A estas alturas, y después de
largos años de creencia en una teoría (el evolucionismo) que tiene mucho de
ideología y más bien poco de ciencia, tengo que admitir que cuanto más me he
adentrado en el estudio del origen de ser humano, menos certezas he obtenido.
Sé que podría parecer un contrasentido, pero la acumulación de datos y hechos,
y el contraste entre la ortodoxia darwinista y los postulados alternativos no
me han aportado más luz, sino más duda y confusión. Pero, en fin, no es que
desde posiciones disidentes se vean las lagunas y contradicciones, es que ya
los propios científicos ortodoxos –defensores a ultranza del evolucionismo como
hecho científico indiscutible– están empezando a reconocer que están perdidos
en un laberinto de pruebas contradictorias y conjeturas del que no tienen la
menor idea de cómo van a salir.
¿Y todo esto por qué? Básicamente
porque desde los tiempos de Charles Darwin se ha ido construyendo un complejo
edificio teórico fundamentado en una ideología racista, ultraliberal y
competitiva, tal y como algunos científicos heterodoxos, como el profesor
Máximo Sandín, han señalado oportunamente. Y lo que es más llamativo es que ya
desde el siglo XIX se pudo observar que había una evidente falta de pruebas que
el propio Darwin achacó al aún insuficiente conocimiento del registro fósil de
especies vegetales y animales. Con el tiempo, no obstante, fueron apareciendo
algunas pruebas físicas que parecían ratificar la teoría, aunque se seguía sin
obtener un registro completo que mostrara la esperada gradualidad o uniformidad
de la evolución de las especies a lo largo de millones de años, tal como
reconoció un científico tan prestigioso como Stephen Jay Gould hace no muchas
décadas.
S. J. Gould |
La solución para este problema la
sugirió el propio Gould –junto con Niles Eldredge– al plantear la posibilidad
de un cierto equilibrio puntuado, según el cual en ciertos momentos, y
debido a factores ambientales, las especies experimentarían saltos o
discontinuidades bruscas que romperían el ritmo uniforme (o lento) de los
cambios. De este modo, la evolución no sería siempre un proceso gradual o
regular, sino que a veces se producirían cambios rápidos en poco tiempo sobre
poblaciones muy localizadas y de escaso número de individuos, lo que a su vez
explicaría la ausencia en el registro fósil de diversas formas transicionales
entre las especies más arcaicas y las más modernas. Por cierto, que todo esto
como planteamiento teórico está muy bien pero no ha habido forma humana de
demostrarlo con pruebas fehacientes y se han tenido que violentar los propios
fundamentos de la ciencia biológica para hacer que la teoría triunfase sobre la
observación de la realidad.
De hecho, según el científico del
CSIC Emilio Cervantes:
“Si se mira desde un punto de vista estrictamente científico, experimental, entonces la Teoría de Evolución por Selección Natural de Darwin no es una teoría científica, porque no es demostrable mediante experimentación y no es refutable. [...] La biología es la ciencia experimental poderosa y predominante en nuestro tiempo. Por lo tanto, la biología no puede someterse a las teorías especulativas de la evolución, sino al contrario.”[1]
Pero vayamos al origen del ser
humano, siguiendo unos patrones “evolutivos”. Como es obvio para la ciencia
actual que los homínidos no surgieron por arte de magia o por la obra de un
creador, debe haber una causa natural que marcara el arranque de una línea
evolutiva avanzada dentro de los primates y que luego fuera a desembocar al
género Homo, cuyo último representante somos nosotros, el Homo
sapiens. A este respecto, se han ido proponiendo teorías o escenarios en
que podría haber tenido este desarrollo evolutivo, siendo la propuesta más
aceptada la del investigador francés Yves Coppens, la llamada East Side
Story. Y todo ello dentro de los márgenes de la citada gradualidad o
uniformidad, yendo de los especímenes más primitivos a los más modernos, en un
largo y lento progreso tanto de los rasgos físicos como de los intelectuales.
No obstante, el resultado de 150
años de estudios y hallazgos paleontológicos no ha sido precisamente una
perfecta cadena de seres que van gradualmente desde el simio hasta el hombre
moderno y en la que debía haber sus correspondientes y bien identificados eslabones
de transición (incluido el famosísimo “eslabón perdido”). Antes bien, los
hallazgos, que han sido escasos y relativamente incompletos, han ofrecido un
panorama muy diverso en forma de arbusto, con varias líneas o ramas que los
expertos tratan de relacionar y casar para aclarar las continuidades,
discontinuidades o vías muertas que llevarían de los homínidos más primitivos
hasta nosotros mismos.
El clásico esquema evolutivo humano |
Y en este contexto, todo el
edificio de la selección natural y la “mejora” de las especies debe funcionar
en una escala lineal de tiempo, según la cual lo más arcaico y menos “adaptado”
debe ser anterior a lo más moderno y avanzado, y así pues las formas primitivas
y deficientes deben desaparecer en beneficio de las especies más capaces para
subsistir y reproducirse. Siguiendo este modelo pensamiento, sólo nosotros
estamos aquí, en el mundo actual, como representantes máximos de esa línea
evolutiva; todos los demás desaparecieron hace muchos miles de años.
Sin embargo, las propias pruebas
paleoantropológicas obtenidas durante el siglo XX y principios del XXI nos
muestran un escenario más bien confuso, incluyendo datos contradictorios o
heréticos, que son aparcados o explicados según el filtro cognitivo del
paradigma imperante. De esta manera, se intenta salir airosamente de los apuros
a base de suposiciones y de confianza en futuros descubrimientos que acabarán
por despejar definitivamente la vía evolutiva humana. Pero pasemos ahora a
explorar algunos ejemplos de estas “herejías”.
Como es bien sabido, la ortodoxia evolucionista da por hecho que los
antecesores directos del género Homo son los llamados australopitecinos,
una familia de homínidos arcaicos que ya tendría las primeras características
“humanas”[2]
y que sólo se ha localizado en África, con una datación de unos pocos millones
de años. A grandes rasgos se dividen en gráciles y robustos,
aunque los paleontólogos no tienen demasiado claro qué línea concreta fue la
que condujo al género Homo. E incluso, yendo un poco más allá, ya se
habla de pre-australopitecinos, los que habrían estado antes que los
primeros australopitecos, también en África por supuesto. Pues bien, en 2002 se
halló en el Chad un cráneo bastante completo de un pequeño homínido, y se dató
en 6-7 millones años. Este nuevo homínido, un supuesto pre-australopitecino que
fue denominado científicamente Sahelantropus
chadensis, mostraba unas características muy especiales, con una
combinación de rasgos claramente simiescos con otros bastante similares a los
humanos.
Sahelantropus chadensis |
En primer lugar, lo más simiesco era el propio tamaño y forma del
cráneo, pequeño y alargado, el rostro prognato y los arcos supraciliares muy
marcados. Pero. por otro lado, sus pequeños caninos eran similares a los
humanos, así como la posición del foramen mágnum (enlace del cráneo con
la columna vertebral), situado más hacia el centro del cráneo en vez de la
parte trasera, rasgo típico de los simios. En cuanto a su posible bipedalismo,
los expertos no se ponían de acuerdo y más bien lo dejaban en entredicho. No
obstante, sumando todos sus rasgos, se consideró que el Sahelantropus podría
haber sido antecesor de los humanos y que también podría tener relación con los
modernos chimpancés y gorilas.
Llegados a este punto, cabe destacar que el fuerte arco
supraciliar es muy típico del Homo erectus (y también de los
neandertales)[3], pero aquí
saltan las alarmas, pues la amplia familia de los australopitecinos –datada
entre 4,5 y 1 millón de años aproximadamente– carece de esta
característica... con lo cual aparece en escena la terrible sospecha de que
todos nuestros queridos australopitecos no sean precursores directos del
ser humano, echando por tierra los cimientos del discurso aceptado sobre la
evolución humana[4]. Ahí es
nada.
Huella de Laetoli |
Puestos a plantear más dudas sobre los australopitecinos, cabe mencionar
las muy conocidas pisadas o huellas de Laetoli (Tanzania)[5],
localizadas en 1979 y que también se atribuyeron a un grupo de australopitecos,
por la sencilla razón de que –dada la datación geológica de unos 3,7 millones
de años– no había más homínidos supuestamente bípedos sobre el planeta que los australopitecos.
Sin embargo, la propia descubridora, Mary Leakey (esposa de Louis), reconoció
que dichas huellas eran prácticamente indistinguibles de las del humano
moderno. El grave problema, que aún persiste, es que disponemos de huesos de
pie de australopiteco –bastante más simiesco que humano– y de algunas de sus
pisadas, y no coinciden con lo que se puede ver en Laetoli. Luego, o bien
estamos quizá ante un homínido desconocido (pariente o no de los
australopitecinos) o bien se trata de pisadas de un Homo, en una época
aparentemente “imposible”[6].
Y sin salir de África,
tenemos otro ejemplar descubierto por el equipo de Louis Leakey que generó gran
controversia en su momento y que a día de hoy sigue aparcado en un cierto limbo
científico, pues los expertos no han sabido clasificarlo o relacionarlo con
otros homínidos anteriores o posteriores. Me estoy refiriendo al llamado cráneo “ER 1470” hallado en Kenya en 1972, y
que luego fue bautizado con el nombre técnico de Homo rudolfensis. En un principio se le dató en unos 3
millones de años y se le concedió una capacidad craneal de nada menos que 700
cm3.
Homo rudolfensis |
Realmente, este hallazgo supuso un dolor de cabeza para los expertos
porque dadas sus características físicas parecía de la familia del Homo habilis
pero tenía características distintas, con un aspecto más “humano”, lo que
podría hacerle candidato a ancestro directo del hombre moderno, aunque algunos
expertos se salieron por la tangente y lo clasificaron como un australopiteco
más grácil (y recordemos que las cronologías ejercen de potente prejuicio a la
hora de clasificar los hallazgos). Pero la polémica persistía y no era poca
cosa, pues este cráneo era notablemente más grande y más antiguo que el del habilis
(datado entre 2,5 y 1,4 millones de años). Sin embargo, las aguas volvieron a
su cauce cuando pocos años después el H. rudolfensis fue redatado en 1,9
millones de años y se rebajó su capacidad craneal a unos 500 cm3, lo cual encajaba mucho mejor en una escala
evolutiva Asimismo, hubo cierta discusión por la manera en que se reconstruyó
el cráneo, para darle un aspecto más simiesco. De hecho, no pocos especialistas lamentan que las
reconstrucciones de antiguos homínidos (a veces de cuerpo entero) están teñidas
de sesgos y prejuicios para hacerlas más “simiescas” o “humanas” según lo que
le interese demostrar al investigador.
Después tenemos otro
conjunto de herejías que ya he citado ampliamente en este blog, y que se
refiere a los restos de homínidos en el continente americano. Allí, la ortodoxia
académica sigue sin moverse de su horizonte Clovis (o pre-Clovis), que asegura
que los humanos (se entiende el Homo sapiens) no se establecieron en el
continente americano antes de 25.000 a. C. como fecha máxima[7].
No obstante, desde hace décadas se viene acumulando una irrefutable evidencia
en forma de pruebas arqueológicas de una presencia humana en América que se
puede remontar en algunos casos a cientos de miles de años, sin que quede claro
si esa presencia pudiera incluir homínidos más arcaicos, como el propio Homo
erectus. Así, la lista de
yacimientos polémicos desde Alaska a la Patagonia se ha ido ampliando desde
hace al menos medio siglo: Monte Verde (Chile) con 33.000 años; Sheguiandah (Canadá), entre 65.000 y 125.000 años; Texas Street (EE UU), entre
80.000 y 90.000 años; Calico (EE UU), unos 200.000 años; Toca da Esperança
(Brasil), entre 200.000 y 290.000 años; y Hueyatlaco (México), entre 250.000 y
400.000 años.
Finalmente, cabría citar otro
aspecto que resulta especialmente herético y molesto, que no es otro que la
aparición de homínidos supuestamente muy arcaicos en épocas recientes. Este
hecho resulta particularmente embarazoso porque violenta el principio de que
las especies más antiguas acaban por desaparecer y son sustituidas por especies
más modernas, más capaces y mejor adaptadas, esto es, más “evolucionadas”. Y lo
que es peor, tales especies se superponen unas con otras durante largos
periodos de tiempo sin que haya “sustitución”, aparte de no mostrar apenas
ningún signo de cambio anatómico a lo largo de cientos de miles o millones de
años de existencia. Por ejemplo, el Homo erectus (datado entre 2 y 0,3
millones de años) cada vez tiene una mayor extensión cronológica, sobre todo
hacia adelante, pues se le suponía extinguido hace 300.000 años pero se han
identificado restos de erectus en Java de hace 50.000 años y otros de
apenas unos 6.000 años, si bien estos últimos han sido rechazados por gran
parte del estamento académico.
Hombre de la cueva del ciervo |
Pero, para desconcierto de
muchos, las “rarezas” siguen apareciendo en el registro arqueológico, como el
llamado Hombre de la cueva del ciervo rojo, un homínido hallado en 1989
en China[8].
Se trataba de un homínido de aspecto tosco o arcaico, con marcados rasgos
físicos atribuibles al Homo erectus o incluso al Homo habilis,
como por ejemplo su moderado tamaño craneal, su prominente arco supraciliar, su
ancha nariz, su fuerte mandíbula sin mentón o sus grandes dientes molares. No
obstante, la sorpresa saltó cuando se obtuvieron las dataciones por
radiocarbono a partir de unos restos de carbón, que arrojaron unas fechas
extremadamente modernas, entre 14.500 y 11.500 años de antigüedad. Por
supuesto, el hallazgo de estos peculiares restos humanos provocó el
consiguiente debate evolutivo, en el cual se propusieron soluciones para
todos los gustos: desde que era una nueva especie –tal vez procedente de
África– que se debía clasificar a que era el resultado de la hibridación de
humanos modernos y denisovianos[9],
pasando por un escenario de supervivencia de una población marginal de
homínidos primitivos.
Imagen de Azzo Bassou |
A todo esto, la ortodoxia
científica no quiere saber nada de posibles homínidos arcaicos (¿parientes
nuestros?) todavía vivos en la actualidad, como los legendarios yeti,
bigfoot, almas, etc. que según varios investigadores alternativos –y algún
académico disidente– son especímenes bien reales que comparten determinados
rasgos plenamente humanos con otros más simiescos. Así, se suelen citar los
múltiples informes de huellas y avistamientos, e incluso algún caso de captura
de uno de estos seres, como la llamada Zana, una supuesta hembra almas
encontrada en Siberia y de aspecto neandertal, que vivió en el siglo XIX. Pero
aún hay más, pues se tiene constancia –con testimonios y pruebas fotográficas–
de la existencia en los años 30 del siglo pasado de un ser humano que bien
podríamos calificar de neandertaloide, según su marcada fisonomía, si bien su
pequeño cráneo se asemejaría más al de un Homo erectus. Era un
individuo llamado Azzo Bassou, originario del valle de Dadès (Marruecos), de
aspecto y comportamiento muy primitivos. Y por cierto, la comunidad científica
no pareció estar demasiado interesada en este caso.
Sin embargo, el ejemplo
arquetípico de las herejías evolutivas es el muy reciente Homo floresiensis (de la isla de Flores, en Indonesia),
descubierto en 2003 en la cueva de Liang Bua. Se trata de una especie de humano
anatómicamente moderno en muchos aspectos pero de talla muy reducida –alrededor
de 1 metro– por lo cual recibió el apodo de “hobbit”. En cuanto a su cronología,
según las pruebas radiométricas, se estima que vivió entre el 90000 a. C y el
13000 a. C., que resultan ser unas dataciones considerablemente modernas para
un homínido tan pequeño y primitivo, y que parece aislado de cualquier relación
evolutiva con los homínidos contemporáneos o inmediatamente anteriores.
En un principio se barajó la hipótesis de que fuera una comunidad
aislada de sapiens (o incluso erectus) afectada por la enfermedad
del enanismo, aunque era muy forzado imaginar un proceso de fuerte enanismo a
partir de homínidos de talla y peso muy superiores. Así pues, se acabó por
imponer la visión de que estamos ante una nueva –y desconcertante– especie, que
a pesar de mostrar algunos rasgos arcaicos no sería muy distinta de los humanos
modernos. Con todo, esta especie de “pigmeo” destaca por tener un cráneo muy
pequeño (alrededor de 400 cc.), con una capacidad semejante a la de los
australopitecos o incluso a los actuales chimpancés.
Cráneo de un Homo floresiensis |
No obstante, según las pruebas arqueológicas, los hobbits eran
capaces de realizar herramientas líticas de una factura y calidad similar a las
realizadas por los neandertales y los sapiens. De hecho, según se pudo
observar al estudiar su endocráneo, la estructura del cerebro del floresiensis sería bastante semejante a la
de los humanos modernos, con un lóbulo frontal y unos temporales muy
desarrollados, que son zonas asociadas al lenguaje y a las habilidades
racionales. Pero, claro, dada la escasa estatura y ciertos rasgos arcaicos del
floresiensis, los especialistas trataron de buscarle unos ancestros
evolutivos adecuados, descartando lógicamente al sapiens. Así pues,
propusieron en primer lugar al Homo erectus por ser la especie que cronológica
y geográficamente podría casar como antecesor directo, aunque en contra de
esta teoría cabe decir que a día de hoy no hay pruebas físicas de su presencia
en la isla y su semejanza es bastante discutible.
Cráneo de un australopiteco |
De este modo, surgieron otros candidatos más afines en términos de
fisonomía como el conocido Homo habilis o bien algún tipo de nuestros
socorridos australopitecinos, e incluso una especie recientemente identificada
con el nombre de Homo georgicus[10].
Con todo, dichas propuestas tenían el grave inconveniente de plantear que
estos homínidos tan primitivos habrían recorrido enormes distancias desde la
lejana África o desde Asia y habrían perdurado mucho más de lo aceptado, pues
ninguno de estos aspirantes seguía vivo hace un millón de años (según la
ortodoxia). Y luego no faltaron los que –en un acto de humildad científica–
reconocieron que el ancestro del pequeño hobbit tal vez sería una
especie diferente y aún desconocida.
Y para acabar de rematar las incógnitas, en Mata Menge (otra cueva de
Flores) se encontraron unos utensilios líticos –no muy distintos de los
realizados por el hobbit– con una increíble antigüedad de 840.000 años,
pero sin ningún resto óseo humano, aunque a falta de más datos dichos
artefactos se atribuyeron –nuevamente por prejuicio cronológico– a los erectus.
Pero esto obliga a suponer que los erectus ya estaban allí en tan remota
fecha y que además habrían tenido que navegar para alcanzar la isla, pues
Flores, a diferencia de otras islas de Indonesia, no estaba conectada a la masa
continental asiática en esa remota era.
O sea, si la datación es correcta[11],
nadie sabe qué homínido estaba allí por aquella época y sobre todo cómo pudo
llegar, pues la población humana de las islas del Pacífico se remonta a unas
decenas de miles de años, pero no a cientos de miles.
De momento, nadie sabe con certeza de dónde salió el Homo
floresiensis, por qué sólo lo encontramos ahí, o cómo acabó por
extinguirse, sabiendo que convivió bastantes miles de años con el Homo
sapiens. Entretanto, la ortodoxia evolucionista sigue rompiéndose la cabeza
para hacer encajar las múltiples pruebas en su brillante e indiscutible teoría.
© Xavier Bartlett 2017
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] CERVANTES,
E. El Traje Nuevo de Darwin:
Una opinión personal y otros puntos de vista sobre la Teoría de Evolución por
Selección Natural. Digital CSIC handle/10261/6161
[2]
Especialmente, la postura erguida y la locomoción bípeda.
[3] En cambio,
nosotros, los sapiens, “perdimos” esta característica facial de nuestros
supuestos antepasados sin que haya ningún motivo especial que explique ese
salto evolutivo.
[4] Para la
visión académica, el primer Homo, el Homo habilis, debe descender
sin duda de alguna línea de australopitecinos. De todas formas, es de justicia puntualizar que algunos investigadores,
incluido el famoso Louis Leakey, nunca creyeron que los autralopitecinos –dadas
sus claras formas simiescas– estuvieran en la línea evolutiva principal de los
humanos
[5] Véase el
artículo específico sobre el tema en este mismo blog.
[6] Para Michael
Cremo, creacionista hindú, no se debe excluir la posibilidad de que se trate de
un humano anatómicamente moderno, u Homo sapiens, ya que –según las
escrituras védicas– el ser humano es muchísimo más antiguo de lo que defiende
la teoría darwinista.
[7] De hecho, a
la cultura Clovis (de New México, EE UU) se le concedía una antigüedad de pocos
más de 12.000 años.
[8] Concretamente
en la cueva Maludong, en la
provincia de Yunnan. El descubrimiento corrió a cargo de un equipo
internacional chino-australiano.
[9] Hipótesis
planteada por el paleontólogo británico Chris Stinger. Los denisovianos son una
especie de reciente identificación a partir de unos escasos restos óseos
hallados en Siberia. Sin embargo, los investigadores han localizado trazas
genéticas de este ser casi desconocido en varios ejemplares de homínidos,
sugiriendo que se cruzó tanto con el neandertal como con el sapiens.
[10] Homínido
descubierto en Dmanisi (Georgia) y de talla no superior a 1,50 metros, con
rasgos arcaicos semejantes al Homo habilis. Su datación se sitúa
alrededor de 1,8 millones de años.
[11] Cabe
señalar que algún experto ha negado que estos artefactos puedan ser tan
antiguos, considerando que se produjo un error metodológico en la datación. Así,
los artefactos serían mucho más modernos (unos 20.000 años) y se deberían
atribuir al Homo sapiens.
4 comentarios:
Al final todo esto es como la investigación del SIDA o hasta del cáncer. Los que están dentro saben que no va a ninguna parte, saben que deberían ir en otra dirección, pero también saben que viven de eso (y muy bien) y que si alguno se ablanda y piensa en confesar la verdad, el resto se lo come vivo.
Según la mayor parte de las religiones, tradiciones y enseñanzas esotéricas, el hombre fue "creado" tal como es: Eso si que es una herejía y sin embargo...
Un saludo.
Gracias Piedra
Bueno, como bien sabrás, y recalca el profesor Sandín, el evolucionismo darwinista es mucho más que una teoría científica, es una especie de cosmovisión o ideología que nos han vendido para que construyamos una determinada imagen del mundo y de la sociedad. Así se explica que dé igual que las pruebas no la corroboren, pues se trata de un axiona dogmático.
Por otra parte, también podría haber tocado el tema de los ooparts (con supuestos Homo sapiens de hace millones de años), que son todo un problema, pero lo dejaré para otro artículo, así como las teorías creacionistas o esotéricas que has citado.
Saludos,
X.
Poque nunca se comenta el tema de los 23 pares de cromosomas frente a los 24 de todos los antepasados y simios? Gracias de antemano. Buenísimo articulo.
Gracias Ismael
Tienes toda la razón. Conozco ese argumento y otros más que ponen muchas pegas a la relación evolutiva entre simios y humanos (o más en concreto el sapiens) pero no he entrado en ese tema para no hacer el artículo excesivamente largo. Casi todos esos argumentos vienen del lado de los intervencionistas, pero no por ello deben dejar de provocarnos una reflexión.
Saludos,
X.
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