En mi libro “La historia
imperfecta” ya dediqué un extenso capítulo al polémico tema de los llamados ooparts[1],
que ha sido unos de los principales arietes empleados por los investigadores
alternativos para arremeter contra el actual paradigma en historia y
arqueología. Y lo cierto, según apuntaba en mis reflexiones, es que, con el
tiempo, el tema –en vez de esclarecerse– parece haber sucumbido al más puro
maniqueísmo, con dos extremos muy marcados: por un lado, la negación y el
rechazo completo por parte del estamento académico y, por otro, la aceptación
prácticamente incondicional de los autores y seguidores de la arqueología
alternativa. Pero la realidad no es ni blanca ni negra, pues en muchos casos no
es posible emitir un veredicto claro y definitivo sobre la naturaleza del
objeto, ello por no hablar de los errores, confusiones o los simples fraudes.
Sea como fuere, tras el
somero estudio de algunos de los ooparts más famosos (por lo menos en
los libros del género y en Internet) llegué a la conclusión de que hay un
cierto porcentaje de artefactos que podría tener una explicación razonable
dentro del paradigma, otro significativo porcentaje que ofrece múltiples dudas
y finalmente un grupo que parece eludir cualquier explicación lógica y que
constituye genuinamente la categoría de ooparts auténticos: objetos que
aparentemente están fuera de su contexto espacio-temporal, cultural,
tecnológico... a falta de nuevas pruebas que puedan arrojar luz sobre su origen.
El controvertido fragmento con "vehículos modernos" |
No obstante, por desgracia,
y en aras del puro espectáculo o sensacionalismo, algunos autores han ido
sacando a la palestra algunas “rarezas” del pasado y las han vendido al gran
público como fantásticos ooparts. El resultado es que tales casos han
corrido como la pólvora por el ciberespacio, donde suele haber poca crítica,
contraste y ponderación, y sí mucho impacto, “humo” y difusión masiva. Entre
estas rarezas que han hecho correr ríos de tinta y bytes destacaría sin duda
los asombrosos vehículos o artefactos modernos que pueden verse en un
friso de la primera sala hipóstila del templo de Seti I en Abydos (Egipto). Me
estoy refiriendo, claro está, a la archiconocida imagen de unos objetos
bautizados como “el helicóptero, el tanque y el submarino” (o avión, según
otros)[2].
Y aunque el templo ya había sido descubierto y excavado a mediados del siglo
XIX, nadie apreció nada raro hasta que en 1992 los autores europeos Peter
Krassa y Reinhard Habeck[3]
llamaron la atención sobre esas extrañas figuras, otorgándoles una audaz interpretación totalmente ajena al
contexto convencional del Antiguo Egipto.
Vamos pues a analizar este
rimbombante y misterioso oopart, sobre el cual se han planteado varias
hipótesis, a cuál más osada: ¿Disponían de tales vehículos los antiguos
egipcios? ¿O simplemente estaban profetizando en piedra los adelantos
tecnológicos del futuro? ¿O más bien estamos ante una muestra de tecnología
extraterrestre dejada aquí por los dioses (léase astronautas de otros mundos)?
Vayamos por partes.
Reconozco que la primera vez que contemplé tal imagen me quedé sorprendido por
las aparentes formas “modernas” de los tres objetos, muy especialmente el
“helicóptero”, que tenía una silueta muy similar a los helicópteros de combate[4].
Pero para ser sinceros, el llamado “tanque” es una aproximación mucho más libre
a algo que recuerda vagamente a un carro de combate, con un cuerpo macizo y una
breve plataforma superior o torre con cañón incluido. Por último, el tercer
artefacto ya requiere de una gran dosis de imaginación para interpretarlo
coherentemente. Se presenta como una forma más o menos ovoide con un timón o
aleta posterior y con un claro perfil aerodinámico (o hidrodinámico), lo que ha
sugerido que podría tratarse de un submarino o de una nave voladora, e incluso
–rizando el rizo– podría relacionarse con algún tipo de ovni, según las
clásicas tipologías de estos objetos[5].
Por lo tanto, el primer problema
ya lo tenemos en la propia interpretación subjetiva que presentan estos
objetos, ya que nuestros ojos contemporáneos nos hacen ver determinados
artefactos modernos en unas formas difusas, lo que constituye un obvio
prejuicio cognitivo. Si fuésemos realmente justos (y aún bastante generosos),
sólo el perfil del helicóptero, con su cabina, rotor, palas, fuselaje y
cola tendría un parecido razonable con un vehículo del mundo actual, mientras
que los otros dos objetos son figuras más abiertas a otras lecturas de carácter
más o menos técnico.
Templo de Seti I en Abydos |
En cualquier caso, echando
mano de una razonable dosis de escepticismo, me resistí a creer que los
antiguos egipcios (estamos hablando de un templo del Imperio Nuevo, de la época
de Seti I concretamente) se dedicaran a representar tales objetos en un templo,
teniendo en cuenta que en ningún otra inscripción egipcia se había encontrado
nada parecido. Uno está dispuesto a creer en un Egipto alternativo y oculto
pero no a que le tomen el pelo con cosas que no cuadran por ningún sitio. Así,
llegué rápidamente a la explicación dada por el arqueólogo y egiptólogo español
Nacho Ares (nada sospechoso de estar cerrado a visiones heterodoxas), según la
cual las extrañas formas observadas por Krassa y Habeck respondían al deterioro
de unos jeroglíficos que tenían más de 3.000 años de antigüedad. Concretamente,
Ares se refería a la superposición de dos textos de épocas distintas, que
habían resultado mezclados al deteriorarse la capa superior, dando lugar a una
peculiar distorsión de unos signos jeroglíficos bien conocidos por los
egiptólogos.
Hasta ahí todo bien, y me
resultó una explicación creíble y posible, sin necesidad incluso de aplicar la
famosa “navaja de Occam”. Sin embargo, siempre me había quedado la duda del
fundamento de esa argumentación técnica. Porque no sería la primera vez ni la
segunda que el mundo académico recurre a una fácil y rápida exposición científica
que desprestigia sin más la visión alternativa sin aportar datos concluyentes.
De esto puedo dar fe tras haber estudiado ciertos ooparts, que han
sido despachados de mala manera por la ciencia ortodoxa con argumentos
espurios, superficiales o que no vienen a cuento.
Afortunadamente, a
efectos de cerrar cualquier atisbo de duda, he podido dar con una sólida explicación
en clave egiptológica ofrecida por el atlantólogo hispano-cubano Georgeos Díaz-Montexano
en un artículo titulado Los
modernos artefactos de guerra del
templo de Abydos: ¿profecías del
futuro o un error de interpretación?, disponible
en su sitio web (www.GeorgeosDiazMontexano.com).
Este documento, ya publicado en 1995, deja bien a las claras que el resultado
final que cualquier turista puede apreciar en el interior del templo no es más
que un capricho del destino, al quedar expuestas partes de dos inscripciones
distintas en un mismo espacio. Pero centrémonos ya en las razones expuestas por
Díaz-Montexano.
En primer lugar, hay que resaltar que el
templo de Abydos fue obra del faraón Seti I (el que primero mandó grabar o
pintar las inscripciones), pero que luego su propio hijo Rameses (o Ramsés) II
se “apropió” de esta construcción e hizo escribir su nombre sobre otras
inscripciones previas, y esto es lo que ocurre específicamente en este caso.
Díaz-Montexano observó con agudeza que las figuras en cuestión no habían
sido objeto de una manipulación o fraude moderno[6],
sino que estaban así desde los tiempos faraónicos, y al contemplar la totalidad
del friso –¡no sólo aquel fragmento!– pudo apreciar que en efecto se daba allí la
conjunción de dos inscripciones perfectamente legibles. Así, en un examen
detallado pudo reconocer que se había superpuesto una inscripción de Rameses II
sobre otra de su padre Seti (porque normalmente lo más nuevo debe estar por
encima de lo más viejo). Esta práctica fue una costumbre habitual en
Egipto, y tenía como fin borrar u oscurecer el nombre de los gobernantes
anteriores, ya fuera para apoderarse de sus logros o para eliminar
completamente su memoria por motivos políticos o de otra índole[7].
Estatua colosal de Rameses II |
Así pues, el gran faraón Rameses, célebre por sus hazañas
bélicas y por su esplendor monumental, no tuvo demasiados escrúpulos en usurpar
la autoría del templo a su padre (o compartirlo, en el mejor de los casos) y
colocar toda su titulación oficial por encima de la inscripción paterna. La propia
egiptología ya sabía de este proceder; en palabras del egregio egiptólogo Sir Wallis Bugde: “...Rameses se dedicó a reparar los templos de
Egipto y se preocupó de que su nombre figurara en una posición prominente en
cada edificio que tocaba, Usurpó los monumentos de manera vergonzosa, y como
resultado de sus restauraciones, han desaparecido, en muchos casos,
completamente los nombres de sus fundadores...”
De este modo, con sus
conocimientos de la lengua jeroglífica, Díaz-Montexano pudo dar con la clave del enredo, o
sea, lo que no se suele explicar porque puede parecer demasiado técnico
o culto para el público no versado en egiptología. Pero precisamente considero
que –a pesar de esa dificultad (yo mismo desconozco el lenguaje y la escritura
jeroglífica, aparte de unas nociones muy elementales)– es de justicia explicar
las cosas tal como son para arrojar luz en un sentido u otro. Creo que esta es
la posición científica correcta, ya que sin investigación, ni razonamientos ni
pruebas, nos movemos en la penumbra y la incertidumbre, y esto debe aplicarse a
todas las partes por igual en la controversia de los ooparts.
Cito pues la exposición del autor hispano-cubano sobre la
porción de texto en que se produce la superposición:
“La misma comienza con el último subtítulo o subnombre que suele suceder al tercer nombre del rey HORNEBU, “Horus dorado “, y termina con el inicio del cuarto nombre de rey NESUT BITY, “Rey del Alto y Bajo Egipto”, compuesto por un tallo de “caña” y una “abeja “, ambos sobre un “montículo de tierra” o “tarta”. Ambos textos (el de Seti I y el de Ramsés II) fueron escritos de derecha a izquierda. El texto original puede reconstruirse como MAK IEPET - WAFU JASUT, “Protector del Templo (¿Abydos?) y Opresor de las Naciones” (nueve naciones), y el texto superpuesto se corresponde con el subtítulo DER PESEDYET PEDYUT, “Opresor de los Nueve Arcos (nombre tradicional dado a los países vecinos de Egipto) o de las Naciones del Mundo”.
De esta manera, el “tanque de guerra” es producto del jeroglífico fonético de la mano d de la palabra der (“opresor”) que ha quedado superpuesto sobre el jeroglífico que reproduce los sonidos iem o m y que se asemeja a un “cincel” o “cepillo” de carpintero visto de perfil. Éste reproduce el primer sonido del vocablo mâk (protector).
El supuesto “avión” no es más que el resultado de la superposición del jeroglífico de la boca r de la misma palabra der sobre los jeroglíficos fonéticos del brazo con la palma de la mano extendida hacia arriba â y la vasija k de la palabra mâk.
Y el “helicóptero”, sin duda un sorprendente efecto producido por la superposición del jeroglífico del arco (Pedyet) sobre los jeroglíficos del brazo con una vara en la mano (determinativo o taxograma de “fuerza” o “esfuerzo”), parte del brazo con la palma extendida â y la parte correspondiente a la cabeza y el lomo del “polluelo” w, que juntos conforman el nexograma wa, iniciales de la palabra wafu, que al igual que der, significa “sojuzgar”, “dominar”.[8]
Para ilustrar y apreciar mejor esta secuencia
mezclada, adjunto a continuación dos gráficos procedentes del citado artículo
en los cuales se evidencia que se trata de dos textos distintos que se montaron
posteriormente al deteriorarse la capa superior. En el primero de ellos (fig. 1)
podemos ver a la derecha el texto original de Seti, con su titulación
correspondiente: Protector del
Templo y Sojuzgador de las Nueve Naciones; entretanto, a la izquierda, se representa la
titulación de Rameses: Opresor de los Nueve Arcos (o Naciones).
figura 1 |
En la segunda imagen (fig. 2), tenemos una representación
del resultado de la fusión accidental de ambas inscripciones. A la izquierda se
muestra cómo se pueden ver en la actualidad e in situ los signos jeroglíficos
en aquella parte del friso y a la derecha cómo se verían íntegramente sin ningún
tipo de mutilación o deterioro.
figura 2 |
Dicho todo esto, entiendo que esta estéril polémica
debería estar ya superada y que algunos furibundos alternativos deberían
bajarse del burro y reconocer el peso de los argumentos y las pruebas. Por
tanto, no tiene ningún sentido seguir incidiendo en este auténtico despropósito,
que –al mostrar tan crudamente su ignorancia, salida de tono y falta de
criterio– mancha la buena imagen de muchos otros esfuerzos heterodoxos que
tratan de dignificar la investigación en el campo de la arqueología alternativa.
El Osireion de Abydos |
Quien esto escribe considera que ya es hora
de situar la cuestión de los ooparts en un ámbito serio y riguroso, pero
sin prejuicios ni fronteras. Lo cierto es que existen otros ooparts muy
singulares en Egipto e incluso contemplo la posibilidad de que la propia escritura
jeroglífica tal vez no haya sido correctamente interpretada. Pero nada de esto
tiene que ver con supuestos helicópteros ni tanques. Y, por cierto, vale la
pena mencionar que, puestos a ver ooparts, allá mismo, al lado del
templo de Seti I, se erige el llamado Osireion, una obra atribuida a
Seti por pura proximidad, pero que no contiene ningún jeroglífico, está construida
en un estilo completamente distinto (con grandes bloques megalíticos de
granito) y está varios metros por debajo del nivel del templo de Seti, lo que
indica una mayor antigüedad.
A este respecto, es muy
significativa la opinión del investigador alternativo Robert Bauval (de una
entrevista concedida a la revista Dogmacero, en 2013):
“No hay duda de que es un monumento muy diferente a los que solemos encontrar en el Antiguo Egipto. [...] Por ejemplo, el templo de Seti I, justo al lado del Osireion, está repleto de relieves y jeroglíficos, mientras que el Osireion no tiene ni una sola inscripción, y además está construido con bloques gigantescos de granito, muy similares a los utilizados en Guiza, en especial en el Templo del Valle de Khafre. Se ha sugerido en los últimos tiempos que el Osireion podría pertenecer también a la IV dinastía, pero en mi opinión todos estos monumentos serían de una fase anterior a esta dinastía. Sabemos que en la IV Dinastía el uso de los jeroglíficos estaba extendido, como podemos ver en otros monumentos de Guiza (por ejemplo, en mastabas). ¿Por qué entonces estas construcciones carecen de jeroglíficos? [...] Además, existe un elemento curioso acerca del Templo del Osireion: el templo de Seti I, que está justo al lado, está mucho más elevado, al nivel del suelo actual. Esto se debe a la acumulación de sedimentos del río Nilo, que produjo una progresiva elevación del terreno. En cambio, el nivel del suelo original del Osireion se presenta varios metros por debajo, como también observamos en yacimientos como Nabta Playa. Por lo tanto estamos hablando de una fase muy anterior en la historia, de milenios o por lo menos siglos. Todas estas cuestiones deben ser abordadas sin el sesgo que los egiptólogos han vertido sobre estas construcciones, fijando una cronología basada en los monumentos cercanos, aun cuando no tienen nada que ver el uno con el otro. Cualquier ingeniero o arquitecto que vaya a este lugar, sin influencia alguna de la Egiptología, y vea estos dos monumentos, concluirá que corresponden a dos tipos de construcción, de ideología y de época muy diferentes.”
En fin, mucho me temo que tanto egiptólogos
académicos como algunos fantasiosos autores alternativos están errando completamente
el tiro a la diana. Más bien da la impresión de que los secretos o misterios aún
no revelados del pasado más remoto tienen muy poco que ver con las versiones
estereotipadas de la Antigüedad o con la visión distorsionada de nuestro mundo
moderno, y así nuestros ojos nos seguirán engañando hasta que no aprendamos a percibir
o imaginar otras realidades.
© Xavier Bartlett 2016
Fuente imágenes: Wikimedia Commons y artículo de G. Díaz-Montexano
[1] Contracción
de la expresión anglosajona “out of place artefacts”, o sea artefactos fuera
de lugar (o de tiempo, para ser más precisos).
[2] Para añadir
más confusión al asunto, en un libro sobre misterios del pasado (titulado “Enigmas
de la humanidad”) se afirma que existe un cuarto objeto moderno, un “buque
cañonero” (sic), pero pese a mis ímprobos esfuerzos no he podido identificar
tal buque en el controvertido fragmento.
[3] Ambos
investigadores son muy conocidos por haber popularizado como ooparts las
famosas “bombillas de Dendera” (también en Egipto) o por haber estudiado las
misteriosas pirámides chinas, sugiriendo que podrían ser de origen
extraterrestre.
[4] Algunos
expertos incluso se aventuraban a relacionar esta figura con los helicópteros de tipo Apache empleados por los norteamericanos.
[5] Para más
detalle de las figuras, véase el breve vídeo de Nacho Ares realizado en templo
de Abydos, disponible en: http://www.nachoares.com/dentro_piramide/el-templo-de-abydos/
[6] Al
principio, muchos escépticos simplemente afirmaron que las imágenes presentadas
habían sido retocadas o falsificadas, hasta que la final se tuvo que reconocer que
no había existido ningún fraude físico, sino una interpretación fuera de
lugar.
[7] Esta práctica
se llama palimpsesto y también fue utilizada en otras civilizaciones
antiguas. Incluso en nuestra época contemporánea se sigue borrando,
rescribiendo o modificando inscripciones y monumentos por razones
ideológicas.
[8] Díaz-Montexano, G. Los
modernos artefactos de guerra del templo de Abydos: ¿profecías
del futuro o un error de interpretación. (páginas 2-3).
Del sitio web: www.GeorgeosDiazMontexano.com.
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