Como es ya sobradamente sabido, la arqueología académica
suele acusar a los investigadores alternativos de pervertir la arqueología y la
historia con todo tipo de propuestas “atrevidas” y contenidos
pseudocientíficos, con el inconfesado objetivo de crear expectación y hacer
negocio mediante la venta de libros o la realización de documentales. En
definitiva, los estamentos oficiales consideran que esa arqueología alternativa
no se atiene a criterios de rigor y objetividad y que lo único que pretende es
proporcionar un mero espectáculo o entretenimiento de cultura popular.
Sin embargo, si observamos
imparcialmente cómo “se vende” muchas veces la arqueología científica a la
sociedad, veremos que el factor espectáculo está bien presente en la
difusión de numerosos hallazgos o investigaciones, y muy especialmente cuando
se trata de grandes civilizaciones antiguas. Así, no es raro encontrar muchos
productos culturales de elaborada factura que exponen un contenido más o menos realzado,
pues de otro modo la arqueología real podría resultar quizás demasiado
aburrida e ininteligible para el ciudadano medio. Del mismo modo, muchos medios
de comunicación que transmiten información sobre arqueología han de recurrir a
un planteamiento de grandes titulares y noticias impactantes, añadiendo toda
clase de ingredientes estimulantes para despertar el interés del
público. Y aun así, no nos engañemos, en la mayoría de casos son informaciones
muy secundarias que no ocupan espacios preferentes ni tienen gran extensión.
Trabajo de campo no muy espectacular |
Y, en efecto, hay que reconocer
que la práctica arqueológica en general no es, ni de lejos, como en las
películas del famoso Indiana Jones. Un servidor de ustedes participó en su día
en varias excavaciones arqueológicas –básicamente de poblados ibéricos[1]
y villas romanas– y ya les puedo adelantar que no había ostentosas estructuras,
ni tesoros, ni piezas excepcionales, ni procelosas trampas, ni tumbas secretas
ni otros tópicos al uso. La práctica arqueológica sobre el terreno suele ser una
tarea polvorienta, dura y metódica, realizada principalmente a base de pico y
pala, sacando tierra y cribándola para localizar pequeños objetos. Y luego está
el apasionante trabajo de registro de los restos, dibujo de estructuras
y artefactos, limpieza, marcado y restauración de objetos, etc. Y en cuanto a
los hallazgos, lo que vi más habitualmente fue un montón de fragmentos de
cerámica, huesos, unos pocos utensilios metálicos y muy excepcionalmente alguna
moneda o artefacto destacable. Reconozco, en fin, que tales yacimientos estaban
a menudo bastante deteriorados y tampoco presentaban muestras de una gran
riqueza o esplendor, pero incluso en otros lugares más “llamativos” como
yacimientos egipcios, mayas, mesopotámicos o chinos, la mayoría del trabajo
arqueológico no constituye ningún espectáculo, porque no suelen aparecer cosas
muy impactantes o novedosas, sino restos comunes que complementan un saber ya
establecido y acumulado después de 200 años de ciencia arqueológica.
Lo que sí es cierto es que en los
inicios de la arqueología se creó un aura de romanticismo y fascinación ante el
descubrimiento de unos restos más o menos imponentes de unas culturas y
civilizaciones que eran prácticamente desconocidas para las sociedades
occidentales y que empezaban a ser recuperadas del olvido milenario a golpe de
pico y –a veces– de explosivos. A este respecto, permítanme la inmodestia de
que me cite a mí mismo:
“A lo largo del siglo XIX fue apareciendo una raza de arqueólogos, medio eruditos medio aventureros, que buscaron estos mundos del pasado con una innegable inclinación por la ruinas monumentales. En sus expediciones existía un fuerte componente romántico que empujaba a los arqueólogos entre el fetichismo por el objeto y el rescate de una historia perdida. [...] Es la época de Mariette, de Schliemann, de Petrie, de Evans y tantos otros. Son en parte herederos de Lord Elgin, el expoliador de la Acrópolis de Atenas en 1812, y en parte herederos de la tradición científica que inició la Description de l’Egypte. [...] Ciertamente, y a pesar de las corrientes racionalistas y positivistas del siglo, la arqueología continuó siendo considerada la ciencia romántica por excelencia hasta bien entrado el siglo XX.”[2]
Howard Carter examinando el sarcófago del faraón |
De este modo, se consolidó el
clásico estereotipo de la actividad arqueológica, repleta de palacios, tesoros,
poderosos reyes, extrañas inscripciones, tumbas selladas, momias, maldiciones,
etc. que llenó la imaginación del público y que tuvo su culminación con el
hallazgo de la tumba de Tutankhamon en 1922 a cargo de Howard Carter. La
espectacularidad de esta tumba real –la única prácticamente intacta excavada
hasta la fecha– provocó ríos de tinta en la prensa mundial, que se vieron
aumentados ante la sucesiva muerte de muchos protagonistas de la investigación,
lo que hizo aflorar historias de antiguas maldiciones faraónicas, hecho que
lógicamente atrajo todavía más la atención de los lectores[3].
Obviamente, la arqueología siguió su curso y se fueron acumulando nuevos
conocimientos y resultados, pero para la mayoría de las personas lo que quedó
grabado en el subconsciente fue la imagen de una arqueología fantástica y
espectacular, que fue reforzada apenas hace unas pocas décadas por la saga
cinematográfica de Indiana Jones, que volvió a incidir en los mismos y viejos
tópicos de aventura y misterio.
Y así llegamos a finales del
siglo XX y principios de este XXI, una época sin descubrimientos realmente
impactantes, aparte de algunos hallazgos paleontológicos sobre la evolución
humana que tienden a ser muy sobredimensionados. Así pues, cualquier detalle
sobresaliente en la investigación arqueológica que pueda atraer la atención del
público es aprovechado para presentar un atractivo producto cultural o una
noticia llamativa que combine la divulgación científica con cierto grado de
entretenimiento. Lo que ya sería objeto de discusión es dilucidar si esa
difusión pública no sucumbe a veces al mero espectáculo y al sensacionalismo en
perjuicio del rigor científico, de una forma no muy diferente de lo que
supuestamente hace la llamada arqueología alternativa. Recordemos, por
ejemplo, cuando el otrora mandamás de la arqueología egipcia, Zahi Hawass,
patrocinó la exclusiva de un espacio televisivo de una cadena temática para descubrir –en
riguroso directo mundial– qué había detrás de las puertas
halladas por Rudolf Gantembrink en los conductos de la Gran Pirámide, en los
años 90 del pasado siglo[4].
¿Qué parte había en todo ello de ciencia y qué parte de simple venta de
misterio e intriga?
Z. Hawass charlando con tres famosos autores alternativos: West, Bauval y Hancock |
Sin duda, estas son las noticias
que movilizan masivamente a la prensa generalista y que crean una gran
expectación, la cual a menudo tiene su origen en el propio ego del descubridor,
pues es lógico que los arqueólogos no quieran quedarse atrás con respecto de
los colegas de otras disciplinas que anuncian espectaculares adelantos en
medicina, biología, física, etc. En consecuencia, se crea una dinámica de
“investigación orientada a grandes resultados”, que es la que en definitiva
proporciona fama, reconocimiento, recursos, subvenciones, etc., pero que
también bordea peligrosamente el riesgo de la precipitación y el error. Y en
este contexto, y aun aceptando que los medios no desean tergiversar o exagerar
el contenido conscientemente, siempre está presente la necesidad de vender
grandes (y vistosas) novedades que susciten el interés del público. De este
modo, en más de una ocasión se lanzan noticias espectaculares que se sitúan en
las fronteras del paradigma imperante[5],
con el ánimo de romper moldes y revolucionar un poco el panorama científico.
Ahora bien, dado que los medios
no suelen tener elementos de criterio para sopesar adecuadamente la validez de
lo que están transmitiendo, es factible que caigan en la trampa del espectáculo
y de los grandes titulares, debido a la propia dinámica de inmediatez en la que
viven, y más aún teniendo en cuenta que la mesura y la contención venden más
bien poco. Lo que acaba ocurriendo en bastantes ocasiones es que, pasado un
cierto tiempo, las expectativas creadas se reducen considerablemente o incluso
se llega a desmontar completamente la propuesta inicial, y en tales
circunstancias la honestidad científica queda retratada, si bien esto ya no
suele ser objeto de noticia en los medios. Dicho de otro modo, el impacto
mediático queda claramente por encima del rigor teórico y metodológico o el
debate científico en curso. Por poner tres ejemplos de esto ocurridos en los
últimos tiempos, podríamos citar el descubrimiento de la tumba de Alejandro
Magno, la localización de la mítica Atlántida y la identificación de un nuevo
homínido con características plenamente humanas.
El primer caso, de apenas hace
unos pocos años, se centra en el descubrimiento de una majestuosa tumba en
Amfípolis, al norte de Grecia, que enseguida fue candidata a ser la tumba de
Alejandro (cuyo emplazamiento exacto es objeto de polémica desde hace siglos).
Acto seguido, los medios promocionaron este enclave y le concedieron la máxima
atención, aun cuando no había confirmación de que realmente fuera la tumba del
gran gobernante macedonio. Más recientemente se ha comprobado que, en efecto,
no se trata de la tumba de Alejandro, sino muy probablemente de Hefestión, uno
de sus generales e íntimo amigo[6].
Pero entretanto, la expectación y difusión han sido máximas, con el beneplácito
de las autoridades griegas, e incluso se ha llegado a crear para el yacimiento
una web oficial y una página de Facebook. Por cierto, en los años 90, la
arqueóloga griega Liana Souvaltzi, anunció a bombo y platillo que había
localizado al fin la tumba de Alejandro en el oasis de Siwa (Egipto) pero luego
resultó ser un monumento de época romana...
Paisaje del Parque de Doñana (Andalucía) |
El segundo caso es un documental
realizado por la popular y prestigiosa National
Geographic Society, en el que el arqueólogo judeo-norteamericano
Richard Freund (especialista en historia judía pero no clásica) argumentaba que
había encontrado claros indicios de que la Atlántida estaba situada al suroeste
de la Península Ibérica, más concretamente en el Parque de Doñana. Lo que
ocurre es que el documental, presentado en 2011 bajo el sugestivo título de Finding
Atlantis (“Hallando la Atlántida”), estaba plagado de especulaciones,
medias verdades y algunos errores históricos y metodológicos. No obstante, el
contendido venía acompañado de vistosas recreaciones y mediciones sobre el
terreno, todo ello con la intención de dar una pátina científica a un mero
entretenimiento televisivo sustentado en la fascinación por el mito atlántico.
Por otra parte, como detalle de malas prácticas, cabe reseñar que Freund había
tomado casi todo el material del documental de las investigaciones previas del
autor Georgeos Díaz-Montexano, el cual ni siquiera fue citado en los créditos.
El último caso es el reciente
hallazgo de unos huesos de homínidos en Sudáfrica a cargo del equipo del
profesor Lee Berger, que se apresuró a proclamar a los cuatro vientos que había
encontrado un nuevo homínido, extremadamente antiguo (2,5-2,8 millones de años) y que parecía tener un comportamiento
funerario. Este es el famoso Homo naledi, al cual dediqué ya un
artículo. Lo que sucedió después del revuelo y del espectáculo mediático es que
surgieron muchos expertos que dijeron que no había prueba de que se tratara de
un nuevo homínido, sino que podía ser un Homo erectus o una variante de
éste, y lo que es más significativo, que no había forma de datar los esqueletos
hallados, lo cual hacía que la antiquísima datación aportada por Berger
–elaborada a partir de meras comparaciones anatómicas– fuera poco menos que
humo. De hecho, este punto no es poco importante, pues las revistas científicas
normalmente descartan la publicación de un artículo de paleontología que no
contenga una datación de los restos basada en sólidas pruebas.
Sin embargo, estas no serían más
que meras anécdotas en comparación con otros episodios más lamentables, en los
que –en aras de vender una buena historia– se traspasan ciertos límites de la
práctica profesional y de las responsabilidades culturales y políticas. En este
sentido, me gustaría exponer como colofón otro caso acaecido en Egipto, en el
cual se pueden apreciar ciertas formas de proceder que dejan bastante que
desear desde el punto de vista científico, político e incluso periodístico[7].
Así, volviendo al entorno icónico de Tutankhamon,
recientemente se ha desatado una polémica en el mundo académico que parecería
más propia de guionistas de ficciones de enredo.
Busto de la reina Nefertiti |
La historia arrancó a mediados
del pasado año 2015 cuando el arqueólogo británico Nicholas Reeves proclamó,
después de haber efectuado ciertas prospecciones en la tumba de Tutankhamon, que estaba convencido de que debían existir
cámaras ocultas tras las paredes ya conocidas y estudiadas hasta la saciedad
desde hace casi un siglo, y que muy posiblemente la estancia mayor podría ser
nada menos que la tumba de la famosísima reina Nefertiti, madrastra de Tutankhamon
e inmortalizada en un no menos famoso busto expuesto en el Museo de Berlín.
Además, había otro aliciente: los egiptólogos mantenían la especulación de que
la misma Nefertiti habría sido antecesora en el trono del joven Tutankhamon,
pues las antiguas fuentes egipcias mencionaban a un oscuro personaje llamado Neferneferuatón, que habría sido –junto a Smenkhare– el
sucesor efímero de Akhenatón, pero que nunca había sido propiamente
identificado[8].
Sea como fuere, al Dr. Mamdouh
Eldamaty, ministro de Antigüedades egipcio, le faltó tiempo para amplificar la
noticia en una rueda de prensa realizada el mes de noviembre. Allí anunció que
“había un 90% de posibilidades de que realmente hubiera tal cámara escondida”,
si bien no quería especular aún sobre la validez de la teoría de Reeves, no al
menos hasta que hubiera una certeza del 100% y se procediera a investigar la
zona en cuestión, teniendo además en cuenta que podría tratarse de otros
personajes reales femeninos como Kiya o Ankhsenamon[9].
Con todo, Eldamaty, ante los medios de comunicación, no pudo eludir la épica
del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, haciendo inevitables
comparaciones sobre la tremenda importancia de lo que podría haber en esos
espacios aún desconocidos, augurando el “descubrimiento del siglo”. Y
finalmente, para avanzar en la investigación, ese mismo mes de noviembre el
japonés Hirokatsu Watanabe, reconocido especialista en prospección por radar,
concluyó que sus escáneres confirmaban la presencia de unas claras anomalías,
lo que podría traducirse en una cámara tras las paredes pintadas de
jeroglíficos.
Pero, a pesar de
que se habían despertado ya unas altísimas expectativas, no todo el mundo
estaba tan seguro de que excavar allí fuese lo más adecuado para la
conservación de los restos... suponiendo que los hubiera. Así, se dio una
cierta controversia entre la Dra. Salima Ikram (de la Universidad Americana de
el Cairo) y el arqueólogo Michael Jones (del Centro de Investigación Americano
en Egipto). La primera demostraba un gran entusiasmo por los posibles hallazgos
y declaraba en palabras textuales: “¡Todos los egiptólogos actualmente vivos
nos perdimos lo de Tutankhamon, así pues nosotros queremos nuestro propio
Tutankhamon! Queremos estar ahí, experimentarlo, estamos tremendamente
emocionados y esperando que [la tumba] contenga tanto como sea posible.” Por
otro lado, Ikram alegaba que era preciso excavar la cámara lo antes posible en
previsión de pudieran producirse expolios, lo que supondría la pérdida de unos
valiosos objetos que irían a parar al mercado ilegal de antigüedades. Jones, en
cambio, no tenía tan claro cómo se debía proceder en este caso y apostaba por
la prudencia, dado el riesgo de deteriorar materiales orgánicos y metálicos.
Vista tridimensional de la tumba de Tutankhamon |
No obstante, a
inicios de este año, el espectáculo sobre la volátil tumba de Nefertiti dio un
giro inesperado cuando algunos expertos denunciaron que todo el asunto no era
más que un bluff sin fundamento científico y que las autoridades
egipcias estaban haciendo lo imposible para tapar o negar la verdadera realidad
científica de este asunto (o sea, para evitar el ridículo). La causa de este coup
de théâtre fue la intervención de la National Geographic Society, que
se presentó allí para realizar unas pruebas con radar de alta
penetración en el terreno (GPR) de la más avanzada tecnología, posiblemente con
la intención de explotar un magnífico material para un documental. Pero, una
vez efectuados los nuevos escáneres, y para disgusto de muchos, los resultados
fueron completamente negativos. Así, el ingeniero Eric Berkenpas tomó in
situ los datos, que luego fueron analizados en EE UU por el geofísico
Dean Goodman, el cual no comentó los resultados –por un acuerdo de
confidencialidad con la NGS– pero sí confirmó que no se habían localizado
estancias (espacios huecos) tras las paredes[10].
Además, para concluir el sainete, también surgieron opiniones críticas acerca
de la intervención técnica de Watanabe, que –pese a ser un veterano
investigador– mantiene una conducta científica bastante atípica, pues nunca
comparte con nadie los datos básicos de sus mediciones. Por otro lado, el
propio Watanabe reconoce que él ha personalizado sus equipos de tal modo que
sólo él puede interpretar los resultados... algo que contradice directamente
los criterios más elementales de la experimentación científica.
Y a todo esto,
Eldamaty fue apartado de su cargo en marzo... con rumores de agrias disputas
políticas sobre la postura del ministerio de Antigüedades en todo el embrollo.
En cualquier caso, el ministerio no dio más explicaciones ni tampoco las dio N.
Reeves, el investigador que había lanzado las campanas al vuelo. (Aun así, se
especula con la posibilidad de que en próximas fechas el ministerio encargue la
realización de nuevos escáneres para “cerrar” la controversia.)
En suma, en
cuestión de pocos meses se han dado noticias altisonantes, ruedas de prensa,
expectativas enormes, ansias por excavar a toda costa, ganas de colgarse una
medalla científica o política... y al final, claras intenciones de echar tierra
sobre el asunto. En otras palabras, un perfecto ejemplo de globo desinflado
que venía de la mano del “fenómeno Tutankhamon”, que aún hoy en día sigue
causando admiración.
Tsoukalos, el paladín de los aliens |
Y visto lo
visto, uno se podría preguntar si todos estos espectáculos montados alrededor de
la arqueología convencional, con la participación –voluntaria o involuntaria–
de científicos, políticos y periodistas, no son una manera de contrarrestar la
creciente moda de la arqueología alternativa, tan omnipresente en Internet pero
también en la televisión con documentales del tipo “Ancient Aliens” y similares
en los que aparecen los máximos exponentes de la investigación alternativa pero
también ocasionalmente algún arqueólogo de carrera... aunque sólo sea para
refutar a los herejes.
De todos modos,
según he comprobado, todavía existe un importante porcentaje de profesionales
académicos a los que no les gusta este tipo de espectáculos porque creen que
perjudica la imagen de la arqueología científica que se hace sobre el terreno y
se enseña en la aulas. Por ese motivo más bien reniegan de las actitudes de
ciertos divos de la arqueología, al estilo del defenestrado Hawass,
porque a la larga acaban por crear perplejidad o desconfianza entre el público
aficionado a la arqueología. Y dicho sea de paso, una notable figura
alternativa de corte más bien austero y riguroso como Robert Bauval también ha
renunciado a participar en según qué documentales al darse cuenta de que lo que
se trataba era de montar un circo y atraer a la audiencia con propuestas delirantes
sin pies ni cabeza... pero muy sugerentes.
© Xavier Bartlett 2016
[1]
Pertenecientes a la Edad del Hierro en la Península ibérica, especialmente en
el litoral mediterráneo y la actual Andalucía, con una cronología aproximada de
entre los siglos VII a. C. y II a. C.
[2] BARTLETT, X.
“L’arqueologia romàntica: ciència i fascinació”. Universitas n.º 2-3.
Barcelona, 1988. (traducido del catalán)
[3] Véase mi
artículo al respecto en este mismo blog.
[4] Por cierto,
la exploración de las puertas con minirobots y microcámaras se transformó en un
sonoro chasco, pues tras los primeros bloques había otros bloques que taponaban
el conducto de idéntica forma.
[5] Téngase en
cuenta, no obstante, que aquello que va más allá o contradice los postulados
del paradigma no es objeto de espectáculo ni de simple noticia. Sencillamente
es ignorado, ocultado o minimizado.
[6] De todos
modos, los huesos hallados en la cámara sepulcral no han arrojado ninguna
certeza, pues se encontraron restos óseos de una mujer madura, de dos hombres,
de un bebé e incluso de animales.
[7] El lector
puede hallar la información original (en inglés) en: http://www.newhistorian.com/latest-scan-tuts-tomb-totally-contradicts-previous-one/6483/
[8] Según otras
fuentes consultadas, tanto Smenkhare como Neferneferuatón habrían sido en
realidad corregentes del faraón al final del reinado de Akhenatón, sin que esté
claro el orden en que se habría producido esa corregencia.
[9] Madre y
hermanastra, respectivamente, del joven faraón.
[10] Lawrence
Conyers, profesor de Antropología de la Universidad de Denver y reputado
especialista en el uso de esta moderna técnica de radar, sustentó la validez,
correcta metodología y exhaustividad de las pruebas realizadas y corroboró que
no había ninguna indicación de un espacio vacío tras las paredes.
2 comentarios:
Solo leer el título he pensado en Indiana Jones de las narices, que he comprobado que también mencionas, creo que es la forma más gráfica de expresar la conversión de la arqueología es puro espectáculo.
Pero lo que habría que reflexionar más detenidamente es el el porqué de este interés.
¿De que modo van a explotar en el futuro (siempre se hace a largo plazo), esta falsa gloria prestada?
Saludos.
Apreciado Piedra,
Creo que existe un claro interés en la venta al público de la ciencia oficial por todos los medios, y ya te digo yo que la arqueología real cuesta mucho de vender si no se adereza apropiadamente. Las películas del famoso Indiana coincidieron con mi época de carrera y recuerdo que entonces nos reíamos a gusto pues la diferencia con la realidad era tremenda, e incluso se había exagerado el estereotipo del arqueólogo aventurero. El problema, como siempre, es que vivimos en un mundo de ignorancia y credulidad total pese a tanta información, educación y formación. La gran mayoría de la gente no sabe nada de forma crítica; sólo recibe "inputs" y los hace suyos, pues el objetivo es que la gente crea, no que razone, piense o reflexione sobre las "verdades" científicas (o de cualquier clase). Y por desgracia un gran porcentaje de la arqueología alternativa funciona igual o peor que la arqueología académica, generando creyentes en vez de personas críticas.
saludos,
X.
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