viernes, 12 de septiembre de 2014

Una cronología alternativa para la historia de la Humanidad



Confieso que, en calidad de persona formada en un paradigma científico que se ajusta a las pruebas observables, no me resulta fácil abordar según qué visiones alternativas de la existencia humana, que parecen tener su fundamento en la mitología, el misticismo o el esoterismo; en suma, en concepciones de tipo más bien metafísico. Sin embargo, estamos en un momento histórico en que el viejo paradigma materialista parece estar debilitándose a marchas forzadas, al tiempo que se están abriendo nuevas puertas a conocimientos que cabalgan entre las modernas teorías científicas y las más antiguas tradiciones místicas, y  creo que todo ello podemos extraer útiles enseñanzas y nuevas perspectivas que nos permitan avanzar en el proceso de autoconocimiento del ser humano.



Phillip Lindsay
Así pues, en este artículo presentaré el trabajo de un autor alternativo, Phillip Lindsay, que ha profundizado en el tema de la historia de la Humanidad desde un enfoque bien alejado del actual paradigma materialista-reduccionista, si bien es justo reconocer que no elude ciertas cuestiones que podríamos situar en la investigación empírica convencional.



Lindsay, astrólogo profesional, es autor de un libro titulado The Hidden History of Humankind (“La historia oculta de la Humanidad”) en el cual postula que la visión académica sobre el concepto de tiempo histórico está equivocada y que la tradición esotérica ofrece respuestas mucho más certeras sobre la existencia del hombre a lo largo de periodos de tiempo extremadamente largos. Básicamente, el punto de partida de Lindsay es la creencia de que la Historia de la Humanidad es cíclica y no lineal, a diferencia de lo que defiende el presente paradigma evolucionista y como venía defendiendo desde hace siglos la tradición judeo-cristiana. Esta visión cíclica de la existencia humana tiene su origen en las creencias y mitologías de varias culturas y civilizaciones antiguas, y de alguna manera se popularizó en el mundo occidental gracias al éxito de ciertas corrientes esotéricas como la famosa Teosofía de Madame Blavatsky.

Este concepto cíclico alcanza su máxima expresión en la tradición hindú, según la cual la existencia humana está inserida en un infinito ciclo de nacimientos, muertes y renacimientos de universos de una duración enorme. De hecho, el llamado “día de Brahma” tiene una extensión de 4.320.000.000 años humanos, los mismos que la “noche de Brahma”, con la cual se completa un ciclo evolutivo de 8.640.000.000 años. Como se puede comprobar, este tiempo excede con mucho las cronologías convencionales que la ciencia asigna para la creación del sistema solar. Y, yendo aún más lejos, un “año de Brahma” dura 360 de esos días y noches, con lo cual ya tenemos una cifra astronómica

Con todo, Lindsay reconoce que la antigua visión mitológica y la ciencia contemporánea podrían estar mucho más próximas de lo que la gente cree. Para ello, no duda en citar las siguientes palabras de Fritjof Capra:

“Esta idea de un universo que se expande y se contrae periódicamente, que implica una escala de tiempo y espacio de vastas proporciones, ha surgido no sólo en la moderna cosmología, sino también en la antigua mitología hindú. Al experimentar el universo como un cosmos orgánico y rítmicamente cambiante, los hindúes fueron capaces de desarrollar cosmologías evolutivas que se acercan bastante a nuestros modelos científicos modernos.”

Para empezar a entender esta visión es preciso abandonar la idea moderna occidental de un tiempo histórico o geológico y abrazar el concepto de un tiempo cósmico de una enorme duración en el cual la especie humana está presente desde épocas “imposibles” y evoluciona en función de unos patrones de conciencia, que desde luego no tienen nada que ver con la selección natural, el azar, o cualquier factor de tipo material. Para Lindsay, la limitación de la historia de la civilización humana a unos pocos miles de años no es más que un esquema mental repetitivo y cansino, que ni siquiera concuerda con algunas pruebas observables, como han sacado a relucir algunos investigadores alternativos.

Lindsay ha explorado los supuestos motivos que explicarían por qué los historiadores se muestran tan reacios a contemplar grandes extensiones de tiempo para la existencia humana, llegando a las siguientes conclusiones: 

  • Los historiadores occidentales han desestimado sistemáticamente las antiguas tradiciones asiáticas y americanas, debido a un sesgo claramente eurocéntrico. Así, todo lo que queda fuera de la cristiandad bíblica (en siglos pasados[1]) o del materialismo científico (actualmente) se ha rechazado sin más, aplicando una especie de filtro cognitivo.
  • En los últimos tiempos se ha venido aplicando una mentalidad limitada que sólo emplea los cinco sentidos físicos. Esta mentalidad está fuertemente enraizada en Occidente y muy en particular en el ámbito anglosajón. El uso de la intuición como sexto sentido debería extenderse en una próxima raza humana (la sexta raza primigenia[2]).
  • Desde ciertos sectores del mundo académico (como el Instituto Smithsoniano) se ha querido ocultar, suprimir o destruir pruebas de la existencia de culturas megalíticas que precedieron a nuestras civilizaciones conocidas. Cualquier indicio en este sentido es ignorado, rechazado o ridiculizado por los expertos académicos, como en el caso de las muchas ciudades de civilizaciones avanzadas que fueron cubiertas por las aguas.
  • Los arqueólogos se enfrentan a una gran diversidad de restos antiguos en un mismo yacimiento y son incapaces de distinguir o discriminar lo que pertenece a un periodo concreto y no a otro. Por ejemplo, en Sudamérica, muchos autores alternativos han dejado claro que una cosa son los restos megalíticos y otra cosa son los restos típicamente incas, pese a que la ciencia convencional los pone en el mismo cajón.
  • Los métodos de datación están bajo sospecha, por ser falibles y no concluyentes, como las escrituras religiosas, la arqueoastronomía e incluso las técnicas radiométricas (carbono-14, series de uranio, etc.)

Helena Petrovna Blavatsky
A partir de estas bases, Lindsay construye un argumentario que se ajusta con cierta fidelidad a las afirmaciones esotéricas de H. P. Blavatsky sobre la existencia humana en larguísimos periodos de tiempo (sin cuestionar su origen o validez), criticando al mismo tiempo las múltiples deficiencias del enfoque científico académico. En este punto, Lindsay admite como premisa que Blavatsky actuó como intermediaria de ciertos Maestros de la Sabiduría de tal modo que el mundo occidental recuperase la cronología correcta de la historia humana, que habría sido reemplazada por otra del todo corrompida y distorsionada (y aquí nos podríamos preguntar por quién). Así, el ser humano estaría en un estado de total desconocimiento del origen y propósito de su espíritu y se le habría inculcado una acortada cronología (a través de la teoría evolucionista) sobre su completo desarrollo[3]. Sólo para hacernos una idea del concepto de “hombre” tan radicalmente distinto, basta decir que, según los textos sagrados védicos, la evolución de la conciencia humana habría empezado ¡hace unos 21,8 millones de años!

No es objeto de este breve artículo profundizar en este debate, que en el fondo implica dos formas totalmente distintas de entender la ciencia, pero al menos puede ser interesante exponer algunas de estas propuestas alternativas tan radicales sobre el paradigma histórico de la Humanidad. De este modo podremos contrastar los principios de unos y otros, lo que tal vez nos conduzca a una postura mucho más escéptica o crítica, al apreciar que ambas visiones tienen demasiados puntos débiles o incoherencias.

Vayamos pues a presentar algunas de las afirmaciones de Lindsay sobre su cronología histórica de largos ciclos.

En lo referente al Antiguo Egipto, Lindsay resalta que los diversos investigadores que utilizan la arqueoastronomía sólo toman como referencia un ciclo precesional (unos 26.000 años) cuando existen claras muestras de que deben contemplarse varios ciclos más. Por ejemplo, según lo que apreció Blavatsky en el Zodíaco de Dendera, la Gran Pirámide debería datarse en 78.000 años, esto es, un “retraso” de tres ciclos precesionales[4].

Pirámide de Djoser, en Saqqara
Por otro lado, si vamos a Saqqara y a Dashur, Lindsay asegura que los antiguos monumentos allí ubicados muestran un aspecto mucho más antiguo que las pirámides de Guiza, lo cual choca con la teoría convencional de que hubo muy pocos siglos (o décadas) de lapso entre ambos conjuntos. A este respecto, Lindsay se apoya en Blavatsky para afirmar que Manu (el faraón Menes, fundador de la primera dinastía) pertenecía a la segunda subraza de la quinta raza primigenia, lo que implica que debería datarse en una antigüedad de ¡860.000 años! Esto conllevaría una datación para Saqqara de cientos de miles de años anterior al conjunto monumental de Guiza.

Para acabar de desbordar la visión académica, Lidsay considera que las dataciones de radiocarbono realizadas en Saqqara no tienen validez. A este respecto, dice literalmente que: “Está documentado que el ayudante de Libby, Jim Arnold, tenía un conocimiento profundo de la historia arqueológica académica. Así que, a pesar de que se suponía que el experimento con la primera pieza de madera que se les envió era "anónimo" (no se sabía el origen de la madera), la evidencia arqueológica del momento –basada en métodos arqueológicos convencionales– sostenía que la pirámide de Zoser tenía 4.500 años de antigüedad. Hay que preguntarse hasta qué punto el conocimiento previo de Arnold de la arqueología convencional influyó en el resultado del experimento, es decir, para hacer que los resultados cuadrasen.

Visto todo esto, es lícito hacer algunos comentarios. Por un lado, el aspecto astronómico y precesional en el Mundo Antiguo no es precisamente un tema cerrado sino abierto a nuevas investigaciones, y no son pocos los autores alternativos que, a la vista de ciertas pruebas, defienden firmemente que la precesión de los equinoccios era conocida muchísimo antes de que fuese “descubierta” por el griego Hiparco en el siglo II a. C. Lindsay, por cierto, apunta que algunos cronistas antiguos reconocían que algunos pueblos llevaban milenios realizando observaciones astronómicas. Por ejemplo, según Plinio, los caldeos poseían datos astronómicos de 720.000 años, mientras que Simplicio afirmaba que las observaciones astronómicas de los egipcios se remontaban a 630.000 años.

De todas formas, ubicar ciertos monumentos en épocas tan remotas ya es otra cosa. Por de pronto, el faraón Menes poco tendría que ver –presuntamente– con la era de las pirámides, y en cuanto a la dicotomía Saqqara-Guiza, Lindsay parece nadar a contracorriente, pues buena parte de los autores alternativos apuestan por un origen muy anterior de las pirámides de Guiza, mientras que las pirámides de Saqqara habrían sido meros intentos de imitar la grandeza de las grandes obras de Guiza. En fin, lo que Lindsay propone se queda en un limbo no reconocido ni por la Egiptología ni por las visiones alternativas.


Moai de la isla de Pascua
En otro orden de cosas, Lindsay también toca el tema de las antiguas civilizaciones perdidas de Mu/Lemuria y la Atlántida, a las que considera no mitos sino realidades; eso sí, correspondientes a razas humanas anteriores a la nuestra. Según la teosofía, en el mundo de Lemuria –hace unos 18 millones de años– habría existido una tercera raza primigenia, que habría experimentado un proceso llamado “individualización”. Los humanos de aquel tiempo habrían sido los gigantes míticos (de unos 10 metros de altura), retratados de algún modo en los moai de la isla de Pascua. Posteriormente, los humanos de la Atlántida también habrían sido de gran estatura, que habría ido descendiendo hasta llegar a la altura propia de nuestra raza actual, la quinta según Blavatsky. En otras palabras, los humanos de Lemuria y de la Atlántida habrían tenido un tamaño equivalente al de las grandes criaturas descritas en los relatos míticos como monstruos y dragones. Y precisamente gracias a su gran tamaño y fuerza –y con la ayuda de la magia en forma de ciencia del sonido[5]– habrían podido construir los grandes monumentos megalíticos que conocemos y que obviamente estarían mal datados por la arqueología ortodoxa.

Por cierto, y aunque sólo sea a modo de anécdota, cabe reseñar que Blavatsky creía que el origen de los primates debía situarse en las aberraciones de los lemurianos, que –al cohabitar con ciertos animales– habrían creado unos híbridos que luego darían lugar a los ancestros de los simios. En suma, ¡el simio derivaría del humano, y no al revés, como viene defendiendo el darwinismo desde hace siglo y medio!

De estas observaciones, Lindsay realiza la pregunta nada retórica de por qué si se acepta que en épocas geológicas remotas existían animales de gran tamaño (como los dinosaurios) que luego fueron degenerando a criaturas más pequeñas, no se admita que la especie humana hubiese podido experimentar un proceso similar. A esto responden los académicos afirmando que no hay pruebas físicas de tales gigantes, lo cual es refutado por algunos autores alternativos que han estudiado esta controversia[6].

Recreación artística de la Atlántida
Siguiendo con la Atlántida, Lindsay recoge las ya conocidas mitologías sobre la caída en desgracia de una humanidad sabia que se dejó llevar por el materialismo y la magia negra. Sin embargo, una parte de los atlantes siguieron fieles a la Luz y ello provocó el épico enfrentamiento relatado el Mahabharata hindú, hace nada menos que cuatro millones de años. Y justo después de esta gran guerra habría tenido lugar el primero de una serie de grandes cataclismos que sufrió la Atlántida. Precisamente esta gran destrucción que casi acabó con la Humanidad habría sido el origen del mito de Manu Vaivasvata (Noé) y el Arca, un símbolo del eterno nacimiento y renacimiento, que luego fue recogido en forma en múltiples leyendas en todo el mundo. Tras este gran cataclismo, habría surgido en el Himalaya la quinta raza (iniciada con la subraza hindú), aproximadamente hace un millón de años. Finalmente, el cuarto y definitivo desastre habría tenido lugar en el Océano Atlántico y según Blavatsky ocurrió exactamente en el 9564 a. C, una fecha muy próxima a la referencia clásica de Platón (hacia el 9000 a. C.). Y ya para cerrar el círculo, nuestro mundo actual, inmerso en pleno cambio precesional hacia la era de Acuario, dará paso a una nueva raza primigenia, la sexta.

Sin embargo, no todo es tan claro como podría parecer, pues el propio Lindsay admite que muchas de las referencias temporales citadas en la Antigüedad no pueden ser tomadas literalmente, y que de algún modo hay que aplicar unas “medidas de corrección”. Así por ejemplo, concede a Platón la categoría de “iniciado”, que indicó de forma velada el segundo cataclismo ocurrido 900.000 años antes de su época, multiplicando por 100 su primera datación. De igual modo, las longevas edades de los patriarcas bíblicos, aun siendo “imposibles” para la ciencia actual, se quedarían muy cortas si se toman al pie de la letra. Lindsay asume que 1.000 años de un patriarca equivaldrían a 4,32 millones de años (¡ahí es nada!), pues no estaríamos hablando de humanos actuales, sino de seres altamente evolucionados, o dioses, por decirlo así. Todo esto nos podría parecer una estrambótica salida de tono, pero no podemos olvidar que existen listas de reyes-dioses egipcios y sumerios que supuestamente vivieron y reinaron durante cientos o miles de años, y que naturalmente son considerados por la historia convencional como monarcas míticos.

En definitiva, Lindsay presenta un escenario de enormes ciclos temporales con periódicas destrucciones que se llevan por delante mundos y humanidades enteras. Pero, desde su punto de vista, sólo son alteraciones de las formas, pues la conciencia se mantiene y avanza cíclicamente hacia su completa liberación. Cito literalmente a Phillip Lindsay:

“Una vez que la humanidad entienda la verdadera cronología de la historia del mundo, se puede establecer una base de entendimiento que dará lugar a grandes avances en muchas áreas del esfuerzo humano. Luego, el conocimiento correcto del tiempo se aplicará a todas las ciencias y el misterio del origen del alma humana se dará a conocer a todos. Esta es la promesa de la inminente Era del Aguador, Acuario.”

Poco más se puede decir sobre esta visión, que supera con mucho el marco empírico en que se mueven la arqueología y la historia de nuestro tiempo. Desde luego sería muy fácil denigrar este discurso plagado de razas y subrazas, de atlantes y dioses, y de yugas y kalpas, tachándolo de cháchara New Age o algo similar, y de hecho no son pocos los estudiosos que opinan que la teosofía es un puro fraude o simplemente una mezcolanza de mitología y ocultismo sin pies ni cabeza. Y es obvio que casi todas estas afirmaciones sólo están sostenidas por los antiguos textos sagrados o esotéricos y que contienen una gran parte de especulación y arbitrariedad, a falta de datos que podamos corroborar “dentro de nuestro ámbito de los cinco sentidos”, que sin duda es limitado.

No obstante, en la historia del ser humano hay muchos temas sin resolver, aparte de ciertas anomalías que han sido despachadas quizás demasiado rápidamente y que nos hacen reflexionar sobre la validez de todo lo que nos han enseñado sobre el origen del hombre y la civilización. Por tanto, y aun manteniendo un firme espíritu crítico, debemos plantearnos la posibilidad de que tengamos un velo delante de los ojos que nos impide acceder a ese conocimiento perdido, del cual apenas podemos intuir unos escasos retazos. De hecho, no es la primera vez que leo que la mitología está mucho más próxima a la verdad que la Historia científica...

Sea como fuere, es evidente que para poder adentrarnos en estos terrenos de la conciencia histórica debemos aparcar nuestra mente cotidiana y empezar a concebir las cosas en otros términos y desde luego sin ningún prejuicio. Por consiguiente, si, como opinan algunos científicos, el tiempo y el espacio no existen en sí mismos sino que son más bien creaciones de la mente, cualquier escenario de una enorme –por no decir infinita– extensión temporal para la conciencia humana sería factible.

© Xavier Bartlett 2014




[1] De todos modos, es bueno recordar que los fundamentalistas creacionistas –a veces presentados como única oposición al evolucionismo– siguen atrincherados a día de hoy en su interpretación literal de la Biblia.

[2] En este campo, Lindsay sigue más o menos las teorías de Blavatsky sobre la sucesión de una serie de razas humanas, desde los espíritus puros hasta las formas más materiales y burdas.

[3] En cambio, puede sorprender que –en términos geológicos– algunos tiempos teosóficos no se estiren, sino que se reduzcan. Así, el Jurásico, la era final de los dinosaurios, era situada por Blavatsky en “La doctrina secreta” no hace 65 millones de años, sino hace unos 28-20 millones de años.

[4] En general, según la teosofía, toda la historia del Antiguo Egipto estaría mal datada y debería retrasarse en cientos de miles de años, al igual que la civilización maya. La teosofía, además, concede a Egipto la categoría de repositorio y guardián de la tradición mistérica del mundo durante 800.000 años.

[5] De hecho, varios autores hacen referencia a esta ciencia sónica como un medio eficaz para levitar grandes bloques de piedra, pero también como una poderosa arma, tal y como recoge el episodio bíblico de la destrucción de las murallas de Jericó.


[6] Véase en este blog mi artículo sobre esta cuestión: “Mito y realidad de los gigantes”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante artículo, para todos aquellos que buscamos la verdad.

Desde el punto de vista empírico hay una serie de Ooparts que desmienten todo el conocimiento acerca de la historia de la humanidad que tenemos. Desde un cráneo de Neandertal que muestra que fue asesinado por una bala hace 13.000 años, hasta las pirámides de Bosnia que datarían de entre 34.000 y 13.000 años de antigüedad, de las que muchos se reían y afirmaban que eran un montaje hasta que la ONU envió un grupo de expertos y actualmente se consideran acreditadas como patrimonio de la humanidad, o las pirámides de Crimea que se dice datan...!del Jurásico!

Por otro lado, sería interesante estudiar las semejanzas y diferencias en lo que informan varios videntes ocultistas como Cayce, Rudolf Steiner y Blavatsky, pues tengo la impresión de que tienen varios puntos en común. Sin embargo también creo que, como lo afirma el Buda, todos portamos en nuestro ser semillas kármicas o defectos que alteran nuestra percepción de las cosas por lo que dudo que ninguno de estos videntes pueda ser considerado como la encarnación de una verdad absoluta y, más aún, cuando se trata de un método tan incierto e influído por la propia psicología como es el de la búsqueda de conocimiento a través del trance o la meditación. Saludos

Anónimo dijo...

Hay que ser precisos; la ONU no envió ningún investigador a la zona, sino que fue la UNESCO; no sé en qué habrá resultado esa verificación.

Anónimo dijo...

woooow y pensar que llaman loco a Graham Hancock por hablar en términos de 10 000 años, son increíbles las fechas que maneja este autor, uuff te dejo un relato mesoamericano de los cinco soles. Saludos! Xavier eres crack.

Se refería, se decía
que así hubo ya antes cuatro vidas
y que ésta era la quinta edad.

Como lo sabían los viejos,
en el año 1-Conejo
se cimentó la tierra y el cielo
y así lo sabían
que cuando se cimentó la Tierra
y el cielo,
habían existido ya cuatro clases de hombres,
cuatro clases de vidas.
Sabían igualmente que cada una de ellas
había existido en un Sol.

Y decían que a los primeros hombres
su dios los hizo, los forjó de ceniza.
Esto lo atribuían a Quetzalcóatl,
cuyo signo es 7-Viento,
él los hizo, él los inventó.
El primer Sol que fue cimentado,
su signo fue 4-Agua,
Se llamó Sol de Agua.
En él sucedió que todo se lo llevó,
que todo se lo llevó el agua.
Las gentes se convirtieron en peces.

Se cimentó luego el segundo Sol
Su signo era 4-Tigre.
Se llamaba Sol de Tigre.
En él sucedió
que se oprimió el ciclo,
El Sol no seguía su camino.
Al llegar el Sol al mediodía,
se hacía de noche
y cuando ya se oscurecía,
los tigres se comían a las gentes
y en este Sol vivían los gigantes
Decían los viejos
que los gigantes, así se saludaban:
"no se caiga usted",
porque quien se caía,
se caía para siempre.

Se cimentó luego el tercer Sol.
Su signo era 4-Lluvia.
Se decía Sol de Lluvia (de fuego).
Sucedió que durante él llovió fuego
los que en él vivían se quemaron.
y durante él llovió también arena.
y decían que con él
llovieron las piedrezuelas que vemos,
que hirvió la piedra tezontle
y que entonces se enrojecieron los peñascos.

Se cimentó luego el cuarto Sol.
Su signo era 4-Viento,
se decía Sol de Viento.
Durante él todo fue llevado por el viento.
Todos se volvieron monos.
Por los montes se esparcieron
se fueron a vivir los hombres-monos.

El Quinto Sol:
4-Movimiento su signo.
Se llama Sol de Movimiento,
porque se mueve, sigue su camino.
y como andan diciendo los viejos,
en él habrá movimientos de tierra,
habrá hambre
y así pereceremos.
En el año 13-Caña,
se dice que vino a existir
nació el Sol que ahora existe.
Entonces fue cuando iluminó,
cuando amaneció,
El Sol de movimiento, que ahora existe.
4-Movimiento es su signo.
Es éste el quinto Sol que se cimentó,
en él habrá movimientos de tierra,
en él habrá hambres.

Fuente: Los cinco soles cosmogónicos, Estudios de la cultura Náhuatl. Autor Roberto Moreno de los Arcos

Xavier Bartlett dijo...

Amigo Daniel

Muchas gracias por el comentario. De todas formas, tengamos en cuenta que lo que maneja este autor es una cronología basada en relatos míticos (al igual que las llamadas historias cíclicas, como los soles mesoamericanos). Creo que si hay algo de verdad en ello, algún día los datos científicos y los mitológicos deberían cuadrar, y hasta ahora esto parece una difícil tarea.

Saludos