Muy pocos investigadores se han acercado a los orígenes de
la civilización desde una óptica que podríamos denominar “de la conciencia”. La
historiografía convencional, basada en los conceptos básicos de la teoría de la
evolución, nos presenta una larguísima etapa de evolución biológica y
primitivismo de la humanidad para luego exponer el gran salto cualitativo que
supone el Neolítico y el posterior nacimiento de las primeras civilizaciones,
caracterizadas por el triunfo del hombre sobre la Naturaleza.
En este patrón se da por hecho que estas antiguas culturas
–aun con todos sus grandes logros que se perpetúan de alguna manera hasta la
actualidad– no fueron más que los primeros escalones del desarrollo humano en
el dominio del planeta, con una ciencia y una tecnología cada vez más
avanzadas. Todo esto formaría parte de una visión de tipo materialista, que
considera que las manifestaciones de tipo espiritual de esas remotas
civilizaciones no fueron más que mitos y supersticiones, englobadas en ese gran
cajón de sastre que es el mundo de la religión y las creencias.
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Guillermo Caba Serra |
Sin embargo, varios autores han intuido que detrás de estas
supuestas supersticiones y manifestaciones culturales se escondían los restos
de una ciencia metafísica de una cultura humana anterior, ya desaparecida y no
reconocida por el actual estamento académico. Este es precisamente el gran tema
que abordó el periodista científico Guillermo Caba Serra en su primer libro Conciencia.
El enigma desvelado[1] publicado
en 2010. Esta primera obra estuvo centrada en ofrecer una nueva visión del
concepto de conciencia, situándola más allá del paradigma materialista, y sobre
todo en destacar que en un pasado muy remoto los seres humanos tenían un
conocimiento bastante preciso de este concepto y que detrás de él se puede
encontrar la razón de ser de monumentos tan emblemáticos como la Gran Pirámide
de Guiza. Ahora, en 2014, Guillermo Caba cierra el círculo con su segunda obra,
La arqueología de la conciencia,
en la cual completa las propuestas esbozadas en el libro anterior con numerosos
argumentos extraídos de las antiguas tradiciones de civilizaciones separadas
por miles de kilómetros (y a veces miles de años).
La arqueología de la conciencia presenta varias
líneas temáticas, pero las podríamos resumir en dos grandes proposiciones.
Primera: que el ser humano es un ser multidimensional compuesto de tres partes
o tres estados de conciencia: una de tipo material o físico, ligada a la
percepción sensorial, y dos de tipo espiritual o metafísico, que en las
antiguas tradiciones se correspondían con las cualidades divinas. Segunda: que
el Gran Diluvio –citado en docenas de leyendas de todo el mundo– no fue un
desastre o cataclismo de tipo físico, sino un evento cósmico cíclico: un campo energía
electromagnética que barrió el universo y afectó a nuestro planeta. Y, como consecuencia, este gran
impacto electromagnético habría provocado una gran alteración de nuestro
nivel de conciencia.
Sobre el primer tema, Caba toma como base los tres estados
de conciencia conocidos, a saber: el de vigilia, en el cual se perciben las
cosas a través de nuestros sentidos; el de los sueños, en el que percibimos
creaciones mentales; y el del sueño profundo, en el que no hay percepción de
objetos. A partir de aquí, el autor nos habla de las enseñanzas del místico
hindú Ramana Maharshi, un hombre que alcanzó la iluminación y trató de ayudar a
otros a seguir su camino. Según Ramana, habría un cuarto estado de conciencia
que se sitúa más allá de nuestro yo o ego, al cual calificaba
simplemente como un producto de nuestro pensamiento. A este respecto, cabe
destacar la siguiente cita del sabio hindú sobre la relación entre la realidad
y la conciencia:
«El mundo es aprehendido por los sentidos en los estados de vigilia y desueño; es el objeto de las percepciones y los pensamientos, siendo los dos actividades mentales. Si la actividad mental del sueño y del estado de vigilia no existieran, no habría percepción del mundo ni la conclusión que existe. En el sueño profundo, esta actividad está ausente; pues los objetos y el mundo no existen para nosotros en ese estado. En consecuencia, la “realidad del mundo” no puede ser creada más que por el ego, por su emergencia desde el sueño; y esta realidad es engullida o desaparece en la medida en que el alma retoma su propia naturaleza en el sueño profundo. La aparición y la desaparición del mundo son comparables a la araña que teje su tela y después la reabsorbe»
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Cámara del Rey de la Gran Pirámide |
A continuación, Caba nos sitúa en el Mundo Antiguo para
demostrarnos que los antiguos tenían clara esta concepción de la “realidad” que
percibimos (y la que está más allá de ésta), así como de esencia del ser
humano, dividido en una parte burda o física y en dos partes metafísicas. Por
ejemplo, la Gran Pirámide de Guiza no sería un monumento funerario sino un
instrumento de iluminación mística, pues la llamada Cámara del Rey sería en
realidad la Cámara del ka o esencia del individuo. Si analizamos los
componentes de este espacio, vemos que hay un sarcófago –que nos remite a la
parte física o perecedera del ser humano– y dos canales o conductos que apuntan
a ciertas estrellas, en dirección norte y sur. Estos conductos representarían los
lugares por donde se separarían el ba, concepto asimilable al alma, y el
akh, algo así como el espíritu. Además, el simbolismo de cierto
jeroglífico compuesto de un cuadrado y una cornamenta bovina nos remitiría a la
misma idea de parte física y separación en dos de la parte no física.
Igualmente, otras civilizaciones reflejan este mismo
simbolismo tripartito, como Mesopotamia, donde el héroe sumerio Gilgamesh era
descrito como “en dos tercios divino y en un tercio humano”. Asimismo el Rig
Veda hindú nos habla de tres reinos de realidad o de la conciencia: el cielo,
la tierra y el espacio intermedio, siendo Suria, el dios Sol, el que reina
sobre dos partes de esa conciencia mientras que Yama, el dios de la muerte,
reina sobre los seres humanos en la tercera parte. A su vez, en Mesoamérica
también encontramos referencias mitológicas similares entre los mayas. Así, en
el mito maya de la creación del hombre se guarda la misma proporción
tripartita, con dos partes divinas representadas por las mazorcas de maíz
blancas y amarillas.
Por otro lado, el autor nos remite a otra antigua mitología
de alcance universal que representa la lucha o preeminencia de la conciencia
sobre la mente: se trata del simbolismo felino. Según esta mitología, un felino
depredador (un tigre, un jaguar, un león...) se abalanza sobre su presa (un
elefante, un venado...), representando el ataque de la conciencia sobre la
mente y el pensamiento, a fin de llegar al estado de iluminación. Este
simbolismo está presente a través de leyendas y representaciones artísticas en
la Antigua India, Mesopotamia, Asia Central, el mundo islámico, la Antigua
Grecia, Göbekli Tepe (Turquía) y también en América Central.
Como colofón de su tesis, Guillermo Caba llega al tema del
Diluvio Universal en conexión con este simbolismo felino y con el concepto
tripartito de la esencia humana. Para introducir la cuestión, se hace
referencia al llamado “casco de Dios”, un proyecto implementado por el Dr.
Michael Persinger, consistente en someter a unos voluntarios equipados con
dicho casco a una leve exposición a campos electromagnéticos. Los resultados de
este ensayo revelaron que algunas personas habían experimentado estados
alterados de conciencia, ya que el cerebro está plagado de cristales de
magnetita que reaccionan ante estos campos, según otras investigaciones. A
partir de este punto, el autor propone que en el cosmos se producen regulares barridos
de campos electromagnéticos y que la Tierra no está enteramente protegida
frente a los efectos de dichos campos.
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Representación artística del arca de Noé |
El siguiente paso de esta argumentación nos conduce a
considerar que el gran Diluvio no fue una catástrofe de la naturaleza sino un
tremendo impacto electromagnético que afectó la conciencia humana. Volviendo al
remoto pasado, tendríamos referencias directas en el mito sumerio-acadio del
Diluvio, protagonizado por Utnapishtim (Noé). Según el autor, es preciso
realizar una meta-lectura del mito huyendo de la literalidad y buscando el
significado profundo del desastre en términos de conciencia. Así, el arca de Utnapishtim
se habría hundido en dos tercios sobre las aguas, pero no unas aguas físicas,
sino el apsu (las aguas cósmicas subterráneas), que sería el
“dominio de la mente desligada de su vinculación con los sentidos.” Y si nos
trasladamos a América, hallaríamos un simbolismo similar en Teotihuacan, en un
mural que muestra la eclosión del ser humano tras el diluvio en forma de peces
voladores, lo que expresaría la desvinculación de la conciencia humana del
ámbito de los sentidos.
La Gran Esfinge de Guiza |
Finalmente, Caba apunta que las antiguas mitologías y
creencias insinuaban la llegada de un
nuevo diluvio y que este hecho debería tener algún tipo de señal o marcador
físico. Y según todo lo expuesto hasta ahora, tal señal debería contener tres
claros rasgos: tener la figura de un depredador, estar en actitud de espera y
poseer un significado celeste. Y este marcador, el que cumple estas
condiciones, existe desde la remota Antigüedad: es la Gran Esfinge de Guiza.
Para Caba, la Esfinge no ha sido ni bien datada ni bien interpretada por los
egiptólogos, siguiendo las teorías de J.A. West o Robert Bauval. Lo que parece
saltar a la vista es que la Esfinge es un gran depredador en reposo o espera
que está orientado a su contraparte celestial, la constelación de Leo, en el
equinoccio de primavera del 10.500 a. C.
En todo caso, el autor plantea que –más allá de la mitología
y el simbolismo– deberían existir pruebas físicas del impacto electromagnético
y para ello aporta algunos datos científicos extraídos de diversas fuentes
sobre posibles inversiones magnéticas en el planeta o incrementos bruscos de
radiaciones cósmicas. Sin embargo, reconoce que el cuerpo de pruebas de tal
evento está aún por descubrir.
Y, en fin, el autor remata su obra glosando el simbolismo
sagrado del número tres (los famosos tres tercios) en varias civilizaciones y
la posible existencia de un lugar de iluminación no accesible en un estado de
conciencia normal, y que se podría identificar en el mítico enclave de
Shambala, un lugar celestial exento de padecimiento.
A modo de conclusión, podemos afirmar que estamos ante un
mensaje trascendente, de carácter espiritual frente al materialismo imperante,
que centra su atención en la conciencia y no en hombres, hechos o artefactos. Caba,
en su viaje a la arqueología de la conciencia, nos muestra que probablemente
los antiguos tenían un conocimiento de la conciencia que nosotros hemos perdido
y que ahora tratamos de recuperar. Así, esta obra sin duda desconcierta a veces
por los intrincados caminos que recorre y por su inusual enfoque
multidisciplinar, proponiendo escenarios y buscando conexiones donde más de uno
no verá más que fáciles especulaciones.
No obstante, el paradigma actual ya es
bien conocido en todos sus errores y limitaciones. Ya es hora de que se abran
paso nuevas visiones de la historia y la existencia humana, aunque todavía se
muevan en las aguas de la intuición y la conjetura, al menos desde un punto de
vista estrictamente convencional.
© Xavier Bartlett 2014
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