miércoles, 18 de diciembre de 2019

Dinosaurios y humanos: un encuentro problemático (2ª parte)


En la primera parte de este artículo vimos una serie de referencias y posibles pruebas históricas y arqueológicas de la convivencia de humanos y dinosaurios en épocas muy antiguas, en que casi todo parecía envuelto en la leyenda y la confusión, cuando no en el fraude. Quizá en este punto estaríamos tentados a abandonar cualquier pretensión de sacar algo en claro, pero la realidad es tozuda y nos ofrece algunas sorpresas que cuestan un poco de explicar en términos convencionales. Me voy a referir pues a la posible pervivencia de dinosaurios no en un pasado remoto, sino en nuestro mundo moderno (en un margen no superior a dos siglos), lo que nos fuerza a recuperar la citada ciencia –no reconocida– de la criptozoología. Aparte, dejaré para el final una pista científica inesperada que yo mismo desconocía hasta hace muy poco.

Si nos centramos en los tiempos más recientes, tenemos una vez más la inevitable sombra del fenómeno del fraude (como ya vimos), pero también es verdad que se dan dos elementos verificadores muy notables que ayudan a despejar dudas. Por un lado, gracias a la paleontología, la ciencia ha obtenido un conocimiento bastante amplio de la existencia de los dinosaurios, en sus múltiples tipologías, y es capaz de identificar los restos óseos con cierta precisión, teniendo en cuenta que todavía se siguen descubriendo regularmente nuevas especies de dinosaurios. Así pues, ya se acabó de hablar de “dragones”; en la actualidad los dinosaurios han dejado de ser parte del mito para convertirse en realidades biológicas, aunque sean extinguidas… o eso suponemos.

Por otro lado, el mundo actual ha permitido documentar muchos hechos insólitos gracias a millares de testimonios, que en los últimos 150 años han sido a veces registrados en soporte fotográfico y, más recientemente, videográfico. Eso se ha traducido en un curioso archivo de imágenes “imposibles” que pueden provocar más de una exclamación… siempre que sean verídicas, desde luego. Aquí es donde deberíamos enmarcar todas las recientes leyendas urbanas o mitos contemporáneos, como el clásico monstruo del lago Ness, pero –aparte de este celebérrimo caso– es innegable que existe una larga casuística en diversas partes del mundo que merecería un análisis detallado y no un simple rechazo general apelando al fraude y al sensacionalismo.

Reconstrucción de un velociraptor corriendo
Lo cierto es que en los últimos 200 años han sido muchos los relatos de avistamientos o encuentros con criaturas no identificadas que podrían encajar en alguna categoría de dinosaurio. En esta casuística anómala prácticamente no hallamos animales terrestres, que parecen haberse esfumado, pero sí numerosos casos de criaturas acuáticas y sobre todo voladoras. El investigador independiente español Ramón Navia lleva años estudiando estos casos y ha recogido una notable muestra[1] en sus viajes por Sudamérica, principalmente. Sobre dinosaurios terrestres ha registrado al menos un suceso acaecido hace pocos años en la autopista panamericana, en la región de Pampa Acha (Chile), según el cual los cinco ocupantes de un coche pudieron ver pasar a gran velocidad una criatura bípeda que corría mucho –desde luego más que un avestruz– pero con aspecto de reptil que se desplazaba sobre sus patas traseras, lo que sugeriría un tipo similar al famoso velociraptor. Uno de los testigos, el señor Hernán Cuevas, relató literalmente que el ser era “como un lagarto con las dos patas delanteras cortas y corría con las patas traseras.” Lamentablemente, y aun otorgando plena credibilidad a los testigos, todo ocurrió muy deprisa, cuando ya era de noche, y no se pudo tomar ninguna fotografía.

Sea como fuere, la mayor evidencia de posibles dinosaurios en época recientes se centra en criaturas voladoras, que normalmente han sido tomadas por “aves extrañas”. Así pues, existen varios relatos que se remontan al siglo XIX y que inevitablemente recuerdan a la familia de los pterosaurios o dinosaurios voladores, algunos de ellos de tamaño muy superior al de las aves más grandes conocidas en la actualidad. Sólo por mencionar unos pocos casos recogidos por R. Navia, tenemos:
  • En 1821, en Egipto el naturalista inglés James Burton descubrió unos enormes nidos de aves con restos diversos, incluyendo ropa y objetos humanos.
  • En 1890, en Tombstone (Arizona, EE UU) dos cowboys fueron atacados por un ave gigantesca de unos 11 metros de envergadura.
  • En 1898, en Copiapó (Chile) unos mineros divisaron un ave gigantesca desconocida de rara estructura anatómica, con plumas parduzcas en sus alas y escamas en su cuerpo.
  • En 1947, cerca de Rumoré (Ontario, Canadá) fue avistada un ave enorme de ojos amarillos.
  • En 1948, en EEUU el testigo Charles Duna aseguró haber visto un ave del tamaño de una Piper Cub (una avioneta de unos 10,5 metros de envergadura).
  • En 1975, en Puerto Rico un hombre llamado Muñiz fue atacado por una gran ave grisácea y largo cuello.
  • En 1976, en Texas (EE UU) dos hermanas describieron un ave como un clásico pteranodon.
  • En 1986, en los montes Asterousia (Grecia) tres cazadores describieron un pterodáctilo.
  • En 1999, en Barcelona (España) muchos testigos afirmaron haber visto –tanto de día como de noche– una gigantesca ave negruzca que se desplazaba sin agitar las alas y profería unos estruendosos graznidos.
  • En 2001, en el estado de Pennsylvania (EE UU) varias personas vieron unas criaturas aladas de enormes dimensiones de color gris negruzco[2].
Naturalmente, a la hora de profundizar en esta casuística casi siempre faltan datos y referencias concretas, y a menudo no es fácil discernir lo verídico de las leyendas urbanas, dando por hecho que en algunos casos no hubo mala fe, sino simplemente una mala observación o una confusión. Aun así, antes de cerrar este asunto, he de hacer notar que existe un repertorio fotográfico que merecería un análisis riguroso para separar el grano de la paja, sobre todo para descartar posibles manipulaciones o fraudes. El caso es que existe un buen número de fotografías tomadas desde mediados del siglo XIX en que aparecen retratados animales no identificados bastante parecidos a dinosaurios, principalmente acuáticos y voladores, incluyendo algunas muy explícitas del siglo XIX como ejemplares de pterodáctilo o pteranodon abatidos por soldados y mostrados como singulares trofeos. Hoy en día no resultaría muy complicado realizar sofisticadas falsificaciones (sobre el objeto, la imagen o ambos), pero hace 150 años, la cosa ya era más problemática. Para que el lector juzgue por sí mismo incluyo dos de estas polémicas imágenes, una antigua y una moderna, que muestran supuestos dinosaurios voladores.



En cuanto a las criaturas acuáticas, es obvio que la comunidad académica se remite a la historia del lago Ness para descalificar cualquier acercamiento serio o válido a este tema. No obstante, cabe citar que los avistamientos de “algo extraño” en sus aguas no son nuevos y que se remontan a mucho tiempo atrás. En todo caso, los testimonios de la segunda mitad del siglo XX en el lago Ness se elevan a más de mil. Naturalmente, todo esto choca bastante con la falta de imágenes indiscutibles y con los nulos resultados de varias expediciones que han rastreado más o menos científicamente a fondo todo el lago. Lo más representativo fue quizás una breve película tomada en 1960 por Tim Dinsdale, un ingeniero aeronáutico británico, en que se veía el lomo de un ser semi-sumergido nadando en la superficie del lago. La cinta fue estudiada por los servicios de inteligencia de la RAF (Royal Air Force), pero para los expertos tal filmación no resultó ser en absoluto concluyente y, aunque descartaban el fraude, no aportaron ninguna interpretación fundada, más allá de admitir que podía tratarse de un ser vivo animado. Adjunto seguidamente el vídeo para que cada cual se forme su opinión.



De todos modos, es obligado mencionar que existen otros lagos en Escocia (Loch Morar, Loch Lomond, Loch Awe, Loch Ranoch) donde también se han producido avistamientos similares. Asimismo, existen otros casos paralelos en zonas fluviales o lacustres de otros lugares del mundo, aunque con el mismo halo de confusión o sospechas de fraude. En Estados Unidos y Canadá se han dado numerosos testimonios a lo largo del siglo XX, sobre todo en el lago Flathead (Montana, EE UU), en que muchas personas dijeron haber visto una criatura acuática de enorme tamaño, sin que nadie pudiese identificarla, aunque fue descrita generalmente como un ser serpentiforme. Eso sí, una vez más no hay pruebas ni imágenes que aporten luz a la controversia.

No obstante, vale la pena resaltar el avistamiento que hizo en 1962 un geólogo ruso, Boris Tverdochlebov, en el enorme lago siberiano de Vorota, situado en la meseta de Sordong. Allí vio surgir de las profundidades una criatura de cuerpo cilíndrico de unos 10 metros de largo y piel grisácea, con una cabeza de dos metros de anchura rematada con una aleta triangular. El monstruo nadó o “saltó” sobre las aguas cerca de la orilla y luego desapareció para no volver a salir más. El geólogo impulsó una posterior expedición científica, pero no consiguieron dar con la criatura. Eso sí, identificaron un tipo de musgo rojo que sólo se había hallado previamente en estado fósil, de la Era Terciaria. ¿Estaríamos ante un dinosaurio acuático o más bien ante un tipo de anguila gigante? Lo cierto es que no hay datos que permitan ir más allá de las conjeturas y se deberá esperar a la captura de una de estas criaturas –viva o muerta– para salir de dudas.

Un fósil viviente: ejemplar de celacanto en la actualidad
Para concluir esta incursión en la criptozoología, cabe realizar una observación final sobre la postura académica ante la hipotética pervivencia de dinosaurios en nuestros días. Como hemos visto, todavía no parece haber nada sólido, pero las numerosas pistas e indicios nos empujan a considerar que una investigación seria y rigurosa está plenamente justificada. Volviendo al pez celacanto, hay que remarcar que el ejemplar pescado en 1938 no se trató de una rareza o excepción única. En los años posteriores al primer “re-descubrimiento”, desde la década de los 50, se empezaron a encontrar nuevos ejemplares y, por fin, en épocas recientes se llegaron a identificar colonias enteras de este fósil viviente. Por tanto, es bien posible que existan criaturas “supuestamente desaparecidas” que no son meros caprichos del destino, sino poblaciones de animales que –pese a todas las dificultades– han sobrevivido exitosamente en ciertos hábitats y condiciones, sobre todo en el medio acuático. De hecho, sin tener que remontarnos a los dinosaurios, los biólogos y zoólogos regularmente identifican especies que se creían ya extinguidas en tiempos pasados, más o menos lejanos.

Por otro lado, se puede entender cierta incomodidad académica ante estos hallazgos, pues en este contexto se relativizan las teorías de extinciones totales a causa de grandes desastres naturales. De hecho, tales desastres permiten explicar de algún modo la desaparición de algunas especies y la aparición de otras nuevas en un marco evolutivo, si bien el catastrofismo nunca ha sido del agrado de los darwinistas[3]. No obstante, para el dogma evolucionista todavía es peor el hecho de tener que admitir que se puedan encontrar actualmente especies de hace millones de años sin ninguna diferencia anatómica. Esto es, resulta que –pese al paso de millones de años y de importantes cambios ambientales y circunstancias de todo tipo– no ha habido evolución que valga. No ha habido mutaciones mágicas ni ningún mecanismo natural que haya modificado a estas criaturas. Con el celacanto ocurre esto y con los supuestos dinosaurios avistados (pero no reconocidos), más de lo mismo. Ahí lo dejo.

Y he reservado para el final un hecho que me era desconocido hasta hace poco, pero que –por estar sustentado en las propias bases científicas de la paleontología– merece un breve comentario y análisis, de cara a aportar pruebas de la convivencia entre humanos y dinosaurios. Pues bien, como sabemos, existen varias metodologías de datación absoluta para fechar los restos hallados en las excavaciones. Entre ellas destacan especialmente las técnicas radiométricas que permiten datar huesos de animales de hasta cientos de miles o millones de años, por lo que han tenido un amplio uso en el ámbito de la paleontología desde hace medio siglo.

Huesos fosilizados
Este fue el caso de los restos de fauna del Pleistoceno (grandes mamíferos) encontrados en el yacimiento de Hueyatlaco (México), que arrojaron cronologías que se extendían hasta unos pocos cientos de miles de años, en contra de la opinión de los paleontólogos y arqueólogos, pues ello suponía datar en la misma época los objetos humanos adjuntos a esa fauna. En cambio, apenas se pudo emplear el método del Carbono-14, pues dicha técnica sólo permite trabajar con restos orgánicos que aún conservan un mínimo de carbono, y esto sólo sucede con muestras de hasta unos 50.000 años, pues más allá de este límite los huesos están tan mineralizados (fosilizados) que es inútil aplicar el método. En fin, este fue un típico caso en que los análisis físico-químicos no concordaron con las ideas preconcebidas de los científicos, lo que no llevó a descartar –o al menos revisar– dichas ideas sino a rechazar las cronologías por considerarlas erróneas.

En el tema que nos ocupa, el arqueólogo estadounidense John M. Jensen[4] ha sacado a la palestra en su libro Earth epochs (2015) una serie de datos muy significativos. Resulta que –para mi sorpresa–­ desde hace unos cuantos años existen dataciones realizadas sobre dinosaurios con el método del Carbono-14, lo cual implica que los huesos no estaban completamente fosilizados (lo que sería de esperar en especies de hace millones de años), sino que contenían aún una porción representativa de carbono que permitió el análisis fiable de las muestras. Y lo que todavía es más extraordinario es que en algunos casos puntuales se pudieron recuperar restos de tejido blando en los huesos de dinosaurio.

Al respecto, Jensen menciona en detalle un caso de Tyrannosaurus Rex hallado en Norteamérica, que fue objeto de un profundo estudio por parte de la Universidad estatal de Carolina del Norte en 2005, ofreciendo algunas conclusiones sorprendentes, como la identificación de tejido blando “aún flexible y elástico tras 65 millones de años” en forma de vasos sanguíneos e incluso células intactas. Esto es, después de analizar los huesos vieron que no todo estaba mineralizado, sino que había zonas del tuétano en que se podían distinguir fibras y células que conservaban la flexibilidad, elasticidad y resiliencia originales. En el artículo de referencia se incluyeron fotografías de estos tejidos tomadas con microscopio que dejaban lugar a pocas dudas (véanse las imágenes más abajo). No obstante, se creó cierta perplejidad en la comunidad científica, pues varios expertos no acababan de explicarse cómo es que esos tejidos se habían podido mantener en tal estado después de tantos millones de años.

Muestras de tejidos blandos de T. Rex
Para Jensen, el otro enfoque en este asunto sería considerar que en realidad la datación del dinosaurio debería aproximarse a tiempos mucho más recientes en vez de forzar los dogmas establecidos. Lo cierto es que Jensen recoge otros estudios biológicos de dinosaurios (mosasaurio, hadrosaurio, archaeopteryx) en los que se detectaron trazas de tejidos blandos, así como de otros estudios de seres vivos de hace millones de años “supuestamente fosilizados” que contenían restos de ADN, bacterias vivas, sangre, aminoácidos, etc.  El caso del archaeopteryx (un precursor de las modernas aves) es especialmente significativo, pues se hallaron restos de tejido blando de los huesos y las plumas… en una especie de hace unos 150 millones de años.

Pero volviendo al ya citado C-14, aquí el conjunto de pruebas realizadas sobre huesos de distintos dinosaurios no puede ser pasado por alto y tendría que provocar más de una reflexión. Jensen aporta unos datos extraídos de publicaciones científicas de los últimos 20 años que dejan a bien a las claras que: 1) Las muestras eran de inequívocos dinosaurios y que no hubo contaminaciones ambientales, y 2) Los huesos analizados no estaban completamente mineralizados, pues de lo contrario hubiese sido imposible aplicar este método. La mayoría de los huesos datados con C-14 provenían de EE UU, más algunos de China y Europa.

Reconstrucción de un triceratops
Así, tenemos que la Universidad de Georgia realizó pruebas de C-14 entre 2006 y 2007 sobre fémures de nueve dinosaurios –todos ellos triceratops o hadrosaurios– y obtuvo unas dataciones absolutas que oscilaban entre un máximo de 33.800 +/– 200 años AP (antes del presente) y un mínimo de 22.300 +/– 800 años AP, con dos fechas más desviadas, muy modernas, de 2.560 y 1.950 años AP. La mayoría de dataciones, empero, rondaba la media de unos 26.000 años AP, descartando estas dos últimas fechas tan recientes. Cabe destacar que para contrastar resultados se repitieron los tests de algunas muestras empleando el método AMS (espectrometría de masas con acelerador) y las cifras obtenidas fueron bastante parejas. Por ejemplo, el colágeno del hueso del triceratops datado por C-14 convencional en 33.800 años AP dio luego con AMS una cronología de 30.080 años AP.

Otro trabajo posterior recogía hasta 20 dataciones de C-14 sobre huesos de diferentes tipos de dinosaurios (alosaurio, hadrosaurio, triceratops, apatosaurio) de Norteamérica, Asia y Europa realizadas entre 1989 y 2011. Esta investigación ofreció unos resultados muy semejantes a los recién citados, con una datación más antigua de 39.230 +/– 140 años AP y una más moderna de 22.300 +/– 800 años AP, con una media alrededor de los 28.000 años AP. Jensen acaba citando que el número de estas dataciones por radiocarbono de huesos de dinosaurio asciende ya a más de 360 entre Europa y Asia y a más de 65 en América, lo cual deja de ser anecdótico para convertirse en un testimonio científico digno de tenerse en cuenta.

Por supuesto, aquí dejo aparte la vieja polémica sobre la fiabilidad o precisión de este método, tema que ya he tocado en anteriores artículos y que suscita todo tipo de controversias entre las visiones alternativas y ortodoxas, si bien es verdad que incluso algunos arqueólogos de renombre –como Zahi Hawass– se han mostrado muy escépticos sobre la validez científica del radiocarbono. Igualmente, hago un acto de fe sobre el resto de técnicas radiométricas, sobre las cuales algo he leído, pero sólo a un nivel muy superficial, dada su relativa complejidad.

A modo de conclusión, tenemos la inevitable sombra de la mitología y el folclore, pero ya hemos visto que –más allá de las leyendas de dragones– existen relatos históricos, representaciones gráficas de gran antigüedad, testimonios de época moderna (a veces registrados en imágenes) e incluso pruebas de datación que sitúan a los dinosaurios en convivencia con el ser humano. No estoy por poner la mano en el fuego, pero considero que –juntando todas las piezas disponibles– podemos imaginar un escenario en que una parte de los dinosaurios sobrevivió a una gran extinción y quedó aislada en determinadas zonas. Con el paso del tiempo, los dinosaurios terrestres habrían acabado por sucumbir en su casi totalidad, pero todavía quedarían poblaciones marginales de grandes criaturas voladoras y acuáticas que se adaptaron a unas condiciones seguras de aislamiento, alimentación y reproducción hasta llegar prácticamente a nuestra época. Es sólo una hipótesis, desde luego, pero creo que existe suficiente base como plantear una investigación seria y aparcar las consabidas alusiones al fraude o a las leyendas urbanas.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Los datos y citas que expongo aquí son tomados básicamente de su reciente libro “Dimensiones en el planeta cobaya” (2015), en el cual dedica un capítulo a las apariciones de dinosaurios (sobre todo voladores) en tiempos modernos.
[2] Caso citado por el arqueólogo John Jensen, con la referencia a tres días concretos: 13 de junio, 6 de julio y 25 de septiembre.
[3] Cabe señalar que, para conciliar ambas teorías, desde el estamento académico se han hecho importantes esfuerzos, como el de Stephen Jay Gould y su equilibrio puntuado, que permitiría explicar ciertas discontinuidades y saltos en el registro fósil a partir de fenómenos catastróficos puntuales.
[4] Jensen es arqueólogo de carrera, pero está abierto a las teorías alternativas. Ha sido el único arqueólogo profesional que ha estudiado los bloques de piedra de Gornaya Shoria como estructuras posiblemente artificiales y también cree en la existencia de gigantes en tiempos remotos, aparte de defender el concepto de catastrofismo y el gran cataclismo global acaecido hace unos 12.000 años.

2 comentarios:

Alarico dijo...

Menos mal que el hallazgo del celacanto vivo,sucedio hace años y no se puede decir que es una teoria,una idea o una opinion,no,es un hecho,si esto hubiera sucedido hoy a las puertas del 2020,nos estarian hablando de una sardina con una mutacion rara.
Mire por muchas pruebas de datacion,observacion de tejidos blandos,relatos de convivencia etc.que se den,nunca acptaran la posibilidad de dudar o cuestionar lo establecido, o por lo menos profundizar un poco mas,para poder aceptar o descartar otras suposiciones o propuestas,como suelen decir los oficialistas," nosotros ya tenemos nuestras ideas,no nos confunda ud. con hechos".
Como comprendera con esta manera de pensar es imposible hablar de ciencia,con el sentido que se le debe dar,y si a dia de hoy,mil personas afirmaran haber visto un animal exctamente igual a un velociraptor,por unos caminos de senderismo en el monte,no tardarian ni un minuto en salir expertos que hablarian con toda seguridad de que se trata simplemente de un jabali con mucho pelo.

Gracias por su trabajo.Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Muchas gracias Alarico

Bueno, la verdad es que si uno lee las explicaciones habituales (por ejemplo en Wikipedia, el altavoz de la ortodoxia) casi todo tiene justificación, incluso los motivos concretos por los cuales el celacanto "no evolucionó". Yo no digo que oculten o tergiversen pruebas siempre, pero suele haber una salida "lógica" para todo, y cuando los datos son problemáticos y no avalan el dogma, se rechazan los datos. Esto es muy antiguo, pero sigue funcionando. Esto es lo que tenemos, dicho lo cual todos los episodios de confusiones y fraudes hacen mucho daño pues son aprovechados para negar(por extensión) todo el fenómeno.

Saludos y felices fiestas,
X.