El origen de la
población española: ¿genocidio o mestizaje?
Los indicios más antiguos –por el momento–
de la presencia humana en España datan de entre 1,6 y 0,9 millones de años. El
yacimiento de Orce en Venta Micena (Granada) arrojó una calota (parte superior
del cráneo) que se describió como de un individuo infantil y que fue objeto de
una vergonzosa polémica entre especialistas, algunos de los cuales
ridiculizaron a sus descubridores (Martinez-Navarro y cols., 1997), al afirmar
que se trataba de un cráneo de asno. Lo cierto es que, aunque el fragmento
craneal no presenta caracteres anatómicos que resulten claramente
significativos (aunque, finalmente, parece haber sido aceptado como humano), la
presencia del hombre en España pudo ser tan antigua como entre 1,6 y 1,4
millones de años, como atestiguan los restos de cultura oldovaica dispersos por
yacimientos del Sur y Este peninsular.
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Excavaciones en Atapuerca |
Pero, sin duda, el yacimiento más
informativo es el espectacular (y probablemente único en el Mundo) sitio de
Atapuerca. Su historia paleontológica es antigua, pero la más fecunda comienza
en 1976 con el redescubrimiento de la “Sima de los huesos” por el
ingeniero de minas Trinidad Torres, que encontró restos humanos cuando buscaba
fósiles de osos para su tesis doctoral. Su director de tesis era el
paleontólogo Emiliano Aguirre, que dirigió la excavación sistemática llevada a
cabo por José Maria Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga. Pero quizás sea más
informativo comentar los hallazgos por su cronología paleontológica. La
disposición geográfica de la Sierra de Atapuerca nos puede ofrecer un indicio
de la visión estratégica de sus (sin duda abundantes) pobladores a lo largo del
tiempo.
Es una colina que se extiende de Noroeste a
Sudoeste en el valle del río Arlanzón, en la provincia de Burgos. Desde ella se
domina la salida del Corredor de la Bureba, el valle que conecta las cuencas
del Duero y el Ebro, un punto de paso obligado entre el Norte y el Sur, bañado
por el río Arlanzón y que siempre ha mantenido una gran riqueza de fauna y
flora. La naturaleza caliza de la sierra ha posibilitado que la erosión del
agua haya excavado en ella numerosas cuevas (complejos kársticos), a veces
enormes, que desde hace más de un millón de años ofrecían magníficos refugios.
Aunque la extensión del yacimiento es enorme y, probablemente, nos depare
todavía mayores sorpresas, los restos humanos más antiguos (más de 780.000
años) y completos encontrados hasta la fecha aparecieron en “la trinchera del
ferrocarril”. Pertenecen a un individuo juvenil, probablemente no mayor de
catorce años. Son un fragmento de hueso frontal con el inicio de la cara,
dientes y un trozo de mandíbula con el tercer molar sin salir. Además han
aparecido 36 fragmentos de huesos pertenecientes a unos seis individuos y más
de 100 piezas de herramientas líticas de tipo oldovaico.
La morfología del fragmento de cara –de
aspecto “moderno”– asociada a un frontal prominente llevó a los descubridores a
atribuir al resto la condición de nueva especie de “homínido”: Homo
antecessor, situándole en el punto exacto de la bifurcación entre el linaje
humano actual y el (supuesto) callejón sin salida evolutiva representado por
los Neandertales. Aunque tal propuesta no ha sido aceptada por diversos
especialistas sobre la base de que, según la más estricta ortodoxia
paleontológica, no se puede crear una “nueva especie humana” a partir de un
individuo juvenil que no ha finalizado el crecimiento, cabe suponer que los
recientes hallazgos de Homo erectus en África y los Homo de
Dmanisi, y el reconocimiento de su gran polimorfismo y amplia distribución,
habrá zanjado la polémica.
Pero, quizás, la interpretación más
merecedora de una (humilde) reconvención porque es la que más resonancia ha
obtenido de este hallazgo, (y no sólo por causa de las típicas exageraciones
periodísticas, sino por el énfasis puesto en ello por los investigadores), es
la calificación de “caníbales” con que se ha publicitado el hallazgo: La mezcla
de fragmentos humanos con herramientas de piedra, junto con que en, al menos,
en dos falanges y en un fragmento de cráneo se hayan encontrado marcas que
indican una descarnación, les ha llevado a la conclusión de que los primeros
europeos eran caníbales, llegando a afirmar que para ellos la diferencia
entre un cadáver de ciervo y otro humano no existía aún (Atapuerca. Página
web, UCM). Si tenemos en cuenta que la diferencia entre un cadáver de la propia
especie y de otra existe para un buen número de mamíferos (y probablemente, en
otros taxones), esto equivaldría a atribuir a estos hombres la condición, no ya
de “prehumano”, sino de “premamífero”.
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Reconstrucción del rostro de Homo antecessor |
Teniendo en consideración el amplio eco
social que han adquirido estos hallazgos, que han descubierto para muchos
ciudadanos el hecho de la evolución humana, no parece éste el mensaje más
adecuado para transmitir. Desconocemos las circunstancias o los motivos que
llevaron a ello (desde luego, como en cualquier depredador, no sería un modo
preferente de alimentarse), ni si era algo frecuente o si podría tener algún
otro sentido que no fuera el gastronómico. No puede caracterizarse a todo un
grupo por un hecho que puede ser ocasional o producido en circunstancias
dramáticas, del mismo modo que no se puede extrapolar a una nacionalidad los
hechos derivados de un accidente aéreo o de un naufragio. Tampoco podemos
calificar o juzgar a estos hombres basándonos en nuestras actuales creencias o
principios. Lo cierto es que vivieron en condiciones, a veces muy duras, que
imponían las glaciaciones que en aquella época cubrieron de hielo gran parte de
Europa (con sólo que los inviernos fueran tan duros como lo son en la
actualidad, se puede tener una idea), y su simple supervivencia indica una gran
capacidad cultural para hacer frente a un clima muy adverso, a pesar de que el organismo humano sólo está naturalmente
capacitado para la vida en zonas cálidas (sólo podemos sobrevivir en zonas
frías gracias al recurso de vestuario, refugios y alguna fuente de calor).
La continuidad de la ocupación de Atapuerca
por el hombre está representada (por el momento) por los yacimientos de “La
Sima de los huesos”, junto con otros contemporáneos de “La Trinchera” asociados
con industria lítica de tipo Acheulense y datados en torno a los 400.000 años.
En la Sima se han encontrado un número mínimo de treinta y dos individuos,
hombres y mujeres de diversas edades, pero que no parecen representar la
distribución de edades de una banda completa. Eran individuos muy corpulentos y
la morfología de sus cráneos presentaba características que se encontrarán, más
acentuadas, en sus sucesores, los Neandertales. Entre la amplia gama de
denominaciones específicas atribuidas a restos fragmentarios, a estos se les ha
incluido dentro de una “especie” establecida, en este caso, a partir de un solo
hueso: Homo heidelbergensis, que corresponde a la mandíbula de Mauer,
datada entre 500.000 y 400.000 años. En “La Sima de los huesos” no se han
encontrado instrumentos líticos ni restos de herbívoros (presas habituales), lo
que indica que no era un lugar de habitación. La hipótesis más admitida y
razonable es que la acumulación de estos restos tenga un origen humano (lo que
constituiría algún tipo de enterramiento), y que las marcas de mordeduras que
presentan más de la mitad de los restos sean debidas a carroñeros posteriores,
aunque no se puede descartar que sean la causa de su muerte –es decir, muertos
por carnívoros– lo que podría justificar, incluso, un enterramiento selectivo.
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Esqueleto y recreación de un neandertal |
En lo que respecta a sus sucesores, los
Neandertales, sus singulares características morfológicas les han convertido,
siempre en función del esquema mental darwinista, en la última “rama lateral”
de la evolución humana. Para los paleoantropólogos representantes de la versión
“dura” del darwinismo eran una especie de autómatas grotescos si el menor
rastro de humanidad. Según Ian Tattersall, del Museo Americano de Historia
Natural, les faltaban las conexiones necesarias en el cerebro para pensar y
hablar (desconocemos el origen de su documentación “neurológica”). Para él, un Neandertal
representaría la máxima expresión del instinto, es decir, el límite de las
cosas que se pueden hacer inconscientemente, automáticamente. Y esta es una
concepción que, desgraciadamente, resulta difícil de refutar, porque, más o
menos acentuada, es la que se transmite a la sociedad en libros divulgativos,
documentales científicos y películas comerciales. Al parecer, es necesaria una
justificación argumentada “científicamente” para su extinción (total, sin dejar
el menor rastro) ante el avance de los hombres “más evolucionados”.
Sin embargo, lo que parece más próximo a la
realidad es que, aunque el estereotipo de los neandertales que ha quedado
grabado en el imaginario social como una especie de brutos encorvados y
patizambos, se debe a la reconstrucción elaborada, a principios del siglo
pasado, por el belga Marcelin Boule sobre los restos de La Chapelle-aux- Saints
que pertenecían ¡a un anciano con artrosis!, los neandertales eran individuos
con una morfología y un comportamiento absolutamente humanos. (Lo que pone de
manifiesto, una vez más, que son las interpretaciones más sensacionalistas o
llamativas las que más profundamente calan en la sociedad). Sus características
especiales, su robustez y su cara prominente son, simplemente, una acentuación de
las de sus predecesores locales, impulsadas por el aislamiento en unas
condiciones climáticas extremas.
Durante las glaciaciones precedentes (Günz,
Mindel y Riss), los animales y los hombres que vivían en Europa descenderían
paulatinamente hacia tierras más meridionales, empujados por el avance de los
hielos. Forzosamente, la Península Ibérica se debió convertir muchas veces en
centro de confluencia e intercambio genético y cultural de distintos grupos
humanos (los lugares privilegiados, como la Sierra de Atapuerca, debieron
llegar a ser “el no va más” del cosmopolitismo de la época). Sin embargo,
cuando hace unos 140.000 años se comenzó a producir la última gran glaciación,
la conocida como Würm, los hombres que habitaban Europa Occidental y Central, que
habían conseguido una magnífica adaptación cultural a climas muy fríos, no
emigraron, por lo que permanecieron con un alto grado de aislamiento del resto
de la Humanidad durante casi 100.000 años. Su supervivencia durante todo este
tiempo en unas condiciones ambientales que, aunque en ocasiones (los períodos
interestadiales) eran más soportables, en general eran extremadamente
rigurosas, implica, forzosamente, un perfecto conocimiento y control del
entorno. Su magnífica cultura lítica “Musteriense”, elaborada mediante la
degradación de nódulos discoidales de sílex de los que extraían lascas a las
que daban diferentes formas utilizando percutores blandos era extremadamente
eficaz para fabricar punzones, cuchillos, raspadores… hasta sesenta tipos de
utensilios diferentes.
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Distribución geográfica de los neandertales |
Asimismo, eran hábiles curtidores de pieles,
como atestiguan los numerosos raspadores, y en cuanto al uso de otros
instrumentos, como los de madera, de difícil fosilización, se puede deducir del
hecho de que sus antecesores de hace 400.000 años utilizaron unas lanzas de
maderas de picea, encontradas fosilizadas en turba en el yacimiento de
Binzingsleben (Alemania). Eran tres lanzas perfectamente pulidas y equilibradas
para ser lanzadas con precisión. Dominaban perfectamente el fuego, lo cual es
lógico, porque sin la capacidad de encenderlo (es decir, dependiendo de su
conservación a partir de combustiones espontáneas de nafta o de rayos, como
muchos sostienen), su larga supervivencia habría sido imposible. De hecho, se
han encontrado, por ejemplo, en Pech de l’Azé (Francia), hogares formados por
piedras bien colocadas y muy usadas. También en Francia, en la gruta de
Lazaret, se ha comprobado que construían tiendas en su interior. Las piedras
que sujetaban la base de las tiendas atestiguan que las construían con la
entrada en dirección opuesta a la de la cueva, para mejorar la protección. En
definitiva, si estas actividades eran “inconscientes” los paleoantropólogos
habrán de inventarse el concepto de “inconsciencia inteligente”.
Su presencia en la Península Ibérica queda
atestiguada por restos como la mandíbula de Bañolas, el reciente hallazgo de la
Gruta del Sidrón (Asturias), compuesto, por el momento, por más de 120
fragmentos de, al menos, tres individuos (Rosas y Aguirre, 1999), los indicios
de su presencia en Atapuerca, el cráneo de Gibraltar, los restos infantiles de
Portugal… pero, sobre todo, por los fósiles de Zafarraya (Málaga) datados en
torno a los 30.000 años y considerados como “los últimos neandertales”. Porque,
según la “versión oficial”, los neandertales se extinguieron, arrollados por la
superioridad cultural pero, sobre todo, intelectual, del “hombre moderno”: Desde
el punto de vista de la Historia con mayúsculas podemos decir que sabemos lo
que pasó. Los neandertales fueron sustituidos por los humanos modernos. Tal vez
hubo casos de mestizaje, pero no se dieron en una cantidad suficiente para que
sus genes hayan llegado hasta nosotros. Nada me haría tanta ilusión como llevar
en mi sangre una gota siquiera de sangre neandertal, que me conectara con esos
poderosos europeos de otro tiempo, pero temo que mi relación con ellos es sólo
sentimental”, (Arsuaga, 1999).
Si
tenemos en cuenta que, por ejemplo, se ha estimado que compartimos con el ratón
el 99% de los genes (Gunter y Dhand, 2002), lo que pone de manifiesto
definitivamente que la “información genética” no está sólo en el ADN, y se sabe
que compartimos gran cantidad de secuencias con todo el mundo viviente (animal
y vegetal), hasta llegar a las bacterias, hay que decir que no se sabe de donde
puede salir el fundamento genético que permite afirmar que “sus genes no han
llegado hasta nosotros”.
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Herramientas del Homo sapiens (paleolítico superior) |
La realidad es que no existen pruebas
fiables de esta “sustitución” y, a falta de estas pruebas, intervienen las
“firmes convicciones”. Los datos de que disponemos son que hace unos 40.000
años comienzan a aparecer en Europa un tipo de herramientas y utensilios
denominados genéricamente “Auriñacienses”. Asociados a estos aparecen restos
humanos con morfología parecida a la “moderna”, que han recibido la
denominación de “cromañones” por los restos del “viejo” de Cro-Magnon (Francia)
datado, por cierto, en unos 25.000 años de antigüedad. Tras un período de unos
10.000 años (resulta difícil de imaginar: 10.000 años) durante el que los vestigios
de ambos tipos de morfologías y de culturas se encuentran intercalados por
diferentes puntos de Europa, la morfología y la cultura características de los
neandertales desaparecen del registro fósil.
Pero, antes de continuar, puede ser
conveniente una breve consideración sobre qué es la “morfología moderna” ¿tal
vez la parecida a la de los actuales europeos? Porque morfología moderna es la
de los esquimales, con las proporciones corporales exactamente iguales a las de
los neandertales y la de los esbeltísimos nilótidos o los pequeños bosquimanos
y pigmeos. Morfología moderna es la de los aborígenes australianos, muchos con
su gran torus supraorbitario y un acentuado prognatismo, con todo el
aspecto, apoyado por la continuidad del registro fósil (Wolpoff y Thorne,
1992), de ser herencia directa de los “marineros” de la isla de Flores...
Estos 10.000 años de más que posible
contacto entre diferentes culturas cuentan con interpretaciones muy distintas
que, aunque dentro de la inercia explicativa de la ortodoxia darwinista,
parecen distinguirse por distintas concepciones de lo que es “inherente a la
condición humana” en las que pueden ser detectables ciertos componentes
culturales. El inicio de lo que se denomina Paleolítico Superior, asociado
(cómo no) con la industria Auriñaciense, caracterizada por láminas de piedra
alargadas, como “cuchillos de dorso”, el uso de hueso y marfil y dientes de
animales para hacer agujas, puntas de azagayas y adornos, se relacionaba con la
“irrupción en Europa del “hombre anatómicamente moderno”. Sin embargo, una
variante de la industria Auriñaciense, caracterizada por utensilios semejantes,
la industria Chatelperroniense, ha aparecido asociada a restos
indiscutiblemente neandertales, en los yacimientos franceses de Arcy-sur-Cure y
Saint Cesaire. Este tipo de industria se ha encontrado distribuido por Francia,
norte de España y con variantes, también asociadas con neandertales, en Italia
y Europa Central y del Este. La explicación “dura”, es decir, más estrictamente
darwinista es que los neandertales adquirieron estos utensilios del “hombre
moderno”, bien mediante la imitación o incluso el robo.
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Arte rupestre (paleolítico superior) |
Para Richard Klein no se puede hablar de
una mente moderna hasta que no aparecen las primeras manifestaciones de adorno
personal y de arte (éste último asociado sólo con cromañones). Ian
Tattersall lo explica con más datos científicos: La mente humana moderna
surgió como todas las grandes novedades biológicas: por evolución, y como decía
Darwin, sin intervención divina (que, al parecer, es la única alternativa
posible al darwinismo), pero en este caso “golpe", y en un "hombre
moderno". Para Tattersall, las habilidades de los neandertales en la
talla de la piedra, aunque sorprendentes, eran algo estereotipadas; muy pocas
veces, si alguna, elaboraban instrumentos utilizando otras materias primas.
Muchos paleontólogos ponen en cuestión su grado de especialización venatoria.
Sin embargo, hay una forma muy distinta de
valorar las capacidades de los neandertales y que, curiosamente –casi sorprendentemente–
no se basa en las “firmes creencias”, sino en la investigación científica.
Francesco d'Errico del Instituto de Prehistoria de Burdeos, Joâo Zilhao del
Instituto Arqueológico de Portugal y otros investigadores franceses que han
trabajado en el yacimiento de “la Cueva del Reno” de Arcy, han desmontado la
teoría de la recogida: el material de adornos y utensilios óseos de los
neandertales estaba rodeado de restos y esquirlas que indicaban que habían sido
hechos allí mismo (Bahn, 1998).
Pero no importan las pruebas. Los
darwinistas “duros” parecen ser inasequibles al desaliento. Los
neandertales debían tener alguna inferioridad, y hay que encontrarla aunque se
tenga que recurrir a los argumentos más pintorescos. He aquí los de Wesley
Niewoehner, de la Universidad de Nuevo México en Alburquerque y comentados así
en la revista Nature (Clarke, 2001): Los neandertales, macizos y bien
musculados, probablemente tenían unos dedos demasiado gruesos para hacer uso
efectivo de tecnología avanzada de la Edad de Piedra o para realizar tareas de
destreza como grabar. [...] Esto da peso a la idea de que los humanos
modernos recientes sustituyeron a los neandertales por su superior uso del
mismo tipo de herramientas. [...] Así, aunque los neandertales pudieron
probablemente fabricar y usar herramientas complejas, no pudieron
hacerlo muy a menudo o muy cuidadosamente, (?) y no fueron
capaces de tareas mas sofisticadas como grabar o pintar, que fueron
desarrolladas por los humanos modernos.
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Cráneos de sapiens (izq.) y de neandertal (der.) |
Como no parece que estos despropósitos
merezcan un comentario, volvamos a los datos del registro fósil: La cronología
de las dos culturas apoyan el carácter autóctono de la Chatelperroniense. Para
Anne-Marie Tiller y Dominique Gambier existe un vacío antropológico durante
el período Auriñaciense europeo entre hace 40 y 35.000 años o, al menos, un
problema para identificar los escasos fósiles disponibles. Pero parece
claro que el nacimiento del Chatelperroniense fue anterior al Auriñaciense.
En cuanto a la “discontinuidad” morfológica, no parece tan clara. Para Tillier
y Gambier (2000) los restos humanos auriñacienses presentan cierta robustez
y conservan caracteres “arcaicos” (Porque “el viejo” de Cro-Magnon, no era
de morfología estrictamente “moderna”). Por otra parte, los últimos neandertales
eran más gráciles que los primeros, de modo que el cráneo de Saint Cesaire
tiene más semejanzas con el de un hombre moderno que el neandertal de La
Chapelle-aux-Saints, 15.000 años más antiguo... En definitiva, es más que
posible que el hombre de Neanderthal no haya sido “sustituido”, sino que sus
características se habrían diluido, a lo largo de más de 10.000 años de
contacto e intercambio, en una población de morfología más grácil muy superior
en número. Muy probablemente, “la sangre” de los neandertales continúa entre
nosotros.
Las pruebas de “características intermedias”
y los indicios de mestizajes se encuentran repartidos en restos fragmentarios
por Europa central y del este (Predmost y Brno en Moravia, Vindija en
Yugoslavia…) y un discutido ejemplar (por ser infantil) en Portugal, pero mucho
más evidentes en fósiles muy abundantes y completos de Oriente próximo, donde
los neandertales han coexistido, se han mezclado y compartido cultura, modo de
vida y rituales con hombres de aspecto parecido a la morfología “moderna”, es
decir, de cráneos más redondeados, entre hace 100.000 y 35.000 años. Entre
estos, el hallazgo en Kebara (Arensburg y Tillier,1990) de un enterramiento
neandertal de hace 60.000 años, en el que encontró un hueso hioides, de difícil
fosilización por su fragilidad, es un indicio tan indiscutible como
innecesario, (dadas las pruebas tan antiguas de un comportamiento dirigido por
la planificación y la coordinación) de la existencia de un lenguaje articulado,
porque sobre él se sitúan las cuerdas vocales. Pero ni esta prueba parece ser suficiente.
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¿Cómo se demuestran las mejoras en el cerebro? |
Para Richard Klein (1989) de la Universidad
de Chicago, todavía era necesaria una evolución neurológica para llegar a la
modernidad completa. Este absurdo dogmatismo que lleva a inventarse unas
supuestas “mejoras” progresivas en la organización cerebral de las que no
existen las menores pruebas no tiene, en realidad, ningún contenido científico
y sí mucho de prejuicio sobre la lógica de la “sustitución” de los menos
“aptos” justificada por una supuesta superioridad intelectual, como refleja
claramente la frase con que Ian Tattersall (2000) finaliza su argumentación
sobre este tema: Aunque los lingüistas le han dedicado muchas horas de
especulación, se nos escapa cómo surgió el lenguaje. Pero sabemos que un ser
equipado por capacidades simbólicas es un rival extraordinario…
El mensaje del ADN y la manipulación de la información
El estudio de ADN rescatado de fósiles de
neandertales como el histórico “Feldhofer” encontrado en Alemania en 1856 o el
de un resto infantil del norte del Cáucaso apoya la ampliamente admitida
pero todavía controvertida visión de que los humanos modernos tuvieron poca o
ninguna mezcla con los Neandertales, según William Goodwin de la Universidad de
Glasgow y sus colegas (Gee, 2000). Esta aparente confianza en los datos
contrasta con el espíritu crítico con que se acogen pruebas mucho menos
frágiles (en el más estricto sentido). Porque el ADN es extremadamente frágil y
degradable tras decenas de miles de años de fosilización de los huesos. Por
otra parte, las probabilidades de “contaminación” en estos huesos son enormes,
tanto por la manipulación como por ADN del entorno (en un puñado de tierra hay
millones de bacterias y virus). Pero, incluso en el caso, extremadamente
improbable, de que estos fenómenos no se hubieran producido, la comparación de
la variabilidad (polimorfismos) del ADN humano de hace 30.000 años, en
poblaciones que habían sufrido un largo aislamiento, con la población actual,
no sería especialmente informativa.
Y esto pone de manifiesto, una vez más, que
en el campo de la evolución –pero muy especialmente en el de la evolución
humana– los resultados obtenidos mediante metodologías, técnicas o materiales
limitados o discutibles se pueden interpretar a gusto del investigador en
función de lo que se quiere demostrar. Y lo que se quiere demostrar queda claro
en la frase con que Paul Mellars (1998) zanja el debate sobre “El destino de
los Neandertales”: La vehemencia de algunos científicos en reclamar la cercana
relación con los Neandertales puede estar cercana a negar que la evolución
humana está teniendo lugar en la actualidad. Es decir, que “la
supervivencia de los más aptos” continúa.
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Origen del H. sapiens (teoría de la Eva mitocondrial) |
Pero la manipulación de los datos puede ir
más lejos que la consistente en la interpretación sesgada de datos discutibles.
La hipótesis de la “Eva mitocondrial” de Wilson y Caan (1992) que ya ha sido
incorporada a los libros de texto, parece haber arraigado firmemente en la
comunidad “oficial” de paleoantropólogos aparentemente deslumbrados por su
aureola de “ciencia dura”, es decir, basada nada menos que en datos
moleculares. Según tal hipótesis, el hombre moderno desciende, en su totalidad,
de una “Eva” que habría vivido en África hace unos 200.000 años. Sus
descendientes se habrían extendido por el Mundo y habrían sustituido, o lo que
es igual, exterminado, a todos los hombres (homínidos, en su terminología)
previamente existentes desde África a Siberia, desde Europa hasta Extremo
Oriente...
Para esta, al parecer, extendida concepción
se trataría, no ya de un extermino total como el de los pobres neandertales
aplastados por una población muy superior en número, sino del caso contrario:
la “sustitución” total de poblaciones adaptadas biológica y culturalmente a
entornos muy variados –y algunos muy duros– por pequeños grupos inconexos
procedentes de un medio tropical. Aunque tal proceso resulta totalmente
irreconciliable con el más elemental sentido común, está basado en datos
“rigurosamente científicos”: De las primeras comparaciones entre proteínas
de especies diferentes brotaron dos nuevas ideas: la de las mutaciones neutras
y la del reloj molecular. Con respecto a la primera, la evolución molecular
parece dominada por esas mutaciones fútiles que se acumulan con una cadencia
sorprendentemente regular en los linajes supervivientes. [...] La
segunda idea, la de los relojes moleculares, surgió de la observación de que el
ritmo de cambio genético según mutaciones puntuales (cambios en determinados
pares de bases de ADN) es tan regular, en largos períodos, que se las podría
usar para datar divergencias de troncos comunes. [...] El ADN que
estudiamos reside en las mitocondrias, orgánulos celulares que convierten
alimentos en energía disponible para el resto de la célula. [...] A diferencia
del ADN nuclear, el de la mitocondria se hereda sólo de la madre, sin más
cambio que las eventuales mutaciones. La contribución paterna acaba en la
papelera, como quien dice, de los recortes. [...] De ello se infiere, en
pura lógica, que todo el ADN mitocondrial humano debe de haber tenido una
última antecesora común.
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Espiral de ADN |
La asunción de todos estos postulados derivó
en la construcción de un espectacular árbol filogenético que, si bien
presentaba individuos de distinta procedencia intercalados en diferentes
poblaciones, tuvo una gran resonancia, tanto científica como en los medios de
comunicación: El origen del hombre moderno estaba en África, y el “reloj
molecular” era concluyente: la “Eva mitocondrial”, la primera mujer moderna,
había vivido hace unos 200.000 años. El problema fundamental de estas
conclusiones es que todos los postulados en los que se basa son absolutamente
falsos. Las mitocondrias no son sólo la "central de energía" de la
célula. Su ADN participa en procesos tan importantes como el control de la apoptosis
(muerte celular programada) fundamental, por ejemplo, en el desarrollo
embrionario. Esto descalifica la supuesta neutralidad de sus mutaciones, pero
también el hecho de que algunas de ellas pueden causar graves enfermedades
neurológicas. En cuanto a la transmisión únicamente por vía materna, está
desmentida por la comprobación de la transmisión de una enfermedad de éste
origen por parte del padre. Pero, muy especialmente, la existencia de los
supuestos “relojes moleculares”, una entelequia totalmente contradictoria con
la base teórica de la evolución por mutaciones puntuales y al azar, pero
sorprendentemente asumida como un hecho constatado, ha sido abordada,
finalmente, de una forma rigurosa (Rodríguez-Trelles et al., 2001) analizando
tres proteínas utilizadas habitualmente como “relojes moleculares”: La glicerol-3-fosfato
deshidrogenasa (GPDH), la superóxido dismutasa (SOD) y la xantina
deshidrogenasa (XDH). El estudio se llevó a cabo en 78 especies representativas
de los tres Reinos multicelulares: hongos, plantas y animales. Las conclusiones
son: Hemos observado que: (1) Las tres proteínas evolucionan erráticamente
en el tiempo y entre los linajes y (2) Los patrones erráticos de aceleración y
deceleración difieren de locus a locus. La constatación de estos hechos ha
sacado a la luz la cuestión de cuán real es el reloj molecular o, más aún, si
existen los relojes moleculares.
Datos verificables experimentalmente como
estos, dispersos en distintas publicaciones, se acumulan continuamente sin
tener, al parecer, la menor repercusión en la rutina habitual de la elaboración
de árboles basados en la evolución “por cambios graduales y aleatorios” que
siguen haciendo uso de los supuestos “relojes moleculares” para confirmar sus
hipótesis. Pero eso no es todo: Otras críticas a los resultados de Wilson
tienen que ver con el número de árboles obtenidos. Es bastante frecuente que
los autores no den el número total de árboles igualmente parsimoniosos, sino
que se limitan a seleccionar algunos para su publicación (Barriel, 1995).
De hecho, utilizando los mismos datos, pero con una versión más reciente del
programa de parsimonia, el norteamericano David R. Madison de Harvard, obtiene
hasta 10.000 árboles más parsimoniosos.
Revelaciones de este tipo ponen de
manifiesto que las ideas preconcebidas de una evolución humana dirigida por
competencias y “sustituciones” y dominada, al parecer, por una tal repugnancia
por la idea del mestizaje, que éste no cabe en sus esquemas mentales, pueden
conducir, no sólo a interpretaciones descabelladas, sino a auténticos fraudes
en la práctica científica. Sin embargo, la “Eva mitocondrial”, cuya antigüedad
se ha “precisado” últimamente en 143.000 años, (Caan, 2002), parece ser tan
real para muchos científicos como su contrapartida masculina, el “Adán” del
cromosoma Y. Según Peter Underhill y sus colegas de la Universidad de Stanford,
(Underhill et al., 2000) que han estudiado la variabilidad genética del
cromosoma Y en más de 1.000 hombres de 22 áreas geográficas, todos los hombres
actuales descienden de un “Adán” que vivió en África hace, exactamente, 59.000
años, según su “reloj molecular”. Esto plantea un problema, no despreciable, de
un período de “desajuste matrimonial” de nada menos que 84.000 años. Pero todo
se puede explicar: Según Underhill, las “tribus dominantes” se quedaron con
todas las mujeres (descendientes, a su vez, de “Eva”). Es más, el 95% de los
hombres europeos descienden de unos 10 “Adanes” procedentes de distintas oleadas. Aunque estas afirmaciones
emitidas con tal seguridad puedan sonar a broma, sus trabajos han sido
publicados (es decir, “aceptados”) por las más prestigiosas revistas
científicas.
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Difusión de los homínidos según la teoría "out-of-Africa" |
Sin embargo, y dentro de los mismos esquemas
conceptuales y metodológicos de la evolución darwinista, las conclusiones
pueden ser muy diferentes. Alan Templeton de la Universidad de St. Louis ha
estudiado la variabilidad del ADN en varones y mujeres de muy diversas
poblaciones. Para intentar clarificar los resultados, muchas veces contradictorios,
de los estudios de secuencias individuales, ha estudiado diez regiones de
cromosomas autosómicos, además de cromosomas sexuales y mitocondrias. Sus
resultados son que, tras la primera emigración de Homo erectus, hubo una
segunda entre 400.000 y 800.000 años, otra hace unos 100.000 años y otra más
reciente desde África hasta Asia, con gran cantidad de intercambio genético
entre grupos. Según Templeton: África ha tenido un gran impacto genético
en la Humanidad, pero mi análisis no es compatible con un reemplazamiento
completo (Templeton, 2002). Aunque estas conclusiones (por cierto, muy
criticadas por los partidarios de la “sustitución”) parecen mejor fundamentadas
y más razonables que las anteriores, el problema sigue estando en la base conceptual. En la idea de una evolución
gradual, continua y “progresiva” en la que se fundan los falsos “relojes
moleculares”. Es cierto que existe una variabilidad genética, por cierto,
mínima, en polimorfismos del ADN que son neutrales, es decir, irrelevantes en
el contexto de la evolución, y es (o parece) cierto que en las poblaciones
africanas existe una mayor variabilidad en algunos marcadores de este tipo que
en el resto de la Humanidad, pero esto es sólo un indicio más de un remoto
origen africano.
Las impresionantes semejanzas genéticas de
toda la Humanidad (King y Motulsky, 2002) son, sin duda, un reflejo de una
larga historia de encuentros e intercambio genético que seguramente ha
caracterizado a la especie humana desde su nacimiento, y no de un origen
reciente del hombre “moderno”, porque, muy posiblemente, la evolución humana
acabó, al menos por el momento, con la aparición de los primeros hombres, hace
más de tres millones de años.
La ley del más fuerte
Las “firmes creencias” darwinistas no
responden sólo a las de una concepción científica caduca y ya obsoleta de la
Naturaleza, porque en sus premisas y en sus argumentos se pueden identificar,
más o menos disfrazados de “objetivos” o de “políticamente correctos”, todos y
cada uno de los rancios prejuicios culturales y sociales que alumbraron su
nacimiento. La idea de que las cualidades humanas, las virtudes y los defectos,
son innatas, se pueden encontrar hoy disfrazadas de disciplina científica bajo
la denominación de “Genética del comportamiento humano”, un artificio totalmente
rebatido por los conocimientos actuales sobre la expresión génica en la que ni
siquiera existe la ya anticuada creencia de una relación directa entre un gen y
una simple proteína y en la que el ambiente juega un papel primordial. Cuánto
menor aún será la supuesta relación entre “los genes” y algo tan complejo, tan
circunstancial y tan influido por el ambiente (por el aprendizaje) como es el
comportamiento humano.
Sin embargo, esta pretendida disciplina
científica parece contar con una consideración creciente en nuestro entorno
cultural, aún cuando las aplicaciones de sus imaginarios descubrimientos sólo
pueden ser negativas: No se pueden sustituir, en todos los marginados o
inadaptados sus supuestos “genes defectuosos” por genes de triunfador o de “políticamente
correcto”, pero sí puede resultar una causa de discriminación más grave, más
injusta y más falsa que cualquier otra, la consideración de que ciertos
individuos sean portadores de estos falsos genes “inadecuados”.
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Detrás de la ciencia está el prejuicio |
Desgraciadamente, las informaciones sobre la
extremada complejidad y de lo (mucho) que desconocemos de los fenómenos
biológicos no resultan tan “periodísticas” como las simplificaciones dogmáticas
de los científicos darwinistas o las noticias sobre descubrimientos
espectaculares como los de “los genes del miedo” o de la homosexualidad o,
incluso, de la base genética de la marginalidad. Y lo realmente dramático es
que esta concepción de la naturaleza humana está calando profundamente en la
sociedad porque confiere un carácter científico a muy viejos y muy nefastos
prejuicios. Y así, se extiende a pueblos o culturas enteras la condición de
“intrínsecamente perversos”, fanáticos o delincuentes, por naturaleza, porque
lo llevan en sus genes. La hipocresía de afirmar que las diferencias creadas en
el Mundo por unas circunstancias históricas concretas y acentuadas por un
modelo económico aberrante (el modelo del que surgieron las bases conceptuales
del darwinismo) son “naturales”, oculta en realidad una cínica justificación de
la situación y transmite una estúpida creencia en la propia superioridad.
Porque la competencia “está en la naturaleza humana” (Arsuaga, 2002), y los que
triunfan son los mejores. Al parecer, la única posibilidad, no ya de éxito,
sino de simple supervivencia, está en una competencia permanente, y del mismo
modo que en la teoría darwinista la supervivencia del “más apto” pretende
justificar “con el tiempo” lo injustificable, la “libre competencia” será
beneficiosa para todos “con el tiempo” como se puede comprobar observando la
situación, cada día más dramática, en que se encuentra la mayor parte de la
Humanidad.
La desalentadora sensación que produce la
aceptación de estos argumentos cargados de conceptos vacíos, es de que estamos
asistiendo a una crisis, no sólo ética (que es muy evidente), sino también
intelectual. De que se ha extendido una especie de “pereza mental” que impide
profundizar, no sólo en la comprensión de los fenómenos naturales, sino también
en las causas (en la raíz) de los graves problemas a los que se enfrenta la
Humanidad y afrontarlos de una manera coherente. Porque, como hasta la persona
más sencilla (o más “primitiva”) puede comprender, en toda competencia hay
pocos ganadores y muchos perdedores. Y, de seguir por este camino, el premio
para los vencedores no va a ser, precisamente, envidiable.
© Máximo Sandín 2002
Agradecimientos: A mi colega Armando
González por las siempre enriquecedoras conversaciones sobre osteología humana
y por sus aportaciones de documentación. (María está “muy ocupada”).
Nota: Este artículo contiene una extensísima bibliografía de varias páginas que por razones de espacio no puedo reproducir aquí. Para los interesados en consultar dicha bibliografía, les remito a la fuente original o a la revista digital Dogmacero, nº 4 (2013).
Fuente: www.somosbacteriasyvirus.com/articulos
Fuente imágenes: Wikimedia Commons