viernes, 19 de junio de 2015

¿Evolución o hibridación?


Es misión de este blog presentar todas las propuestas alternativas que tengan que ver con los orígenes y la historia del ser humano, y en ese empeño no descarto ninguna visión –por extrema que pueda parecer– y menos aún si procede de personas con sólidos conocimientos de la materia, aunque ya hayan abandonado por completo la ortodoxia científica. Este es precisamente el caso que voy a presentar a continuación, el de la antropóloga norteamericana Susan B. Martínez, que ha renunciado al paradigma darwinista y en su lugar ha planteado una audaz y polémica teoría sobre el origen del Homo sapiens.

Así, Susan Martínez, que obtuvo el doctorado en Antropología por la Universidad de Columbia, ha escrito recientemente un libro titulado The Mysterious Origins of Hybrid Man: Crossbreeding and the Unexpected Family Tree of Humanity (“Los misteriosos orígenes del hombre híbrido: el mestizaje y el inesperado árbol genealógico de la Humanidad”) en el cual lanza un órdago a la ciencia ortodoxa, negando que la evolución tenga relación alguna con la diversidad de especies o razas humanas que recoge el registro fósil. Es más, en su opinión, el darwinismo trató de explicar algo (la evolución) que nunca ocurrió, y si sigue en pie hoy en día sólo es por la propia defensa del paradigma, que impone una corrección política basada en el materialismo y el ateísmo, en la que no cabe ningún tipo de factor sobrenatural.

Desde su punto de vista, el problema de la ciencia moderna es que se ha centrado en el origen genético del ser humano y en nuestra condición animal, descuidando completamente lo que ella denomina la antropogénesis espiritual. Para Martínez, el modelo darwinista –aceptado como verdad científica– hace hincapié en la rivalidad, el egoísmo innato, la selección adaptativa, la depredación, etc. para construir una determinada imagen del mundo, una especie de guerra de la naturaleza marcada por la supervivencia de los más aptos, que a su juicio ha servido de perfecta excusa para justificar el control de los pueblos, de los recursos, del territorio... todo lo cual ha venido a coincidir con el expansionismo, colonialismo y hasta incluso racismo de la civilización occidental. Mientras tanto, la mera observación de la naturaleza nos muestra que la mayoría de los animales son cooperativos y no están constantemente peleando por la comida, el sexo o el espacio vital, lo cual no encajaría precisamente con una visión de “lucha por la existencia”. 

Así pues, para Susan Martínez sólo hay dos alternativas que expliquen el origen de los humanos: o bien evolucionamos a partir de criaturas más primitivas o bien fuimos creados. Puesto que ya hemos visto que la autora descarta firmemente la vía darwinista, nos queda la segunda opción. El tema central sería ahora dilucidar las características de esta “creación”, incluyendo una explicación para la diversidad de razas humanas.

Entonces, ¿qué nos presenta Martínez como alternativa al evolucionismo? La autora no cree que la acumulación de supuestas mutaciones aleatorias haya producido ninguna evolución física[1] en los humanos ni que explique nuestro origen a partir de un simio primitivo. Martínez rechaza, en efecto, cualquier papel del mero azar y carga contra las visiones materialistas como las de Stephen Jay Gould, que afirmaba que “el linaje que conduce a los seres humanos obtuvo el número agraciado y somos muy afortunados de estar aquí.” Para ella, en cambio, nuestra existencia debe tener un sentido, que se sitúa en un campo etéreo o espiritual. Ahora bien, ¿cuál es el sentido de la diversidad morfológica de los humanos a través los tiempos? ¿De dónde procede tal diversidad? Ahora nos adentramos en el quid de la cuestión

Es en este punto cuando la antropóloga introduce el núcleo de su teoría, que no es otro que el mestizaje o hibridación entre especies o razas humanas o humanoides. La cuestión clave para iniciar su argumentación sería: ¿Por qué el humano anatómicamente moderno aparece en el registro paleontológico más antiguo? Esta cuestión le lleva a plantear lo que ella denomina muy coloquialmente el factor polvo[2], esto es, la diferenciación progresiva de los humanos a través del cruce. Desde esta perspectiva, los diferentes homínidos del Paleolítico que se han catalogado como especies situadas en una escala evolutiva serían en realidad el fruto de un constante cruzamiento a lo largo de muchos miles de años, o sea, un larguísimo escenario de intercambio genético.

Ahora bien, para que haya cruce debe haber un punto de partida, al menos dos razas primigenias distintas, y este es supuesto que toma Martínez como fundamento para su tesis, a partir de un libro revelado, llamado “Oahspe: Una nueva Biblia en los mundos de Jehovih y sus embajadores angelicales”. Este libro, publicado en 1882, procede de una revelación o canalización (a través de escritura automática) que experimentó un dentista norteamericano llamado John Ballou Newbrough. Se trata de un texto de corte espiritualista que habla de la historia de la humanidad en un contexto de decenas de miles de años, así como de la Creación del Universo, de la Tierra y del ser humano, siendo Jehovih el ente creador.

Según este libro, habrían existido hasta cinco razas humanas principales, cuyas diferencias se explicarían por un simple proceso de hibridación. A grandes rasgos, el panorama vendría a ser éste: 

  • Los Asu, la primera raza (a modo de “Adán”), predecesora de los australopitecos. Para Martínez estarían representados en el espécimen llamado Ardipithecus ramidus, y se trataría de seres sin espíritu ni conocimiento.
  • Los Ihin, la segunda raza. Serían humanos de baja estatura (alrededor de 1 metro) pero anatómicamente modernos, precursores del Homo sapiens pygmaeus (los pigmeos). Eran capaces de pensar, y habrían surgido apenas 6.000 años después de los primeros Asu.
  • Los Druk, la tercera raza. De hecho, sería una mezcla de las dos anteriores, que la autora asigna al Homo erectus. Serían seres de gran tamaño (gigantes), fuertes y omnívoros.
  • Los Ihuan, la cuarta raza, de aspecto propiamente moderno, sería fruto de la unión de las dos anteriores. La autora los identifica con los típicos homínidos Cro-Magnon del auriñaciense y solutrense europeo, altos y fuertes. Los últimos de esta raza habrían sido los paleo-indios de Norteamérica.
  • Los Ghan, la quinta raza, resultado de la unión de Ihin e Ihuan. Este sería el Homo sapiens sapiens, que habría surgido hace 18.000 años, tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo. 

Por otro lado, Martínez también ha intentado casar los antiguos relatos mitológicos de diversas tradiciones (aunque principalmente de la Biblia[3]) con el registro fósil de homínidos y la propia revelación del Oahspe. Como se puede comprobar de la lista anterior, existe una criatura primigenia aún no humana, sin entendimiento. ¿Qué sucedió pues para que surgieran los Ihin? En este caso, se habría producido la unión entre los Asu y unos seres etéreos, angelicales o divinos, que habrían aportado su ADN “extraplanetario”, poniendo así los cimientos del ser humano tal y como lo conocemos. Este es un relato que aparece en muchas antiguas mitologías de todo el mundo, como por ejemplo en la sumeria, en la cual el dios Ea (o Enki) crea una raza híbrida a partir de un ser salvaje por un lado y la esencia divina por otro. Del mismo modo, la famosa historia bíblica de la unión entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres habría sido en realidad la hibridación entre los Ihin y los Druk. Precisamente, desde su visión, esta aportación (el alma o chispa divina) sería de algún modo el famoso eslabón perdido, en vez del fantasma físico que persiguió durante décadas el evolucionismo, al cual no otorga ninguna credibilidad[4].

Además, la autora concede cierta verosimilitud a las historias sobre continentes perdidos (Mu, Lemuria, la Atlántida...) y asegura que el catastrofismo mitológico fue un hecho real, no una fantasía. Así, nos explica que Wagga o Pan[5], una gran masa continental situada en el actual Océano Pacífico, se hundió tras un gran cataclismo global, lo cual provocó la diáspora de los Ihins hacia las cinco tierras existentes por entonces, donde se mezclaron con los indígenas y les otorgaron la civilización. Esto hizo que hubiera, en su opinión, varios linajes humanos, incluso varios “jardines del Edén”, en los diferentes continentes.

Susan Martínez no entiende pues cómo la ortodoxia darwinista se empeña en defender los (más o menos) abruptos cambios en las especies de homínidos a partir de rápidas transformaciones puntuales (el equilibrio puntuado) o cadenas de modificaciones basadas en mutaciones casuales. En este escenario convencional, las especies se separan, se ramifican, desaparecen y son sustituidas por otras. Pero para esta antropóloga, todo esto no tiene sentido ni justificación científica; a su juicio, es mucho más viable la coexistencia a lo largo de largos periodos de tiempo de varias de estas razas, cuya mezcla explicaría las diferencias morfológicas documentadas en el registro fósil. Así, por ejemplo, los neandertales serían fruto de la hibridación entre los Druks (erectus) y los Ihuan (Cro-Magnon).   

Y entre otras muestras de los aprietos que sufre el darwinismo, la autora no deja de citar el famoso y reciente hallazgo del Homo floresiensis o hobbit[6], que tanto ha traído de cabeza a los investigadores. Según Martínez, resulta que esta especie, que habría pervivido hasta hace unos 12.000 años, es muy pequeña y con una capacidad craneal muy escasa (400 cm3), prácticamente del tamaño de un chimpancé. Sin embargo, el erectus, supuesto antecesor del hobbit tenía un volumen corporal bastante mayor y por lo menos el doble de capacidad craneal. El hobbit no mostraría pues una mejora evolutiva en estos términos, y no obstante presenta varios rasgos anatómicamente modernos, aparte de poseer un cerebro bastante desarrollado neuronalmente y de ser capaz de fabricar artefactos relativamente sofisticados. Y en vez de recurrir a complicadas especulaciones sin fundamento o a hipótesis sobre patologías o  degeneraciones, Martínez encuentra que la explicación de estas paradojas sería la simple hibridación de una especie con rasgos morfológicos avanzados con otra de rasgos más arcaicos.

Este sería, en resumen, el panorama que defiende esta investigadora. No hay que ser muy sagaz para comprobar que la mayor parte de su tesis descansa sobre el famoso libro revelado, sobre el cual se han vertido muchas críticas por considerarlo totalmente pseudocientífico (al igual que el también célebre Libro de Urantia) y sin ningún valor histórico o arqueológico. Este es el mismo problema que presentan las visiones teosóficas sobre el origen de ser humano o bien las revelaciones por vía parapsicológica, como las bien conocidas declaraciones del vidente Edgar Cayce, obtenidas en estado de trance.

Con todo, es de destacar que Martínez haya sacado a la luz las mil y una incongruencias del paradigma darwinista desde un análisis de los hechos y las pruebas, dejando claro que existe una fuerte dosis de conjetura y dogmatismo. Otro asunto sería valorar su complicada mezcla de paleontología, historia bíblica e historia “revelada”. La autora, de hecho, no entra en temas biológicos ni se plantea el vínculo entre simios y humanos; sólo trata de explicar las diferencias entre los homíninos (como actualmente son denominados) no en términos de evolución sino de hibridación.

Personalmente creo que el tema de la hibridación tiene sus puntos fuertes y en este sentido algunos investigadores más convencionales (como el profesor Sandín, entre otros) ya apuntan a la hibridación de los homínidos como factor de diferenciación antes que el oscuro proceso de las mutaciones aleatorias y la selección natural. Sobre la parte –digamos– espiritual o paranormal de esta teoría, ya es más difícil emitir juicios, aunque se insiste en una intervención sobrenatural (el paso del Asu al Ihin) que nos habría separado del resto de las especies animales. Como es obvio, esto de alguna manera nos retrotrae al consabido creacionismo religioso o bien al intervencionismo de tipo alienígena (véase Von Däniken, Sitchin y otros autores que están en esta línea). Nos quedaría como tercer factor alternativo la teoría del diseño inteligente, que es un enorme campo que aún está por explorar adecuadamente, y aquí, en mi opinión, es donde se podrían encontrar gran parte de las respuestas concernientes al origen de esta máquina virtual que llamamos ser humano.

© Xavier Bartlett 2015  


[1] No obstante, Martínez cree que el hombre cambia o “evoluciona” de alguna manera, pero no en un plano físico sino en uno cultural y espiritual.
[2] “Nookie factor”, en el original inglés.
[3] Martínez saca a colación diversos pasajes de la Biblia e intenta relacionarlos con el Oahspe, para dar cobertura a su teoría. En su interpretación personal, identifica varios personajes de la Biblia, concretamente del Génesis, con las razas mencionadas en el Oahspe.
[4] En honor a la verdad, el moderno evolucionismo actual ya ha abandonado este concepto, por considerarlo una antigualla. Por decirlo de forma simple, hoy se prefiere hablar de arbusto evolutivo en vez de cadena evolutiva.
[5] Equiparable al conocido mito de Mu.
[6] Véase mi artículo al respecto en este mismo blog: "El oscuro origen del hobbit"

2 comentarios:

Piedra dijo...

Esta señora jamás oyó hablar de Kropotkin, (entre otros), o piensa que nadie más lo conoce, porque lo que se menciona es lo que ya él y otros defendían, la cooperación como alternativa a la rivalidad.
De todos modos creo que se confunde evolución con selección natural, que fue la gran cagada de Darwin y adeptos.
Personalmente creo que se da cierta tolerancia a estas ideas fundamentalistas y anti científicas para continuar alimentando el mito alienígena, que en algún momento será utilizado como modo de control social.
Sobre apoyar una teoría en textos biblicos... hay un libro: La biblia desenterrada, muy recomendable y que por sí solo ya echa por tierra todas estas elucubraciones.

Saludos.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado Piedra:

Bueno, es obvio que el tema de la cooperación no es nada nuevo, pero está en gran medida enterrado o apartado por el dogma darwinista, y ya me está bien que diversos autores lo saquen a relucir. Lo que no me atrevería es llamar fundamentalista a Martínez ni siquiera que sea adepta a la teoría del antiguo astronauta, aunque indirectamente se puede inferir que ella da por hecha una intervención "sobrenatural". Ahora bien, reconozco que el tema alienígena (a menudo presentado de manera dogmática) pervierte todo el debate y puede ser muy mal utilizado para instaurar una falsa creencia. Por otro lado, al final del artículo dejo claro que el diseño inteligente debe ser explorado a fondo y sin prejuicios. La cuestión final, lógicamente, sería dar con el supuesto "diseñador"... pero sólo de la carcasa.
Saludos,
xavier