xavier Bartlett 2016






[1] Pertenecientes a la Edad del Hierro en la Península ibérica, especialmente en el litoral mediterráneo y la actual Andalucía, con una cronología aproximada de entre los siglos VII a. C. y II a. C.

[2] BARTLETT, X. “L’arqueologia romàntica: ciència i fascinació”. Universitas n.º 2-3. Barcelona, 1988. (traducido del catalán)

[3] Véase mi artículo al respecto en este mismo blog.

[4] Por cierto, la exploración de las puertas con minirobots y microcámaras se transformó en un sonoro chasco, pues tras los primeros bloques había otros bloques que taponaban el conducto de idéntica forma.

[5] Téngase en cuenta, no obstante, que aquello que va más allá o contradice los postulados del paradigma no es objeto de espectáculo ni de simple noticia. Sencillamente es ignorado, ocultado o minimizado.

[6] De todos modos, los huesos hallados en la cámara sepulcral no han arrojado ninguna certeza, pues se encontraron restos óseos de una mujer madura, de dos hombres, de un bebé e incluso de animales.

[7] El lector puede hallar la información original (en inglés) en: http://www.newhistorian.com/latest-scan-tuts-tomb-totally-contradicts-previous-one/6483/

[8] Según otras fuentes consultadas, tanto Smenkhare como Neferneferuatón habrían sido en realidad corregentes del faraón al final del reinado de Akhenatón, sin que esté claro el orden en que se habría producido esa corregencia.

[9] Madre y hermanastra, respectivamente, del joven faraón.


[10] Lawrence Conyers, profesor de Antropología de la Universidad de Denver y reputado especialista en el uso de esta moderna técnica de radar, sustentó la validez, correcta metodología y exhaustividad de las pruebas realizadas y corroboró que no había ninguna indicación de un espacio vacío tras las paredes.

2 comentarios:

Piedra dijo...

Solo leer el título he pensado en Indiana Jones de las narices, que he comprobado que también mencionas, creo que es la forma más gráfica de expresar la conversión de la arqueología es puro espectáculo.
Pero lo que habría que reflexionar más detenidamente es el el porqué de este interés.
¿De que modo van a explotar en el futuro (siempre se hace a largo plazo), esta falsa gloria prestada?

Saludos.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado Piedra,

Creo que existe un claro interés en la venta al público de la ciencia oficial por todos los medios, y ya te digo yo que la arqueología real cuesta mucho de vender si no se adereza apropiadamente. Las películas del famoso Indiana coincidieron con mi época de carrera y recuerdo que entonces nos reíamos a gusto pues la diferencia con la realidad era tremenda, e incluso se había exagerado el estereotipo del arqueólogo aventurero. El problema, como siempre, es que vivimos en un mundo de ignorancia y credulidad total pese a tanta información, educación y formación. La gran mayoría de la gente no sabe nada de forma crítica; sólo recibe "inputs" y los hace suyos, pues el objetivo es que la gente crea, no que razone, piense o reflexione sobre las "verdades" científicas (o de cualquier clase). Y por desgracia un gran porcentaje de la arqueología alternativa funciona igual o peor que la arqueología académica, generando creyentes en vez de personas críticas.

saludos,
X.